Varios personajes llegan simultáneamente a un motel con algunas particularidades. Por ejemplo, el sitio está ubicado en la frontera entre los estados de California y Nevada, por lo que el huésped puede pedir alojarse en cualquiera de los dos estados. También hay otros rasgos menos amables, como que todas las habitaciones tienen espejos falsos para poder espiar o filmar a sus ocupantes. La acción transcurre a fines de la década de 1960, lo que ayuda a que los huéspedes que llegan al mismo tiempo al lugar resulten más pintorescos, incluyendo un cura, una hippie, una cantante negra de música soul y un vendedor estrafalario. Ya el prólogo alerta sobre algo escondido en el suelo de una de las habitaciones, pero si bien el espectador tiene en cuenta este dato, el guión se ocupa de confundir las cosas dándole un flashback a cada personaje para ilustrar su historia previa. Llena de vueltas de tuerca inverosímiles, esta comedia negra con momentos oscuros divierte y, sobre todo, es atractiva visual y sonoramente (el soundtrack de época es formidable), pero como policial se queda en ese género de thrillers complicados de más. Eso sí, ver a Jeff Bridges haciendo de sacerdote bien vale la pena.
El futuro casi nunca promete nada muy promisorio, por lo menos en el ya casi interminable subgénero de las historias post apocalípticas con personajes adolescentes. El problema es que estos films se parecen demasiado unos a otros, y cada subproducto de teenagers rebeldes del futuro resulta más previsible. La combinación de estos defectos es poco feliz, aun si se trata de una superproducción escrita y producida por Peter Jackson, que le da su primera oportunidad como director a Stephen Rivers, que desde hace tiempo se dedicaba a los storyboards. El tema es el de un mundo donde luego de una guerra devastadora, el planeta queda lleno de zonas destruidas, y las ciudades se mueven de un lugar a otro con enormes ruedas, convertidas en metrópolis andantes dedicadas a saquear. La novela de Philip Reeve toma su idea de uno de los viajes de Gulliver, cuando el famoso personaje visitaba la ciudad de Laputa, todo un hito de la imaginación de hace tres siglos del genial Jonathan Swift. El guión de esta saga en cuatro partes tenía potencial para una película mucho mejor que esta, sobre todo dado el nivel que uno espera de uno de sus autores, Peter Jackson. Las escenas de acción y escenografías imponentes están casi calcadas de clásicos de Terry Gilliam, futurismos más creativos de Luc Besson y, sobre todo, de “Star Wars”, lo que no tiene el menor sentido. Claro, hay dos o tres escenas espectaculares muy bien resueltas, y una única gran actuación, la de la cantante coreana Jihae como una revolucionaria tan cool como sanguinaria.
Algo que todos los fans de Marvel saben bien, es que si hay un personaje que luce como ninguno en un cartoon es Spiderman, sumado a que esta “Spider-verse” es una gigantesca superproducción de la animación digital con todos los elementos técnicos y creativos para lanzarle imágenes alucinantes al espectador –que si la ve en 3D, casi tratará de esquivar las telas arácnidas de todos los modelos de Spiderman posibles. Es que esta variación no tiene un Spiderman, sino toda una banda, empezando por un adolescente de clase baja y apellido hispano que se convierte en un equivalente del Robin de Batman, pero de Peter Parker. Parker ya no es el adolescente nerd picado por la dichosa araña radioactiva en la clásica historieta de Stan Lee sino un tipo de mediana edad que se la pasa engullendo comida basura, y tiene una notable barriga. Está acompañado por sus colegas arácnidos, como Spider Ham y Spider Noir (con la voz de Nicolas Cage). Además de variaciones de los villanos monstruosos de siempre, incluyendo ahora una chica mala y tentaculada. Sería largo explicar cómo se juntan todos, entran y salen de un alucinante universo paralelo. Si bien el extenso film podría haber apurado dos o tres escenas de diálogos incoherentes, pero todo lo demás esta al borde de lo genial: la estética del comic en el cine, con pantalla dividida y cartelitos con onomatopeyas al estilo del Batman de Adam West, es original y muy atractivo. También hay homenajes a personajes y films animados, incluyendo varios toques del clásico japonés “Akira”. El diseño de los decorados realistas –es decir las imágenes urbanas- son extraordinarias, mientras los primeros planos de los personajes, cuando no tienen máscara no resultan demasiado carismáticos. Al que sí dibujaron bien es al difunto Stan Lee, que hace el último de sus clásicos cameos, esta vez como dibujo animado.
