Un par de represores de la última dictadura escondidos en un caserón de barrio. Un joven que busca a su novia. Un secuestro múltiple. Torturas, cuerpos regados por nitroglicerina, decapitaciones, y explosivos perdidos durante más de 30 años son los elementos con los que la producción nacional Sudor frío llega a las salas para poner un poco de terror argentino a la cartelera comercial. Gran trabajo visual el que la gente de Paura Flics puso en juego para su primera producción en el circuito comercial luego de una nutrida trayectoria de films de género (algunos de culto en el ámbito local), con títulos de referencia como Habitaciones para turistas o No moriré sola. El Make up del film es de alto nivel, sin nada que envidiarle a una producción mainstream de Hollywood. Además, un montaje prolijo, una fotografía cuidada, un trabajo de dirección de arte excelente, son los elementos que hacen de Sudor frío una película atípica para el cine argentino masivo, no solo por la calidad estética, sino también por el mero hecho de tratarse de un film de género, sangriento, con toques gore y una temática que incluye muertos vivos y los remezcla en un cóctel polémico, con el terrorismo de Estado de fondo como parte de la trama central. Toda una apuesta. Sin embargo, el gran problema de esta producción es la forma en que está contada la historia (con puntos atractivos, ideales para ser desarrollados con soltura y potencia); enormes baches (sobre todo en los últimos minutos) que provocan una narración desordenada, que no logra sostenerse y que apela a clichés para intentar desbaratar los problemas del relato. Por otro lado, el trabajo con los actores es débil, con el buen oficio de Facundo Espinoza en lo que respecta a su personaje, pero con un derrotero bastante pobre del resto, principalmente del plantel femenino, a pura teta y primer plano, pero nada más. Sudor frío es un buen (nuevo) comienzo del cine de terror argentino en las salas masivas, pero con un pulgar para arriba solo dirigido a la factura técnica, esa que siempre paga la apuesta entre los seguidores del género, pero que, en términos de justeza cinematográfica, es apenas un aliciente para un todo al que le faltó una vuelta más de rosca para cumplir el cometido de ser la buena película que esperábamos ver.
Woody Allen está parado ahí, en un rincón del ring en el que su oponente se dispone a colocarle una decena de golpes certeros y fáciles. El director de Zelig parece tener la guardia baja y el Ivan Drago de turno (cualquier crítico elegido al azar) pone uno, dos , tres golpes. O mejor, una o dos estrellitas al final de la crítica. Y gracias. La década pasada no fue del todo buena en la filmografía del viejo Allen (salvo por algunas dignísimas excepciones como Match Point). En ese sentido, este comienzo de ´10, con Conocerás al hombre de tus sueños, parece ratificar la sospecha de un derrotero por lo menos desparejo para los años por venir. Esta nueva historia coral que nos presenta el director pone el foco en una mujer de mediana edad (Naomi Watts) insatisfecha con su pareja y su carrera profesional, y que en medio de su constante debate interno debe afrontar la separación de sus padres septuagenarios y la llegada de una novia poco convencional a la vida de su progenitor (Anthony Hopkins). Pero Woody Allen, que parece disperso a la hora de narrar lo que sucede con su personaje central y sobre todo con los accesorios (el esposo, la vecina sexy, el jefe galán) no termina de cerrar la narración y a poco de comenzar el relato las aguas turbias de una película ociosa se hacen presentes y no abandonan el barco, al punto de hacerlo naufragar pese a los puntos a favor (la extraordinaria performance de Hopkins, la belleza inacabable de Freida Pinto, los muy acertados roles de Watts, Banderas y Brolin). No hay más que eso, una sensación de copy and paste de parte de un realizador que está para mucho más y al que querríamos extrañar mucho menos. La próxima viene con Carla Bruni. Vale tanto temblar como ponerle unas fichas. Es Allen. Esperemos que los guantes de box puedan ser enterrados bajo el ring y que la filmografía del viejo Woody deje de ser surcada por suturas y párpados heridos.
