Dos mundos opuestos La película nacional de Gonzalo Tobal, quien viene con amplia trayectoria en el cortometraje, pone en primer plano el encuentro de dos primos, totalmente opuestos, que viven en Buenos Aires y deben viajar a la localidad del título para asistir al entierro del abuelo. Villegas descansa en estos dos treintañeros (Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi), el primero bien posicionado económicamente aunque no tan feliz ante su inminente casamiento, y el segundo, un bohemio dedicado a la música que también intenta encontrar su lugar en el mundo. El film propone entonces un viaje transformador y emocional hacia la tierra que los vio crecer y a una ciudad que los ha separado por sus estilos de vida diferentes. Es una suerte de "road movie" que los deja casi perdidos a mitad de camino, entre un clima de emociones contenidas que irán surgiendo con el correr de los minutos. La aparición de la empleada de una estación de servicio de la ruta que les sirve de guía a ambos y acelera el corazón de uno de ellos, un camino repleto de vacas y un reencuentro familiar en un ambiente bucólico de gran producción, apoyan esta trama que tarda en llegar al espectador, pero lo consigue en el tramo final gracias a la construcción de climas. "No se donde voy, pero estaré soñando" se escucha en la letra de una canción y es, quizás, la frase que sintetiza el espíritu de esta historia sencilla construída a partir de miradas, silencios y rubros técnicos impecables.
Contrastes Villegas, opera prima de Gonzalo Tobal, es un film que gira en torno a la contraposición entre cada uno de sus tópicos. Para empezar, hay dos protagonistas: Esteban (Esteban Lamothe) y Pipa (Esteban Bigliardi); a simple vista, el primero - a punto de casarse - resulta ser el más centrado, en tanto que el segundo se encuentra perdido y sin un rumbo para su vida. Los dos primos – actualmente establecidos en Capital Federal - tendrán que emprender un viaje a General Villegas – su tierra natal – debido al fallecimiento de su abuelo...
En el camino Dos primos treintañeros (sólidos trabajos de esos "emblemas" actorales del "nuevo" Nuevo Cine Argentino que son Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi), decididamente opuestos entre sí, se reencuentran después de bastante tiempo para viajar desde Buenos Aires, donde ambos están radicados, a la ciudad de General Villegas a la que alude el título, para asistir el funeral de un abuelo junto al resto de la familia. En el camino de ida ya se vislumbran las diferencias y tensiones entre ambos (el primero, un suerte de yuppie bastante contenido que está a punto de casarse; el segundo, un músico bohemio, impulsivo y bastante degradado), pero también la ternura que asoma detrás de esas máscaras, esas armaduras tan propias de ciertas conductas masculinas (a la antigua). Ambos se ven movilizados por las experiencias e, inevitablemente, surgen dudas y replanteos existenciales. La película -que va de lo íntimo a lo familiar y luego a la dinámica de pueblo en una narración que transcurre durante tres días- está sobriamente construida, pero sólo por momentos aflora la emoción que los protagonistas tratan de ocultar y el director -de notable carrera como cortometrajista- intenta encontrar. Ciertos problemas de guión y una puesta que en algunos pasajes luce como demasiado pensada (atada) conspiran contra la fluidez de algunas escenas. En otras, en cambio, sí surgen esos momentos de sensibilidad e intensidad que transmiten esa verdad que hace del cine una experiencia única. Un film de esos que -más allá de sus pequeños problemas- crecen con el tiempo en la memoria. Una ópera prima muy recomendable.
Los caminos de la vida Villegas (2012), primer largometraje de Gonzalo Tobal , es una de esas películas donde las verdaderas acciones suceden dentro de los personajes. Las miradas, los silencios, los gestos y algunos diálogos son los que verdaderamente aportan a la trama. Más allá del lucimiento en la dirección de actores, la forma de filmar el entorno de los personajes también realza el encanto del film. Esteban (Esteban Lamothe) y Pipa (Esteban Bigliardi) son dos primos que deberán viajar desde Capital Federal a su ciudad natal, General Villegas, para el entierro de su abuelo. A pesar de estar distanciados, Esteban accede a llevar a Pipa en su auto. Pero durante el viaje se irá revelando una relación poco cordial entre ellos, donde las diferencias sociales, económicas e ideológicas parecen pesar por sobre el lazo familiar, y donde los recuerdos y el paso del tiempo hablan sin hablar. Hay una pretensión notoria en el film por aprovechar las capacidades del cine, en el sentido de explotar la posibilidad de este arte de abarcar paisajes, lugares, rutas, y crear así un entorno único para los personajes. El tono intimista del film, entonces, se perfila diferente, con nuevas imágenes que resignifican: esa ciudad a la que se dirigen implica algo más que un espacio, es el regreso al pasado y también es la incertidumbre del futuro. Por otro lado, el film tiene un planteo generacional que permite que la historia no tenga un único sentido. Cada primo parece mirarse en el espejo del otro, pero siendo ciegos de dicha situación, su rivalidad se expresa a través de torpes peleas masculinas que los dejan al descubierto. Por eso Villegas también es un film con cierta mirada filosófica, pues el director parece abrir preguntas sobre la incertidumbre del futuro, la felicidad, los valores; temas que adquieren un notorio peso en determinado momento de la vida. El film de Tobal logra momentos muy interesantes y con buenas imágenes, y, si bien ronda el clasicismo en la forma de abordar el relato, propone planos poco convencionales y miradas elocuentes y novedosas, creando el clima adecuado a cada escena.
Villegas es un exponente de esa tendencia post-Nuevo Cine Argentino que apuesta sus cartas a la observación reposada del mundo pero sin descuidar lo que se cuenta. El relato, que se ciñe moderadamente pero con libertad a las exigencias narrativas tradicionales, privilegia a los personajes y sus contactos por sobre el devenir de la trama. Esteban Bigliardi y Esteban Lamothe hacen a dos primos que vuelven a su pueblo natal para el entierro de un abuelo. La fórmula puede parecer un poco gastada pero Gonzalo Tobal la aprovecha bien: el viaje, que habrá de confrontar a los personajes con su pasado y con su presente, le sirve al director para descubrir a Pipa y Esteban en su calidad de antagonistas y criaturas desencajadas, fuera de su lugar. La memoria falla y los recuerdos de los dos ya no se encuentran, como ocurre cuando el dúo discute acerca de un restaurante al que los llevaba a comer el abuelo cuando eran chicos. Ya en Villegas, cada uno se mide con sus fantasmas (la música y el trabajo, uno; un casamiento inminente y una ex novia, el otro) y recuperan la complicidad de la infancia en un silo repleto de maiz, ocultos a la vista de los demás y cantando una zamba que los dos parecen recordar bien. En ese momento, cuando la memoria sella sus grietas, Esteban y Pipa recuperan al tiempo que pierden para siempre un pedazo enorme de sus vidas.
