La séptima película de Gastón Duprat, "Mi obra maestra", peca de indefinición, repetición, y falta de tacto para los tiempos que corren. Su postura arrogante puede alejarla del público más popular. Como pocas en la historia de medios en Argentina, la dupla Cohn-Duprat impuso un estilo muy reconocible. Desde los inicios con aquel Televisión abierta, los tiempos del Cupido de Muchmusic, o la gerencia del Canal de la ciudad. La marca registrada incluía algo de kitsch posmoderno, con arte popular, y un barroco desfasado casi autoparódico, también publicitario. La misma fórmula la supieron llevar al cine con la acertada "El hombre de al lado", y las más variadas "El ciudadano ilustre", "Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo", y "El artista", entre otras. La novedad es Gastón Duprat asumiendo su primer film sin la dupla con Mariano Cohn. El resultado, no varió demasiado, quizás se profundizó. "Mi obra maestra" tiene todos los ingredientes que uno esperaría de un film de Duprat, a lo cual le suma una llamativa falta de ideas que atenta poderosamente en el resultado final. Un dato relevante resulta que en el guion se encuentre Andrés Duprat, hermano del director, y asiduo colaborador en todas las películas de este. Andrés es además de arquitecto, el actual director del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. Por esta razón, "Mi obra maestra" prometía ser un film hecho a consciencia de lo que se habla. Esta historia de artistas renegados, galeristas, y una estafa que nos prometen en todas las promociones; era el ámbito adecuado, para un guionista y un director, que han hecho del mundo de la artes en nuestro país, un lugar de confort, zona para desplegar su (supuesta) mirada ácida, y línea de rigor estético en todos sus proyectos audiovisuales, tanto en cine, como en TV. Quizás las expectativas fueron demasiadas. Luís Brandoni es Renzo, un pintor conceptual, con un estilo propio, pero algo anticuado para la vanguardia moderna. Actualmente subsiste sólo gracias a su amigo Arturo (Guillermo Francella) un galerista local, que lo sigue bancando, y soporta todo tipo de desplantes y divismos de artista por el vínculo que los une. Entre los dos hay mucha camaradería. A Arturo, Renzo le significa el vínculo humano que lo aleja de la impostura de las galerías; y a Renzo, Arturo le significa la única persona que soporta su forma de ser. Pero las cosas se van recrudeciendo. Renzo arruina un buen negocio en uno de sus arranques a lo Federico Klem (¡qué cosa este año el cine argentino major con el querido Federico!); y cuando Arturo logra conseguirle un arreglo de realizar una obra por contrato para un empresario, nuevamente, Renzo hace de las suyas. Paralelamente, en la vida de Renzo aparece un joven idealista, Álex (Raúl “hay que justificar la coproducción” Arévalo), que quiere estudiar arte con el pintor. Lo cual servirá a Renzo (y a los responsables de la película) para denigrarlo de todas las formas posibles. Mientras Renzo se va convirtiendo cada vez más en un ermitaño y desaprovecha cualquier ayuda, Arturo tapa sus agujeros llegando al límite de la tolerancia. Esto es "Mi obra maestra", la historia de una amistad entre dos hombres adultos, atravesada por los delirios de divismo de uno de ellos. ¿Y la estafa de la que tanto nos hablaron? Ahí está el inconveniente de esta producción. Podríamos decir que mucho de lo que se le puede criticar al nuevo film de los Duprat son cuestiones comunes en toda su filmografía y obra televisiva. La misoginia intrínseca, la falsa misantropía que disfraza – poco – una mirada clasista rancia y llena de prejuicios (con cierto tufillo cercano a la coyuntura actual con guiño positivo), la funcionalidad de los personajes, la artificialidad de los diálogos, lo plástico de la puesta – que la acerca a lo televisivo –, y hasta la desprolijidad en no encontrar un punto estético justo. Pero hasta ahora, para bien , o para mal, estuviésemos de acuerdo, o no, siempre tenían en claro qué contar. "Mi obra maestra" es un film indeciso. No sabe qué contar. Sabe que quiere poner en el centro de la escena un personaje que exprese todo lo que ellos piensan sobre los artistas, el populismo, y el mundo del negocio del arte (contradictorio a lo que dijeron en "El artista"). Pero nunca sabe en qué contexto hacerlo. Permanentemente cambia de historia, platea un hecho, lo resuelve, lo descarta, y presenta otro, y así. De este modo, “la estafa” (un plagio total a un capítulo de la serie de TV "De poeta y de loco", con algo de otro capítulo de "Hombres de ley") se muestra recién casi sobre el final, dura aproximadamente diez minutos, y la resuelve de un modo simple, torpe, apurado, y por lo tanto irreal. Humorísticamente reposa en la idea de un anciano puteador. Constantemente cree que nos debería parecer gracioso ver a un señor mayor, con delirios de grandeza, denigrando a todo el que se le cruce por delante, y hasta realizando varias bajezas. Un humor que atrasa varias décadas en su peor forma. Plus, la dupla realizadora, suele burlarse abiertamente cuando ese humor es realizado en un marco popular. Brandoni y Francella actúan con oficio y sacan sus personajes a flote de una no historia general. A Arévalo le resulta imposible corregir un personaje construido desde el guion con todo el asco de clase y la bajada de línea hiriente hacia cualquier ser que mantenga una idea más allá de su bolsillo. Quien resalta es Andrea Frigerio, de escasa participación, pero sorprendente fuera del registro actual; componiendo con todo el cuerpo y el habla. Destacadísima. Por el resto, abundan los malos encuadres, los primerísimos planos a objetos (algo muy publicitario televisivo, desacertado en el cine), y hasta un desaprovechamiento de los bellísimos escenarios de Jujuy con planos en los que se nota la pantalla verde superpuesta. Gastón Duprat, sin Mariano Cohn, pero con su hermano Andrés, varía poco y para peor, la tendencia en su cine a prevalecer la bajada de línea clasista por sobre el objeto cinematográfico. Como si fuese un acto de Renzo, "Mi obra maestra" resulta una puesta caprichosa de un par de niños que se consideran rebeldes, y cada vez exponen más a flor de piel el patetismo de sus conceptos.