La obra de Oscar Wilde ha sido transitada por el cine numerosas veces (quizá no siempre con merecida justicia), incluyendo una gran cantidad de cortometrajes que encararon a Dorian Gray desde el punto de vista del horror, con el foco puesto en lo terrorífico de un cuadro que envejece y un hombre que porta un hechizo por el que debe matar para sostenerlo a través del tiempo. Este film de Oliver Parker sigue por ese camino, con el plus de apelar a los recursos del mainstream para darle un brillo especial, bizarro y tentador a un texto por demás escabroso. El relato nos presenta a un joven, Dorian (Ben Barnes) que regresa al hogar de su niñez y que en la ciudad se relaciona con un bon vivant (Colin Firth) que le presenta la vida loca de los suburbios, así como también de una alta sociedad que va de la alegría fiestera a la decadencia lisa y llana. Por otro lado, la belleza del recién regresado impacta en un pintor que decide retratarlo. Hasta ahí la intro de una narración que luego se mete de lleno en los pelos y señales del género del miedo, aunque con recursos de un drama clásicos con toques posmo. Conquistas, intrigas, asesinatos despiadados, culpa, y un cuadro que envejece a medida que nuestro personaje central sostiene intacta y sin fisuras su satánica juventud. El film se apoya, más que en ninguna otra cosa, en la belleza estelar del protagonista, Ben Barnes (el príncipe Caspian de Narnia), especie de Udo Kier del nuevo siglo, heredero de su rostro clásico y perfecto tanto como de su total falta de expresión más allá de alguna mirada o una o dos levantadas de ceja. La dirección de Parker es correcta, ajustada al producto que entrega y sin más intenciones que la de entregar un trabajo prolijo y parte de un terror que no asusta pero que dentro de su estética que va de lo pomposo a lo oscuro (con mucho de la From Hell de los Hughes Bros) cumple con el ejercicio de hacerle un mínimo honor a Mr. Wilde, quien, sin embargo, sigue mereciendo una película a la altura de su obra.
¿Qué hubiera pasado con The Party o la saga de La pistola desnuda si la primera hora de metraje no hubiera incluido más que un mísero buen chiste, más que apenas un gag relativamente certero? O vengamos más acá en el tiempo. ¿Qué hubiera sucedido con las dos primeras partes de esta historia de la familia Focker si De Niro y Stiller no hubiesen jugado más que uno o dos buenos momentos en más de 90 minutos de relato? Los pequeños Fockers, tercera entrega de esta saga familiar con toque bizarro (o desopilante, como dirá alguna comentarista desde la fila ocho del cine) es lo más parecido a la agonía de una idea, al cierre malogrado de lo que supo tener una porción de gloria bien lograda pero se despide con una jubilación mediocre y desganada. El relato, pese a lo que adelanta el título, no se centra en los hijos de la familia Focker, sino, una vez más, en la relación entre los personajes de Stiller y De Niro, que siguen con el ya remanido cortocircuito, pero sin los gags luminosos que jugaron en los films anteriores, a la vez que refritando el conflicto, sin gracia, como haciendo de cuenta que se pelean, como jugando a que recrean a los personajes, hoy lejos de la chispa de entonces. La estructura de la película pone el foco en los achaques del ex agente de inteligencia (De Niro) y en cómo el enfermero de clase media (Stiller) intenta congraciarse con su suegro y, claro, sin que le salga una sola bien. Lo de siempre. Hasta lo bueno esta gastado, ya que una de las ideas fuerza a las que apuesta el guión, a la vez que la única que depara un momento rescatable, apela al chiste ya un tanto anaftalinado de la pastilla para lograr potencia sexual. Sí señor, usted podrá ver al viejo Bob con una erección. Por otro lado, y quizá como forma de acompañar al fallido regreso de la pareja protagonista, el resto de los personajes parecen confabulados en no hacer reir, aunque aquí hay que disparar los cañones contra la dupla guionista, que no pudo ni siquiera acercarse a igualar la efectividad de los dos films precedentes. También, por supuesto, va algún pastelazo contra Payul Weitz (American Pie), que en la dirección luce rutinario, aburrido por el encargo, poco convencido de que lo que tiene entre manos es un potencial tanque humorístico. Ni siquiera la presencia de Dustin Hoffman y Barbra Streisand (lo mejor de la película pese a sus breves participaciones) logra reflotar un salvavidas de plomo para una saga que probablemente quede en trilogía con final infeliz. Lo mismo sucede con Owen Wilson, recuperado para la historia aunque sin peso en el resultado final. Todo (todo) un gran, enorme y ominoso desatino.
