El hombre que impulso al guerrillero heroico En 1960, el comandante cubano (nacido en la Argentina) Ernesto “Che” Guevara, de entonces 31 años, fue fotografiado casi por casualidad por Alberto Díaz Gutiérrez (Korda) reportero gráfico del periódico “Revolución”. Esa foto, que se hiciera popular después de la muerte de Guevara, es considerada el ícono gráfico más famoso del mundo, y para muchos de los habitantes del planeta es la única referencia sobre el “Guerrillero heroico”, como fue titulada esa obra fotográfica por su autor. La figura del médico argentino que se convirtió en héroe cubano ha sido tomada, de diferentes formas, en muchísimas obras cinematográficas, tanto largos, medios y cortos metrajes como también en infinidad de documentales (ver información complementaria). Tristán Bauer (“Iluminados por el fuego”, 2005), luego de doce años de investigación y de confrontar y seleccionar documentación audiovisual presenta la obra que se comenta en un nuevo aniversario de la muerte del famoso guerrillero. El cineasta ha querido (y lo ha logrado) dejar la impronta del espíritu que contenía ese cuerpo batallador. Así vemos en éste extenso documental de casi dos horas imágenes de Guevara con su familia, de las anotaciones de sus pensamientos y de las cartas a sus seres queridos con una rebuscada caligrafía y se lo escucha recitar, sin interpretar pero con gran sentir, estrofas de “Los heraldos negros” del peruano César Vallejos, y también poemas de Pablo Neruda. Además se revelan, la existencia de un libro, de corte político, que dejó inconcluso, y lo que escribió en su diario de campaña poco antes de morir. De todas maneras Bauer no ha podido escapar a la magnitud de la dogmática vida política de “El Che”, y se ven en pantalla imágenes de la campaña guerrillera que realizara en Africa y sus discursos ante los organismos políticos internacionales. La banda sonora de Federico Jusid y Jean-Jacques Lemetre de esta obra, remite al espectador directamente a la época de los sucesos y a la ideología del personaje con canciones de Viglietti, Puebla y Zitarrosa. El realizador aparece en numerosas escenas del documental, pero su presencia en pantalla no impresiona como “divismo periodístico”, sino que convence como investigador en la búsqueda del perfil humano que impulsó la trascendencia política a nivel mundial de Ernesto “Che” Guevara.
Zack Snyder (“300”, 2007 – “Watchmen”, 2009) dirigió esta realización con guión de John Orloff y Emil Stern, basado en las tres primeras historias de la serie escrita por Kathryn Lasky. Una obra cinematográfica de animación, técnicamente precisa, con buen sonido y excelente música incidental. Los personajes tienen atractivas imágenes, incluso los “malos”, y los ambientes que los rodean están dibujados hasta en su más mínimo detalle. El sistema de proyección 3D, para el cual está hecha esta obra, resalta ya no tanto por lo novedoso sino por la ambientación que se busca, a la espectacularidad de las escenas. El espectador disfruta de tanto despliegue técnico que se visualiza por tan sólo tener los anteojos que se proveen a la entrada del cine. Se cuenta, en la obra que comentamos, la primera parte de la vida de Soren, un joven búho a quien su padre le narra historias sobre los Guardianes de Ga´holle que viven en el Gran Arbol. Pero Soren sufre las consecuencias de los celos, por creerlo el preferido de su padre, que siente su hermano Kludd y lo tiene a mal traer aunque la vida de toda la familia es placentera. La tranquila vida en el nido se verá alterada cuando Soren y Kludd son secuestrados por una banda de lechuzas autodenominados Puros, cuya misión es entrenar un ejército para conquistar el mundo. Aquí comienzan las peripecias del búho protagonista para lograr fugarse de su cautiverio y salvar a todo el planeta del posible dominio de los malvados que lo han esclavizado. La narración cinematográfica tiene ritmo y es entretenida, aunque un poco obvia. Si bien al leer las fantasías épicas de la escritora puede vislumbrarse una intención a favor del amor y la amistad, nunca queda bien claro ese mensaje, el que tampoco se logró hacer percibir al trasladar las historias a la animación cinematográfica. Se ve en pantalla las intenciones de un grupo de élite militar de querer formar un cuadro de fanáticos, a quienes ha realizado un particular lavado de cerebro, para poder cumplir sus maléficos fines. Aquí puede encontrarse una crítica a lo que realizaba el nazismo en ese sentido, y esto es muy evidente al mostrarse a las aves líderes asentadas en un estandarte cuyo mástil es muy parecido al que usaban los nazis. Pero también, sobre la segunda mitad de la trama principal, se presenta la idea de que los “guardianes de la paz del mundo” están facultados para hacer todo lo que les parezca, sin consultar a nadie para proteger de lo que ellos consideren un peligro al resto de los seres vivos, aunque éstos no le hayan pedido ninguna ayuda. Eso puede hacer fluctuar en el espectador una vaga idea de que por el bien común puede destruirse y aniquilar lo que se considere una amenaza, y aquí el mensaje corre el riesgo de una peligrosa ambigüedad.
