Vuelo corto No se anda con vueltas el catalán Collet-Serra. En la primera escena presenta al personaje principal, a cargo de Liam Neeson. Un atribulado, alcohólico y agotado sujeto llamado Bill Marks que parece tener en mente solo a su hija, y que ahora abordará un avión que cruzará el oceáno rumbo a Londres. Iniciado el vuelo, Bill recibe inquietantes mensajes de texto en los que un desconocido amenaza con matar a un pasajero cada veinte minutos si no se le deposita una millonaria cifra en dólares. Desde el principio, el catalán ofrece al espectador todo un catálogo de sospechosos entre los pasajeros, para ofrecer la obligada distracción que este tipo de filmes requiere. Sí, todo es muy obvio, pero funciona. Neeson vuelve a explotar el filón que desde "Taken" le viene dando excelentes resultados económicos, y repite con el catalán luego de hacer la fallida "Unknown". Suspenso de manual en las alturas es lo que promete este filme, y cumple, no sin darle al espectador discursos post 9/11, una buena dosis de espectacularidad y escenas que desafían toda lógica, honrando así al más inverosímil cine de héroes estilo McLane.
Para servir Negocios son negocios y una de las industrias que mayores ingresos da a los EE.UU. debe seguir produciendo a como de lugar. El cine es uno de los principales productos de exportación de los asustados unidos de Norteamérica, y si a los creativos de Hollywood no se les ocurre nada productivo hay que echar mano a lo que ya fue hecho. Estamos ante otro remake, esta vez del filme que el holandés Paul Verhoeven presentó en 1987 con el título de "Robocop". Aquella era una pieza áspera dedicada a exponer lo siniestro que sería un estado que deja en manos de corporaciones privadas nada menos que la seguridad de sus ciudadanos. La excusa era una bien conocida por estos lares, como el estado es corrupto e incapaz de administrarse eficientemente, entonces dejemos que una empresa privada se haga cargo, como si la corrupción y la ineficacia no estuvieran presentes en el ámbito privado. En esta nueva versión, con el mismo título, aquella discusión entre lo estatal y lo privado ya está zanjada, directamente no existe. La empresa Omni Corp ha impuesto su sistema de vigilancia y seguridad robotizada al resto del planeta, como en Medio Oriente, donde inicia esta historia. Drones que aseguran la tranquilidad para el imperio se despliegan por la zona, pero no en los EE.UU. donde una ley se lo impide. ¿Por qué es una empresa privada? No. Porque los drones no tienen capacidad para sentir como un humano. Por ese detalle es que el país del norte no inunda sus calles con policías robots administrados por un codicioso e inescrupuloso empresario. Y ya sabemos cual es la solución, la que da sentido a esta historia. Todo lo que el filme original tenía de irónico y mordaz, este lo pierde en el camino entre tanto trazo grueso impuesto por el personaje de Samuel L. Jackson, un periodista que por fuera de la trama principal sirve de "voz" de un establishment reaccionario y derechoso. No ayuda la subtrama ética-emocional que intenta proponerse desde el guión, ni mucho menos el flojo planteo que sobre la lucha entre el hombre y la tecnología muestra el filme. Lo realmente destacable es la dirección de José Padilha en las escenas de acción, algo que en "Tropa de Élite" dejó claro que sabe cómo manejarlas. Por lo demás, el brasileño hace lo que puede con un guión lleno de baches y por demás mediocre. El protagonista Joel Kinnaman se cree su rol y lo desempeña eficazmente, a pesar de un traje digitalmente artificioso. Gary Oldman cumple, como siempre; mientras Michael Keaton no alcanza a ser "el" villano pero en cambio ofrece una composición natural y creíble.