¿Si hay que interrogar a alguien que dijo haber puesto tres bombas nucleares que van a matar a millones de personas, se lo tortura hasta que confiese la localización de los explosivos? ¿Hay límites, hay una frontera entre lo salvaje y la barbarie paraestatal, o se extiende a medida que corre el tiempo? Las preguntas que el Unthinkable dispara como punta de debate son miserables, parte de una discusión execrable, mucho más allá de lo políticamente correcto o incorrecto; se trata de un interrogante pueril y a la vez criminal. Tenemos enfrente un debate ético centrado en una disyuntiva que puede ser falaz desde lo humano, aunque el radicalizado pragmatismo de los servicios de inteligencia y las fuerzas de seguridad lejos está de todo tipo de cuestionamiento al concepto de que el fin justifica los medios. Hablamos de un Estado como el norteamericano, dominado por la paranoia y el odio al otro, de un Pentágono manejado por fanáticos, de centrales de inteligencia gerenciadas por asesinos de traje y corbata. Ahí es donde pone el foco este film que nos trae el reiterado tópico de "la amenaza terrorista", pero con una vuelta de tuerca que incomoda a poco de comenzar. La trama se dispara cuando un ciudadano estadounidense convertido al islamismo (Michael Sheen) es arrestado tras haber confesado que colocó tres bombas nucleares en tres ciudades distintas de norteamérica. Una vez maniatado, el terrorista es puesto a disposición de un "especialista", llevado hasta allí por el Estado para que le saque información. Aquí es donde entra en juego el señor H (Samuel L. Jackson), psicópata con chapa al servicio de Washington que da inicio a su interrogatorio al islamista cortándole un dedo. De ahí en más, el horror. La estética que utiliza Gregor Jordan para su relato es similar a la que hemos internalizado gracias a la saga Saw y similares, con altas dosis de gore, con una cámara casi quirúrgica que nos ahorra el trabajo de imaginar lo que le sucede al victimario devenido en víctima. Apenas (y nada menos que) eso; una sala de torturas, un fanático anti-yanqui, un torturador, una agente sensible (Carrie-Ann Moss) que intenta frenar al demente Mr. H. Y, sobre todo, ese elemento impensable del título como as en la manga del represor estatal, un "Tigre" Acosta made in USA para el pochoclo de la dama y los nachos del caballero. Bonus Track -La película no fue estrenada comercialmente en los cines de Estados Unidos (se editó directo en DVD) por su temática y su puesta en foco de la tortura desde el Estado. -Hay conexiones con lo que hemos visto durante varios años en 24, un discurso por momentos ambiguo, aunque el disparador de debate que supone el film va mucho más allá de lo que fue el producto catódico de Fox (la justificación del aparato represor construido en Washington y profundizado luego de los ataques de 2001). -A Michael Sheen ya lo viste en Frost vs. Nixon, en el papel del periodista que puso en jaque al presidente yanqui; también en The Queen, como Tony Blair. Además, lo vas a ver en pocos dias, en Tron Legacy.
Volvió la alegría, volvió el gore. El cine de terror (mono)temático de los últimos años parece haber tomado por asalto a los directores de arte de Hollywood, quizá incluso también a la estética del género todo. Podríamos acusar a la saga Saw, que llegó para quedarse y no sólo ya tiene en gateras una versión 3-D (con estreno mundial en Argentina, el 21 de octubre) sino que parece querer batir el récord de Jason y su Friday the 13th. Volviendo al caso que nos ocupa, hay que decir que The Collector es un trabajo más que digno del terror quirúrgico, que si bien apela a la estética cruda y sobre saturada de la putrefacción posmo, también sabe tirar más de un guiño a los tips más clásicos del género, con planos que apelan al recuerdo del horror italiano de muchachos como Darío Argento. La historia nos cuenta el truculento hobbie de un ser del que no sabemos nada más que el hecho de que colecciona gente. Punto, hasta ahí el quid de la cuestión y la cuestión en sí. Todo lo demás es disfrute con momentos hardcore, aunque recién llegan luego de una intro que puede resultar un tanto extensa para los fans sedientos de sangre, pero que bien vale la inversión.
