Y llegamos al Episodio VIII del universo cinematográfico Star Wars con Los últimos Jedi, la segunda película de la tercera trilogía iniciada en 1977 con la memorable La guerra de las galaxias, una osadía visual y conceptual que nos adentraba en un mundo realmente fantástico en el que podía ocurrir casi cualquier cosa y de la cual la mayoría de los filmes galácticos posteriores acabaron por reciclar lugares y conceptos, además de explotar comercialmente a la perfección el fanatismo de sus seguidores a sus símbolos y a sus personajes. Este aparente “penúltimo” episodio retoma el camino narrativo de la inquietante y sombría El imperio contraataca-1980-, la segunda entrega de la trilogía original, y vuelve a la esencia donde la aventura, la jornada del héroe, la tragedia griega -Lucas siempre dijo que era la historia de un padre y un hijo-, las relaciones de aprendizaje, el poder de la sangre y el equilibrio entre el bien el mal con un sesgo de ingenuidad, conforman el relato que mantiene la nostalgia del pasado y propone nuevos retos para una resistencia galáctica cada vez más multicultural. Star Wars: Los últimos Jedicombina la aventura, fantasía, acción, emoción, acertadas y justas dosis de humor -expresadas en no más de cuatro o cinco gags que tienen como principal protagonistas a nuevas criaturas-, con personajes protagonistas con conflictos algo más profundos y complejos a los que dan vida actores de las sagas originales y nuevas incorporaciones que deberán afrontar múltiples batallas, duelos con sables láser y enfrentamientos varios incluyendo a la guardia roja de Snoke -con nuevas e imaginativas armas. Se destaca el trabajo de Rey -Daisy Ridley-, tanto en la lucha como en su camino por conocer tanto sus raíces como su destino; el maravilloso trabajo de Mark Hamill, que se entrega en cuerpo y alma al papel de Luke Skywalker en su versión más oscura en toda la saga; y Carrie Fisher, la inolvidable princesa Leia Organa, que falleció hace casi un año, cuando el rodaje de la película ya había finalizado. No termina de convencer un villano como Kylo Ren -Adam Driver-, cuyo conflicto existencial —y su resolución— es fundamental para romper o restablecer el equilibrio en la Galaxia pero cuya relación con Rey no termina de generar la mejor química. La aparición de los entrañables Porgs o las mucamas espaciales que cuidan de Luke Skywalker, mascotas que se hacen de querer en parte porque aparecen lo justo y porque suenan a caricatura-, entregan la cuota cómica sumada a la presencia de BB-9E, mientras que hay un desaprovechamiento de varios personajes sobre los que habían recaído muchas expectativas, como Laura Dern y Benicio Del Toro cuyas intervenciones no van más allá de una pequeña participación de lujo. A los buenos secundarios como el de Poe Dameron -Oscar Isaac-, se suman Flynn -John Boyega-, personaje capital en el anterior episodio que pierde total trascendencia solo con una serie de periplos interplanetarios acompañado de Rose -Kelly Marie Tran-. Si bien hay algunos pequeños momentos de los que se pudo haber prescindido y, a pesar de su duración que alcanza las dos horas y media, Star Wars: Los últimos Jedi invita a disfrutar de una nueva aventura galáctica que, siempre técnica y visualmente poderosa y con la música del icónico compositor John Williams, reflota nuestra nostalgia y refuerza el sentimiento de déja vu con momentos emotivos como los hologramas, reencuentros -entre Luke y la princesa Leia y apariciones de personajes legendarios como Yoda, Chewbacca, C-3PO y R2 D2. La histórica la lucha de los rebeldes -oprimidos- contra el Imperio -los opresores- tiene en este episodio una dimensión política más actual con una galaxia en la que se vende armas a buenos y malos y con un ligero componente de crítica social y una llamada a la esperanza de las revoluciones contra las injusticias, al que se suma la presencia de mujeres en altos mandos y la multiculturalidad de los nuevos personajes.
