Indiscreciones Yo confieso que disfruté esta película a pesar de sus evidentes altibajos y sus vicios de telefilm en donde todo se simplifica. Pero detrás de esa sucesión vertiginosa de personajes conocidos y con muy poco espacio para mostrarse (bien James D’Arcy como un incómodo Anthony Perkins) asoma una trama módicamente macabra que nos permite espiar por un rato los entretelones de la filmación de Psicosis. Ni siquiera la frenética sucesión de éxitos encadenados de toda su obra previa a 1960 le permitió a Hitchcock contar con la banca de un estudio para emprender su siguiente proyecto, por lo que Alfred (un Anthony Hopkins que imita más de lo que interpreta), amparado en el total respaldo de su mujer Alma (una Helen Mirren que interpreta más de lo que imita) decide jugársela y financiar él mismo su trabajo. Tras la incertidumbre llegará el mayor éxito de su carrera. La película es muchas cosas pero su foco está puesto en la relación de Alfred y Alma, tratando de demostrar la enorme influencia que ella tuvo sobre él. Derrapa cuando se arriesga a poner en escena el vínculo imaginario entre el director y el asesino de la novela en la que se basa Psicosis, y acierta cuando se concentra en el proceso de rodaje y edición de esa obra maestra. Hay una ligera subtrama de infidelidad, pobre Mc Guffin, y un gran momento cerca del final, cuando se escuchan los gritos de los espectadores que asisten al estreno y experimentan por primera vez la mítica escena de la ducha.
Dado vuelta estás vos Robert Zemeckis vuelve a la ficción con actores tras Náufrago (gran película) y doce años de experimentar con la animación 3D. El resultado final de su último trabajo es, irónicamente, un nuevo naufragio. Una caída en un mar de moralina que aún así tiene un par de rasgos redimibles, sobre todo por el lado de las interpretaciones. Denzel Washington está perfecto en su rol porque en el fondo siempre compone el mismo personaje, dueño de una nobleza interior que lo salva de sus ocasionales desvíos. El tema es que siempre termina haciendo lo mismo y entonces uno puede anticipar cualquier resolución de una trama que lo incluya. En este caso es un piloto tan talentoso como descarriado que no tiene ningún problema en realizar su trabajo bajo los efectos del alcohol y las drogas. Hasta que un accidente aéreo lo pone en el centro de una investigación que amenaza con hacer públicas sus adicciones. Un punto a favor del argumento (prácticamente el único, pero importante) es que el accidente no guarda relación con una mala praxis del piloto. Don Cheadle y Bruce Greenwood son dos grandes actores que cumplen como siempre en sus roles secundarios. Y el personaje compuesto por John Goodman (dealer del protagonista) parece trasplantado de algún film de los hermanos Coen, y con eso le alcanza para quedar como lo más destacado. El problema es el enfoque que se le da a un tema muy interesante, esa búsqueda de redención que tan bien saben plasmar cineastas como los hermanos Dardenne, y tantos otros. Pero la propuesta, en este caso, simplemente no está a la altura, y termina transformándose en una víctima más de su propio vuelo bajo.
Take a walk on the wild side Una curiosidad que, en el marco de los Oscar, saludablemente no se inscribe en lo que habitualmente se premia, y que muestra una gran habilidad de su director, el debutante Benh Zeitlin, para no caer en ninguna de las trampas que se podían presentar en una apuesta riesgosa que combina un registro semi-documental con efectos visuales y fantasía, y un gran trabajo de la niña protagonista y otros no-actores que la rodean. Cuento de hadas marginal, a mitad de camino entre el neorrealismo y el realismo mágico, mezcla rara de De Sica y Miyazaki conviviendo con Mark Twain y Kusturica, la película se parece a muchas cosas para no parecerse a nada, se destaca por sus climas y su permanente sensación de peligro.
Sacá el tigre que hay en vos Este extremadamente bello folletín new age, que cuenta con una asombrosa fotografía y un buen aprovechamiento del 3D, comienza con una media hora ordinaria en su apelación al mensaje directo, hablando de Dios de la manera más intrascendente. Lo que sigue es una aventura sin dudas extraordinaria que levanta un poco la puntería y que, como bien dijo Fernando Varea, es una cruza de Náufrago con El libro de la selva, por más ridículo que esto parezca. Más espectáculo circense que película, la experiencia se parece a un paseo por el mejor acuario. El final apela tibiamente a la ambigüedad, pero demasiado tarde, y es entonces cuando se produce un curioso fenómeno que la termina conectando con ese afán del protagonista por encontrar a Dios, uno termina creyendo en algo cuando el final es inminente.