Esta ópera prima de Gonzalo Tobal cuenta con varios aciertos y convierte a su joven director en una promesa interesante del cine argentino. De hecho este film acaba de ser confirmado para presentarse en una de las secciones de Cannes. Una de estas buenas decisiones es la elección como protagonistas de dos de los actores más prestigiosos de la nueva generación: Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi. Ambos interpretan a dos primos oriundos de General Villegas que viven en Buenos Aires y deben volver en auto al entierro de su abuelo. Esteban (Lamothe), es un chico bien, muñeco de torta, que tiene un buen empleo y está a punto de casarse. Recibe la noticia y pasa a buscar, con su auto, a su primo que hace mucho no ve, Pipa (Bigliardi). Este es un tipo bohemio, músico, espontaneo y atropellado. Al principio el aire se corta con cuchillos y ambos deben adaptarse al otro en las horas que dura ese viaje. El film tiene dos estructuras bien marcadas, en una primera parte es una road movie, en la cual se adquiere la mayor intensidad narrativa. Los desencuentros y las diferencian entre los primos parecen insalvables. Pipa se ocupa de complicar el viaje y meter a Esteban en un percance tras otro. En la segunda mitad, cuando llegan a Villegas, decae el gran ritmo narrativo del comienzo y se torna más pausada, pero gana en lo técnico, hermoso planos, producto de una gran trabajo de fotografía se apoderan de la pantalla, el pueblo, la vida en el campo, las casas son transmitidas con gran riqueza visual, como ese travelling de 360 grados que nos muestra un impecable panorama del campo, mientras Pipa tiene una conversación con su padre. Además, hay que rescatar otro gran acierto más del largometraje que es su soundtrack, se escuchan deliciosas canciones compuestas especialmente para el film por Nacho Rodriguez (Onda Vaga), y una joyita de Marlene Dietrich. De a poco las diferencias entre los primos comienzan a desvanecerse, para dar lugar a esos chicos de pueblo que alguna vez fueron. Una historia que apuesta al encuentro, después del desencuentro y que más allá de los caminos que uno ha tomado en la vida, siempre es bueno volver al punto de partida.
Entre caminos No siempre se llega a buen puerto cuando se utiliza el recurso del viaje de un punto a otro como curva transformadora de personajes. Si los que viajan son idénticos a los que vuelven; arrastran las mismas virtudes y miserias, eso significa que hay algo que no funcionó en la película. Afortunadamente, con Villegas ocurre todo lo contrario y es por eso que la ópera prima de Gonzalo Tobal presentada en la Competencia Argentina en el último Bafici no puede pasar desapercibida o recibir el mote de road movie convencional, aunque su primera mitad adopte los códigos de ese tipo de propuesta, en su segunda etapa el relato se estaciona –por así decirlo- en el pueblo de General Villegas en un muy corto período de tiempo para remover historias y construir desde los fragmentos por un lado la identidad del abuelo que falleció, por otro el retrato de una familia y en un segundo plano la radiografía íntima de un pueblo con más de 100 años de historia. La precisión a la hora de delinear el reencuentro entre dos primos, Esteban y Pipa, distanciados, que deben verse nuevamente las caras para asistir a su General Villegas natal y despedir los restos de su abuelo junto a las respectivas familias habla a las claras de un guión de Gonzalo Tobal muy bien escrito que sirve de marco a situaciones cotidianas donde se ponen en juego los sentimientos y se renueva la mirada sobre lo perdido: la familia, la infancia, los amigos, los recuerdos, los miedos y los proyectos futuros. También el contacto con la fisonomía de un pueblo, sus espacios (en especial el campo familiar) y sus rostros. Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi, indiscutidos exponentes de una nueva camada de actores muy interesantes, merecen un reconocimiento por sus actuaciones pero más allá de eso por lograr el verosímil en el vínculo y en la historia, nunca sobreactuando ese sutil distanciamiento que por momentos parecería reducirse al aflorar los sentimientos ligados a la infancia antes de partir a buscar suerte en Buenos Aires aunque en otros se prolonga cuando las irreconciliables diferencias, Esteban estructurado y a punto de casarse con Rosario mientras que Pipa no tiene conflicto con fluir y dejarse arrastrar por lo que el camino propone, emergen entre reproches, envidias, experiencias distintas de vida y maneras de ser y afrontar los caminos hacia un horizonte. Como reza una de las estrofas del leit motiv de Nacho Rodriguez (Onda Vaga): sólo queda salir si hasta los ojos que nos miran están vacios. Villegas explora ese vacío que genera todo duelo y hace de la búsqueda su verdadero camino.
Sensible viaje al interior A media voz, sin estridencias, con un lenguaje contenido, tenuemente melancólico, al mismo tiempo reservado y virilmente tierno, Gonzalo Tobal sale al encuentro de dos muchachos de treinta, primos inseparables en la infancia, hoy distantes, cuando las circunstancias -la muerte del abuelo- vuelven a aproximarlos en un viaje a su ciudad natal, General Villegas. Es aparentemente sólo un paréntesis en sus vidas, un alto en la rutina que lo encuentra a uno, Esteban, más formal, establecido en un buen empleo y a punto de casarse (aunque no parezca demasiado convencido) y al otro, Pipa, bohemio, impulsivo y espontáneo, que ha buscado canalizar a través de la música su moderada rebeldía. Pero serán días determinantes para los dos; días en que el reencuentro con la familia y con los lugares y los recuerdos de infancia fomentarán la introspección, el autoconocimiento, la reflexión sobre el camino recorrido y sobre las elecciones que han hecho y las que deberán adoptar. La frecuentación y las contadas pero significativas experiencias que vivirán allí conducirán a la evolución del vínculo que ha perdurado bajo los roces que empiezan a manifestarse durante el viaje de ida en el auto de Esteban y que incluso se hacen explícitos en un brote de violencia. A Tobal no le hacen falta demasiadas líneas de diálogo para exponer las diferencias que hoy separan a los dos muchachos ni tampoco para describir después los interrogantes que se agitarán en el interior de cada uno. Le basta con una puesta en escena inteligentemente concebida y fruto de una esmerada elaboración: en la notable secuencia del viaje, por ejemplo, los gestos, los tonos, las miradas y las actitudes de uno y otro dicen más que las escasas palabras acerca de los caminos divergentes que los han ido distanciando y generando entre ellos algún recelo. En la segunda parte de la película, durante la estadía en Villegas, la turbación interior, la lenta, paulatina toma de conciencia de los propios deseos y los propios errores, la asunción de las propias responsabilidades se traducen en términos dramáticos: la escena en la casa del abuelo, ahora deshabitada, pero colmada de objetos que hablan del pasado, tiene, por ejemplo, una elocuencia que el talentoso realizador se abstiene de subrayar. Esa mesura, esa apuesta por un lenguaje tan contenido, podría hacer peligrar la emoción, pero Tobal lo maneja con una sutileza que lo revela como un experto en matices. Y en ese sentido, son fundamentales su sensibilidad y firmeza para la dirección de actores. Se aprecia en la homogeneidad de todo el elenco, pero sobre todo en los dos protagonistas, Esteban Bigliardi y Esteban Lamothe, cuyo compromiso interior vuelve transparentes a sus respectivos personajes. Otros aportes que merecen ser destacados son la banda sonora (tanto por la música original de Nacho Rodríguez Baiguera como por la elección de las grabaciones incluidas, entre ellas una de Marlene Dietrich), la bellísima fotografía de Lucas Gaynor y el ejemplar montaje de Delfina Castagnino.
