Araña: Revolucionarios de elite. El chileno Andrés Wood regresa a la pantalla grande con una historia valiente sobre el resurgimiento del nacionalismo de extrema derecha. Para aficionados al cine político y a los hechos históricos de Latinoamérica, la séptima película del director protagonizada por Mercedes Morán y María Valverde, retrata un hecho que ya ha sido llevado a la ficción, pero esta vez lo hace desde una mirada distinta, donde no se juzga a los personajes ni a sus acciones. “El pasado se hace presente” como reza su tagline, en una dualidad entre 1973 y 2019. El director vuelve sobre un tema que ya trató en Machuca (2004), los años 70 y el golpe de estado militar de Pinochet, ahora desde otro enfoque. La detención de una persona en la actualidad lleva a rememorar esos años de revolución del grupo de extrema derecha Patria y Libertad, que conspiró para derrocar al gobierno de Salvador Allende. Sus primeras proyecciones en festivales durante el 2019 coincidieron con los enfrentamientos civiles en Chile, sin ser una estrategia sino que sabemos que en América Latina la historia se repite. Una historia cargada de secretos y violencia, que siguen presentes. Un brutal comienzo: una mujer de clase alta gritando al profesor de fútbol de unos pequeños porque no hace participar a todo el grupo, reclamando justicia; un señor haciendo justicia por mano propia, reventando con su auto a un ladrón que huía con una cartera ajena. A estas 2 personas los une un pasado turbio de pasión, política y odio. Araña (2019) tiene 2 líneas temporales: la actualidad y los 70. La historia de 3 militantes del grupo paramilitar Patria y Libertad, formados por jóvenes de la alta sociedad chilena, que días después que Augusto Pinochet mandara a ejecutar a Salvador Allende y tomase el poder, se disolvió por decisión de sus propios miembros, con lo que se entiende que ese grupo sólo existía para derrocar a Allende. En la actualidad, Inés (encarnada de joven por la española María Valverde y en la madurez por la argentina Mercedes Morán) y Justo (Gabriel Urzúa y Felipe Armas) están casados, son profesionales con poder y tienen una vida elegante. Pero el pasado puede salir a la luz cuando aparece en las noticias Gerardo (Marcelo Alonso y Pedro Fontaine), un viejo compañero de lucha. De jóvenes, arengaban violentamente en las calles de Chile mientras tenían una rara relación íntima. De fondo Chile, a principios de los 70, entre Salvador Allende y Augusto Pinochet. Las actuaciones de María Valverde y Mercedes Morán hacen que su personaje resalte como ningún otro, dando poder absoluto a su condición de mujer, frente a los hombres que las acompañan en las distintas etapas de su vida. La argentina se destaca hablando en “chileno” de manera perfecta, algo que llama mucho la atención apenas comienza la película, además de su actitud cruenta de quien ha vivido como quiso, al costado de lo correcto. La española brilla con su interpretación sexy y combativa a la vez. Los chilenos Pedro Fontaine y Gabriel Urzúa, como los jóvenes, Gerardo y Justo, respectivamente; y luego, en su madurez, Marcelo Alonso y Felipe Armas, acompañan de forma prolija a las protagonistas. No hay personajes que generen empatía, que sean agradables; todos son violentos y generan rechazo en el espectador, lo cual es una maravillosa estrategia de guion. Quizás falte cierta profundidad en el análisis de los hechos históricos, pero siendo latinoamericano no hay minuto en el que no se comprenda lo que sucede ya que todos los países de la zona pasaron por lo mismo en esa época. La diferencia de clases y de posiciones políticas está muy bien retratada. El guion tiene semejante fuerza que, de a ratos, no hacen falta diálogos, ya que basta con lo narrado visualmente. No es una película que genere simpatía en el espectador, aunque tiene un ritmo que nunca decae; taladra el pasado político de Chile a partir de una historia de amor y revolución. Araña (2019) demuestra que el pasado es esencial para entender el presente y prepararse para el futuro. Una historia que recorre dos líneas temporales, con 40 años en el medio, de manera casi documental, donde el pasado siempre persigue al presente. Con un brillante guion de Guillermo Calderón, una excelente dirección de Andrés Wood y las interpretaciones perfectamente ejecutadas, refleja un conflicto social del pasado que aún sigue vigente. Apasionante y dolorosa.