Un policial muy francés con argumento muy yanqui La cinematografía francesa en el siglo XX, a finales de los ´60 y principios ´70, logró hacer convivir a las ágiles comedias, los rápidos policiales (polar, en francés) y la Nouvelle Vague que tenían el factor común de contener algunas escenas inverosímiles. En los dos primeros géneros, la velocidad que se imprimía a las tramas evitaba que el espectador cuestionara las situaciones poco reales que veía (por ejemplo en “La piscina”, Deray, 1969, o en “Amor en rebeldía”, Korber, 1972), y en el particular estilo de la Nouvelle esas escenas quedaban como parte de las ensoñaciones de los guionistas. El estilo francés de tramas con dejos de irrealidad quedó para consumo interno, porque los franceses optaron por exportar realizaciones con tramas desarrolladas de manera más lenta y haciendo hincapié en los aspectos psicológicos de los personajes. Guillaume Canet, en el siglo XXI, en su segunda película como realizador (la primera fue “Mon idole”, 2002) tomó el argumento del best seller “Tell no one” del escritor estadounidense Harlan Coben que en sus obras literarias policiales pone como punto de investigación crímenes “ya resueltos”, lo que hace que se deshagan muchas tramas que convergían de manera artificial en una sola. Coben escribe en el estilo literario de series y por lo tanto necesita de historias paralelas, subyacentes y convergentes. Canet, por lo tanto, no tuvo más opción que realizar un “polar” bien francés en el cual el nudo argumental central es permanentemente modificado por las numerosas subtramas, las que a su vez, con pequeñísimos detalles, dan indicios de cómo se desarrollará la trama principal. Esto último es muy apreciado por los espectadores franceses del género. La base argumental cuenta la historia de Alexandre, un médico que aún no ha elaborado emocionalmente la muerte de su esposa en manos de un asesino serial. Su depresión se acentúa con las visitas a los padres de ella y la percepción de hostilidad de su suegro y no logra reponerse anímicamente a pesar de los esfuerzos de una fiel amiga. Pero sorpresivamente se reabre la investigación del asesinato al descubrirse dos cadáveres en la misma zona en que murió la mujer. Alexander recibe un e-mail titulado “No se lo digas a nadie”, al abrirlo es conducido al link de un video en el que puede verse de manera fugaz a su esposa con una referencia de tiempo que indica que ese video se realizó después del asesinato. A partir de esa escena comienzan las veloces subtramas convergentes, tales como el empecinamiento policial, el tener que demostrar el protagonista que es inocente, huidas que complican las situaciones, inmigrantes que ayudan por gratitud y hasta “copains” (grupos marginales cómplices) que complican las cosas por leltad. Sin embargo Canet no ha desarrollado en profundidad, como sucede en la novela, la historia de amor (desde niños) del protagonista y su esposa, ni la de Hélène, la amiga, consejera y casi emparentada con ellos. El cineasta con una larga y exitosa carrera como actor tiene bien claro la