La imagen demora en aclararse. Al comienzo es como si un fuera de foco (no literal sino en sentido expresivo) se prolongara para alcanzar de a poco la precisión del detalle, y con él lo que estamos viendo empieza a revelar su verdadero sentido. Del fragmento se va al todo. Y ya que aquí se trata de trenes, son las vías las que construyen la metáfora, con el auxilio de textos de Henri Bergson: si el tramo que vemos es muy corto, lo curvo puede parecer recto y ocultarnos su verdadera razón de ser. Esa suerte de equívoco invita a Juan Hendel a reflexionar sobre el fragmento, examinarlo en relación con el todo al que pertenece y aplicarlo a otras situaciones de la vida. El tramo parte del que Amigos del Ferrocarril Belgrano rescatan laboriosamente del abandono y el olvido, pero el elocuente film habla de mucho más, incluido el cine mismo.
Todo está en venta Compra y venta; pocos otros temas ocupan tanto nuestro interés en estos tiempos regidos por el consumo y donde todo es mercadería. Sin embargo, el de los remates y las casas de compraventa es un micromundo en el que el cine documental no ha curioseado demasiado y que ahora se revela apasionante ante la mirada perspicaz y sensible de este par de jóvenes cineastas -Maito y Mazú eran apenas veinteañeros cuando rodaron el film-. Y no se trata sólo de su habilidad para describir un medio donde todo está en venta -alguien admite que la suya es una actividad en la que se comercia con los afectos de la gente-, sino también a los personajes que lo pueblan, a esa suerte de comunidad que comparten, con sus respectivas historias de vida y los conceptos -dueño, propiedad- necesariamente sometidos a revisión. Todo un éxito.
Ciencia y nazismo Sin llegar a la notoriedad del Josef Mengele ni haber sido objeto de condena pública, el médico danés Jan Vaernet también contribuyó con los experimentos científicos desarrollados por los nazis. Su campo de acción era singular: buscaba una "cura" para la homosexualidad partiendo del supuesto de que las hormonas determinan la orientación sexual de cada uno. En el nazismo, al que se sumó durante la guerra, encontró el ámbito donde poner en práctica sus experimentos, tanto en Buchenwald como en Praga, adonde fue destinado por Himmler. El film indaga en la vida de este personaje que sorteó a la justicia, halló refugio en la Argentina y fue contratado por el Ministerio de Salud. El interesante relato se dispersa un poco al vincularlo con los avances logrados por la comunidad homosexual en los últimos años.
Colaborador de Torre Nilsson y Favio y figura apreciada en el cine local, Rodolfo Mórtola no llegó a ver estrenado éste, su segundo film, rodado en San Luis en 2011, el año de su muerte. La melodramática historia habla de dos hermanos que dejan su tierra para estudiar canto lírico en la Capital, donde la aparición de una sensual cantante contribuirá a separar sus caminos. El film parece apuntar al clásico triángulo amoroso, pero pronto abandona esa vía para hacer hincapié en temas como el sacrificio y la fe (el mayor, elegido por ella, se niega a competir con su hermano y prefiere iniciar una búsqueda espiritual), mientras el menor, desairado, se entrega al alcohol y precipita el drama. El esfuerzo del trío actoral (se destaca Florencia Otero) no alcanza a disimular la pobreza del libro ni sus convenciones.
