Lo que bien comienza, mal termina. El disparador, original, de esta propuesta es cómo Christopher Robin abandonó al osito y amigos para ir a estudiar en la universidad y a partir de allí este pequeño grupito se pasó de bando y comienza una sangrienta venganza por su ida. Un comienzo interesante para una película que luego cae en el tedio.
Winnie The Pooh: miel y sangre es un título que a muchos les llamará la atención porque Winnie the Pooh es una historia infantil que fue exitosa desde su creación hace un siglo atrás y más tarde se convertiría en uno de los clásicos para público infantil de los estudios Disney. ¿Pero cómo se transformó en una película de terror para adultos? La respuesta es muy sencilla, los derechos vencieron y ahora son de dominio público. Pero Disney todavía posee las imágenes de los dibujos animados, por lo cual se pueden usar todos y cada uno de los personajes y las historias, pero sin copiar los diseños de Disney. Los derechos no vencieron en Europa, por lo cuál allí la distribución de la película no es posible. Tampoco lo será en China, pero eso es por una prohibición anterior del gobierno hacia el personaje de Winnie Pooh. Rhys Frake-Waterfield, el director de esta nueva película, se puso a filmar en cuanto los derechos fueron liberados. Tal vez este sea un sueño suyo de la infancia, tal vez creyó que una idea ingeniosa alcanzaba. En el prólogo nos cuentan que Christopher Robin tenía unos amigos en la infancia, unos amables y raros animales con los que se reunía en el bosque. Este prólogo, contado con dibujos en blanco y negro, termina cuando nos cuentan que Robin los dejó finalmente para ir a la universidad. Los animalitos también crecieron y se transformaron en un monstruoso grupo de caníbales, empezando por Winnie The Pooh. Tanto él, como Piglet, ya no tienen el aspecto agradable de antaño, ahora son monstruos con las caras que nosotros conocíamos pero con cuerpos de hombre. Vestidos, eso sí. Robin tiene la malhadada idea de regresar, mucho tiempo después, al bosque, para descubrir que aquellos hermosos animales antropomórficos ahora son seres salidos de una película de terror, pero reales. No será ni el primero ni el último en cruzar por esos parajes, por lo que el festín sangriento más salvaje se desatará en esta corta pero aburrida película de terror gore. Una idea ingeniosa no alcanza. Las caras monstruosas de Winnie The Pooh y Piglet no son particularmente temibles y las escenas de terror tienen dos problemas. Por un lado las víctimas no generan empatía y por el otro los villanos no despiertan interés. A esto hay que sumarle que la falta de simpatía hace que las escenas gore sean desagradables, sin ese encanto ambiguo de la sangre a baldazos que habita en el género. También tiene algo de mal cine violento, no de terror. Tres o cuatro decisiones de montaje hablan de un emparchado a último momento y aunque intenta salir a flote, al final termina perdiéndose en sus propia falta de ideas. Su vínculo con los personajes infantiles tal vez le asegura una secuela, mi consejo a los que aún no han visto esta primera es que pasen directamente a la que sigue.
La intercambiabilidad contemporánea Y pensar que hasta no hace mucho tiempo la Clase B en el ecosistema audiovisual era un refugio para ver cosillas truculentas que el mainstream lelo no se animaba a mostrar, para descubrir nuevos talentos que ya asomaban sus cabezas con frenesí y para repensar las mismas posibilidades del séptimo arte -especialmente el cine de género- de la mano de una anarquía que escupía furia y fuego hacia todos lados, un panorama que se terminó licuando con el advenimiento del formato prolijito digital y con el fin de la Guerra Fría o eclosión de la globalización, por ello hoy por hoy padecemos en simultáneo el achatamiento discursivo, el infantilismo, la redundancia y la franca estupidez tanto del mainstream más pomposo como del indie de pretensiones minimalistas o artísticas de todo el maldito planeta, basta con tener presente que en el Siglo XXI no cuesta nada igualar en su condición de chatarra insalvable a los bodrios millonarios de Marvel o Disney, las comedias de Netflix con Adam Sandler y Jennifer Aniston, los tanques lastimosos de todo el cine ruso post soviético, los excrementos que genera Europa copiando al milímetro las fórmulas narrativas del acervo estadounidense ultra bobalicón, el carácter igualmente indistinto del grueso de los bodrios que van a parar al circuito de festivales internacionales -sean unos certámenes “ilustres” o especializados en cine popular- y la catarata de mamarrachos de exorcismos y posesiones que producen Latinoamérica y España año a año, por cierto uno más insufrible que el otro. Precisamente como en el nuevo milenio todas las nacionalidades y todas las vertientes o ramas del séptimo arte se entrelazan, aburren y se confunden en su levedad antiintelectual y/ o pasatista, cada vez sucede más seguido que una película claramente destinada al circuito de distribución marginal -antes las salas orientadas al exploitation y en los 80 y 90 el “directo a video”, hoy el streaming a escala macro- se estrena