La familia uñita Una familia estadounidense es trasladada a Francia bajo un programa de protección de testigos. Los Manzoni no son una familia cualquiera, si no una cuyo líder denunció a poderosos capos mafiosos con quienes compartió toda una vida de delincuencia. Instalados en Normandia, la familia americana no tarda en recibir el particular trato que los franceses dispensan a los extranjeros, especialmente a los yanquis. Pero no están dispuestos a poner la otra mejilla. Mientras los mafiosos los buscan para vengarse, esta particular familia comienza a hacer de las suyas en territorio francés. Robert De Niro vuelve a personificar a un violento mafioso, esta vez con un toque de humor, secundado por Michelle Pfeiffer, tampoco ajena a estar casada con la mafia. Sus actuaciones son magníficas desde ya, mas los aplausos se los lleva Dianna Agron, quien compone a la temperamental y enamoradiza hija del matrimonio Manzoni. Con gran ductilidad, Agron pasa por distintos estados sin perder gracia ni encanto. Luc Besson no se mueve mal en el terreno de la comedia pero vuelve a su mejor forma en el tramo final del filme. De yapa hay guiños a la propia carrera de De Niro, y especialmente al productor ejecutivo del filme, Martin Scorsese.
El sueño que sueña al soñador Cualquier cosa puede disparar la imaginación de Walter Mitty. Un par de guantes, estar al volante de su coche o el título de una revista. Lo que sea servirá de disparador para imaginarse en un hidroplano, o como una eminencia científica o a bordo de un bombardero. Mitty sencillamente se dejará ir, se colgará en su sueño, despierto, mientras espera a su esposa que va de compras. Esta es la base del breve cuento escrito por James Thurber que en 1947 sirvió para que Samuel Goldwyn produjera un filme para lucimiento del comediante Danny Kaye. Sesenta y seis años después, Samuel Golwyn Jr. retoma la idea central del cuento de Thurber para lucimiento de Ben Stiller, en el doble rol de director y protagonista. Esta versión presenta a Mitty como responsable del departamento fotográfico de la revista Life, donde trabaja una mujer por la que se siente atraído, pero su timidez no le permite encararla. Para colmo de males, la revista pasa por un proceso de reducción de personal debido a su transformación en un producto on line. En esencia el personaje sigue siendo un soñador, alguien que se "cuelga" imaginándose como un héroe ante su chica o descargando su furia contra su nuevo jefe. Una especie de Felipe, el de Mafalda, que siempre estaba representándose en situaciones muy alejadas de su propia personalidad. Pero algo va empujar a Mitty a dejar de soñarse como un ser intrépido para pasar a serlo. Fábula de autosuperación bien dosificada y alejada de pretenciones psicologistas, el filme de Stiller se presenta sobrio, equilibrado y cargado de mensajes sencillos, sin rebusques. En roles secundarios, pero determinantes, es un lujo disfrutar del talento de Shirley MacLane y Sean Penn; en tanto que Kristen Wiig dota a su personaje de una sutil fuerza capaz de hacer creible el proceso por el que pasa el protagonista. De impecable producción y realización, este nuevo Walter Mitty ya adquiere categoría de clásico, por donde se lo mire.
Dos para la joda Un abuelo descarado y jodón tiene en su nieto al mejor compinche. Juntos viajan a encontrarse con el padre del niño para que este se haga cargo de él mientras la madre cumple condena en la prisión. Esta comedia funciona solo a partir de la complicidad que se establece con el público, el que sabe que todo está preparado en función de captar incautos para las cámaras sorpresa que acaban como escenas dentro de la trama. El humor hace base en lo escatológico y lo sexual -como es previsible-, y tiene su punto más alto en una escena de travestismo infantil. Knoxville realmente se luce en su composición, gracias sobre todo al excelente maquillaje que lleva. Pero, como sucede en estos casos, es el niño el que se lleva los aplausos. Desfachatado y natural, el pequeño ya tiene futuro asegurado en la barra guarra de Hollywood. En resumen, el resultado es desparejo, sin llegar a explotar la comicidad propuesta el filme se queda en su aspecto más televisivo, y con el humor más burdo. Ese que solo disfrutan algunos no muy exigentes en la materia.
