Policía torturado por la pérdida de su pequeña hija y la separación de su esposa, el Vasco vive en un infierno personal, aunque todavía cree en la justicia. Así se verá envuelto en un tenebroso suceso ocurrido en Mar del Plata donde, a orillas del agua, comienzan a aparecer cadáveres descuartizados de prostitutas y, secundado por un periodista policial y por un extraño y solitario vidente, iniciará una ardua investigación. En principio, todo indica que esas muertes son ajustes de cuentas, pero pronto descubren que hay políticos y policías complicados, y que incluso la muerte de su hija no era ajena a aquello que estaba ocurriendo. Pocas veces la cinematografía local se internó en el género policial negro, y esta vez el realizador Gonzalo Calzada, que ya había dado muestras de indudable eficacia en Luisa, su primer largometraje, demostró que sobre la base de un muy buen guión de Carlos Balmaceda (adaptado de su novela, finalista en el premio Planeta) se puede lograr. El director logró el clima necesario, por momentos sangriento, otros fuertemente dramáticos, que pedía esta historia. La trama, sostenida por un excelente montaje, va jugando una partida que obligará tanto al policía como a quienes lo secundan a enfrentar sus propios pasados, a remover viejas heridas y a conectarlos con sus propias verdades. El impecable trabajo de Gustavo Garzón, sumado a las buenas intervenciones de Valentina Bassi, Vando Villamil y Juan Minujín convierten este film en una novedad en nuestro cine, novedad que surge de la elección de un tema sórdido tratado con notable eficacia por un realizador que supo comprender la manera de mostrar el horror a través de los espejos deformantes de la realidad.
Con 19 años, Carla vive en un micromundo al que tiñe con su mirada ácida; criada sin padre y con una madre que siempre se resistió a ocupar ese rol, la muchacha transita una vida opaca. De pronto su mundo se ve invadido por el súbito retorno de su madre, que había estado mucho tiempo en el exterior, y la convivencia se tornará ríspida. Ambas sacarán a flote sus recuerdos y enojos y se producirán choques en las que ambas mostrarán los más íntimos meandros de sus sentimientos. El film, adaptado de la novela Para ella todo suena a Franck Pourcel, del mexicano Guillermo Fadanelli, transita morosamente por esos encuentros y desencuentros de madre e hija. Todo es en el relato lento y repetitivo, y si por momentos surge algún signo de interés, éste no tarda en perderse entre esos enormes vacíos sólo quebrados por breves diálogos o por inusitadas situaciones. Jazmín Stuart y Juan Pablo Martínez intentaron, en su doble carácter de directores y guionistas, mostrar los recovecos más profundos del alma femenina en medio de esas trampas que viven ambas, pero la pretensión y la solemnidad conspiraron para que la trama vaya decayendo hasta convertirse en un relato, con un aire más literario que cinematográfico, que intentó y no pudo explorar temas como la adolescencia, la sexualidad y el paso del tiempo. El elenco, encabezado por Florencia Otero y Claudia Fontán, poco es lo que pudo reflotar de un guión que necesitaba de una mayor calidad en cuanto a viviseccionar el interior de sus protagonistas, que se van convirtiendo en seres agónicos insertos en un pequeño mundo del que no pueden o no quieren escapar. Los rubros técnicos cumplieron con sus respectivos cometidos, pero ello no fue suficiente para que el film logre el interés que, sin duda, pretendieron sus realizadores.
En diciembre de 2001, la Argentina cayó víctima de la peor crisis económica del país. Frente a las puertas de los bancos, los ahorristas se reunían para pedir la devolución de su dinero, entre cacerolazos, gritos y enfrentamientos con la policía. Entre este enorme grupo de desesperados está Antonio, un anciano viudo que había dejado su profesión de eximio pianista para vivir de sus ahorros y para pagar los medicamentos para su avanzada diabetes. Tras intentarlo todo, este hombre que recuerda cotidianamente a su esposa muerta decide jugar una peligrosa partida: armado con una granada de mano ingresa en el banco en el que había depositado sus ahorros y amenaza al gerente, a sus empleados y a algunos clientes, entre ellos un matrimonio con un hijo sordomundo que necesitaba ese dinero para operar al pequeño. La situación se torna cada vez más tensa. Antonio exige la devolución de sus dólares, pero en esa sucursal bancaria no hay suficiente efectivo y entonces amenaza con hacer explotar esa granada. Sin embargo ese hombre acorralado no posee instinto asesino. Deja pasar el tiempo, mima al niño sordomudo y trata de pacificar el nerviosismo de sus rehenes hasta que un escuadrón policial le exige su rendición. Pero Antonio no se da por vencido y su aventura finalizará de manera inesperada. El film se convierte así en una comedia dramática, en una alegoría, en un cuento de esperanza, de solidaridad y de amistad, de familia y de sobrevivencia. El novel director Julio Bove eligió ubicar su historia en uno de los más ríspidos episodios del país, y lo hizo con calidez y con ternura a través de ese Antonio al que Federico Luppi compone con indudable emoción, rodeado por esos rehenes que, en definitiva, terminarán convirtiéndose en sus aliados. Por momentos el relato decae en su intento de mostrar la furia de los demandantes, entre quienes se encuentra el personaje que interpreta casi como una caricatura Esther Goris, pero pese a ello la trama no decae en su propósito de retratar un trozo dramático de nuestro pasado reciente. Bien valen, además, las buenas interpretaciones de Gabriel Corrado y de Gustavo Garzón, a lo que se suma un impecable equipo técnico.
