Animación de lujo. Hace años que los estudios Laika se consolidaron como uno de los mejores dentro de la animación y en concreto del stop-motion. Al igual que ocurre con Pixar o los Estudios Ghibli, existe toda una legión de seguidores que celebran con gran entusiasmo cada estreno. El secreto del éxito se debe a que realizan sus películas de un modo casi artesanal, dedicando mucho trabajo a los guiones y a la animación. Aunque aún no tienen una producción muy extensa, entre sus títulos destacan obras de la calidad de Kubo y la búsqueda del samurai, Los boxtrolls o la clásica, Coraline y la puerta secreta. En esta ocasión llega a nuestras pantallas Sr. Link: El origen perdido, dirigida por Chris Butler, que ya había trabajado para Laika junto a Sam Fell en Paranorman. Esta nueva historia nos cuenta las aventuras de un investigador de mitos, monstruos y leyendas, Sir Lionel Frost, que un buen día descubre a una extraña y amable criatura, la última en su especie, a la que llama Mr. Link. Un monstruo que se aburre y que necesita encontrar a otros de su especie. La película tiene una estructura clásica de aventura alrededor del mundo en el que el trío protagonista se embarca en un viaje en busca de una civilización perdida mientras unos villanos les pisan continuamente los talones, aunque en realidad, lo que en realidad ansían estos héroes es ser aceptados y reconocidos, ya sea por parte de los colegas de profesión, de congéneres o de uno mismo tras haber permanecido años a la sombra de otra persona. Como todos los films de animación para toda la familia, Sr. Link tiene moraleja, pero brilla por la ausencia de conservadurismo al apostar por la amistad y el individualismo como repuesta ante el rechazo y el elitismo ejercido por los demás. Este encuentro será el punto de partida con el que entraremos en una interesante historia que nos llevará por América, Europa y Asía. Una película muy divertida, llena de gags, golpes y chistes que funcionan muy bien y con una trama que no pierde interés. Sr. Link: El origen perdido es una cinta que se mueve en el terreno familiar aunque puede disfrutarse por un público mucho más amplio. Trata temas como la superación y el reconocimiento de una manera madura, sin tratar a los espectadores como tontos. Problema frecuente en las cintas dirigidas hacia un público más joven. El trabajo de animación presenta unos resultados algo dispares. Por uno lado tenemos a Sir Lionel Frost. Un Personaje maravilloso, bien animado y con una personalidad arrebatadora. Posee un gran carisma y hace que la película funcione. En la versión española ha sido doblado por Arturo Valls, que le da un toque extra de comedia. No se puede decir lo mismo de Sr. Link, con un diseño y personalidad cuestionable. Aunque es el principal motor de la película, resulta un personaje aburrido, repetitivo y cursi. Le falta personalidad y alma. En mi opinión este monstruo habría requerido un diseño más agresivo y rudo. Tampoco ayuda en exceso el doblaje de Brays Efe. Cabe preguntarse qué nivel habría logrado la película con un mejor diseño de personajes y quizás una trama algo más madura. Pues si bien la cinta funciona, da la sensación de que el director prefiere no arriesgar y quedarse en lo seguro. Algunas situaciones son demasiado típicas y en todo momento la cinta se mueve en un terreno excesivamente cómodo. Esto es especialmente notable en el tramo final de la película, que claramente le falta más desarrollo. En cualquier caso nos encontramos ante buena película que nos deja con ganas de más y que ante todo supone un ejercicio de maestría en el stop-motion. Una técnica que no suele verse demasiado en los cines y por la que debemos apostar.
