Gaturro es un personaje de historieta creado por el dibujante Nik (Cristian Dzwonik) y cuyas historias cómicas se publican desde hace varios años en un matutino de la ciudad de Buenos Aires. Se trata de un gatito de color marrón con sus dos cachetes muy prominentes con apenas tres pelos de bigote en cada uno. Se comunica con sus amiguitos mediante el uso de la palabra, pero con los humanos sólo usa el pensamiento (quizá la telepatía que dicen que los gatos pueden manejar a voluntad). Desde hace un poco más de un año se comentaba en los medios cinematográficos argentinos que una historia de Gaturro llegaría a la pantalla cinematográfica, aunque las referencias eran de que estaría interpretada por actores en interrelación con dibujos de animé. Finalmente Gaturro llegó a las salas de cine, nada menos que las que proyectan con el nuevo sistema 3D, ya que la obra fue pensada y realizada directamente en este sistema y ese punto de partida hace que pueda aprovechar totalmente la nueva tecnología visual. El tratamiento estereoscópico se usó para los personajes y “las locaciones” y así el espectador puede ver mariposas multicolores que revolotean sobre la cabeza de quienes tiene sentados adelante, pajaritos que salen de la pantalla para cantar, objetos que son arrojados por los personajes y que parecen llegar a hasta las butacas. Todo gracias al uso de los anteojos especiales que proveen a la entrada de la sala. La historia que se ve, es quizá un poco simple pero llena de efectos que la hacen atractiva para el público tanto infantil como adulto. Gaturro está enamorado desde hace mucho tiempo de Aghata, una gatita un poco superficial pero que también está enamorada de él, aunque no quiere confesárselo ni a ella misma. La aparición para cortejarla de Max, un gato “cool” apurado por casarse con ella provocará que Gaturro haga cualquier cosa para superar a su contrincante amoroso. Y lo que hará será lograr participar de un casting para elegir a un “gato actor televisivo” y lo ganará y se convertirá en una rutilante estrella del firmamento del espectáculo. Aunque, como dice el refrán, la fama es puro cuento y pronto conocerá las dificultades de ser una “personalidad”. Hay en esta obra de animé un mensaje directo, en esta época de personalidades mediáticas con fama efímera, sobre las ambiciones de quienes quieren llegar a tener su “minuto de fama”. También hay un metamensaje complementario al mostrar simbolizado en gatitos que son llevados por sus dueños a audicionar. lo que sucede a diario en las castineras de Buenos Aires cuando se convoca a niños actores. Lo que queda de esta historia es el revalúo de sentimientos tales como el amor, la amistad y la lealtad. El director Gustavo Cova que realizara para la misma productora (Illusion Studios) también en animé “Boggie el Aceitoso” (2009), se ha preocupado que las voces de doblaje fueran las que cada espectador puede imaginar cuando lee la historieta en papel. Así Mariano Chiesa logra que Gaturro hable con la voz que todos esperan y se destaca Leandro "Leto" Dugatkin al componer al gato Max. También es para remarcar la labor de Paola Monchamp al interpretar a varios personajes. El doblaje se hace con un español neutro para evitar localismos, ya que esta obra será estrenada internacionalmente y se trata de una coproducción, aunque puede apreciarse un acento netamente de Buenos Aires en la mayoría de los personajes. La música, especialmente compuesta, es incidental, inductiva y también telonera, con alegres compases y estribillos pegadizos. Está pensada para todo público pero seguramente la disfrutarán mucho los niños a partir de los 3 años.