Un cruce de rutas interiores Dos primos viajan a la ciudad de Villegas, donde los espera el velorio de un abuelo. Con esos elementos, el director traza un fresco en diferentes planos, que permite observar un medio, una clase y unos personajes, sin el menor subrayado. Después de Tan de repente, la Chacabuco de Otra vuelta, los pueblos desolados de Balnearios e Historias extraordinarias y la San Pedro de La vida nueva, el cine argentino vuelve a ponerle no sólo nombre, sino cuerpo y espíritu a las ciudades de la provincia de Buenos Aires. A General Villegas –de tan sobria, tan segura de lo que quiere, la película no menciona ni una sola vez a Manuel Puig o su obra– viajan los primos treintañeros Ernesto y Pipa, tras varios años de residencia en Buenos Aires, llamados por la muerte del abuelo. En Villegas estarán tres días. Tres días tras los cuales, como piden los manuales de guión, tal vez no sean los mismos. Pero sólo tal vez: la diferencia entre esa convención dramática y la ópera prima del graduado de la FUC Gonzalo Tobal (Buenos Aires, 1981) es que en Villegas todo lo que pasa pasa por dentro. Por lo cual tampoco es posible tener del todo claro qué y cuánto les pasa a los personajes en esos tres días. Ni por cuánto tiempo: ni el propio Tobal parecería saber –o interesarle– qué pasó antes o qué pasará después con ellos. Parece casi una broma que “los estébanes” Lamothe y Bigliardi sean primos: cinematográficamente, es como si vinieran siéndolo desde siempre. Desde las simultáneas Todos mienten y Castro (2009), sobre todo. Con sólo ver el interior de los departamentos de Esteban (Lamothe) y Pipa (Bigliardi) quedan a la vista las diferencias entre ambos. El de Esteban es amplio, impecable, lleno de mueblería nueva y líneas rectas: la vivienda de quien hizo todo lo necesario para consolidarse en su estatus de clase media-tirando a alta. El de Pipa es un kilombo. Casi como si su personaje fuera la continuidad del de Un mundo misterioso (2011), donde de un día para otro era expulsado del paraíso y no sabía para dónde disparar. Tampoco aquí, como se irá viendo tan de a poco como se muestra todo en Villegas. Escrita por Tobal, la película es todo un modelo en el uso de las elipsis y la dosificación de la información. Hasta que llegan a Villegas y se encuentran con el velorio –pasó un tercio de película a esa altura– no termina de saberse del todo qué clase de compromiso familiar llama a Esteban y Pipa, más allá de alguna referencia al paso, que puede hacer pensar que algo pasó con el abuelo. Algo más de manual de guión es esa correspondencia tan perfecta entre personalidad, look personal y estilo decorativo. “¡Dejate de joder, parecés mi viejo!”, le chumba Pipa a Esteban, luego de una primera pelea. Se refiere al pelito corto, la chomba Lacoste, el pantalón de vestir, el gesto ceñudo, la rigidez: Esteban es como su departamento. Desde ya que Pipa lleva el pelo revuelto, la barba crecida, está vestido de cualquier manera, carga con varios bultos y fuma porro. Más interesante, menos visible, es el modo en que encaran el viaje, como una reducción a escala de aquél con que parecen haber conducido sus vidas hasta allí. Esteban, que es el que maneja (tiene un buen auto, claro), quiere ir directo a Villegas, llegar a tiempo y sin escalas. Pipa divaga: quiere parar en el restorán de Junín donde lo hacían de chicos, con el abuelo. Se levanta a la empleada de un 48 horas, propone un camino alternativo en el que tal como parece haberlo hecho él, se pierden; en algún momento dudará si seguir o volverse a Buenos Aires. Si la idea misma del tiempo atraviesa Villegas, tanto como la de las dispares opciones de vida (el tiempo del viaje, el de la infancia, el tiempo transcurrido, el que vendrá), el tiempo histórico aparece en dos planos (dicho tanto en sentido cinematográfico como en el geométrico). Un tiempo histórico cercano, en la que tal vez sea la mejor escena de la película: aquélla en la que Pipa y Clara (hermana de Esteban, con la que en el pasado tuvo algo) visitan la casa vacía del abuelo. Una casa que a través de sus cuadros, atrezzo y long-plays parece desparramar bloques de historia. El otro tiempo histórico, lejano, surge cuando Pipa y Clara van a parar, en aquella misma secuencia, a la plaza del pueblo, presidida por la estatua del héroe del lugar. No otro que el general Villegas, obviamente. Buena ocasión para que Pipa le cuente a Clara quién era el hombre: el último líder de la Campaña al Desierto. Alguien podrá argüir que la escena está forzada, para poder “meter” esa referencia: suele ocurrir con los hechos históricos muy distantes, no hay otro modo de conjurarlos. Lo interesante es que ese cruce de segmentos dispersos (la intimidad de los protagonistas, el clima familiar, las calles de la ciudad a la noche, la propiedad agrícola del padre de Pipa, agricultor próspero) va armando una suerte de fresco en pedazos, que permite observar un medio, una clase y unas personas, sin el menor subrayado y con una fotografía (gentileza del DF Lucas Gaynor y de Fernando Lockett, aquí camarógrafo) que, en su reiterado uso de las líneas horizontales, también parece hablar de caminos en línea recta, que pueden seguirse o no.
Siempre es difícil volver al barrio Esteban es Esteban pero su primo es Pipa. Esta manera de plantarse frente al mundo o mejor, de cómo los registra el universo en que se mueven estos dos treitañeros, es la primera diferencia que establece desde el vamos Villegas, ópera prima de Gonzalo Tobal, que juega con las similitudes y puntos en común entre los protagonistas para llegar a una síntesis que tiene que ver con el paso del tiempo y los lazos afectivos. Desde que Esteban y Pipa (gran trabajo de Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi) se suben a un auto para volver al pueblo en donde nacieron convocados por la familia para el funeral del abuelo, la tensión entre ambos es indisimulable. Se adivina un pasado lleno de momentos compartidos y un punto de quiebre que seguramente tiene que ver con la mudanza de ambos a Buenos Aires. Mientras que Esteban es prolijo, correcto, tiene un empleo en una empresa y está a punto de casarse, Pipa no termina de hacer pie en la música, acaba de separarse de su banda y duda entre perseverar en la gran ciudad o volverse a Villegas para trabajar en el campo familiar. El relato entonces es el reencuentro de dos primos, amigos por sobre todas las cosas, a los que la vida los distanció, para volver al principio de todo, al refugio de la familia, a constatar que siempre van a ser diferentes pero mucho más parecidos de lo que ambos están dispuestos a admitir. Cálida, emocionante, pautada por el viaje primero y la estadía en el pueblo para el final, el film siempre encuentra el tono justo para contar lo que se propone, con una extraordinaria banda de sonido a cargo de Nacho Rodríguez (Onda Vaga), que es un hallazgo para acompañar la sensibilidad de la puesta que muestra a dos hombres a la hora de las definiciones.
De donde venimos Esteban (Esteban Lamothe) Y Pipa (Estaban Bigliardi) son dos primos, muy diferentes, que deben viajar hasta el pueblo donde nacieron para asistir al entierro de su abuelo. Esteban es el primo serio, formal, con un buen trabajo, un auto y un futuro casamiento; Pipa es el bohemio, colgado, que parece que todavía no sabe bien que quiere hacer con su vida. Por más que vivan en la misma ciudad, parece que hace tiempo que no se ven, pero Esteban, como buen primo, accede a llevarlo en su auto. Durante el viaje se van notando las diferencias, las tensiones entre los dos, por más que ninguno mencione nada, y solo hablen de pavadas, de obviedades. Pipa comienza a recordar momentos con su abuelo, los lugares adonde iban, y con su cuelgue y sus recuerdos, consigue desviar de la ruta al primo organizado. Es cuestión de tiempo para que las personalidades choquen, las tensiones exploten de una vez, y se digan en la cara todo lo que tienen guardado. De eso se trata la primera mitad de la película, de silencios, de climas, de rutas, que dicen mucho. De esas personas que al verlas nos recuerdan de donde venimos, quienes fuimos, y que logran que tal vez no nos guste demasiado quienes somos ahora. La llegada al pueblo termina por enfrentarlos de cara al pasado, a la vida que dejaron atrás. Así la segunda mitad de la película, es un retrato de la vida que tuvieron, la familia, las expectativas que tienen sobre ambos primos, los recuerdos, las salidas con amigos que hace muchos que no ven. Un pueblo que sigue igual, les muestra que ellos ya no son los mismos, pero que por más diferentes que sean ahora, siempre va a haber algo que los una. Lo más destacable de la película son las excelentes composiciones de Esteban Lamothe, y Esteban Bigliardi. La forma natural en que se relacionan, como llevan los silencios y las tensiones dentro del auto, la conexión que hay entre ambos. La fotografía es sencilla e impecable, y la música es un elemento más que ayuda a decir mucho sobre la historia sin necesidad de que los personajes hablen. El excelente clima logrado durante esa especie de road movie que es la primera mitad de la película, decae bastante una vez que llegan al pueblo, y el relato se hace un poco más pesado, y pierde dinamismo. Aun así la historia es conmovedora de un modo sencillo, concreto, un viaje en el que las emociones contenidas se liberan, y los personajes se enfrentan con su pasado y con ellos mismos.
