El enemigo interior. Michelle (Mary Elizabeth Winstead) sale a la ruta decidida a dejar su mundo atrás, e ignorar los llamados de su novio. En un momento, sorpresivamente, algo golpea a su auto y se sale de la ruta estrepitosamente. Cuando Michelle despierta se encuentra en una habitación sin ventanas, con suero conectado a sus venas y encadenada a la pared; no tarda en conocer a su anfitrión, quien a su vez se presenta como su salvador. Howard (John Goodman) es intimidante al tiempo que se muestra paternal y protector; solo espera algo de gratitud y respeto por haber salvado la vida de la joven, pero ella no comprende por qué es prisionera de ese sujeto. Howard le explica que toda vida conocida ha desaparecido en el exterior, algo para lo cual él se había preparado al construir el bunker en el que están. ¿Bomba nuclear? ¿Ataque extraterrestre? No hay respuesta a eso. Mientras los días pasan, con la aparente aceptación de que lo dicho por Howard es cierto, un evento pone otra sospecha sobre el hombre; lo que decide a Michelle a iniciar un plan para escapar. El relato funciona en tanto se mantiene la relación psicópata-víctima, con una gran actuación de John Goodman y la muy eficaz Mary Elizabeth Winstead, impecable para el género. El tono está alejado de lo sórdido, y se sostiene en base a la labor actoral sin que el suspenso se imponga. Es tal la tensión entre los personajes que poco importa lo que suceda afuera, por eso cuando el último acto se presenta parece parte de otra película, una más burda y menos interesante. Una pena, porque los que se nos presentó durante una hora y media merecía un mejor cierre.
Por qué tan serio?. Los productores y el director del filme que nos ocupa se manejaron como una banda de rock que va a lo seguro y toca todos sus hits, como para que nadie se vaya del recital enojado. Así armaron un pastiche con concesiones varias donde el guión no se presenta demasiado sólido, sino que apenas conecta los conflictos entre sí y da espacio a presentar todo aquello que el fanático alguna vez soñó con ver plasmado en la pantalla. Lo que se expone inicialmente como conflicto -que Superman sea una amenaza para la humanidad- es apenas la excusa para provocar el enfrentamiento que da título a la película. Si en "The Dark Knight" deFrank Miller -de donde se inspira el filme para la batalla entre ambos héroes- Batman detesta a Superman por ser básicamente un botón, un alcahuete del sistema, acá se cambia el eje y todo se torna más pretencioso para diluirse en la nada, como si nada, y pasar al conflicto final, inspirado en una de las sagas más exitosas de la historia del hombre de Krypton. Paralelamente al plan de Wayne, el hijo y heredero de Lex Luthor también quiere terminar con Superman, pero tiene otro método en mente, algo más sofisticado y brutal.Uno de los problemas con esta película no es que no tenga humor -que sí lo tiene pero más bien negro, ácido-, sino que se toma demasiado en serio a sí misma. A la solemnidad de ciertas escenas se le suman frases grandilocuentes que son más propias de un folletín que de una producción que pretende revolucionar un universo, y con él una manera de presentar a los superhéroes.Ben Affleck cumple como un Bruce Wayne cuarentón que lleva a su Batman al lado más violento que se haya presentado en el cine. Cavill repite el tono para un Superman que no logra despegar del todo, en tanto Gal Gadot confirma con su presencia en pantalla que tiene uno de los mejores representantes del medio. Tantos años de búsqueda para terminar en una Wonder Woman que ofrece dos gestos y tiene menos gracia que un desalojo, pero que así y todo logra integrarse al conjunto y no desentonar tanto. Lo que no es ningún mérito en sí mismo.Warner/DC decidió tomar por el lado oscuro y áspero de sus personajes -aunque algunos no lo tengan-, la cuestión es diferenciarse de lo familiar que propone Disney/Marvel, aunque esto limite su audiencia. "Batman vs Superman" no es una película familiar, no está hecha para niños. Habrá que ver si el tono que le es tan apropiado a Batman logra sostenerse con los demás personajes de DC que formarán "La Liga de la Justicia", próximo vagón de un tren que ya está en marcha y que nada indica que vaya a detenerse, pase lo que pase.