manera en la que debe dirigir a su elenco. François Cluzet que interpreta a Alexandre, primero hace confluir diferentes estados de ánimo, pero siempre con el trasfondo de su depresión, y luego cambia para demostrar la energía y la determinación que la ansiedad le provocan, para ello se vale de recursos habituales en Hollywood como eliminar lo gestual en las escenas de acción y demostrar destreza física poco acorde a la actividad habitual del personaje pero congruente con la situación que juega. Kristin Scott Thomas es Hélène, un personaje que está siempre en riesgo de desborde por estereotipo, pero Kristin logra mesurarlo de manera justa. Guillaume Canet se reservó para sí, el rol de Phillippe en el que se destaca por conseguir la sensación de repulsa en el espectador y hacerle desviar la atención. Esta obra cinematográfica será apreciada por los cinéfilos que disfrutan del “polar” mucho más que del trhiller americano, por los que les gusta estar atentos para poder descubrir “el misterio” y comparar luego lo que pensaron, con lo que vieron en pantalla sin detenerse en el detalle de si una escena es verosímil o no, y también por los que tienen en claro que una realización cinematográfica de ficción es precisamente eso, ficción, y por lo tanto necesita espectacularidad, por ejemplo, en una huida.
Documentalista homenajea a documentalista Fermín Rivera (“Pepe Núñez, luthier” – 2005) se acercó al documentalista Jorge Prelorán, comenzó a conocerlo y reconocerlo personalmente con entrevistas y luego empezó la factura de este documental que es un verdadero homenaje. Prelorán cuenta en las primeras escenas algunos aspectos de su personalidad, de su entrega al género documental, a los motivos de elegir determinados temas. Además revela la forma en la que preparaba sus obras cinematográficas con el paso a paso de los lugares y de la gente con una convivencia que lo enriquecía como artista y como persona. Una obra cinematográfica técnicamente bien realizada, amena aunque a veces el ritmo decaiga un poco, pero sin golpes bajos. Hay pasajes de algunos memorables documentales de Jorge Prelorán para deleite del espectador. El homenajeado vivió con un perfil bajo, absolutamente sin estridencia, sin ambiciones desmedidas en cuanto a las consecuencias de sus obras. Y por otro lado sufrió las penurias de ser perseguido políticamente sin saber por qué. El espectador puede sacar sus conclusiones de por qué se lo persiguió y en la práctica se lo expulsó del país con tan sólo ver sus documentales, algunos que muestran la vida de personas que no tienen privilegios y que son auténticas y otros que revelan al mundo las riquezas de la naturaleza que deben protegerse y cuidar. Rivera no vaciló a la hora de homenajear que corría el riesgo de que este documental fuera comparado con los que realizó su homenajeado, pero el haber rescatado la figura de Jorge Prelorán, mostrarlo en pantalla poco antes de que muriera, destacar su obra, enseñar cómo la realizaba, donde y por qué, ya hacen que la obra que se comenta tenga brillo propio y sea muy recomendable.