¡Por fin solos!: ¿Feliz retiro? ¿Acaso es el retiro uno de los objetivos en la vida? Muchas veces lo que tanto se desea, al conseguirlo ya no brinda la satisfacción imaginada. La comedia francesa Joyeuse Retraite! (2019), su título original, llega a los cines argentinos, luego de haber hecho estragos en su país de origen, retratando cuestiones importantes de las relaciones humanas, sobre todo en la 3ra edad. Basado en la novela de Guillaume Clicquot, el director y guionista Fabrice Bracq vuelve a la pantalla grande con esta historia liviana en apariencia, pero con algunos temas profundos que se dedica a, por lo menos, mencionar sin ahondar demasiado, sobre las aventuras de una pareja madura y adinerada que, a partir de su jubilación, emprenden un viaje para disfrutar a solas. Contingencias de todo tipo y momentos desopilantes terminan por disparar dudas y miedos, a partir de conflictos familiares. Nada nuevo, nada brillante, chistes fáciles y trillados. Marilou (Michèle Laroque) y Philippe (Thierry Lhermitte) se jubilan y quieren emprender un viaje a Portugal alejándose de todos, pero las demandas de su familia no se lo harán tan fácil. Uno de sus hijos será padre y los quiere de niñeros. Pero ellos harán lo imposible por librarse de todos a su alrededor y poder descansar como se merecen. Bracq presenta y describe detalladamente a los protagonistas y sus ansias de retirarse y dejar Francia. Luego comienzan los inconvenientes, entre mentiras donde sólo el espectador conocerá la verdad, y todo se vuelve más complicado con la aparición de los personajes secundarios: Un hijo conductor de televisión que oculta datos de su vida, una hija con niños pequeños que está desbordada, y la madre de Phillippe, una anciana que de repente deja de ser independiente y deshace los planes del matrimonio. Con un guion sin mucho valor narrativo, el contexto y la psiquis de los personajes es lo que importa. La enorme casa de los personajes principales es un protagonista más, que quieren dejar atrás y ser ellos 2, pero sus amigos y familiares no se permiten, convirtiéndose en una comedia de enredos más del montón. Triste porque supone una anomalía dentro de lo que nos tiene acostumbrados el cine francés, esas grandes comedias que dan placer ver y disfrutar. Desafortunadamente, nada permite al espectador apegarse a los personajes. Bromas xenófobas sobre los portugueses, o sobre los nervios, comentarios ridículos de una persona que resulta ser gay, entre otros. Todos estos personajes, con sus particularidades, mencionan ideas sobre los vínculos familiares y amistosos, la política (sino no sería una comedia francesa), las redes sociales, etc., sin llegar a crear una historia creíble ni empática. Sin mucha imaginación, sólo acumula chistes y situaciones desopilantes que no llegan a ningún lado. Prepondera el humor negro, tratando temas como la muerte y la vejez desde la ironía. El efecto del chiste es acrecentado por los primerísimos primeros planos, como quien debe explicar la broma. No se esperaba una obra maestra del séptimo arte, pero ¡Por fin solos! (2019) no es divertida ni deja un mensaje profundo, no se entiende bien qué buscaba transmitir, pero no lo logra.
