Campanita lo ve desde la platea... y te baja línea pro-ambientalista. Lo primero que viene a nuestra mente después de contemplar los primeros minutos de Tinker Bell y la Bestia de Nunca Jamás (Tinker Bell and the Legend of the NeverBeast, 2014) son las sabias palabras de Lionel Hutz, ese abogado chanta de Los Simpsons, quien sentenciaba: "este es el caso de publicidad fraudulenta más inaudito desde la película La Historia sin Fin". Ustedes se preguntarán el porqué de esta asociación en principio totalmente random con la familia amarilla de Sprinfield, pues bien, resulta que la película que lleva el nombre de Tinker Bell en su título hace un uso puramente marketinero del hada, íntima amiga de Peter Pan y los niños perdidos. La historia no se centra en la susodicha Tinker Bell sino en Fawn, otra de las hadas. Así es, aparentemente no solo Star Wars goza de un vasto universo expandido. Y luego de hacer un poco de investigación, quien escribe descubrió que esta es la sexta película de Tinker Bell bajo este formato de "Tinker Bell presenta...". En esta entrega es Fawn la que lleva adelante el relato, un hada con una simpatía particular por toda clase de animales, y es así cómo descubre a una bestia mítica que despierta cada mil años según la leyenda, lo que la convierte en una potencial amenaza para la aldea de las hadas. Es por eso que la siempre simpática y positiva Fawn intentará descubrir cuál es el verdadero origen de la bestia antes de que ocurra una desgracia. Tinker Bell asistirá a Fawn en diversos pasajes del film, como para justificar su nombre en la marquesina y garantizar una venta satisfactoria de merchandising oficial de la factoría del ratón más famoso del mundo. De la misma forma que la Rana René pasó a llamarse Kermit the Frog a propósito del lanzamiento internacional de Los Muppets (The Muppets, 2011), Tinker Bell viene a reemplazar en clave anglosajona el nombre de Campanita, con el que era mejor conocido el personaje en estas tierras por todos aquellos que superamos la infancia hace ya un buen tiempo. La era moderna de la comunicación globalizada no deja espacio para nombres regionalistas, sépanlo. Con una estructura narrativa clásica, donde nada es lo que realmente parecía en un principio y la bondad oculta aflora en el momento preciso, Tinker Bell y la Bestia de Nunca Jamás ofrece una doble lectura con aires pro-ambientalistas y a favor de la preservación de las especies, haciendo especial hincapié en el delicado balance de nuestro ecosistema y el importante papel que desempeñan todos y cada uno de los seres vivientes. De seguro las mentes infantes captarán un muy pequeño fragmento de este mensaje ecologista y se entretendrán a lo grande con las aventuras de Fawn y su tropa de hadas... pero qué lindo que queda, ¿no? A tono con el universo de fantasía, Jennifer Godwin (Once Upon a Time, 2011) aporta su voz al personaje de Fawn y se destacan también las participaciones de Lucy Liu (Los Angeles de Charlie, 2000, y Kill Bill Vol.1, 2003) y Rosario Dawson (Sin City, 2005). En resumidas cuentas, Tinker Bell y la Bestia de Nunca Jamás será seguramente un entrenimiento más que aceptable para los más pequeños, y los más grandes que vayan en calidad de acompañantes agradecerán que los 76 minutos de duración pasan lo suficientemente rápido como para evitar preguntarse a dónde se fue Campanita y quién es esta Tinker Bell que pusieron en el título…
Así en la tierra como en el océano. La esponja marina mitad antropomorfa y mitad esponja de cocina más conocida en el mundo de la animación vuelve a la pantalla grande con Bob Esponja: Un Héroe fuera del Agua (The SpongeBob Movie: Sponge Out of Water, 2015) sin perder un ápice de toda la frescura y el delirio al que nos tiene acostumbrada la serie original de Nickelodeon. Al igual que en la primera aproximación cinematográfica, Bob Esponja: La Película (The SpongeBob SquarePants Movie, 2004), hoy tenemos una producción que combina animación tradicional con intérpretes de carne y hueso en locaciones reales... ah, y todo eso ahora en 3D. En esta ocasión la esponja amarilla parlante debe recuperar la fórmula secreta de las cangreburguesas, una suerte de hamburguesas que parecen ubicarse en la cúspide de la pirámide alimenticia de los habitantes de Fondo Bikini, hogar de Bob Esponja. Ante la falta de este alimento aparentemente básico, la población se encuentra al borde del caos y el protagonista contará con la ayuda de sus amigos Patricio, Calamardo, Arenita y Don Cangrejo para intentar que todo vuelva a la normalidad. La fórmula de las cangreburguesas cumplirá