en multicines tradicionales y ello a nadie le llama la atención porque en el reino de lo anodino la intercambiabilidad es la soberana absoluta. Winnie the Pooh: Miel y Sangre (Winnie the Pooh: Blood and Honey, 2023), escrita y dirigida por el británico Rhys Frake-Waterfield, es un claro ejemplo de este contexto industrial ya que no sólo se estrenó en salas sino que explotó a nivel comercial -y con ganancias, evidentemente, ya que costó cien mil dólares y lleva recaudados en taquilla cuatro millones- el pase a dominio público en Estados Unidos en 2022 del célebre libro original infantil de 1926, escrito por Alan Alexander Milne alias A.A. Milne e ilustrado por Ernest Howard Shepard alias E.H. Shepard, un trabajo literario popularizado en el mundo no anglosajón mediante esa franquicia de Disney que empezase con el corto Winnie Pooh y el Árbol de la Miel (Winnie the Pooh and the Honey Tree, 1966), de Wolfgang Reitherman, y aquel largometraje Las Aventuras de Winnie Pooh (The Many Adventures of Winnie the Pooh, 1977), codirigido por el alemán Reitherman y el norteamericano John Lounsbery. Winnie the Pooh: Miel y Sangre es un producto Clase B pobretón que retoma de manera literal los comienzos del slasher luego de la simplificación yanqui de los engranajes del giallo, hablamos de las vertientes misántropa a lo Las Colinas Tienen Ojos (The Hills Have Eyes, 1977), de Wes Craven, y La Masacre de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974), de Tobe Hooper, y esa cuadrada/ tontuela/ cavernícola símil Martes 13 (Friday the 13th, 1980), de Sean S. Cunningham, y Halloween (1978), de John Carpenter. La historia prácticamente no existe y apenas si se concentra en un prólogo en el que Pooh, Puerquito/ Piglet y sus compinches traban amistad con una versión infantil de Christopher Robin, quien les da de comer y eventualmente los abandona para ir a la universidad, provocando que tengan que recurrir a un hilarante canibalismo que empieza por el burro Ígor/ Eeyore y los lleva a odiar a la humanidad con ahínco. Desde ya que el pelmazo de Robin (Nikolai Leon) regresa cinco años después de terminar sus estudios al Bosque de los Cien Acres sin saber nada de esto y termina siendo torturado a latigazos por su otrora mejor amigo, un Winnie the Pooh antropomorfizado y monstruoso que optó por no hablar más (Craig David Dowsett) porque ahora lo importante es ser un homicida indestructible en complicidad con Puerquito (Chris Cordell), hoy un engendro del averno que se parece a un jabalí y gusta de estrangular con una cadena a la noviecita de Christopher hasta matarla, Mary (Paula Coiz). Frake-Waterfield, prolífico productor que mutó en realizador para este y bodrios previos como El Incidente del Área 51 (The Area 51 Incident, 2022), El Árbol Asesino (The Killing Tree, 2022) y Firenado (2023), centra el grueso de la masacre en un grupito de chicas que alquila una cabaña en el Bosque de los Cien Acres que tienen en común ser amigas de María (Maria Taylor), nuestra “final girl” reglamentaria que por supuesto ya viene de una experiencia anterior de acoso a instancias de un sexópata del montón (Cordell de nuevo), sin embargo el director y guionista no logra redondear una propuesta amena porque las actuaciones del elenco son muy malas, los diálogos hiper estúpidos, la puesta en escena deja bastante que desear y la fotografía en general de Vince Knight y la edición del mismo Frake-Waterfield exudan una torpeza enorme, como si se hubiesen apurado a finiquitar el producto para que nadie les gane de mano en esto de ensuciar la memoria popular en torno a personajes de por sí ñoños y banales, idea bienvenida que en cierto sentido consigue honrar, por otro lado, a través de algo de carne femenina a la intemperie, una buena dosis de gore, una tanda de detalles grotescos y unas máscaras para Pooh y Puerquito que a veces están bien y en otras ocasiones son un desastre. Como decíamos antes, la ineficacia del indie desabrido planetario no es más que un reflejo de la ineficacia de un mainstream al que le copia todas las fórmulas en pos de inventar esa próxima franquicia para oligofrénicos…
Un punto de partida que abre hacia el terror a personajes ligados a la infancia y a la dulzura. Un desafío que nació rápidamente cuando se liberaron, en enero del 2022, los derechos del clásico de Alan Alexander Milne, que tuvo muchas adaptaciones de Disney. El director, guionista y productor Frake-Watefield se apuró con el negocio, pergeñó un argumento cuadrado que no explotó ninguna posibilidad de ir del cuento infantil al terror y se concentró con un presupuesto mínimo a armar esta peli que puede convertirse en fenómeno. No por sus cualidades sino porque dicen que con 100.000 dólares la hizo y ya recaudo casi cuatro millones verdes. Cierto o no ese será su único mérito. Para los amantes del terror una película olvidable: Un chico abandona en el bosque a sus peluches, entonces Pooh y Piglet, con hambre y frío se comen a Igor y se transforman en entes del mal. Dos humanos con mascaras que matan con ahínco y poca originalidad para el destripe y la sangre, sin una pizca de originalidad.
