En un pueblo olvidado de la cordillera patagónica vive una mujer que, todos los días, repite su misma tarea: dar de comer a sus gallinas y caballos, y recoger flores y frutos. Nada parece romper esa rutina que la convierte en un ser solitario y necesitado de afectos que nunca llegarán a su vida. El director Miguel Zeballos sigue con su cámara a ese ser inmerso entre la tristeza y la melancolía, y así este documental casi carente de diálogos se convierte en un ensayo poético acerca del tiempo y en una reflexión sobre el vacío y la muerte. El propio realizador, con su voz en off, es otro protagonista para retratar el silencio estruendoso de ese pueblo por el que transita esa mujer sin porvenir.
Con buena posición económica y una vida solitaria, Ariel deja transcurrir sus días entre su trabajo y largos paseos. Sin embargo, esta rutina se romperá en el momento en el que se reencuentre con su novia de la universidad y descubra que, veinte años atrás, cuando la pareja rompió su relación, ella estaba embarazada. Así, de pronto, ese hombre descubre que es padre y, más dolorosamente aún, que el hijo de ambos murió recientemente en un accidente automovilístico. La existencia de Ariel se transformará por la necesidad de saber todo acerca de ese hijo del que jamás había tenido noticias y no podrá ya conocer. Con indudable calidez, el director Savi Gabizon narra esa incansable búsqueda de todo lo concerniente a ese hijo al que el destino le arrebató y se transforma en un empecinado padre de alguien que ya no está con vida. Sin caer en el melodrama, el film es una exacta pintura de una ansiosa búsqueda de alguien que intentará reparar un pasado que llega a su cómoda existencia. La actuación de Shai Avivi, recordado protagonista de Una semana y un día, logró darle la exacta dimensión a ese ser que procura descubrir a un hijo ausente, mientras que el resto del elenco y los rubros técnicos apoyan con calidad esta trama plena de sugestión y de amor.
Lola es una actriz en decadencia que no deja caer su talento amenazado por el paso de los años y los eventos irreversibles que arrasaron con su felicidad, mientras que Ana, que sueña con ser bailarina clásica, sobrevive a una violenta relación con un hombre que la acercará al mundo de la prostitución. Por esta trama construida de modo coral desfila también un joven adicto a las drogas que destruirá su precaria humanidad. A través de una trama que exhibe aires de patetismo y violencia, la directora Victoria Chaya Miranda viajó a la intimidad de esos personajes solitarios y marginados de un oscuro Buenos Aires que luchan para no terminar de caer al tiempo que se refugian en sus múltiples secretos y deteriorantes adicciones. La trama pone en evidencia un micromundo de turbios negocios y esos seres que lo habitan con la necesidad de no sucumbir al hondo pozo de la depresión. También se muestra la pesada carga que toda mujer debe llevar en una sociedad desigual. La directora apostó aquí a seguir el derrotero de esas criaturas que tratan de escapar de esa telaraña en la que los colocó el destino, y logró así un film trágico y a la vez movido por las incertidumbres que sus personajes enfrentan cotidianamente. Esther Goris y Guadalupe Docampo supieron encarnar con emoción a ese par de mujeres en soledad, mientras que el resto del elenco se movió con soltura en esta ventana a unas vidas tan necesitadas de comprensión como de amor.
Gloria es ascensorista en la Universidad Pública de Río de Janeiro; creció en una favela con un padre abusador y un hermano que es jefe de una banda de narcotraficantes. Camila, por su parte, es una joven psicoanalista portuguesa que viaja a aquella ciudad para estudiar casos de violencia para finalizar su tesis doctoral. En este marco comienza a tratar a Gloria y, al mismo tiempo, se sabe una extranjera en medio de una ciudad desigual, ruidosa y hostil. Entre ellas comenzará un vínculo impredecible que atravesará las paredes del consultorio. La directora brasileña Lucía Murat construyó con indudable calidad una dura historia en la que los traumas, la obsesión por un juego de placer y culpa, la locura, la cordura, la construcción y la deconstrucción juegan roles preponderantes. Este entramado recorre con sutileza el miedo y la paranoia en una relación entre dos mujeres de diferentes clases sociales. Por momentos cálida y siempre intensa en la pintura de sus personajes -interpretados con solvencia por Grace Passó y Joana de Verona-, Plaza París se convierte en uno de esos films que obligan al espectador a seguir con emoción el recorrido de ese par de protagonistas que pintan el devenir de un micromundo violento y, al mismo tiempo, pleno de comprensión y de ternura.