China muestra los dientes Son varias las acotaciones que pueden hacerse sobre Megalodón, un proyecto que viene postergándose desde hace muchos años. También te puede interesar esto: REVIEW: Hombre Irracional REVIEW: Café Society Cuando en 1997 Steve Allen escribió su primera novela Meg: A novel of Deep terror, inmediatamente se pensó en llevarla al cine. Debido a la competencia con dos películas de temática similar, Alerta en lo profundo y Agua viva (sumado al fracaso financiero de ambas), dieron marcha atrás. En estos veinte años, se cambió de estudio (originalmente Disney) y pasaron varios directores, entre ellos Guillermo Del Toro, Jan De Bont, y Eli Roth, que hasta llegó a realizar algunas escenas. Finalmente un dato sería clave para la concreción: la suma de China como país cabeza de producción, asociada a otro estudio hollywoodense. Hace años que el país asiático viene siendo el salvador de taquilla de muchos tanques cinematográficos. Películas como Warcraft o Titanes del Pacífico se salvaron del fracaso gracias a las enormes recaudaciones en ese país. Ahora la novedad es que junto a la reciente Rascacielos pasa a ser el país de origen, sumando a la meca estadounidense en segundo orden. ¿Quién se quedó finalmente con la silla del director? Ese es el otro dato de color de Megalodón: precisamente un eterno acreditado de Disney, que luego de un largo reposo vuelve a la cancha en otro terreno. Un director bajo la superficie El nombre de John Turteltaub puede traernos a la memoria todo tipo de películas; todas, o su mayoría, éxitos de grandes presupuestos en los más variados géneros. Desde Jamaica bajo cero a La leyenda del tesoro perdido 1 y 2, pasando por Mientras dormías, Mi encuentro conmigo, Instinto, o Fenómeno. Una carrera variada, pero ninguna lo había acercado a algo como Megalodón; abiertamente un homenaje a las películas de escualos, respirando estilo Clase B. Estos dos datos, China y el director de El aprendiz de brujo y Último viaje a Las Vegas, resultan fundamentales a la hora de valorar Megalodón. En principio, la locación de las novelas se cambió a aquel país, y hay mucho en Megalodón que nos recuerda al cine de kaijus japonés. El monstruo que presenta la película perfectamente podría integrar -por peso e historia- un universo como el de Godzilla o Mothra. China siempre quiso tener sus propios kaijus, en cine y en TV, quizás esta sea la oportunidad. Por el otro lado, Turteltaub toma la novela de Allen, adaptada al guion por Jon Hoeber, Erich Hoeber (ambos de Red 2 y Battleship), y Dean Georgaris (El embajador del miedo); y la lleva a su propio mundo. Turteltaub es un director de cine familiar, y esa es la sensación que deja Megalodón. Una historia que respira estilo Clase B, que homenajea a películas de bajo presupuesto, o films malditos como las secuelas de Tiburón. Pero revisada como un espectáculo que privilegia la acción y la aventura por sobre la sangre, que despliega un alto presupuesto y se nota, aportando una buena dosis de humor blanco. Megalodón corre el riesgo de ser una mezcla de muchas cosas (Eli Roth fue corrido por querer hacerla más terrorífica, sexual y sanguinaria, al estilo de Piraña 3D); y su mayor virtud es hallar el equilibrio para que todo salga bien. Moby Statham Dick En las profundidades del Océano Pacífico, un grupo de investigadores subvencionados por el millonario Morris (Rainn Wilson) que planea presentar un gran espectáculo en esa plataforma, se encuentran con un inconveniente durante su misión. Los exploradores se cruzan con un animal marino que creían extinguido en la prehistoria, el Megalodón del título; el tiburón más grande de la historia. Luego de que el primer rescate fracase, deciden ir en búsqueda de un rescatista, Jonas Taylor (Jason Statham) que parece ser el hombre adecuado (o no) por dos cuestiones: su ex esposa (Jessica McNamee) es una de las exploradoras atrapadas, y él mismo asegura haberse enfrentado en el pasado a un megalodón. Entre todos deberán rescatar a los extraviados e impedir que el tiburón emerja a la superficie. El guion es simple y presenta tres actos bien diferenciados. Quizás sea el segundo de ellos el que más se resienta en esta idea de aportar más aventura que sangre. El espectáculo visual es grande, está pensado para aprovecharse en pantallas gigantes como el IMAX y en el formato 3D que arroja varias cosas sobre la pantalla. Abundan los clichés, los lugares comunes, los personajes que están ahí en función de la historia, y hasta muchas líneas de diálogos y situaciones imposibles. Lo positivo es que nunca se asume en serio, por lo que todo lo anterior pasa a ser una virtud. Jason Statham es duro, en todo sentido, pero despliega carisma convirtiéndose en el ideal para su personaje. Su química con Li Bingbing es nula pero, nuevamente, funciona en el contexto de lo que presenta. Lo mismo puede decirse de personajes como Zhang (Winston Chao), la típica voz de la conciencia y emotividad, o DJ (Page Kennedy), el comic relief. No resultan creíbles, son efectivos para Megalodón. En Megalodón el ritmo es frenético y se ve siempre con una sonrisa. Mezcla Moby Dick, con Jurassic Park, Sharknado, Tiburón: La venganza, Alerta en lo profundo y Piraña; y entre todo eso sale algo que funciona muy bien sobre lo que fuimos a buscar. Turteltaub le aporta dimamismo, ritmo, y hace que la película se vea como una gran pochoclera. No importa que su estilo vaya a contramano del guion, esos caminos opuestos, en una diagonal se encontraron.