Por no tener un buen consejero Como se explicita en la primera escena de este filme, el protagonista está dispuesto a satisfacer a su amada en todo sentido, y por ello no piensa resignar su nivel de vida. Esa decisión lo lleva a tomar otras más arriesgadas, meterse en negocios peligrosos, a simple vista sencillos, pero de esos que suelen complicarse, y cuando eso sucede no queda otra que intentar escapar de una muerte más que segura. Para contar esta historia el novelista Cormack McCarthy eligió como escenario a la frontera que divide a México de los EE.UU., zona caliente del narcotráfico. Allí está el "abogado", sujeto cuyo nombre nunca conoceremos y que está fuertemente vinculado a personajes de dudosa reputación; entre ellos Reiner y Westray, roles a cargo de Javier Bardem y Brad Pitt, respectivamente. Cameron Díaz interpreta a la inquietante y perversa Malkina, pareja de Reiner, en tanto Penélope Cruz es la prometida del abogado. El filme no tarda mucho en mostrar sus fallas. La primera está en el guión de McCarthy, tipo talentoso que escribió novelas muy interesantes pero que aquí como guionista hace agua. Javier Bardem aparece con, tal vez, el peor personaje que le haya tocado presentar en su carrera. Caricaturesco, superficial y sin sentido es Reiner, que anda erráticamente por la historia al igual que el que le tocó a Penélope Cruz, de una intrascendencia pasmosa. Brad Pitt hace lo suyo, como de paso, mientras Fassbender debe lidiar con conflictos más internos que lo lleva a un registro que contrasta con los diálogos impostados y pretenciosos -de esos que llevan una frase con destino de calendario- que debe pronunciar Díaz, y ni hablar de la insufrible perorata que le toca dar a Rubén Blades., en una de las escenas más insoportables que hemos visto últimamente. Con todo esto Ridley Scott intenta contar la historia como puede, pero le sale mal, y el resultado es un bodrio pretencioso con grandes actores -si hasta hay una breve participación de Bruno Ganz-, que acaba en un desperdicio absoluto de talento.
Pobre Carrie Que Hollywood hace años padece una fatal carencia de ideas no es novedad. Lo lamentable es que esa falla se traduce en un derroche de filmes intrascendentes que ocupan espacios que otros podría llenar, tal vez con menos recursos, pero seguramente con más creatividad. El turno ahora es de una nueva versión del filme que en 1976 dirigió Brian De Palma, basado en la primera novela de Stephen King, "Carrie". No estamos ante una relectura de esa novela, un nuevo filme con otra mirada acerca de lo escrito por King. No, estamos ante una copia del relato presentado por De Palma. Versión de otra versión. El problema es que la directora Kimberly Peirce no tiene en su ser ni una gota del talento de De Palma, lo que se traduce en un filme apenas correcto, de manual, sin inspiración alguna, que innecesariamente remeda al original. La historia de la adolescente Carrie White, retraida y mojigata a instancias de una madre fanática religiosa y posesiva, que padece el maltrato de sus compañeros de clase y a partir de esos abusos descubre tener el poder de la telekinesis, tiene a su favor en esta versión a una formidable Julianne Moore como la madre, y a una Chloe Moretz que hace suya al personaje principal, a pesar de tener que interpretar su rol en escenas practicamente calcadas del filme original. Aquellos que hayan visto la "Carrie" de 1976 padecerán el hecho de ver un filme sin vuelta de tuerca alguna, a la espera de lo ya conocido. Los que no la vieron, se encontrarán con un filme que no llega a empardar siquiera lo que hoy se produce dentro del género, al tiempo que desaprovecha tratar con mejor suerte el tema del Bullying, tan en boga en estos tiempos.