Fernando Trueba que ganara un premio Oscar con “Belle époque” (1992) tomó la novela “El baile de la victoria” del chileno Antonio Skármeta y con Jonás Trueba, hijo además del autor, realizaron el guión de la obra que se comenta y a la que también se la conoce como “La bailarina y el ladrón”. Es la historia de tres seres marginales. Un ladrón, cincuentón, “maestro” en abrir cajas fuertes sale de la cárcel gracias a un indulto que también a beneficiado a un veintiañero ladronzuelo de poca monta que tratará por todos los medios de convencerlo para dar el golpe que finalmente haga realidad las ilusiones de ambos de superarse. El joven se enamora de una muchacha que ha presenciado, de niña, el asesinato de sus padres por agentes de la dictadura pinochetista y el trauma le impide hablar aunque se expresa maravillosamente por medio de la danza, mientras que el hombre mayor sólo piensa en ser valorado por su hijo y también en intentar recuperar a la madre del niño a la que aún ama. A partir de ese nudo central esta realización cinematográfica transita por un exagerado lirismo, quizá por influencia de la novela que le da base, la que adolece de una construcción narrativa un poco antigua y lamentablemente eso se ha trasladado a la adaptación para la pantalla de cine. Trueba no deja que el espectador acierte con el género que le ha impuesto a la trama, no desarrolla del todo las subtramas, da giros repentinos que pasan por la comedia, retornan al drama y hasta hay pasajes caricaturescos. De pronto todo se cierra en un melodrama y seguramente a ese género apuntó el realizador, aunque no quede del todo claro ese enfoque porque también hace uso de un lenguaje cinematográfico simbólico para remarcar la ubicación marginal que les ha “otorgado” la sociedad chilena a los dos ladrones y a la “muda”. Si bien las imágenes son interesantes como en el caso de la escena en que el joven y la muchacha transitan a caballo por el centro de la ciudad de Santiago sin que nadie de la multitud que los rodea les preste atención, los espectadores deben estar muy atentos para captar el simbolismo del aislamiento social a que están sometidos los personajes. O cuando se ofrecen bellísimos primeros planos de un cóndor que sobrevuela la cordillera de Los Andes para simbolizar la majestuosidad de la libertad, el espectador debe deducirlo del diálogo anterior a la vista de las imágenes del ave. Los desbordes simbólicos generalmente suelen ser difíciles de interpretar por el espectador común, quien no puede detenerse para analizar este tipo de “vuelos artísticos” con profundidad, algo que sí puede hacer el lector de novelas y descubrir el casi cruel simbolismo, relacionado directamente con la capital chilena, del nombre del joven ladrón, Angel Santiago. El espectador de cine asiste, en su mayoría, a entretenerse. Y aquí está el acierto del cineasta, su obra entretiene, quizá a alguno le parezca larga o algún otro desee que la historia tenga un cierre más definido, pero estarán atentos a toda la proyección y a los impactos efectistas de muchas escenas. Las actuaciones son desparejas. Ricardo Darín se impone más por su presencia en pantalla que por componer su personaje, el que ha sido reforzado en la versión cinematográfica, quizá para aprovechar el indiscutible gran cartel de este actor. Abel Ayala abusa de la gesticulación, aunque maneja bien los tonos adecuados al acento chileno que utiliza, es dable remarcar que este joven actor realiza una labor en la que emplea técnicas intuitivas que recuerdan a las que usaba el actor mejicano Mario Moreno (Cantinflas), algo que Ayala ya evidenció en “El niño de barro” (2007). Miranda Bodenhofer, como la joven bailarina Victoria logra una composición ajustada, su rol también fue realzado en esta versión cinematográfica al hacerla casi completamente muda y darle de esta manera un valor agregado al armado actoral, ya que en la novela “habla más”. Julio Jung es quien más se luce, aunque su rol sea secundario pone de manifiesto la valiosa trayectoria que posee