Tuve un sueño Toda la grandilocuencia de un musical hecho con talento y esfuerzo, formalmente impecable y por completo carente de nuevas ideas. Tom Hooper, el sobrevalorado director de la multipremiada El discurso del rey (2010) se confirma como un laborioso artesano de retratos de época, muy hábil para lograr el lucimiento de cada uno de sus actores. Y es probable que su película se lleve algún Oscar, sobre todo en los rubros técnicos y por la actuación secundaria de la versátil Anne Hathaway. No soy para nada fan de los musicales, menos de los dramas, pero disfruto de los directores talentosos como Jacques Demy que saben crear universos propios cuya fluidez permite vencer el artificio de las transiciones. Cosa que claramente no se logra en este caso, donde cada tema musical es precedido por una escena hablada que duplica lo que se quiere contar, hasta generar una sensación de hastío y volver excesivas las más de dos horas y media de duración. El irónico problema de Los Miserables, entonces, es que derrocha demasiado tiempo y talento.
Love rears its ugly head La extraordinaria actuación de sus dos protagonistas y la precisión habitual de Haneke para la puesta en escena elevan una propuesta que se sostiene en una rara combinación de tensión y ternura para derrapar cerca del final. Podría haber sido una obra maestra pero solo persiste como un desencantado grito de amargura. George y Anne son una pareja de profesores de música cómodamente jubilados, pero el bienestar se desmorona cuando Anne sufre un infarto que le irá haciendo perder gradualmente todas sus capacidades. El tema no es tanto cómo retratar la agonía, sino para qué. Y en ese punto es en donde se abren todos los debates. El personaje de Emanuelle Riva (quien podría quedarse con el Oscar) es seguido de cerca en su degradación física con una mirada que oscila entre extremos de delicadeza y crueldad. No deja de ser irónico que se trate de la misma mítica actriz de Hiroshima Mon Amour (1959) y Kapo (1960), ya que esta última película inspiró el no menos mítico artículo de Jacques Rivette sobre la abyección del que se sigue hablando y se reactualiza con este film. El trabajo de Jean Louis Trintignant es conmovedor. El de Haneke, muy certero en su afán de generar incomodidad y claustrofobia. Amour es angustia hecha cine y sus propósitos se seguirán discutiendo.
El tiempo hace poesía con los errores David O. Russell siempre ha sido un director interesante, que mantiene una línea aunque sus últimos trabajos puedan parecer versiones lavadas y más aptas para todo público de sus obsesiones de siempre. En sus películas los hombres son como niños y las mujeres son las que llevan adelante el relato, incluso en su trabajo previo que se metía con el mundo del boxeo y también compitió por el Oscar, y que en Argentina se conoció como “El ganador” (ay, duelen algunas traducciones de títulos, porque los protagonistas de los films de Russel suelen ser perdedores hermosos). En este caso no había muchas posibilidades de conservar el título original (algo así como “el libreto forrado de plateado”) por lo que habrá que aceptar la traducción buena onda (en México, por ejemplo se conoció como “Los juegos del destino”). La historia es la de un tipo que vuelve vencido a la casita de sus viejos, tras pasar ocho meses internado en un psiquiátrico por agredir al amante de su esposa. Su actitud positiva es más un manotazo de ahogado que una convicción, pero aún así encara el camino de la recuperación, pero un tropiezo (literal) con una vecina que también carga con sus demonios internos cambia todos sus planes. Más amontonados que juntos deberán encarar una improbable recuperación que no siga recetas de manual. La trama es un vehículo perfecto para el lucimiento de los actores, por sus diálogos filosos y veloces. Jenniffer Lawrence es seria candidata al Oscar a mejor actriz, pero todos los demás también se destacan (la película acumula 4 nominaciones para sus actores principales, entre los que se cuenta a un recuperado Robert De Niro, que vuelve a estar nominado después de mucho tiempo). El final edulcorado, convencional y previsible confirma el camino hacia la amabilidad emprendido últimamente por el director, que le permitió gozar de éxito y mayor difusión, pero que deja gusto a poco. A Rusell le va mejor el coqueteo con el lado oscuro y habrá que ver como sigue su carrera. El tiempo dirá.