Valerie Faris y Jonathan Dayton, realizadores de Pequeña Miss Sunshine, proponen un entretenido recuento del emblemático e histórico partido de tenis que enfrentó a Billie Jean King contra Bobby Riggs, en el que destacan las interpretaciones de Steve Carell y, sobre todo, Emma Stone. En el año de 1973, a sus 55 años el prolífico y recién retirado tenista Bobby Riggs -Steve Carell-, desafío a un partido de tenis a la entonces campeona femenina Billie Jean King -Emma Stone-, en un encuentro conocido como La Batalla de los Sexos que prometía ser un duelo histórico no solo en lo deportivo, hechos que en su día convulsionaron el show Business -Bobby Riggs llegó a posar desnudo en la revista mas importante y en una pista de tenis disfrazado de tirolesa junto a unas ovejas-. En tono de comedia y combinando acertadamente el drama, pinceladas de denuncia social, cierta romanticismo y el hecho deportivo en cuestión, La Batalla de los Sexos resulta un agradable y entretenido biopic que trasciende el hecho deportivo e indaga, desde una cierta superficialidad, la idiosincrasia de un país en un momento muy concreto en el que nuestra protagonista busca por un lado romper los estereotipos y por otro conseguir algo tan complicado como propiciar un debate interno acerca del rol de la mujer en la sociedad, además de otros aspectos de su vida personal y profesional. Steve Carell y Emma Stone -que sigue avalando su ultimo Oscar con La La Land- interpretan a los dos respectivos tenistas acompañados de un gran elenco como Elisabeth Shue, que interpreta el papel de la esposa de Bobby Riggs, y Bill Pullman, quizás el villano al que Billie Jean King debió enfrentar por sus derechos como tenista. Emma Stone se convierte así en Billie Jean King asimilando su aspecto, su forma de caminar, su destreza en la pista, su lucha por los derechos de la mujer en plenos años 70 y la naturalidad con que la que protagonista va descubrimiento su lesbianismo -Jean fue la primera deportista de élite en hacer público que era lesbiana-. Steve Carell por su parte, con su potentísima vis cómica y don para el drama, asume la sobreactuación de un histriónico Bobby Riggs con el que el publico logra empatizar, a sabiendas que su personaje internamente piensa diferente a como actúa. Manteniendo la estética de la época desde el vestuario hasta los propios medios de comunicación con sus campañas publicitarias y seguimiento del evento deportivo, La Batalla de los Sexos pretende abordar mucho, pero todo con cierta superficialidad y popularidad, sin juzgar a los personajes ni centrándose demasiado en un aspecto concreto de la vida de Billie Jean King ni de Bobby Riggs. Aun así, el acertado ritmo del relato y la gran actuación, fundamentalmente de Emma Stone, despiertan el interés del espectador en este entretenido y anecdótico film.
Como ya han demostrado innumerables títulos, tanto en el cine como en teatro, es la tragicomedia familiar el género que mejor ha sabido exponer irónicamente la idiosincrasia y peculiaridad de una cultura, comunidad o nación, empatizando e identificando tanto con públicos propios como ajenos. Bienvenido a Alemania no es la excepción -resulto la película alemana de mayor éxito del año 2016 en su país- y explora miedos y prejuicios en torno a una realidad que los apremia como la inmigración reciente y la tensa relación planteada con los refugiados africanos y asiáticos que deambulan por Europa. Los Hartmann una familia alemana, en apariencia normal, que decide dar asilo a un refugiado africano en su casa de Munich, es el escenario que Bienvenido a Alemania utiliza para abordar la realidad actual de su país respecto a los refugiados que llegan escapando de las guerras políticas y religiosas de su país. La aparente normalidad de una familia compuesta por Angelika -Senta Berger-, una maestra recientemente jubilada; su marido Richard -Heiner Lauterbach-, un prestigioso cirujano que no acepta su edad; Sophie -Palina Rojinski-, una estudiante crónica que no puede decidir que va a hacer con su vida y el hijo Philipp -Florian David Fitz-, un joven abogado corporativo recientemente divorciado con un hijo al que no atiende, será alterada por la llegada del joven Diallo, el refugiado nigeriano que pondrá a prueba la dinámica familiar así como su adaptación al país. El refugiado nigeriano es el detonante de odios reprimidos, tanto de la familia como cierta parte de la sociedad, la discriminación, el racismo y una realidad que nuevamente somete a un pueblo alemán -que desde la postguerra no ha dejado de buscar su identidad apostando siempre a la tolerancia y respeto por el prójimo-, a repensar y reelaborar su relación con un nuevo escenario social. Si bien goza de un guion simple e inocente que no profundiza demasiado sobre el tema, sabe equilibrar y dosificar muy bien con humor la disfuncionalidad familiar con la crisis migratoria, en un relato divertido y dinámico que no duda en ironizar contra la política migratoria de la canciller Angela Merkel, pero que promueve al mismo tiempo el reconocimiento de la diversidad como enriquecimiento cultural y social. Quizás sobre el final, Bienvenido a Alemania caiga en algunos clishés que garantizan el “Happy end”, pero el camino hasta lograrlo no defrauda.
