Raúl Perrone es un auténtico outsider cinematográfico. Su cine siempre ha estado alejado de géneros, tendencias, modas y tecnologías dominantes –más allá que la notable La Navidad de Ofelia y Galván fuera rodada sólo con una cámara fotográfica recién adquirida-. Su carrera fílmica siempre estuvo al margen de la industria, de los lazos comerciales con otros formatos, como la TV, y hasta del propio cine independiente, a menudo mal denominado como tal. Y sin dudas que ha establecido, entre variantes y altibajos, un estilo personal inconfundible y representativo, un sello propio a veces menospreciado y otras tantas sobreestimado. Sea como fuere, un puñado de films suyos son piezas únicas en su tipo. Y P3ND3J0S es su apuesta más elevada, más elaborada y por eso mismo más lograda, el Citizen Kane perroniano. Un pico altísimo, visual, expresiva y narrativamente; por momentos –abundantes momentos-, una obra de arte. Dentro de su habitual universo ituzaingoniano, el director de Peluca y Marisita renueva su mirada y redescubre espacios suburbanos, calles húmedas, rincones inexplorados, reductos que combinan la naturaleza con el asfalto. Y fundamentalmente rostros y cuerpos anhelantes, introspectivos, sugerentes. Despojados, insondables y también refulgentes. En especial al estar desplazados en sus skates, casi una parte más de ellos, tablas rodantes que se vuelven tan protagonistas del film como los pibes a los que alude el –no tan- críptico título. Los diálogos, resueltos de manera inesperada, evocativa, a través de placas con textos, estética que se traslada a la imagen recortada entre contornos negros, también expresa. Y habla, porque P3ND3J0S no es una película muda más allá de estas pinceladas, todo lo contrario; su excepcional banda de sonido se integra al audio ambiental dando por resultado una sonoridad que se acopla impecablemente a las imágenes, potenciando improntas climáticas. Quizás algunas escenas se podrían haber acortado, pero es sólo un detalle que no empaña una experiencia audiovisual insoslayable.
En plan de intercalar en la cartelera un producto romántico afín a alguno del cine estadounidense (Solo para Parejas con Vince Vaughn es una referencia inevitable), y concebido también para el lucimiento de Nicolás Cabré y sus particulares –y por qué no, eficaces- dotes para la comedia, Sólo para dos, como intento en el subgénero, termina siendo insulso, cuando no deficitario. La idea no va más allá de explotar dos o tres tópicos amoroso-picarescos elementales en un paisaje caribeño, mientras que diálogos y situaciones no escapan a la vulgaridad y el lugar común, entre personajes a veces chispeantes y otras no tanto. Porque no siempre un buen actor o actriz se adapta bien a este estilo, tal el caso de Martina Gusmán, talentosa intérprete cuya empatía para el dudoso humor propuesto, es escasa. Coproducción entre Argentina, España y Venezuela, el film integra elementos de cada país en una trama en la que un matrimonio en crisis dueño de un resort para parejas ubicado en una turística playa tropical, recibirá un contingente algo fogoso que entrecruzará vínculos por doquier. La impronta de comedia de enredos produce de todos modos alguna sonrisa, fundamentalmente a través de los españoles Antonio Garrido y Santi Millán y el apuntado Cabré. Si incluimos en el combo curvas atrayentes y el colorido marco, Sólo para dos se puede llegar a sumar a otros éxitos del cine nacional actual, a pesar de todo.
Este nuevo film de Disney es prácticamente una suerte de Cars 3, sólo que en este caso los vehículos en cuestión llevan hélices, alas y andan por el aire. Cuenta también con personajes automotrices que no pertenecen a la saga mencionada, pero que tienen exactamente la misma conformación de los films dirigidos por John Lasseter. Es más, podría haber participado alguno de ellos como para otorgarle un punto de atracción extra a los chicos, y darle un poco más de interés a la insípida trama. Hay que decir, en principio, que las dos Cars son las películas animadas menos logradas del genial creador de Toy Story, embarcado en la animación de elementos carentes de vida y expresividad como automóviles, camiones y otros medios de transporte, idea forzada que nunca terminó de cuajar. Y en Aviones, dirigida por Klay Hall, se llega al absurdo que un avión y unos autos toquen la guitarra y canten como mariachis, que otro vehículo viaje con un carrito cargado con valijas llenas de ¿ropa?, según asegura el personaje, o que el avión fumigador protagonista llegue al Tibet y se encuentre con máquinas con ojos rasgados y caracterizadas como budistas, entre otras situaciones propias de la desproporcionada humanización de los aparatos. Gags que para colmo no producen gracia, más allá los varones menores de diez años que gustaron de Cars se puedan enganchar con la propuesta, estéticamente correcta.