Winnie Pooh: Miel y Sangre – Historias de hemoglobina Winnie perdió sus derechos y también sus pruritos Cuando un personaje clásico pierde sus derechos de exclusividad y se convierte en algo de uso público, siempre hay alguien esperando para meter la cuchara. ¿O acaso no recuerdan cuando Nik sacó el Gaturro – Principito al día siguiente de esto? Bueno, ahora le toco el turno al osito mielero, con ¿mejor suerte?. Esto es Winnie Pooh: Miel y Sangre. ¿De qué va? Los días de aventuras y diversión han llegado a su fin, Pooh y Piglet, olvidados y abandonados por Christopher Robin han tenido que valerse por sí mismos. Con el tiempo se han vuelto salvajes, y en un frenesí de sangre, aterrorizarán a un grupo de jóvenes aislados en una cabaña remota. Este no es un cuento para niños. No es tan raro de explicar, más sí de entender. En el mundo del copyright hay cosas que se pueden hacer y otras que no. Se pueden explotar ciertos personajes, pero como tienen derechos es necesario hacer un negocio con quien tiene esos derechos para que ambas partes sigan lucrando. Estos son oportunidades millonarias a la que sólo acceden las grandes majors. Pero una vez que eso termina y cualquiera los puede usar… En un momento de un gran boom del cine de terror de bajo presupuesto (con el éxito de Terrifier 2 en salas, y Blumhouse y A24 metiendo hits a cada rato) cualquier trinchera es hogar, y alguien dijo “¿ya que Winnie Pooh no tiene más copyright, por qué no hacemos una de terror con el personaje?”. Lo que parecía una conversación de drogadictos, se convirtió en una realidad con Winnie Pooh: Miel y Sangre, donde se usan algunos elementos de la historia creada por Alan Alexander Milne pero se le da una vuelta bastante más terrorífica. La situación es: Christopher Robin decide irse para crecer y los animales antropomórficos que solo él podía ver se convierten a la oscuridad por esta situación. A todo esto, el Bosque de los Cien Acres se convierte en un lugar mucho más lúgubre y la banda se vuelve amante de la sangre (además de la miel). Lo que podría ser una gran idea, con una buena base marketinera para llamar la atención de un gran público, termina siendo una posibilidad desperdiciada, A nivel dirección general todo es mal hacer: los planos son confusos y no permiten entender lo que está sucediendo, la iluminación perjudica más esto, las actuaciones son por lo menos poco agraciadas, y la historia nunca termina de explicar hacia donde va. Los elementos que podrían ser distintivos y explotados para darle un norte a la película se resuelven de manera muy amateur: los trajes parecen demasiado un traje (se podría haber resuelto desde el guión), el juego con la miel queda poco claro, la figura de la mujer vuelve a foja cero a la época de la tetona-que-solo-debe-morir, y el final es completamente anticlimático. Es cierto que como idea es gigantesca, y tiene toda la potencialidad… ahora, eso tiene que venir acompañado por un respeto por los amantes del género y por el trabajo realizativo en sí. Parecería que lograron vender la película solo por su idea sin mostrar una secuencia, sino no se entiende. Realizar una película de manera independiente no significa que sea de mala calidad. Puedo imaginar que algo va a haber para los que busquen divertirse a pesar de todo, o los que se emocionen con la primera secuencia (que es animada y casi lo único que brilla) y aguanten la energía un tiempo más, pero los errores a nivel realizativo de Winnie Pooh: Miel y Sangre no deberían olvidarse solo en pos de una buena idea con potencial, sino el género así no crece más.
En Cautivos del mal (1952), de Vincente Minnelli, Kirk Douglas y Barry Sullivan son el productor y el director de una película de terror de bajo presupuesto llamada La maldición de los hombres-gato. En las pruebas de vestuario, se los puede ver perplejos, sentados en sus sillitas en el estudio, mientras un asistente ajusta los inmensos trajes negros alrededor de los actores. “Cinco hombres vestidos de gato en la pantalla, ¿qué parecen?”, se interroga Douglas bajo el ánimo de haber hallado una posible solución al dilema. “Cinco hombres vestidos de gato”, responde algo escéptico Sullivan, sin compartir el entusiasmo de su compañero. Entonces Douglas plantea que el público del cine de terror paga su entrada para experimentar el miedo y que nada ofrece un terror más puro que la más desnuda oscuridad. Por ello es mejor intuir a esos hombres-gato en la oscuridad, como criaturas infernales salidas del inframundo, que ver a cinco señores vestidos con terciopelo negro caminando por la escena como pretendidos felinos. Aquella lección parece no haber dejado demasiado legado en el terror contemporáneo. Por lo menos no en la vocación de la productora británica que ha decidido reversionar los cuentos infantiles bajo un pesado manto de gore y sordidez (eligiendo Winnie-the-Pooh luego del paso al dominio público de la novela de A. A. Milne). La concepción de austeridad y las limitaciones en las interpretaciones de la película podían ser una ventaja allanada mediante el ingenio del que hace gala Douglas en Cautivos del mal. Pero no: el equipo comandado por el director Rhys Frake-Waterfield decide concebir a Pooh y a Piglet como dos señores con máscaras de oso y cerdo, deambulando por una escena dispuesta sobre atrezos del horror: cadenas y palos, chozas derruidas, un bosque espeso y decorativo. El terror solo surge de la exposición de las muertes más grotescas como piezas de un museo slasher, antes que como construcción de una atmósfera inquietante que revela la experiencia de la infancia en su revés sangriento. La estadía de un grupo de jovencitas en las cercanías del Bosque de los Cien Acres, motivada por el trauma de una de ellas luego del ataque de un acosador, se corona con un erotismo de salón, ambientado en baños en el jacuzzi y desnudos para Instagram como preámbulo de una matanza esperable y anticlimática. Nadie sale demasiado airoso y ese halo de fan service y provocación anticipada para los cultores del género no deja más que el goce por una parodia inconsciente que inspira la risa como coro inesperado de los gritos de las víctimas. Víctimas que resultan intercambiables, porque ni el niño convertido en adulto que empujó a sus amigos del bosque a su condición monstruosa, ni ninguna de las temerarias turistas ofrecen carnadura alguna o atisbo de un loable arquetipo como scream queen. Todos son engranajes para una narrativa apenas delineada como la unión necesaria entre planos impactantes: una máscara del oso babeante de miel, los cuchillos sumergidos en un charco rojo, las cabezas aplastadas por las ruedas de un auto. El cine convertido en un conjunto de piezas de impacto para un género que merece algo mejor que el consumo irónico.