Ladrones y ladronzuelos. Con una rápida y eficaz presentación de personajes y conflictos desde el inicio mismo del filme, la trama se desarrolla con fluidez, sin mayores tropiezos. Así, un banco cuyo personal está en la cuerda floja debido a la crisis es tomado por asalto durante una lluviosa mañana. El grupo de delincuentes es liderado por "el uruguayo", un tipo de buen hablar, centrado y con un propósito claro. Una vez controlados los rehenes, la banda se dedica vaciar las cajas de seguridad mientras uno de sus miembros,"el gallego", se asegura de que la vía de escape esté en condiciones. Pero hay un problema con el que no contaban: la lluvia. Ante lo inesperado suge otro conflicto. Al parecer "el uruguayo" tiene un propósito extra en el banco, algo que el resto de la banda no sabe, un "encargo" muy especial que vincula el golpe con el mundo de la política.El guión de Guerricaechevarría -habitual colaborador de Álex de la Iglesia- desarrolla una buena trama de idas y vueltas entre ladrones declarados con máscaras y ladrones de traje disfrazados de servidores públicos. Aún cuando el relato tiene un par de giros poco verosímiles, gana por síntesis y momentos divertidos. "100 Años de Perdón" ostenta un buen trabajo actoral en general y una dirección de Calparsoro correcta, sin tomar riesgos.
Para olvidar la tristeza y el mal y las penas del mundo. Es de celebrar que las películas de Álex de la Iglesia lleguen a nuestras salas, y en tiempos lógicos respecto a sus estrenos en España. Esta vez el director español nos presenta varias historias de diferentes y pintorescos personajes encerrados en un estudio de televisión. El motivo de tal encierro es la grabación de un show especial para celebrar el año nuevo, aunque todavía queden algunos meses para esa fecha, y el hecho que no puedan salir se debe a una violenta manifestación alrededor del canal contra su director, interpretado con solvencia por Santiago Segura, experto en tipos con mala leche.El show en cuestión tiene como escenografía a cientos de extras vestidos de gala, dispuestos en mesas adornadas con comida y bebida de utilería. Uno de esos extras es víctima de un accidente que lo deja fuera de la grabación; en su reemplazo llega José (Pepón Nieto) -desempleado con más de un problema en su vida-, quien rápidamente hace más que buenas migas con otra extra con quien comparte la mesa.Dos artistas son la atracción del programa. Uno es Adanne, joven intérprete de música estilo Chayanne -en una paródica y excelente actuación de Mario Casas-, y el otro es Alphonso, divo ególatra e impiadoso a cargo del genial e incombustileRaphael. La actuación que sigue a las campanadas es la de mayor audiencia, y es cuando Alphonso quiere actuar, sin importar qué o quién sufra las consecuencias. Su sufrido manager es el que debe negociar los términos impuestos por el divo, al tiempo que urde un plan para terminar con él, factor del sufrimiento que carga desde niño. Carlos Areces ("Balada Triste de Trompeta", "Los Amantes Pasajeros") compone a este hombre maltratado que somatiza su sufrimiento a través de su piel, en una interpretación de antología.El relato alterna entre la histeria de una grabación que impone risas forzadas y abrazos entre desconocidos para simular la alegría de las fiestas, con chantajes sexuales, supersticiones, desgracias varias, y una nada sutil guerra de egos que excede a los artistas y llega hasta los presentadores.Álex de la Iglesia impone su sello, se atreve a jugar con una figura como Raphael que se presta gustoso al juego con una gracia única que sorprenderá a propios y extraños. La propuesta es disparatada, atrevida, desopilante y digna de la filmografía de quien nos dió obras como "El Día de la Bestia" o "Muertos de Risa". En la línea de esta última hay que situar a este filme, aunque en este todo es más urgente, vertiginoso y alocado, como en las películas de los sesentas que el director buscó homenajear y recrear. Lo consiguió, con creces.Nuestra calificación: Esta película justifica el 90 % del valor de una entrada.
La farsa del sueño americano Joy no ha tenido una vida familiar fácil, padres divorciados, una madre más apta para una psiquiátrico que para llevar una vida normal, solo su abuela le daba a la chica algo de paz y contención; algo que también hallaba en sus dibujos y maquetas hechas de papel. Ya adulta, la joven mantiene el hogar ya con un hijo a cuestas, fruto de una matrimonio fallido. El punto es que Joy es una creativa por naturaleza, siempre en busca de soluciones ante los problemas que se le presentan. Un día, mientras limpiaba el resultado de una copa con vino estrellada contra el piso, al ver sus manos heridas por los trozos de vidrio, comenzó a pergeñar lo que sería su salvación económica. La joven ideó un trapeador con el cual se puede limpiar el piso y escurrirlo sin necesidad de tocarlo. En los setentas esto era algo novedoso, pero no muy atractivo. Nadie quería comprarle la idea a Joy, pero resulta que -y he aquí la clave del asunto- con una millonaria dispuesta a ayudar y un buen contacto para promocionar el producto, las cosas se le hicieron más fáciles. Jennifer Lawrence encara un rol al que no logra llenar por completo. Alcanza a llevar bien a su personaje mientras es joven e impetuoso, pero le queda grande y expone su debilidades como actriz cuando debe mostrar madurez. Ahí también hace agua el director al querer mostrar la magia del sueño americano, cuando en realidad no hizo más que exponer lo excepcional del caso de Joy, quien no tuvo solo la actitud emprendedora necesaria, sino también una enorme dosis de suerte que la mayoría, por más creativos que sean no suelen tener. De aspectos técnicos solventes, bien ambientada y con toques de comedia que le sientan bien, el filme no llega a conmover como quisiera.