Operación triunfo. En algunas ocasiones Hollywood, sin proponérselo de manera explícita y desde distintas orillas industriales, ofrece trabajos casi simultáneos sobre una misma temática, en esta oportunidad volcando todos sus esfuerzos hacia el retrato de vocalistas femeninas semi trágicas que deben lidiar con una fama de un notorio doble filo: así como Vox Lux (2018), de Brady Corbet y con Natalie Portman, jugaba con la comarca arty freak y Her Smell (2018), de Alex Ross Perry y con Elisabeth Moss, se tiraba de cabeza a la pileta del indie hiper autodestructivo, ahora Alcanzando tu Sueño (Teen Spirit, 2018), protagonizada por Elle Fanning y dirigida por Max Minghella, un talentoso actor reconvertido en director y sobre todo conocido por su rol de Nick Blaine en The Handmaid’s Tale, apuesta a una especie de versión lánguida de los musicales mainstream tradicionales de rápido ascenso a la condición de celebridad y sus consecuencias, léase enfrentarse al ego y los chupasangres. La trama gira alrededor de Violet Valenski (Fanning), una chica de 17 años que forma parte de una familia de inmigrantes polacos viviendo en la Isla de Wight, en el Reino Unido, una joven que asiste al colegio secundario, se hace cargo junto a su madre Marla (Agnieszka Grochowska) de la colorida granja familiar y trabaja de camarera -también a la par de su progenitora- en un local nocturno. No obstante el verdadero anhelo de la muchacha es cantar y lo hace regularmente ante un mínimo público en un tugurio del pueblito en el que vive, donde conoce a un tal Vladimir Brajkovic (el genial Zlatko Buric, actor fetiche de la primera etapa de la carrera de Nicolas Winding Refn), un famoso cantante de ópera en su Croacia natal y hoy un alcohólico y menesteroso que se ofrece a ocupar el rol de manager y a ayudarla en lo que atañe a su preparación y sus ensayos para participar en un concurso televisivo de canto símil reality show, ese Teen Spirit del título original en inglés. El guión del propio Minghella recurre a todos los lugares comunes del formato, en especial a este esquema de “pareja musical dispareja” que componen Violet y Vladimir, sin embargo logra salir a flote con inusitada eficacia porque siempre mantiene los pies sobre la tierra y no se abstrae hasta perderse -como tantas propuestas semejantes- en el circo del mundo del espectáculo y su paradigmática banalidad, coqueteando permanentemente con la ruptura del dúo central debido a los idiosincrasias álgidas en cuestión: ella es muy parca, al igual que su madre, en función de la amargura compartida de las dos mujeres motivada por la partida repentina del padre -para nunca más regresar- luego de una infidelidad de Marla, y él también arrastra una generosa depresión debido a su distanciamiento con respecto a su hija, que asimismo se dedica a la música y vive en París. El relato en esencia nos brinda una interpretación bien resumida y súper mundana de los latiguillos que supo patentar la recordada Nace una Estrella (A Star Is Born, 1937), aunque adaptados a los tiempos que corren y el desinterés absoluto del mainstream musical actual por buscar nuevos talentos, por lo que estos concursos televisivos salvajes e hipócritas se transforman en un semillero en el que uno de cientos es elegido para ser explotado a gusto por los productores de turno. Minghella trata al certamen/ programa de TV en sí como una excusa narrativa para el comienzo del ascenso de Valenski y hasta denuncia ese sustrato parasitario a través de la figura de Jules (la siempre maravillosa Rebecca Hall), representante en la trama de los productores de Teen Spirit y artífice del ofrecimiento de un contrato discográfico leonino en el que la chica tendría que renunciar a todo y ponerse al servicio de lo que los payasos de marketing dispongan para transformarla cuanto antes en otro producto sin alma del mainstream. Un indudable punto en contra de la faena en su conjunto es el repertorio, característica que comparte con las nombradas Vox Lux y Her Smell y rasgo lamentable de buena parte de los musicales de hoy en día (no todas las canciones son mediocres y/o olvidables, pero el promedio cualitativo es bastante bajo porque se enmarca en ese pop prefabricado -en eterna pose chillona y tontuela- que domina el campo cultural infantil/ adolescente). La realización cuenta con la duración justa, no se entretiene con escenas melodramáticas gratuitas, llama a las cosas por su nombre y sobre todo nos regala una excelente dinámica actoral entre Fanning y Buric, dos intérpretes que hacen de la química apesadumbrada su principal herramienta en pantalla…
Con la Iglesia hemos topado. El tema de esta película es bastante duro partiendo de la base que ataca a una institución tan importante y poderosa como es la Iglesia. Ese tema es la pedofilia, o más bien, la pedocriminalidad, que se desvincula por completo de la homosexualidad desde el inicio del film: no hablamos de una orientación sexual, sino de una perversión sexual. No es de extrañar, que Por gracia de Dios fuera difícil de llevar a cabo y tuviera que hacer frente a presiones políticas y religiosas. Obviamente intentó ser prohibida y “gracias a dios” que lo fue, pues no pudo haber mejor publicidad para el éxito de la cinta. El equipo de producción, aunque admite haber desarrollado la película sin secretismos, tuvo que ser muy cauteloso a la hora de plantear los rodajes. Las escenas en iglesias, se rodaron fuera de Francia, mayoritariamente en Bélgica. Así mismo, tuvieron que ocultar el título. Y es que “gracias a dios” fue una expresión muy sonada en Francia, ya que es la que utilizó el cardenal Barbarin en una rueda de prensa para afirmar que por suerte los crímenes de pedofilia del padre Preynat habían prescrito. La película comienza con la historia de Alexandre Guérin, y es un gran acierto porque la hace arrancar