Universo en coma. Quienes vean la serie de tv "Arrow" estarán familiarizados con el personaje de Amanda Waller y su grupo de tareas conocido como "Escuadrón Suicida". Este grupo está formado por un puñado de peligrosos criminales que purgan condena en una cárcel de máxima seguridad y que son reclutados contra su voluntad por el gobierno para enfrentar amenazas sobrehumanas. Luego de la presentación de cada uno de los personajes y de mostrar el proceso de reclutamiento, inmediatamente se presenta el conflicto central: una mujer víctima de un ente ancestral y malévolo amenaza a la humanidad. Estamos entonces ante distintos grados de villanía, cada uno enfrentado al superior. El problema es que para que un villano se luzca como tal es imprescindible que tenga en frente a un héroe. Y de eso en esta película no hay. El gran problema de "Escuadrón Suicida" es que sus integrantes quedan a la deriva en medio de tiros y explosiones, en la ambivalencia del deber ser impuesto y su esencia maligna. Solo llevan adelante una batalla tediosa, sin un conflicto interesante para el espectador; a quien solo le queda saber cómo es que resuelven la cuestión. Malos contra malos, comida de zonzo, se podría decir. El Joker poposo de Jared Leto -nada memorable- solo puede jugar con matones de poca monta sin un Batman al que enfrentarse, mientras Harley Quinn (Margot Robbie) hace su propio show aniñado y macabro, con culo a la cámara incluido para el público más jeropa. Will Smith apenas salva su papel como el atribulado Deadshot, un asesino a sueldo preocupado por su pequeña hija. Lejos de la efectiva campaña de marketing con que la compañía nos ha bombardeado en el último año, esta nueva apuesta fílmica deja nuevamente al universo DC muy lejos de lo hecho por su competidora Marvel, en especial porque de tanto ocuparse de las formas han descuidado los contenidos. Y de forma muy grosera.
Atrapado en el tiempo. Luego de un fallido intento por continuar la saga con otro actor, Matt Damon vuelve para salvar la franquicia e iniciar una nueva historia, ya con datos más certeros sobre el personaje y la búsqueda de su pasado. El atribulado agente Jason Bourne se ve obligado a salir de una sórdida y dolorosa clandestinidad para intentar resolver aspectos de sus inicios como agente, y además desentrañar una siniestra interna dentro de la CIA. En medio del conflicto personal del protagonista se presenta otra operación de la Agencia tendiente a controlar los datos personales de los usuarios de una popular red social, mediante la colaboración de su propio creador. ¿Les suena? El filme no ostenta un guión tan bien trabajado como en las tres primeras entregas de la saga; este es más lineal, previsible y decidido a ir al grano, con mucha acción, tomas cortas y movidas -tal el sello de Greengrass-, sin sutileza alguna pero entretenido y cumplidor.
Veinte años y nada. Dos décadas después de que la Tierra fuera atacada por extraterrestres -con destrucción de la Casa Blanca incluida-, en los EE.UU. se preparan para honrar a sus héroes y rememorar aquella batalla. Muchos de los protagonistas de aquella historia aún están vivos y algunos de ellos quedaron "conectados" con aquella inteligencia foránea, al punto que ahora reciben una señal, una nada buena. Obviamente el planeta es atacado por alienígenas y, obviamente, la humanidad cuenta con un grupo de hombres y mujeres dispuestos a dar todo para salvarla. Así de obvio todo. La propuesta del director Rolan Emmerich no ofrece ni la más mínima dosis de suspenso, no genera expectativa alguna, todo es previsible por demás. Y algo peor: aburre. El gran logro de Emmerich es conseguir un bodrio ejemplar aún cuando en la pantalla no dejan de aparecer disparos luminosos, sonidos apabullantes de todos los lugares que la sala permita y efectos digitales que colman la pantalla con sus colores estridentes y en 3D. Con todo eso, el tipo aburre. Entonces cabe preguntarse para qué hacer una continuación de una película que, sin ser una obra maestra, al menos resultó en un entretenimiento efectivo. La respuesta está en el final de esta entrega. Y también es obvia.
La basura del vecino. Una vez más Hollywood halla la forma de banalizar ideales, reducir ideas y atomizar conceptos. En este caso el sexismo es el tema elegido para vulgarizarlo en un filme de género cómico, que de cómico tiene nada, pero del que se aprovecha para contrabandear sin sutileza alguna el estilo de vida de buena parte de la descerebrada juventud estadounidense. El reconocido fumón Seth Rogen vuelve en un filme que glorifica el consumo de marihuana y las fiestas de adolescentes, cuyo único fin es alcanzar el coma alcohólico con la mejor onda posible. El conflicto es el mismo de la primera película: Familia que se ve perjudicada por vecinos que viven de pachanga. En este caso, un grupo de chicas en busca de independencia e ideales feministas. Durante todo el filme se usa el argumento sexista para justificar la necesidad de un grupo de pendejas de hacer fiestas a su manera, sin ser consideradas objetos sexuales. Como es obvio, el argumento -escrito por hombres- hace agua, y los "ideales" solo llegan hasta el momento de cubrir la dosis de exceso necesaria para las chicas. Así, la industria cinematográfica produce otro artículo de exportación sin valor artístico, pero útil para infectar públicos que nada tienen que ver con el estilo de vida que promueven.