las veces de McGuffin dentro de la trama, siendo el elemento que mantendrá la historia en constante movimiento. Los 93 minutos de duración del film son a puro vértigo, exponiéndonos todo el tiempo a situaciones descabelladas y secuencias de acción plenas de dinamismo, sustentadas en una riqueza visual que permite aprovechar el efecto tridimensional como pocas veces en este tipo de producciones. La estructura narrativa funciona como un relato enmarcado dentro de otro relato: la trama central de la aventura de Bob Esponja y sus amigos surge de un libro leído por el pirata Barba Burger (interpretado por Antonio Banderas), personaje cuya historia eventualmente colisionará con la principal. Este entramado aporta al núcleo delirante gestado originalmente en la serie televisiva un ritmo que permite movernos de una secuencia a la otra con suma fluidez, dejando que el ritmo vertiginoso guíe el camino de la historia, experimentando viajes en el tiempo, exploraciones interdimensionales y locuras de ese estilo. El universo de Bob Esponga nunca fue propiedad exclusiva de los infantes, sus múltiples niveles de lectura siempre lo hicieron un producto atractivo para los jóvenes adultos. La frescura y el delirio de un material original que siempre apuntó a un extenso rango etario también están presentes en esta aventura fílmica, en parte gracias a que Paul Tibbitt -director de la serie animada- también se sentó detrás de cámara en esta ocasión. Antonio Banderas se luce en su rol de villano caricaturesco, dando su impronta a un pirata que bien podría ser un híbrido entre Jack Sparrow y Pier Nodoyuna de Los Autos Locos. Es reconfortante ver a actores clase A dejar de lado su halo de superestrellas para animarse a dar vida a personajes tontamente divertidos y coloridos. Podríamos decir que el único punto flojo no es siquiera parte de la película propiamente dicha, y se trata de lo mucho que “espoilea” el trailer, mostrando casi todas las mejores escenas de un tercer acto que mezcla con supremacía animación por computadora con personajes de carne y hueso. Y si bien conforme se acerca el final todos sabemos que esta por llegar "ese momento", haber tenido un pequeño conocimiento de antemano no lo vuelve una experiencia menos fantástica ni atractiva.
Cuentos que no son cuento... pero fueron musical. La factoría Disney prevaleció allí donde otros estudios previamente claudicaron y logró llevar a la pantalla grande la obra de Broadway Into the Woods, que llega a nuestras salas locales como En el Bosque (Into the Woods, 2014). Y probablemente el hecho de haber podido concretar un proyecto tantas veces fallido sea lo más rescatable de todo este enjambre. La adaptación fílmica del famoso musical cuenta la historia de un panadero y su esposa (James Corden y Emily Blunt), quienes descubren que una maldición impuesta sobre la familia del hombre les impide tener hijos. La misma bruja que les echó la maldición -interpretada por una siempre correcta Meryl Streep- ofrece deshacerla a cambio de cuatro elementos: una vaca blanca como la leche, una capa roja como la sangre, cabello amarillo como el maíz y una sandalia pura como el oro. Y es en pos de conseguir estos elementos que la pareja cruza su camino con el de varios personajes salidos de las obras más populares de los hermanos Grimm, como Caperucita Roja, Cenicienta, Jack y las Habichuelas Mágicas y Rapunzel. Las historias paralelas de dichos personajes se fusionarán con la trama central produciendo un híbrido que por momentos es disfrutable y en otras ocasiones se percibe un tanto caótico, en particular en la segunda mitad del film. La dirección de Rob Marshall parece no saber aprovechar del todo el potencial proveniente del material original al momento del volcarlo en la pantalla, al contrario de lo sucedido con otro film musical de su autoría como Chicago (2002). En este caso estamos desgraciadamente más cerca de Nine (2009), su intento de homenaje a Federico Fellini. Sin dudas el mayor capital de la producción está en sus estrellas: a los ya mencionados Corden, Blunt y Streep, hay que sumar a Chris Pine en el rol de Príncipe Encantador, Anna Kendrick como Cenicienta y Johnny Depp como el Lobo, en una pequeña aparición de apenas cinco minutos que alcanzan para que su nombre aparezca al mismo nivel que los del resto del elenco protagonista... porque el tema del ego no es ningún cuento de hadas, chicos y chicas. La Streep y su magnetismo logran unificar ahí donde el relato flaquea, Pine sorprende sacando a relucir sus dotes musicales, al igual que Blunt, y Kendrick vuelve a reafirmarse