El Dios del trueno regresa alejándose del tono serio de sus predecesoras, con mas gags de humor, mucha auto parodia y un empalagoso uso de los FX al que se suma una banda sonora ochentosa. Thor: Ragnarok es la tercera incursión en el cine, en solitario, del famoso Dios del Trueno popularizado por Marvel Comics, tras Thor -2011, Kenneth Branagh- y Thor: El mundo oscuro -2013, Alan Taylor-. Siguiendo el estilo de las ultimas producciones del universo Marvel, en especial Guardianes de la Galaxia, Thor: Ragnarok se aleja del tono serio de sus predecesoras y agrega mas gags de humor, mucha auto parodia, una estética con colores sicodélicos y empalagoso uso de los FX sumado a una banda sonora ochentosa con muchos sintetizadores que entretiene y por momentos divierte, pero no deja de ser una aventura ligera y anecdótica que, sin embargo, resulta ser la mejor de las tres películas filmadas sobre el personaje en solitario. Thor: Ragnarok se sitúa cronológicamente dos años después de lo sucedido en Vengadores: La era de Ultrón y tras evitar el Ragnarok -una suerte de apocalipsis-, Thor -Chris Hemsworth- regresa a Asgard para descubrir que la despiadada y todopoderosa de su hermana Hela -Cate Blanchett- usurpa el trono y destierra al Dios del Trueno, enviado como prisionero hasta el otro extremo de la galaxia. Sin su martillo, el mítico y poderoso Mjölnir, y a merced del lunático Gran Maestro-Jeff Goldblum- que rige el planeta Sakaar, Thor tendrá que luchar por su vida como gladiador reencontrándose con su antiguo aliado y amigo vengador Hulk -Mark Ruffalo. Entre la ligereza de la aventura, tramas predecibles, personajes que no convencen -como la chatarrera/valkiria de Tessa Thompson o Skurge de Karl Urban-, el empalagoso uso de los colores sicodélicos y abuso de los FX, terminan sobresaliendo Cate Blanchett interpretando a la malvada Hela, el excéntrico Jeff Goldblum como el Gran Maestro, Hulk y un Bruce Banner que termina robándose escenas clave. El enfoque cómico y por momentos mundano con el que dota a los protagonistas -como las conversaciones de niños malcriados entre Thor y Hulk o Thor y Loki-, lo ridículo de algunas situaciones que dan lugar a la auto parodia y una banda sonora al ritmo de sintetizadores ochentosos, que incluye temas como "Ragnarok Suite", "Hela vs Asgard", "Arena Fight" o "Devil’s Anus", y de la cual no pierden negocio estando disponibles en plataformas como Spotify y iTunes-, hacen de Thor: Ragnarok una aventura ligera y anecdótica entretenida, dirigida principalmente a esos fans que la consumirán con deleite. No falta la breve aparición del Doctor Extraño, que ya se había desvelado antes en las redes, numerosas referencias a personajes y situaciones de otros comics, y como es de rigor, un cameo de Stan Lee y dos escenas postcreditos, ninguna de ellas especialmente reveladoras.
