Expandiendo el contexto en el que se había situado la película rodada en 2007 y que fue estrenada en nuestro país el año pasado, el director Tod Williams se centra en otra rama de la familia de Katie y Micah, protagonistas de la primera entrega. Dejando de lado la subjetividad de la cámara en mano única, esta secuela se vale de varias lentes, las cuales forman parte del sistema de seguridad de la familia Rey, integrada por Kristi (hermana de Katie), su marido Dan, su hijastra Ali y el recién nacido Hunter. Cómo surge la presencia extrasensorial que acosará a los personajes, de qué manera el pasado de las hermanas ha tenido que ver con esta cuestión y como se insertan los hechos del film original en esta continuación son parte de los interrogantes que se irán develando a lo largo de los noventa minutos de historia. Con buen ritmo, a excepción de los primeros minutos en donde se muestra la “previa” al primer fenómeno paranormal, y una intensidad de no decae –muy por el contrario los tramos finales son cada vez más atragantes- “Actividad Paranormal 2” se conforma como un muestrario del terror psicológico actual y en un destacado ¿cierre? de uno de los sucesos de taquilla más sorpresivos de los últimos tiempos.
La película escrita por Aaron Sorkin explora el periodo en el que se inventó Facebook, uno de los fenómenos sociales más revolucionarios del siglo XXI. Extraída de múltiples fuentes, la historia abarca los orígenes en los pasillos de la Universidad de Harvard hasta las oficinas actuales en Silicon Valley. Todos se disputan parte de la creación de la red social más importante y convocante del mundo. Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg ya suena para los nominados al Oscar) es un brillante estudiante que concibió el sitio Web, Eduardo Saverin (Andrew Garfield, listo para encarar el desafío de protagonizar el relanzamiento de la saga del Hombre Araña) es su mejor amigo y quien aportó el dinero inicial para la naciente compañía, Sean Parker (Justin Timberlake) es el fundador de Napster y quien presentó Facebook a los inversores y los gemelos Winklevoss (doble rol de Armie Hammer) afirman que Zuckerberg robó su idea de intranet social de Harvard. Cada uno de ellos tiene su verdad, su propia versión del nacimiento de Facebook. Conducida con maestría por David Fincher, uno de los mejores directores actuales, las casi dos horas del relato no se resienten en ningún momento. Las declaraciones en los distintos y consecutivos juicios se intercalan con los fragmentos reales de aquellos días de 2003 en donde, por aquel entonces llamado TheFacebook, iba tomando forma. Lo que queda preguntarse es qué opinará el Zuckerberg real al verse retratado como inseguro, paranoico, dominable, cuasi autista, antisocial y cagador de amigos. El slogan del film parece no equivocarse: no se hacen 500 amigos sin ganarse algunos enemigos en el camino. Excelente banda sonora.
En este cuarto episodio de la saga de filmes basados en el popular videogame, el mundo continúa devastado por un virus que convierte a sus víctimas en zombies asesinos y Alice -la sobreviviente de los experimentos de la sustancia T- prosigue su búsqueda de humanos no infectados. Con las esperanzas cada vez menores de encontrar un rincón del mundo sin contaminar, Alice termina atrapada en la ciudad de Los Ángeles, ahora consumida por el fuego e invadido por miles de no muertos. Escrita, dirigida y producida por Paul W. S. Anderson, y con Milla Jovovich nuevamente a la cabeza del reparto, la banda sonora y los efectos visuales se llevan los pocos méritos de estos poco más de noventa minutos. Lo prometedor que se vislumbraba en la introducción poco a poco va dejando paso a las incongruencias más frecuentes del cine de acción. Más allá de esto, cabe destacar que “Resident Evil 4: La Resurrección” es la película que hasta ahora mejor ha sabido aprovechar los recursos que la tecnología 3D brinda a la nueva cinematografía.
Holly Berenson está en sus treinta, sigue soletera y administra su propio negocio de venta de tortas y delicatessen gourmet. Eric Messer tiene más o menos la misma edad, también sigue soltero y es el switch master de una cadena deportiva de televisión. El problema es que el factor matrimonio que a ella tanto le pesa a él ni siquiera lo mosquea: de ahí que la “cita a ciegas” organizada por una pareja de amigos fracase incluso antes de comenzar. Lo único que compartirán estos polos opuestos será el amor que sienten por su ahijada Sophie. Cuando ellos dos se conviertan en lo único que la bebé tenga en el mundo, deberán aprender a convivir bajo el mismo techo si no quieren que Sophie termine en un orfanato. A pesar de que el film respeta la estructura archiconocida de las comedias románticas, “Life as we know it” tiene momentos de autentica alegría y otros pasajes que no apelan al golpe bajo pero que son necesarios para la evolución de la historia. Es innegable que la química entre sus protagonistas Katherine Heigl (totalmente alejada de la serie Grey’s anatomy) y Josh Duhamel (protagonista de la reciente “Portadores” y marido de Fergie) es gran merecedora del disfrute que esta película produce, aunque el mismo se estire unos quince minutos más de lo necesario.