en un género en el que mostró aptitudes hace unos años con Ritmo Perfecto (Pitch Perfect, 2012). Podemos decir que el universo Disney es al mismo tiempo víctima y victimario de todo lo bueno y todo lo malo en esta producción. Sólo un imperio tan grande parecía ser el único con suficiente espalda para llevar adelante esta transposición del teatro a las salas de cine, pero al mismo tiempo el material original sufre a causa de la estricta politica de la casa de Mickey Mouse al momento de tratar ciertas temáticas un tanto oscuras para lo que se considera un “producto Disney” para toda la familia. Muchas de las muertes de la historia original son bajadas de tono e incluso libradas a la interpretación del espectador en esta versión fílmica. Lo mismo ocurre con ciertos tópicos como la violencia, la sexualidad, la infidelidad y la pedofilia. Y si la parte de la pedofilia les asombra, los invito a leer la historia original de Caperucita Roja. Es en este sentido donde la producción más sufre, porque al remover o rebajar la intensidad de ciertos elementos que son clave en la obra de los Grimm, obtenemos un material que en pos de ser ATP hace que el mensaje que se intenta expresar pierda potencia. La familia tipo seguramente se divertirá con esta película y gozará con las canciones al mismo tiempo que disfruta de los momentos de aventura y peligro -que abundan- pero el resto de los mortales nos marcharemos con la sensación de que una vuelta de tuerca más podría haber dejado satisfechos a un mayor número de grupos etarios, más allá del target Disney.
Duro de torturar En una temporada de premios en la cual el biopic -o la película basada en hechos reales, como prefieran- parece ser el formato que garantiza el mayor porcentaje de galardones y reconocimientos, no resulta extraño encontrarnos con una producción como Inquebrantable (Unbroken, 2014), lo último de Angelina Jolie en su relativamente nuevo rol de directora. El film cuenta la historia verídica de Louis Zamperini (interpretado por el joven Jack O’Connell), atleta italo-americano quien compitió en las Olimpíadas de Berlín 1936 y combatió en la Segunda Guerra Mundial. Durante la contienda, el bombardero que tripulaba cayó al oceano y naufragó durante semanas hasta ser rescatado por el ejército japonés, que lo convirtió en prisionero de guerra hasta la finalización del conflicto bélico. La película de Jolie desarticula la línea de tiempo en la primera mitad del film mostrándonos los inicios de Zamperini en su cuidad natal de Torrance, California; y alterna esa época con su tiempo como soldado. Esta sea tal vez la mejor mitad de las dos -que conforman en total un relato de largos 137 minutos- en la cual se recontruye con detalle los Estados Unidos de principios de la década de 1930 y la forma en que los inmigrantes cumplieron un rol fundamental en la conformación social del país (vale recordar que los padres de Zamperini eran italianos). La segunda mitad del film narra con un detallismo algo tedioso tanto el naufragio como el emprisionamiento del ex-atleta olímpico, al extremo de darnos la sensación de volverse redundante y extremadamente sádico al momento de retratar las miserias que atraviesa el buen hombre a manos del ejército japonés. Conforme nos acercamos al final se hace cada vez más perceptible una bajada de línea con tintes religioso-patrióticos, Jolie nos pinta de pies a cabeza a un Zamperini siempre dispuesto a soportar el arduo castigo físico y mental de sus captores como forma de sacrificio por su país y por la conservación de la integridad de su alma. Se torna inevitable asociarlo a todas las penurias que atraviesa Jesús en la biblia. Patria y religión: promediando el film, Zamperini le ruega a Dios que lo salve a cambio de dedicar su vida a promover su palabra. Si bien todo esto es verídico y el verdadero Louis Zamperini se convirtió efectivamente en un hombre religioso después de la guerra, en el film toda esta reafirmación de fe se vuelve un tanto densa a medida que las analogías con el hijo de Dios comienzan a acumularse. Si lo pensamos en terminos de reconocimientos, el film está nominado a tres premios de la Academia: mejor fotografía, mejor edición de sonido y mejor mezcla de sonido. Rubros técnicos que suelen ser denominados categorías "menores", ya que causan menos repercusión en las premiaciones en comparación con -por ejemplo- las categorías de mejor película, mejor guión, actor, etc. A tono con las nominaciones obtenidas, la película de Jolie se destaca finalmente por su fotografía y el alto nivel de una producción que recrea el escenario de la Segunda Guerra Mundial de forma impecable. Pero esto no alcanza para contrarrestar una dirección que por momentos parece tomar demasiados elementos prestados del cine de Clint Eastwood sin proponer un desarrollo acorde para los personajes, que son el corazón de esta historia enorme y se perciben algo desaprovechados, resultan bastante chatos y bidimensionales a fin de cuentas. Para la próxima Angelina debería pensar en menos sadismo oscarizable y más desarrollo de personajes, los premios vendrán solos.