Nuevamente arribó a la pantalla, mediante animación computarizada Tinker Bell, que tuviera su origen como compañera de Peter Pan. Ella era quien proveía al muchacho que no quería crecer el polvillo que le permitía volar. Pero la bella, curiosa y diminuta hada es la segunda vez que protagoniza una historia propia, lejos de la “Tierra del Nunca Jamás”. Ahora vive en un pequeñísimo campamento habitado sólo por hadas y duendes a quienes los humanos no pueden ver. Si nos atenemos a la mitología sajona ellos no tienen corporeidad y por eso no pueden ser visualizados, pero Hollywood se toma sus licencias en ese aspecto y hace que estos seres deban ocultarse todo el tiempo para no ser vistos por los descendientes del homo sapiens. Pero la curiosidad de Tink, cariñoso diminutivo con que la llaman sus congéneres, hace que se introduzca en la casa de la pequeña Lizzy, a la que su padre, muy ocupado, hace vivir una existencia casi solitaria. Tink, no toma los recaudos pertinentes y la niña la verá. Esto provocará que el hada Vidia, que mira desde afuera, malinterprete la situación y busque ayuda en el campamento donde se formará un cómico ejército de Delfos y hadas par a rescatar a la curiosa y traviesa Tinker Bell. Dentro de una historia lineal y con situaciones previsibles, los pequeños espectadores se ven deslumbrados por el colorido de los dibujos y se ríen divertidos durante algunas escenas, aunque es dable destacar que las carcajadas las provocan los parlamentos que ganaron en comicidad al ser traducidos al español neutro. Es difícil determinar a qué franja de edad está destinada esta realización, sus situaciones tienen desenlaces esperables y deseados por los niños pero su mensaje es un poco elaborado. Se puede concluir en que esta obra cinematográfica animada será disfrutada en la parte visual y sobre todo la musical por los niños entre los tres y seis años y los espectadores un poco más grande recibirán el mensaje de la trama principal que desarrolla varios temas paralelos tales como el valor de la amistad, la reparación por provocar resultados no queridos, la recuperación del diálogo en una familia y el valor de priorizar la entrega de amor a todos nuestros semejantes.
Brad Peyton fue el realizador de esta secuela de “Cómo perros y gatos” (2001). Esta vez, si bien la historia está bosquejada para niños, seguramente para captar la atención de los adultos, tiene muchos puntos de conexión con éxitos cinematográficos y puede verse a personajes, transformados en perros o gatos, de las historias de Batman, Hannibal, James Bond y el Agente 86. También las escenas son repeticiones, caninas y felinas, de las vistas en pantalla protagonizadas por los antes nombrados. La historia, un poco lineal y obvia nos cuenta que Kitty Galore, una gata que fue una bellísima agente de la Organización MIAU se ha transformado, luego de un accidente que la desfiguró, en una diabólica amenaza para la humanidad. Ante esta situación, por primera, y quizá única, vez los perros y gatos, al mando de un tan torpe como querible can llamado Lou unirán sus destrezas para salvar al mundo. Esta obra que en su versión original tiene como actores de doblaje nada menos que a Roger Moore, Bette Midler y Nick Nolte, ha llegado a las pantallas de Buenos Aires con un doblaje latino que al contener muchos términos mejicanos se aleja del español neutro y atenta contra la agilidad que Peyton imprimió a la versión hablada en idioma inglés. Por lo tanto la historia en algunos momentos deja de entretener y se mantiene sólo por algunos gags de situación en los que las palabras no son demasiado necesarias. Afortunadamente el colorido de las escenas, sobre todo las sorpresivas de vuelos y corridas funcionan como disparador de la atención de los pequeños espectadores. Pero el sistema 3 D con el que se proyecta en algunas salas no aporta demasiado a esta producción. Recomendada para niños a partir de los seis años.