La historia del equipo de básquet que, en 1950, se consagró campeón mundial Cuando en 1950 la Argentina se consagró campeón mundial de básquet, al derrotar por 64 a 50 a los Estados Unidos en un partido disputado en el Luna Park, no fue sólo un gran mérito para el deporte local, sino que logró reunir en un apretado abrazo de amistad a esos jugadores que tanto habían luchado por lograr tan deseada conquista. Este documental refleja la trayectoria de esos basquetbolistas que continúan todavía hoy reuniéndose una vez por semana y que tuvo particulares momentos. Seis años después del triunfo, en el contexto de la llamada Revolución Libertadora, la Confederación Argentina de Básquet los acusó de profesionales en un deporte amateur y todos ellos fueron suspendidos de por vida. Su única falta: haber recibido de manos de Perón, como único premio, una autorización para importar un automóvil. Nombres tan emblemáticos como los de Oscar Furlon, Ricardo González, Rubén Menini, Jorge Canavessi e Ignacio Poletti, entre otros, relatan frente a una cámara atenta a sus gestos y a sus palabras aquellos días en que, todavía con la alegría del triunfo a flor de piel, debieron dejar de lado lo que más querían: reunirse en una cancha para demostrar que todos habían hecho de ese deporte lo más entrañable de sus existencias. Los directores Baltazar e Iván Tokman lograron reconstruir una de las páginas más brillantes, y también más dolorosas, del básquet argentino. El film rescata a esos deportistas que nunca perdieron su amor por las canchas en que transcurrieron sus vidas y que hasta hoy son el refugio de sus recuerdos y de sus añoranzas. Una impecable fotografía y una música de agridulces tonos ponen marco a esta historia que no es sólo la historia de un deporte que en la actualidad se identifica con el nombre de Manu Ginóbili, quien aquí tiene también una emocionada participación, sino que retrata un suceso que el tiempo ya casi había borrado de la memoria de los aficionados.
A veces las desgracias no vienen solas y esto lo comprenderá rápidamente Gabriela, una joven e impetuosa mujer dueña de una pinturería que, de pronto, se encuentra con Felisa, una ex compañera de la escuela secundaria que carga con el antecedente de traer consigo la mala suerte y la desgracia. Esta se muestra feliz con el reencuentro, pero Gabriela comienza a experimentar un gran temor cuando "desgracias" de diversa índole comienzan a ocurrirle. Encima, su esposo hará un imprevisto viaje para, según él, cuidar a su tía enferma, aunque ella encuentra sospechosas anotaciones en su agenda. Sin duda, piensa Gabriela que Felisa tira "malas ondas" mientras que su vida se ve cada vez más complicada. De pronto se le ocurre que su amiga la puede ayudar para enfrentar a sus adversarios y así contagiarle su mala suerte. De esta manera comenzarán una serie de hilarantes situaciones en las que se verán envueltas. La novel directora Ana Halabe logró mostrar a esos dos personajes envueltos en toda clase de infortunios de los que emanarán graciosas situaciones sostenidas por jugosos diálogos. Sin duda la realizadora se propuso echar una divertida mirada acerca de la amistad entre mujeres que se reencuentran, y a pesar de que por momentos el guión abusa un tanto de los continuos disparates, el film logra su propósito de entretener en torno de sus protagonistas, a las que Julieta Cardinali y Leonora Balcarce supieron otorgar la necesaria simpatía que pedía ese dúo. Un elenco que acompañó las idas y venidas de las dos amigas -bien vale la buena composición de Rita Cortese y las correctas participaciones de Fernán Mirás y de Nicolás Pauls-, sumado a una impecable fotografía y a una música que otorga el clima ideal a estas peripecias, convierten al relato en una agradable radiografía de una muy accidentada amistad.
