MISTICA POPULAR El título El caído del cielo remite inmediatamente a esa imagen mística referente a los ángeles caídos, aquellos que han sido expulsados del Cielo en la tradición eclesiástica. El uso de la minúscula y en verdad la referencia directa a los hechos atroces que se documentan cumple un doble propósito: no sólo describe lo que ocurrió con el cuerpo de Tomás Francisco Toconás al ser arrojado al pueblo de Pozo Hondo, sino que además invierte la tradición mística cristiana católica al hacerla de carácter popular, algo que conociendo la participación activa de la iglesia en el terrorismo de estado -sobre lo cual hay un paréntesis en el documental- resulta más que oportuno. De esta forma hay una inversión del capital cultural al devolver a la tierra, al pueblo, una verdad y una noción de justicia que se opone radicalmente a las oligarquías de la industria azucarera en la provincia de Tucumán. El documental se focaliza en el mito generado en torno a la figura de un militante popular del PRT-ERP cuyo cuerpo es hallado en Pozo Hondo tras haber sido secuestrado por las Fuerzas Armadas durante el tristemente célebre “Operativo Independencia” en 1975. El difunto que fue arrojado de un helicóptero no es identificado y es enterrado en el pueblo donde comienzan a pedirle favores porque se trata de un “caído del cielo”. La historia permanece en la tradición popular de ese rincón de Tucumán donde se le atribuyeron numerosos milagros, hasta que finalmente en 2010 un grupo de antropólogos forenses intervienen para identificar el cuerpo y encontrar que se trata de Tomás Francisco Toconás, un humilde cortador de leña que vivía en la zona aledaña a Santa Lucía y fue secuestrado por su participación en la compañía del monte del ERP. Su desaparición forzada y la saña con la que se deshicieron del cuerpo se suma al abandono de sus hijos y a las reiteradas violaciones y el maltrato al que es sometida su esposa por parte del ejército antes, durante y después del secuestro de Toconás. El proceso de identificación se enriquece con los testimonios que ilustran la vida de esta figura tanto desde el punto de vista de los habitantes de Pozo Hondo que se vieron convulsionados por el hallazgo como por sus ex compañeros y familiares de Santa Lucía, armando el rompecabezas de cómo el convulsionado y violento momento político llevó a preanunciar lo que luego sería una metodología corriente a partir del ´76 con la dictadura en el poder. La estructura clásica del documental y el rico aporte testimonial dan solidez a un relato que hace partícipe al espectador de la intriga por ir descubriendo a Toconás y cómo llegó a ser el “alma milagrosa” de Pozo Hondo. La tragedia familiar y el dolor de sus compañeros encuentra en el cierre un momento para recordarlo y devolver la identidad al que fuera un NN durante 37 años. No hay una unidad estética que defina al documental: algunos segmentos se suceden con un ritmo televisivo y en otros la búsqueda estética describe planos largos a los que acompaña una banda sonora atmosférica. En otros momentos la cámara utiliza el zoom de forma desprolija, perdiéndose correctamente en la mirada de quienes narran los sucesos, aunque la forma en que esto se lleva a cabo resulta disruptivo desde lo visual. Lo mismo, los cambios de ritmo en el montaje, que terminan dando al documental la impresión de que se trata de un collage visual al que le da unidad la estructura que termina definiendo cada segmento (el “qué”, luego el “quién” y finalmente el “cómo”, que da lugar a un epílogo). Intenso por su temática y con una riqueza indudable desde el contenido, el documental sin embargo encuentra sus flaquezas en la unidad estética que construye el relato, no por ello afectando el interés que despierta el convulsionado momento histórico y las consecuencias que ello ha tenido en la figura de Toconás.