desde una familia católica practicante. Esta primera historia, que servirá de hilo argumental para toda la película, ya nos sitúa bastante bien en el planteamiento de Ozon. Como él mismo asegura en la rueda de prensa “no quería hacer una película política, sino plantear preguntas”. Y cualquier persona con un poco de corazón, se hará muchas de ellas tras el visionado del film. “No es en contra de la Iglesia, sino por la Iglesia”, sentencia un personaje. En esta primera historia los hijos de la familia tienen bastante peso. Nos recuerdan continuamente que no es un tema del pasado, y que la lucha tiene que enfocarse al futuro. La segunda historia, se nos cuenta desde el ateísmo y nos aporta un tono más reivindicativo y los pocos puntos cómicos que un tema como éste se puede permitir. Por último, aunque el tercer protagonista llega muy tarde, lo hace con muchísima fuerza. El personaje con más secuelas físicas y psicológicas de los tres. Estos tres puntos de vista tan diferentes colman la trama de una gran riqueza de perspectivas. En palabras de su director “se unen por un combate común, pero son muy diferentes. Y esas diferencias hacen posible la asociación”. Los tres actores hacen un trabajo excepcional. Los flashbacks nos enseñan que los tres protagonistas un día fueron tan solo tres niños inocentes. Pero Ozon huye del morbo y las escenas innecesarias, y así no busca recrear los crímenes del padre Preynat. “Era imposible plantear escenas sexuales, el espectador es capaz de imaginarlas”, afirma el director. François Ozon plantea una de sus películas más comedidas técnicamente hablando, y decide intervenir lo mínimo posible. Pero es una decisión consciente. El director adapta la fotografía a la historia. Y en esta historia, la protagonista es la palabra. Pero si Por gracia de Dios “peca” de algo, es posiblemente ese exceso del uso de la palabra. Son muchas las secuencias en las que los personajes caminan sin ton ni son de un lado para otro, mientras escuchamos en voz en off el contenido de innumerables cartas. La película nos brinda un par de escenas en las que guión, dirección e interpretación consiguen una intensidad dramática de manera magistral. Esa tensa comida familiar de los Debord o los diferentes encuentros con el padre Preynat podrían estar entre estas escenas. Pero sin lugar a dudas el rezo del padrenuestro mano con mano, es la escena más desgarradora de toda la película. Por gracia de Dios es una película arriesgada, pero desarrollada con mucho tino y delicadeza. Una película que alguien con una trayectoria como François Ozon se puede permitir y resolver con tanto acierto. “¿Crees en Dios?”, le devuelven la pregunta al director. “Aunque tuve una educación católica, perdí la fe muy pronto cuando vi la hipocresía que planteaban algunos textos religiosos. Pero odio volar, y cada vez que subo a un avión, rezo” bromea Ozon.
Cine con mayúsculas. Me encanta esta película. Me gusta mucho compartir el tren eléctrico con el que Tarantino se ha puesto a jugar a lo bestia. Hay de todo en este cuento que convierte la leyenda (y la historia) en un relato de cotidianidad. Tarantino se ha permitido hacer muchas películas en una sin perder nunca el hilo que conjuga todo el puzzle. Hay western de televisión en blanco y negro y de spaghetti western, hay comedia de los sesenta, hay terror, hay cine de guerra y de suspenso, un poco de kung fu y mucha, mucha música. Todo ambientado en ese Hollywood de neones, luces, estudios más o menos cutres, autopistas, mansiones y ranchos llenos de muy dudosos hippies. Es un gran juguete cinéfilo con momentos emocionantes, (Sharon Tate en el cine viendo una película protagonizada por ella), momentos divertidos (todo el final es espectacular), momentos de reflexión (estupendo Rick o sea Leonardo di Caprio hablando de lo que significa envejecer para un actor), diálogos brillantes y una doble historia paralela: la de Rick, un actor en horas bajas que hace Di Caprio y Cliff, su doble y amigo para todo, que interpreta Brad Pitt, al que Tarantino le reserva dos grandes secuencias: la del rancho y la de la pelea con Bruce Lee. La otra historia es la de sus famosos vecinos: Sharon Tate, Polanski y su grupo de amigos. Se permite ser más emocional, más personal. No copia. No ofrece un ejercicio de estilo y referencial sin más, sino que tal vez es su película con mayor contenido concentrado en su argumento. Se nota que esta vez le ha dado por ir a por una historia más profunda y ser él mismo (lo que hace que la prefiera antes que a casi toda su filmografía). Combina el humor y el drama de forma genial. Asimismo, sigue teniendo grandiosa puntería para seleccionar canciones en el momento adecuado. Estamos en 1969, en agosto, todos podemos recordar o conocer si no se había nacido aún, lo que pasó aquella calurosa noche agosto de 1969 en un barrio residencial de Hollywood. Pero Tarantino es mucho Tarantino y se atreve con todo en este retrato de un tiempo, un lugar y unas gentes que ya no volverán. El cine, y Hollywood, perdió la inocencia en aquellos años de finales de los sesenta. La diversión está garantizada, el espectáculo también, los actores, principales, secundarios y cameos, son estupendos, hay muchos hijos e hijas de famosos encarnando a la siniestra familia Manson, hay muchas referencias cinéfilas que se pueden o no reconocer y, sobre todo, hay un canto de amor a una industria que ha hecho soñar y sigue haciendo soñar, invitándonos a subir a ese magnífico tren eléctrico que es casi un AVE de lujo. Contiene escenas memorables desde ya (DiCaprio con la niña, por favor; Cliff contra Bruce Lee). Pero desde la escena del rancho poblado por hippies -que parece mutar en una película de terror y suspenso a plena luz del día- la película no para de subir y toca techo en una media hora final inolvidable de vitorear y aplaudir.
