Magistral relato de Clint Eastwood, intenso, emocionante y respetuoso Clint Eastwood nos vuelve a fascinar. Cuenta una historia conocida con los materiales de siempre. Y lo hace con la nobleza y la serenidad de un clásico que no necesita hallazgos raros ni recursos impactantes para envolvernos. “Tengo cuarenta años volando y me van a juzgar por 38 segundos”, dice el piloto Sully. Y sí, subraya Eastwood, al final a todos nos juzgan por esos momentos que la vida nos pide más. Algo que Eastwood y su serena maestría despliega ante nosotros esta historia. Nada desentona. Todo es creíble. Tiene suspenso, emoción, personajes bien trazados, ideas y una formidable reconstrucción del hecho. No apabulla con los datos técnicos. Los sucesos que evoca resuenan especialmente a la sombra del reciente accidente en Medellín. El film va y vuelve en el tiempo. No como una travesura, sino para entender que lo que se cuenta no es tanto ese formidable amerizaje en las aguas del Hudson (filmado cono los dioses) sino el alma de este hombre que, como muchos héroes de Eastwood, desafía a su conciencia y al sistema, que va y viene con su pensamiento, que cree que hay instantes que la razón debe dejar su lugar a la acción. Es un profesional que se limita a cumplir su parte de la mejor forma que puede. Sin alharaca, sin golpes de efecto, sin traficar con lo lacrimógeno, sin levantar jamás la voz, los personajes y el relato se entrecruzan y se potencian gracias a la varita mágica de este enorme artista que a los 86 años nos sigue atrapando. El film cuenta el drama de conciencia de un piloto que primero es recibido como héroe pero que después debe enfrentar la investigación que llevan adelante las corporaciones, más ocupadas en sacar cuentas que en exaltar la hazaña de un comandante que salvó la vida de las 155 ocupantes. Sully responde también allí con entereza. Y enseña que en esos momentos no hay tiempo de calcular, que es al final el instinto, la corazonada, la confianza en sus propios recursos lo que termina decidiendo el destino de un hombre. Y que los héroes no son, la vida los va haciendo. Un film noble, respetuoso, intenso y profundo.
No se debe mirar el amor desde la ventanilla La novela fue un best seller. No la leímos. El film es decepcionante. Por tramposo, desordenado, tan insustancial que roza el ridículo. Algunos lo han querido ver como un nuevo género a la sombra de la violencia de género. Mucho ¿no? El comienzo de este viaje es prometedor: una mujer abandonada por su esposo, alcohólica, obsesiva y medio delirante, toma un tren todos los días, pero no para ir a trabajar, sino para poder ver desde la ventanilla la que fue su casa. Y de paso, como contraste, lo que sucede en una casa vecina, donde vive una pareja aparentemente feliz. Pero las ventanillas mienten. Y esto no es nuevo. Se ve a veces lo que se quiere ver. Y cuando uno baja del tren y camina por tierra firme se da cuenta que la cosa es distinta. Y sobre todo esto se torna más turbulento en la cabeza de esta mujer desquiciada, (después veremos por qué y por quién) que perdió su esposo por no darle un hijo y que se masoquea viendo desde esa ventanilla a su ex, con esposa nueva y bebita. El tema daba tela para poder cortar. Pero en lugar de mostrarnos este cóctel de obsesiones y despecho, de engaños y manipulaciones, en lugar de poder asomarnos a esos amores cruzados por vientos de venganza, envidia y dolor, el film prefiere enfatizar sólo los aspectos más efectistas de una historia sangrienta, con muchos sospechosos y hombres aprovechadores y mujeres sufridas. Y lo hace de una manera enredada, con una estructura narrativa con tantas vueltas atrás, que el espectador debería ir con un almanaque para poder ajustar mejor el cuadro. ¿Alguna conclusión? No hay que mirar el amor desde la ventanilla, porque se nos puede empañar la vida.