Oliver Stone realizó en 1987 “Wall Street”, y en la que hizo una contundente crítica al accionar de los directores de inversión y a los brokers que manejan los portfolios de acciones del centro financiero de los Estados Unidos, cuyo funcionamiento tiene influencia en la economía mundial y los convierte en la práctica en “dueños del dinero del mundo”, sin importarles las consecuencias que su accionar haga recaer sobre las personas, tanto las pobres como las ricas. El protagonista fue Michel Douglas a quien su labor le valió el premio Oscar al interpretar a Gordon Gekko, un inescrupuloso director de portfolios, con la habilidad de manejar y redirigir las informaciones del mercado financiero y conducirlas de determinada manera para poder concretar sus propios fines, los que son originados por una ambición sin límites y con un origen poco claro. Finalmente Gekko por una maniobra poco ética termina en la cárcel, delatado al FBI por uno de sus colaboradores. Stone presenta en 2010 la secuela de dicha historia, también protagonizada por Michel Douglas, la que comienza en el preciso momento en que Gekko, cumplida su condena, abandona la prisión. Se trata de una breve escena para plantar la idea de que caído en desgracia ha quedado completamente solo, aunque su expresión señala que no ha perdido “las mañas”. La trama salta unos años hacia delante para adentrar en la historia de Jake Moore, un joven agente de bolsa que al comprobar que su mentor ha sido traicionado buscará la manera de vengarlo y se acercará a Gekko, quien primero se mostrará reacio a ayudarle pero al enterarse de que el joven es el novio de su hija cambiará de parecer. A partir de ahí la obra cinematográfica toma un ritmo vertiginoso en el que Stone superpone la trama y las subtramas de manera continua sin poder definir cual es la que le interesa que el espectador tome como prevalente. La bolsa de Wall Street ha cambiado mucho en veinte años y el realizador muestra que ahora, más que por el manejo de la información se opera en base a los rumores originados en datos que generalmente son falsos, algo que se puso en evidencia con la crisis financiera mundial de 2009. Hasta ahí la denuncia. La historia no profundiza sino que comienza a adentrarse, aunque de manera ligera, en la conflictiva relación de Gekko con su hija, en el noviazgo de la muchacha con el joven agente de bolsa y también en la sed de venganza de éste último, en la necesidad del protagonista de demostrar a sus colegas de que sigue siendo “de temer” y, muy superficialmente, en el mundo de la “beneficencia” que sirve a los financistas para mostrar el “lado bueno” de sus actividades; siempre que se sea exitoso, claro está. Oliver Stone imprimió agilidad al desarrollo de toda la obra pero tantos ingredientes dispares dan por resultado que cada espectador tenga que elegir identificarse con el tema que le afecte de manera cercana, aunque es posible que haya muchos a los que no los afecte ninguno. Esta obra cinematográfica está más cerca del entretenimiento que de la denuncia social sobre la crisis financiera mundial. Michael Douglas, también uno de los productores, al interpretar nuevamente a Gordon Gekko demuestra haber crecido como actor aunque el paso de los años lo hace parecerse físicamente a su padre, y esto provoca que el espectador de 2010 comience a descubrirle tics actorales “heredados” como, por ejemplo, las fugaces miradas de reojo. Shia LaBeouf, como Jake Moore realiza una labor correcta aunque sin despliegue de recursos. Carey Mulligan en el rol de la hija del protagonista muestra su característico gesto de plegar los labios hacia su nariz, tanto en las escenas de amor como en las de enojo, y mantiene todo el tiempo una fría mirada que no condice con su personaje. Muy buena la labor de Frank Langella, como el mentor del joven broker que muestra diferentes estados de ánimo sin modificar la expresión corporal. Y es de destacar, a pesar de que sus apariciones en pantalla son casi cameos, el trabajo de Charlie Sheen, como Bud Fox, el personaje que envió a la cárcel al protagonista en la primera parte de “Wall Street”.