SILENCIO SUBURBANO Armonías del caos es una película que se focaliza en crear climas, dar a entender el infierno que subyace en una casa sobre la cual, con escasas referencias, podemos sentirnos familiarizados. Esta es una forma de sintetizar los méritos del film de Mauro Nahuel López, una ópera prima que construye desde la interrupción al orden doméstico un relato no exento de irregularidades que, sin embargo, no dejan de mostrar en algunas pinceladas a un realizador fresco con interesantes elecciones de puesta en escena. La historia es sencilla: tenemos a una familia de clase media baja conviviendo en un hogar compuesto por Fernando (Carlos Echevarría) y su esposa (María Belmorite) junto a su padre Alberto, interpretado por Lorenzo Quinteros. Casa de rutinas, silencios y rituales que esconden una profunda tristeza y soledad. De repente, esta aparente tranquilidad se ve conmovida por un asalto que termina con el joven asaltante atrincherado en la habitación donde duerme Alberto. La impotencia por no saber cómo resolver la situación lleva a Fernando a tomar medidas extremas que garanticen el equilibrio alterado de la familia. El medio para tal fin implica la inserción de un personaje que resulta ser un viejo compañero de la infancia de Fernando, un tipo bastante turbio interpretado por Sergio Pángaro. Cómo se resuelve la cuestión es el eje de la secuencia final y el silencio de las miradas que intentan esconder el oscuro secreto. Como dijimos, Armonías del caos es una película de climas: a menudo arriesga el verosímil para depositar todo el peso de una secuencia en las miradas o gestos utilizando planos largos. Se trata de un registro que es prácticamente teatral en su ritmo aunque obviamente no lo es en las elecciones de encuadre, resultando por momentos de una densidad artificiosa que no fluye con la sutileza que se pretende en las expresiones de los actores. Esto se torna problemático por cómo se subraya la carga dramática en momentos que sólo ralentizan el curso de las acciones. Es así que los 70 minutos pueden tornarse algo extensos sin que la búsqueda estética tenga algún peso en esta cuestión. Donde el film sí logra capitalizar el clima sórdido a través de la puesta en escena es con el manejo del fuera de cuadro en escenas claves como el momento en que el asaltante ingresa a la casa. Por otro lado, el tono decadente del blanco y negro otorga intensidad a una fotografía donde la sangre o los ojos del personaje de Pángaro piden un tratamiento así, además del trabajo de ingeniería de sonido que marca la tensión claustrofóbica de que algo está a punto de estallar. Un problema que atenta contra la sutileza que se pretende manejar radica en algunos de los diálogos que sobrevuelan el guión: en particular la charla de Fernando con el asaltante que se encuentra astutamente fuera de cuadro, donde algunas de las líneas subrayan el tono crítico que pretende tener el film al reflexionar sobre la violencia. Basta escuchar la autoconsciencia que maneja el asaltante al decir cosas como “yo soy menor y así como entro salgo”, que parece sacado de la pesadilla de alguien con sobredosis de informativo periodístico, antes que del personaje que se pretende exponer. Con riesgos en las elecciones estéticas que dan frescura a este drama, Armonías del caos sin embargo es un film con irregularidades a las que el realizador no siempre termina de resolver para que el relato fluya entre la historia doméstica y el subtexto de lo que se pretende decir.