Transitando a lo largo de una noche larga y oscura El fuera de campo es aquí una alegoría más que un recurso estilístico. Lo que se muestra no cuenta tanto. Lo que está oculto es lo que vale. Como ocurría en esos años, cuando era más lo que permanecía entre sombras que lo que estaba a la vista. El film habla del terror sin nombrarlo. Se lo siente a lo largo de una noche donde no pasa casi nada por afuera y pasa todo por el alma de Francisco, un tipo algo bueno y algo gris, que tendrá por delante un desafío y deberá elegir. El film no es redondo y a veces parece más un ejercicio de estilo que otra cosa. Sin embargo, mira con ojos distintos un tema muy transitado. Y lo hace con pocos recursos, dejándose envolver por la oscuridad de entonces. Estamos en Buenos Aires en 1977. Una vieja amiga le pide a Francisco que vaya a avisarle a una pareja que esa noche los van a ir a “buscar”, que se escapen. Francisco no los conoce. “¿Por qué me lo pedís a mí?” le pregunta. Y de a poco ese pedido resuena en su conciencia. ¿Y si de él depende que se puedan salvar? Y allí va. Tanteando en una ciudad oscura y acechante. Tratando de encontrar y encontrarse. Y el miedo aparece prefigurado o difumado. No hay sirenas no hay corridas no hay armas. A veces surge de unos pasos, otras veces se asoma detrás de la ventanilla de un ómnibus. Está pero no se deja ver. Repetimos, no es un film redondo, a veces se repite, los secundarios no siempre suenan bien y algunas escenas carecen de sustancia. Incluso da la sensación de que daba más para un medio metraje que para un largo. Pero vale por su enfoque, por ese terror minimalista que lo recorre, por la manera de dejar ver lo que no se veía. El film muestra lo que no está. Y, lo que desapareció –dice - le da identidad y sentido a la historia de un Francisco que una noche decide cambiar de rumbo. Ya lo dijo Borges: “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”.
Bridget quiere ser mamá y le pide ayuda a dos papis La saga de esta muchacha atolondrada, simpática, despistada, ingenua y perseverante, ha dado tela para cortara. Fue como se sabe un suceso periodístico antes de llegar al cine. Lleva la firma de Helen Fielding, que es aquí la co guionista. Y aunque jamás logró en la pantalla el respaldo popular que había obtenido el blog, logró al menos poner algo de novedad en los repetidos enfoques de una comedia costumbrista que transitaba por viejas recetas. Ahora vuelve. Tercera edición después de largo receso. Los sueños se han corrido porque el tiempo ha pasado. Bridget ya no sueña tanto con el amor sino con la maternidad. Renée Zelweger y Colin Firth encabezan. El tono es el mismo, entre ingenuo y atrevido. Y la historia seguirá suscitando más de una crítica encendida del feminismo, dolido por las andanzas de una representante que depende demasiado de los hombres y que sólo encuentra realización y destino junto a ellos. Y aquí el esquema se repite, aunque esta vez lo de la maternidad (que sigue siendo un mandato, para horror del feminismo) lleva a que Bridget no dude a la hora de irse a la cama con algún desconocido. Y entonces –esto es lo nuevo- como queda embarazada y no sabe quién de los dos últimos amantes puede ser el padre, decide llevar adelante su embarazo y poner sobre aviso a esos señores, un par de hombres obedientes, buenos, atildados, que son tan respetuosos que entre ellos surge un afecto. Es un atajo argumental tan forzado que n los actores creen lo que están haciendo Eso es todo lo que hay. Porque lo demás no tiene gracia. El diálogo es básico, las situaciones carecen de chispa, la Zellweger sigue apelando a sus mohines, Colin Firth luce más estirado que nunca, Dempsey es más una buena niñera que un amante. Y encima hay un par de situaciones que quieren ser jocosas(la caída en el barro; la secuencia del parto que vive ese trío imposible; lo del micrófono abierto en la TV) se alargan tanto que se malogran. ¿Habrá un cuarto capítulo con Bridget mamá?