Con dirección de Rhys Frake-Waterfield, nos adentramos en esta suerte de historia que inicia con animación en blanco y negro y va relatando la amistad del niño Christopher Robin (Nikolai Leon) con Winnie Pooh (Craig David Dowsett), Piglet (Chris Cordell) e Igor, felices de compartir vida y travesuras en el bosque. Un día, ya mayor, Chris debe abandonarlos para asistir a la Universidad de Medicina y sus amigos, lejos de entenderlo, empiezan a cobijar dentro suyo un odio y un rencor que los transforma en asesinos sedientos de sangre que quieren vengar el abandono a costa de cualquier persona que se cruce en su camino. Ellos son mitad humanos mitad bestias y habitan el Bosque de los 100 Acres. Al terminar sus estudios, Chris vuelve a buscarlos junto a su prometida Mary (Paula Coiz) en lo que imagina será un amoroso encuentro. El mismo no resulta según lo proyectado ya que lo primero que hacen sus ex compañeros de aventuras es matar a su novia de la peor manera, secuestrando a Chris, el "traidor" por haberse ido a estudiar (?). Al primero que habían hecho "desaparecer" para comérselo fue a Igor (es que no tenían comida y tenían hambre...). A la historia de Chris se suma la de María (Maria Taylor), con el estigma de un stalcker que solía perseguirla. Por eso, ¿que mejor que buscar tranquilidad en el Bosque con sus amigas? Allí parte el grupo formado por la propia Maria, Jessica (Natasha Rose Mills), Alice (Amber Doig-Thorne), Zoe (Danielle Ronald) y Lara (Natasha Tosini), a relajarse a la cabaña que se transformará en una pesadilla. El film es una mezcla de diálogos absurdos, litros de sangre y un guion que mueve más a la risa que al susto. Las actuaciones son desastrosas, los asesinatos son los más gore que se puede ver, cabezas reventadas de todas las maneras, ojos que saltan...hasta los habitantes de un lugar cercano que pretenden defender al grupo de chicas de estos asesinos en serie resultan graciosos. En fin...nada que pueda rescatar salvo los escenarios, el Bosque está bien. El resto, olvidable. Impresionables, afuera.
Es tiempo de la deconstrucción de la infancia. ¿O alguien dudaba de que ese oso de peluche no escondía un ser perturbado, que su empalagosa sabiduría de autoayuda no era el disfraz de alguna psicosis homicida y que esos abrazos “del tamaño correcto” no eran una forma de goce perverso? Winnie the Pooh: Blood and Honey (Winnie the Pooh: Miel y Sangre) es el retorno de lo reprimido de AA Milne, su lado oscuro visto a través del escepticismo posmoderno y la certeza de que toda bondad supura algo insano por debajo.
Lo que podría haber sido una muy buena idea, desde el titulo, se transforma en un catalogo de lugares comunes dentro del genero del terror, mal realizado. Winnie the Pooh es un oso cariñoso que le encanta la miel, personaje infantil, sin embargo aquí no deja de ser un emulo de Jason de “Martes 13” o Michael Myers de “La Noche de Halloween”. Lo cual por definición no es malo, pero el peor error se encuentra en el guión en todos sus aspectos. Este relato, de alguna manera
Para los que se acercan a leer esta reseña, les digo que en términos de números fríos, «Winnie the Pooh, sangre y miel», ha multiplicado su ganancia exponencialmente, si miramos su inversión desde los primeros días de su estreno global. Seguramente se preguntarán…¿Esta peli está basada en la historia que conocemos del osito infantil en dibujos animados? Sí, así es. Esto sucede porque los derechos de la obra, ya pasaron a ser de dominio público y hábilmente, el director y productor independiente Rhys Frake-Waterfield decidió escribir un guión sobre este personaje y llevarlo al mundo del slasher. En este tiempo hay una atmósfera favorable para el cine de género de bajo presupuesto y la demanda impulsa cada vez más producto. No sucede lo mismo para otras películas, y lo cierto es que no todo lo que llega es bueno, divertido o aceptable, pero suma. Y debo decir que si bien en los primeros cinco minutos, la secuencia de entrada que explica el universo en el que nos moveremos es muy interesante (Christopher Robin cuida un grupo de criaturas donde se encuentra Pooh, pero con el correr del tiempo las abandona y ellas tienen un destino trágico que las impulsa a volverse sanguinarias), luego la trama se vuelve convencional y lo que podría haber sido explosivo, termina sin la fibra y emoción de los primeros fotogramas… Argumento fuera del descripto, no abunda y el corazón del film consiste en la llegada de un grupo de chicas a pasar un finde en una cabaña perdida dentro del «bosque de los 100 acres». Así que como pueden ver, no hay demasiado fuera de lo común aquí. Si, debemos decir que se percibe un bajo nivel del equipo de arte en relación con las máscaras, no están a la altura de un film de fuste, más siendo tan importantes en este caso. Los aspectos técnicos como la iluminación son básicos y las actuaciones, están alineadas con el tono de la propuesta. A las chicas les pasan cosas feas, como es esperable y las mismas no están resueltas tan bien, como podría pensarse. Poco suspenso, mucha oscuridad y escaso oficio se conjugan para que la peli no levante a lo largo de su metraje. Creo que a la luz de los resultados de taquilla, probablemente tenga secuela y que la segunda entrega, ofrezca una importante superación en términos de calidad, y pueda ubicarse dentro de los estándares de lo correto para el espectador promedio. Considero que aquí, hay una muy buena idea y un guión y una realización pobre, que no alcanzan a hacer justicia a la visión de su director y productor. Pero también les digo, la próxima será mucho mejor.