Y DreamWorks lo hizo de nuevo. Ni Disney, ni Pixar, ni Disney-Pixar. La compañía fundada por Steven Spielberg logró volver a ponerse del lado rocker del cine de animación con una producción que logra comulgar de manera imbatible guiños para adultos y diversión para infantes y adolescentes. La gente que pario a Shrek (gracias, en serio, pero ya está, eh?) volvió a su mejor forma a bordo de un relato que cuenta la lucha entre el bien y el mal, aunque con una paleta de grises tan amplia que no solo es un noble repulgue de la posmodernidad, sino que además es un sólido discurso sobre cuan grandes pueden ser los límites de la voluntad a la hora de hacer lo correcto. En una intro que recuerda mucho a Superman, vemos como dos niños llegan a la tierra desde un planeta a punto de colapsar. Uno elige el camino de la lucha contra el delito, el otro se divierte más y se queda del lado del crimen. Y así como (dentro de la ensoñación en cinerama) el mal siempre paga y el bien siempre triunfa, un día puede suceder que el villano se salga con la suya y el camino hacia la gloria se le despeje al punto de no tener a quien vencer. MegaMind (voz de Will Ferrell) ve como una ventana de posibilidades se le abre de par en par, incluída la posibilidad de apoderarse de la ninfa de la historia, con los vericuetos del caso, claro, pero la gloria parece ser suya. Tom McGrath, que viene de dirigir las dos Madagascar, pero más que nada varios capítulos de Ren y Stimpy, le imprimió un carácter rocker al asunto, a base de canciones de AC/DC, Guns n Roses y un final a todo beat con la inmortal Bad, de Michael Jackson, todo entremezclado con adrenalínicas secuencias de acción, humor inteligente y un puñado de personajes que si bien no vinieron a renovar el cine de animación, sí logran ponerse al frente de una película que se toma de algunos parámetros clásicos del género para retorcerlos un poco, pasarlos por una tintura freak y entregar una ropa nueva, lista para salir a coolear.
Tenemos aquí el clásico y ya remanido cuento del pecado-purgatorio-redención, pero en el limitado contexto de un ascensor, casi literalmente al infierno. Por otro lado, no es menos cierto que entre los tópicos más utilizados del género del terror, el de la creación de situaciones dentro de un ascensor no es el más populoso. El caso de Devil, producida por M. Night Shyamalan, en ese marco de pequeño subgénero, podría haber sido una apuesta certera e interesante. Pero no. El gran problema del film , que intenta jugar en los márgenes del cine de suspenso, es que precisamente no logra hacer pie en él porque lo que está presente desde el comienzo es la total previsibilidad de su trama. Se nos presenta un grupo de gente encerrada en un ascensor, a esto se le suma que el título del film refiere al diablo, y además, oh, uno de los empleados de seguridad (latino prototípico, supersticioso y de rosario en mano) tiene la certeza de que el núcleo del asunto es la presencia de Satanás. Estos tres elementos no dejan lugar a dudas a cualquiera que haya visto más de un puñado de films del género; la cuestión se va a resolver con varios muertos y uno que será el diablo encarnado en figura humana. Chin pum, colorín colorado. Por otro lado, para aportar a la carencia de elementos atractivos, tenemos uno de esos grupos paradigmáticos del neo terror made in Hollywood (un afroamericano, una joven atractiva, un muchacho filo galancete, una anciana y un tipejo insoportable), casi el cast ideal para una entrega de Saw o Destino final. No hay desarrollo de los personajes, no hay escenas que vayan más allá de la rutinaria sucesión de muertes intercaladas con mínimas situaciones de tensión-que-no-tensionan-a-nadie. En paralelo, el operativo policial de rescate no aporta más que un cúmulo de lugares comunes (esos que bien desarrollados pueden ser disfrutados como guiños clásicos) que tienen su clímax en el final, teñido de un color lacrimógeno judeocristiano insoportable. Bonus Track: A la hora de cine de terror en ascensores, no lo dudes, acudí a los pequeños clásicos, como El ascensor (De Lift, Holanda, 1983, de Dick Maas), donde el protagonista es el elevador en sí, verdadero mandamás de un edificio maldito.