Judy: Detrás del arcoiris. Nominada al Oscar como Mejor Actriz, Renée Zellweger protagoniza la biopic de Judy Garland, dirigida por Rupert Goold, haciendo que la película brille gracias a su magnetismo en escena. Basado en la obra teatral “End of the Rainbow” de Peter Quilter, y con la genial Renée Zellweger como la reconocida cantante y actriz, se presenta la historia de Garland 30 años después de El mago de Oz (1939) su catapulta a la fama mundial. Sin casa, con deudas en hoteles, 2 hijos a la deriva, un ex-marido que quiere quedarse con los niños y sin ofertas de trabajo. Así, se va a Inglaterra donde tiene oportunidades laborales prometedoras, pero el ocaso de la estrella se vislumbra en cualquier lugar del mundo. A partir el uso de flashbacks, se crea el contexto propicio para entender las luces y sombras de Garland. Es el año 1968 y Judy Garland viaja a Londres para dar unos conciertos, entre medio de sus miedos y dudas cosechadas durante toda su vida. Las entradas se agotan rápidamente, pero su voz y vitalidad también lo están haciendo, lo que intenta paliar con drogas legales en gran cantidad (lo que la llevaría a su muerte al siguiente año). Los abusos físicos y psicológicos sufridos desde su niñez, cuando su madre la entrega al cine industrial para que la Metro-Goldwyn-Mayer la contrate sin hacerle siquiera una prueba de cámara y la explote durante años haciéndola trabajar interminables jornadas, sin dejarle comer, dándole pastillas para mantenerla activa, o vivir una vida de adolescente normal. Siempre fue manipulada por el Star System, que la colocó en un temprano estrellato a fuerza de abusos y ridículas reglas estrictas, aunque todo eso la “ayudó” a posicionarse como el ícono que fue. Con el movimiento #MeToo en agenda, es importante ver cómo eran tratadas las mujeres en los estudios de cine. El abuso sexual por parte del director Victor Fleming (El Mago de Oz) a ella, que era el símbolo de la alegría y esperanza en Estados Unidos luego de la Gran Depresión. Cualidades que fue perdiendo a lo largo de los años con sus decepciones amorosas y su adicción a las drogas legales, lo que supone una profunda soledad. Renée se impone con atrevimiento y eso suma muchísimo a la historia, se quiebra, desespera, canta, se emociona, sufre en silencio y se ilusiona, siempre esperando ser rescatada por alguna de sus tantas elecciones amorosas. Aunque respaldada por maquillaje, lentes de contacto, efectos y pelucas, lo llamativo del personaje es a base del esfuerzo interpretativo, gracias al cual está nominada al Oscar como Mejor Actriz Protagónica. Todo esto está fielmente registrado en la escena del show donde canta “Over The Rainbow”, el quiebre final, desesperado y la pareja de fans la salvan. Dan (Daniel Cerqueira) y Stan (Andy Nyman) conforman una pareja gay, ambos fanáticos de Garland y perseguidos, debido a su preferencia sexual, por el estado británico, a los que la mega estrella los nombró sus amigos defendiéndolos. Este pasaje es importante ya que se muestra en la película la homofobia reinante en ese momento. Judy (2019) es una biopic cargado de drama porque la vida de la estrella mencionada no fue cómoda ni tranquila, aunque quizás hubiese sido mucho más acertado mostrar ese camino a la fama en el que le arruinaron la vida, siendo devorada por la propia industria, y cómo llegó a ser la que se ve en la película. Todo eso podría haber sido más llamativo para exponer, debido a los aterradores acontecimientos, mucho más que la repetición de excesos de su adultez. A la protagonista le pasan cosas horribles durante la película, pero son más terribles las que se dan a entender o se muestran en apenas un flashback, y ella se autodestruye hasta la muerte. No llega a ser una película que se recordará en un tiempo, aunque sí es entretenida y, basada en tanta investigación, interesante porque se logra conocer parte de la historia del ícono de los escenarios de hace más de medio siglo atrás. No es excelente, pero la fuerza de la composición del personaje por parte de Zellweger es suficiente para disfrutarla.