De eso sí se habla Manuel Puig cargó toda su vida con el estigma de un incomprendido. Adelantado a su época, se animó a trabajar temáticas que para ese entonces eran tabú. Lo hizo de modo despojado, con furia, y un lenguaje cercano, sentido. Esos modos le sirvieron a los circuitos más cerrados y conservadores para poder refugiarse en ellos y rechazar su obra, mientras paralelamente lograba la consagración y era nominado al Nobel de literatura. Puig, recordado por El beso de la mujer araña, es también el autor de otras dos obras célebres: La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas (llevada al cine por Leopoldo Torre Nilsson); las primeras que llevan su firma. A ambas hay algo que las une. Transcurren en el mismo pueblo ficcional, y de algún modo resultan libremente autobiográficas. Ese pueblo se llama Coronel Vallejos, y le sirve a Carlos Castro como punto de partida para Regreso a Coronel Vallejos. Puig retrata a Coronel Vallejos como un pueblo tradicionalista, conservador, cargado de prejuicios, capaz de unirse para rechazar a los habitantes que no responden a sus cánones, que esconde su tierra bajo la alfombra, y con mucho más claroscuros de los que se ven en la superficie. Coronel Vallejos es un pueblo ficticio, pero General Villegas es uno bien real, y allí nació Puig. Volveré y seré millones La idea de Carlos Castro no es realizar una biopic, ni ficcional ni documental; no. Castro parte de un conocimiento de la obra de Puig y de su figura que atravesó su vida. En todo caso, para ese propósito habrá que recurrir a Vereda tropical. A Castro le interesa hablar de Coronel Vallejos, de las realidades detrás de la ficción, y de lo influyente que puede ser el rechazo en la obra de un autor impulsado por el dolor. Puig se sintió siempre marginado en General Villegas, nunca aceptaron su condición expresada abiertamente, y se lo hicieron saber de la peor manera. El único modo que encontró Puig para expresar esa sensación de rechazo en la gente que visitaba en su rutina, fue a través de su obra. Cuando La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas se publicaron, la gente de General Villegas captó las evidentes analogías y salieron a responderle a Puig, desmintiendo todo lo que se decía en los textos… y expulsándolo del pueblo, condenándolo al exilio. Castro regresa ahora a Villegas para descubrir, a su modo, cuánto hay de verdad y de mentira sobre Vallejos/Villegas. Lo que encuentra es aún más universal. La mujer que era Puig Patricia Bargero se había recibido de bibliotecaria y regresaba a General Villegas para casarse. En el auto llevaba el título y el vestido de novia. Pero sufrió un accidente que la discapacitó de por vida. Probablemente, Puig no la hubiese escrito mejor. Sin embargo, Patricia existe, e irónicamente habita la casa que fue de Manuel Puig; no porque lo buscó: por simples coincidencias del destino. Ella ni conocía al autor. Castro la visita a ella también, y la encuentra quiérase o no envuelta en un halo de Puig. También recorre la historia de Villegas, sus vecinos, y observa que hay cosas que no cambian. Pero que quizás sea hora de que salgan a la luz. Regreso a Coronel Vallejosse destaca por una construcción cuidada que permite seguirla casi como una investigación detectivesca. Como si Castro se hubiese embebido en el espíritu de Puig, transita por esas historias de pueblo chico y lo ve todo con misterio y asombro, destapando sus miserias, luchando contra el ocultamiento. Los admiradores de la obra del autor de Pubis Angelical, no se quedarán con un retrato de su figura, sino con una recreación vívida de sus textos. Lo sentirán allí, presente, empujando al director para descubrir la realidad de lo quiso decir. ¿La justa revancha?
El séptimo film de Luis Ortega, "El ángel", más cercano a sus experiencias televisivas, trae la figura del ladrón y asesino real Robledo Puch, pero de un modo muy particular. Durante la conferencia posterior a la proyección para prensa de "El ángel", su realizador Luis Ortega lo dejó bien en claro y expresamente en varias oportunidades, esto es una idea de lo que, para él, pudo haber sucedido, o le hubiese gustado que sucediera, o le interesaba contar; lo que sea, pero se distancia de lo real. Robledo Puch pasó a la historia como uno de los más famosos y peores criminales de la historia de nuestro país. En 1972, a los 20 años de edad, fue condenado a prisión perpetua, por múltiples homicidios (más de diez), robos, violaciones y abusos, y varios intentos de los tres delitos. Hasta la fecha, cumple condena. La historia de Puch, apodado "El ángel negro", o "El ángel de la muerte", siempre causó curiosidad entre los argentinos. La ficcionalización tampoco le fue ajena en uno de los más recordados capítulos del mítico programa "Sin condena". "El ángel" viene a escribir un nuevo capítulo en aquella curiosidad, y lo hace con peso detrás. Llega un año después del film "El clan" (de los mismos productores) y la miniserie "Historia de un clan" del propio Ortega: ambos revisando la historia de otra de las páginas delictivas más llamativas del país, los Puccio. Todo esto no le será ajeno, "El ángel" se ubica en zona en medio entre ambas, y también hará sentir el peso del apellido del realizador. ¿Dónde queda la historia de Puch entre todas estas influencias? Carlos Robledo Puch, Caritos (el debutante Lorenzo Ferro) es un adolescente irreverente, con un nulo sentido de la propiedad privada. Para él robar es casi como un juego y un estilo de vida. Hijo único de padres de clase media cómoda (Cecilia Roth y Luís Gnecco), Robledo roba autos, los usa un ratito y los abandona; o penetra en casas deshabitadas, roba alguna cosa, y la regala. Ya fue echado de un colegio por mala conducta, y sus padres no pueden controlarlo. Todo se intensifica cuando en el taller escolar conoce a Ramón (Ricardo “Chino” Darín) un compañero que también se dedica a robar, y que lo introduce dentro de su familia (Daniel Fanego y Mercedes Morán), con los que forma una banda delictiva más profesional. A Carlitos le hierven las hormonas. Más que el romance, lo mueve el deseo que siente por Ramón. Carlitos se convertirá en el brazo ejecutor de la banda, y así como sus padres ya le perdieron el control, pronto también se descontrolará dentro de la propia banda, tomando sus propias y arriesgadas decisiones. Repetimos, quienes