Los caminos de la vida Villegas es una película de caminos: asfaltados y subjetivos. En la primera parte, es una road movie plena: dos primos (Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi) viajan en auto hacia su pueblo de origen, General Villegas, por la muerte del abuelo de ambos. Es claro, aunque no lo digan, que sus destinos se fueron bifurcando. El malestar subterráneo se hará evidente en plena ruta. Pero al llegar allá, alejados del hipertenso corazón porteño, cada uno irá -quién sabe- reencontrándose, o reencontrando al otro, o, simplemente, asumiendo el irreversible paso del tiempo, ese asombroso descubrimiento de los que rondan los treinta. La opera prima de Gonzalo Tobal, egresado de la FUC, es sutilmente clásica, de gran solidez (que no es lo mismo que rigidez) formal, con actuaciones medidas y al mismo tiempo espontáneas. Lo callado es más importante que lo dicho. Lo dicho jamás es grave ni retórico. Lamothe y Bigliardi, que han hecho parte de sus carreras juntos, logran momentos de verdad, luminosamente naturales. Esteban (Lamothe) es más adaptado, aburguesado, previsible: está por casarse, tiene que volver para trabajar. Pipa (Bigliardi) parece más anclado a la juventud; también, a la experimentación, al impulso, al extravío. Tobal no toma partido: ni siquiera roza las torpezas del maniqueísmo. Pipa lleva su guitarra. En Buenos Aires tiene una banda, en la que alguna vez estuvo Esteban. Ya no. Pero la música no sólo marca desuniones: une puntas de lazos, incluso temporales. Desde la bellísima Where Have All The Flowers Gone? , cantada por Marlene Dietrich desde el tocadiscos del abuelo, hasta una tersa canción de Nacho Rodríguez, de Onda Vaga, compuesta para el filme. Para bien o mal, Villegas prescinde de picos dramáticos. Opta por reflejar, con delicadeza, el ánimo de sus protagonistas. En una secuencia, los primos se encuentran adentro de un silo familiar -son de clase media alta-, semihundidos en el maíz. Se comportan como chicos en un pelotero, como si recuperaran algo, algo así como una dicha compartida, que se escurre como los granos entre sus dedos. El camino de vuelta los espera ahí, con sus desvíos.
Recuerdo la felicidad que sentí tras haber visto Villegas, la ópera prima de Gonzalo Tobal, durante el 14º Bafici, sensación que casi un año después todavía perdura. Con una alineación personal de estrenos que parecía haber tocado un techo temático -prácticamente todas las películas elegidas estaban protagonizadas por adolescentes-, un film que abordaba desde la comedia una etapa de madurez, igual que lo había hecho Masterplan días atrás, era refrescante. Igual lo fue estar frente a los Estebanes, Lamothe y Bigliardi, dos exponentes del cine independiente actual y presencias frecuentes entre los múltiples estrenos del festival, ambos con las sólidas interpretaciones a las que acostumbran, repartiéndose el peso de un protagónico compartido. Villegas es una película de transición. Durante una buena parte es una valiosa road movie, el viaje de los primos hacia la ciudad que los vio nacer, con los dos centrales como polos opuestos que ven con decepción en lo que el otro decantó. El trayecto encuentra peleas, anécdotas y un vínculo que se renueva, todo acompañado por buenas dosis de humor ejecutadas con perfecto timing en manos de los sobrios actores, así como también una banda sonora notable y personal que cuenta con la firma de Nacho Rodríguez de Onda Vaga. Allí se pondrá de manifiesto uno de los logros centrales de Tobal: el lograr una empatía perfecta con ambos personajes. El espectador se corre de uno al otro, siente a cada cual desde la mirada de su interlocutor. Pipa (Bigliardi) abre la boca y en buena medida suena impresentable, pero cuando Esteban (Lamothe) le contesta es imposible no percibir lo impostado de quien intenta dejar su vida atrás y se fuerza a crecer. Una vez compenetrados con los presentes de sus protagonistas, Tobal nos conduce por uno de los mejores viajes que el cine argentino ha visto en el último tiempo, trayecto que eventualmente termina y deriva en la segunda etapa de la película: los duelos. El entierro del abuelo es el literal, la razón del reencuentro. El otro es el personal, el que realmente nos importa, la introspección de ambas partes que por fin se reflejan en el espejo del otro y, por primera vez, no les gusta cómo se ven. Inevitablemente la llegada a destino es la pérdida del ritmo. Los vínculos familiares y las amistades recuperadas hacen que la película crezca y en parte se extrañe el tiempo anterior, el de la comedia, el de la ida. Su llegada es la de las imágenes más bellas, la de la más lograda fotografía y el aprovechamiento del espacio campestre. Es también la de la emoción y el crecimiento real, la etapa necesaria para que una de las grandes películas pequeñas del último tiempo termine de madurar.
En ruta hacia el conocimiento Si bien por momentos ralenta el ritmo en el desarrollo del guión, pone de manifiesto una temática que nunca pierde vigencia, que es esa de la vuelta al hogar de la infancia y enfilar por el camino a la adultez, de uno seres exquisitamente interpretados por dos valiosos actores: Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi. Esta "opera prima" de Gonzalo Tobal, para sus dos protagonistas Pipa (Esteban Bigliardi) y Esteban (Esteban Lamothe), que son primos, es una suerte de viaje en varios aspectos: el de un retorno obligado, desde Buenos Aires a General Villegas, donde que ambos nacieron y el de enfrentarse a un balance de lo que han logrado en sus vidas, a la vez que un reencuentro con su familia, amigos y ex novias. Pipa y Esteban, viven en Buenos Aires, pero no se frecuentan. Uno es músico, el otro, se presume que trabaja en una empresa, con un estricto horario a cumplir. Pipa transmite la imagen de un joven más bohemio, mientras que Esteban parece un empleado administrativo, prolijo, impecable en su imagen, medido en sus palabras, en sus gestos. CUENTAS A SALDAR Por lo que se muestra en las primeras escenas, ambos jóvenes tienen algunas cuentas que saldar. En principio no simpatizan mucho uno con el otro. No obstante, cuando Esteban recibe la noticia de la muerte de su abuelo, de inmediato llama a Pipa, para viajar al entierro juntos. Esa vuelta al origen y viajar en auto juntos algunas horas, los enfrenta a ciertos detalles que uno parece no aceptar del otro. Un tramo de la ruta cortada, un desvío en el camino y una pequeña discusión, hace que Pipa le de una trompada a Esteban. A su vez más tarde Esteban debe socorrer a Pipa, que parece ahogarse en cierta angustia e inseguridad que lo invade y no sabe cómo expresar. Lo cierto es que según lo que muestra el director, ese viaje obligado que deben hacer los dos primos, para reencontrarse con sus familia, en un momento de pérdida y dolor, pone en crisis la capacidad de adaptación de uno y otro, a una ciudad tan compleja como Buenos Aires. DOS PERSONAJES "Villegas" es un interesante estudio psicológico sobre dos personajes, dos jóvenes de treinta años, que ponen al desnudo sus inseguridades, sus logros, su manera de demostrar afecto, o de aceptar el camino a la adultez. Esto último queda ampliamente demostrado cuando Esteban sabe claramente que regresará a Buenos Aires, mientras que Pipa duda ante la oferta de su padre, de ayudar en el campo, en el que crian ganado. El filme es sensible al ir desarrollando distintas instancias, que con gran acierto, van poniendo al descubierto lo que une y separa a sus protagonistas. Aunque lo meritorio es como Tobal, va revelando ciertos rasgos de Pipa y Esteban, quienes en medio del entorno familiar, parecen ir reencontrándose, limando asperezas, estableciendo complicidades, que tal vez, los unían cuando eran adolesentes o niños. "Villegas", si bien por momentos ralenta el ritmo en el desarrollo del guión, pone de manifiesto una temática que nunca pierde vigencia, que es esa de la vuelta al hogar de la infancia y enfilar por el camino a la adultez, de uno seres exquisitamente interpretados por dos valiosos actores, de marcada trayectoria en el teatro local: Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi.