Devotos de nuestro patrono Bill Murray. William James Murray es un actor estadounidense nacido en Wilmette, Illinois, en el año 1950. Se convirtió en un nombre dentro de la industria del entretenimiento más grande del mundo bajo el apócope de "Bill". Bill Murray siempre fue un tipo con un timming natural para la comedia, no vamos a descubrir nada nuevo a esta altura. Pero ese estilo cómico comenzó a mutar en Hechizo del Tiempo (Groundhog Day, 1993) y llegó a su pico de éxtasis en Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003). Esa mutación en su estilo no hizo más que ayudarnos a ver en las pequeñas acciones a ese gran actor que es Bill Murray -ya dijimos muchas veces Bill Murray, ¿no?- capaz de transmitirnos un universo de sensaciones con una pequeña mueca o una mirada con esos ojos caídos, incrustados en un rostro ajado que da la sensación de haber llegado al mundo mucho antes que en 1950. St. Vincent es exactamente eso, una celebración de ese actor "mínimo" en que supo transformase con el paso del tiempo, convirtiéndose en un intérprete que -en la clave del antiguo star system- traspasa su escencia interpretativa de una película a la otra: parece haber encontrado la fórmula según la cual menos es más y la adapta con facilidad a personajes que parecen haber sido creados a su imagen y semejanza. Bill Murray -ahí vamos de nuevo, nombrándolo por la enésima vez- interpreta a Vincent, un viejo gruñón, ex combatiente, alcohólico, apostador y putaniero en cuya vida ingresan Maggie (Melissa McCarthy) y Oliver (Jaeden Lieberher), madre e hijo respectivamente que se convierten en sus nuevos vecinos. Maggie, en calidad de madre recién separada y único sustento económico de la familia, encuentra en Vincent a un vecino que la saque de apuros y cuide a Oliver cuando esta tapada de trabajo. Vicent, como buen busca vida, no ve con malos ojos recibir un poco de dinero a cambio de compartir el mismo espacio físico con un niño de 10 años. Vincent y Oliver irán formando un lazo muy particular que se convierte en el corazón del film, un film que intenta mostrarnos como todas las personas pueden tener un costado miserable y amable al mismo tiempo. Y es justamente esa alternancia entre miseria y amabilidad lo que le da el tono justo al relato. Y si de personajes miserablemente amables se trata, vale la pena resaltar el trabajo de Naomi Watts interpretando a Daka, una prostituta rusa embarazada que tiene a Vincent como cliente habitué. Es sumamente interesante prestar atención a la ductilidad que ha sabido incorporar con los años Watts al momento de componer personajes, basta con ver su actuación en este film y compararla con la performance mostrada en Birdman (2014). Melissa McCarthy también se luce en un papel que tiene más peso dramático del que está acostumbrada a manejar en el universo de la comedia (terreno del cual no se había alejado mucho hasta el momento). Alivia ver a McCarthy ir más allá de su zona de confort y probar suerte en un rol distinto, desafío del cual sale airosa. Permite descubrir ciertos atributos que van más allá de ser esa mujer robusta y graciosa que no le teme al slapstick en sus comedias. Más de un profesor de guión a quien le hubiese llegado esta historia a su escritorio hubiese sentenciado "pero esta historia no tiene conflicto, ¿cuál és el conflicto?", una pregunta clásica del repertorio de muchos catedráticos. El encanto de St. Vincent radica en que -a simple vista- puede parecer para los más quisquillosos como una película sobre la nada misma, pero cuyo corazón no está en lo que pasa, sino en cómo pasa lo que pasa, y la forma en que esos personajes tan particulares van dando lugar a una historia formidable, a pesar de un tercer acto que tal vez se apoya un poco más de lo debido en el sentimentalismo del happy ending. Prueba latente de que nadie es perfecto y eso guarda dentro de sí algo increíblemente fascinante: St. Vincent se encarga de aclararlo, por si alguno todavía no se avivó. Y que nadie se levante de la butaca sin ver la secuencia de títulos hasta el final... sin desperdicio.