Rodriguez lo hizo de nuevo y sin ceder un centímetro a lo que el mainstream considera correcto a la hora de ser (o parecer) bizarro. Luego de haber partido en dos su filmografía con la enorme Planet Terror (parte de ese combo de subversión delirante que fue Grindhouse, junto a Quentin Tarantino), el gran mex man de Hollywood repite infamia fílmica y escupitajos cinéfilos al que se le cruce. Si Planet Terror fue su Apocalypse Now zombie, Machete es la gran Scarface que su filmografía nos estaba debiendo. La aventura nos presenta al protagonista de aquel trailer apócrifo que acompañó a Grindhouse en los cines, un hombre armado hasta los dientes y sediento de justicia por mano propia. En este caso, Mr. Machete Cortez (Danny Trejo, nacido para el personaje) combate a los que reprimen a quienes cruzan la peligrosa frontera yanqui en busca de una vida mejor. En el grupo de los malos hay matones, un mafioso todo terreno (Steven Seagal) y, sobre todo, un senador conservador (Robert De Niro) que no solo lidera una campaña anti-inmigrante, sino que se encarga él mismo de dispararles en la cabeza, con la ayuda de una pequeña brigada de impresentables. Pero Machete no está solo, cuenta con la derecha (y la izquierda) de la guerrera Luz (Michelle Rodriguez), damisela de armas tomar que, a modo de bonus track, levanta la temperatura cada vez que aparece en pantalla, al igual que la otra femme fatale del cuento, Sartana Rivera (Jessica Alba), otra lady de las afiladas. En términos formales Rodriguez reprodujo con sucia pulcritud la estética de retoque retro, de fílmico averiado por el tiempo, rayado, salpicado por la sangre de las víctimas del héroe en cuestión, pero también por un estilo propio reforzado en un calculado derrape visual, como fuertes bocanadas de gore dulzón, de humor recargado y brutal. Porque te reís o te reís con las amputaciones de villanos, con las balas que no dejan de salir, con los cuchillos que vuelan certeros hasta el corazón de la víctima. El amigo Robert tomó impulso y entregó una cumplidora nueva entrega de lo que mejor le sale: cine de posmodernidad radicalizada. Y aquí estamos, aplaudiendo y, claro, gritando por una más.
La comedia más lisérgica del festival está basada en un comic por el que apenas pagaríamos unos pocos pesos en una feria de revistas usadas. Sin embargo, el mero hecho de que un basic de Oni Press se haya transformado en esta monstruosidad mutante con infinitos guiños a los video games y demás cultura pop, es de por sí una especie de milagro pagano bienvenido y celebrable. El responsable de semejante (des)propósito es nada menos que el amigo Edgard Wright, mismo creador de esa adorable guarrada que es Shaun of the Dead, el mejor homenaje que el humor le hizo al cine de terror. Y una de las preguntas a las que mueve el presente delirio es ¿por qué los realizadores de films basados en comics nunca pensaron en utilizar los recursos a los que echó mano Wright aquí? Cada uno de los inserts, guiños, referencias, incluso tics de las novelas gráficas puestos en pantalla se sienten como la única vía posible para contar un cuento que cabalga por la ruta de la incorrección visual, al mismo tiempo que por la vía de la perfección estética, del detalle siempre logrado. ¿La trama? Descripta con exactitud en la traducción al castellano del título, ya que el Scott en cuestión (impagable Michael Cera) debe combatir con las siete ex parejas de su amor imposible para poder quedarse con ella. Y allí es donde entra en juego la parafernalia terminator que termina con todo aquello que conocías respecto a efectos visuales. No estamos ante la película que va a cambiar la historia del cine (para sanata revolucionaria ya tenemos Avatar) pero tenemos el honor de ser contemporáneos de un film que más allá de ser uno de los puntos más altos de este festival, es también una de esas muesquitas que (muy) de vez en cuando el cine deja en el time line de la industria.