Se puede ser gay y seguir siendo judío En el mismo mes en que la Argentina se convierte en el primer país sudamericano, y uno de los pocos en el mundo, donde se efectúan casamientos entre personas del mismo sexo llega a las pantallas porteñas este documental sobre los hombres homosexuales que pertenecen a la Comunidad Judía de Buenos Aires. Maximiliano Pelosi declara que realizó este trabajo por sentir algo así como una necesidad de esclarecimiento de la vida de los judíos gay, que deben ocultar a sus parientes su opción sexual por sentir que contradicen los ancestrales mandatos religiosos, y esta manera de vivir los aleja paulatinamente de su entorno familiar. Algunos logran establecerse y convivir con la persona que aman, como en el caso del realizador que no es judío pero su pareja estable sí lo es, aunque no puede mostrarla abiertamente en este documental por los condicionamientos antes señalados a los que se atiene la persona con la que comparte su vida. A lo largo de esta obra cinematográfica se ven cuatro testimonios de personas jóvenes que se animan a que su rostro se vea en pantalla, y declaran su condición sexual y los inconvenientes familiares que debieron sortear. Así, a cara descubierta, se ve primero a Gustavo, quien cuando reveló a sus amigos que es gay se encontró primero con la incomprensión y tuvo que esforzarse para que lo aceptaran tal como es, sin tener que fingir todo el tiempo que era heterosexual como lo son ellos. El testimonio siguiente es el de Daniel, un gay que por serlo no termina de aceptar su ansiedad por ser padre. Luego se ve a Dan que cuenta haberse sentido discriminado desde chico sobre todo en los colegios judíos. Por último se ve y escucha a Diego, quien al contar a los espectadores sobre su anhelo, ya concretado, de crear un espacio gay dentro de la Comunidad Judía revela, para la mayoría de los argentinos, la existencia de JAG (Judíos Argentinos GLBT). El documental al saltar bruscamente de testimonio en testimonio, ya que hay algunos de parientes, amigos y hasta un rabino, sobre todo en el segmento de Gustavo, da la sensación de no tener la continuidad adecuada, pero no por ello se pierde la paulatina hilación del mensaje que el cineasta quiere entregar al espectador. Y como en todo documental es más importante el contenido que la técnica, puede pasarse por alto que las imágenes no siempre son lo nítidas que se espera en una obra cinematográfica y que muchas escenas necesitan una adecuada corrección de color. Sin embargo, el desarrollo argumental es ágil y mantiene al espectador atento. El mensaje, de que todo judío debe vivir y permitir vivir como auténticamente se es, resulta muy claro. Aunque esta doctrina es aplicable a todo ser humano. Calificación: Muy buena. (Carlos Herrera). * * * * * * * * * * Información complementaria Judios Argentinos GLBT El 12 de marzo de 2004 se creó JAG (Judíos Argentinos GLTB) con el apoyo de American Join Distribution Committe, para dar contención, integración y crecimiento a las personas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. También entre sus objetivos están la lucha contra la discriminación y promover los valores judaicos. Configurada en un principio al margen de la actividad comunitaria, lo fue hasta 2007 en que fue invitada por Fundación Judaica a convertirse en uno de los nodos de dicha red de organizaciones judías. El trabajo en conjunto está orientado a construir una comunidad inclusiva de la diversidad. Dentro de sus actividades se encuentra la reconstrucción del sentimiento de pertenencia comunitaria a personas que se han alejado de las vivencias judías, para ello se vale de ciclos de cine como también debates, charlas y talleres sobre temáticas varias tales como entrenamiento sobre diversidad sexual y de géneros en busca de la inclusión no sólo de las personas GLBT sino también de sus parientes y amigos en todas las organizaciones judías. JAG ha ampliado su espectro al estar abierta a toda persona que crea en los derechos humanos, la inclusión de la diversidad y la ayuda social comunitaria. Se puede solicitar ampliación de esta información a la siguiente dirección: jag@judaica.org.ar