Terror bizarro y mal hecho. El cine de explotación comercial es un subgénero basado en la producción de películas con temáticas escandalosas (violencia, crímenes y sexo, entre otros), con el fin de generar morbo y provocación en los espectadores, logrando a cambio un importante beneficio del tipo económico. El cine de terror (en su vertiente más explícita y brutal) sigue siendo uno de los géneros dónde más se apoya este concepto de explotación, en muchos casos con producciones que intentan llamar la atención mediante argumentos que bordean el absurdo e imágenes de alto impacto. Viendo el estreno en salas de cines de la película de terror Winnie the Pooh: Miel y Sangre (2023), dirigida por el realizador británico Rhys Frake-Waterfield, nos encontramos con un exponente más de este participar grupo, pero en su versión más bizarra y de peor ejecución. Tras el vencimiento de los derechos de la novela infantil de Alan Alexander Milne en 2022 y su posterior pase al dominio público, surge esta terrorífica y sangrienta adaptación, donde los principales personajes de la misma, el osito Winnie the Pooh, el cerdito Piglet, el burro Igor y otros simpáticos animalitos de peluche, habitantes del Bosque de los 100 acres, crecieron y se convirtieron en brutales psicópatas asesinos. Parece que la causa de tal comportamiento es la partida por estudios a la ciudad y el posterior abandono de su único amigo humano Christopher Robin, quien con su imaginación los antropomorfizó. El comienzo de la película explicará estos eventos por medio de diversos dibujos (quizás lo único acertado en la producción). Luego la trama de la película sigue la llegada al Bosque de los 100 acres de un grupo de chicas, por supuesto jóvenes y activas en las redes sociales, que pretenden tener un descanso tranquilo y tendrán todo lo contrario. Tras la presentación de estos nuevos personajes sin mucho más que ofrecer que su belleza y desnudez (solo una de ellas parece más pensante y sufre a causa de un acosador sexual) poco a poco serán eliminadas por medio de escalofriantes muertes en manos de Winnie the Pooh y su banda. El ahora oso adulto ha crecido bastante y su aspecto físico no puede ser más grotesco, así como el de sus compañeros. Es evidente que sus cabezas son máscaras de látex chorreadas de miel y es imposible darle credibilidad a lo que iremos viendo, más allá de la impresión o su componente fantástico. También Christopher Robin (Nikolai Leon), ahora un adulto, volverá al lugar junto a su novia, que descree de todo lo que su prometido le cuenta acerca de sus amigos de la niñez. El odio a los humanos que fueron generando con los años estos animales parece no tener límites y la pareja sufrirá las consecuencias. Tras pasar hambre por años llegaron hasta a comerse al burro Igor. Así las cosas, Winnie y los otros pasaron a ser totalmente salvajes, un estado ideal para convertirlos en asesinos seriales en una película de terror slasher y con la misma maldad y saña que colegas como Michael Myers (de la saga Halloween) o Jason Voorhes (de la saga Martes 13). Lamentablemente Winnie the Pooh: Miel y Sangre es una película de terror fallida y bizarra. Su argumento no ofrece nada novedoso, ni siquiera un mínimo de coherencia. Todas las acciones parecen estar preparadas para la exposición de la muerte más sangrienta y mediocre. Aquí, los clichés más básicos del cine de terror son expuestos sistemáticamente. Nada sorprende, menos espanta, más bien da asco. Esta vez Winnie y sus amigos, en su vertiente más brutal, no asusta ni tampoco divierte, aunque el filme dure escasos 84 minutos. El cine de explotación ha ofrecido exponentes mucho mejores en su largo recorrido, si no busquen a fines del siglo pasado (décadas del ‘70 y ‘80) o en películas de terror actuales como la muy entretenida Oso intoxicado (Cocaine Bear), otro estreno de esta semana a cargo de la actriz y directora Elizabeth Banks.