vayan a ver la realidad de la historia de Carlos Robledo Puch, no lo van a encontrar, fundamentalmente porque la vena principal de esta narración, Ramón y su familia, son una creación ficticia. Puch tenía secuaces, pero diferentes a lo que se ve en la película. También se sentirán defraudados quienes busquen un policial, otro punto que abiertamente reconoció Ortega. "El ángel" es la historia del criminal más peligroso de la historia del país, pero el foco no está puesto en sus crímenes. Es una historia de deseos y pulsiones, y un morbo hacia el costado homosexual, que lejos de ser vanguardia, atrasa hasta décadas muy atrás. Ese mundo onírico que Ortega había creado en "Historia de un clan", y que antes funcionó muy bien; en "El ángel" vuelve a estar presente, pero sin la misma efectividad. Probablemente se deba a que en "Historia…" era funcional a lo que se quería mostrar, lo onírico era sucio y perverso, y ejemplificaba lo trastornado de esa familia. Aquí, lo onírico pretende crear empatía, roza lo naïf, y se apoya en un morbo incómodo sobre un asunto que uno ya a esta altura creía superado desde esa vena. La decisión de no focalizar en el policial termina creando varias escenas de una resolución torpe; y más allá de que el realizador pretenda posar la mirada sobre otras cuestiones, hay escenas que tienen que estar, y tienen que estar bien. Con una fotografía cuidada, un buen sentido del encuadre, y una banda sonora típica para estas película y que subraya lo que ya se intuye; los problemas técnicos aquí vienen del descuido en los detalles. Autos que no explotan, fugas simples, y escenas de robos muy escuetas, ni siquiera queda muy en claro la brutalidad del asesino. Dentro de un elenco en conjunto destacado, con padres, y sobre todo madres, muy contrapuestas (una tímida y sobrepasada, dolida; la otra explosiva); Mercedes Morán – en plan bomba erótica voluptuosa y seductora –, y en especial Lorenzo Ferro, son quienes más se lucen y merecen aplausos. Ortega parece estar queriendo hablar de su familia, no solo en la escena de la canción; Ramón es de clase baja y sueña con ser famoso; y a partir de ahí, empiecen a hilvanar. "El ángel" tiene el elenco, el presupuesto, y el profesionalismo, para ser una apuesta fuerte de nuestro cine. Las malas decisiones a la hora de focalizar, cierto relato que atrasa, y la torpeza para resolver cuestiones fundamentales, restan lo suficiente como para considerarse aprobado.
Con bastante retraso, y luego de un extenso recorrido, aún en festivales locales, llega a las carteleras porteñas Una pastelería en Tokio, el antepenultimo film de Naomi Kawase. Una propuesta tan amena como menor dentro de su filmografía. Naomi Kawase la conocimos en Argentina gracias a su tercer film, "Shara", de 2004. Dieciocho años después, la cartelera local no ha sido del todo favorable para esta prolífica directora (en 2007 pudimos ver "El secreto del bosque", y alguna más) que ya se encuentra por su décimo largometraje, y varios cortos y documentales en el medio. "Una pastelería en Tokio" es su octavo film que ya cuenta con tres años desde su estreno original en 2015. Sin embargo, más allá del retraso, y de las consideraciones particulares, es de destacar que con este estreno se abre un nuevo canal local de acceso para un cine extranjero “más alternativo”, menos masivo, pero siempre interesante de ser apreciado. El mítico Cine Cosmos vuelve a abrir sus salas al cine internacional por fuera de Hollywood como en sus mejores épocas. Kawase se caracteriza por ser una directora muy personal, lírica, con un lenguaje visual nutrido y poético. También, con el correr de los años se ganó cierto “injustificado” mote de impenetrable. Es cierto, esta heredera lejana del cine de Ozu no practica un cine del más ligero y amplio para la multitud que busca el mero entretenimiento. Su cine es sensorial. Es cuestión de relajarse, sentirlo, y disfrutarlo perdiéndose en las líneas de su (muchas veces no) narración. Una pastelería en Tokio es su film más tradicional hasta la fecha. Una película que no deja de lado cierta melancolía, sabor agridulce, y una poética del reposo. Pero que resulta más accesible y convencional como relato. Paralelamente, podríamos decir que es uno de sus proyectos menos personales, o por lo menos, menos ambiciosos. Una comedia dramática (con el dramática bien subrayado y mayúscula en letra de molde) pensada para un target de público adulto mayor. Todo comienza con Sentarō (Masatoshi Nagase), el encargado de una pastelería en la capital japonesa, especialista en pasteles dorayakis. Sentarō es cerrado y solitario, por eso cuando aparezca en la pastelería, y en su vida, Tokue (Kirin Kiki), todo se trastoca. Tokue es una mujer septuagenaria, encandilada por el árbol cerezo ubicado frente a la pastelería. Por esta razón, pide trabajo en la misma. ¿Qué puede aportar esta señora mayor como trabajo? Elabora una salsa An (título original de la película), la que lleva la cubierta de los dorayakis, única. El trío protagónico lo cierra Wakana (Kyara Uchida), una joven, usual empleada del local. Entre los tres arman un núcleo diario del que veremos su rutina, su interrelación, y conoceremos más de su historia. Kawase apunta a una historia sencilla, con personajes pintorescos y reconocibles, y una pintura de un Tokio más alejado de la urbe. El ritmo, por supuesto, es lento y reposa en la reflexión y la calidez de los instantes. Surfea por sobre la superficialidad de los hechos y se adentra en detalles más profundos, pero no se siente la misma carga poética interpretativa de sus otros filmes. Pareciera que la directora trata de llegar a un público más grande, sin la necesidad de modificar su estilo, narrando un cuento más coloquial. Si bien la historia es transgeneracional entre los tres personajes, es muy probable que su “cuento de vida” penetre más en un público cercano al de Tokue. Algunos recursos básicos en busca de la emoción directa, y esa sensación permanente de sentir que pronto tomará vuelo, hacen que "Una pastelería en Tokio" se ubique como algo menor dentro de la carrera de Kawase. Una historia sencilla, tierna, (a veces demasiado) emotiva, y con personajes que conquistan, "Una pastelería en Tokio", pudo ser más viniendo de una directora como Naomi Kawase. Con lo que es, le alcanza para ubicarse por encima de la media de estrenos locales.