Un contador que anda entre la calculadora y la ametralladora Un contador de doble vida y doble turno. De día atiende un estudio de poca monta pero de noche se pone al servicio de los grandes lavadores de la mafia y sus orillas. Es un experto genial que tiene un toque adicional que más quisiera algún contador amigo: cuando las cosas se ponen espesas y el despojo entra groseramente en escena, deja la calculadora a un lado y se convierte en un asesino infalible, muy peleador y con gran puntería, un tipo que liquida impuestos y adversarios con igual solvencia. La trama arranca bien, porque este tipo tiene un pasado borroso: chico autista abandonado por su madre y al servicio de un padre exigente y pasado de rosca que le enseña a pelear, una manera de poder hacerle frente con mejores chances un futuro que viene difícil. Y así lo vemos 18 años después de ese aprendizaje, a este señor de las finanzas de raras mañas. Estoico, insensible, ordenando, tranqui, parco. La historia se va complicando y empiezan las rarezas y las argumentaciones antojadizas. Una pena, porque ese punto de partida daba para más, incluso había aciertos visuales a hora de aportar datos. Pero de a poco entra en una espiral de subtramas oscuras y violentas que en lugar de sumar, restan. El nene afligido y distinto deviene en un súper héroe invencible que termina siendo un sicario desinteresado. Es tan implacable que ni escucha los mensajes de ese corazón arrasado y solitario que pide un lugarcito que le hagan para esa muchacha que viene a sumar y no a restar. Pero al contador sólo lo conmueve –es un decir- los números y el riesgo. Así que después de aclarar todo, solito y serio, como siempre, se va con sus cifras y sus rollos para poder sacar de apuro a otro contribuyente en apuro.
El irreverente Michael Moore va perdiendo chispa y pólvora Simplista, tendencioso, a veces ocurrente y casi siempre oportunista, el cine de Michael Moore ha ido perdiendo fuerza y originalidad. Nunca fue un documentalista ortodoxo. Pero ese afán provocador fue su contraseña más festejada y valorables. Todavía impacta su estilo, que de alguna manera copia su silueta, desaliñada, irreverente. Su cine al final es como su dueño: pide ser aceptado más allá de su aspecto descuidado. Este nuevo trabajo no logra despertar las amargas sonrisas de antes, pero acredita apuntes interesantes y obtiene algunas perlas de este tour progre por Europa. Entre chistes y comparaciones, invita a pensar, aunque su desordenado recorrido suena auto indulgente, arbitrario y reduccionista. Su punto de partida es ingenioso: como Estados Unidos viene fracasando con sus invasiones guerreras, Michael convoca a la cúpula del ejército y presenta su plan: dejar de guerrear en países remotos y decidirse a invadir Europa. Olvidarse del petróleo y apropiarse del estado de bienestar del viejo continente. Su periplo concluirá admitiendo que Estados Unidos debe aprender mucho de Europa, aunque advirtiendo que esas buenas ideas habían sido concebidas allá, en América. Una manera agasajar a los dos lados a través de un viaje que primero entusiasma, que después suena poco verosímil y que al final se vuelve reiterativo. El film de Moore es antojadizo pero él avisa: va a Italia a encontrar “las flores no las malezas”. Y con esa mirada complaciente va de Francia a Finlandia, de Islandia a Portugal, de Alemania a Túnez. Moore aprovecha los puntos positivos de cada país y los compara con Estados Unidos. Y allí baja líneas sobre la violencia, el racismo, la esclavitud, pero sobre todo lo pinta como un país lleno de excesos, encerrado en sí mismo, que ha ido dejando a un lado sus ideales. Cansa un poco, se repite su enfoque y se olvida de dudar e investigar. Pero bueno, da que pensar, tiene sus hallazgos y muestra al menos que además de lo que dicen las malas noticias de todos los días, en muchos rincones de este mundo tan poco hospitalario hay gente que apuesta a un mañana mejor.