Cuando el vivo vive del zonzo. Lee Gates (George Clooney) es el conductor de un show televisivo dedicado a la economía. Carismático, atrevido e influyente, así es este animador que se vale de recursos chistosos para informar las tendencias en el mercado financiero. En el control está Patty (Julia Roberts), directora y puntal del programa, quien con su solvencia saca el show adelante y hace lucir a su conductor. Todo es éxito y risas hasta que cierto día un sujeto entra al estudio mientras el programa sale al aire. Armado y fuera de sí, el joven (Jack O´Connell) toma de rehén a Lee y se hace del control del programa. Ahora todo el que sintonice el show puede ver cómo Lee lleva un chaleco con explosivos y escuchar la demanda del muchacho, quien reclama haber sido estafado por el sistema financiero y responsabiliza también a los medios por ello. El filme es tanto una denuncia contra el poder de los medios -usados a menudo de forma irresponsable- como también a un sistema social impiadoso y, de paso, a una sociedad alienada y confiada por demás. Jodie Foster logra un relato ágil y liviano, con módicas dosis de tensión bien administradas con generosos toques de humor. Clooney y Roberts se complementan muy bien y logran representar con gran fidelidad la producción de un programa en vivo y la relación entre quien está frente a cámaras y quienes le apoyan desde el control.
El mutante ancestral. Una tensa paz reina desde los últimos sucesos que tuvieron a los mutantes como protagonistas en la década del setenta. Es el año 1983, cada uno está en lo suyo en la lucha de sobrevivir día a día ocultándose del mundo que les teme; es entonces cuando un poderoso ser revive luego de siglos inconsciente tras ser sometido a un extraño ritual en el antiguo Egipto. Se trata de un ancestral mutante, capaz de absorber el poder de otros y magnificarlo. Creído de ser un Dios, el brutal mutante se propone arrasar con el mundo para construir uno donde su palabra sea ley y el planeta su reino. Mientras tanto, el Profesor Xavier (James McAvoy) se dedica a enseñar en su escuela para mutantes adonde llega un joven que ha comenzado a manifestar un poder un tanto peligroso: lanza destructivos rayos desde sus ojos. En el lugar, el joven conoce a Jean Grey (Sophie Turner) y a Henry "Beast" McCoy (Nicholas Hoult), quienes le ayudan en el proceso de asumir su nueva condición. Lejos de todo esto, en Polonia, Magneto (Michael Fassbender) intenta llevar una nueva vida con mujer e hija. Pero ya se sabe que para él nunca se han dado bien las cosas, y pronto está inmerso en una nueva batalla y en el bando equivocado. Esta nueva entrega de la adaptación de uno de los cómics más complejos creados por Stan Lee llega plagada de acción, violencia y nuevos personajes que debutan en la pantalla grande. Así vemos una lograda interpretación de Psylocke a cargo de Olivia Munn, que es un ejemplo de un casting bien hecho; además se presentan los orígenes de personajes conocidos como Cyclops y Storm, y hasta veremos cómo queda pelado el Profesor X entre otros detalles que los fanáticos agradecerán. Bryan Singer sostiene el tono de los filmes anteriores y logra una de los mejores películas de una saga que, claramente, ha tenido su altas y bajas pero que en un todo resulta más que satisfactoria. Quédense hasta el final de los créditos.
Producir y destruir. En 2014 "Ocho Apellidos Vascos" se convirtió en un absoluto éxito de taquilla en España, por lo que sus productores decidieron explotar el fenómeno con una segunda película a la que llamaron "Ocho Apellidos Catalanes". Lamentablemente la obviedad en el título se traslada al relato. De entrada nos enteramos que Rafa y Amaia no acabaron casados sino separados, cada uno por su lado. Rafa la va de Don Juan en su amada Sevilla cuando un día se le aparece el padre de Amaia para avisarle no solo que ella iba a casarse con otro, sino que ese otro además es catalán. Si en la película anterior había que lidiar con el argot de andaluces y vascos, ahora hay que sumar el de los catalanes. Demasiado para los que somos ajenos a tanta trifulca territorial, cultural y política. Lo que el director logró antes, imponer el relato y su tono por encima de lo regional, acá no lo consigue; se embarra en chistes que solo en España pueden entenderse, lo que no significa que sean efectivos. Para el argentino promedio será muy difícil comprender la mayoría de los diálogos y gags, lo que hace inexplicable su estreno en el país habiendo tanto buen cine español de carácter más universal. Dani Rovira repite sus gracias, y lo hace muy bien, en tanto el resto del elenco cumple satisfactoriamente con lo que el guión pide, pero problema es el guión. En definitiva, estamos ante un ejemplo muy claro para ser utilizado cuando se quiera sentenciar que segundas partes nunca fueron buenas.