Daniel, un veterano editor de libros, está muy enamorado de su esposa, pero tiene mucha imaginación y un amigo al que no veía desde tiempo atrás. Cuando este le informa que, tras haber dejado a su mujer, tiene una nueva novia mucho más joven que ambos, los dos deciden organizar una cena de parejas en la casa del editor. La reunión se vuelve cada vez más caótica, ya que Daniel comienza a fantasear acerca de tener una aventura con la novia de su amigo, mientras que su mujer, siempre alerta, sospecha de sus intenciones. Con estos elementos de comedia de enredos el director Daniel Auteuil, que asume además el papel de ese editor que se verá envuelto en constantes sueños eróticos con la joven recién llegada, logró un film tan entretenido como divertido apoyado por un elenco en el que sobresalen las actuaciones del propio Auteuil, de Gérard Depardieu como el amigo y de Adriana Ugarte como la muchacha que desatará los deseos secretos de ese hombre que sueña imposibles. Así, entre secretos y callados deseos amatorios, la historia transita, además, por bellos paisajes italianos y franceses en los que Daniel pasea, con la imaginación, con su deseada amante. Una impecable fotografía y una música acorde con esta alocada fábula apoyan esta aventura que habla de amistad, pero también de celos y de rencores, aunque siempre tomados con una sonrisa.
Cinco hombres de distintas comunidades originarias encarnan a través de sus propias vidas la historia de lucha de su pueblo, desde la llegada de los primeros blancos hasta la actualidad. Este documental tan cálido como expresivo fue filmado por los directores Ignacio Ragone, Juan Fernández Gebauer y Ulises de la Orden en varias provincias del norte argentino, además de Buenos Aires, Bolivia y Paraguay y es hablado en varios dialectos y en castellano. Cuenta con potentes animaciones que buscaron trasponer la tierra al papel, utilizando manchas de tinta y texturas superpuestas para crear los fondos. Este recurso permitió contar las principales masacres perpetradas a lo largo de la historia.
Pasión por San Lorenzo Miles de personas compraron metros cuadrados para luego cederlos a San Lorenzo de Almagro, el club de sus amores. Así se juntaron 7 millones de dólares en un ejemplo de logro comunitario en pos de un sentimiento común. Todo surgió del sueño de cuatro personas que hace 20 años se propusieron que ese estadio de fútbol, situado entre 1916 y 1979, vuelva a su lugar. Así, luego de movilizaciones multitudinarias, lograron que la Legislatura aprobara la expropiación de las tierras ocupadas por un supermercado multinacional. Entre los personajes, el director Sergio Criscolo incluyó a sus propios padres y algunos poetas, y así este documental es una mirada personal acerca de la pasión, en este caso volcada al fútbol, a un club y al arte callejero.
A los 90 años, Bernardo Arias, un cineasta de la vieja escuela, sueña hacer una película sobre el arte y tiene en claro que es una tarea ardua y compleja. Su amigo, el pintor y escultor Antonio Pujía, decide colaborar poniendo su conocimiento y su trayectoria. Al realizador Marcelo Goyeneche, quien conoce a Bernardo, se le despierta un sueño y le ofrece su ayuda, y le pide poder registrar con su cámara el trabajo cotidiano de ese hombre que ama apasionadamente la antigua cinematografía nacional. Este proyecto individual se convierte en un deseo compartido a través de los distintos relatos y de una nueva pregunta: ¿qué los moviliza a seguir transitando la búsqueda del arte?
Un director está asediado por sus actores y por sus técnicos al rodar la escena final de su western. Todos se preguntan si quien debe morir es el malo o el bueno de la historia, y frente a esta disyuntiva recorrerá una serie de países en los que, quizás, halle la respuesta tan ansiada. Habitantes de Francia, México, Irlanda, Colombia y Ruanda le van relatando sus penurias y así sabrá qué hacer. Este film atípico habla, entre el documento y la ficción, de los problemas por los que atraviesan los habitantes de muchos países. El director español Juan Manuel Cotelo, aquí también actor, resumió así la necesidad de que los seres humanos se comprendan para construir un mundo mejor.
En 1985 veinte jóvenes argentinos viajaron a Nicaragua para realizar tareas de recolección de café y colaborar así con la economía de ese país, muy dañada por la guerra impuesta por Estados Unidos. En nuestro país, mientras tanto, fuerzas diplomáticas demonizaron la iniciativa solidaria e hicieron lo posible para que esta acción terminara en fracaso. Sin embargo el viaje se realizó y significó una experiencia que cambió la vida de sus protagonistas. La directora María Laura Vásquez siguió con su atenta cámara el derrotero de aquellos jóvenes que muchos años después decidieron retornar a Nicaragua para revivir los tiempos que los marcaron para siempre.