Tras el éxito, tanto de la critica como en taquilla, de una de las más agradables sorpresas de 2015, Kingsman: El servicio secreto, llega esta secuela dirigida nuevamente por Matthew Vaughn en la que el director ha optado simplemente por continuar la historia de Eggsy, Harry y Merlín potenciando todos los elementos que hicieron de la cinta inaugural un éxito. Con el asesinato de varios de sus miembros y la explosión de su base de operaciones en Londres, los Kingsman se verán obligados a buscar ayuda a sus homólogos norteamericanos los Statesman, una asociación secreta similar que se camuflan tras una destilería de whisky y con la cual deberán interactuar para combatir a una misteriosa organización narcotraficante liderada por la megalómana villana Poppy -Julianne Moore- que pone al mundo al borde del colapso. Con una aventura mucho más grande y ambiciosa -que abarca escenarios desde Reino Unido a Kentucky pasando por Camboya o el Mont Blanc-, pero bajo el mismo tono de parodia, toda clase de guiños al cine de espías, escenas de acción violenta y el humor irreverente y provocativo del primer filme, Kingsman: El circulo dorado presenta una historia central absurda en la que destacan sus sarcásticos latigazos a la política estadounidense, con un Presidente de los Estados Unidos visionario, psicópata y desequilibrado -en plena alusión a su actual- y con menos escrúpulos que la misma villana, capaz de cometer peores aberraciones. En su afán trasgresor, Vaughn propone algunas escenas delirantes, como los perros robot, todos los consumidores de droga del planeta confinados en jaulas en grandes estadios deportivos, una escena sexual con rastreador de por medio muy divertida, otra de canibalismo y las de acción -como la espectacular secuencia de pelea en el interior de un taxi en medio de una vertiginosa persecución automovilística o la que tiene como protagonista a un teleférico fuera de control-, con las cuales Kingsman: El circulo dorado reinventa los clichés propios de las películas de James Bond -Incluso los de algún cómics con la reinvención del lazo de rodeo- a un ritmo que resulta prácticamente imposible aburrirse ante todo lo que sucede en pantalla. Si bien la química entre Taron Egerton y Colin Firth sigue funcionando de maravilla, no hay un desarrollo de los nuevos personajes a excepción del encarnado por la fantástica Julianne Moore, en el papel de una caricaturesca villana de apariencia frágil y encantadora que esconde la personalidad de una auténtica psicópata demente y perversa con un plan estúpido pero divertido, aficionada a la década de los 50 y cuya finalidad es obtener fama y reconocimiento mundial. Channing Tatum, Jeff Bridges y Halle Berry ofrecen poco más que cameos extendidos, y la inclusión de Elton John, secuestrado por la villana, con su capacidad para auto parodiarse protagonizando momentos surrealistas al son de su clásico "Saturday" tienen gracia un rato y luego cansan. Sobre el choque cultural entre los metódicos agentes británicos y sus primos estadounidenses, únicamente se centran en el agente Whiskey, interpretado por Pascal, y nunca ahonda en la agencia norteamericana, siendo su única función como organización la de dar una base de operaciones para los héroes ingleses Esta secuela tampoco esta exenta de algo frecuente en las sagas, la perdida del factor sorpresa, que hace que Kingsman: El circulo dorado adolezca de cierta falta de frescura y originalidad respecto a su predecesora -a excepción de algunos gags-, extendiendo demás algunas escenas por la cual la trama termina alargándose innecesariamente. Sin embargo, esta continuación que retrae la fina ironía de los diálogos de la primera película en pos de un humor mucho más obvio y facilón, aunque no por ello menos efectivo, suma a las enérgicas y brutales escenas de acción, el sarcasmo y la parodia, una banda sonora que combina tonos de las películas de espías con las de superhéroes, música country y grandes clásicos para hacerla eficazmente entretenida.