En 2003 el realizador holandés Theo Van Gogh, sobrino bisnieto de Vincent, dio a conocer su obra cinematográfica “Interview”, basada en la obra teatral de Theodor Holman. Luego de presentarla en varios festivales y obtener buenas críticas, Van Gogh comenzó a preparar su arribo profesional a Hollywood, pero ese mismo año fue asesinado por un fundamentalista islámico. El productor Gijs van de Westelaken se asoció con Bruce Weiss y juntos llevaron adelante el proyecto hollywodense de Van Gogh que con el nombre de “Triple Theo” abarca las ramakes de tres obras del cineasta holandés, “06” (1994), “Blind Date” (1996) e “Interview” (2003), para ésta última, que es la que se comenta, se eligió a Steve Buscemi para su realización y también para componer al protagonista. La historia, que por momentos recuerda a la película argentina “El infierno tan temido” (Raúl De la Torre, 1980), tiene como protagonistas a Pierre Peders, reportero de guerra y a Katya, una actriz más famosa por sus escándalos mediáticos que por su talento. Pierre, por inercia profesional de su especialidad, buscará la primicia, descubrir y revelar lo que nadie sabe, pero desconoce que el ámbito periodístico de espectáculos, donde generalmente las noticias son falsas, tiene otros códigos y su accionar provocará la reacción de la entrevistada. Ambos comenzarán en ese juego a desnudar a medias sus personalidades, a omitir detalles que puedan esclarecer las situaciones. Se muestran, se ocultan, se autodesmienten en una batalla que ambos quieren que termine pronto, e íntimamente desean que no haya perdedores porque la derrota de uno significará al mismo tiempo que el otro no triunfó. Steve Buscemi como realizador tuvo que aceptar, por imposición de los productores, rodar con el sistema holandés que usó Van Gogh. Por lo tanto situó tres cámaras, una para cada uno de los protagonistas y otra para las escenas de planos maestros. Lo que da la singularidad de diferentes orígenes lumínicos que recaen sobre los rostros sin que existan contraplanos de factura aislada, y una semipenumbra general que crea un clima artificial que condice con los diálogos que por momentos son agresivamente fríos y en otros tienen cierta tibieza que aplaca los ánimos. Buscemi, también asume el personaje protagónico, si bien es uno de los actores cinematográficos más populares por sus roles secundarios. El periodista que compone, sufre un traspié laboral y por eso lo han enviado a hacer un reportaje en un ámbito que no le es familiar, se muestra distante, cauteloso, descreído de la persona a la que reportea pero también de sí mismo. Buscemi al autodirigirse, acertadamente se modera para que su rostro no desborde el texto, ya que precisamente en esta obra más que situaciones hay conversaciones. Eligió como partenaire a Sienna Miller, quien aceptó el papel de la protagonista femenina sin haber leído el guión. Miller con una extensa carrera previa como top model conoce el mundo de la imagen y la banalidad, pero para componer su personaje hace uso, de manera muy evidente, de los recursos del sistema Strasberg con gesticulación basada en los sonidos y poca participación del resto del cuerpo. Logra así a una Katya fiel a su falsa imagen, fría, sarcástica, con una mirada que quiere demostrar que ya volvió de todos los lugares imaginables. Si bien el argumento se basa en la relación, buena o mala, que puede establecerse entre un periodista y su entrevistado, según la carga previa de cada uno, el mensaje subliminal va más allá al ponerlo en generalidad sobre las personas que arrastran prejuicios y también sobre las que muestran una imagen que no les es propia, pero las condiciona en ambos casos puede llegarse a vivir “de mentiras” a sabiendas o no. Un metamensaje cinematográfico muy vigente para los ambientes periodístico y artístico argentinos.