No necesitamos otro héroe La primera entrega se basaba en una pegunta ¿Por qué tras tantos años de mitología sobre superhéroes no había ninguno en la vida real? Esta vez, como para cerrar el círculo, la pregunta es ¿Hace falta contar con superhéroes en la vida real?. El dilema sobre qué hacer con sus vidas, y sus deseos de ser útiles a la sociedad en la que viven, es lo que domina a los personajes principales. Por un lado, Mindy, quien intenta vivir como una chica de quince años, alejada de su alter ego Hit Girl y rodeada de superficialidad, a la vez que es maltratada por sus compañeros de clase por tener una actitud diferente al resto. Por el otro, Dave, quien cansado de luchar solo y necesitado de alguien que lo acompañe en la aventura de ser Kick Ass se une a una pandilla de vigilantes comandada por el coronel Stars (Jim Carrey en un personaje que nada le aporta a su carrera, definitivamente). En medio de tanta batalla interna se desata otra más palpable y violenta, la que encabeza Chris D´Amico, antes Red Mist, quien viera a su padre muerto a manos de Kick Ass y que ahora busca venganza enfundado en su nuevo rol de villano llamado Motherfucker. Al igual que en el filme anterior, aquí la violencia se presenta de forma exacerbada y explícita, sin sutilezas. El tono de comedia domina la primera mitad del filme, pero luego todo se vuelve más áspero, brutal y hasta trágico. No es posible obviar que estamos ante una exagerada crítica sobre la ausencia de ley y la falta de seguridad, antes que una apología de la justicia por mano propia. Basta con ver cuánto pierden los protagonistas de esta historia por encarar una labor para la que no están preparados y mucho menos elegidos. El guión es errático justamente en cuanto al tono a sostener y se pierde en la maraña de coreografías luchísticas y borbotones de sangre que salpican la pantalla. El director tampoco está a la altura; incapaz de acercase siquiera a alguna de las memorables escenas que logró su predecesor, solo se conforma con marear al espectador en busca de tapar su falta de creatividad. Así y todo, la película se salva gracias a la estupenda Chloe Grace Moretz, la que consigue sostener buena parte de la trama con su adorable, a la vez que temeraria, Hit Girl, personaje ya de antología.
Cuesta abajo Jasmine no pasa por su mejor momento. Dejar su lujoso apartamento en Park Avenue para terminar depositando su humanidad en un departamento de baja categoría en San Francisco, no era algo soñado por ella. Pero es lo que hay. Su hermanastra Ginger (Sally Hawkins) es quien le da asilo y contención en el momento más difícil de su vida. La misma Ginger que era ninguneada por su hermanastra cuando esta todavía era una ricachona esnob. Jasmine se había casado con Hal (Alec Baldwin), un millonario dedicado a diversos negocios e inversiones, y gracias a él conoció un mundo de lujos y sofisticación. Así es como Woody Allen aprovecha para mofarse de la clase alta neoyorquina, siempre blanco predilecto de la aguda mirada del director. Solo que esta vez la ironía es más fina, y la crítica más severa. Jasmine era quien era solo porque su marido y su entorno la definía y, cuando todo lo había perdido sintió la necesidad de por una vez en su vida ser algo por sí misma, ponerse a estudiar, superarse; pero su deseo de ser alguien, de "pertenecer", era más fuerte que su voluntad. Desde el inicio podemos notar que el tono será trágico, que el ida y vuelta entre pasado y presente tendrá un crescendo ejecutado con la maestría de un genio. Y en Cate Blanchett a uno de los instrumentos más precisos con los que Allen haya contado en su carrera. En los roles secundarios se destacan Sally Hawkins y Bobby Cannavale como el novio de Ginger, en tanto la melodía que acompaña la historia es "Blue Moon", interpretada en esta ocasión por Conal Fowkes, pianista de la banda que acompaña a Woody Allen en sus giras musicales. Angustiada, desequilibrada, frágil, así es Jasmine. Magistral, profunda, clásica y exquisita es "Blue Jasmine", la nueva de Woody, ese maestro genial que todos los años nos deja disfrutar algo más de su inagotable talento.
Cambiar de inmobiliaria El cine tiene estas cosas. En una misma temporada, un director puede ofrecernos una notable película como lo es la escalofriante "El Conjuro" y luego un bodrio inncesario como esta secuela de un filme que, sin ser brillante, tenía sus méritos. Otra vez una familia, la misma del filme original, con problemas en la nueva casa donde habitan. Espíritus malignos los vuelven a acosar, solo que esta vez las pobres víctimas parecen tener la clave de por qué les sucede esto. La investigación de los hechos paranormales conducen a un pasado no muy lejano, década del ochenta más precisamente; y obviamente, para hacer uso de un recurso que empieza a agotar, los investigadores se topan con reveladoras cintas de vhs hogareñas. Patrick Wilson ya es un abonado a estas historias y se mueve con comodidad, aporta lo suyo, estoico y de forma convincente. Lamentablemente el tedio domina la trama y poco se salva de un filme que no aporta absolutamente nada al género y tiene destinado la intrascendencia.