Un exmúsico de heavy metal que trabaja como asistente social en un centro de apoyo a menores judicializados es el protagonista de este film rodado en Bariloche. José Celestino Campusano continúa aquí indagando en las problemáticas más acuciantes de las clases populares. El cine de este prolífico director progresó notoriamente en términos de puesta en escena, pero también se cargó de un tono sentencioso y moralizante que transforma a los personajes en meros vehículos de sus ideas sobre el mundo, muchas veces de una evidente solemnidad. No es fácil decir con naturalidad: "Me crie en un hogar profundamente disfuncional y eso me ha marcado", sobre todo si debe hacerlo una actriz con poca experiencia.
No hay demasiada cohesión ni lógica en esta tumultuosa comedia negra inflada de cinismo y muy entregada a los juegos del azar que explota con el lanzamiento al mercado farmacéutico de un medicamento basado en las virtudes terapéuticas de la marihuana. Un cándido empleado de la corporación dueña de la fórmula queda encerrado en una trama alocada tejida a varias manos por mercenarios sin culpa, grotescos buscavidas, un narco obsesionado con los Beatles y estafadores de toda calaña. Las referencias del australiano Nash Edgerton, quien declaró pomposamente que la película es "una crítica al capitalismo", son obvias: la literatura de Elmore Leonard, el universo de Quentin Tarantino (que con Jackie Brown llevó al cine una popular novela de ese escritor, Rum Punch) e incluso los homenajes de aquellos que siguieron sus pasos a imagen y semejanza, como Guy Ritchie. Hermano de Joel, uno de los protagonistas del film, Nash Edgerton se hizo conocido por dirigir algunos buenos videoclips de Bob Dylan, pero en el terreno del cine parece bastante menos consolidado: al margen de las escenas que Charlize Theron, en la piel de una ejecutiva tan seductora como arrogante y manipuladora, resuelve con mucho oficio, la película acumula demasiados gags de dudoso gusto, en el que los mexicanos casi nunca quedan bien parados.
Todo parece caer en picada en la vida de Martina, la visceral protagonista de la tercera película del chileno Che Sandoval. Igual que en sus dos largometrajes anteriores - Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que voh-, la sexualidad ocupa un lugar central en la historia, esta vez como trauma inicial de una cantante hundida en una crisis múltiple (emocional, erótica, familiar, profesional) que encontrará la posibilidad de reinvención en un inesperado viaje a Chile. Antonella Costa asume con decisión la díscola personalidad de esa mujer de armas tomar, resuelta, desprejuiciada, resistente y siempre fiel a sus deseos. Sandoval no duda en armar a su alrededor una trama en la que la funcionalidad es claramente más importante que el verosímil y el humor se apoya sobre todo en la provocación, más de una vez concentrada en el recurso pueril de las confusiones que producen las acepciones de una misma palabra en Chile y la Argentina. El propio director ha confesado que sus films suelen partir de una broma superficial. En ese derrotero, Dry Martina alterna momentos en los que fluye con gracia y naturalidad con otros menos elegantes y artificiales.
La idea que articula Sin flitro, una discreta comedia del chileno Nicolás López que se encuentra en Netflix, ha tenido una repercusión inusitada: luego de esta remake de estética pop y humor ramplón que ha dirigido el español Santiago Segura llegará a los cines locales Reloca, una versión con Natalia Oreiro cuyo trailer sugiere resultados similares. Segura dice haber filmado una "comedia de empoderamiento", protagonizada por una atribulada mujer madura (Maribel Verdú) que sufre sin anestesia el mundo que la rodea: su pareja es un charlatán con ínfulas de artista plástico; su superior en la agencia de publicidad en la que trabaja, un granuja más interesado en las figuras que en la capacidad de sus empleadas; una de sus amigas más cercanas vive obsesionada con su ex y su celular; y su hermana solo le presta atención a un gatito que terminará sufriendo un bizarro shock de glucosa. La pretensión feminista del director tambalea a la hora del recuento de los personajes femeninos, formateados a puro estereotipo y resueltos con eficacia dispar (no es lo mismo una actriz experimentada como Candela Peña que la presentadora televisiva Cristina Pedroche, dotada de menos recursos). Por fortuna, Alaska aporta su particular épica kitsch a los títulos del final con "Dramas y comedias", de Fangoria.
El enemigo interior sintetiza en los agudos conflictos de una familia las tensiones de la sociedad israelí. La película plantea de entrada un interrogante de difícil resolución: ¿qué significa ser una persona con ética en un entorno que no siempre premia el buen comportamiento? Es el desafío que enfrenta David, un militar de alto rango que se retira luego de casi treinta años de servicio e intenta reinventarse como vendedor de una franquicia de suplementos dietéticos: un tiburón del marketing que lo entrena asegura que importa el fin, no tanto los medios. Imposible no ver en ese consejo utilitario y despiadado un reflejo de las decisiones que desde hace años toma Israel como Estado. Los otros integrantes de la familia también quedan cara a cara con dilemas complicados: la joven e inquieta Yifat protesta contra la militarización de su país e intenta explorar la cultura árabe, mientras que Rina, su mamá docente, vive una aventura amorosa con un joven alumno de su clase y despierta así la ira de su otro hijo, Omri. Erin Korilin combina un costumbrismo seco con algunos recursos que intentan resquebrajarlo (una musicalización deliberadamente artificiosa, personajes que miran a cámara) para construir una historia con aspiraciones de corte sociológico en la que el punto de vista queda sensiblemente expuesto: los árabes que aparecen en la película son terroristas, fanáticos o potenciales abusadores.
