Gracias por el fuego Ridley Scott supo ser el creador de dos de las más influyentes películas de ciencia-ficción de todos los tiempos, Alien (1979) y Blade Runner (1982). Irónicamente, o no tanto, el director prestigioso fue mutando hasta convertirse en un replicante, y en casi toda su obra posterior alternó cierto vuelo visual y talento para la puesta en escena con grandilocuencia y predilección por ideas gastadas. Prometeo condensa toda la carrera de Scott en un solo trabajo (que sin duda dará inicio a una nueva saga). Todo lo bueno y lo no tanto. Esta nueva/vieja película adhiere a la casi siempre detestable moda de las precuelas, pero de una manera saludablemente lateral que revisita el universo creado en la primera entrega pero no abusa nunca de ello, genera nuevas (grandes) preguntas y, afortunadamente, no puede responderlas. Se permite algunos diálogos ingeniosos y desarrolla a sus personajes principales (no así a los secundarios). Y con todo esto le alcanza para desmarcarse del cine anabólico que supimos conseguir. Los dos protagonistas, Michael Fassbender y Noami Rapace, si bien se están transformado en figuritas repetidas, cumplen a la perfección con sus papeles. Una mención aparte merece la escena de la “césarea” que retoma la entrañable (literalmente) y antológica escena de la mesa de operaciones de la primera para crear otro momento inolvidable. Scott redobla la apuesta con una mágnifica edición y, claro, un estilo visceral. Seguramente lo mejor de la película. Habría que ver si en otro de los denominados “tanques de Hollywood” existe semejante alegato a favor del aborto.
Patadas, mentiras y video Steven Soderbergh es un realizador inclasificable y versátil que en esta oportunidad se mete con un género devaluado como el de acción sin traicionarlo, y demostrando un fervor tarantinesco por el cine clase B de los años setenta. En esta película no se podrán encontrar ni rastros del director de “Che, el Argentino”, pero sí del de “La gran Estafa”. El guión es apenas un marco de referencia para desarrollar un thriller estilizado, autoconciente y autoindulgente, tan trivial como placentero, con una realización de bajo presupuesto en formato video, con buen aprovechamiento de locaciones reales como Dublín o Barcelona y una saludable ausencia de efectos especiales. Parecería que todos los recursos económicos se concentraron en rodear a la protagonista (la eficaz y ágil Gina Carano, popular luchadora de artes marciales y aquí una suerte de versión femenina de Jason Bourne) con actores muy reconocidos (Ewan McGregor, Michael Douglas, Antonio Banderas, Channing Tatum, Bill Paxton y un Michael Fassbender que ya va por su quinta película en el año), para redondear un producto elegante y poco novedoso que apuesta a lo esencial de un género, donde todo ha sido muy visto pero es igualmente disfrutable.
Fallas de Origen Tan grandilocuente y ambiciosa como era de esperar, la última película de Christopher Nolan (uno de esos directores que solo sabe filmar en mayúsculas) ahonda las debilidades de su anterior trabajo, El Origen, sumando subtramas a una historia más intrincada que compleja, sobreexplicandolo todo y traicionando por momentos su propio estilo con un par de resoluciones torpes. Apenas se puede rescatar el trabajo de Ann Hataway como una gatúbela que parece ser el único personaje capaz de adaptarse a las circunstancias, y la tensión bien lograda de algunas secuencias como la incial en el avión o la del estadio, tensión que se disuelve y reaparece esporádicamente a lo largo de las casi tres horas de este supuesto final de la saga. Nolan es un laborioso arquitecto al que le resulta cada vez más difícil poblar sus obras con personajes tan ricos e impredecibles como el Guasón de Heath Ledger, que aquí brilla más que nunca por su ausencia.
Perdedores hermosos Marcel Marx, ex-escritor bohemio y alcohólico devenido lustrabotas de una ciudad portuaria se cruza, cuesta abajo en su rodada, con un niño africano que acaba de llegar en un container y busca reencontrarse con su madre. Ese es apenas el punto de partida con el que el director finlandés Aki Kaurismaki (Luces al atardecer, El hombre sin pasado) desarrolla su tan particular tragicomedia. Si bien la temática de la inmigración ilegal la acerca a propuestas vistas recientemente como Figuras de Guerra o la rosarina El gran río, lo que hace Kaurismaki solo es comparable con sus trabajos anteriores, por la manera de querer a los personajes y de contar con distanciado humor las historias más tristes. Un retrato muy humano de antihéroes que, a fuerza de ser solidarios, terminan llegando a buen puerto.
Una que sepamos todos Cuando una película de espionaje revela su predecible vuelta de tuerca en el mismísimo trailer, y a pesar de eso trata de sostener esa supuesta incógnita, estamos en problemas. Después, hacia el final, habrá una remanida segunda vuelta que afortunadamente no fue revelada antes, pero aparece demasiado tarde para sostener el interés minado por esa primera revelación y por un verdadero festival de lugares comunes (agente ya retirado y experimentado debe volver a revisar un último caso y para ello se verá obligado a convivir con un novato tan ingenuo como prometedor). Richard Gere pone todos sus mohínes de siempre al servicio de sostener lo insostenible. Hay algunos disparos, pero los agujeros principales son los de la trama.