Diversidad histórica ¿Cuál es el modo correcto en que las ciencias deben ser abordadas? Tradicionalmente hablar de ciencias acarrea la idea de teorización, planteos y rigurosidad de letras y números, según sea el caso. En el último período han surgido cada vez más corrientes que nos hablan de los distintos tipos de ciencias, alejándolas de los pesados manuales y acercándolas a la lógica de lo cotidiano. Adrián Paenza, Diego Golombek y Felipe Pigna son algunos ejemplos en nuestro país de quienes -en su materia- saltaron a la popularidad por acercar los postulados y las letras escritas al lenguaje cotidiano y la investigación más fresca. Justamente los últimos nombres mencionados forman parte de La trans de la patria, el nuevo documental de Recalde, quien por un rato se aleja de los volúmenes homenajes al humorista Tangalanga que lo mantuvieron ocupado en los últimos años. La trans de la patria es en principio un documental histórico, pero ¿es un documental? ¿cuál es el límite de lo estrictamente histórico? Así, bordeando la tangente, Recalde consigue algo cercano a un relato atrapante. ¿Quién es es@ chic@? Cuenta la historia que, hace muchos años, en un viaje Diego Recalde conoció a una de esas personas con las que uno no se cruza todos los días: un guía turístico aficionado a la historia, quien le planteó una teoría que en un principio le resultó disparatada, pero con el correr de los tiempos fue tomando otro cariz. Ahora, con La trans de la patria, Recalde intentará hacer con nosotros lo mismo que aquel guía hizo con él. Con este propósito en la cabeza, realiza dos viajes que redundan en uno. Por un lado, visita distintos historiadores, sociólogos y afines, a los que les planteará la “famosa” teoría oculta. Por otro, por supuesto, encontrar a aquel guía que pueda aportarle más datos. No estamos hablando ni de Félix Luna, ni de Franco Bagnato: ante todo, Recalde es un humorista. Por lo que en La trans de la patria, aunque tomemos en serio su postura, prima la comedia. ¿De qué estamos hablando? Recalde parte de una premisa sencilla: la historia la escriben los que ganan. Cuando se revisa un relato histórico, quiérase o no, este estará cargado con la subjetividad de quien relata, y durante mucho tiempo primó el conservadurismo. Quizás no todo es como nos lo contaron. Si tenemos al padre de la patria y a la madre patria (o en su reemplazo más físico, figuras femeninas varias que ocuparon roles trascendentales en el armado del país), ¿por qué no tener una figura que hable de la diversidad sexual, del “tercer sexo” en nuestra historia fundacional? No es algo antojadizo, Recalde y nuestro guía desaparecido tienen una idea de quién puede ser. No me coman soy… Sin ahondar demasiado, es mejor ir descubriéndolo de a poco, como propone La trans de la patria. En el Siglo XVI, Solís comanda a un grupo de “soldados” y navegantes que llegan hasta nuestras tierras. Aquí son abordados por un grupo de nativos caníbales que los toman por prisioneros y tienen el fin adecuado a esa costumbre… Todos menos uno, un grumete muy particular: Francisco del Puerto, que la historia reconoce pero de un modo muy diferente a la idea que tienen Recalde y su desconocido amigo. Por La trans de la patria transitan los citados Pigna y Golombek, también Pacho O’Donnell y Eduardo Lazzari, entre otros, a los que Recalde trata de convencer sobre su idea de la tergiversación histórica. Todos en un principio lo aceptan como algo distendido, alejado de la realidad; pero cuando vean que la cosa va en serio, algunos le seguirán “el juego” y en otros se notará la clara incomodidad. Paralelamente, como dijimos, Recalde tratará de dar con la huella de este guía, en un viaje que tendrá mucho de emotivo. ¿Lograrán reencontrarse? Con mucho sentido del humor, algunas recreaciones históricas ad hoc, y unas infografías muy creativas, La trans de la patria nos va conquistando hasta hacernos dudar a nosotros como espectadores sobre lo que estamos presenciando. Párrafo aparte, más allá de tomarse en solfa, La trans de la patria construye una reivindicación como pocas veces se vio en nuestro cine a la comunidad LGBTIQ; dejando en claro que se puede respetar sin necesidad de ser solemne.