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Un viaje a Villegas sin mucho que contar Un muchacho recibe la noticia de la muerte del abuelo. Le avisa al primo, pasa a buscarlo con su auto y ambos parten de Buenos Aires a Villegas, un viaje de siete horas que ellos extienden con un desvío, cena y sobremesa en restaurante, alguna discusión, y un tiempito haciendo noche al costado del camino. Llegan a la casa paterna, saludan a la familia, se lavan, se cambian, total el muerto no tiene apuro, y una vez cumplido el trámite tampoco tienen apuro en volver. Para estar en sintonía, el público debe ver esta obra sin apuro alguno. La idea es buena. También es bueno el tono elegido para desarrollarla. Tranquilo, contenido, con ocasionales amagos de disrupción. Un personaje es medio formal, con novia oficial ausente, el otro es medio informal, sin novia, los dos son flacos de aspecto entre fastidioso, engrupido y aburrido, los demás parientes también son flacos y medio formales, y casi todos secos (de carácter). Más tarde se arriman unas flacas con ganas de guerra. A una la paran en seco (de mala educación) y del encuentro con la otra no veremos el resultado. Tampoco vemos mayores conflictos, aunque cabe sospechar que algo pasa por la mente de los protagonistas. Interrogantes ¿Pasa también algo entre ellos? ¿Será que nunca lo sabremos? Como sea, cada uno debe resolver su vida. En todo caso, la sangre no llega al río, y en muchos casos no llega ni siquiera a la superficie de la piel. ¿Tendrá consecuencias liberatorias la presencia de otra flaca más amable que vive a mitad de camino? Porque ella es la última esperanza de que pase algo. Eso es todo, y si el espectador no espera más, puede que disfrute de algo. Tal parece ser la idea del autor. Es linda la parte donde casi se chocan unas vacas en medio de la noche. También la figura del padre sugiriendo al hijo la posibilidad del regreso. En dos semanas querrá hacerlo volver a Buenos Aires de una patada.
Un viaje que acerca Villegas sigue a Esteban (Esteban Lamothe) y Pipa (Esteban Bigliardi), dos primos que luego de no verse por mucho tiempo, se reúnen para emprender un viaje a General Villegas tras recibir la noticia del fallecimiento de su abuelo. A medida que atraviesan la provincia en el auto de Esteban, salen a la luz algunos reproches y rencores, a la vez que surge el deseo de recuperar recuerdos compartidos. En esta ópera prima de Gonzalo Tobal vista en la última edición del BAFICI, el viaje significa tanto la despedida de un ser querido en común, como el reencuentro y la reconciliación de pares, luego de años de resentimientos. Con una narración lineal, el director sale de la ciudad para volver al campo, revalorizando las vastas tierras y el ganado, mediante impresionantes travelings y paneos de 360°. La complicidad de Tobal con sus personajes se evidencia en el retrato de la amistad y el paso de la juventud a la adultez, con la asunción de responsabilidades y roles que ello acarrea.
La ópera prima de Gonzalo Tobal es un clásico exponente de lo que podría llamarse el post- NCA. Historias simples, directas, donde lo que importa es el perfil de cada personaje y la fuerza del film radica en esa construcción, hace centro ahí. “Villegas” es una propuesta particular que además, plantea con convicción algunos versus interesantes en su devenir: pueblo y ciudad, distancia y cercanía, pasado y presente, decisión y duda, entre los más relevantes. Dos primos, con miradas distintas de la vida, (encarnados por dos Esteban: Lamothe y Bigliardi), se unen en un viaje corto (serán tres días en total) de regreso a su tierra natal, ante la noticia del fallecimiento de su abuelo. El primero (Estaban, en la trama) es un pibe ya mimetizado con la ciudad, porteño, con alto nivel económico y a punto de casarse, el segundo, Pipa, un bohemio músico al que las cosas no le van bien. Contraste obvio, mientras uno representa lo formal, debido y correcto, el otro dinamita la norma ni bien puede. Su relación irá cambiando a lo largo de la escapada, y si bien viven existencias diametralmente opuestas, lo cierto es que el afecto por General Villegas, lo tienen intacto, aunque haya que descubrirlo después de mucho rato. En este regreso, los dos tendrán cuestiones importantes, familiares y emocionales que resolver. La película nos invita a descubrir como cada uno encara ciertos temas álgidos para procesarlos. Esteban (Lamothe) es parco y tímido, contenido y meditabundo por su futuro. Pipa desconcierta con su desajuste interno y entre los dos, los cruces no se hacen esperar, además, “el pueblo” (los amigos, las ex-novias, los conocidos) reclama (son hijos de ese terruño) y ellos se debaten en cómo enfrentar esa demanda. Lo mejor de la propuesta es el enfoque que hace hacia el desarraigo y la relación con el origen, ahí, el debut de Tobal se hace fuerte. “Villegas” está bien filmada, avanza a paso firme en su trama y nunca se desvía del camino (como si le pasa a sus protagonistas). La historia está contada con oficio y tiene momentos logrados (dentro de los cuales los contrapuntos entre los protagónicos se llevan las palmas), el trabajo técnico es sólido y quizás solo pueda decirse que (en el debe), en algunos momentos la historia se torna lenta, pierde ritmo y elige la contemplación como primera respuesta frente a los eventos que desfilan. Más allá de eso, una película chiquita pero convincente que no deberían dejar pasar.