Dentro de la historia argentina, Juan José Castelli sobresale por sus valores éticos, por su valentía y por sus ideales libertarios. Fue uno de los hombres de la Revolución de Mayo, comisionado para intimar al virrey Cisneros a que cesara en su cargo y encargado de defender la posición patriótica en las sesiones del Cabildo del 22 de mayo de 1810. Se lo llamó el orador de la Primera Junta, que le encargó la represión de la contrarrevolución de Liniers en Córdoba, a quien Castelli mandó fusilar, y la misión de ocupar el Alto Perú. Su vida estuvo casi siempre signada por las adversidades, ya que cuando pactó una tregua con los realistas éstos no la respetaron y sorprendieron en Huaqui a las fuerzas criollas a su mando. El director Nemesio Juárez se basó en la novela de Andrés Rivera, ganadora en 1992 del Premio Nacional de Literatura, para construir un guión en el que Castelli brilla en la gran composición de Lito Cruz. Por momentos cálida y casi siempre dura, la historia va trenzando la existencia de ese protagonista que luchó por darle a su patria esa libertad tan deseada. Con una impecable reconstrucción de época y una sobresaliente fotografía La revolución es un sueño eterno se convierte en un film que descubre a este hombre que quedó algo oscurecido en el recuerdo.
Un film que se supera al alejarse del tono melodramático que impone la historia A veces el destino desafía sin piedad a seres que, alegres y despreocupados, desfilan por la vida luchando contra las adversidades. Ese destino, precisamente, es el que se ensaña con Paige y Leo, quienes conforman un joven matrimonio profundamente enamorado y satisfecho de su vida como artistas -ella, una escultora amante de su profesión; él, un exitoso empresario de un estudio de grabación-, a quienes nada parece interrumpir esa placidez hogareña y laboral. Sin embargo, en una noche nevada, el automóvil en el que viajan sufre un accidente del que Leo sale ileso, pero ella sufre un traumatismo en la cabeza. Cuando Paige supera el estado de coma, Leo es para ella un completo extraño. La muchacha retrocedió mentalmente a la muy joven estudiante de abogacía que era cinco años atrás, antes de conocer a Leo y de convertirse en artista. Ya no es la esposa de ese hombre ahora sumido en una profunda depresión y tampoco rememora su vida actual ni entiende el motivo de haberse distanciado de sus padres. Extraña su guardarropa más conservador y no sabe el motivo de haber abandonado una prometedora carrera de leyes. Para empeorar las cosas, Paige piensa que sigue enamorada de un empresario que, en el pasado, logró llegar a su corazón, y todo ello la vuelve reacia a aceptar a Leo en el presente. El director Michael Sucsy elaboró esta problematizada historia con indudable calidad y calidez. Dejó de lado el tono melodramático que se imponía en el tema para retratar las vicisitudes de la pareja protagónica -buenas actuaciones de Rachel McAdams y de Channing Tatum-, y convertirlas en un péndulo en el que la ternura de Leo se contrapone con esa falta de memoria de su mujer, quien poco a poco comprenderá que el amor puede renacer de una flor marchita. Este desafío pondrá a prueba todo lo que él creía acerca de la necesidad de reiniciar una nueva vida, de ser honesto con uno mismo y de mantener el sagrado aspecto de la ceremonia matrimonial: los votos que se hacen dos personas entre sí. El público (sobre todo el femenino) verá en esta trama un cuadro emotivo en el que la necesidad del reencuentro amoroso podrá saltar las vallas de la adversidad.