De la mano de una de las documentalistas más reconocidas de nuestro país, "Ata tu arado a una estrella", de Carmen Guarini, se eleva por sobre el homenaje al enorme Fernando Birri. En 1997, se cumplían 30 años de la muerte del Che Guevara tan cargada de misterio como de mística de mantener las ideas hasta las últimas consecuencias. Ese año no solo simbolizó el hallazgo de los restos en territorio boliviano, repatriados en ese momento a Cuba; sino que simbolizó la oportunidad para que varios proyectos audiovisuales sobre su imagen se gestaran, siendo "Che, Hasta la victoria siempre", de Juan Carlos Desanzo, el más popular y grande de ellos. El célebre Fernando Birri, considerado padre del Nuevo Cine Latinoamericano en los años ’60, también quería rendir su homenaje, poniendo el foco en el empuje de las utopías. Ese proyecto, dificultoso, que terminó siendo "Che: ¿Muerte de la utopía?", fue documentado por Carmen Guarini a modo de backstage. El material, inédito y olvidado hasta la fecha, fue rescatado por la realizadora que decidió completar de algún modo el trabajo de Birri desde una mirada en la actualidad, del director (fallecido en diciembre último) y de las utopías. "Ata tu arado" a un puñado de estrellas se compone de dos segmentos diferenciados. El primero, compuesto por aquel material de 1997, que muestra la intimidad de Birri detrás de cámara, y dialogando con quienes serán los entrevistados en su película. Allí aparecen Osvaldo Bayer y Ernesto Sábato, entre otros, para hablar sobre la figura del revolucionario, y el foco sobre el que versaría el documental. Birri pretendió viajar por el mundo buscando la huella del Che y hablar sobre la persecución eterna de lo utópico. Así como decía Eduardo Galeano, las utopías sirven para caminar. Guarini reinterpreta "Che: ¿Muerte de la utopía?"y amplía el espectro de la utópico alrededor de la figura de Birri y ese deseo de hacer algo inmenso para su admirado, dejar una huella propia desde lo fílmico. Casi como si se tratase de un nuevo corte sobre el mismo proyecto. Posteriormente, Guarini viaja a Cuba e Italia para continuar hablando de las utopías. Birri planteaba la decadencia de las utopías sociales allá por fines de los ’90, ¿en dónde habían quedado los sueños de aquellos revolucionarios de los ’60?. ¿Inconscientemente? Estaba hablando de sí mismo. Guarini pretende volver 20 años después para comprobar si esa muerte vaticinada realmente ocurrió, y allí encuentra a un Birri nonagenario, ¿espectral? ¿angelical? Pero aún potente. Existen varias coincidencias en la figura de ambos cineastas. Birri abrazó el movimiento social revolucionario de los ’60 y lo hizo cine, plasmó una realidad que muchos poderes querían esconder; también le costó una buena parte de su vida. Él mismo ya había tratado la figura de Guevara en los’80 con "Mi hijo el Che – Un retrato de familia" de don Ernesto Guevara. Guarini, dedicó gran parte de su filmografía a retratar esas figuras de la revolución social; como su recordada "Jaime de Nevares: último Viaje", o "Walsh entre todos". También recurrió a la figura de Birri anteriormente en "Compañero Birri". Quizás sea ella ahora quien quiera hablarnos de sus propias utopías. En ese entrecruce entre las utopías del ayer y del hoy, sobre la muerte y el renacer, sobre la necesidad de los legados, y las figuras que se mantendrán perennes aún luego de su partida física; hay mucho de comparación de las formas del pasado con las actuales; también desde lo cinematográfico. Guarini retoma una filmación en VHS de un backstage de 1997. Al momento de trasladarse al presente utiliza nuevas metodologías ligadas al digital y a la acción en movimiento, y la posibilidad de registrar al alcance de todos. Birri como representación de ese cine con cuerpo, con estructura y andamiaje, capturado por cámaras diminutas, de una resolución detallista, pero plástica. ¿El cine lo hacen las cámaras o los cineastas? Carmen Guarini pudo hacer un bello homenaje sobre la figura del legendario Fernando Birri, como ya lo realizó con otros colegas. En "Ata tu arado a una estrella", recopilando material antiguo y redefiniéndolo con tomas actuales, supera al homenaje y reconvierte un proyecto que en su momento resultó problemático, desde una óptica que le permite hablar del maestro, de ella, de la muerte y resurrección de ideas, de la posteridad, y de la inmensidad del cine en general. Un amante del cine no debería perderse este regalo.
Quinto largometraje del cordobés Rosendo Ruíz, "Casa propia", es un crudo y a la vez cálido retrato sobre una generación frustrada. ¿Se puede hablar del NCC? Si a principio del Siglo XXI un grupo de cineastas jóvenes le devolvieron la frescura al cine argentino retratando la realidad de una generación joven desamparada y descreída de un futuro venturoso; hace ya varios años que desde la provincia de las sierras y el reloj Cucú, se viene gestando algo que retoma esa postura desde un estrato superior. Rosendo Ruíz es el estandarte, el nombre más conocido de esta camada de Nuevo Cine Cordobés, que en buena parte, vuelve a tomar a esos mismos personajes, otrora adolescentes, veinteañeros; ahora en aquella provincia que mezcla la ciudad con el interior, y con nuevas inquietudes y frustraciones. En 2010, su ópera prima "De caravana" causó aplausos y revolución cuando se presentó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Aquella postal de las costumbres propias de la provincia, plagadas de ritmo y gracia, con una mirada joven adulta potente, auguraban un futuro brillante que, hasta ahora, no se ha contradicho. A Ruiz le siguieron otros realizadores cordobeses que hicieron sus propias versiones de historias bien propias de esa provincia. Casa propia, probablemente abra una nueva etapa, como aquellos films del Nuevo Cine Argentino que superaban las limitaciones del barrio. Si bien sigue ubicando en Córdoba, más precisamente en Córdoba Capital, es su film más universal y abarcador. Positivamente, sin perder nada de su vigor. ¿Todo chico quiere ser grande para poder independizarse y hacer las “cosas de grandes”? ¿Qué pasa si eso no se cumple? Alejandro (Gustavo Almada, actor en "De caravana", acá también co-guionista junto a Ruiz) es un hombre de edad indefinida, supuestamente alrededor de los 40, probablemente un poco más. Es profesor, gana poco, mantiene una relación indefinida con una mujer separada y con un hijo que no blanquea, y vive con su madre. Por más deseo que haya de mudarse a un hogar suyo, no hay expectativas de lograrlo. Lo primero que veamos será un flashforward. Una barra de chicos parando en la calle frente a una casa. De la misma, sale un hombre en plena pelea de pareja que es echado de ese hogar. Sí, ese hombre es Alejandro. ¿Será el destino que le espera a esos jóvenes? ¿Será el estado en que quisiera estar Alejandro? Casi lo primero que le oímos decir a su madre (la espléndida Irene Gonnet) es una increpación a su hijo ¿Cuándo te vas?. Pero no, esto no es la comedia "Soltero en casa", ni ninguna otra que se le parezca. La relación de Alejandro con su madre es de una dependencia y rechazo mutuo. Para colmo, a ella le diagnostican un cáncer en etapa avanzada, y no es una mujer fácil de tratar. Tiene una hermana, y un cuñado, pero de hacerse cargo de la madre, por más gritos desesperados de Alejandro, no. Su vida laboral está estancada, ser profesor ¿lo satisface?. Su vida amorosa es aún peor, está enamorado/obsesionado de una mujer separada con un hijo y que no quiere saber nada con admitir que son algo más que amantes, por más que Alejandro pase noches y días enteros en esa casa. Todo es así en la vida de este personaje, que bucea entre buscar departamentos para independizarse, pero nunca llega con los alquileres y/o las garantías. Ruiz está retratando un clima, un síntoma, una generación que existe; que ya no puede considerarse joven en el sentido irresponsable del término, pero que no está ni siquiera cerca de tener sus conflictos resueltos. ¿Genera empatía Alejandro? No hay una respuesta. Lo cierto es que Ruiz no la fuerza, y puede caernos bien o mal, pero siempre es realista, por lo que sí genera identificación. Ruiz nos habla de las crisis de edad, de los deseos de ser un hombre y no hacer pie ni en el amor, ni en la paternidad, ni siquiera en tener un futuro asegurado. Alejandro ¿quiere? asumir responsabilidades, quiere ser una figura adulta de alguien. Dejar de ser hijo para pasar a ser esposo o padre (del hijo de su pareja, de sus alumnos). Pero no lo logra; no halla su lugar. A través de un lenguaje visual potente, con escenarios abarrotados o blancos minimalistas según la ocasión; "Casa propia" nos lleva del caos al deseo de armonía interna, de la risa, al drama, y a la tensión. Hay mucha ira y frenesí contenido en nuestro protagonista. Rosendo Ruiz lo logró, "Casa propia" (en definitiva) es una película superadora de su propio estilo. Escrita a sapiencia, con una fotografía precisa, llena de planos que hablan por sí solos, y un montaje atrapante. Guarda también sus armas en las maravillosas interpretaciones de Almada y Gonnet, y una imagen final para aplaudir de pie. El Nuevo Cine de Córdoba ha subido otro nivel.