Los marketineros cinematográficos aconsejan, que cuando no se alcanzó las fechas de vacaciones (estivales o invernales), la mejor oportunidad para estrenar comedias con formato televisivo es la víspera de feriados largos. Con la obra que se comenta se dan y se cumplieron todas las pautas. Se comentó desde el comienzo del rodaje hasta su estreno los problemas que se presentaban en cuanto a “escapes” de presupuesto, discusiones sobre el corte final y dificultades varias, para finalmente arribar a un fin de semana largo para presentarla al público que se espera, que motivado por los éxitos televisivos de los actores que protagonizan, concurra masivamente. Una historia muy simple con una temática que el cine ha tocado muchas veces, nos cuenta sobre un cuarentón cuya vida es una seguidilla de fiestas, noches en boliches “de onda”, sexo ocasional, a lo que se suma el tratar de eternizarse físicamente mediante tratamientos cosmetológicos y capilares que “congelen” su imagen externa. Pero una noche conoce a una joven mujer por la que se siente atraído y pretende conquistar hasta que se entera que ella es su hija, producto de una fugaz aventura sexual durante su viaje de egresados. La muchacha traerá un cambio a su vida, sobre todo porque está embarazada y lo convertirá en abuelo y eso servirá de disparador a sentimientos que no creía tener capacidad de experimentar. El espectador se divierte con esta historia y la música que se utilizó incidentalmente sirve para entretener. El realizador Diego Kaplan que en esta oportunidad ha dirigido por encargo, tiene experiencia como director televisivo, así que este formato lo maneja con facilidad. Hay buen ritmo, los tiempos son adecuados y algunos cuadros son hallazgos visuales para la cinematografía argentina, aunque no lo sean para la televisión. Además se efectuó la filmación con cámara Red One que le da perfección técnica a la imagen sobre pantalla. Adrián Suar, excelente empresario de televisión, interpreta al protagonista con un cierto aire de “Isidoro Cañones”, con los mismos recursos actorales que usó en la recordada serie de la “La Banda del Golden Rocket” (1991) que lo hiciera famoso, aunque ahora su gestualidad pasa alrededor de sus prominentes pómulos. Florencia Bertotti, que cuando sonríe parece que está riendo, pone las mismas caritas de “Floricienta”, el personaje que le diera fama televisiva internacional, y dice la letra con algo de apuro, olvidándose que en el cine no hay tandas, aunque veamos algunas escenas parecidas a “avisitos”. Destaca en este elenco Ana María Castel al componer a una madre de la que a ningún espectador le cabe duda que “fabricó” ese hijo, pues ella también trata de disfrutar sin límites, quiere una familia compacta desde lo afectivo y alecciona sobre cosas en las que mucho no cree. Esta obra cinematográfica seguramente llegará muy pronto a la televisión mediante un programa especial de presentación preparado por productores marketineros, para luego afincarse en las tardes televisivas de los domingos.
Cuando en la Argentina se vive el furor por adoptar niños haitianos, y existe una denuncia gravísima sobre el caso de niños adoptados que permanecen hasta tres años en institutos porque el Estado paga 1.500 pesos mensuales para ello; Cuando en el Congreso Nacional se debatirá este año un proyecto que permitirá a las parejas homosexuales a adoptar, y un candidato a legislador reveló que su padre adoptivo es gay, llega a las pantallas nacionales "Adopción”, cuarta realización de David Lipszyc tratada como "falso documental ficcionado" para narrar la historia de un hombre homosexual que decide canalizar su necesidad de brindar amor con la adopción de un niño alojado en un orfanato, y lo hace durante la época de la última dictadura militar que sufrió la Argentina. El niño crece y con su padre adoptivo forma un núcleo familiar al que se integra la pareja de éste último, y todos juntos investigarán el origen biológico del adoptado para encontrarse con una casi verdad que no esperaban. La obra toca varios temas, pero no profundiza en ninguno. Su trama principal es como lo indica el título, la adopción, pero al tratarse ésta de una acción surgida de una necesidad emocional, pero que conlleva un procedimiento jurídico, resulta tan compleja que no puede desarrollársela de manera ligera sin que el espectador caiga en la incredulidad, sobre todo si se afirma que el guión está basado en un hecho real. Si bien la ley nacional 24.779 y el Código Civil en su artículo 315 determinan que el adoptante puede tener cualquier estado civil y no hacen ninguna referencia a su opción sexual, desde el comienzo la platea se siente movilizada porque quien adopta es una persona gay. La sexualidad del adoptante no es tratada en la temporalidad de la película, cuya acción transcurre en la época en que reinaban los edictos policiales que eran usados para hacer punible la homosexualidad. Al rozar lo