LO PEOR NO PASO… ...siempre puede arrancar con el visionado de un film así que, desde el primer minuto, se empeña en que esa apreciación peyorativa del “peor” día del personaje se traslade a lo que podemos ver como malo en su totalidad. No tanto lo peor, siempre puede haber argumentos para que lo que veamos como malo se vea superado, incluso films como El peor día de mi vida. Todo este preámbulo es para decir que el mal guión, la dirección televisiva, actuaciones que poco pueden hacer con personajes que hacen cosas arbitrarias y ni hablar del derrotero de prejuicios, racismo y misoginia, hacen que esto se transforme en algo así como un capítulo ampliado de la adaptación argentina de Casados con hijos, con todo lo malo que tiene a rastras y careciendo de su ritmo. ¿Pero de qué va la película y por qué tanta elocuencia al describirla? Bueno, un tipo en crisis matrimonial y laboral que se llama Julio (Javier Lombardo) cumple años y ese mismo día tiene una discusión que anuncia su divorcio, al mismo tiempo que tiene que hacerse cargo de las cenizas de su hermano mellizo buscándole un destino, ya que aparentemente nadie puede hacerse cargo de la situación más que él, a pesar de que estuvo peleado por años. El hombre tiene deudas, un auto que prácticamente no arranca, un futuro laboral incierto que lo lleva a papeles humillantes y nadie recuerda su pasado como promisoria estrella televisiva. De esta crisis personal el hombre deduce que es “el peor día de su vida” mientras atraviesa algunos episodios ridículos como la pérdida de las cenizas en un supermercado chino -con esos guiños racistas tan encantadores-, que arbitrariamente lo llevan a una lectura gratuita de tarot (?) donde recibirá valiosa información de su vida que resulta ser cierta. El delirio continúa cuando se encuentra con un señor en la calle que le tira el ladrillazo moral de lo bueno que era el pasado y el valor de la familia, luego desvaneciéndose para dar a entender que sería un ente sobrenatural. Bizarramente la sorpresa se da al final, cuando ESE mismo día tras una charla dolorosa con su esposa (la pobre Mónica Scaparone, haciendo lo que puede con su personaje) donde se confirma que el divorcio es inevitable, él se dirige a al río para arrojar las cenizas de su hermano y, en un episodio cargado de magia o algo así, una rubia preciosa que se encuentra trotando por allí le presta atención por ser su actor preferido de la infancia (la pobre Ximena Fassi, también haciendo lo que puede con su pequeña parte), con quien además la película revela al final que ¡espera un hijo! Sí, así de paupérrima se vuelve la cosa, con personajes femeninos que sólo parecen dispuestos para soportar el malestar de Julio y tener hijos (oh, y no escarbemos en la hija de su matrimonio, que sólo aparece fuera de campo y es tratada con desprecio). Visualmente las búsquedas se circunscriben al mundo televisivo y no siempre fluyen, a veces el remate de los gags es desafortunado como -volviendo sobre la cuestión- el caso del supermercado chino (¡hay demasiadas cosas erróneas con esta secuencia!): tras lo desafortunado del “chiste” el montaje intenta dar un remate con planos detalles desconcertantes. Es prácticamente inexplicable, tanto como la arbitrariedad de algunas situaciones del film. El uso del sonido es tan televisivo como los planos que abundan a lo largo de la película, a veces incluso resultando un tanto kitsch, en el peor de los sentidos, la forma en que es utilizado el leitmotiv. A veces ofensiva, otras desconcertante, por momentos lisa y llanamente mala sin que cause gracia alguna ni que se pueda proclamar de culto o algo así, El peor día de mi vida es olvidable y absolutamente irrelevante.
JUEGO DE AMOR Lo de Jane Austen es interesante. Más allá de ser parte de los cimientos de la literatura consagrada y el peso que esto implica, resulta notable cómo sus relatos han dado lugar a adaptaciones frescas, con personajes contemporáneos que, trascendiendo los vestuarios de época, tienen un vigor moderno que ha entregado excelentes films. Con este preámbulo estamos dando a entender que Amor y amistad gustó y que tiene en Whit Stillman a un director y guionista que conoce la obra y le da movimiento a una novela difícil de llevar a la pantalla, sobre todo por ser epistolar. Pero además tiene en la presencia de Kate Beckinsale a una mujer con la gracia, la elegancia y la belleza que parece venirle como anillo al dedo para representar a la manipuladora y oscuramente encantadora Lady Susan, entregando una actuación memorable. La historia es engañosamente sencilla, algo que termina beneficiando con creces al ritmo de lo que cuenta y aquello que decide mostrar y lo que no. Lady Susan es una viuda que se encuentra completamente despojada de un estilo de vida ampuloso y decide alojarse con familiares del fallecido señor Vernon. Allí su intención es buscar un marido para su hija adolescente, Frederica (Morfyyd Clark), pero también la forma de poder asegurar su porvenir. De las asperezas de esta relación y las verdaderas intenciones de Susan es que se nutre un relato que va desarrollando a esta mujer que utiliza el deseo y la manipulación para lograr sus fines, siendo al final que todas las fichas caen en su lugar para comprender su accionar. Más allá