Desde su Cataluña natal, el pequeño Nicolás Rubió y su familia debieron trasladarse al pueblito francés de Vielles, huyendo así de los estragos de la Guerra Civil Española. Aquí ese muchacho comenzó a interesarse por la pintura y a tomar contacto con los pocos habitantes de un lugar en el que la pobreza era el pan de cada día y las relaciones entre los pueblerinos estaban signadas por la calidez y la paciencia de esperar un futuro mejor. Todo ello quedó en la memoria de Rubió que, con los años, se trasladó a la Argentina, donde se destacó como eximio pintor y escultor. Aquellos cercos, praderas y senderos y aquellos amigos, parientes y boyeros de su infancia fueron los motivos de sus más de 600 cuadros que reflejan con enorme melancolía esos días en que el artista transitaba aquel lugar que quedó reflejado en sus retinas como una indeleble marca a fuego. El novel director Fernando Domínguez rescató en este documental esa obra de Rubió. Y lo hizo con enorme simpleza mostrando al pintor en su atelier frente a esas pinturas que lo trasladaban a su pasado. A veces su pincel demoraba en su trazo, ya que tenía entre brumas la cantidad de ventanas que poseía su casa, o vacilaba en dejar impreso en el lienzo las figuras de aquellos personajes que transitaban las humildes calles de Vielles. Pero esto no era un problema demasiado pesado para Rubió, quien finalmente lograba estampar aquellos recuerdos que, con mágicos colores, lo volvían a revivir los pasados años infantiles. Con este film su realizador pudo percibir que la pintura no es sólo una acción física, una mano que mueve un pincel, sino algo del espíritu mismo, y quien dice espíritu, dice ideas, sentimientos, vacilaciones y dudas. Si bien todo esto no se ve nunca, Domínguez logró filmar lo que no se ve y es la realidad del arte. Muy pocas son las palabras que se escuchan en el film. Hay alguna breve comunicación telefónica de Rubió con algún pariente catalán para que le refresque la memoria acerca de la cantidad y el tamaño de las ventanas de su casa juvenil o ciertas frases que el artista deja deslizar mientras su pincel trabaja con ahínco. Las palabras, en definitiva, son aquí casi innecesarias, ya que lo que vale son sus cuadros impregnados de esa emoción traducida en bellas imágenes. El documental queda, pues, como un emotivo homenaje tanto al artista como a su necesidad de atrapar su pasado en esas pinturas que son, sin duda, la virtud de volver a aquellos años en que fue feliz entre 75 habitantes, 20 casas y 300 vacas.
Un documento que interesa por su calidez y por su denuncia de un sistema oprobioso Miles de desheredados del conurbano bonaerense fueron, y son, víctimas de los ajustes, de los saqueos, de la corrupción y de la inmoralidad de los sistemas políticos de turno, y frente a este desolador panorama decidieron organizarse y resistir a un sistema que los acorrala cada día más. Entre este enorme grupo de hombres, mujeres y niños que tratan de forjarse un mejor porvenir se destaca el nombre de Darío Santillán, un joven de 21 años que el 26 de junio de 2002 fue asesinado, junto a Maximiliano Kosteki, durante un enfrentamiento con fuerzas policiales, en la estación Constitución. El director Miguel Mirra tomó como protagonista a Santillán para elaborar este documental que, a través de su padre, de su hermano y de sus compañeros de militancia, recorre la trayectoria de ese muchacho. El film intenta dejar de lado todo el aspecto político que rodeó la trayectoria de Santillán para insertarse en su necesidad de ayudar con su palabra y con su acción a quienes, sin apoyo oficial, construyeron sus viviendas para dejar de lado esas miserables taperas que los cobijaron desde siempre. El realizador logró un documento que interesa por su calidez y, sobre todo, por su denuncia a un sistema oprobioso que deja de lado a los más necesitados, a aquellos que sólo poseen sus deseos de integrarse a una sociedad más justa, a aquellos que, en definitiva, quieren una forma de vida que los libere de la pobreza y de la desigualdad.
Un hombre está recostado sobre una cama con las manos atadas y una venda sobre los ojos. Tras mucho esfuerzo logra liberarse de sus ataduras y, al asomarse por una ventana, comprueba que se halla en una desvencijada casa del Delta. Así comienza una enredada historia que se basa en un mito popular de los habitantes del lugar, acerca de un mal que posee diversas y ambiguas consecuencias. El personaje logra salir de la casa, frente a la que se halla plantado un sauce, y recorre desorientado el contorno transformado casi en una jungla. Todo hace pensar que ese hombre fue secuestrado y contrajo el mal del sauce. En uno de esos días de cautiverio su hijo adolescente, con el que había tenido desde siempre muy poco contacto, le alcanza alimentos. El director Nicolás Sarquís se propuso mostrar en éste, su primer largometraje, los fantasmas que rondan a ese hombre y la manera en que alimenta la esperanza y la espera. Pero el resultado es un relato por momentos tedioso y demasiado confuso, sostenido por una estructura en la que hay que adivinar lo que le ocurre a ese individuo, por qué fue secuestrado y el porqué de su reencuentro con su hijo. El novel realizador, hijo del fallecido director Nicolás Sarquís, apeló a una estructura demasiado hermética para narrar las penurias del protagonista, y en este camino trastrabilló con cierto aire de presuntuosidad para dar a entender que el sauce puede originar las más extrañas acciones. La actuación de Jean Pierre Noher, que no abandona casi nunca la pantalla, trató de dar algo de aire a ese claustrofóbico individuo, pero el guión no le permitió demostrar su potencial actoral. Poco puede decirse del resto del elenco, que hace breves apariciones, ya que todo el peso de esta historia recae en ese secuestrado, mientras que los rubros técnicos apenas merecen citarse por su mediocridad, punto justo de este malogrado debut cinematográfico de Nicolás Sarquís.