Dirigida por Steven Soderbergh, escritor, director y productor conocido por la trilogía de La Gran Estafa y Traffic entre otros films, La estafa de Los Logan propone básicamente una estructura similar a La Gran estafa, mucho menos pretenciosa, sin el magnífico ensamble de celébrities y ambientada en un Estados Unidos rural, con sus idiosincrasias y personajes cuyas motivaciones y pasiones pasan por la música country, el trabajo diario y las carreras de autos Nascar. Channing Tatum, Adam Driver y Riley Keough son tres hermanos que deciden realizar un robo en las carreras de Nascar, el evento deportivo insignia del sur de Estados Unidos, para lo cual recurren a la ayuda de Joe Bang -Daniel Craig-, un experto en explosivos encarcelado y a punto de terminar su condena. Soderbergh va presentando a estos coloridos y patéticos personajes, que deciden emprender el gran golpe de sus vidas con un plan tan espectacular como inverosímil, con rasgos tan genuinos que provocan una empatía natural en el espectador y lo capturan mucho tiempo antes de que el verdadero robo comience. Con diálogos precisos, ciertas dosis de humor e irreverencia y situaciones absurdas pero coherentes con sus personajes, el relato va descubriendo sus patéticas existencias mientras proyectan su anecdótico plan. Con buen ritmo Soderbergh logra primero empatizar al publico con los personajes para luego dar rienda suelta a la historia, con su lógica progresiva de pistas mas truco final ya visto y momentos que recuerdan inevitablemente a La Gran Estafa y sus secuelas -e incluso un homenaje o parodia a la inolvidable prima Daisy de los Los Dukes de Hazzard-, que aunque deje algunos cabos sueltos logra ser entretenida e igualmente efectiva. Tal vez desaprovecha un poco algunos momentos y personajes como el de Hillary Swank y Macon Blair, pero basada en carismáticos personajes y una gran puesta en escena, La estafa de los Logan trae una bocanada de aire fresco a la cartelera.
Mas allá del nombre -sea en su idioma original o cualquiera de sus traducciones según el país-, con el que el film intenta parodiar algunos films de acción -entre ellos aquel clásico de 1992 protagonizado por Kevin Costner con la genial banda sonora a cargo de Whitney Houston, pero sin la historia de amor entre los protagonistas-, Duro de cuidar refresca la cartelera con esta comedia de acción protagonizada por una pareja antagónica con una vuelta mas de tuerca. Ryan Reynolds protagoniza a un obsesivo y prolijo guardaespaldas que deberá llevar sano y salvo a un asesino a sueldo -Samuel L. Jackson- dispuesto a testificar ante la Corte Internacional de justicia de La Haya contra un ex presidente ruso. Pero ambos parecen tener cuentas pendientes del pasado, que sumados a los innumerables sicarios del dictador transformaran su llegada a la corte en una odisea. Patrick Hughes, responsable también de Los indestructibles 3, sabe utilizar la fórmula del género y combina acertadamente secuencias de acción cruda y violenta -especialidad de Hollywood con protagonistas imparables en el arte de eliminar a sus enemigos-, con extensas persecuciones enmarcadas por admirables locaciones como Ámsterdam, Londres y Bulgaria, y otras escenas en tono de comedia basadas en los diálogos y gags surgidos de la buena química entre Samuel L. Jackson con Ryan Reynolds, intercalando flashback y contrapuntos musicales para parodiar algunos de los clásicos de los que bebe o al menos se ríe de ellos. Aunque el afiche local no permitió descubrir a simple vista, como en el americano, la parodia de El Guardaespaldas -Ryan Reynolds sosteniendo en brazos a Samuel L. Jackson respetado todas las tipografías, escalas cromáticas y fondos del original de Kevin Costner a Whitney-, algunos flashback al son de "I Will Allways Love You" -tema central de la banda sonora de El Guardaespaldas- rinden un divertido homenaje. Pero la vuelta de tuerca esta dada por el tono o enunciación elegida para la narración, sobre todo por parte de Ryan Reynolds, que hereda de mucho de Deadpool y su afán por romper la cuarta pared con el espectador. Del súper héroe también hereda a