La maldición de las secuelas En el universo de las secuelas -y en particular las secuelas de terror- sucede todo el tiempo que nos topamos con producciones que cometen ciertos pecados que podrían calificarse como "mortales" al momento de dar vida a la continuación de algún film medianamente exitoso: no contar con ninguno de los personajes "conocidos" de la primer entrega, bajar el presupuesto de la producción confiando en el envión positivo de la anterior, reescribir sin fundamento algunas de las reglas que conforman la lógica interna, no expandir minimamente los elementos del universo creado, etc. En cierto punto y en mayor o menor medida todas estos pecados son cometidos en La dama de negro 2: El ángel de la muerte (The Woman in Black 2: Angel Of Death, 2014). La Hammer Films es una mítica productora, que en las décadas del sesenta y setenta ha sabido llevar a la pantalla grande algunas de las películas del cine de terror más representativas de la época, con Peter Cushing y Christopher Lee como actores fetiche y estandartes de todo film de la compañía que involucrase vampiros, momias y cualquier otra criatura de la noche que se les ocurra. Después de un extenso letargo, la productora regresó hace un tiempo al ruedo con La dama de negro (The Woman in Black, 2012) un film de terror con tintes góticos protagonizado por Daniel Radcliffe -el eterno Harry Potter- que cuenta la historia de un espíritu vengador que se cobra la vida de inocentes niños en una mansión aislada de Inglaterra a modo de represalía por la muerte de su propio hijo a fines del Siglo XIX. En esta continuación -que tiene lugar 40 años después de su antecesora- un grupo de niños y sus maestras buscan refugio en la antigua mansión sin conocer en absoluto la historia del lugar, como única alternativa de escape de una Londres bombardeada cruelmente por el ejercito Nazi en plena Segunda Guerra Mundial. Conforme se acomoden en la mansión, Eve Parkins (Phoebe Fox) - maestra a cargo- comenzará a descubrir el tormentoso pasado que pesa sobre el lugar, al mismo tiempo que el espectro en cuestión comenzará a hacer de las suyas con los infantes. Decíamos que uno de los pecados que se suelen cometer a la hora de dar vida a secuelas es no expandir ni continuar desarrollando el universo creado. Y eso es exáctamente lo que sucede aquí, no adquirimos mayor información sobre la desgraciada Jennet Humpfrye -la dama de negro en cuestión- más allá de la expuesta en la primer entrega, o cuales son los límites de su poder como espíritu, como se la puede detener, qué quiere exactamente, etc. La historia nos enfrenta con una estrucutra narrativa practicamente calcada de la anterior, que para peor no ofrece los sobresaltos ni el giro dramático final de su antecesora. Trivia: es la primer secuela producida por Hammer desde Frankenstein and The Monster From Hell de 1974. Si, porque es una productora que solía sacar películas con títulos alucinantes como este. Lo único diferente en esta secuela se plantea desde el marco histórico, que cambia la Inglaterra de fines del Siglo XIX por una Inglaterra que atraviesa su etapa más cruda durante la Segunda Guerra Mundial. Esto permite que el departamento de arte se luzca y logre una muy buena recreación de la época, manteniendo en alto los valores de producción que suelen destacar a la Hammer Films por sobre otras realizadoras de género. Se valoran este tipo de cuestiones pero todo es en vano con un relato poco original y falto de misterio.