Silencios prolongados. Largos planos fijos. Escenas que se demoran en la observación de situaciones que buscan descubrir en la intimidad de una pareja, durante una entera jornada de domingo, las señales de una relación que no se decide a reconocer que desfallece, o que apenas sobrevive en la superficie de gestos ya vacíos, sólo sostenidos por la rutina. Todo transcurre, del despertar mañanero al inevitable desenlace, en la amplitud de un departamento que con el correr de las horas empieza a tomar el carácter de un encierro para los dos, aunque ella parezca más consciente del clima de incómoda tensión y más dispuesta a ponerle fin, y él se muestre más confiado en que aún hay tiempo para recuperar el lazo que los unía. El lenguaje minimalista de María Laura Dariomerlo aquí debutante en el largometraje trata de transmitir al espectador esa atmósfera de tensión y lo consigue en buena medida, más allá de que al mismo tiempo imponga cierta distancia que desalienta el compromiso emotivo, una carencia que se vuelve notoria sobre todo en los tramos finales, al hacerse necesaria una culminación dramática. Por otro lado, no puede evitarse que tanta contención, más el ritmo moroso y la extensión de los silencios suenen a veces algo forzados y confieran cierto carácter artificioso a los personajes y a la historia, cuyo desenlace no puede anotarse entre los aciertos del guión. En cambio, sí los hay en el terreno visual. Ya es un mérito destacable que en su primera película, Dariomerlo pueda mostrarse dueña de un estilo. En él mucho tiene que ver la cuidada composición de los encuadres, la luz de Agustín Álvarez y el empleo del fuera de campo. También cabe destacar el trabajo de los actores principales (Leticia Bredice y Pablo Rago), gracias a cuya entrega esta suerte de crónica de una separación tema tan frecuentado por el cine puede ganar algún interés extra.
Raramente el medio judío ortodoxo ha sido retratado por el cine israelí y es probable que nunca tal tarea haya estado a cargo, como en el caso de La esposa prometida, de un cineasta salido de ese universo y, más sorprendente todavía, que se trate de una mujer. A la familiaridad y el profundo conocimiento de esa comunidad cerrada sobre sí misma y predominantemente ritualizada por lo religioso que posee Rama Burshtein y que asegura la solidez de su testimonio documental, debe sumarse en este caso que se trate de una directora de su sensibilidad y su delicadeza. Al situarlo en el cosmopolita ambiente de Tel Aviv, no necesita subrayados para describir la condición de aislamiento y de estrecha cohesión interior en que se desarrolla la vida cotidiana en el mundo jasídico ultraortodoxo: aunque los personajes transitan por las mismas calles que todo el mundo, no se muestra ninguna interacción con el mundo no religioso; no porque Burshtein quiera sugerir conflictos entre los dos grupos sino porque su mirada prefiere apuntar a la intimidad y centrarse en la historia familiar, una historia que, en cierta medida -en cuanto lo que importa aquí por sobre todo son las relaciones humanas- bien podría suceder en cualquier sociedad regulada por tradiciones y normas estrictas, aunque los omnipresentes rituales jasídicos impongan cierto aire de otros tiempos, más cerca de las convenciones del pasado que de las libertades del mundo de hoy. En el centro de la historia está Shira, una bella chica de 18 años que sueña con un casamiento por amor, pero al que la fatalidad obligará a un intempestivo cambio de rumbo. Durante la tradicional fiesta de Purim, su hermana mayor muere al dar a luz a su primer hijo. En poco tiempo más habrá que darle una madre y, ante la posibilidad de perder al nieto huérfano, la familia verá aconsejable que ésta sea alguien del grupo: Shira, que es casi una niña, o una tía mayor, a punto de quedarse solterona. Pero cualquiera de las dos, además del joven viudo, deben dar su consentimiento. Que la flamante abuela planee sus estrategias no supone que haya presiones o imposiciones. Shira duda y gracias a la admirable expresividad de Hadas Yaron (premiada en Venecia por este trabajo) y a las sutilezas de Burshtein, el relato puede optar por las sugerencias para describir sus vacilaciones, con tanta agudeza como capta y traduce los sentimientos de cada uno de los restantes personajes, todos muy bien interpretados. La directora, brillante en el aspecto documental al que dedica particular atención, algo explicable si se considera que es un medio al que el cine no suele tener demasiado acceso -cuenta también con el valiosísimo aporte de un equipo fotografía, ambientación, música- en el que todos sumaron, además de sólido oficio, una especial sensibilidad.