de esto, lo interesante es que no hay una lectura reivindicatoria de la protagonista: la moral pasa a un segundo plano para mostrar las aristas del personaje sin tomar partido. El dibujo de la Lady Susan que va trazando Beckinsale se sostiene en la sutileza de los gestos, las miradas y esa aparente vulnerabilidad con la que se mueve para obtener lo que quiere e interpretar los actos de quienes le rodean. Las largas líneas de diálogo que le tocan suenan ligeras y fluyen con su personaje, siendo esto complejo por lo ingenioso que suenan algunas sentencias: es sabido, el derroche de ingenio en un guión puede ser brillante o puede terminar de hundirlo por lo artificioso que suena. En Amor y amistad no es sólo el guión de Stillman, sino también las actuaciones las que ayudan a que aparezca la parte más brillante del asunto. Más allá del excepcional trabajo de Beckinsale, la labor de Clark como su tímida y sensible hija; el grotesco y simpático James Martin de Tom Bennett; la confidente de Susan, Alicia, interpretada por Chloe Sevigny; y el Reginald de Xavier Samuel le dan al film un elenco compacto y sin fisuras que ayuda a que la narración resulte sencilla de seguir. La dirección no tiene el vigor que Joe Wright supo imprimirle a la adaptación de Orgullo y prejuicio pero adopta con irreverencia algunos clichés del cine mudo y deslumbra con encuadres a los que la música y la dirección de fotografía complementan con notable lucidez. Hay varios ejemplos válidos pero uno de los más representativos se encuentra hacia el desenlace, cuando Susan irrumpe en una escena a la que previamente había llegado dolido el personaje de Reginald, solicitando que Frederica le acompañe. El movimiento interno de cuadro es clave para entender el tono dramático de la escena, en particular si seguimos a los personajes de Reginald y Frederica. La disposición de las personas es clave para que comprendamos la tensión que reina en el ambiente y tiene en las manos de Stillman a alguien que comprende los tiempos y ritmos que debe tener la secuencia. Esta nueva adaptación de una obra de Jane Austen resulta un drama con un agudo sentido del humor que gana fuerza con personajes carismáticos y actuaciones notables. La densidad que pueden tener sus largos diálogos puede espantar a algunos espectadores, pero la universalidad de sus dilemas la hacen, al igual que cualquier obra de Austen, cercana a todas las generaciones.
QUE HABLE LA MÚSICA Para La del Chango, el director Milton Rodríguez toma la figura del Chango Farías Gómez, poniendo lo que realmente importa en primer plano con notable claridad: la música. Lo hace desde un documental que a pesar de una estructura con recursos clásicos y recurrentes se focaliza en acercar la música desde un perfil que por momentos se podría considerar didáctico. Allí reside uno de los puntos altos del documental sobre la figura del folklore fallecida en el 2011: los testimonios ilustran sobre la obra del Chango desde la maraña de géneros y subgéneros con los que fue conformando su sonido, profundizando en los rasgos que definen ese sonido. Precisamente, decir que es la música la que habla de la figura del Chango no es casual, su imagen aparece rara vez entre el material de archivo con el que se construye la película. Mucho más frecuente es el uso de la voz en off, que es particularmente resonante tanto en la introducción como en el epílogo del film, definiendo tanto al folklore como su filosofía a la hora de componer música. La claridad de las palabras y el concepto que ilustra realzan el valor de la ópera prima de Rodríguez, al permitirnos adentrarnos en la razón por la cual su perfil es vanguardista, incorporando instrumentos, ritmos y melodías extraños al folklore que se tenía por tradicional y apostando a una renovación que atraviesa décadas signadas también por los procesos históricos que, entre otras cosas, lo llevaron al exilio. Por otro lado, su historia aparece reforzada por los testimonios de figuras del folklore, siendo las palabras de Jaime Torres, Rubén “Mono” Izaurralde, Peteco Carabajal y Antonio Tarrago Ros las que enriquecen mejor las aristas del protagonista que describen. Teniendo en cuenta la ausencia de su imagen en gran parte del archivo visual que se utiliza, es mérito del documental que una vez finalizado el relato lo tengamos tan claro. Otro mérito que mencionábamos es el perfil didáctico que por momentos tiene el documental: no se habla crípticamente de tiempos, ritmos o géneros sin que la idea se refuerce con la música, hay multitud de ejemplos de esto pero el más notable es la secuencia donde letras en una pantalla negra nos piden que cerremos los ojos y escuchemos El pajarillo. Esto viene a cuenta de cómo se explicaban las influencias de la música española en la composición de la que esencialmente es también una cueca. Quienes nos aproximemos a la música sin tanto conocimientos de cuestiones técnicas agradeceremos este detalle que indudablemente nos aproxima a las virtudes del Chango. Un tanto esquemático desde su propuesta y quizá algo extenso, pero con testimonios de una indudable riqueza y rasgos de originalidad en la forma en que está encarado, La del Chango muestra a un director promisorio con ideas claras que dejan entrever un relato cohesivo.