Elemental, Igor Esta nueva versión del clásico de Mary Shelley poco le debe al original y mucho a las recientes adaptaciones de Sherlock Holmes hechas por Guy Ritchie. También a la versión televisiva del detective británico protagonizada por Benedict Cumberbatch, y eso se debe a que comparten mismo director: Paul McGuigan. Es que en la película que nos ocupa, narrada desde el punto de vista del asistente del doctor Frankenstein, se forma una pareja más lista para la aventura que para experimentos científicos, además el tono del relato más algunas cuestiones estéticas remiten directamente a la labor de Ritchie. Todo comienza en un circo donde tienen como payaso a un malogrado joven, sin nombre, al que explotan de la peor forma. El muchacho es dueño de una mente genial, lee libros de anatomía, sabe de medicina y el estudio de esa materia le ayuda a evadirse de su miserable realidad; la que cambia el día que llega al circo el doctor Víctor Frankenstein (James McAvoy), quien como mero espectador es testigo de la caída de una joven desde un trapecio y de pronto se halla junto al joven sin nombre ayudándolo a salvarle la vida a la chica. Así se conocen el excéntrico doctor con quien será su fiel asistente, Igor. Lo que sigue se acerca más al relato ya conocido. La obsesión de Víctor por crear vida luego de la muerte, y la persecución por parte de quienes consideran que es un loco sacrílego. Bien actuada, especialmente por Daniel Radcliffe como Igor, la película exhibe una notable dirección artística, ambientación y producción, pero no logra ofrecer un relato sustancioso para caer en un simple filme de aventuras, poco original y olvidable.
Bond contra el Gran Hermano Se ha logrado algo interesante en esta tetralogía de Bond a cargo de Daniel Craig, quien gracias a su interpretación le ha dotado de una dimensión humana que el resto de la obra sobre el 007 no tiene. Hemos sido testigos de la transformación de un agente de campo, rudo y vulgar, a uno no menos rudo pero más sofisticado. Cada una de las tres películas anteriores forman parte de un rompecabezas que acaba por armarse en esta última entrega. Luego de que Bond se acercara a una parte de su pasado en "Skyfall", ahora debe profundizar en ese capítulo de su vida, desconocido por todos, hasta ahora. Desde ese pasado regresa un ser nada fantasmagórico, sino muy real. Tanto como el poder que ostenta, un poder capaz de poner en jaque a la seguridad mundial. Mientras tanto, el MI6 cae en manos de un burócrata que pretende eliminar el programa 00. Así las cosas, Bond debe trabajar por su cuenta para desactivar un plan siniestro, que tiene mucho de personal. Como es costumbre, el filme inicia con una espectacular secuencia de acción, esta vez con el zócalo del DF mexicano y la celebración del día de los muertos como escenario. Londres, Roma, Marruecos y Austria son las locaciones donde el 007 se mueve para buscar respuestas y a una joven a quien proteger. De impecable factura técnica, notable dirección y un guión no exento de los clichés que todo fanático echaría de menos si no estuvieran, este filme presenta una nueva versión de un villano conocido, a cargo del estupendo Christoph Waltz. Cierto es que la vara quedó muy alta con la épica "Skyfall", mas esta nueva aventura del agente secreto más famoso no defraudará ni a propios ni a extraños.