El novelista Steve McVicker escribía aún la novela “I love Phillip Morris” cuando Glenn Ficarra y John Requea conocieron el argumento basado en la historia contada por el periodismo texano sobre Steven Russell, un mentiroso compulsivo, cuya patología, estafas mediante, lo llevó a la cárcel. El dúo de realizadores decidió inmediatamente llevar a ese personaje a un guión cinematográfico. Russell era un marido y padre de familia “modelo americano” hasta que al recuperarse de un accidente descubrió que hubo un cambio en su sentir, a partir de ese momento supo que era gay y sin culpas ni remordimientos comenzó a vivir su vida con esa opción sexual. Hasta aquí el espectador tiene la sensación de que todo será una cómica historia estereotipada sobre relaciones homosexuales al ver en pantalla los esfuerzos del protagonista para tener una relación estable con otro hombre, aunque busca afianzarla por medio de la imagen que puedan proyectar, sobre todo la de un taxi boy que lo dejará en la bancarrota y ahí la vida de Russell, la trama cinematográfica y las expectativas del espectador toman un giro inesperado hacia la tragicomedia. El mentiroso y hábil Steven Russel para mantener su vida rumbosa incurrirá en delitos financieros que lo conducirán directamente a prisión. Allí le sucederá algo que no pensaba que le ocurriría, se enamorará de su rubio y vulnerable compañero de celda y vivirá preso y feliz hasta que el sistema carcelario los separa y las peripecias para reencontrarse ocuparán la trama central del guión. El espectador que piense que se trata de una historia de amor que puede darse también entre heterosexuales no estará errado en su apreciación, porque el mensaje es la búsqueda, y la defensa en este caso, del amor que completa de manera definitiva. Aunque no sea por el camino tradicional que marcó hasta hace poco la sociedad argentina, y que marca todavía el colectivo social de los Estados Unidos donde esta obra cinematográfica no ha podido ser estrenada. El actor Jim Carrey como Steven Russell esta vez compone desde su interior para proyectar sentimientos sin recurrir a la parafernalia gestual, y deja bien en claro la dualidad que el personaje posee de mentir y estafar pero ser absolutamente sincero en la manera de brindar su amor al ser que ha elegido. Ewan McGregor como el angelical Phillip, objeto de este amor, también otorga a su personaje dos facetas, la de dejarse querer bajo protesta de los medios que su enamorado utiliza para amarlo, pero ser consciente que él no puede dejar de amar a ese mentiroso. Carrey está alejado del estereotipo, pero McGregor lo roza de manera permanente sin llegar al desborde. Los que sí llegan a desbordarse en algunas escenas son los realizadores, quizá por la compleja magnitud del protagonista que los conduce por momentos a adentrarse en el género del absurdo alejándose de la estructura narrativa. La música no es original pero logra acompañar de manera divertida las incidencias. Esta obra cinematográfica no está destinada sólo a la comunidad gay sino que será disfrutada, sobre todo en sus gags por todos los espectadores. El metamensaje es que amar es un sentimiento que involucra a todos los humanos, aunque se lo experimente y se lo exprese de diferentes maneras ya sea con un ser del mismo sexo o estafando o excediendo los límites. O todas esas cosas simultáneamente.
En 2010, año electoral en el Brasil, se estrena esta realización cinematográfica basada en el libro “Lula, el hijo del Brasil” escrito por la periodista e historiadora Denise Paraná, que tomó como elementos de construcción literaria la investigación y las entrevistas que ella misma efectuó para elaborar su tesis doctoral en Historia en la Universidad de San Pablo, en la que tomó como eje de su trabajo la figura del actual presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La autora refiere que al revisar sus notas y grabaciones se encontró con que, más que para una tesis o una novela había material para un guión cinematográfico en la vida del mandatario brasileño, ya que los sucesos de su vida coinciden y tienen directa relación con etapas de la vida social del Brasil, por ejemplo la muerte por mala praxis de su primera esposa en la época que en el país el índice de mortandad en parto era uno de los más altos del mundo, el alcoholismo de su padre ocurre cuando las tabulaciones de esa adicción fueran altísimas en el nordeste, y algo que llamó la atención de la escritora fue el cambio de residencia de la familia da Silva lo efectuó cuando históricamente se marcaron las mayores migraciones internas en el territorio brasileño. Así fue que junto al realizador Fabio Barreto, además de otros seis guionistas, escribió finalmente el guión al que titularon igual que la novela. La historia que se ve en pantalla es la vida del ya mencionado Presidente Lula (sobrenombre que el político agregó legalmente a su apellido) desde su nacimiento hasta el año en que muere su madre, motor de su energía combativa y es arrestado por sus actividades como líder gremial. La obra cinematográfica tuvo un costo que primeramente se calculó en cinco millones de dólares, luego se dijo que serían siete y a la hora del