En los últimos años varios desafíos actorales han tenido lugar dentro de la carrera de Guillermo Francella, especialmente a partir de El secreto de sus ojos, un film bisagra en su trayectoria. Y el estreno de Corazón de León representa para el actor un peculiar paso adelante en su versatilidad interpretativa, porque, más allá de sus reconocidas dotes para la comedia con toques emotivos, debe componer aquí un personaje inusual, un León que tiene un pequeño inconveniente, que es precisamente su pequeñez. Un hombre que a causa de problemas congénitos no pudo alcanzar una estatura normal, condición que le trae problemas al conocer a una bella y alta mujer, acaso el amor de su vida, vínculo que se verá obstaculizado por prejuicios y preconceptos. Semejante temática, tomada con sensibilidad, capacidad narrativa, y no pocos toques de humor, era ideal para ser abordada por Marcos Carnevale, un director que ha transitado por historias de seres diferentes que se abren paso en la vida. Como en Elsa & Fred, dedicado al amor en la tercera edad, en Anita, que combinaba la tragedia de la AMIA con la búsqueda de afecto de una niña con síndrome de Dawn, o en Viudas, con un empleado doméstico transformista buscando su destino. Aquí se ocupa de un ser entrañable que diariamente lleva adelante su lucha por insertarse en una jungla urbana que le infringe una encubierta o manifiesta marginación. La historia de amor que desarrolla la trama tiene momentos distendidos y dramáticos, pero también altibajos argumentales y una resolución algo idealizada. Los tres films mencionados de este realizador quizás estén más logrados que Corazón de León¸ que de todos modos cuenta con una honestidad a toda prueba que suscita con legítimos recursos tanto sonrisas como lágrimas. Y en este sentido Francella es un baluarte que pone su expresividad al máximo nivel tanto en los pasajes humorísticos como en los dolorosos, muy bien acompañado por una espléndida Julieta Díaz, un exacto Mauricio Dayub y una divertida Jorgelina Aruzzi, entre otros. Un párrafo aparte merecen los efectos digitales puestos en juego para que resulte verosímil y sorprendente el aspecto corporal del protagonista.
Luego de transitar por una serie de notables films atravesados por el drama y la densidad, Almodóvar se toma un respiro para entregar esta pieza –deliciosamente- pasatista. El estilo de Los amantes pasajeros se acerca indudablemente a la línea de los filmes que rodaba en su primeras épocas, con toda su impronta kitsch y colorida, que alcanzó su máxima expresión en la emblemática Mujeres al borde de un ataque de nervios. Su humor frontal y desenfadado aflora sin pausas, en una película que debe ser una de las más explícitamente gays concebidas por el director de La ley del deseo. Tras títulos recientes como las extraordinarias Hable con ella, Volver o La piel que habito, el realizador español más famoso se aleja de tramas sinuosas y vuelve a las fuentes. Y aunque no logre una gran película, apuesta a la diversión con sus armas más personales. La trama, como no podía ser de otra manera con él, es inusual; un avión de línea rumbo a México amenaza con desplomarse, y el lógico estado de angustia de los pasajeros será atenuado por ciertas insólitas decisiones de los tripulantes. A este ingrediente se suman las peculiares características de varios de los viajeros (entre los que se destacan los roles de Cecilia Roth y Lola Dueñas), que harán eclosión e irán remontando la situación. Más de una procacidad al borde del mal gusto ocupará varios pasajes de ese vuelo en peligro, momentos sin los cuales el film no sería el mismo. Como no lo sería sin esa escena antológica en la que los tres azafatos (brillantes Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces) hacen un video clip en vivo con la icónica canción ochentista I'm So Excited. Imperdible. En definitiva, una comedia menor de Almodóvar, pero sumamente disfrutable para su público, cinéfilo y no tanto.