Ningún calabozo y algunos dragones Resulta redundante decir cuan de moda están las adaptaciones cinematográficas de novelas infanto-juveniles desde hace ya varios años. Por cada Harry Potter y la piedra filosofal (Harry Potter and the Sorcerer's Stone, 2001) obtenemos a cambio unas cinco La brújula dorada (The Golden Compass, 2007) que pasan sin pena ni gloria por las taquilla, en un intento en vano de sacar provecho a un sub-género que llegó a un punto de saturación tal que debemos plantearnos seriamente darle un merecido descanso en los próximos años. El séptimo hijo (Seventh Son, 2014) es una adaptación de la novela El Último Aprendiz, primer tomo de la saga del escritor británico Joseph Delaney. La saga original esta compuesta por trece novelas, podrán imaginarse lo tentador de llevar esta historia al cine por parte de Legendary Pictures, pensando en el hipotético éxito que podría -o no- llegar a tener. Desgraciadamente todo parece apuntar hacia la opción menos feliz. En El séptimo hijo, Jeff Bridges (sin necesidad de enumerar CV actoral) es el Maestro Gregory, último caballero de una orden mística que lucha contra seres fantásticos, brujas, monstruos y demás criaturas malvadas que acechan la tierra medieval en donde todo transcurre. Últimamente Jeff Bridges parece elegir sus roles actorales según la cantidad de bello facial y aire de vejete renegado que podría llegar a tener su personaje [para más información al respecto ver El dador de recuerdos (The Giver, 2014), R.I.P.D. Policía del más allá (R.I.P.D., 2013) o Temple de acero (True Grit, 2010)]. Ben Barnes (saga Las crónicas de Narnia) es Tom Ward, el séptimo hijo de un séptimo hijo, lo que lo convierte por derecho propio en digno aprendiz de Gregory para intentar vencer a Malkin, una poderosa bruja Interpretada por Julianne Moore que ha escapado de su calabozo y planea reunir nuevamente a todos sus secuaces para desatar una nueva era de oscuridad sobre los humanos. La historia -sin ser necesariamente floja- no escapa de aquellos tropos explorados hasta el hartazgo dentro del género épico-fantástico, y el reparto de lujo que la conforma parece encorsetado en parlamentos acartonados sin mucho vuelo que privan a los personajes de una mayor profundidad. La producción de Legendary Pictures estuvo plagada de demoras al momento de estrenar, hace casi un año y medio que el film venía amagando con ver la luz, pero un proceso de casting en constante crisis y problemas para finalizar la post-producción junto con contratiempos con la compañía que iba a hacerse cargo de la distribución hicieron que la cinta llegue a las salas en este recién empezado 2015. Y ese tipo de problemas pocas veces suelen traer buenos augurios. Y es tal vez esa historia sumamente familiar el mayor pecado de El séptimo hijo, que cuenta con una producción de alto nivel y un diseño de arte a la altura de las mejores del género, pero se perciben un tanto desperdiciados en un relato que no escapa del estándar. Las medias tintas definitivamente no logran que este tipo de producciones persistan en el inconsciente colectivo más allá del estreno de la próxima semana, en particular siendo que vivimos en una época en que este género nos ofrece algo nuevo constantemente, como si se tratara del dispositivo mágico de hacer chorizos más fantástico de toda la tierra media.