estreno sudamericano se afirma que fueron en realidad diez millones aportados por empresas privadas, lo que ha provocado reacciones de la oposición. Todo ese dinero se empleó en hacer una grandiosa producción con buenas locaciones y vestuarios y el manejo de una cantidad considerable de extras en escenas de movilizaciones partidarias y gremiales. Barreto utiliza en la edición una acertada corrección de color que remarca el clima emotivo de las escenas. Para interpretar al mandatario el actor Rui Ricardo Dias fue la opción luego del sucesivo rechazo de otros dos actores por diversos motivos. Dias compone a un político resuelto y enérgico con profusión de gestos adustos algo, esto último, que en la actualidad no se ve en el personaje que interpreta ya que en fotografías oficiales y noticieros se lo muestra siempre con una sonrisa con cierto aire de picardía. Gloria Pires, estrella consagrada de la televisión y actriz casi fetiche de Barreto, saca provecho de su rol de la madre del protagonista aunque lucha todo el tiempo con una gesticulación que acentúe un envejecimiento que el maquillaje no le otorga en su justa medida. Quien se luce y destaca en el plano actoral es el actor Milhem Cortaz como el padre de Lula. El actor construye a un hombre analfabeto, tosco, que con simplicidad biológica tiene dos familias pararelas. Las posiciones corporales que emplea Cortaz para componer su personaje marcan escena a escena la declinación de su personalidad ya vencida por el alcohol. Nos encontramos ante una biopic de un notorio personaje contemporáneo que se ve casi a diario en las noticias. Llama la atención, si nos atenemos a lo que se ve en pantalla en esta trama histórica, que quien gobierna el país más grande territorialmente de Sudamérica nunca haya emprendido nada que le saliera mal. Salvo la privación de su libertad por su actividad gremial en el sindicato de metalúrgicos en épocas de férreas y prolongadas dictaduras.
Pareciera que el cinematográficamente multifacético Enrique Piñeyro (es actor, productor y director) tiene un ciclo bianual para presentar, desde la dirección, sus documentales de denuncia. (“Fuerza Aérea Sociedad Anónima” en 2006 y “Bye Bye Life” en 2008 a los que hay que sumar la denuncia ficcionada “Whisky Romeo Zulu” del 2004) Esta vez se aboca a la investigación de lo que realmente sucedió el 25 de enero de 2005 en el trágico suceso titulado por los medios como “La masacre de Pompeya”, que costara la vida de tres personas y la condena de Fernando Carrera a quien se lo encontró responsable de esas muertes y de una serie de robos inmediatamente anteriores. Piñeyro, apoyándose en la investigación periodística de Pablo Galfre y la codirección de Pablo Tesoriere (“Puerta 12”, 2008), llega a posicionar de manera firme en el espectador la evidencia de que Carrera fue injustamente condenado mediante “siembra de pruebas”, falsos testimonios, manipulación policial para ocultar un episodio de “gatillo fácil”, y sobre todo por la influencia del tratamiento dado por los medios masivos de comunicación social al terrible hecho A lo largo de la proyección Piñeyro y sus ayudantes analizan, primeramente, los noticieros televisivos que daban cuenta de lo ocurrido basándose solamente en las versiones de la policía y un testigo, que se reveló que pertenecía a la asociación de amigos de la comisaría correspondiente a la zona del barrio de Pompeya de la ciudad de Buenos Aires. Luego, y ya con un tratamiento más cinematográfico, se vale de stop-motion para las reconstrucciones de los hechos, y figuras con movilidad digitalizadas para mostrar los desplazamientos de las personas involucradas. Suma también escenas de ficción y otras en las que muestra los efectos de determinados tipos de balas o los movimientos y el accionar del personal de la Comisaría 34 de la Policía Federal. En la búsqueda de demostrar la inocencia de Fernando Carrera, Piñeyro arremete contra la corrupción policial y la forma de dar noticias a la población que tienen los noticieros y periódicos sensacionalistas. Aunque luego Piñeyro y su equipo, al analizar en detalle esos mismos flashes noticiosos, llegan y hacen llegar al espectador a la conclusión de que se ha condenado a un inocente porque los jueces y fiscales no han visto lo que debían ver en la pantalla televisiva. Este documental tiene buen ritmo e imágenes atractivas dentro del terrible drama que se muestra como única trama, que es la investigación hecha por un cineasta para demostrar que hay un hombre que cumple una condena por un delito del que no es responsable. Ernesto Piñeyro, como lo ha hecho antes, muestra valentía al dar la cara para hacer su denuncia y desarrollar la investigación. Quizá tenga un estilo parecido a Michael Moore, sobre todo en un divismo que lo hace aparecer muchísimo en pantalla otorgándole un protagonismo casi absoluto. Es un documental de denuncia, por lo tanto todo espectador que se sienta atraído por el género policial quedará atrapado por este argumento que lamentablemente ofreció la vida real. El cineasta apunta a que, además de ayudar a Fernando Carrera, esto se sepa para que no vuelva a ocurrir, un valioso aporte que le hace a la sociedad.