Cuando la ficción se aproxima a la realidad. Esta encantadora película es la increíble historia, real, aunque el cine es el cine, de Melita Norwood, una espía británica del KGB, agente doble que respondía al apodo de «Hola», acusada con 87 años cumplidos de compartir secretos nucleares británicos con la Unión Soviética cuando, recién licenciada en Física, trabajaba en la Asociación Británica de Metales No Ferrosos. Realizada por Trevor Nunn (conocido director teatral de montajes como Los Miserables o Noche de reyes) a partir de un guion adaptado de la novela del mismo título de Jennie Rooney (Red Joan se llama la versión original de la película), está protagonizada por la insuperable Judi Dench (Oscar a la mejor actriz secundaria por Shakespeare apasionado en 1999), en el papel de la espía anciana, y Sophie Cookson (Kingsman: el servicio secreto) en el de la joven Melita, que en la ficción se llama Joan. «Yo no era más que una sombra en ese universo dominado por los hombres. Invisible… y finalmente poderosa». En un pueblo de Inglaterra, Joan Stanley, la típica ancianita inglesa de la que nadie sospecharía nunca que pudiera ser enemiga del Estado, pasa sus días cuidando el jardín. Una mañana, llaman a su puerta unos agentes de los servicios secretos MI5 que se la llevan detenida por traición. Acaba de salir a la luz uno de los mayores casos de espionaje del KGB en el Reino Unido, y Joan es una de las sospechosas. Un salto hacia atrás en el tiempo revela la manera en que Joan fue captada cuando era estudiante en la Universidad de Cambridge y se enamoró de Leo (Tom Hughes), un ruso seductor y manipulador que fue influyendo en la visión que la joven tenía del mundo. Terminada la guerra, Joan entra a trabajar en un centro secreto de investigación nuclear y enseguida se verá obligada a traicionar a su país para salvar al mundo de una catástrofe. La teoría de Joan era que si «todos saben todo» no habrá razones para apretar el botón rojo. Lo que finalmente le incita a pasar información es la devastación causada por las bombas atómicas estadounidenses en Japón. La realidad es que Melita Norwood —quien después de pasar información al KGB se casó, se marchó a vivir a otro país, adoptó un hijo, se quedó viuda y regresó a Inglaterra— pasó desapercibida hasta que en 1999, durante una investigación del catedrático de la Universidad de Cambridge Christopher Andrew en varios archivos desclasificados del KGB, apareció el nombre de la espía «Hola». La investigación acabó descubriendo que correspondía a Melita, una simpática anciana que a los 87 años fue descubierta públicamente como uno de los principales enlaces con Moscú. Aquel día su hijo se enteró de que su madre había sido espía. En 1937, cuando tenía 25 años, Melita entró a trabajar como secretaria en la Asociación Británica de Metales no Ferrosos, una tapadera de los experimentos nucleares británicos. Tras la segunda Guerra Mundial se levantaron sospechas al comprobar que algunos logros de los soviéticos coincidían con los británicos, pero nadie pensó nunca en Melita. En una improvisada rueda de prensa, en el jardín de su casa de Bexleyhead, al sur de Inglaterra, una vez que la dejaron en libertad teniendo en cuenta su avanzada edad, explicó que había tomado la decisión de compartir los documentos secretos que pasaban por sus manos con los rusos «para ayudar a impedir la derrota de un nuevo sistema que había, a un alto coste, dado a la gente de a pie alimentos y precios que podían permitirse, ofreciéndoles educación y un servicio de salud». Historia de espionaje que incluye dos historias de amor, el marco de una relación madre-hijo y algunas consideraciones éticas sobre el armamento nuclear, bien interpretada por las dos mujeres que generan una corriente de empatía en el espectador. Los personajes masculinos, en cambio, son bastante tópicos. La belleza de la historia se encuentra precisamente en el hecho de que no se trata de espías que saltan de helicópteros ni devoran kilómetros en deportivos biplaza rojos, sino de ciudadanos «ordinarios» que podríamos haber tenido de vecinos en algún momento.