¡Que vivan las diferencias! El Partido de General Villegas se encuentra ubicado en el Noroeste de la Provincia de Buenos Aires, a 465 kilómetros de la Capital Federal. Con una superficie de 7.232,80 km2, constituye el cuarto distrito en extensión de la Provincia. Es en esta ciudad donde el joven director y guionista Gonzalo Tobal decide desarrollar la trama de su primer largometraje. La película narra la historia de dos primos que, luego de un tiempo sin verse, deben emprender un viaje a su pueblo natal (Villegas) tras recibir la noticia del fallecimiento de su abuelo. Así comienza un recorrido en cuatro ruedas por las rutas argentinas y sus hermosos paisajes. Esteban (Esteban Lamothe), al mando del volante, y Pipa (Esteban Bigliardi) como copiloto, parecen dos desconocidos en un primer momento y, a medida que avanzan en su camino, se hacen más marcadas las diferencias entre ambos. Esteban es una persona bastante estructurada, a punto de casarse, con un buen empleo, muy juicioso a la hora de tomar decisiones y poco demostrativo. Su primo, en cambio, es un loco divertido, músico y bohemio, a quien le gusta vivir el momento despreocupándose de todo lo que ocurre a su alrededor. Tras unos cuantos inconvenientes ocasionados principalmente por Pipa, llegan a General Villegas para asistir al entierro del difunto y arreglar algunas cuestiones del negocio familiar. En esta segunda parte, Tobal se encarga de transmitir al espectador toda la belleza del campo mediante imponentes planos y movimientos de cámara. Hasta nos regala una vista de 360º para que podamos apreciar los colores intensos de la naturaleza del lugar. Si de actuaciones hablamos, ambos Esteban interpretan sus respectivos papeles correctamente. Lamothe es un joven actor en crecimiento que sabe muy bien lo que hace. Logra un personaje misterioso y un tanto obsesivo sin problema alguno. Bigliardi encanta con un papel tan gracioso como el de Pipa; con gestos pícaros y espontáneos y con una forma de hablar pausada pero amigable, logra que el espectador ría en más de una ocasión. Importante me parece destacar la labor de Nacho Rodríguez, quien fue el encargado de la composición de todos los temas del film. Cada una de las canciones describe a la perfección una situación en particular. Un punto en contra para Villegas es la abundancia de tiempos muertos en muchas de las escenas, lo cual hace que se pierda la esencia de lo que se está contando y hasta, por momentos, la vuelve un tanto pesada. Claro aunque sencillo es el mensaje que Tobal nos quiere dejar con su ópera prima. Dos primos que, a medida que transcurre la película, van reencontrándose y aceptándose uno al otro a pesar de sus diferencias. Dos personas con las mismas raíces, que por distintas razones tomaron rumbos diferentes, ahora se debaten entre lo que son y lo que fueron. El poder de los recuerdos y el pasado por sobre las acciones y actitudes presentes.
Dirigida por Gonzalo Tobal, muestra el camino de dos primos que regresan a la ciudad del título por un familiar. Distintos, con recuerdos en común, con una mirada hacia el replanteo, la familia, el entorno. Con aciertos en el tono, buenos actores, algunos problemas de guion. Vale.
Ojalá el cine argentino comprendiera que éste es el camino. Esta parece una historia chica: dos primos viajan al entierro de su abuelo desde la Capital, donde están instalados, hasta su pueblo natal, el Villegas del título. Ambos son muy diferentes (interpretados por dos actores geniales como Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi) y el viaje los confronta a uno con el otro y a ambos con su origen y su futuro. Y todo es amable, límpido, creíble al extremo y, sobre todo, atractivo. Vaya y disfrute.
Toda una sorpresa esta ópera prima de Gonzalo Tobal. Formó parte de la seleccion del Festival de Cannes el año pasado. Perdidos en los sueños En los primeros segundos del film, toda la pantalla aparece ocupada por un partido de fútbol, el deporte más masivo del mundo. De los once jugadores, sólo el arquero es el portero del arco, el único que puede tomar la pelota con la mano. También está lo que se mueve detrás del fútbol, saber, poder, inteligencia, reglas – la lógica del deber ser- pero sobre todas las cosas: la pasión. De alguna manera esta imagen inicial -que se ve interrumpida por una llamada telefónica- nos muestra que uno de los protagonistas acaba de escuchar algo que inmediatamente percibimos como una mala noticia: su primo le comunica que ha muerto el abuelo de ambos. Esto que comienza como una “road movie” de Buenos Aires a General Villegas será un encuentro entre dos hombres de 30 años que poseen dos formas antagónicas de percibir el mundo y por lo tanto de moverse en él de acuerdo a su propias reglas. Uno es una especie de yuppie, que da cuenta por su discurso, que posee una vida armada, -lo que se supone suelen esperar algunos padres- trabajo fijo, casa, auto, y una novia con la que espera casarse. El otro, un músico bohemio e impulsivo, que pasa de una banda a otra y que se mueve a todas partes con su guitarra, como su compañera de ruta, lo cual le aporta por momentos una dosis extra de ternura, sobre todo si pensamos el carácter del viaje. Durante el trayecto comparten recuerdos, anécdotas, en las que a veces no coinciden y en el camino terminan durmiendo en la ruta. Las tensiones se profundizan, a la vez que surgen inevitablemente experiencias de vida que le producen a ambos intensas reflexiones sobre su existencia, las cuales ahondaran en su pueblo natal, lo cual no garantiza modificaciones. Dos grandes actuaciones, sólo tres días, un velorio, un entierro y la familia de ambos. Villegas es también otro personaje, – no solo un punto de inflexión existencial- sino que su director se ocupa de mostrarnos esa otra realidad, que es parte del campo argentino, sus necesidades y sus logros. Pero todo esto aparece en función de la recuperación de la intimidad de estos primos, aunque se hable tambien que el General Villegas fue el último exterminador de la campaña de Roca. Es posible que la escena de ambos saltando y cantando – una canción compuesta por Esteban Vigliardi- en el silo de maíz configure un resumen sobrio y tierno de ese reencuentro desde una pasión compartida como es la música. Un muy buen film con una sutil pero siempre presente sensibilidad, primer largo del cortometrajista Gonzalo Tobal. Dos actores que vienen empujando con mucha fuerza en la cinematografía argentina como son Esteban Bigliardi (Un mundo misterioso, 2011) y Esteban Lamothe (El estudiante, 2011. Entre todos los rubros sobresalen la fotografía de Lucas Gainor y la excelente música de Nacho Rodriguez Baiguera. Dos personalidades opuestas, la lógica del deber ser y la pasión a toda costa. Un clima más que logrado en este breve e intenso regreso al pasado, que nos deja pensando en la imprevisible incertidumbre del futuro que cada uno de ellos tiene, como portero del arco de su vida. Sobre presentaciones y Premios obtenidos: BAFICI – Competencia Nacional – Argentina – Premio ACCA – Mención FEISAL Festival de Cannes – Selección Oficial – Francia Filmfest Munich- Spotlight – Alemania Cine del Mar Film Festival – Selección Oficial – Uruguay – Premio Mejor Película Haifa IFF- Selección Oficial – Israel BFI London FF – Sección Love – UK Warsaw IFF – Sección Discoveries – Polonia Sao Paulo IFF – Competencia New Filmmakers – Brasil Viennale IFF – Selección Oficial – Austria Thessaloniki IFF – Sección Open Horizons – Grecia Cali IFF – Selección Oficial – Colombia Gijón IFF – Competencia Rellumes – España Goa IFF – Cinema of the World – India La Havana IFF – Competencia Operas Primas – Cuba Sobre su Director: Gonzalo Tobal nació en Argentina en 1981. Escribió y dirigió los cortometrajes Cerrar la Tapa, Álbum Familiar en cuatro entregas, Ahora todos parecen contentos y Cynthia tiene las llaves, con los que participó en gran cantidad de festivales nacionales e internacionales. Con Ahora todos parecen contentos obtuvo el Primer Premio de la Cinéfondation del Festival de Cannes 2007. Cynthia todavía tiene las llaves se presentó en la Semana de la Crítica de Cannes 2010. Su primer largometraje, Villegas, se estrenó en la Selección Oficial del Festival de Cannes 2012.