Osvaldo Bayer, periodista y escritor argentino que ha escrito alrededor de diez guiones cinematográficos de los que seguramente el más recordado es el de “La Patagonia rebelde” (1974), también creó la Fundación Awka Liwen, que propicia el traslado del monumento en homenaje al Gral. Roca y su emplazamiento en el mismo lugar de otro en conmemorativo de la madre indígena y la madre inmigrante. Bayer junto al cineasta argentino Mariano Aiello y a la realizadora alemana Kristina Hille, directores de la productora Macanudo Films, efectuaron un trabajo de investigación que les insumió tres años para escribir el guión del documental que se comenta y al que titularon con el mismo nombre de la Fundación con los vocablos mapuches “Awa Liwen”, que significan “rebelde amanecer”, y que fuera rodado en Chubut, Salta, Buenos Aires, Río Negro y también en Alemania. Dentro de una estructura didáctica y en la que puede apreciarse una solemnidad pasada, pedagógicamente, de moda Osvaldo Bayer como narrador, da cuenta sobre el tratamiento que se le ha dado a través de 200 años de historia nacional a los pueblos originarios del territorio argentino. De esa manera, al comienzo informa al espectador que a pesar de haberse abolido la esclavitud en 1813, cincuenta años después, Campaña al Desierto mediante, los indígenas sobrevivientes a ese genocidio eran regalados; los hombres a los terratenientes de la recién creada Sociedad Rural, que había financiado la campaña del Gral. Roca, para que trabajasen en las cosechas, y las mujeres y niños eran obsequiados a las Damas de Beneficencia (esposas de dichos terratenientes) para trabajar como sirvientas y mandaderos en sus estancias y mansiones. Pueden verse en pantalla algunas escenas ficcionadas de las matanzas y también fotos de los indígenas esclavizados y hasta una filmación de uno de los fundadores de la Sociedad Rural, José Martínez de Hoz, retozando (de manera cómica) feliz por los campos (2 millones y medio de hectáreas) obtenidos como beneficio de su inversión en la campaña. Esos fotogramas hacen que el documental comience a reflejar un paralelismo con lo sucedido en años cercanos, cuando los bisnietos de esos terratenientes se negaron a pagar impuestos por el monocultivo de soja. El narrador también se ocupa de las embestidas de los sucesivos golpes militares financiados por las corporaciones agropecuarias para aplastar los intentos del populismo que propiciaba un reparto más equitativo de la riqueza. Se ven, reforzando la narración, fotos del Gral. Mitre y su comitiva en épocas del Proceso de Organización Nacional y también de los comandantes militares del Proceso de Reorganización Nacional. En esta realización se ha desplegado tanto el lenguaje didáctico basado en investigaciones científicas que ha quedado poco lugar para lo cinematográfico, aunque dentro de la trama audiovisual tienen su espacio para dar su visión de los temas tratados personajes tales como los historiadores Felipe Pigna y Norberto Galasso, el antropólogo Marcelo Valko y testimonios de una familia indígena que trata de resistir los avances de una empresa multinacional que pretende apoderarse de las 300 hectáreas de campo patagónico en las que viven y en las que siempre vivieron sus ancestros. Además se ven, de manera testimonial, algunos pasajes del legendario informativo cinematográfico Sucesos Argentinos. Las narraciones, tanto la de Bayer como las de los profesionales que participan, no dejan lugar a que el espectador forme opinión sino para que elabore las conclusiones a las que los guionistas e investigadores han llegado.