Brad Pitt vs. los nazis. El cine bélico es un género sumamente extenso dentro de la filmografía estadounidense. Un país que desde el celuloide ha retratando hasta el hartazgo hechos de la naturaleza más violenta en campañas que lo vieron victorioso así como en otras en que la suerte no estuvo de su lado: es un tipo de cine que constatemente produce nuevas obras. En el caso de Corazones de Hierro (Fury, 2014), David Ayer se propuso llevar a la pantalla un relato sobre la vida de cinco individuos que conviven dentro de un tanque de guerra norteamericano durante el tramo final de la Segunda Guerra Mundial y el infierno con el que se ven forzados a convivir día a día. Brad Pitt interpreta al hombre que está al mando dentro de este grupo de soldados que combaten en suelo alemán a las fuerzas casi menguantes del ejército nazi, interpretando a un personaje que canaliza ciertos aspectos del Teniente Aldo Raine de Bastardos Sin Gloria (Inglorious Basters, 2009), pero sin el costado irónico y gracioso. El Brad Pitt estrella -quien es también productor ejecutivo en este caso- eclipsa todo a su alrededor y su espíritu invade la ficción, lo que resulta en la concepción de un personaje que se percibe imbatible y con una respuesta para todo. El star system en su máxima expresión. El resto de los soldados representa a esos clichés que solemos ver en todas y cada una de las películas de este género: LaBeouf interpretará al cristiano religioso, Bernthal al bruto amante de la violencia, Peña será el chicano latino, y Lerman hará las veces de soldado recién caído en el séptimo infierno que deberá unirse al grupo a causa de una repentina baja y aprender a hacerse duro para poder sobrellevar la experiencia. El director Ayer viene de una familia con una larga tradición dentro del ejército y hoy cambia la escenografía urbana de los barrios bajos de Los Angeles de sus films anteriores como En La Mira (End of Watch, 2012) y Reyes de la Calle (Street Kings, 2008), para trasladar lo mejor y -más que nada- lo peor de la condición humana cuando es expuesta a situaciones extremas dentro del escenario bélico más grande del siglo pasado. El problema reside justamente en que ese reflejo de la convivencia entre soldados no logra escapar de los clichés y el acartonamiento de los personajes, que ya hemos visto y de forma superior en películas como Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) o La Delgada Línea Roja (The Thin Red Line, 1998). Sin una historia con un conflicto marcado, todo se resume a un muestrario de escenas sobre esas miserías y crudezas que revelan lo peor de la condición humana en épocas de conflicto bélico montadas sobre unos excesivos 134 minutos de duración, sin ofrecer una relectura interesante de la guerra o un punto de vista inventivo que la coloque por encima de otras propuestas vistas anteriormente. Las escenas se vuelven repetitivas y tal vez una de las pocas cosas rescatabales sea el realismo de las secuencias de combate arriba del tanque, dejando en claro las complicaciones que presenta manejar semejante máquina en pleno conflicto y la sensación de que cada decisión tomada puede significar la diferencia entre la vida y la muerte en la línea de batalla. A prosósito de esto, vale una mención especial para los soldados del ejército enemigo, que durante los primeros dos tercios del film poseen una puntería que no tiene nada que envidiarle a aquella de los soldados imperiales de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), errándole a sus adversarios de las formas más inventivas. Tal vez lo más interesante del film sea el diseño de arte y el alto nivel de la producción a la hora de reconstruir los escenarios europeos donde tuvieron lugar los últimos episodios de la Segunda Guerra Mundial, cuestión que seguramente dejará contentos a los más encarnizados fanáticos del género. En conjunto con eso, tal vez lo más destacado de Ayer haya sido la crudeza y el realismo con que eligió retratar la violencia de cada una de las contiendas en que el grupo se ve involucrado, sin escatimar en disparos, explosiones, bombardeos, sangre y pérdida de miembros superiores o inferiores. Claro que todo esto termina careciendo de un valor superior sin una historia y un conflicto que se encuentren a la misma altura.