Cómo dejar de ser hermanas para empezar a ser madres Agosto de 1945. Mathilde Beaulieu, una joven médica enviada por la Cruz Roja a Polonia, se encuentra de golpe ante una historia sobrecogedora: siete hermanas de un convento de clausura, que fueron violadas por soldados del Ejército Rojo, están embarazadas. El hecho sacude los cimientos del lugar y los muros de la fe. Una de las parturientas está en un grito de dolor. Mientras la madre superiora se encomienda a la providencia, otras buscan en ayuda en el afuera. Los votos impiden ser tocadas, pero el dolor esta allí. La tragedia plantea varios interrogantes. Por un lado ante la fe, que suele trastabillar mucho más de lo permitido: “Aquí tenemos 24 horas de dudas y un minuto de esperanzas”, dice esa hermana francesa que le pregunta a Dios por qué les mando semejante castigo. Y está el instinto maternal, que se sobrepone a los votos de castidad y que las obligará a dejar de ser hermanas para empezar a ser madres. Y el sentido de solidaridad, la piedad y la obediencia serán puestos a prueba cuando estas nuevas vidas confronten con la vocación y la religiosidad. Anne Fontaine parte otra vez de un hecho real: el libro se basa en el diario íntimo de esa médica francesa. En un film anterior, Coco, antes de Chanel, mostró que sus historias están bien vestidas, pero son distantes. Y ahora, ante un desafío mayor, reitera sus lunares: cine académico, frío, que exige más intensidad y rigor, aunque es austero y respetuoso. Los diálogos son sustanciosos y la historia deja ver el drama de conciencia de esa médica que al exponerse nos muestra que todos en medio de una guerra sufren diferentes formas de vejación. Con su entrega, ella entreabre esas conciencias y esos portones tan cerrados. Las nuevas vidas que van llegando al convento, darán nueva vida a la internas. Y los llantos (primero de las embarazadas, después de los recién nacidos) acaso enseñe que puede haber una manera distinta de llamar a la fe desde otro lugar.
La amarga lección que aprendió la maestra Parábola moral con el sello en forma y fondo de los hermanos Dardenne: cámara en mano, naturalismo al mango, concentración temporal y temática. Y seres honestos tentados por una realidad que a cada paso da ejemplos de extorsión, insensibilidad y corrupción. En un pequeño pueblo de Bulgaria, Nadezhda, una joven profesora del secundario, trata de descubrir al alumno que roba en su clase. Quiere darle una lección para que aprenda lo que está bien y lo que está mal. No solo en el aula alguien miente. En su casa también: como su marido, borrachín y perdedor, no pagó el crédito hipotecario, el banco viene a rematarles la casa. Nadezha deberá buscar plata, como sea, remedando sin querer las incursiones del alumno ratero. La mala suerte la persigue. Y el film termina siendo otra mirada amarga a un mundo demasiado sucio para gente que quiere andar por el buen camino. Pero a la historia se le notan las costuras: la fábula se hace evidente y el final, antojadizo y forzado, le quita fuerza y credibilidad a su discurso cínico y moralizante. Conmueve esta profesora que de a poco se va dando cuenta de que es difícil mantener los principios en un mundo así. Nadie devuelve nada, no sólo el alumno ladrón. Al contrario. Al final descubrirá quién es el chico que robó. ¿Pero puede exigirle que se arrepienta después que ella hizo lo que hizo? ¿Lo perdona o lo acepta? Por eso prefiere mirar para otro lado. Porque es lo que espera que los demás hagan con ella. La gente que vive entra la espada y la pared no tiene muchas opciones. Esa es la lección que aprendió la profesora. No sólo cada vez hay menos lugar para la gente docente. Ya ni siquiera -nos dice este film- hay lugar para el arrepentimiento.