Stéphane Brizé vuelve a mostrar el amor y el deslumbramiento masculino El realizador francés Sthéphane Brizé como ya lo hiciera en su anterior obra “No estoy hecho para ser amado” (2005), vuelve a adentrarse en el alma de los varones que encierran sus sentimientos bajo la llave de las normas sociales sin preveer que, inevitablemente, alguna vez su verdadero sentir se escapará. También, como en esa oportunidad puso música de tango como fondo a las miradas entre los personajes que delatan su transformación sentimental, y para las escenas románticas buscó que el compositor Ange Ghinozzi (“Mal espíritu”, 2006) utilizara el mismo género musical. También vuelve a mostrar un aspecto de la relación de un hombre adulto con su padre, aunque esta vez Brizé se basó en la novela romántica “Mademoiselle Chambon” escrita y publicada hace unos diez años por Eric Holder, quien se caracteriza por escribir sobre los sentimientos cotidianos que surgen en los hombres, y que también es autor de “Masculino singular” (publicada en 2001) y de “El hombre de noche” (publicada en 1995), que fuera llevada a la pantalla cinematográfica por Alain Monne con el título de “El hombre junto a la cama” (2009), y en ambas novelas afrontaba el tema de los hombres que sorpresivamente comprueban que tienen sentimientos inesperados y se debaten entre aceptarlos o no hacerlo. Brizé, acertadamente tituló a esta versión cinematográfica de la novela “Une affaire d´amour” (un asunto amoroso), que señala puntualmente lo que sucede entre los protagonistas de esta historia. Jean, un hombre sencillo que se gana la vida como albañil y tiene una buena relación con su esposa, conoce a Véronique, la maestra de su hijo, y se produce entre ambos un impacto que hará que ambos replanteen su situación sentimental. Deben decidir si todo quedará en un simple deslumbramiento o si, por el contrario, deben permitir que ese amor que se bosqueja y los hace sentirse bien crezca y tome cuerpo como para cambiar el rumbo de sus vidas. Esta realización está en la línea de los dramas románticos de la Nouvelle Vague con marcada influencia de Agnés Varda, con miradas, pequeños gestos, planos largos que duran muchos segundos y marcan estados de ánimo, locaciones atractivas pero que no dejan de ser escenarios de la vida cotidiana y personajes que se ganan la vida con profesiones que no están ubicadas en el primer nivel social. Como es habitual en casi todos los realizadores franceses Stéphane Brizé se ha preocupado de dirigir a los actores a los que se los ve seguros en sus logradas composiciones. Si tenemos en cuenta que Vincent Lindon se mueve socialmente entre la más alta aristocracia europea es significativo su trabajo para interpretar a un simple albañil que destruye una pared con un martillo para calmar su ira, no en vano ha hecho casi cincuenta personajes cinematográficos. Sandrine Kinberlain, que estuvo casada con Lindon en la vida real, nos muestra a una maestra itinerante (según el sistema educativo francés son las docentes que cubren reemplazos), una mujer que vive permanentemente desarraigada y que es consciente de que por esa razón se ve imposibilitada de amar. Aure Atika como la esposa que percibe pero que no hace otra cosa más que estar a la expectativa logra transmitir corporalmente las sensaciones de su personaje. Jean-Marc Thibault compone convincentemente al padre del protagonista, que es quien con su imagen le ha formado la idea de lo que un hombre debe hacer o no. La canción final en la que se habla sobre las decisiones que deben tomarse sobre el amor y cuestiona si hay que usar la cabeza o el corazón en esos “asuntos”, lamentablemente no ha sido subtitulada y por lo tanto no suma a la apreciación del espectador que no habla francés.