La aterrada Sarah, única sobreviviente del grupo de expedicionarias que se internó en las cuevas, se verá obligada a volver a la mina y enfrentarse de nuevo a sus demonios y, lo que es peor, a esas aterradoras criaturas que viven bajo la tierra. Esta secuela –que comienza segundos después del final de la primera parte- cuenta con la posibilidad de presentar lineamientos alternos en sus primeros minutos, como el trabajo de los equipos de rescate y el circo mediático que se forma alrededor del suceso sensacionalista. El director de la primera entrega, Neil Marshall, cede ahora la batuta a su montajista, John Harris quien encuentra en los flashbacks una herramienta puramente comercial, más que argumental, permitiendo que espectadores ajenos al film original puedan seguir sin dificultad esta continuación. Las secuencias bajo tierra son claustrofóbicas y el aditamento de las noticias actuales provenientes desde Chile lo hacen aún más escalofriante. Sin embargo, si el factor sorpresa ya no cuenta y lo sutil deja lugar a lo explícito, podemos concluir que “El descenso 2” es simplemente otra película de terror no apta para impresionables.
Después de haber cumplido una condena por fraude de valores, lavado de dinero y crimen organizado, Gordon Gekko (Michael Douglas) sale por las puertas de una correccional federal hecho un hombre cambiado. En el 2008, Jake Moore (Shia LaBeouf), un joven vendedor de propiedades está ganando millones de dólares en la compañía de su mentor: Keller Zabel Investments. Winnie (Carey Mulligan), hija de Gekko y novia de Jake, apoya la determinación de su futuro marido de invertir en energía ecológica incentivada por un idealismo que no ve en los otros hombres que trabajan en Wall Street. Sin embargo, una ola de rumores pone en jaque el trabajo de Jake: no tiene más remedio que acercarse a su suegro a espaldas de su mujer y descubrir la forma de salir a flote en el convulsionado mercado de valores de hace dos años. Veintitrés años después del film original, el director Oliver Stone decidió poner al día su visión de la economía norteamericana. La trama –forzada en varios puntos y excesivamente extensa- hecha mano de recursos técnicos, visuales y estilísticos que no se encontraban disponibles allá por 1987, pero descuida la mordacidad que debería haber presentado. Con incontables guiños a los cinéfilos, esta segunda parte cuenta con las participaciones especiales de Susan Sarandon, Frank Langella, Elli Wallach y los cameos de Charlie Sheen (protagonista de la primera cinta) y del propio Stone.
Steven Russell (Jim Carrey) lleva una vida promedio, está felizmente casado con Debbie (Leslie Mann) y es miembro de la fuerza policíaca local. Todo esto hasta que sufre un severo accidente automovilístico que lo lleva a una epifanía suprema: reconocer ante el mundo que es gay. Cambiando sus costumbres por un estilo de vida extravagante, Steven opta por realizar engaños y fraudes para llegar a fin de mes… hasta que es enviado a la cárcel y conoce al amor de su vida: Phillip Morris (Ewan McGregor). Su devoción por liberarlo y construir una familia junto a él lo llevará a cometer una serie increíble de farsas. Basada en un hecho real, esta flojísima producción del francés Luc Besson (quien no estuvo a cargo ni del guión ni de la dirección) tiene a Carrey como una parodia de sí mismo. Repite tics, muecas y exabruptos de sus peores películas. Ni siquiera la dupla que conforma con McGregor (¡qué hace Ewan acá!) es digna de destacar. Con graves problemas de incongruencias temporales en el relato, la pequeñez de sus realizadores se resume en el hecho de considerar la muerte por sida como el único factor dramático posible en una historia homosexual. El elenco se completa con el inexpresivo trabajo del brasileño Rodrigo Santoro y la forzada veta cómica de la mencionada Mann.
Esta historia dolorosa tiene como protagonista excluyente a Katie Jarvis, excelente actriz lookeada en un estilo demasiado similar al de la cantante Lily Allen (¿algún tipo de mensaje subliminal?). La historia pone su foco en la juventud a la deriva, en los padres que aún no han podido resolver que quieren hacer con sus vidas y por consiguiente en los desbordes que esta falta de contención produce en sus hijos.
Elizabeth Gilbert (Julia Roberts) es una mujer que tras un matrimonio frustrado y una revelación personal ante la falta de emoción, esperanza y proyectos decide viajar por el mundo para redescubrirse y encontrar su verdadero yo. Sus planes son claros: disfrutar de un período en Roma para redescubrir el placer por la comida, pasar fin de año rezando y meditando en la India, y concluir su travesía en Bali, sin saber que allí además de hallar la paz interna y el equilibrio tal vez encuentre un nuevo amor. Basada en una historia real, “Comer, rezar, amar” no es de las películas más inspiradas de Roberts. El problema dista bastante de ser mérito de la actriz: el guión es pretencioso, la dirección de Ryan Murphy se asemeja mucho a la de cualquiera de sus episodios de Glee (en donde los particulares movimientos de cámara siempre fueron bienvenidos) y la filosofía que trata de propagar se acerca más a un manual de autoayuda new age que a la realidad actual. Sin dudas, lo más atractivo de la historia son los primeros sesenta minutos en Italia: dan ganas de instalarse en cualquier hotelito romano, disfrutar de toneladas de pasta y mares de vino tano.
Spencer Aimes (Ashton Kutcher) es un asesino a sueldo que decide abandonar su trabajo cuando se casa con la mujer de sus sueños (Katherine Heigl). Pero la felicidad dura poco porque alguien ha puesto precio a su cabeza y Spencer deberá confesar todo a su esposa para juntos averiguar quien es el misterioso personaje que quiere verlo muerto. La poca química de la pareja central se suma al desconcierto de Heigl, quien está un par de revoluciones por encima del nivel recomendable. El film sólo gana algo de comicidad en la segunda mitad, cuando la cacería en pos de la recompensa se hace continua, generando momentos desopilantes.