QUE SEA BLUES Pegar la vuelta tiene el mérito de que, más allá de sus clichés visuales y una estructura narrativa un tanto confusa, transpira blues por cada uno de sus poros y define con solidez a la figura de María Luz Carballo. Por supuesto, esto no alcanza para ocultar las flaquezas de un documental al que ni el guión ni la dirección de Nacho Garassino parecen alcanzarle para redondear lo que el título anuncia como premisa, pero la calidez con la que Carballo rememora los momentos más intensos de su vida y un cuidado despliegue musical la hacen una experiencia movilizante. El apellido no parece ser un elemento menor en el caso de los Carballo, una dinastía en la que varios de sus integrantes han tenido el don de la música, contando con nombres como Celeste Carballo como integrantes. Desde muy joven María Luz manifestó habilidad para desempeñarse en el blues, partiendo con sus jóvenes 19 años a demostrar sus dotes en Estados Unidos tras un amorío conflictivo con Pappo. El testimonio de Carballo rescata sin rodeos experiencias que ilustran sus pormenores hasta que finalmente logra consagrarse en los bares y clubes nocturnos de Chicago. Es la crudeza y la naturalidad de las anécdotas lo que hace que sigamos el relato con interés, yuxtapuesto por el testimonio de compañeros músicos, familiares y amigos que se complementan tan bien como la musicalización que atraviesa el film (obviamente, blues o algunos chispazos de gospel que ilustran un momento particular de su vida). Los problemas comienzan a revelarse cuando los clichés visuales acercan al film más a una producción televisiva, con planos cortos y ángulos inexplicables que bombardean los recitales, más allá de los planos detalles que, se entienden, son obligación cuando vemos guitarristas ejecutando complicados solos o debatiendo sobre las virtudes de la Gibson o la Fender. Esta cercanía a trabajos que podemos ver en VH 1, MTV o cualquier señal televisiva no favorece el tono testimonial del film y se torna confuso por la forma en que está encarado. Otro inconveniente radica en el guión, porque narrativamente el film está anclado desde su título: Pegar la vuelta debería, se sobreentiende, focalizarse en algún momento en el proceso de vuelta de María Carballo. La cuestión es que hay segmentos en los que toma esta etapa pero no hay una transición demasiado marcada entre los fragmentos que narran sus vivencias en Nueva York y Chicago, sus experiencias antes de emigrar a Estados Unidos y, finalmente, el proceso de vuelta. Se trata de un relato caótico en el peor de los sentidos, llevando por momentos a que las virtudes que lo destacan se desdibujen. El asunto es así: si les gusta la buena música es difícil que la pasen mal viendo Pegar la vuelta, pero la forma en que el film está estructurado y algunas elecciones visuales le quitan fuerza al vigor narrativo de los testimonios que María Luz Carballo entrega con notable naturalidad. Por suerte queda el blues.