El amor en tiempos de friendzone. Cuando de transposiciones se trata, nada parecería más complicado que llevar a la pantalla grande una novela escrita en forma de extractos de mensajes de texto, emails y otras formas de comunicación del siglo XXI, que intenta contar una historia romántica sobre el encuentro y desencuentro amorosos de dos amigos de la infancia a través de los años. Pero nada de eso pareció intimidar al alemán Chistian Ditter, quien se embarca en su primer largometraje en inglés con Los Imprevistos del Amor (Love, Rosie, 2014). Se trata de una adaptación cinematográfica de la novela Donde Termina el Arcoiris (Where Rainbows End, 2004), de la irlandesa Cecelia Ahern, y cuenta la historia de Rosie y Alex, dos amigos de toda la vida que parecieran predestinados a ser algo más que amigos, por más que el destino esté empecinado en separarlos a puro embarazo inesperado, estudios universitarios transcontinentales, terceros en discordia, cartas sin destinatario y un sinfín de contratiempos que el guión de Juliette Towhidi acumula de forma un tanto caprichosa siempre que la historia necesita un golpe de timón para seguir avanzando. Lilly Collins -hija de Phil Collins- interpreta a Rossie Dunn y soporta con gracia el peso del papel protagónico, haciendo gala de un aceptable histrionismo y aprovecha ese aire a una joven Audrey Hepburn para formar parte del saldo positivo de un film que seguramente hará las delicias de todas las quinciañeras sedientas de historias rosas, pero no tiene otro atractivo para ofrecer al resto de los grupos etarios. Prueba cabal de este tufillo teen se puede encontrar en una banda sonora conformada por temas de Beyoncé, Kate Nash, KT Tunstall, Lilly Allen y otros similares dentro del mismo espectro: una oda musical a la parcialidad femenina de esa generación conocida como “millennials”. Alex -el interés amoroso en cuestión- es interpretado por Sam Caflin, un británico que parece el híbrido perfecto entre Hugh Grant y Chistopher Reeve, y no mucho más para contarles. Alex sufre el típico caso de “friendzone”, definición acuñada en el ultimo tiempo por la gente joven para representar aquella situación donde alguien se hace tan amigo/ a de su amiga/ o del sexo opuesto, que cualquier posibilidad de pasar a ser algo más serio corre mucho peligro de nunca concretarse. Y si se preguntan acaso si esta romcom -apócope cariñoso de "comedia romántica"- tendrá un final feliz o no, lo único que puedo decirles es que vean el poster con que el film se estrena en nuestro país. Uno de los más grandes spoilers que seguramente veremos en este apenas comenzado 2015.
Tensa espera en el bar. James Gandolfini hace una de sus últimas apariciones en celuloide acompañando a Tom Hardy en La Entrega (The Drop, 2014), una película en clave de historia mínima. Y decimos “historia mínima” porque el film -basado en un cuento corto de Dennis Lehane- desarrolla desde su relato la vida simple de Bob (Hardy), un tipo común y corriente que atiende un bar en el que se lava el dinero que generan los cuidadanos menos ilustres de Broolkyn. La trama se pone en marcha cuando unos ladrones entran a robar al bar y se llevan dinero correspondiente a la mafia chechena, poniendo toda la presión en Marv (Gandolfini) para recuperarlo y devolverlo a quienes lo ganaron no tan honestamente. Es fácil ver similitudes entre La Entrega y otros films de corte similar, donde pareciera que la historia no tiene mucho que contar y la trama se desarrolla de forma un tanto anodina, carente de tensión. Pero en realidad se trata de una tensión que cocina la historia a fuego lento, sazonándola poco a poco en base a elementos que irán construyendo un todo que termina siendo muchísimo más que la suma de sus partes. La película es el segundo largometraje del belga Michaël R. Roskam, y se la percibe en un tono similar a Una Historia Violenta (A History of Violence, 2005), de Cronenberg, con un personaje principal que se percibe apático, impávido ante aquellos acontecimientos que suceden en su entorno y ante aquellos que los llevan a cabo... pero todos permanecemos expectantes, esperando el momento en que ese hombre tome un curso de acción. Porque cuando lo haga, las cosas pueden dar un giro en el sentido más imprevisto. El barrio de Brooklyn en total decadencia, sufriendo las inclemencias tanto del frío y la nieve como de la marginalidad y el crimen, funciona como un perfecto telón de fondo para la historia concebida por Lehane. Gandolfini no desentona y entrega un papel en clave similar a muchos que supo encarnar desde Los Sopranos en adelante, y Noomi Rapace (trilogía Millenium, Prometeus) tiene tal vez poco con qué trabajar dentro de un personaje que juega a ser una suerte de interés romántico de Bob, y por momentos se la siente un tanto desperdiciada. El Bob de Tom Hardy sorprende gratamente, y le agrega un poroto más a un actor que últimamente viene haciendo elecciones muy buenas en cuanto a papeles. Es sumamente meritorio destacar este tipo de historias que no eligen la acción, las explosiones ni las actuaciones rimbombantes, y demuestran que es posible encontrar otras alternativas al momento de acernarnos a un relato con otros atractivos que no lo hacen menos interesante. Podrá no ser para todos y no todos quedarán satisfechos con el resultado final, pero se celebra la búsqueda.