sucedido con niños hijos de desaparecidos la producción deja la amarga sensación de que al tocar ese tema, tan duro, de manera casi superficial, se lo ha hecho como un gancho taquillero. El comportamiento de la familia biológica del niño tampoco resulta muy creíble para el espectador. Y no existe un cierre total de guión, sino una casi conclusión: que una persona sola, más allá de su orientación sexual, puede dar amor a un niño, criarlo y no influir en la sexualidad del adoptado, aunque esto último está apenas sugerido. Un metamensaje valioso, sin duda, pero al que no es fácil acceder. Técnicamente el "falso documental ficcionado" es un formato novedoso, aunque recuerde mucho a los flashbacks que el director utilizó profusamente en "La Rosales" (1984). David Lipszyc además de dirigir cine conoce el arte de dirigir actores y crear situaciones, por lo tanto Ignacio Monná, actor de teatro alternativo porteño, como el adoptado ya adulto, y Ricardo González, actor y dramaturgo platense, como el adoptante, son medidos y convincentes en cuanto a la composición de sus personajes, dentro de una puesta que les exige trabajar lo gestual, apoyándose en el texto sin recurrir a la expresión corporal, constituyendo sus trabajos lo más destacable del filme.
Un padre no sólo admirado por su hijo Mario Sábato tiene una extensa como heterogénea filmografía, que incluye telefilmes, meros entretenimientos, musicales ligeros con cantantes de moda y también la profunda y casi hermética “El poder de las tinieblas” (1981). Para su obra comercial número diecisiete abordó el documental y nada menos que con la figura de Ernesto Sábato, su padre, el escritor argentino de fama mundial. A lo largo de una hora y media cuenta la vida de su padre sin esquivar, como ya lo indica desde el título, su situación de hijo del protagonista, y así se comienza escuchándolo como narrador y luego se lo ve en la pantalla como el “contador” de sucesos de la vida de don Ernesto de los que él también participó, alejándose de la biografía lineal para adentrarse en el ser humano que ama y es amado, que escribe y es leído, que habla y es escuchado. La admiración de éste hijo por su padre es evidente, la transmite en cada minuto de la proyección, y también minuto a minuto el espectador percibe la enorme influencia que el padre tiene sobre el hijo en todos los aspectos. El guión está armado, no podía ser de otra manera tratándose de la vida de un escritor, como capítulos con temas independientes pero que se entrelazan y se logra de esta manera buen ritmo y fluidez narrativa. Esta realización también está conformada por fragmentos de preproducciones con el mismo tema que hicieron entre padre e hijo hace algunos años. De manera sorpresiva, el realizador intercaló escenas de su primer cortometraje basado en la primera novela exitosa de Ernesto Sábato, nada menos que “Sobre héroes y tumbas” a la que quitó del título la palabra “sobre”. Este corto lo realizó en 1962, y sus personajes fueron interpretados por Egle Martin, Tony Vilas y Ernesto Bianco, famosísimas estrellas de esa época, un elenco de lujo para un muchacho de diecisiete años que debutaba como realizador. Además forman parte de este documental escenas de la obra cinematográfica de Sábato hijo, “El poder de las tinieblas” (1979) también basada en una obra de su padre, el capitulo “Informe sobre ciegos” de la novela “Sobre héroes y tumbas”, con la actuación magistral de Sergio Renán. Hay testimonios de la vida del protagonista, pero en realidad tanto China Zorrilla y Magdalena Ruíz Guiñazú cuentan anécdotas y situaciones que pintan su personalidad, a Mercedes Sosa se la ve y escucha cantándole “Romance por la muerte de Lavalle”, mientras que la participación de Alejandro Dolina deja al espectador con la sensación de haber escuchado un discurso ligeramente “chupamedias”. A Ernesto Sábato se lo consulta y se lo escucha respetuosamente sobre su opinión en diversos temas del quehacer nacional, aunque por lo que se ve en este documental sus nietos no están entre la mayoría de los argentinos que consideran que se trata de un personaje indiscutible. Este realizador no puede ser objetivo con la figura que tomó para contar su vida, pero no cae en el “vean que mi papá es bueno”, se esfuerza y logra por medio, como se señala más arriba, de narrar anécdotas, mostrar escenas familiares filmadas en el soporte Super 8 y fragmentos de conferencias y reportajes de Ernesto Sábato que el espectador llegue a esa conclusión. Pero lo más destacable, y aquí puede estar el mayor de los valores de esta obra cinematográfica, es que el mismísimo escritor cuenta de qué manera escribe y hay que escribir, y lo hace en el contexto de su propia historia, con este sutil mensaje el espectador verá facilitada la lectura, o relectura, de sus obras literarias, al comprender, por qué creó a cada uno de los personajes y las situaciones que desde la ficción les hizo vivir.