La ópera prima de Juan Vera, "El amor menos pensado", es una mirada actual sobre la crisis conyugales con un imbatible as bajo la manga, su pareja protagónica. ¿Qué ventajas te da ser uno de los productores más grandes del cine actual cine argentino? Por ejemplo, contar en tu ópera prima como director con un equipo que más de un experimentado envidiaría. Vera viene precedido por su fama como productor estrella de Patagonik/Artear Cine. En su haber hay productos tan dispares y exitosos como "Dos más dos"," Igualita a mí", "Un paraíso para los malditos", "Abrígate", "Zama", o "Carancho"; entre muchísimas otras. Ahora, luego de tres guiones de su autoría (sin contar el de "El amor menos pensado" que co- escribe junto a Daniel Cúparo), decide pisar terreno en la dirección; y algo queda claro, tiene buen ojo para la popular. "El amor menos pensado" – título engañoso en el buen sentido, o de doble lectura – es una película de público amplio (aunque claramente su target es un sub veinticinco/treinta, mínimo), con figuras reconocidas, y una problemática universal, las crisis de parejas establecidas. Marcos y Ana son una pareja de muchos años con un hijo que decide irse a estudiar al extranjero. Ese primer sacudón, el del famoso síndrome del nido vacío; sumado a la crisis de los post cincuenta; y el desgaste de la rutina, comienza a hacer ruido en ese vínculo fuerte que mantienen. Hay un problema. Al momento de vender "El amor menos pensado", quizás decidieron contar mucho más de lo necesario, por lo que en afiches, trailers, y cualquier tipo de publicidad, ya sabemos algo del devenir de esta pareja. Diferente a los ritmos que maneja concretamente esta película, en la cual esos hechos, que parecen ser todo según la publicidad, recién ocurrirán casi llegando a la hora, o poco menos de la mitad de una película que trepa bastante más de dos horas de duración total. Marcos y Ana comienzan a cuestionarse lo que antes daban por hecho, y ven en sus amigos ejemplos de lo que podrían ser. También en sus padres, con modelos contrapuestos a los de sus amigos. Él es profesor de literatura latinoamericana en la universidad, ella trabaja en una empresa dedicada a las encuestas. Los avatares económicos no serán de esta partida. "El amor menos pensado" se ve lujosa, y si bien no hace grandes ostentaciones (por suerte no dirige Marcos Carnevale) , se entiende que el mundo en el que se mueve es el de ese costumbrismo de clase media acomodada, típico del cine de Pol-Ka (aunque este no sea exactamente el caso). Ellos se seducen desde las palabras, es indudable que se entiende, y que hay una conexión inquebrantable ¿Entonces de dónde viene esa crisis? Quizás de las influencias, quizás de los tiempos, quizás del propio deseo de romper, quizás del sobre análisis de los sentimientos. Más de dos horas para contar una historia de pareja decididamente es excesivo. En "El amor menos pensado", sobra bastante al principio, y sobra al final. El ritmo narrativo es fluctuante, y hasta es capaz de romper la cuarta pared para luego abandonarlo. Hay cosas que hacen ruido, y mucho de eso que nos lleva a decir “no lo analicemos, es una película, no es la realidad”. Sin embargo, si por algo el resultado final funciona, es por un dato crucial. Marcos es Ricardo Darín, y Ana es Mercedes Morán. Esta pareja, que ya probó suerte en "Luna de Avellaneda", vuelve a reencontrarse catorce años después, y es como si el tiempo no hubiese pasado. La química entre ellos es todo. No hace falta recordar que ambos son excelentes intérpretes y que, plus, poseen un carisma arrollador para lo popular. Sumémosle que es la vuelta de Darín a ese tipo de personajes queribles que construyó de la mano de Campanella (aunque más pseudo intelectual, menos barrial), luego de probar suerte en roles más ligados al suspenso, el drama, o el policial. Quizás veamos algo también de aquel ingeniero desbordado de "Relatos Salvajes", o sea, es un Darín Greatest Hits. Morán ya entró en la etapa de madura sexy casual, y ya se sabe que estas mujeres exitosas en lo profesional y superadas le salen muy bien. Ambos están en su salsa, y cuando se juntan, se disparan las chispas, y "El amor menos pensado" estalla. También hay un gran despliegue de secundarios, Andrea Politi a la cabeza como la comic relief más efectiva; Juan Minujín, Luis Rubio, Andrea Pietra, Claudia Fontán, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó, Norman Brisky, y hasta una breve pero portentosa aparición de Chico Novarro. Sobran los nombres y el talento. Juan Vera pisa siempre sobre seguro, sabe que está jugando con las mejores armas, y que su debut como director está destinado al éxito de público masivo. Trata un tema popular; se encarga de que haya comedia y drama, de generar empatía más allá de la clase social; de hacer que se vea correcto (aunque sin sobre salir en ningún momento); y explota la mejor de sus armas, el elenco. Así, sin riesgos, "El amor menos pensado" llega a buen puerto, aunque se sintió como un trayecto que pudo tomar algunos atajos y jugársela un poco más a superar la media.