El crudo diario íntimo de un gran cineasta Ingeniero de sonido, productor, realizador, colaborador de algunos grandes cineastas de su país o extranjeros, el portugués Joaquim Pinto interrumpe el largo silencio al que lo obligó la enfermedad para asumir la primera persona y volcar en esta suerte de cinematográfico cuaderno de notas su intimidad, sus experiencias cotidianas, desde las más penosas producto tanto de los males físicos que padece cuanto de los indeseables efectos de sus tratamientos hasta las más rutinarias de una vida en el campo al lado del generoso y comprensivo Nuno, con quien lleva dos décadas de unión, y de sus cuatro perros, casi tan protagonistas como ellos dos de este film inclasificable. Como en un diario, además de los cambiantes estados por los que atraviesa -cansancio, insomnio, deterioro físico y espiritual también caben allí sus opiniones sobre todo tipo de asuntos, desde el estado actual del mundo hasta la religión, la política y, por supuesto, el cine. En 2011, cuando ya llevaba dos décadas luchando contra el HIV, inició en Madrid un tratamiento todavía en fase experimental contra la hepatitis C, que había contraído entretanto. La voz de Joaquim, casi siempre en off, aunque no faltan los momentos en que se dirige a cámara, confiesa sus sentimientos, expone sus dudas, acompaña sus jornadas de trabajo en la granja de las Azores y sus reiteradas visitas al hospital madrileño o a los diversos laboratorios en cuyos microscopios intenta descubrir al virus que desde hace tanto tiempo le ha trastornado la vida esa que él juzga poco interesante, y también se ha llevado la de muchos de sus amigos. En el ritmo de su decir y en el de la construcción visual de un relato que abarca tanta variedad de temas, hay cierta cadencia que transmite algo de serenidad y seguramente es decisiva para que las casi tres horas de duración pasen casi sin ser advertidas. Aunque está presente lo mismo que la amenaza de la muerte que viene con ella la enfermedad no es el tema central de esta película indescriptible. En todo caso, cabe definirla como la reflexión profunda, muchas veces poética, siempre personal de un artista sobre la vida, el amor, el sufrimiento y la mortalidad, mientras sigue interrogándose en busca de un sentido. La religiosidad asoma en más de una oportunidad, sobre todo en los tramos finales, donde despunta alguna memoria autobiográfica apoyada en ilustrativo material gráfico. Puede que no se trate de una obra de acceso sencillo, pero es difícil permanecer indiferente ante este diario íntimo crudo y conmovedor, Se exhibe solamente en el Malba, Figueroa Alcorta 3415, hoy y los restantes viernes de este mes, a las 21.30.
Tropicalismo, ecos que aún resuenan Tropicalia ya lo decía Hélio Oiticica, quien así bautizó una de sus ambientaciones, conocida en el Museo de Arte Moderno de Río en abril de 1967 "no es sólo un título; es una postura estética (...); una tentativa consciente, objetiva, de imponer una imagen obviamente brasileña al contexto de la vanguardia y de las manifestaciones en general del arte nacional". Al confrontar esa imagen con movimientos artísticos internacionales como el pop, pretendía combatir el colonialismo infiltrado en la cultura brasileña. En otras palabras, buscaba la creación de una verdadera cultura brasileña para lo cual era necesario que asumiendo la propia condición mestiza (blanca, negra e india) absorbiera antropofágicamente la herencia europea o norteamericana. "La búsqueda de una síntesis entre ideas totalmente contradictorias, una utopía", la definió Gilberto Gil, uno de los principales representantes del movimiento que se destacó sobre todo en la música popular, con Gil y Caetano Veloso a la cabeza, pero también en otros terrenos como el teatro, las artes plásticas, el cine y la televisión. La canción-tema de Caetano, la que declara que organiza el movimiento y orienta el carnaval todavía no tenía título cuando ya integraba el repertorio que él había seleccionado para su primer