En una apuesta de género audaz para emprender en nuestro medio, Ariel Winograd logra con Vino para robar una eficaz y entretenida combinación de film de robo a guante blanco con toques jamesbondianos. Apelando a una pareja de actores a la que el cine independiente ha recurrido con asiduidad, esta suerte de thriller romántico recorre diversos escenarios y locaciones que la vuelven atractiva visualmente, a la vez de abordar con dinamismo una historia que va salpicando sorpresas y guiños. Winograd maneja con gran soltura el lenguaje cinematográfico, lo que le permite introducirse sin temor por terrenos por los que no había transitado. Luego de haber plasmado comedias como Cara de queso y Mi primera boda, distintas en cuanto a producción y despliegue –la segunda, estupenda, contaba con un gran presupuesto y un heterogéneo y multiestelar elenco-, acá el cineasta da el giro con aceptables resultados y toques de humor que distienden y enganchan. Homenajes al cine asoman durante la narración, dentro de una temática enóloga un tanto forzada. Pero varias escenas notables, una gran banda sonora de Darío Eskenazi y un muy buen elenco sostienen todo. Como Daniel Hendler, impecable en su nueva faceta de galán al margen de la ley, muy bien acompañado por una Valeria Bertuccelli inteligente y llena de matices y un divertido Martín Piroyansky.
Con una pareja despareja ideal para el género -mujer traumada, desprolija, marginal, buscavidas y finalmente estafadora, frente a hombre de familia y empleado standart que acaba de obtener un mejor empleo-, Ladrona de identidades es la nueva comedia de Seth Gordon, responsable de un buen exponente como Navidad sin los suegros y de otro magnífico como Quiero matar a mi jefe. Este último, revulsivo y audaz título había contado con un elenco formidable, encabezado precisamente por Jason Bateman. Aquí este comediante tan solicitado luego de La vida de Juno, comparte cartel con la voluminosa y ascendente Melissa McCarthy, camino al estrellato luego de Damas en Guerra. Esto ya garantizaba momentos chispeantes, pero la buena idea puesta en juego por el guión de Craig Mazin le otorgan al film condimentos atrayentes, que se emparentan con esquemas de algunas comedias sarcásticas del cine americano más reciente. Mezcla de comedia de enredos con road movie, Ladrona de identidades, dentro de su alocada persecusión, incorpora otros personajes y situaciones, no todas logradas pero sí muy humorísticas, aún en sus procacidades. Un segmento final emotivo redime a este par de desafortunadas criaturas, en una parodia que puede ser disfrutada u odiada, dotada de algunos divertidos intérpretes secundarios además de la buena dupla protagónica.
Largometraje un poco por casualidad (más allá que dure poco más de una hora) Esos colores que llevás es un documental que logra una empatía y una emocionalidad notables, que acaso van un poco más allá de los tonos a los que alude el título. Porque este film de Federico Peretti, es un gran tributo a la hinchada de River y su espíritu indoblegable, pero también representa la pasión de todas las hinchadas del fútbol argentino, que tienen en común un sentimiento futbolero incomparable. Y los simpatizantes de River Plate fueron los protagonistas de un evento que significó la mayor manifestación popular deportiva de la Argentina, cuando la bandera más larga del mundo de un club de fútbol, de casi ocho kilómetros de extensión, fue llevada en andas por sus hinchas en octubre pasado. Más de cien mil entre los que se congregaron en la zona de la vieja cancha de Alvear (hoy canal 7), los que trasladaron la enorme tela y los que aguardaron en un Estadio Monumental repleto. Y la casualidad mencionada al principio tiene que ver con que Peretti -autor de El otro fútbol, otro buen homenaje al deporte más popular, en ese caso dedicado al ascenso- sólo se proponía registrar un breve clip, pero al ir acopiando material se jugó por un formato más extenso y profesional, que terminó siendo este film, en definitiva muy bien rodado y técnicamente sólido. Con el plus de testimonios de Amadeo Carrizo, Ortega, Francescoli y Alonso entre otros referentes del club, y de los artífices de la proeza, básicamente hinchas transmitiendo puro sentimiento, en medio de dolores por un descenso dejado atrás y un palpable optimismo por el futuro.