Los de arriba y los de abajo A mitad de camino entre el costumbrismo estereotipado de “El exótico Hotel Marigold” (pero sin colgarse tanto de la chapa de sus protagonistas) y la denuncia social licuada por el paso del tiempo de “Historias cruzadas” (otra película sobre señores y criadas situada en los años 60), la película de Philippe le Guay se sostiene apenas por el encanto de los protagonistas, la bella argentina Natalia Verbeke (El hijo de la novia) y el siempre perfecto hombre gris que compone Fabrice Lucchini (Confidencias muy íntimas), en este caso pobremente acompañados por el grupo de mujeres españolas de título, aquejadas por una sobredosis de clichés (comen paella y tortillas, gritan, rezan, y parecen disfrutar de la vida más que los franceses). El contexto histórico, muy de fondo, es interesante, la migración de mujeres que iban a trabajar de lo que fuera a Francia escapando del franquismo, pero todo redunda en un módico entretenimiento, tan amable como esquemático, cuya principal virtud termina siendo su falta de ambiciones.
Una película de Claire Denis en la cartelera rosarina siempre es motivo de festejo. La talentosa y aquí poco conocida directora francesa construye este trabajo (visto hace unos años en el BAFICI) a partir de los gestos de afecto de sus personajes, casi todos inmigrantes africanos aferrados a sus rutinas. Un empleado ferroviario a punto de jubilarse que vive muy apegado a su hija, y su familiar relación con sus vecinos y compañeros de trabajo son el punto de partida y de llegada de esta historia contada con nobleza y calidez. Todos ellos conforman una suerte de comunidad que vive en un delicado equilibrio y que se resiste al cambio. Denis tiene una mirada certera para encadenar sin énfasis detalles mínimos, y encontrar belleza en los rituales cotidianos. Postales suburbanas de vidas que se unen o se bifurcan como las vías de un tren.
Vino para quedarse Este curioso falso documental de Nicolás Carreras tiene una estructura compleja que engaña los sentidos pero termina dejando un buen sabor. Charlie Arturaola es un prestigioso sommelier uruguayo, una celebridad en el mundo del vino que vive en Estados Unidos y viene a Mendoza a participar de un evento, allí se cruza con varios personajes reales de ese mundo, como el enólogo Michel Rolland y el chef Donato De Santis, que aporta su simpatía habitual y algunas notas de madera con su actuación. Con estos elementos, más propios de un programa de cable, Carreras construye su propia historia y sorprende con una trama que muy pronto da un giro inesperado. Charlie descubre que está perdiendo su sentido del gusto al punto de ya no llegar a diferenciar un varietal de otro. Toda la película termina siendo un camino hacia la recuperación de ese paladar perdido, camino que cruza visitas a bodegas reales (en donde el protagonista apela a toda clase de mentiras para poder probar los mejores vinos) con su propia historia familiar hasta borrar cualquier límite entre documental y ficción. Hay momentos que funcionan mejor que otros pero la originalidad de la propuesta termina imponiéndose como un buen cabernet.
Justo cuando parecía que ya no había mucho que agregar a la aventuras de Alex, Marty, Melman y Gloria, la dupla de Eric Darnell y Tom Mcgrath nos regala la entrega más divertida de la saga, que se contagia por momentos del espíritu anárquico e irreverente de los hermanos Marx. Los personajes de siempre (mención especial para los pingüinos) se complementan muy bien con los nuevos en una trama que esta vez los lleva a una persecución por todo el continente europeo para generar el vértigo bien entendido de los productos Dreamworks, que si bien no alcanza la profundidad de los de Pixar acierta sumando talentos como el guionista Noah Baumach y las voces de Martin Short (un muy expresivo león marino con acento italiano) y Frances McDormand como una temible villana dispuesta a todo por atrapar al cuarteto protagónico (aunque como siempre hay que lamentar que la mayoría de las funciones sean habladas en español). Ejemplo de una saludable tendencia actual del cine de animación a cuidar las secuelas que comenzó con "Toy Story". La propuesta de pan y circo esta vez funcionó.
Un proyecto de María Verónica Ramírez que cuenta cuatro historias realizadas con multiplicidad de técnicas de animación y un único fervor artesanal por recrear una ciudad mítica con pinceladas de humor absurdo y tanguera nostalgia. “Meado por los perros”, de Pablo y Florencia Faivre, es el retrato de un carnicero de barrio que ve perder a su clientela ante la llegada de un hipermercado y cuenta con la técnica más original. “Claustrópolis”, de Pablo Rodríguez Jáuregui, aporta una buena ambientación a una cálida e ingenua historia de amor infantil saturada de colores con aires retro y música de Fernando Kabusaki. “Bu Bu” se vuelve lúgubre y cruel con el despliegue y vuelo visual de Carlos Nine para contar los últimos recuerdos de un criminal moribundo, y “Mi Buenos Aires herido”, de Caloi y Ramírez, cierran con una historia más convencional.