Más locas que alegres Villa Bondi es una institución neuropsiquiátrica en la Toscana. Su antiguo edificio fue donado por los poderosos ancestros de Beatrice, una paciente que ahora deambula con sus disturbios a cuesta, arrastrando los modales de un ayer que tuvo brillo pero que hoy sólo despierta una mirada piadosa. Y al lugar llega un día Donatella, una muchacha que arrastra un pasado donde asoma la droga, la prostitución y femicidio. Se conocen, se acercan, comparten cuarto. Un día, por un descuido de sus cuidadores, logran escaparse del instituto. Lo que empieza siendo una travesura después adquiere sentido liberador. Lejos del lugar, el vínculo se potencia y aparecerán reproches y secretos. Las dos vuelven a la vid apara ajustar cuentas con sus pasados. El film, un pequeño tributo a “Thelma & Louise”, quiere ser el retrato, lleno de claroscuros, de dos mujeres a las que la vida las dejó en medio del camino. Y que por eso sueñan con darle a su escapada otro destino. Paolo Virzi, que nos había gustado en su anterior film, “Capital humano”, aquí no logra acertar el mejor tono de una película que cuando quiere ponerse seria se desbarranca. El film apuesta al impacto dramático de un final que quiere ser reparador. Pero en el medio hay poca gracia y poco sustento. La historia de estas dos solitarias tiene más exageraciones que aciertos, aunque la presencia de la siempre vital Valeria Bruni Tedeschi es un punto a favor. Lo que van encontrando en el camino tampoco suman. Ni la anécdota ni los personajes. Es una comedia amarga que roza el grotesco, hablada y gritona. Tras este paseo por el afuera y por sus recuerdos, Beatrice y Donatella volverán al instituto. Escaparse del sistema no es fácil, parece advertirnos Virzi.
Un padre que no cree en el presente y una hija que sueña con otro futuro Familia de apicultores que vive muy precariamente en la zona rural de la provincia de Umbría. Padre mandón, esposa silenciada, hijas sometidas. Gelsomina tiene 12 años es la mayor y la mano derecha de ese jefe de hogar que se enmascara para alternar con sus abejas y con sus hijas. Sometimiento, admiración y hartazgo confluyen en ese cuerpo que va madurando como su alma. Gelsomina es una niña pronta a dejar de serlo que encontrará un mundo de sorpresa e iniciación en ese chico recién llegado, un semi refugiado que completa el rostro de la Europa sospechadora de estos días. Abordaje agridulce de una familia de rasgos primitivos, aferrados tercamente a su tierra por un padre exigente y atrasado que no deja espacio ni para la familia mujer ni para el futuro. Las mantiene lejos del mundo, sin maltratarlas pero sin esperanza, cuidándolas y exigiéndoles, como si formaran otro panal. Y las abejas, prisioneras sin fin de su puro revolotear, operan como contrafiguras y espejos de un medio que le enseñará a Gelsomina a levantar vuelo lejos de casa. Film reposado que quiere ser poético y le cuesta. Pinta bien a esa familia, aunque se torna pesado y forzado en su parte final, cuando la directora se apura en darle algo de magia y colorido a una historia que no sabe cómo terminar. Las Maravillas es una de esas películas cuya desnudez y austeridad tratan de imponer respeto. No es intensa ni conmovedora, pero es respetuosa al retratar el despertar de una hija que puede ser el despertar de la familia, una nena que se hace adolescente y descubre en lo artificial –un programa de TV (escena larga y desafortunada)- el mundo que espera afuera, menos previsible y repetido que el de las abejas y sus apicultores. Gelsomina siente que el silbido de ese recién llegado puede ser su despertador. Y será al fin una falsa hada la que, al quitarse la peluca, le mostrará el rostro de una vida real que la espera con otras mieles y otros aguijones.