Espías y secretos Es habitual que el trabajo bien hecho y realizado sin estridencias pase inadvertido. Como el avión que llega a destino, no llama la atención, forma parte de esa apacible rutina en la que no hay espacio para sobresaltos. Así es esta película dirigida y producida por Steven Spielberg, realizada con precisión, con una dirección de arte que no busca estar por encima del relato, sino al servicio de él. Todo en este filme está en función de lo que se quiere contar. Estamos ante la historia de James Donovan (Tom Hanks), un abogado neoyorquino dedicado a los seguros a quien se le asigna un caso ajeno a su especialidad. Un hombre ruso llamado Rudolf Abel ha sido arrestado por el FBI acusado de espionaje. Donovan debe defenderlo. El relato, basado en hechos reales, transcurre durante la guerra fría, en 1957, cuando EE.UU. y Rusia mantenían una tensión constante, amenazándose mutuamente con el uso de armas nucleares. Donovan participó como fiscal en los juicios de Nüremberg, por eso el gobierno asignó al estudio donde él trabaja el caso del espía ruso. Lo que sucede es que a partir de que Donovan toma el caso no inicia solo un juicio, sino dos. Uno se resolverá en los tribunales de justicia, pero el otro lo tendrá al propio Donovan como acusado, y su jurado será ni más ni menos que aquellos que le rodean; su familia, los que viajan con él en tren, la sociedad que no le perdona que se preste a defender a un enemigo de la nación. Sin embargo, más temprano que tarde, Donovan tiene la oportunidad de demostrar lo buen negociador que es cuando un piloto estadounidense es atrapado en territorio ruso mientras realizaba tareas de espionaje. La balanza se equilibra, nadie es inocente, excepto un estudiante estadounidense que cae prisionero de los alemanes mientras estos construían el muro que separaría a Alemania. La negociación se complica. Excelente es la reconstrucción de época, que como se mencionó antes se pone al servicio del relato sin distraer. El guión no pierde ni por un momento el objetivo del protagonista, y tiene la cualidad de no ser redundate en tiempos donde todo se explica demasiado. Se nota, eso sí, cierto maniqueísmo al mostrar el comportamiento del FBI en comparación al de la KGB; unos educados, estrictos y respetuosos ante la ley, y los otros más despiadados, sin llegar a lo caricaturesco. Spielberg junto a los guionistas Matt Charman y los hermanos Coen, consiguen un filme sin fisuras y, dentro de lo dramático, con buenas cuotas de humor que tienen en Hanks al intérprete preciso, un actor de amplio registro que se encuentra en una madurez interpretativa digna de ser más explotada. Sobresale la labor de Olivier Mark Rylance, como Rudolf Abel. Con un suspenso bien manejado y el dramatismo justo, Spielberg nos lleva sin prisa pero sin pausa a una época no tan lejana para tratar, una vez más, temas que hacen a la condición humana. Nadie como él para hacernos reflexionar mientras nos entretiene.
Chipá de la muerte Desde Paraguay llega este filme sobre traficantes y malhechores de poca monta. Básicamente trata sobre cómo los subordinados de un capo mafioso apodado "el brasiguayo" deciden abrirse y hacer su propio negocio, pero mejicaneando al jefe. Drogas, falsificaciones, tráfico de órganos y prostitución son los ingredientes de un relato presentado con prolijidad, sin artilugios ni excesos, y mucho menos en busca de lo "bizarro", de lo que tanto se abusa en producciones locales. Narrado en tono de comedia negra, las actuaciones ofrecen el matiz de lo marginal sin caer en lo burdo, aunque tampoco son descollantes. Se destaca Javier Enciso, como "Gatillo", quien sin ser protagonista excluyente consigue que el filme gire sobre él. La película expone un destacable trabajo de fotografía, en tanto el director logra con pocos, pero efectivos, efectos visuales darle mayor relevancia a un relato que no se basa en un gran guión. Sin ser original en su argumento, vale por lo entretenido de la propuesta.
El sentido de la vida Con oficio y precisión Woody Allen presenta en el inicio a los personajes que serán parte fundamental del relato; especialmente, el nada académico profesor de filosofía Abe Lucas (Joaquín Phoenix), quien apenas llegado a la universidad despierta los comentarios y deseos más variados entre profesores y alumnos; en particular de Jill (Emma Stone), una alumna, quien sin esperarlo recibe un elogio a su labor por parte del recién llegado. De inmediato ella conecta con el profesor e indudablemente manifiesta su atracción hacia él. Lucas no es un sujeto común. Vive atribulado y sin algo valorable que se interponga entre su existencia y la muerte. Nada lo motiva, no siente pasión alguna e intelectualmente se encuentra bloqueado al punto de no poder continuar con la escritura de su nuevo libro acerca de Heidegger y el fascismo. Durante un almuerzo, ambos escuchan en un bar a una mujer que cuenta a sus allegados el problema que padece. Él hace propio ese padecimiento y elabora una solución. Algo comienza a cambiar en Abe, de pronto su vida tiene sentido, le ha dado un propósito, ha tomado una decisión que cambiará el rumbo de su existencia de forma definitiva. Woody nos presenta una historia que se emparenta con la expuesta en "Match Point", aunque sin la profundidad dramática de aquella. Este filme tiene un tono más liviano, pero no por ello menos interesante. El destino, la moral, la filosofía, el egoísmo disfrazado de altruismo y la banalidad mal entendida, son parte de todo lo que el gran Allen ofrece con el paisaje de Rhode Island como fondo, del que sabe sacar provecho de su costa empedrada y su mar agitado. Hay más contenido en tres líneas de diálogo de este filme que casi en todo lo estrenado en el país durante este año. Eso es lo que agradecemos. Que Woody llegue cada año para dejarnos algo sobre qué discutir, en qué pensar. Hay que aprovecharlo.