Regreso a las Tierras del Reino. El ejercicio de equidistancia al que se está adhiriendo Disney durante los últimos años no se corresponde con la propia naturaleza de los proyectos por los cuales quiere repetir ciclos. Los live-action de la compañía nacían hace ya más de cinco años como un intento de actualizar los clásicos animados sin perder la esencia; siendo más fieles o más creativos, pero siempre atados al material en cuestión. Cuando se alejaban de esa condición –Maléfica– generaban un reparto de satisfacciones injusto, y cuando acudían al homenaje conservador –La bella y la bestia– también recibían oleadas de inconformismo. ¿Dónde se queda El Rey León? Jon Favreau ya saboreó la gloria con El libro de la selva, y tenía claro desde un principio cuál sería su enfoque a seguir para revivir la sabana. El objetivo de esta nueva adaptación no pasaba tanto por añadir una plusvalía creativa al cuento original, como sí aprovechar los avances tecnológicos con el propósito de perfeccionar su propia receta dentro del paraguas de la compañía. Y es eso precisamente lo que nos encontramos en el regreso a las Tierras del Reino; una cinta carente de ambición en lo narrativo, pero astuta y perfeccionista en lo visual. Este coste de elección queda cubierto por otro lado por un pastiche de nostalgia mucho más denso de lo habitual. Hace unas pocas semanas Guy Ritchie daba un salto al vacío modificando de forma importante la historia original de Aladdín, y lo hacía sin perder el referente emocional de la audiencia. Favreau busca el mismo efecto, pero lo anhela de forma más intensa. Todo lo que recordamos del clásico de 1994 se encuentra ahí, en algunos casos hasta con planos idénticos y conversaciones calcadas y expuestas para humedecer la memoria del espectador. Ahora bien, este Rey León no genera las mismas sensaciones. Aunque el contenido es prácticamente idéntico, la forma en la que está presentado difiere notablemente. El guion de Jeff Nathanson está condicionado hasta el extremo por una de las decisiones más comprometedoras de toda la producción; el realismo. Una condición, en este caso artística, que diluye en gran medida gran parte de los momentos climáticos de la cinta de animación, sustituyéndolos por un tono documental que no termina de cuajar bien. No lo hace ni con el dramatismo que el cuento destila en la muerte de Mufasa o el ascenso al poder de Scar, ni con las actuaciones del casting. En nuestro caso pudimos ver la película en versión original, pudiendo disfrutar de uno de los trabajos interpretativos de voz más espectaculares de los últimos años. Empezando por John Oliver con el grajeo estridente de Zazú, y siguiendo por el registro satánico que alcanza Chiwetel Ejiofor como Scar. Todos y cada uno de ellos logran fundirse con la esencia de su personaje, aportando texturas novedosas pero respetuosas con las actuaciones originales. Y en ese sentido, aunque la presencia de Beyoncé como Nala es imponente -y su aportación musical lo es más-, son Billy Eichner y Seth Rogen quienes más brillan encarnando a los inolvidables Timón y Pumba. La pareja protagoniza algunos de los momentos más inteligentes y graciosos a nivel narrativo. Y sí, a pesar de la vitalidad que transpira Simba en su juventud, son la suricata y el facóquero los que insuflan más carisma y ritmo a la trama principal. Su “Hakuna Matata” logra diluir el tono oscuro que deja la muerte de Mufasa, y encamina la cinta hacia su segundo acto vitaminada de energía positiva. Desde ahí Favreau va dejando caer todo con elegancia y suavidad, apoyándose en los temas más reconocibles de la película animada -electrizante “Es la noche del amor”- en un carrusel de emociones que no deja de crecer empujado por el tren de la nostalgia. Y a pesar de todo ello, El Rey León no deja de ser una película imperfecta. Ciertas escenas son despachadas con demasiada celeridad, perdiendo en el proceso el tempo y el peso que ostentaban en el clásico. La ausencia de algunos temas empañan de forma intermitente la inmersión, y la variación en determinadas letras aportan frescura pero entorpecen el intimismo que pretende Favreau para con el fan. Es en realidad el material original -con sus referentes y sus personajes- el que hace de este live-action una de las adaptaciones más efectivas de la historia de Disney. ¿Qué aporta entonces al imaginario establecido hace 25 años? Absolutamente nada. El estudio intenta con acierto pero con timidez implantar cierto perfume feminista dándole más peso a Nala y Sarabi en la rebelión contra Scar, pero termina dejando que la cinta se asiente en espacios más conocidos y seguros. Esta era una cinta que debía cocinarse sola, y efectivamente lo hace. El Ciclo de la Vida se repite una vez más dando a luz a un producto de marketing perfectamente medido que enamora sin esfuerzo. Que se disfruta recordando, y que demuestra más de dos décadas después, el poder de una historia capaz de brillar por encima de ornamentos innecesarios.