Así como ha ocurrido con la comedia dramática nacional y el thriller, la irrupción de Juan Jose Campanella en el terreno de la animación significa a través de este largometraje un verdadero hito en la cinematografía argentina. No solamente porque Metegol, más allá de géneros, es la película más costosa de nuestra industria en toda su historia, sino por sus alcances técnicos, expresivos, estéticos y simbólicos. Y en este último punto haríamos referencia a lo que representa el film como espejo artístico de un país a través de su deporte más popular y generalizado, el fútbol. Después de haber obtenido el Oscar por El secreto de sus ojos, era lógico que el director de El hijo de la novia arriesgara y diera un paso más allá de lo que era dable esperar, aunque no estuviera previsto que fuera en la animación digital 3D, un formato en el que no tenía antecedentes. Y Campanella vuelve a dejar su sello indeleble en el dominio de lo audiovisual, su película no solamente es –aún sin llegar a la exquisitez visual de algunos productos de Pixar, Dreamworks o Blue Sky Studios- impecable en lo artístico y ambiciosa en lo expresivo y argumental, sino que logra emocionar por su contenido bien nativo y futbolero, combinado con sus componentes humanos y de espíritu de superación, materiales que pueden estar presentes en otras piezas del género, pero aquí, al vincularse con nuestra esencia, se resignifican. Quizás Metegol, entre Toy Story y Luna de Avellaneda, sea abarcativa en exceso, pero al estar obsesivamente balanceada, esto pasa a ser sólo un detalle, y en esto la tríada compuesta por Fontanarrosa, autor del cuento original, Campanella y Eduardo Sacheri, uno de los guionistas y propiciador de la mayor parte de los elementos antes mencionados, resulta ideal. Juntos logran que el fútbol encierre metáforas acerca del amor, la amistad, la comunidad, el barrio y los ideales, sin olvidarnos de los milagros y la magia, ingredientes que harán palpitar al niño que llevamos dentro y a los verdaderos, que tendrán una diversión asegurada a partir de los siete u ocho años. Excelentes trabajos “actorales” de Rago, Gianola, Ramos, Coco Sily y otros, así como el impecable relato del gran partido final a cargo de Jorge Troiani.
En este tipo de películas a veces hay que ser un poco indulgente; Los Pitufos 2 se trata de un producto concebido para niños pequeños y la mirada infantil que todos poseemos dentro debe aflorar indefectiblemente. Porque sino habría que cuestionar esquemas ya vistos, situaciones argumentales poco elaboradas, actuaciones desparejas, etc. De la mano de un realizador experto en este subgénero de la animación combinada con la acción viva, Raja Gosnell (las dos de Scooby Doo, Un Chihuahua en Beverly Hills y el anterior film pitufo), hay que decir que hace bien su trabajo, pero tampoco deslumbra con su creatividad. Y aquí retoma el mundo de esas criaturas, que indudablemente, desde que adquirieron su nuevo aspecto corporizado y tridimensional, han aumentado su encanto. Se han estilizado los trazos, algunos lucen mucho mejor (especialmente la Pitufina, para deleite de las niñas, aquí con un rol muy protagónico) y algunos más graciosos (como el pitufo Vanidoso y Tontín). Y quién más se ha beneficiado es el personaje de Gargamel, un villano que de la mano de un gran actor Hank Azaria, se convierte en una verdadera creación. En este caso intervienen otros pequeñuelos que se podrían denominar gnomos, en el marco de una París a la que caprichosamente nos lleva la trama. Pero algunos planos de la ciudad luz colaboran con la magia que necesariamente aporta la propuesta. Brendan Gleeson también destaca su módico aporte actoral para que los niños tengan momentos de humor no sólo a través de los hombrecitos azules.