Con su estreno en el 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llega a los cines comerciales del país “Parasite”, la película favorita de la actual temporada de premios, una cítrica comedia que funciona como crítica social no sólo en Corea, su país de procedencia, sino en el mundo entero. Dueña de un increíble marketing y con una posible remake estadounidense en formato serie, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, el Globo de Oro y con el peso de haber sido este domingo la primer película de habla no inglesa en ganar el SAG Awards, se postula como preferida para el Oscar en la categoría Mejor Película de Habla No Inglesa. El director surcoreano Bong Joon Ho (“Memorie of murder”, 2003), sigue la historia de dos familias que tienen mucho en común pese a pertenecer a mundos totalmente distintos, en una comedia que combina suspenso, drama, y denuncia social sobre la diferencia de clases y el salvaje capitalismo. Bong se caracteriza por jugar con género dentro de género, por criticar ferozmente a la sociedad y por el humor ácido. Hoy, con varios años ya como director consagrado, sumando además de la ya mencionada, “The Host” (2006), “Mother” (2009), “Snowpiercer” (2013) y “Okja” (2017), Bong arriba a la pantalla grande con una película que parece sencilla, pero es tan fuerte como real, y con un minucioso trabajo de fondo que la convierte en una obra maestra del Séptimo arte. Ya catalogada como un suceso cinematográfico imparable, “Parasite” expone la real y terrible diferencia de clases surcoreana, la locura por el capitalismo extremo y el miedo sin sentido a los vecinos de los barrios más bajos, en una comedia con mezcla de thriller que puede ser fácilmente asimilable a cualquier otro lugar del mundo en el que vivimos. Se entiende por parásito a todo organismo que vive a costa de un ser vivo de otra especie, alimentándose del organismo invadido, debilitándolo gradualmente hasta llevarlo, en ciertos casos, a la muerte. Y este tipo de relación se puede ver en el film, entre la familia Kim y la familia Park. Igualmente, con el pasar de los minutos, uno se pregunta ¿Quiénes son los parásitos? La familia Kim, se encuentra viviendo en una casa por debajo de la línea de la vereda, ahí donde están los desagues, donde cae el agua sucia, en un barrio marginal, claro. Los cuatro miembros de la familia (madre, padre y dos hijos) viven hacinados entre cajas de pizza, amontonamiento de objetos, trofeos de otra época, tratando de robar la señal de wifi de un bar cercano, como parásitos, ya que ninguno tiene trabajo formal y se la rebuscan como pueden. Todo cambia cuando un amigo del adolescente Ki- Woo, le ofrece su lugar como profesor particular de una chica de una acaudalada familia, trabajo al que él no hubiese accedido por su cuenta debido a la falta de título universitario. De igual manera sucede con Ki-Jung, su hermana, quien tiene facilidad para falsificar documentos y le crea un título a Ki-Woo para que pueda ingresar a trabajar con la familia Park, y luego entra ella también. Así la familia Kim irá fagocitando a la gente adinerada para la que trabajan, creando un ambiente enrarecido en el que unos se comen a otros, a partir de engaños y mentiras. Toda esta aventura denota la desesperación por pertenecer, por ser o parecer alguien que no se es. La historia se ve fortalecida a partir de algunos recursos que el director utiliza para crear esa atmósfera: las escaleras como elemento arquitectónico que marca diferencias sociales, se puede subir a las celestiales habitaciones de la mansión o descender a los infiernos del sótano ennegrecido. Además, se vislumbra la diferencia abismal entre la forma de vida casi en madriguera de la familia Kim, como en un sótano; y la familia Park, en lo alto de la colina, rodeada de verde, no de basura y borrachos. Bong Joo- Ho narra la lucha de clases a partir de la fusión de géneros cinematográficos distintos que convergen en esta explosiva comedia negra con thriller, crítica social y drama. Su ritmo no decae en ningún momento, y se vuelve tan universal que no importa en qué lugar del mundo te encuentres, los tópicos tratados nos tocan a todos como propios. Verla es una experiencia que atraviesa todos los sentidos. Las actuaciones, la fotografía y la música son, sencillamente, brillantes. “Parasite” (2019) es fascinante como y donde se la mire. Realidad feroz, con una narrativa y puesta en escena de primerísima calidad. La película no juzga: todos estamos enfermos por el infame capitalismo Entretenimiento con un rotundo mensaje social. Obra maestra.