LINAJE DE SANGRE Islandia no se caracteriza por presentar un clima amable, no sólo resulta impredecible sino que además su invierno es cruento y eterno. Por supuesto, se preguntaran qué diablos tiene que ver que uno hable del clima islandés en una crítica de cine, pero bien define el clima en los que el director Grimur Hakonarson nos somete para contar la conflictiva relación entre dos hermanos en una pequeña aldea rural de ese país. Fría, aguda y por momentos un tanto dispersa en algunas decisiones de puesta en escena, sin embargo Rams no deja de ser un relato con algunas analogías que bien definen al núcleo del film. La historia de los dos hermanos, Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodór Júlíusson), empieza ilustrada de forma anecdótica por uno de los festivales del pueblo en el que se elige entre los carneros al que presenta mejores condiciones. La cuestión no es para nada fácil y Gummi pone su mayor esfuerzo a pesar de ser superado por su hermano en el certamen, situación que agudiza aún más los problemas que subyacen entre ambos. Respecto a esto la película astutamente no indaga demasiado en ello: se centra en los matices de la relación y alcanza para que comprendamos que es un vínculo prácticamente irreparable, en particular cuando Kiddi se dirige con una escopeta hacia la casa de Gummi por acusarlo de que uno de sus carneros tiene la temible “tembladera”, que llevaría a que los animales sean sacrificados. Eventualmente lo que parece una intuición termina confirmándose y los hermanos terminarán conformando una inesperada alianza para conservar a los últimos animales de una raza que han criado por décadas, evitando que sus animales sean sacrificados. La puesta en escena es sobria, precisa, focalizada en el retrato de la cotidianeidad de estos personajes antes que en realzar el dramatismo con movimientos audaces de cámara. Esto no quita que no haya algunos planos largos memorables, como en el que Gummi toma un arma y ejecuta personalmente a uno de sus animales cuando se entera que es inevitable que sacrifiquen los animales en el pueblo. Sin embargo, convenientemente utiliza el punto de vista para llevarnos a los focos del conflicto de forma poco sutil, en particular hacia el desenlace, a veces eligiendo a Gummi y otros a Kiddi. Esto desnaturaliza el tono realista del relato, buscando el efectismo en un punto climático. No sucede esto con el tono sombrío y de epifanía que tiene el final, donde la necesidad de preservar los animales lleva a los hermanos a confrontar una situación imposible que los lleva a poner en peligro su propia preservación. Y aquí está la ironía y, si se quiere, donde aparece la cuota de fábula que sobrevuela el relato: la preservación del linaje, de la raza, los lleva a descuidar su propio vínculo y la propia permanencia de su familia, sólo dos tipos solitarios que no parecen ni tienen interés en un vínculo por fuera de esta tambaleante relación. El paisaje desolado del invierno islandés en el valle ilustra con ocasionales planos generales no sólo lo desolado del paisaje y las condiciones de vida, sino lo desolado y aislado que es el mundo en el que viven esos personajes. La cámara de Hakonarson sabe cómo dosificar esto ocasionalmente en el montaje. Cruda y de un tono frío, aunque sin abandonar el sentido del humor por momentos (un humor bastante negro), el film logra contar un relato hermético más allá de alguna irregularidad en la forma en que está construido.