un Ryan Reynolds verborrágico, metódico, enamorado de una morocha de armas tomar, con una banda sonora con éxitos de los 80, un villano cruel e inescrupuloso, escenas de comedia romántica en medio de violencia extrema y gags cómicos e inverosímiles intercalados con discursos sobre la inocencia y la culpa o sobre la vida y el amor. La química entre la dupla Reynolds / Jackson resulta refrescante a pesar de ser estereotipos de papeles que han hecho anteriormente -Jackson es el clásico criminal que en el fondo tiene buen corazón o al menos un código de honor y Reynolds casi una prolongación de Deadpool-, y muy bien acompañados de un grupo de secundarios muy eficaces, como Salma Hayek -la esposa de vocabulario procaz y soez- y Gary Oldman -como el dictador despiadado-, tal vez ambos un poco desaprovechado, junto a Élodie Yung -Elektra en la serie de Daredevil-, entre otros. A pesar de los clichés y algunos gags muy previsibles, Duro de cuidar imprime los tiempos justos de cada género para lograr un relato de acción divertido y efectivo. Me resulta interesante destacar que tal vez por los escenarios elegidos y los recientes acontecimientos internacionales ocurridos en Europa, la audiencia difícilmente se abstraiga de ello y algunas escenas de persecuciones y explosiones añadan otros aditivos en la percepción del espectador.
Declarado fan incondicional del cómic de ciencia ficción Valerian y la ciudad de los mil planetas, de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières, publicado a partir de 1967 y que sería todo un referente en el genero de ciencia ficción, Luc Besson logra su film más ambicioso hasta la fecha y el más caro de la historia del cine europeo. Inspirado de manera libre en el sexto volumen de la serie, "El embajador de las sombras", la trama se centra en Valerian -Dane DeHaan- y Laureline -Cara Delevingne-, dos agentes inter espaciales que deben completar una misión con éxito para evitar el colapso de la estación Alpha, una gigantesca ciudad espacial en la que conviven en perfecta paz y armonía la raza humana y miles de especies alienígenas llegadas desde todos los confines del universo, así como la extinción de una raza extraterrestre. Tras una magnífica apertura que sintetiza, al son de la mítica "Space Oddity" de David Bowie, los avances de la humanidad en su carrera espacial que culminaría en pleno siglo XXVIII con Alpha, Valerian y la ciudad de los mil planetas parece emprender un afanoso recorrido con situaciones, personajes y paisajes que reconocemos con anterioridad en el cine, donde los apabullantes Efectos especiales y CGI del máximo nivel marcan tendencia ante el contenido. Luc Besson decide simplemente mostrarlo todo y no detenerse en nada, con escenas de acción sobrecargadas visualmente, una incipiente historia de amor ingenua y alguna que otra moralina ecologista como ser tolerantes y respetuosos con las diferencias y la diversidad. Pero el esplendor visual se diluye ante la falta de un arco dramático, en el que Besson parece haber olvidado mítica jornada del héroe. Aquella en el que los protagonistas van forjando el camino del héroe que se adentra por primera vez en ese fascinante mundo fantástico y va descubriendo todo a la vez que el publico en el cine, donde los personajes se conocen primero y aprenden a trabajar juntos para salvar a la humanidad haciendo que la historia fluya y de paso nos sintamos identificados con ellos. Tal vez por fidelidad al cómic del cual parte, Valerian y la ciudad de los mil planetas elude esos primeros pasos, pero lo cierto es la vorágine de personajes e imágenes que propone solo nos transporta a las aventuras de Star Wars; Viaje a las estrellas; Guardianes de la Galaxia; un planeta que recuerda al Pandora de Avatar -tanto en sus exóticos paisajes como la actitud de respeto de sus habitantes con la Madre Naturaleza-; y por supuesto El quinto elemento, ese ingenioso y original mundo del que recicla elementos y excéntricos personajes como el extravagante número musical de Rihanna, que recuerda al de la soprano de El quinto elemento. Tampoco ayuda la inexistente química de la pareja