¿Adónde se han ido todas las flores? En los papeles, Villegas tiene toda la pinta de erigirse a modo de inventario de una serie de viejos rencores, acaso de miedos, de cuentas pendientes, de sueños rotos: dos primos que hace mucho que no se frecuentan viajan de Capital a General Villegas, en la provincia de Buenos Aires, para asistir al entierro de un abuelo. El esquema del reencuentro podría servir de base a una obra de teatro mala –de hecho, el mismo recurso con variantes más o menos felices ha dado pie, también, a unas cuantas películas, algunas menos olvidables que otras–. Sin embargo, en esta oportunidad, el director Gonzalo Tobal decide ignorar con desenvoltura aquello que podría proporcionarle la excusa para hacer el enunciado prolijo y más o menos rimbombante de esos males enumerados arriba. En cambio, entrega una comedia tristona y vital acerca de un par de grandulones en trance obligado hacia alguna forma incierta de adultez. Como una especie de equilibrista modesto, coqueteando entre el rigor y la legibilidad mainstream y los raptos de esa sensibilidad un poco retraída, secretamente orgullosa de los universos “indie” representados en la pantalla –los balbuceos adolescentes del rock machacante que suena en el auto de Esteban al principio y al final de la película, que parece sacado de una escena de Ezequiel Acuña; la calidez de coleccionista que se desprende de los discos de vinilo en el cine reciente; el interés levemente aristocrático por los vericuetos de la historia; el porte desgarbado del actor Esteban Bigliardi, así como su expresión de estar siempre medio a la deriva (como le ocurría en Un mundo misterioso, de Rodrigo Moreno), un poco dejándose llevar por lo que le sale al cruce– Tobal encuentra un tono de gran distinción para su película, una musicalidad que podría definirse como de mid tempo. Salvo en una escena inexplicable a los quince minutos de película, que falla por su carácter explícito y su falta de timing, las diferencias entre los dos protagonistas se presentan de un modo extraordinariamente armónico y fluido; la comicidad nunca estalla sino que funciona mediante leves ondulaciones y movimientos de tono siempre casi imperceptibles, que no son producidos por una desconexión sumaria entre los personajes y lo que los rodea sino merced a elementos sorpresivos que se ponen en evidencia al ser integrados al plano, como cuando se los ve al mismo tiempo a Pipa (Bigliardi) charlando confianzudo con los dueños del restaurant en el que paran durante el viaje y a Esteban (Lamothe) mudo e incómodo en un rincón de la mesa. El director explota con oportunidad lo que se adivina como un carácter de camaradería real de los actores para lograr pequeñas joyas de gracia y verdad inesperadas, como en la escena de la ronda alrededor del fuego mientras se prepara el asado, en la que los peones se ponen al tanto con intención jocosa de las novedades en las vidas de esos chicos crecidos. O el saludo casi coreografiado de los dos recién llegados al resto de los deudos en la casa donde tiene lugar el velorio del abuelo. Tobal filma el campo y a sus habitantes con una sobriedad melancólica, a mitad de camino entre el desapego ciertamente elegante de un director que aspira a ser moderno, y por lo tanto reniega como de la peste de cualquier rastro de cosa que huela a costumbrismo, y la emotividad genuina, hecha de minúsculas percepciones repentinas, de destellos y parpadeos, propia del cine americano “independiente”, que tiene también su discípulos locales. El campo, al contrario de lo que ocurría en la película llamada El campo, de Hernán Bellón, no es aquí una entidad ominosa, de la que se desprenden de pronto cualidades metafísicas capaces de acechar a los visitantes y de minar sus ánimos con malevolencia, sino un universo estático y en cierto modo apacible, sin demasiados sobresaltos ni rasgos particularmente originales. Villegas describe con precisión la vida de los pequeños productores agropecuarios, pero su preocupación no es la sociología sino el desasosiego de orden más bien universal de sus protagonistas, que maniobran entre los mandatos familiares, la incertidumbre laboral y sentimental, los impulsos de realización propios y el horror al fracaso. El último plano está atravesado por una ambigüedad muy bien lograda, que se encarga de impugnar, por si hiciera falta, la apariencia engañosamente simple de la película. Si en un momento Pipa escucha arrobado la versión grabada por Marlene Dietrich de Where Have All The Flowers Gone?, en cuclillas junto al modular de su abuelo muerto, y la letra de la canción sugiere el dolor agridulce de las cosas que se fueron para siempre –la juventud como una especie de paraíso remoto, pero también las oportunidades desaprovechadas o el amor perdido–, el final de Villegas lo muestra a Esteban volviendo a la Capital para encontrarse con su novia (una pesada irremediable de la que el espectador solo sabe que llama a cada rato por teléfono y con la que Esteban planea casarse), mientras suena el disco de rock que Pipa se olvidó en el auto. La letra del tema repite algo acerca de volver y no volver, y el director sostiene el plano del actor hasta que funde definitivamente a negro. Tobal consigue una película cuya serena ambición se corresponde de manera pertinente con los modales sofisticados que por momentos la distinguen.
Bajo un manto de estrellas La noticia de la muerte de su abuelo reúne a Esteban y a Pipa, dos primos que hace mucho tiempo no se ven. El tiempo los ha ido distanciando. Esteban vive en un departamento moderno y parece ser un profesional existoso, mientras que Pipa vive en un PH bastante desordenado y se dedica, digamos, a la música. El velorio y entierro son en General Villegas, bien al oeste de la provincia de Buenos Aires, y la primera mitad de la película se centrará en el viaje que ambos emprenderán, en el auto de Esteban, hasta allí. A lo largo de ese trayecto irán recuperando historias familiares, escuchando canciones, leyendo la Biblia, contando anécdotas, haciendo una parada en una estación de servicio y, luego, en un restaurante en Junín, que marcarán a fuego el resto del viaje, lo mismo que un desvío nocturno producto de un corte de rutas que les complicará llegar a tiempo a Villegas. En esas paradas irá saliendo a la luz de a poco no sólo las diferencias de personalidad y criterios de ambos, sino algunos secretos del pasado. villegas_3Es que Esteban está en pareja (a la que llama todo el tiempo), es más formal y reconcentrado, y parece más preocupado por llegar al pueblo –y volverse rápido- que en el reencuentro familiar. Pipa, en tanto, es músico y mucho más desprolijo en su forma de actuar, algo que irá fastidiando cada vez más a Esteban, comenzando por un largo desplante en un restaurante y siguiendo con una serie de actitudes que marcan claramente sus diferentes personalidades. Tobal filma esta parte del relato casi siempre dentro del auto, manteniendo la cámara cerca de sus dos protagonistas hasta llevarlos a la explosión. “Cagón de mierda”, le dice Esteban a Pipa, acusándolo de no querer llegar a destino. “Estás hecho un muñeco de torta desde que estás con esa mina”, lo acusa Pipa. Sobrevendrán golpes y la mecánica se volverá aún más dura hasta llegar a la ciudad. villegas_2Allí comenzará una segunda parte del filme (arriban al minuto 36 de los 95 que dura la película), en la que el peso del relato estará en las diferentes relaciones entre ellos y el resto de sus familiares reunidos allí. En esa segunda parte, el filme cambiará de aire. Tobal aprovecha para abrir el plano e ir pasando de lo personal a lo familiar y, de allí, a la relación de todos ellos con la ciudad en la que nacieron. Pero, más que nada, la narración seguirá las idas y venidas emocionales de los primos. Pipa, haciendo lo posible por superar el miedo del reencuentro. Y Esteban, reencontrándose con una parte suya que parecía haber olvidado. O que querría ir olvidando… Es en General Villegas cuando la película –que no es tan road movie como parece al principio- encuentra su tono justo. Los cruces familiares, el entierro, los recorridos “turísticos”, las anécdota y pequeñas historias que salen a la luz (en un tono bajo, sin grandes escándalos) van pintando claramente lo que es la vida de una familia en una ciudad de la provincia y las rispideces que surgen cuando vuelven los que se fueron a Buenos Aires. villegas-004En un momento, Pipa y su prima Clara (Lucía Cavallotti) van a la casa del abuelo y empiezan a recorrerla, encontrando archivos y fotos de la ciudad, además de recuerdos y objetos personales. Un disco de Marlene Dietrich, del que se escucha Where Have All the Flowers Gone?, sonará y las tensiones entre todos ellos saldrán, sutilmente, a la superficie. Lo mismo en la noche de Esteban, que tras tomarse unos vinos y tocar la guitarra en el patio de una casa, se irá a bailar, donde también se topará con una sorpresa, claramente preparada por sus amigos que consideran que el viaje también tiene algo de despedida de soltero. Lamothe y Bigliardi –amigos y compañeros de varios proyectos teatrales en la vida real- tienen una química evidentemente muy natural en sus escenas juntos y Tobal plantea claramente (acaso demasiado claramente) cuáles son las diferencias entre estos primos que fueron distanciándose con el correr de los años. villegas-002Todos los encuentros armados por Tobal se muestran sin estridencias, casi como si fueran parte de un álbum familiar, en el que las cosas importantes suceden en las elipsis entre foto y foto, o bien observando y analizando las miradas entre las personas en cuadro. Solo basta ver la secuencia en el campo para notar el procedimiento: simple, sencillo, casi como un Diario de Viaje de alguien que prefiere guardarse las confesiones más íntimas y personales para sí. Es el espectador el que deberá ir descubriendo esos secretos, pero no necesariamente en lo que no se dice en los diálogos, sino mirando hacia adentro, en su propia historia, en la relación que uno mismo tiene con su pasado, con su familia, con el lugar en que nació y creció. Como dicen en la canción que cantan ambos sobre el final, en un bello momento de agresiva reconciliación entre primos: “Herminia, mi niña/No sé donde voy/Pero estaré soñando tu voz”.