EL RELATO FRAGMENTADO La construcción del enemigo es un documental que tiene en cada una de sus premisas un punto inobjetable sobre cómo la última dictadura cívico-militar construyó un relato para legitimar su accionar violento a través del terrorismo de estado. Quizá, más allá de lo inobjetable, el problema de este análisis radica no en la fuerza de sus argumentos, sino en que se encuentran dispersos y a menudo el foco se pierde para presentar una nueva premisa que no termina de desarrollarse. Para decirlo de otro modo: el hecho de que sean inobjetables no hace a que el desarrollo en el documental sea homogéneo, sino que se terminan vinculando distintas cuestiones llevándolo a resultar fragmentario y confuso sin algo de contexto por fuera del film. El puntapié del film es el caso de Alejandrina, una niña cuyos padres fueron secuestrados durante la dictadura en un operativo conjunto con las fuerzas uruguayas en 1977 y cómo esto es redescubierto por la mujer que es hoy desde los medios de la época, en particular los diarios uruguayos que dieron la primicia y los medios nacionales, que hicieron un producción desde revistas que manipulaban la opinión pública o, más bien, se dedicaron a construir el relato necesario para legitimar el accionar de las fuerzas armadas. En este sentido, el foco esta puesto sobre los medios de Editorial Atlántida, que bajo la dirección de Aníbal Vigil se encargó de bajar línea con producciones ampulosas, algo que no es un misterio, en particular para quienes hayan transitado la carrera de periodismo. El principal problema del documental radica en todo lo que va más allá de este caso, que funciona como una sinécdoque de cómo se utilizaron los medios durante la dictadura, resulta poco consistente. La segunda parte es fragmentaria y tiene la intención de reafirmar esto, al mismo tiempo que plantea tanto desde lo visual como desde sus enunciados que existe una continuidad del aparato de inteligencia a través del Proyecto X (su mención al pasar no es casual) o las figuras de los medios que se desempeñaron en ese momento, que continúan en funciones sin hacer una autocrítica (lo de Samuel “Chiche” Gelblung mencionado al pasar tampoco es casual). La ambigüedad de utilizar el montaje paralelo para sostener el relato del secuestro de los padres de Alejandra junto a imágenes navideñas y una banda militar tocando música dice algo muy claro sobre lo que no vuelve el documental: la continuidad entre las Fuerzas Armadas de ese entonces y las de ahora –aún si es para hacerlo de forma complementaria o por contraste, algo que no queda claro-. El problema es que esto que plantea no tiene ni por asomo el trabajo exhaustivo que tiene sobre la cobertura y el análisis de medios del caso de Alejandra. En definitiva, La construcción del enemigo tiene una primera parte que construye un análisis exhaustivo desde lo visual que, desde su perspectiva didáctica, resulta fresco y esclarecedor, en particular sobre lo que representa la fotografía y el copete informativo en una noticia para generar un relato homogéneo que se sostenga en una línea editorial. Sin embargo no hay en otros planteos la misma solidez y el film termina resultando disperso más allá de sus (buenas) intenciones.
CAOS ADOLESCENTE Just Jim es el debut en la dirección del joven Craig Roberts, que en su ópera prima filtra algunos de los elementos que lo hicieron una revelación actoral del indie británico, en particular por la resonante Submarine, de Richard Ayoade. “Algunos” refiere específicamente a la sensibilidad adolescente y conflictuada, aunque en el medio la caótica ambición narrativa y los problemas de guión la llevan a ser un relato extraño con buenas ideas que terminan fallando en su ejecución. El protagonista es el tal Jim, interpretado por el mismo Roberts, un muchacho galés que no las tiene para nada fáciles en su adolescencia. Incomprendido por sus padres pasivos y algo apáticos, víctima del bullying en su clase y completamente ignorado por las chicas -y una en particular de la cual está enamorado (Jackie, interpretada por Charlotte Randall)-, Jim es el “perdedor” llevado a un nivel hiperbólico. Su vida en un pequeño pueblito bucólico se torna una pesadilla a la que responde aislándose y jugando en el viejo Nintendo de su amigo, una especie de “venganza”, ya que también es el novio de Jackie. La descripción de su espacio resulta tan ruinosa como su vida: su habitación de paredes despintadas o la pequeña casilla donde se refugia del mundo con su perro, e incluso la deteriorada entrada a su casa (metáfora poco sutil entre las muchas que pueblan este film), se complementan con las elecciones de puesta en escena, con planos generales donde se lo ve pequeño e insignificante o, al menos, cuando los zooms no aparecen para mostrar cómo Jim se destaca de la peor forma posible (la película no se guarda nada). Si siguieron hasta acá, se darán cuenta que el film ronda peligrosamente sobre las caricaturas: los muchachos populares que hacen bullying, la chica linda, el muchacho “perdedor”, los padres distantes y apáticos, el profesor acosador, etcétera. Si a esto sumamos que el espacio y la forma en que se concibe la puesta en escena subrayan lo patético de la vida del personaje, ingresaremos en un registro satírico con un humor negro marcado por los estereotipos. Pero a este escenario se suma el conflicto: la aparición de un muchacho norteamericano (Emile Hirsch) que parece emular a James Dean (de hecho, se llama Dean) y se muda a su lado, un tipo simpático y rudo que le enseña algunos trucos para sobrevivir en la adolescencia. Ahora bien, esto no viene sin un precio, que es lo que lleva a Jim a una caída más dolorosa tras volverse finalmente un muchacho más confiado. Pero surgen los problemas de registro: la película coquetea con un surrealismo que no puede mantener y el tono de sátira se desvirtúa cuando los pasajes de solemnidad y un final abierto siniestro empujan la película a ser una extraña mixtura de géneros. Drama, comentario social, sátira, coming of age e incluso terror psicológico colisionan incómodamente para dar un hibrido que no logra tener asidero en ninguno de sus perfiles (y aún menos sus personajes). Con tantas películas en una no estaremos seguros de cuál es la que Roberts pretende que veamos, aunque antes que focalizarnos en las intenciones del director -que, por otro lado, no es asunto del crítico-, debemos focalizarnos en que surgen buenas ideas pero que éstas se encuentran rápidamente sepultadas por las irregularidades del guión.