UNA PELÍCULA HIJA DE POOH Un slasher con Winnie the Pooh. La idea, que por un instante puede resultar atractiva (no tanto como una película para ver, sino más bien para saber que existe), surge de una cuestión legal: en enero de 2022, los derechos del osito amarillo y compañía, creados por Alan Alexander Milne, pasaron a ser de dominio público. A raíz de esto, al productor y director Rhys Frake-Waterfield se le ocurrió que podía funcionar una historia de terror donde los populares animalitos antropomorfos fueran los asesinos. Y tenía razón. Desde que se anunció, Winnie The Pooh: miel y sangre no paró de acumular expectativas y, al día de hoy, la recaudación ya superó con creces el discreto presupuesto. Un éxito comercial genuino. Después, claro, está la película en sí: una experiencia agotadora en el peor de los sentidos, que no merece demasiada atención más allá de -repetimos- la anécdota de su existencia. Pero como esto es una crítica de cine, no nos queda otra. La introducción de Winnie The Pooh: miel y sangre, por lejos lo mejor de la película, nos cuenta en formato animado la historia de un niño llamado Christopher Robin, que se hace amigo de unas criaturas en el bosque de los 100 Acres. Los mutantes mitad humanos – mitad animal crecen junto al niño, hasta que éste, ya adulto, se marcha a la universidad. Solos, marginados y hambrientos, optan por comerse a uno del grupo (el depresivo burro Igor), y ese acto los transforma en salvajes. Llenos de odio y resentimiento, deciden abandonar cualquier rasgo de civilidad, y se convierten en una leyenda sanguinaria del bosque. El presente, cinco años después, nos presenta dos caminos que conducen de nuevo al punto de origen. Por un lado, el propio Christopher, que vuelve al bosque junto a su novia, con la esperanza de reencontrarse con sus viejos amigos. Por el otro, María, una joven con un episodio traumático a cuestas, que por recomendación de su terapeuta se toma unos días de descanso con amigas en una casa de campo, justo al lado del bosque. Una vez señaladas las víctimas, aparecen los verdugos: el oso Pooh y el cerdo Piglet, los dos sobrevivientes del frenesí homicida iniciado por ellos mismos años atrás. Armados con la utilería clásica del slasher (es decir, herramientas), se lanzan a la cacería sedientos de sangre y venganza. Para intentar disfrutar de Winnie The Pooh: miel y sangre habría que suspender el verosímil, y no hablamos sólo de aceptar la situación de un oso y un cerdo, ambos con forma humana, matando gente. Nos referimos a aceptar que las condiciones mínimas para que una historia de terror funcione, no van a estar. Ni en la forma ni el fondo. Y no se trata tampoco de una cuestión de presupuesto, porque se sabe que la voluntad y la imaginación pueden reportar grandes resultados. Acá sucede lo siguiente: una vez establecido el concepto, lo que queda es entregarse a la explotación. Porque eso es esta película, cine exploitation, pero con una carencia asombrosa de inventiva y de ganas. Es como si los responsables, después de pegarla con la idea del slasher con Winnie The Pooh, se hubieran quedado sin energía para llevarla a cabo. Lo que vemos entonces es un trámite apurado y mal editado, con ecos de otras películas que no funcionan ni como cita ni como robo, y con una pretendida seriedad que vuelve todo mucho peor. Porque si Winnie The Pooh: miel y sangre decidiera al menos entregarse a lo bizarro, a la explotación pura y dura, probablemente no sería una buena película, pero quizás sería divertida. La falta total de sentido del entretenimiento que aparece por cada rincón de esta producción, despierta inevitablemente ese tufillo a estafa. Sabíamos que veníamos a comprar algo barato, pero nos dieron algo roto que no se puede arreglar. ¿Conclusión? Ojalá le toque a algún otro redactor de este sitio cubrir la secuela. Si quiere, lo acompaño hasta la puerta y lo espero para tomar algo después.
You look like a movie star But I know just who you are And, honey, to say the least, you’re a dog-gone beast HIJO DE POOH… Escribir sobre una película buena es relativamente fácil: usualmente, lo bueno eleva todo lo que toca y nos permite esbozar alguna que otra lúcida reflexión. Cuando una película es mala pero ha sido realizada con propósito, también puede encontrarse allí una generosidad que permite pensar sobre el lenguaje, aun a costa de las fallas en su uso. Acaso la falla resulte incluso más estimulante, porque nos permite ver las costuras y entender por qué pasó lo que pasó, o por qué no pasó lo que tenía que pasar. Winnie the Pooh: Sangre y miel no pertenece, claramente, a la primera tipología. Tampoco pertenece a la segunda: para que una película fracase en el intento, tiene que haber uno. Acaso pertenezca a una tercera tipología, sobre la cual encuentro muy difícil escribir porque obtura cualquier tipo de acercamiento: el de la pieza vacía, mercenaria, inmune a todo desdén porque ya se desdeña a sí misma, en la infinita desidia de su realización y en el oportunismo caradura del productor avispado que vislumbró esta idea. Siendo justo, como idea de producción es brillante. El origen de este proyecto ya es tan de dominio público como los derechos del personaje del osito adicto a la miel, cuya exclusividad caducó en 2022. De esta manera, se abrió la posibilidad para que otros creativos -aparte de los de ese mastodonte alimentado a base de IP’s llamado Disney- pudieran hacerlo protagonista de sus historias. La primera idea que apareció, resulta, fue ponerle un hacha en las manos y convertirlo en el villano de una slasher. Divertido y hasta prometedor, diría yo. Bueno, no. Nada de eso. Desde el punto de partida, Winnie Pooh: Sangre y miel se plantea como un dislate que desdeña cualquier asomo de construcción de un verosímil, no digamos ya de algún uso creativo del medio audiovisual. Luego de un prólogo toscamente animado que pretende remitir a las películas de Disney, un salto temporal que nos presenta un Christopher Robin adulto (Nikolai Leon) que regresa al Bosque de los Cien Acres -escenario de sus aventuras infantiles junto a Winnie, Piglet, Igor, Conejo y Tigger- junto a su pareja, Mary (Paula Coiz). Durante el largo tiempo que Christopher pasó lejos de sus amigos antropomorfos para dedicarse a los estudios, ellos han perdido todo rasgo de humanidad. También han perdido a varios de los suyos: en un siniestro planteo de guion (que no sé si atribuir a originalidad de los creativos o a falta de presupuesto), sólo Winnie y Piglet han quedado en pie, obligados a devorarse a sus amigos cuando Robin dejó de proveerles alimento. Cuando Christopher Robin y Mary se encuentren, finalmente, con estos Pooh y Piglet sedientos de venganza, empezará una seguidilla soporífera de muertes violentas filmadas con una puesta en escena extremadamente rudimentaria, pre-cinematográfica. El planteo inicial establece que los dos asesinos -a pesar de verse muy evidentemente humanos portando máscaras de látex- son, efectivamente, Pooh y Piglet. Se abre una ventana de incredulidad en la cual cabe esperar alguna audacia narrativa, alguna reelaboración del relato infantil que permita atribuir la incoherencia a causas más oscuras, psicológicas o emocionales. Nada de eso: aquí rige una lógica ajena a la ficción y más cercana a la del video porno, en el cual una vaga excusa permite que Jessica Rabbit entre a tomar un vaso a agua a la casa del Hombre Araña un día de mucho calor y pase aquello que nunca podríamos ver en una película mainstream (especialmente en el Hollywood de hoy, cada vez más renuente a mostrar el sexo en pantalla). Esto es más o menos lo mismo, excepto que en vez de fantasear con Jessica Rabbit esta gente tenía ganas de filmar a un tipo vestido de Winnie Pooh matando gente, y de paso llenarse los bolsillos explotando una IP famosa. Lamentablemente, a la película le gana por mucho su costado mercenario. Ni las muertes -en las cuales el gore puede enaltecer el trabajo de los artistas de VFX- resultan divertidas o audaces. No conforme con aburrirnos con un festival imperturbable de sangre hecha con After Effects y persecuciones con asesinos que corren muy lento, la película termina con una placa que, más que anuncio, es amenaza: “Winnie Pooh regresará”. Acaso lo más revelador de un panorama cinematográfico en el cual la IP convoca por sí misma independientemente de la calidad, sea que esta película se ha estrenado en gran salas comerciales, cuando los productores nacionales luchan con denuedo por encontrar un lugar en la cartelera. Esperemos que, en su nueva condición de domino público, el oso y sus amigos puedan recibir un trato más amable.