Si no fuera porque se trata de una comedia, el argumento de “Jefa por accidente” podría dar lugar a un tremendo melodrama social. Es que el personaje que interpreta Jennifer Lopez trabaja en una gran tienda de suburbio donde nunca logra un ascenso debido a no haber terminado el colegio secundario. Y a su edad, sería imposible imaginar que pueda encontrar otro trabajo. Para colmo, no quiere formar una verdadera familia con el novio con el que convive pero que desconoce que ella tuvo un bebé y lo entregó en adopción cuando era muy joven. Dicho esto, aquí se acaba el realismo social, dado que la trama da el giro del título cuando un currículum falso y un perfil en las redes sociales que la muestra junto al mismísimo Obama le hacen ganar el puesto de importante ejecutiva con oficina propia en una gran corporación. Peter Segal es un director con oficio que ha dirigido desde una secuela de “La pistola desnuda” hasta el film de box que enfrentó a Stallone con De Niro, “La apuesta final”, y aquí organiza bien la mezcla de dura realidad con comicidad absurda, con bastante eficacia. Algunos gags son divertidos, pero otros se quedan en el camino apoyándose solamente en la gracia de la estrella, que por momentos casi hace de ella misma. En el reparto sobresale aquel hippie de “Hair” de Milos Forman, el semi olvidado Treat Williams.
En el primer film, Raph el demoledor era un personaje de un juego clásico de fichines que, como su nombre indica, debía romper todo, aunque él soñaba con poder ser, aunque sea por una vez, el héroe del jueguito y se colaba en otras consolas. Ahora, el director Rich Moore apuesta a más y tiene a Ralph metido en internet con el objetivo de comprar un nuevo volante al juego de carreras de su amiga Vanellope, que está al borde de quedarse sin trabajo. Pero claro, el dúo descubre que para comprar por EBay hay que tener plata, y ahí empieza una delirante odisea por la web que se burla de los contenidos de la red y sobre todo de los cibernautas, es decir de todos nosotros. “Wifi” Ralph es una de esas películas que realmente funcionan para grandes y chicos. Es que los chistes son muy graciosos y dan lugar a un enorme atractivo visual, por momentos vertiginoso en todo lo que tiene que ver con carreras de autos violentas y cuestiones por el estilo. Además, tiene un alto contenido de sátira social, burlándose de manera bastante despiadada de las estupideces que hacen que un video de internet se viralice. Y también tiene escenas dementes, como debe tener un buen cartoon hecho y derecho.
Aquí tenemos un canto a la diversidad sexual, tema cada vez más en boga en el cine nacional. La protagonista es Marita. Que alguna vez fue un hombre, pero ahora es una mujer transexual no especialmente agraciada, aunque eso no es un obstáculo para que ella se emperifolle y salga a enfrentar a todo el mundo en el pueblito de Entre Ríos donde vive, y donde lamentablemente la gente no la comprende, ya que para la mayoría de la gente del lugar la identidad sexual no puede ser la elección de cada persona. El prolífico director Sergio Mazza -autor de “Guri” y El amarillo”- detiene su cámara en Martia y otros personajes extraños, como un supermercadista chino que quiere conseguir otro trabajo, porque el suyo es una obligación familiar. El estilo narrativo tiene su originalidad, sobre todo cuando presenta los personaje a través de carteles que aparecen en la pantalla al estilo de los subtítulos de las películas extranjeras. La fotografía tiene momentos buenos, y sobre todo la música electrónica suave y sutil, casi al estilo del grupo alemán Popol Vuh –el que hacía los soundtracks de Werner Herzog- es lo mejor de un film muy desparejo en su pulso narrativo y en el ritmo.
Luego de media docena de películas, por fin la serie de "Transformers" baja un cambio en su interminable serie de peleas de robots del espacio sideral en nuestro planeta. Esta precuela, que transcurre en 1987 y se centra en la amistad de una chica problemática y un simpático transformer que queda medio bobo después de ser dado por muerto por los malvados de siempre. Como el robot estelar es un escarabajo Wolkswagen amarillo, el asunto tiene hasta un toque de “Cupido motorizado”, el rey de los “films–chivo publicitario“ que en 1969 consagró a Robert Stevenson, también director de “Mary Poppins” (y de “Me casé con un comunista") como el director estrella de Disney. También hay guiños a “E.T”, “Cortocircuito” y otros films ochentistas, y hasta un poco de Guerra Fría. Hay escenas entretenidas, muchos diálogos y situaciones tontas, de modo que la estrategia de la franquicia es lograr que las niñas de la audiencia se enamoren del robot autito. La película es fluctuante en ritmo y no maneja bien su narrativa de los 80. Por supuesto hay un final a toda acción robótica.