Pasado continuo Probablemente el último plano con el que se queda Haigh tenga el poder de síntesis que dos de las secuencias previas del asfixiante clímax anunciaban: por el lado del personaje de Kate (Charlotte Rampling) el momento en el que se dirige bruscamente al baño y se observa en el espejo y por el lado del personaje de Geoff (Tom Courtenay) el accidentado discurso con palabras que se atropellan con emociones contradictorias. Ese gesto de cansancio que cierra el film, con Kate sacando bruscamente su mano de la de Geoff puede parecer anticlimático o ambiguo, pero es de una claridad que corresponde al verosímil del relato. Y este es el punto donde la película de Haigh gana autenticidad a pesar de lo forzadas que puedan resultar algunas metáforas, la atención a los detalles y la progresión de cómo ese vínculo se va desmantelando hasta el punto de lo irreparable, más allá de lo que la imagen nos muestre. El relato arranca con la pareja planeando la celebración del aniversario de bodas de 45 años, hasta que durante una conversación matinal inofensiva le informan a Geoff que hallaron el cuerpo de una mujer que estimaba en Suiza. Por supuesto, esta mujer que estimaba, un pasado borroso al que apenas había mencionado, va cobrando una presencia cada vez más relevante en el relato, conforme Kate va descubriendo que esa mujer de alguna forma nunca ha dejado de persistir en la vida de Geoff. La invasión de ese fantasma que rompe la cotidianeidad de esa pareja va tornando la preparación del aniversario en un verdadero calvario que cuestiona desde el recuerdo la solidez de ese vínculo. Esa mujer difunta y congelada en las montañas de Suiza, cuyo cuerpo sin embargo ha permanecido intacto al paso del tiempo, es de alguna manera una metáfora de cómo esa historia no ha sido superada más allá de su relación con Kate. Lo que es peor, esta presencia es aún más relevante en el espacio físico de su hogar, que se va volviendo cada vez más presa de ese recuerdo. Pero el punto de vista se encuentra sobre Kate antes que en Geoff, permitiéndonos descubrir a través de los ojos de ella cómo las nociones sobre lo que estaba construido se desmoronan. La lentitud con la que se puede achacar que avanza la trama corresponde al paso de los días, permitiéndonos entender porqué el relato se sostiene en sutilezas antes que en gestos explosivos: la película avanza sobre una pendiente inevitable a la que los diálogos, los silencios y los pequeños gestos nos llevan. Es por ello que el film se sostiene en las actuaciones de Rampling y Courtenay para llevar el tono de la narración. Pero claro, no estamos hablando de teatro, y la dirección encuentra desde el encuadre la lucidez para contar la historia y que entendamos las sutilezas narrativas que sobrelleva; no hay mejor ejemplo que el encuadre final, con un plano medio que se queda con el personaje de Kate sacando bruscamente su mano de la de Geoff, que se encuentra fuera de cuadro. 45 años es un drama que puede resultar denso por momentos, pero la solidez de las actuaciones y un guión que no deja ningún detalle al azar la hacen una propuesta intensa que no dejará indiferente.