Sobre las promesas incumplidas y el abandono. Más o menos sobre eso va la versión slasher de Winnie the Pooh: miel y sangre, escrita y dirigida por el británico Rhys Frake-Waterfield y basada en los personajes de A.A. Milne, cuya obra pasó al dominio público el año pasado y dejó a la compañía Disney sin los derechos exclusivos de los personajes. Las expectativas eran altas, pero la película del osito de peluche antropomórfico y su amigo el Puerquito (que además quiere dar inicio a una serie de películas de terror basadas en libros infantiles) es tan fallida, carente de ideas y artesanal (en el peor sentido) que no deja más que la sensación de lástima, sobre todo al ver cómo desaprovecha a los personajes principales. Lo que sí tiene Winnie the Pooh: miel y sangre es un hallazgo en el giro final, que se sale de las películas de terror que respetan las fórmulas y las resoluciones trilladas. Esta vez el giro es distinto, pero una escena final no puede salvar una película que carece de creatividad y que no aporta más que un par de escenas relativamente aceptables, pero filmadas con una torpeza que atenta contra el miedo que producen los animales deformes. La película transita con inconvenientes los lugares comunes de los slashers rurales y más sucios del cine norteamericano, como La masacre de Texas (1974), además de recurrir al bosque como paisaje central para crear una atmósfera acorde a los villanos, que no son ni humanos ni animales, sino más bien fenómenos, lo que también la emparenta con el subgénero de freaks espeluznantes. Christopher Robin (Nikolai Leon) se hace amigo de Pooh, Puerquito y otros animalitos como Ígor, a los que promete no abandonar nunca. Un buen día, el joven tiene que ir a la universidad y deja a sus amigos solos en el bosque. Los animales no soportan la ausencia de Christopher y, además, empiezan a pasar hambre, ya que era Christopher quien también les daba de comer. Esto lleva a Pooh y a Puerquito a tomar la decisión de matar a Ígor para comerlo, prometiendo, a su vez, vengarse de los humanos. Años después, Christopher lleva a su prometida al bosque para presentarles a sus viejos amigos, lo que hace que la mujer piense que está loco y que todo es producto de su imaginación. Sin embargo, cuando llegan al lugar se dan cuenta de que todo cambió, y de que los amigos de la infancia se convirtieron en monstruos sanguinarios. Luego entran en escena las otras protagonistas, un grupo de amigas que deciden ir a pasar unos días a una cabaña cerca del bosque los Cien acres. La final girl o protagonista principal es Maria (Marie Taylor), quien va al lugar para superar a un exnovio acosador. Por supuesto, Pooh y Puerquito se encargan de cada una de ellas en escenas donde predominan la sangre gratuita y el terror sin imaginación. Con un poco más de presupuesto y mejores ideas visuales, el terror podría haber sido más efectivo y la película más memorable. En Winnie the Pooh: miel y sangre todo es de manual y de un amateurismo perezoso. La historia del osito asesino promete continuar, pero habrá que pulir el suspenso y aprovechar a sus villanos, que tienen la ventaja de meter miedo con su sola presencia.
Si Beavis y Butthead se hubieran dedicado al cine esta sería probablemente su ópera prima. El único motivo que justifica la existencia de esta bazofia se relaciona con el hecho que los derechos de los personajes del autor A.A.Milne en la actualidad son de dominio público. Por consiguiente cualquier idiota trasnochado puede hacer con ellos el fan fiction que se le cante porque está permitido. Sangre y Miel es una película imbécil e inepta que falla miserablemente desde la sátira y el slasher. La dirección de Rhys Frake Waterfield explota las creaciones de Milme para elaborar un espectáculo mediocre y aburrido cuyos 112 minutos resultan interminables. La película es horrenda desde los aspectos técnicos, su tratamiento del horror, las actuaciones del reparto y el humor que no causa gracia en ningún momento. No hay excusa para justificar su mediocridad con el bajo presupuesto, Sobran casos que con muy poco recursos pueden sorprender con producciones más dignas. Lo vimos hace poco en You Tube con el largometraje financiado por fans de Jason Voorhees, Never Hike Alone. En ese sentido genera un poco de bronca que no pudimos ver en salas comerciales los trabajos de Panos Cosmatos (Mandy) y estos mamertos consiguen distribución internacional con semejante basura por el simple hecho que se apropian de íconos de la literatura infantil. Otro bodrio que se puede ignorar en la cartelera.