Un Chucky más siniestro y divertido. Desde que en 1988 apareciera por primera vez la figura del muñeco diabólico creado por Don Mancini -esta nueva versión es la octava vez que vemos a Chucky en pantalla-, que además de ver al muñeco, también hemos podido ver a la novia, incluso a su hijo. Con esta evolución, no solo va en aumento la sangre, si no que ya la historia no innovaba porque ya no enseñaba nada nuevo, llegando a convertirse en repetitivo. Pero, en 2019 la nueva versión muestra una figura mucho más siniestra y divertida, consiguiendo asustar, pero también llegando a encariñarse con Buddi en ciertos momentos de la trama, aunque según va pasando la historia, te entran más ganas de matarlo que de abrazarlo, cuando conoces sus verdaderas intenciones. El filme está hecho para el público milennial actual que está enganchado a la tecnología, ya que, en vez de dar terror, hace bastante gracia llegando al punto de provocar mas de una carcajada, y aunque tiene su dosis de violencia y sangre a partir de la segunda mitad de metraje, es una película disfrutable para ver con amigos y pasar un rato entretenido en la sala de cine. La película muestra un tema tan actual como la dependencia en la tecnología que tenemos actualmente, donde podemos controlar la mayoría de nuestros aparatos con la voz o con una aplicación. La inteligencia artificial es la que se esta introduciendo en nuestras vidas a pasos agigantados y al final vamos ha acabar siendo dominados por las máquinas o la rebelión de dispositivos tan cotidianos hoy en día como Siri, Alexa, Amazon Echo o Google Home que están para facilitarnos la vida, pero cualquiera puede hackearlos para convertirlos en un arma, algo impensable a primera vista, pero que puede ocurrir. El director de la cinta es Lars Klevberg que tras su cinta de terror Polaroid sobre una cámara poseída y asesina, ahora nos trae otra de terror con el reboot de Chucky. Como ya he comentado anteriormente ha creado una historia gamberra y divertida adaptada a los tiempos modernos, coge la esencia creada por Mancini y la transforma en una película slasher con grandes momentos. Hay que decir que no es una película de terror al uso como eran las anteriores porque no da miedo en sí, es siniestra porque las apariciones de Buddi son cada vez más oscuras y convirtiendo un adorable muñeco para niños, en una màquina de matar por proteger a su dueño y que no lo separen de su lado, un aspecto que recuerda mucho a Toy Story y el vinculo entre Andy y Woody, pero una versión más macabra y perturbadora. De entrada Buddi es un miembro más de la familia pero, cuando se van sucediendo los acontecimientos, se convierte en una lucha encarnecida por dar caza al muñeco y acabar con la ola de violencia que azota sus vidas. A nivel interpretativo tenemos a Buddi que corre a cargo de Mark Hamill, de sobra conocido por la saga Star Wars, pero también por haber puesto voz al Joker en las películas animadas de Batman. Es una voz muy siniestra que consigue asustar, sobre todo cuando canta su canción, pero también hace bastante gracia con su gamberro vocabulario a lo largo del metraje. Por otro lado, tenemos a Andy (Gabriel Bateman), y su madre Karen (Aubrey Plaza) que son las otras dos partes del triángulo protagonista de la cinta. Andy es un niño con problemas sociales y enganchado a su teléfono, pero cuando recibe a Buddi se convierten en compañeros inseparables, hasta que la conducta de Buddi cambia y ya no es tan divertido como al principio En definitiva, El Muñeco Diabólico es una más que aceptable y entretenida adaptación del clásico creado por Don Mancini, pero que no consigue asustar porque no es una película de terror. De todos modos no está nada mal para enganchar a las nuevas generaciones que no conocen la historia de Chucky y su diabólica personalidad.