“La ola” era una sólida película catástrofe sobre un tsunami en un fiordo noruego. Ahora esta secuela, “Skjelvet” es una obra maestra sorprendente dentro del género, tal vez porque lo combina con el más espeluznante thriller psicológico y el más duro drama familiar. El talentoso actor Kristoffer Joner es el geólogo que, en la primera película, trataba de salvar a su familia y a toda la gente posible de la temible ola. Poco después de la tragedia era llevado a la TV como un héroe. Pero, tres años después, se ha transformado en un pobre tipo tembloroso, separado de su familia, que ya nadie soporta su obsesión con las personas que no pudo salvar, los que aún siguen desaparecidos, y con cualquier señal de sismo o temblor que pueda pasar inadvertido antes de un nuevo tsunami. La acción ahora es más interesante porque transcurre en la modernísima Oslo, donde un simple corte de luz o unas ratas que huyen de un túnel implican una visión ominosa, que por supuesto el protagonista asume como señal del gran terremoto aunque nadie le crea. En un punto, hasta él mismo acepta estar paranoico y trata de tranquilizarse, a pesar de recibir preocupantes noticias de un colega despedido sobre los constructores de una obra gigantesca que atraviesa el subsuelo de la ciudad. Así, el clima de tensión crece durante más de una hora sin ninguna escena típicamente espectacular. Pero claro, una película que se llama “Terremoto” debe incluir uno, o el público pediría que le devuelvan la plata de la entrada. Cuando sucede hay que agarrarse, porque vienen imágenes indescriptibles. La gran cualidad es que cada detalle es verosímil, y a todos los personajes les puede ocurrir algo ya que aquí no hay figuras hollywoodenses intocables. Pero, además de ser realista, el film tiene una cualidad apocalíptica que lo vuelve rayano en lo fantástico. John Andreas Andersen es el talentoso director del thriller “Cacería implacable” (2012).
El género de terror ruso casi siempre suele traer ideas nuevas, y por esa razón “La sirena” es una de las grandes sorpresas de este año para los fans del cien fantástico. Aparentemente, según el folklore ruso las sirenas no son marinas sino que viven en los lagos y tienen la costumbre de sonsacarle palabras de amor a los pobres hombres con los que se encuentran. Y una vez que estas sirenas de agua dulce consideran que han recibido un juramento no vuelven a soltar más a su amado, ni siquiera si puede obtener a cambio sus seres queridos. Luego de explicar esto y sintetizarlo en un prólogo aterrador, la película avanza con una parejita a punto de casarse que recibe, como regalo de un padre ausente al que nadie ve hace veinte años, una casa de fin de semana al lado de un lago. Obviamente, es fácil adivinar que el prometido se encontrará con la sirena, pero lo que resulta imprevisible es la progresión siniestra que va tomando esta historia que asusta. El director logra darle tonos siniestros al agua en cualquiera de sus formas, ya sea en una pileta de natación, una gotera o simplemente en algunas de las numerosas escenas con lluvia de este film imaginativo. La única pena es que la copia local sea la versión doblada al inglés y no la original en ruso.
El director y guionista Franck Gastambide es también el protagonista de “Taxi 5” en el papel de un policía de París transferido a Marsella, donde se hace pasar por taxista para combatir a unos italianos ladrones de joyas que circulan en velocísimas Ferrari. La cuarta secuela de la saga de “Taxi” que inició Luc Besson en 1998 se parece a una versión francesa de “Locademia de policía”, donde el cuerpo policial marsellés es una troupe de fenómenos de circo grotescos. Todo está dispuesto para las escenas de acción, algunas buenas, empezando por el super taxi que maneja el protagonista, un vehículo digno de James Bond. El guión es elemental, y los chistes minimalistas, como si buscaran recuperar el estilo de la comedia liviana francesa de los 70, con los Hermanos Charles a la cabeza. Como algunos gags y personajes secundarios son divertidos, por momentos hace reír. Ayudan los escenarios de Marsella y la nutrida banda sonora cargada de hip hop y pop francés.