Luego de que el conocido y tierno personaje de Winnie The Pooh pase a ser de dominio público, al director británico Rhys Frake-Waterfield se le ocurrió llevar a las creaciones infantiles de A.A Milne al terreno del terror. ¿El resultado? Un pobre ejercicio oportunista sin demasiada creatividad. Cuando se anunció que se estaba haciendo un film de bajo presupuesto en clave de slasher, donde Winnie The Pooh se convertía en un oso asesino, parecía haber cierto potencial para algo realmente interesante si se llevaba a cabo de buena manera. El problema es que el largometraje titulado «Winnie the Pooh: Blood and Honey» solamente busca de manera apresurada hacerse con la galería de personajes conocidos y llevarlos al género pero sin demasiada novedad. El largometraje inicio a con un prólogo animado donde se nos relata cómo al crecer y partir hacia la universidad, el joven Christopher Robin (Nikolai Leon) se ve obligado a dejar a Pooh, Piglet, Igor y los demás en la soledad del bosque de los cien acres. Allí, los animales comienzan a tener problemas para conseguir comida y valerse por si mismos, lo que los lleva a convertirse en despiadados asesinos que odian a los seres humanos. Un día Christopher Robin decide volver al lugar pero las cosas ya no son tan felices como antes. La única creatividad que se puede vislumbrar en el relato pasa por las diversas formas en que Pooh y Piglet asesinan a los jóvenes que se ven en el relato, con un derrotero tan sanguinolento como efectivo en lo que respecta a los efectos prácticos (algo que ya habíamos visto en «Terrifier», film con el cual podría emparentarse por su bajo presupuesto e igual éxito en la taquilla norteamericana). No obstante, el gran problema de la película radica en su esquemático guion que parece acumular varias secuencias de asesinato sin demasiada inventiva, apoyándose en un grupo de personajes que no logran generar interés. Las subtramas de algunos personajes (por ejemplo la de María) son sugeridas pero no terminan de desarrollarse lo suficiente como para darles mayor dimensión. Incluso en lo que respecta a lo estrictamente técnico tenemos algunos problemas de continuidad y de montaje, que entorpecen la experiencia. «Winnie the Pooh: Miel y sangre» es una película que pese a partir de una premisa que se veía como atractiva y original, termina siendo fallida por su convencionalidad, su torpeza técnica y narrativa, asi como también debido a un elenco algo incómodo con sus desdibujados personajes. Una oportunidad desaprovechada.
Hoy nos toca hablar de una de esas películas que son tan malas que terminan siendo divertidas y este es el caso de Winnie The Pooh: Sangre y Miel. El film es dirigido por Rhys Frake-Waterfield y protagonizado por Maria Taylor, Amber Doig-Thorne, Natasha Tosini y Nikolai Leon. Ustedes se preguntarán por qué se realizó esta locura, bueno, es simple, los derechos de autor del oso adicto a la miel caducaron en el año 2022 luego de 100 años perteneciendo a Disney, por ende, hoy en día es una figura de uso público. Es por eso que Rhys Frake-Waterfield tuvo la idea de realizar una película de terror con este entrañable personaje y sin necesidad de pagar nada de dinero por sus derechos. Ahora bien, Winnie The Pooh: Sangre y Miel, narra la historia de los amigos del bosque, los cuales se desquician y pervierten cuando Christopher Robin los abandona para ir a la universidad. Años más tarde el muchacho regresa a ver a sus amigos, pero lo que encuentra son monstruos sedientos de sangre y venganza. Así de simple es la trama de Winnie The Pooh: Sangre y Miel y mucho más no necesita ya que estamos ante un slasher que cumple con uso y abuso de todos los clichés del género. Al principio de esta reseña dije que es una mala película, pero divertida. No voy a engañarlos, la mayoría de los espectadores van a tildar a Winnie The Pooh: Sangre y Miel de bazofia, ojo, tienen razón, pero quienes disfruten del género probablemente se diviertan. ¿Qué tiene de malo Winnie The Pooh: Sangre y Miel? Para ser honesto casi todo. La historia es simple y carente de sentido, los personajes actúan de la forma más exagerada posible, el presupuesto es ínfimo y se nota en las locaciones y, los asesinos usan unas máscaras completamente notorias (es imposible que creamos que esos son animales humanoides en vez de dos tipos con máscara). Por último, el guion hace aguas por todos lados, por ejemplo, ¿dónde están los otros amigos del bosque? ¿por qué hay dos asesinos cuando deberían ser cuatro? Dicho esto, así y todo, Winnie The Pooh: Sangre y Miel fue un éxito de taquilla porque quintuplicó su presupuesto. Este es un film que se ve por puro morbo y eso es lo que termina siendo divertido. Hay que decir que las muertes cutres diviertes por lo malos que son algunos efectos prácticos. Winnie The Pooh: Sangre y Miel es una mala película, pero que puede llegar a divertir a un selecto público que entienda y disfrute las convenciones del género y, esto es muy importante, acepte las inverosimilitudes planteadas. No es un film recomendable para gastar plata en el cine, pero sí para ver un domingo de lluvia con mate y torta fritas.