protagonista que no genera simpatía alguna, con un inexpresivo Dane DeHaan y la modelo reconvertida en actriz Cara Delevingne, que supera claramente a su compañero masculino. Ante la falta de un villano contundente y con algunos secundarios ilustrados como Clive Owen, John Goodman o Ethan Hawke, la que destaca es una Rihanna -Bubbles-, una alienígena con alma de artista capaz de adoptar la forma que se proponga y tornarse en la fantasía de cualquier caballero, incluso alude en una de sus transformaciones a la mítica Sally Bowles de Cabaret, volviéndose a reivindicar Besson como el más feminista de los directores de acción desde los tiempos de Nikita. Salvando la introducción y la primera gran secuencia en donde Valerian debe moverse a través de un mundo que se presenta a través de diferentes dimensiones, Valerian y la ciudad de los mil planetas despliega con ambición y parafernalia paisajes digitales con ingenio de videojuego, pero con una historia y protagonistas sin trascendencia que apunta a un publico adolescente en el que el azúcar y los anteojos 3D justifican el visionado.
Mezcla de thriller político y psicológico, el nuevo filme de Santiago Mitre -El estudiante y La patota- conserva ciertos elementos de sus anteriores films -como la relación padre e hija, ciertas artimañas de las relaciones de poder y principalmente la política-, y los inserta en un relato que va combinando ágilmente y con intriga el conflicto político con la psicología de los personajes, que hacen virar el film hacia el suspenso y cierta especie de thriller psicológico. La cordillera se adentra en la vida de Blanco -Darín-, un ficticio presidente argentino recientemente asumido que debe participar de una cumbre política en materia energética. Dicho encuentro habrá de consolidar un bloque estratégico entre los países latinoamericanos en el cual predomina una puja de intereses compleja. Pero la intempestiva llegada a la cumbre de la hija de Blanco, emocionalmente inestable, complicara la trama. Con un despliegue de superproducción, elenco internacional y estética que por momentos recuerda a pasajes de El Resplandor o Noches blancas, La Cordillera propone un comienzo sumamente verosímil y preciso en cuanto al abordaje del tema político -que evoca narrativas de series como House of Cards, solo al principio-, para luego correrse del modelo televisivo -con un gran trabajo de guión de Mitre con Mariano Llinás- que añade ciertos elementos oníricos y misterio en cuanto a asuntos familiares del protagonista que le dan un tono inquietante y de suspenso a un relato en el que la banda de sonido se transforma en un personaje mas. La cordillera cuenta un reparto de actores latinoamericanos con talento dando vida a los presidentes de otros países, como la chilena Paulina García o el mexicano Daniel Giménez Cacho -a quien pronto se verá como protagonista de Zama, de Lucrecia Martel-; un medido y creíble Gerardo Romano como el monje negro de todo equipo de gobierno debe tener; Dolores Fonzi, componiendo la hija con desequilibrios emocionales en un papel de los que mejor sabe componer; y Ricardo Darin, encarnando ese presidente estigmatizado como débil y cauteloso del que nadie sabe bien qué piensa, ni siquiera su jefe de gabinete -Romano- o su asistente personal -Erica Rivas-, exponiendo sutilmente la ambigüedad de su personaje. Y la presencia de Christian Slater, en un rol pequeño pero clave, revelando el pragmatismo inescrupuloso que impera en esa negociación resulta tan verosímil como siniestro. Cierto pasaje en el que deciden recurrir a un psiquiatra y su método de hipnosis -que trae a la memoria la reciente Huye!- junto a la revelación del presidente sobre el mal, resultan paradójicamente los puntos de giro y bifurcación de los dos caminos que este thriller mezcla acertadamente. Los imponentes y aislados paisajes nevados de La Cordillera, combinados con el gran trabajo sonoro generador de clímax y un acertado ritmo, imprimen al relato esa atmósfera de thriller psicológico -que por momentos remiten al gran Polanski- y al que tal vez faltaría una o dos escenas de acción contundente.