Prisioneros del Universo. Esa Mujer (Ash is Purest White), presentada en el festival de Cannes 2018, narra la historia de una mujer que amó por encima de todo a un hombre, en un entorno regido por los códigos de honor, lealtad y traición que rigen el inframundo del “jianghu”, donde desde la noche de los tiempos se juntan los fuera de la ley con los marginales. Dirigida por Zhangke Jia, uno de los cineastas chinos actuales más interesante que en una década ha pasado de estar prohibido a ser considerado emblemático, esta melancólica película deja una pregunta en el aire: ¿es capaz un amor de resistir a los estragos del tiempo? Las vicisitudes de la pareja formada por Zhao Tao y Liao Fan, le sirven al director para dejar testimonio de las transformaciones sociales, culturales y técnicas del gigante asiático relatadas a través de una triple estructura temporal (2001, 2006, 2016), apoyada con imágenes de sus películas anteriores. En 2001 la joven Qiao, hija de un obrero de Dantong, ciudad minera de la región de Shanxi, está locamente enamorada de Bin, un cabecilla del hampa local. Testigo del ataque de una banda rival contra Bin, dispara para defenderle. Por no delatarle, Qiao acaba condenada a cinco años de cárcel. Una vez en libertad, Qiao busca a Bin pero este la ha reemplazado. Con el corazón destrozado, Qiao se va como la perdedora de siempre del cine negro. Volveremos a verla de regreso a Datong, dueña de un bar y dirigiendo a lo que queda de la banda de antaño, encontrándose con un Bin inválido. Juntos recordarán por última vez las hazañas del hampa y su pasión. La historia de los encuentros y separaciones de la pareja sirve de guía para ir mostrando los cambios de un país que se va abriendo a la cultura occidental al tiempo que pierde algunos de sus valores tradicionales, como la lealtad o la fidelidad. Enseguida se adivina que estamos ante una tragedia, que la pareja no volverá nunca a amarse como antes. Esa mujer, una película del hampa, un romance de carácter social, es el “fresco de una China en mutación, infiltrada por los iPhone y las cámaras de vigilancia, en la que el liberalismo hace la competencia al hampa” (Nicolas Schaller, NouvelObs). El título en castellano, La Ceniza es el blanco más puro, hace referencia a lo que Qiao dice a Bin, refiriéndose a su amor, contemplando el majestuoso volcán que domina la ciudad gris: que las cenizas de la lava a temperatura muy alta se vuelven blancas. Una de las grandes virtudes del realizador Zhangke Jia es incrustar sus historias en la realidad china, así el deambular de Qiao, de los bares nocturnos a los pueblos de la región de las Tres Gargantas desaparecidos en la construcción de la presa de la mayor central eléctrica del mundo, es casi un documental, la historia de su país a lo largo de dieciséis años. El filme es, sobre todo, el retrato de una mujer entera, fiel y fiel a sí misma en un paisaje simbólico, frente al hombre inmaduro incapaz de mantener un compromiso, magistralmente interpretado por Zhao Tao, actriz fetiche del realizador. Una película nostálgica, una tragedia moderna.