François Ozon, realizador francés, de quien se vio en las pantallas porteñas en el mes de mayo la casi surrealista “Ricky” (2009), se caracteriza por “saltar” de obra en obra a diferentes géneros cinematográficos, aunque a cada una de sus realizaciones le imprime su estilo, que sí lo tiene bien definido. En la que se comenta, va mucho más allá, al lograr una variación en el género durante su desarrollo. Esta obra comienza como un drama “duro” para cambiar casi inmediatamente al drama “romántico” con una ligera pasada por el drama “social”. Las primeras escenas muestran la “no vida” de Mousse y Louis, una pareja de drogadictos en la etapa de absoluta dependencia a la sustancia. La llegada de un “dealer” les calmará la ansiedad, pero será también el terminal empuje hacia sendas sobredosis. Ozón retrata sin ningún condicionamiento y con mucha crudeza hasta dónde puede dominar a un ser humano la adicción a las drogas, pero no lo hace de forma doctrinal sino que simplemente lo muestra, porque es algo que pasa. Mousse, logra sobrevivir e inmediatamente el vacío que siente por sus pérdidas y por el rechazo de la familia de Louis, será ocupado por la noticia de que una nueva vida se aloja en su interior. Ahora tiene algo a que aferrarse, para reconstruir su existencia, para alejarse de todo lo malo que ha vivido. Se instala en la costa de la región vasca francesa y allí reflexionará sobre el pasado al que siente como esa espuma de mar que ve desvanecerse (una sutileza de Ozón como guionista porque “mousse” en francés significa precisamente “espuma”). Hasta ese lugar llega Paul, el hermano de Louis, que arrastra una traumática historia, y con él, a quien acepta tal como es, Mousse se reconectará con el mundo. La protagonista que François Ozon describe es una mujer que es consciente de que la vida le ha dado una segunda oportunidad y que debe aprovecharla, por lo tanto para interpretarla eligió a la multipremiada actriz Isabelle Carré que logra transmitir a la platea los sutiles cambios interiores que se producen en esa muchacha desorientada. El rol de Louis, el drogadicto, fue asumido de manera magistral y memorable por Melvil Poupaud, actor que ya trabajó con Ozon en “El tiempo que resta” (2005). El personaje de Paul, es interpretado correctamente apoyándose en un físico que ayuda a su composición por el músico y cantante Louis-Ronan Choisy en su primer trabajo actoral, autor también de la banda musical de esta obra cinematográfica, asimismo es destacable la actuación de Marie Rivière como “La mujer del mar”. Se trata de una realización con la duración exacta para evitar las reiteraciones, con algunas escenas que en muy pocos segundos plantean situaciones importantes para desarrollar un drama, que señala que todo los esfuerzos que una persona haga para revalorizar su vida borrarán los errores cometidos en el pasado que atentaran contra sí misma.. Un oscuro pasado puede desvanecerse si se construye para el futuro y para ello se aceptan los cambios que la misma vida propone, a veces de manera cruel.