Sin la complejidad de los universos paralelos de Interstellar, el juego de cajas chinas con los sueños en Origen o la historia al revés de Memento, Christopher Nolan incursiona en otro género y, sin perder su sello y estilo, sumerge al espectador en la desoladora experiencia que sufrieron 400.000 soldados británicos y franceses derrotados y aislados en la playa de Dunkerque al comienzo de la invasión alemana, en un capítulo poco conocido de la Segunda Guerra Mundial. Dunkerque toma este hecho ocurrido en mayo de 1940, cuando 338 mil soldados de las tropas aliadas se encontraban rodeados en la playa francesa de Dunkerque, atrapados entre las tropas alemanas y el mar, con los buques británicos que no podían acercarse lo suficiente para una evacuación por las aguas poco profundas y mientras los aviones enemigos los bombardean. Jóvenes soldados a tan solo 40 kilómetros de su casa pero sin poder volver y a merced de la muerte o un milagro, que finalmente llego de la mano de innumerables marineros civiles que reunieron una flotilla de embarcaciones de recreo y cruzaron el Canal para evacuarlos. Con el objetivo principal de arrojarnos al centro mismo de la evacuación de Dunkerque, Nolan estructura el relato en tres espacios y momentos diferentes - Una semana de soldados sobreviviendo, un día de un barco que surca el canal de La Mancha con la intención de rescatar a las tropas aisladas y apenas una hora de un piloto de avión al que sólo le asiste un viaje de ida-, que sutilmente se van encontrando a medida que la película avanza mientras la tensión escala sin dejar respiro hasta cruzarse en un momento exacto. La abrumadora, precisa y enfática banda sonora -idea artística que podrá gustar o no pero nunca deja de ser coherente- a cargo de Hans Zimmer es una de las claves para que Dunkerque mantenga la tensión e incomode al espectador, recordándole permanentemente que el peligro nunca desaparece y no hay lugar seguro en la guerra, donde una mancha de aceite en el mar con un avión derribado a punto de caer se convierte en algo tan mortífero como un torpedo lanzado desde un submarino o una ráfaga de balas. Es difícil de olvidar los minutos iniciales del desembarco de Normandía de Recatando al soldado Ryan, donde la multipremiada banda sonora de John Williams fuera clave también. Pero a diferencia de aquella, Nolan toma otro camino estético. La estética de la violencia es sustituida por la del miedo y el suspenso en tierra, mar y aire. No hay miembros despedazados ni grandilocuencia en los discursos -no hay casi diálogos y se potencian los gestos, miradas y acciones-, no abusa de explosiones y sabe muy bien cómo integrar los efectos visuales para potenciar la historia. El enemigo, prácticamente es una amenaza invisible pero omnipresente -solo se materializa en forma de aviones, bombas y balas-, dejando en claro que la muerte puede llegar en cualquier momento, desde cualquier lado, manteniendo en vilo al espectador. Dunkerque no tiene actores tan reconocidos, aunque este Tom Hardy o la estrella del pop británico Harry Styles -cantante del grupo One Direction que interpreta a un joven soldado británico-, porque tampoco hay un personaje principal. Son todos protagonistas y por ello tampoco profundiza demasiado en ninguno. No pretende que nos identifiquemos con sus circunstancias personales, apenas llegamos a conocer a ninguno de ellos y las cosas que dicen son casi irrelevantes. Nolan tienen muy en claro su objetivo, mantenernos inmersos en todo momento en el preciso trenzado de angustias, vacíos y esperanzas por las que debieron pasar en la playa esos jóvenes soldados obligados, por un lado a afrontar con honor la derrota y por otro a intentar salvar la vida como sea, dentro de las barcos que intentaron salvarlos y de las cabinas de los aviones de combate. Una sensación que tiene que ver con la supervivencia, con la simple gracia de estar vivo.