disco solista. Ninguno podía ser más adecuado que el de la obra de Oiticica, un ambiente tropical cubierto de arena y gravilla y lleno de plantas y pájaros, donde al final de una especie de laberinto se desembocaba frente a un televisor encendido. Era natural que también lo fuera en este documental cuyo rasgo distintivo coincide con el del tropicalismo: la mezcla. Entre tantas obras que han hurgado en el pródigo territorio de la música popular el cine documental brasileño lo ha hecho con frecuencia en los últimos años, el film de Marcelo Machado que se ofrece en BAMA y a partir de mañana todos los sábados, a las 22, en el Malba, sorprende por la variedad y riqueza del material que pudo acopiarse durante los cinco años de minuciosa investigación que le dedicó Antônio Venâncio, nombre decisivo entre quienes contribuyen a rescatar la memoria nacional, pero también cautiva porque Marcelo Machado evitó cuanto pudo el formato "cabezas parlantes" y casi todos los restantes estereotipos que acechan detrás de cualquier documental sobre músicos. Prefirió dejar hablar a las imágenes, tomadas de films y noticieros, (y a la música, claro), por sí mismas Entre muchas -algunas poco o nada difundidas antes están las de Caetano y Gil cantando "Shoot me Dead" ante la multitud en la isla de Wight; la de Nara Leão registrando a Caetano mientras presenta "Alegría alegría" en el festival que para algunos marca el comienzo del movimiento, o la "clase" impartida -muy a su estilo- por Tom Zé. Y lo principal: interesa porque supo no descuidar el contexto histórico y político y las distintas facetas en que el movimiento se manifestó, si bien tal actitud sólo puede apreciarse mejor desde el punto de vista de quien conoce la historia contemporánea del Brasil y la excepcional riqueza de su producción musical. Tal presunta "distracción" también tiene su flanco benéfico: el espectador puede disfrutar de muchas joyas. Unos pocos ejemplos; el de "Panis et Circensis" de Os Mutantes, el "Divino, maravilhoso" en vivo de Gal Costa, o la versión imperdible que Caetano ofrece de "Asa branca" tomada por la televisión francesa. Otro hallazgo está sobre el final, al retratar hoy a los protagonistas viendo imágenes del pasado. El tropicalismo dejó escasa obra, pero con su propuesta derrumbó prejuicios y abrió puertas. Sus ecos todavía resuenan.
Un remedio para la soledad El kauwboy del título original no monta a caballo ni vive aventuras en el Far West. Es el nombre que en holandés lleva la grajilla, el ave de la familia del cuervo que el chico protagonista de esta historia adopta como mascota, porque el azar la ha puesto en sus manos y seguramente, sobre todo, porque hay entre los dos, el chico al que Rick Lens da vida con prodigiosa naturalidad, y el ave, de no menos llamativas "dotes actorales", cierta desdichada conexión. Jojo, el inquieto y solitario protagonista de unos 10 años pasa la mayor parte del día solo. Sus padres están ausentes: él, en el trabajo al servicio de alguna fuerza de seguridad; la madre, como cantante de música country en una gira tan interminable por los Estados Unidos como para que a ningún espectador adulto le llame la atención que nunca se oiga su voz cuando Jojo recibe sus frecuentes llamadas telefónicas. El mismo espectador tampoco se preguntará el porqué del inexplicable y continuo mal carácter de ese papá todavía joven. Kauwboy es, claro, una historia contada desde la perspectiva del chico, y lo que se percibe casi desde el mismo comienzo es que ni el padre ni el hijo, cada uno a su modo, se han resignado a aceptar el golpe que les dio la vida. Para que eso suceda les será necesario pasar otra vez por la misma dolorosa experiencia. Es una historia pequeña, modesta, sin excesivas pretensiones, pero muestra la sensibilidad del holandés Boudewijn Koole para acercarse al mundo de los niños y para interpretarlo sin dejarse llevar por la sensiblería ni apelar al azúcar, aunque el tema central -las "vidas paralelas" de un chico y la curiosa