Sexta entrega de una de las franquicias más sólidas de Hollywood, "Misión Imposible: Repercusión", de Chistopher McQuarrie, es un entretenimiento variado y eficaz, con un impresionante as bajo la manga. ¿Qué se necesita para ser una verdadera estrella del espectáculo? ¿Alcanza con el talento? Más allá de las idas y venidas en su vida personal, no hay dudas que Tom Cruise es una de las estrellas hollywoodenses más estables y rendidoras en ya más de treinta años de carrera indiscutidamente exitosa. Su sola presencia es marca registrada de un estilo y lleva al público masivo a llenar las salas. Cuando en 1996 estrenaba la primera "Misión Imposible", más allá de finalmente concretar la adaptación cinematográfica de una de las series de TV más famosas de todos los tiempos; estaba asegurándose un lugar dentro de los mejores héroes de acción. No es que Tom tenga ni los músculos de Arnold, o la habilidad para manejar una metralleta de Chuck Norris. Tom Cruise es un tanque de carisma, y una estrella que sabe venderse muy bien. Responsable absoluto como protagonista, productor, y alma de esta franquicia, que ya se despegó hace rato de la sombra de la serie; en Misión Imposible: Repercusión vuelve a demostrar lo que ya sabíamos, Ethan Hunt es gran, gran personaje. Con "Misión Imposible III" pareciera haber cerrado una primera trilogía. Con esta, su sexta entrega ¿cierra la segunda? Esta vez los agentes del FMI (no, ese no, la agencia de inteligencia paraestatal que integra Hunt como agente de campo) se verán envueltos en una misión que, como viene sucediendo a lo largo de la saga (más explícitamente a partir de la cuarta), involucra fuerzas enemigas internas. Ethan y los suyos deben recuperar tres ojivas de plutonio que pueden llegar a ser utilizadas como armas nucleares. Algo sale mal al principio de la historia, y las ojivas terminan en las manos equivocadas. Por esa razón, la CIA, al mando de la agente Sloan (Angela Bassett, espléndida como siempre) se asocia para recuperarlas; pero exigiendo la colaboración de uno de ellos dentro del equipo, August Walker (Henry “bigote de la discordia” Cavill). Ethan, Benji (Simon Pegg), Luther (Ving Rhames), Alan (Alec Baldwin) desde el liderazgo diplomático, y August (que mantiene cierta rivalidad con Hunt) deberán emprender la misión de rescate que incluye secuestrar a un peligroso terrorista miembro de un grupo de agentes rebeldes, Salomon Lane (Sean Harris). "Misión Imposible: Repercusión" quizás sea el film de la saga con un argumento más complejo. Intervienen varias agrupaciones y personajes que trabajan a sueldo para alguno de los bandos; como la bella Viuda blanca (Vanessa Kirby); y el regreso de la agente del MI6 británico, Ilsa Faust (Rebecca Ferguson). McQuarrie, que también se encarga del guion, tiró toda la carne al asador. Hasta ahora, las cinco entregas anteriores, todas en un nivel muy aceptable, se habían inclinado más por argumentos ligados al espionaje, o por tener un gran despliegue de acción. Esta sexta, es la entrega que mejor balancea entre los dos polos. La historia de espionaje es atrapante, y si bien tarda en tomar vuelo definitivo, mantiene siempre nuestra atención en casi dos horas y media que pasan volando. Es compleja pero no complicada; y la amplia gama de personajes que presenta, lejos de confundir, aporta a hacer el espectáculo más interesante. Las escenas de acción son sencillamente impresionante, en la ciudad, en espacios cerrados, o en escenarios abiertos. Misión Imposible: Repercusión se ve enorme La utilización de la planos es de todo el cuadro, de punta a punta; y la fotografía apuesta siempre a prevalecer la locación para trasladarnos ahí como espectadores, y sentir el vértigo del momento. Ya se sabe, Cruise hace todo él, no suele utilizar dobles de riesgo, y eso aporta un plus esencial al show visual. Por otro lado, si bien el despliegue físico y de acrobacia es casi absoluto de su personaje; se mantiene el espíritu, que ya viene de la serie, de colaborar en equipo. Misión Imposible: Repercusión se destaca del resto por eso, por hablar más del compañerismo entre sus miembros. Nos muestra un Hunt más humano, sacrificando misiones por sobre los suyos, y con escaras de su pasado. Benji y Luther tendrán mayor peso en esta película de la que habían tenido hasta ahora; e Ilsa ya se instala como un personaje que necesitará mayor atención futura. Como ocurría en "Protocolo fantasma" , y se había abandonado en "Nación secreta", "Misión Imposible: Repercusión", recurre nuevamente al humor (aunque en menor medida que la dirigida por Brad Bird, casi caricaturesca), al guiño; amalgamado perfectamente para relajar, y permitir la empatía con estos héroes, cada uno con un función particular. Hay química comprobada entre todos, y Cruise sabe rodearse de elencos sólidos para que todo parezca la armonía entre amigos. Lo único disonante será Cavill, al que sí, se nota que Superman le sale bien por lo durisimo del personaje. "Misión Imposible: Repercusión" es la sexta entrega de una saga instalada y de un nivel por encima de la media, que vuelve a entregar un capítulo con el que se supera a si misma. Un guion inteligente, gran despliegue de acción, personajes carismáticos, y un protagonista principal que se come la pantalla. No se puede pedir más, espectáculo en letras mayúsculas.