Encontrándose en Europa. Sabiendo que aún el público estaría conmocionado por la gravedad de Avengers: Endgame, a apenas dos meses del enorme film-evento que concluía la fase 3 del Universo Marvel, astutamente la factoría ha optado por una propuesta más liviana para continuar con ciertas líneas abiertas en el mastodonte trágico. Y es que en Spider-Man: Lejos de casa confluyen las dramáticas consecuencias de los acontecimientos de Avengers: Endgame en el rol de Spider-man con el espíritu lúdico y despreocupado que se forjó en la anterior Spider-Man: De regreso a casa (2017). Tras convertirse y asimilar su deber como superhéroe, la trifulca emocional de Peter Parker prosigue al intentar encontrar una figura con la que llenar la ausencia de su mentor, cuestionándose su papel en relación a otros salvadores y poniendo a prueba su (in)madurez. Un desconcierto propio de la adolescencia replicado en el mundo de los justicieros que solo supone una parte de las otras diatribas emocionales del hombre araña, emparentadas en las dinámicas de la comedia teen que ya fueron presentadas en la primera entrega protagonizada por Tom Holland. La fórmula de Spider-man: De regreso a casa podría haber caído en el agotamiento, pero el hecho de sacar a los personajes de su espacio natural (el instituto) para meterlos en una road-movie ayuda a mantener la savia nueva de su precedente, exponiéndolos a otras situaciones, más eficaces que originales argumentalmente. La relectura de la comedia adolescente continúa funcionando gracias a su confianza en los clichés del género para amoldarlos a las necesidades de su carismático protagonista, así como a los puntos de ironía que consiguen en algún inspirado momento subvertir y reactualizar al siglo XXI los patrones clásicos. Al igual que también adopta como amenazas los temores digitales de nuestro presente, jugando con la ilusión de realidad que produce una imagen, sumiendo a Spider-Man en la confusión perceptiva, en una desorientación equiparable a la de su estado emocional. En el reverso maligno, Jake Gyllenhaal plantea facetas despóticas y turbias del mitificado Tony Stark que ligan con un bienintencionado discurso atemporal acerca del canibalismo laboral, pero al que le falta un mayor calado para que pueda trascender de verdad y no funcionar como mero detonante de la venganza. Eso repercute también en el personaje de Gyllenhaal, no acabando de explotar su potencial y relegándolo a un rutinario adversario más. Olvidando, lamentablemente, el ingenio visual y narrativo de Spider-Man: Un nuevo universo (Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman, 2018) –claramente, la mejor película del hombre araña en más de una década-, Spider-Man: Lejos de casa vuelve a disponer de todos los aciertos de De regreso a casa y los reubica para no caer en el desgaste, conservando su sentido de la diversión, la relevancia en la construcción del personaje dentro del Universo Marvel y la gracia de un irreprochable Tom Holland. No hay nada como salir a tomar el aire.
Supervivencia helada. El Ártico es una película de supervivencia que no busca revolucionar el género ni ser demasiado original pero que posee un estilo que atrapa al espectador desde su comienzo. En este sentido los primeros planos son toda una declaración de intenciones, cuando nos encontramos con Overgård (Mads Mikkelsen) cavando duramente en la nieve, sólo para revelar que se trata de una señal de SOS gigante. La historia no puede ser más sencilla. Un hombre lucha por sobrevivir. A su alrededor, la inmensidad blanca, y los restos de un avión que le ha servido de refugio, vestigio de un accidente ya muy lejano. Con el tiempo, ha aprendido a luchar contra el frío y las tormentas, a cuidarse de los osos polares y a buscar comida. El filme supone el debut del brasileño Joe Penna. Un youtuber y músico muy conocido en su país bajo el nombre de “MysteryGuitarMan”, con videos reproducidos más de 340 millones de veces. Esta fama le ha servido de trampolín para dirigir esta coproducción entre EE.UU. e Islandia. País último en el que se ha rodado esta película. La historia cuenta con el trabajo del danés Mads Mikkelsen en uno de los mejores trabajos de su extensa filmografía. A diferencia de otros trabajos como Polar, o La cacería, aquí prácticamente no hay diálogos durante los 97 minutos de metraje. Se trata de un trabajo sobrio, donde los gestos y la expresividad son los que construyen al personaje. Un trabajo bueno que nos recuerda lo que ya tiene claro la industria cinematográfica; Mads Mikkelsen es uno de los mejores actores de la actualidad. Como indicaba al comienzo del artículo, El Ártico no busca ser original y en su historia podemos encontrar muchas reminiscencias al mejor cine de supervivencia, desde Misión: rescate, a El renacido. Los aciertos de esta película residen en una historia muy sólida, en una magnífica fotografía y sobre todo en un mundo frío y opresivo que se va haciendo más duro a cada minuto. Resulta muy interesante descubrir el día a día de este hombre y ver como vence al frío y al hambre con los pocos instrumentos que posee. La soledad, el frío y el hambre están tan presentes en la película que pueden llegar a sentirse. Como en toda película de supervivencia la historia necesita avanzar y para ello el guion se nutre de algunas sorpresas que, si bien son cuestionables, se presentan fundamentales para el correcto desarrollo de la aventura. Es de esas películas en las que todos los espectadores menos el protagonista saben que está a punto de tomar una mala decisión. Un ejemplo es la brusquedad a la hora de la introducción del personaje interpretado por Maria Thelma Smáradóttir. Un “truco de guión” que finalmente se presenta fundamental para mantener la tensión y el interés en la historia. A pesar de todo se sigue con mucho interés las aventuras y problemas del protagonista en su avance por el Ártico. Una película que además nos presenta a un nuevo director con mucho talento y que en 2020 presentará una nueva propuesta. En este caso una historia ambientada en Marte. Continúa la supervivencia.