Desarma y sangra El último trabajo de Tarantino es como un mal alumno, tan personal como caprichoso en su afán por ser incorrecto, un más de lo mismo en el que se pueden encontrar algunos chispazos de genialidad, mucho ingenio y un ya clásico regodeo por la sangre, sobre todo en la última media hora. Curiosamente, hay más de Sergio Leone en Bastardos sin Gloria (2009) que en este western demasiado conversado y recargado de marcas autorales como para parecerse a otra cosa que no sea una película de Tarantino, y que abunda en ejemplos de explotación que van de lo metafórico a lo literal (basta con ver el pequeño papel que se reserva el propio director). La única salida posible, otra vez, parece ser la venganza. Lo cierto es que la película se deja ver con fascinación, más allá de que algunos la consideren una obra maestra y otros un lujoso salto al vacío. Tarantino se encarga de poner las cosas en su lugar. Ni tanto ni tan poco. Lo que queda es un vehículo perfecto para el lucimiento de los actores, en donde Waltz repite papel y vuelve a encandilar con lo suyo, y también se luce Samuel Jackson, que siempre crece cuando está a las ordenes de Quentin. Di Caprio y Foxx también cumplen y solo Kerry Washington parece tener un papel decorativo. La violencia (por momentos estilizada, por momentos gratuita) también le deja lugar a pasajes más líricos como el de la leyenda de Brunilda y Sigfrido, que el Dr. Shultz (Waltz) le relata al protagonista, un esclavo que juega al amo.
Haz lo correcto El último trabajo de Spielberg es como un buen alumno, tan correcto como anodino, y lo que más llama la atención es la ausencia de la mayoría de las virtudes y los defectos de sus películas previas. Es muy probable que Daniel Day Lewis se lleve otro Oscar por su intepretación de un Lincoln que parece cargar con todo el peso de la historia en sus hombros. Por lo demás, el interés de la trama es acotado. Resulta un acierto que el foco esté puesto en solo un año en la vida de Lincoln, 1865, y en su obsesión por lograr la abolición de la esclavitud. Con esto Spielberg logra desmarcarse del tradicional formato biopic, que suele engolosinarse en representar una infancia que defina el destino de su protagonista. No obstante, la extrema dignidad del buen Abraham y ciertos subrayados no hacen más que billikenizar la Historia. Una Historia que solo por momentos cobra vida, cuando se embarra en una serie de posiciones contradictorias pero atendibles de cada uno de los políticos que negocian las idas y vueltas de la enmienda que permitirá la libertad de los esclavos. Los puntos de contacto con Amistad (1997), del mismo director, son varios pero en este caso se nota una clara intención de evitar las ingenuidades, simplificaciones y golpes bajos de aquel trabajo. Habrá que ver si con esto alcanza para llevarse más premios. En el contexto actual no sería raro que eso ocurriera.
Bastardos con gloria Kathryn Bigelow supo ganarse el prestigioso lugar que ocupa hoy en la industria del cine a base de películas en donde el pulso narrativo estaba sustentado por una interesante ambigüedad. En Vivir al límite, su muy galardonada película previa, mostraba como contar algo desde un único punto de vista no necesariamente significaba adherir a ese punto de vista. Nada más alejado de su último trabajo. La noche más oscura es su película más clara, y abyecta, porque amparada en ese lugar ganado amaga con generar alguna polémica y termina avalando todo lo que podría llegar a condenar (tibiamente). La CIA tortura, sí, pero solo a gente malvada que se lo merece, y que de paso termina brindando una información muy útil para el fin que justifica todos los medios, cazar y aniquilar al mismísimo Osama Bin Laden. Por las dudas, se aclara que desde la llegada de Obama se terminó con eso de las torturas. Que los responsables de esos actos sigan ocupando posiciones cada vez más importantes parece un detalle menor. Y que los centros clandestinos de detención sigan multiplicándose por el mundo es apenas un mal necesario. Hay, claro, talento para la puesta en escena, rigor para ser verosímil, buena edición de imagen y sonido y un ritmo lento pero sostenido para generar un continuo estado de alerta. Pero todo en función de contar la historia de gente que, con semejante y temible poder de decisión, nos da la pauta de que la noche más oscura es la que aún está por llegar.