Tucumán, la ciudad más pequeña y superpoblada de la Argentina, es el escenario principal de la segunda película de Agustín Toscano ( Los dueños), que llega a las salas locales luego de su paso por la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes. Una provincia golpeada por la crisis económica, con saqueos a supermercados y una prolongada huelga policial. Ese es el dramático telón de fondo -inspirado en el caos real en el que quedó hundida la provincia en 2013- de esta historia de sinuosa redención protagonizada por un ladrón de poca monta y su víctima, hospitalizada con amnesia después de sufrir un violento robo a la salida de un cajero automático. Movido por la culpa, el motoarrebatador del títulode la película termina estableciendo con esa mujer que lo dobla en años un vínculo que sufre diferentes transformaciones con el paso del tiempo. La película también pone el foco en el entorno familiar del protagonista, que tiene una relación conflictiva con la madre de su pequeño hijo y con su propio padre. Queda claro que es el contexto desfavorable y las circunstancias lo que determina la errática conducta de Miguel (buen trabajo interpretativo de Sergio Prina), también víctima de un sistema en el que la exclusión es moneda corriente y aferrado a una situación ilusoria que le permite evadir, al menos transitoriamente, una realidad difícil de tolerar.
Una de las tesis centrales de esta película de Misael Bustos, apoyada en una serie de conmovedoras historias personales (las de Norma Kaensig, Clara Lis Pereyra, Silvina Luján Sotelo y Patricia Maiuro), es que la apropiación de bebés, un tema asociado por lo general a la época de la última dictadura, fue una práctica muy naturalizada en la Argentina desde mucho antes e incluso continúa en desarrollo. Lo dice explícitamente la abogada Nilda Gallo, una de las múltiples voces de este sólido documental estructurado sobre la base de una combinación virtuosa de abundantes testimonios (muchos de ellos de primera mano) y una buena investigación previa, que resalta además la labor de Abuelas de Plaza de Mayo.
Desde el estreno de Love Story, aquella empalagosa película de los años 70, el cine norteamericano ha producido una cantidad generosa de largometrajes apoyados en amores de juventud inocentes y condenados. En este, remake rutinaria y poco inspirada de la producción japonesa Taiy? no Uta, la chica que encarna con solvencia Bella Thorne sufre una extraña enfermedad que la obliga a vivir en la oscuridad (la misma que tenía el atribulado Brad Pitt en The Dark Side of the Sun, su primer protagónico). Hasta que aparece para liberarla Patrick Schwarzenegger (hijo galán de Arnold), un joven nadador frustrado con el que vive una lacrimógena historia romántica filmada con estética publicitaria.
Esta película dirigida por dos realizadores argentinos, primera coproducción oficial entre Palestina y nuestro país reconocida por el Incaa, se estrena en un momento de máxima tensión en Medio Oriente, luego del traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén. Ya en el arranque, los planos generales sobre los que se sobreimprimen los títulos del documental ayudan a reconocer el entorno en que se ubica el largometraje: una región militarizada, atravesada por muros divisorios y plagada de torres de control levantadas por las fuerzas de ocupación israelíes a partir de 1967. Aún en ese contexto de hostilidad (en el film se cuenta cómo Israel detuvo a siete jugadores de un equipo palestino que terminó perdiendo la categoría después de ese incidente, por caso), muchos palestinos juegan -y muy bien- al fútbol en la calle y siguen de cerca las campañas de los dos grandes de España (Barcelona y Real Madrid) como si buscaran consuelo sumándose, a la distancia, a la celebración de victorias ajenas. ¡Yallah! ¡Yallah! logra transmitir con claridad y eficacia la incomodidad de vivir en ese ambiente en el que resuenan los ecos de la opresión. En este relato solo se escuchan las voces de los palestinos, agobiados por exigencias burócraticas que no permiten el desarrollo del deporte, un lenguaje universal que sobrevive incluso en uma zona de conflicto como esta.
Hace veinte años, Luis Pescetti, popular escritor, músico y cantante argentino, creó a Natacha, un personaje infantil que se transformó en protagonista central de una exitosa saga de nueve libros. Atenta a ese suceso, la productora Magoya Films de Nicolás Battle, Sebastián Schindel y Fernando Molnar (la misma de películas como El patrón y Mundo Alas), le propuso llevar al cine una historia basada en los dos primeros. Natacha (Antonia Brill) es una niña curiosa, inquieta y preguntona que rara vez se despega de su amiga Pati. Ellas son "las chicas perla", enfrentadas permanentemente con otro dúo de su misma clase, bautizadas como "las chicas coral". En un contexto en el que el cine infantil ha sido monopolizado por producciones de animación por lo general supercostosas, esta simpática película argentina apuesta por una alternativa diferente, apoyada en las cándidas travesuras de una niña que pretende que su pequeño y enérgico perro Rafles pueda ver el mundo en colores. Una de las características más notorias del personaje imaginado por Pescetti sobre la base de su propia experiencia en el trabajo docente con alumnos de preescolar y primaria es que no replica problemáticas más típicas de los adultos, como ocurre en muchas otras ficciones destinadas a los chicos. Esa cualidad los aleja de la caricatura y los vuelve verdaderos, cercanos, inmediatamente reconocibles.