mascota a la que da refugio y de la que recibe compañía- invitaba a la sobredosis sentimental. A Jojo y Jack (tal el nombre con que bautiza a su grajilla) los une el azar. El ave cae del nido, pero en vano el chico la devuelve a su hogar: la cría es otra vez expulsada. No tiene otro remedio que llevarla a casa, aunque ya sabe que su padre opina que las mascotas no pertenecen a las casas, sino al exterior. A Jojo las cosas no le resultan fáciles. No sólo carece de la contención que su padre, hosco y de modales bruscos, no puede brindarle. Además debe mantener a su protegida a escondidas de la mirada paterna. Pero algo mejora con la llegada de una nueva compañera, algo mayor que él, al equipo de waterpolo del que forma parte. Es una presencia que le despierta cierto novedoso interés. Suficiente para aligerar un poco el peso de su soledad. Por lo menos hasta que la crisis se manifieste, la verdad deba asumirse y el desencuentro entre padre e hijo termine disolviéndose, A los méritos del film, cuyo director obtuvo distinciones en Berlín, Bombay y Troia, entre otros festivales, deben añadirse la excelente fotografía de Daniel Bouquet, la música de Helge Slikker y el notable desempeño del reducido elenco.
Un documental sobre los últimos días del Che. Es probable que así se refieran los espectadores a este laborioso trabajo desarrollado por Norberto Forgione y su equipo, a pesar de que desde su título está claro que la intención era (es) bastante más abarcadora: "Cuando pusimos por título «De sus queridas presencias» -ha escrito el autor-, estábamos pensando en recordar no sólo al Che comandando la guerrilla que combatió en Ñancahuazú, sino que hacíamos extensiva la evocación a todos los combatientes que lucharon a su lado". Y las queridas presencias a que se refiere son también las de todos los que contribuyeron de un modo u otro a enriquecer estos testimonios, recogidos durante repetidos viajes a Bolivia. El film fue casi totalmente rodado en los escenarios donde se desarrollaron los hechos y no se limita a los que fueron combatientes, sino que comprende a campesinos, mineros, historiadores, estudiosos; a todos los que pudieron aportar sus testimonios y acercaron documentación, buena parte de ella inédita. Lo que incluye también la información proveniente de fuentes militares que enfrentaron a la guerrilla. Tamaña variedad de fuentes da una idea de la copiosas referencias a la campaña guerrillera de Ñancahuazú comandada por Guevara y de la multiplicidad de testimonios acerca del Che y de sus relaciones con los guerrilleros y los miembros del Partido Comunista boliviano. Si hasta el propio Che -a través de las numerosas páginas de su diario que se incluyen en la banda sonora- hace su aporte. Y lo mismo puede decirse de muchos de sus seguidores, incluidos los caídos en la campaña, presentes a través de las numerosas cartas que escribieron para familiares, amigos o compañeros -muchas de las cuales jamás llegaron a sus destinatarios- y a las que tuvieron acceso Forgione y su perseverante equipo de producción. Un sector particularmente interesante es el que recoge los testimonios de la población de la zona, testigos muchas veces involuntarios de los acontecimientos. Gente que en ciertos casos fue solidaria con los guerrilleros y en otros los delataron al ejército. Las voces son múltiples; algunas tan carismáticas como la del sacerdote Gregorio Iriarte. Tan seductoras como las de las hermanas Peredo, responsables de un bello momento musical. O tan esclarecedoras como la del historiador Carlos Soria Galvarro, que ha servido de guía al film. Es él quien en un momento expone las razones por las cuales se explica el porqué de un documental dedicado a los seres casi anónimos que el film llama queridas presencias. "Es que la figura del Che siempre termina eclipsándolos." Pero así, rodeado de estas presencias tan vivas, naturales, sencillas y contradictorias, el mito se vuelve más humano. Puede suponerse que ése también era un propósito del film.