A lo mejor para los más puristas el filmar con el corazón no es un requisito indispensable para hacer cine, tampoco figura en ninguna materia de la carrera de director cinematográfico, sin embargo es un factor que claramente marca la diferencia. Eso es a lo que nos referimos cuando una película está “desangelada”. “Villegas” es sin duda una bella muestra de lo expresado, sólo que Gonzalo Tobal le agrega al sentido poético una serie de herramientas intuitivas entre las cuales la confianza en su propuesta es la que más frescura le da a su relato. Esteban (Esteban Lamothe) y Pipa (Esteban Bigliardi) son primos, ambos vienen de la misma ciudad pero con estilos y formas de vida diametralmente opuestos. Lo único que los une es la muerte del abuelo en el pueblo que da título a esta producción, y una infancia presumiblemente feliz, como compinches y llena de anécdotas. Lo primero se revela al comienzo, lo demás lo vamos descubriendo en el viaje que realizan juntos a General Villegas, en las conversaciones informales que tienen, y sobre todo en esos silencios incómodos cuando ya no queda cháchara para tapar los intentos por no tocar ciertos temas. La cotidianeidad y lo orgánico de las actuaciones se transforma en la fuente de donde surge este vínculo tan particular, funcional a establecer el sentimiento de entusiasmo primario cuando se va del interior a Buenos Aires a buscar futuro, pero también la sensación de nostalgia y pesadez cuando toca la hora de pegar la vuelta, a veces triunfal, a veces con una mano atrás y otra adelante. Ante todo “Villegas” es una historia construida de adelante hacia atrás, paradójicamente en el viaje de regreso al pueblo natal, pero esto no impide al espectador identificarse. Acaso porque el viaje interior también está lleno de lugares en los que uno decide anclar antes de profundizarlo. Para destacar las otras virtudes contamos con la dirección de fotografía, que tiene un gran manejo de los exteriores (vea si no la charla nocturna en el medio del campo), y la compaginación que no abusa en la extensión de los planos cuando estos agotaron su propósito. Aún con limitaciones de presupuesto, “Villegas” no sólo es de lo mejor de la producción nacional que se estrenó en el año, sino que abre crédito para esperar el próximo trabajo de éste realizador.
Reencuentro con las raíces Dos primos reciben la noticia de la muerte de su abuelo y son llamados a regresar a su pueblo natal. Ambos a su manera están perdidos y la vuelta a sus raíces les permitirá redefinirse como personas. Un relato paciente, muy sentimental y bien tangible que lamentablemente a pesar de tener un concepto general sumamente delicado y agradable, presenta situaciones un tanto forzadas que no ayudan a la completa empatía con el espectador. Desde el comienzo "Villegas" presuponía lo peor, dos primos completamente diferentes son forzados por decisión propia a compartir un viaje en el cual los juicios hacia la otra persona florecen entre ambos. La situación se vuelve forzada, estereotipada y muy larga, cada escena no encuentra el tono apropiado y encima comete el error de no poder combinar frases hechas con diálogos costumbristas. Todo es absolutamente falso y culmina en una pelea tan absurda como irrisoria. Sin embargo, cuando llegan al pueblo las cosas cambian. Ellos cambian. Ya los juicios de valor tan absurdos como forzados (desde la cámara y personajes) son dejados de lado para ahora con sutileza generar climas amables y emocionales. Resulta que con cada reencuentro familiar, amigos o novias, los dos protagonistas empiezan a soltarse y a disfrutar. Si bien tiene sus altibajos con algunos pasajes algo extraños como la caminata en el pueblo a la noche de Pipa junto a su prima, el espectador logra tener esa identificación tan preciada con los personajes. Tal vez, lo más interesante de la película se encuentre en como la vuelta al pueblo, hace de aquel lugar de donde se fueron un sitio tan ideal para quedarse. Una situación que al personaje de Esteban no le modifica nada ya que el ya planificó su vida, pero en Pipa la cosa se hace inquietante ya que el no tiene un lugar a donde ir. Sin embargo, ambos saben como dice la canción ya no hay nada allí para ellos.
Entre recuerdos odiosos y cariñosos Vale destacar que Villegas tuvo su momento de exhibición en el marco de la última edición de Bafici Rosario, organizado por Calanda Producciones. No sólo por lo que significa la presencia de la película, sino también por la de su realizador, Gonzalo Tobal, quien en mesa de diálogo con el público hubo de compartir experiencias junto a otros realizadores de cine "independiente" (un mote, se sabe, que genera hoy más discrepancia que acuerdo). Es un dato de relieve, porque junto con Mauro Andrizzi, Maximiliano Schonfeld y Luis Ortega -cuyas películas bien vendrían también a la propuesta de la cartelera comercial-, Tobal hubo de exponer su parecer, problemas y búsquedas cinematográficas, desde una modalidad de actividad -la de mesa redonda- casi inédita para el quehacer audiovisual local. Precedida por premios en Bafici 2012 y de un recorrido internacional, Villegas es título así como locación para la ópera prima de su realizador. Desde lo inmediato, distinguir argumentalmente que se trata de dos primos (Lamothe y Bigliardi) que deciden volver al pueblo a raíz del fallecimiento del abuelo. Primero, entonces, la gran ciudad, Buenos Aires y sus ritmos; luego, la road-movie de paisajes cambiantes, que ralentiza de a poco la aceleración inicial; finalmente, la llegada a Villegas, el reencuentro con familiares, y la propia historia de los personajes que entra en crisis, de cara a un conflicto que tendrá desenlace pero que, sobre todo, posibilitará puntos suspensivos. Para llegar a tal instancia, cada una de las secuencias contiene momentos de tensión, que se conectarán hacia un rumbo imprevisible. Presentes, por ejemplo, en las maneras de vestir y hablar de los dos primos, en el viaje y sus paradas -plenas de recuerdos cariñosos u odiosos-, en las frases que esconden alguna broma y, en ellas a su vez, alguna bronca que parece no tardar en estallar para poder, así, calmarse. Un vaivén emocional que tendrá conexión de esencia con lo que cifra la palabra Villegas, sea como ciudad, sea como prócer a quien debe su nombre, sea como escenario donde las decisiones habrán de ser tomadas porque es allí, justamente, hacia donde todo remite.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.