Cepo y grieta. Los cuestionamientos acerca de los superhéroes y sus inciativas están de moda. En "Batman vs Superman" la humanidad se plantea qué tan seguro es dejar en manos de un extraterrestre la defensa del planeta y sus habitantes. En "Civil War" los gobiernos buscan regular el accionar de los Avengers que, sin desearlo, han causado bajas civiles mientras intentaban frenar los actos de un criminal. La gran diferencia entre un filme y otro es el guión; que mientras en "Batman vs Superman" es inexistente, en "Civil War" está trabajado con solidez, la necesaria para que todo lo que suceda en el filme tenga sentido y sustento. La historia es tanto una secuela de "Capitán América: El Soldado de Invierno", como una adaptación de la novela gráfica "Civil War". El resultado es coherente al respetar ambas premisas y construir así un nuevo relato con variados discursos sobre la responsabilidad y avasallantes escenas de acción. El conflicto entre Iron Man y Capitán América nace de la presión que varios países imponen para poner bajo su control y autoridad la actividad de Avengers. Cada uno con sus razones planta posición y así quedan enfrentados dos bandos dispuestos a defender posturas contrapuestas. En esta entrega hace su aparición Black Panther, primer superhéroe negro e icónico personaje de Marvel surgido al calor de las revueltas sociales de mediados de los sesentas, cuando la poblemática racial bullía en los EE.UU. También ingresa a este universo un nuevo Spider-Man, a modo de presentación para lo que será su propio filme que llegará en 2017. "Civil War" es un festival para todo aquel que guste de las películas de superhéroes, y especialmente para los amantes de Marvel. Allí donde Warner/DC no consigue lograr un equilibrio entre la tontería y la arrogancia, Marvel se las arregla para poner en pantalla una parte importante, pero solo una parte, de su enorme librería de personajes y lograr que todos funcionen en armonía y sobre un guión respetuoso del público. No se puede obviar que todo lo precedente solo puede ser llevado adelante gracias al millonario elenco de grandes actores que ostenta el filme y una dirección nada pretenciosa, solo acertada y precisa.
El ojo del amo No son pocas las ocasiones en las que el cine nos presenta obras donde es más importante el cómo que el qué. Este es uno de esos casos. La historia transcurre a principios de la década del cincuenta y trata sobre Eddie Mannix, un obsesivo director de un estudio de Hollywood dedicado a cuidar tanto a sus producciones como a sus estrellas, al costo que sea. La propuesta es simpática y ofrece algunos momentos hilarantes; pero lo importante es cómo se nos cuenta esa historia. Y ahí es donde el factor Coen hace la diferencia. Desde el inicio todo se impregna de policial negro, con un Josh Brolin (Mannix) siempre ideal para el género. Que la trama tenga a un estudio de cine como escenario le permite a los Coen ensayar diversos estilos, y así pasan escenas que homenajean -no sin parodia- a los westerns de Roy Rogers, a las geométricas coreografías acuáticas que servían para el lucimiento a Esther Williams, a los bailes de Gene Kelly y a las fastuosas producciones de Cecil B. DeMille. El gran problema que se le presenta a Mannix es que la estrella de su filme más ambicioso es secuestrada. Se trata de Baird Whitlock (George Clooney), quien protagoniza una épica historia sobre Jesús que es la gran apuesta del estudio para ese año. Actores que no saben actuar, estrellas embarazadas que deben ocultar su estado, comunistas infiltrados, disquisiciones sobre el sistema capitalista y un hombre dispuesto a controlarlo todo para evitar el colapso de la "máquina de sueños" conviven en este filme por momentos caótico, pero siempre atractivo y entretenido. De impecable factura técnica, con actuaciones acordes al tono burlón del relato y una gran producción, los Coen ponen cierta distancia con su obra que la aleja de sus grandes trabajos, pero al mismo tiempo cumple con lo que esperamos de ellos.
Un reino que se derrite. Esta es la historia previa a la que conocimos hace un par de años, cuando Blancanieves luchó contra la malvada Ravenna y recuperó su reino. Aquí encontramos a Ravenna (Charlize Theron) y a su hermana Freya (Emily Blunt) quien, luego de una tragedia personal, se convierte en la despiadada Reina del Hielo decidida a adoptar a cuanto niño se le cruce para convertirlo en un guerrero a su servicio. Uno de esos niños es Eric, al que años después conoceremos como El Cazador (Chris Hemsworth). Al pasar el tiempo también pasamos de precuela a secuela, ya que el filme nos traslada a los tiempos posteriores a lo sucedido en el filme anterior, y así El Cazador debe recuperar el espejo antes de que Freya lo haga. Con un elenco millonario, de buenos actores, la película naufraga entre diálogos redundantes, escenas muy violentas alternadas con situaciones extremadamente infantiles y un farragoso argumento que complica lo que debía ser un simple cuento, con su moraleja incluída. En lo técnico el filme es logrado, y aún cuando el rostro de Theron deslumbra y enamora, no es suficiente para salvar un filme demasiado enredado para lo que debía ser.