Una dupla actoral invencible y un hecho real atrapante hacen de la nueva película de Ariel Winograd un éxito asegurado. Basada en el robo al Banco Rio de Acasusso, el 13 de enero de 2006, y protagonizada por Guillermo Francella, como el ladrón Luis Mario Vittete Sellanes y Diego Peretti como Fernando Araujo ideólogo del plan, 14 años más tarde, se puede ver en pantalla grande un robo que quedaría en la historia del país. La mezcla de comedia, thriller y policial, con un impecable ritmo, garantiza el éxito. La película se apoya en el libro Sin armas ni rencores, de Rodolfo Palacios, y en los testimonios de los protagonistas. Un robo tan increíble como real. Sin uso de violencia. Con un espíritu justiciero, casi a lo Robin Hood. Una historia contada desde la comedia como no podía ser de otra manera ante lo desopilante del caso. Ariel Winograd – Vino para robar (2013), Permitidos (2016), Mamá se fue de viaje (2017) – narra con astucia este hecho delictivo a partir del sueño de un grupo de hombres que terminaron quedando en la historia como héroes en barrio de ricachones. No sólo se queda en ello, sino que muestra además las detenciones, la forma en la que son descubiertos, la prisión y las condenas cumplidas. El robo del siglo tiene una estructura clásica con 3 actos, a saber: la presentación de los personajes y la planificación del delito; el robo en sí; y la resolución en cada uno de los protagonistas. Conocer a los personajes es adentrarse en la historia con ellos y sentirnos parte. El género de robo de bancos (preparación del plan, atracó y huida) funciona como estructura narrativa. Antes de mostrar el robo y toma de rehenes, Winograd elige desarrollar sus personajes: Fernando Araujo (Diego Peretti), el ideólogo del hecho, un artista que caminando bajo la lluvia un día se le ocurre llevar a cabo el atraco; Mario “El uruguayo” Vitette Sellanes (Guillermo Francella), un ladrón profesional muy carismático. El grupo es completado con Alberto de la Torre (Rafael Ferro), “El marciano” (Pablo Rago), el “Doc” (Mariano Argento) y el “Gaita” (Juan Alari). El viernes 13 de enero de 2006, hay más de 300 efectivos policiales en el lugar del hecho esperando directivas. Miguel Sileo (Luis Luque), el negociador, se mantiene en contacto permanente con Vitette (Guillermo Francella) y, después de varias charlas, el Grupo Halcón se mete al edificio, descubriendo armas de juguete y un cartel en la zona de cajas de seguridad que velaba: “En barrio de ricachones sin armas ni rencores es solo plata y no amores”. Los delincuentes ya se habían escapado. La realidad es que es una historia que roza lo ridículo, nadie en sus cabales se anima a tanto, y menos, sin experiencia “en el rubro”. Pero ocurrió y quedó en la historia como “el robo del siglo”, la viveza criolla a la máxima expresión. Después de todo, si no hubiese sido por un pequeño inconveniente (no spoileamos nada), se hubiesen escapado con el dinero y no se hubiese sabido nada más de ellos. Un robo con armas de juguetes, donde saquearon entre 15 y 20 millones (de lo que se recuperó muy poco) sin dejar víctimas. Todo ello coronado con una épica salida en gomones por las alcantarillas del banco hasta el Río de la Plata. El starsystem del que se aprovecha Winograd para llamar la atención del público es imposible que no funcione: Peretti y Francella en un póster es fantástico marketing. La miel para las abejas que agotan entradas de manera sistemática ante semejante propuesta. Sumado a un elenco que deslumbra por donde se lo mire: Peretti, Francella, Luque, Rago, Ferro, Argento, Alari, y Magela Zanotta, Johanna Francella y Pochi Ducasse. Darío Eskenazi está a cargo de la banda sonora y marca la historia con un sello rockero: “Ultraviolento” (Los Violadores), “Alta suciedad” de Andrés Calamaro y “Como caramelo de limón” (Dos minutos), entre otros temas. A lo largo del filme, todas las fichas funcionan correctamente, sin baches ni errores. Una historia bien contada, que no se preocupa tanto por ser fiel al hecho real sino por contar de manera dinámica y divertida lo que sucedió en enero de 2006, con diálogos y escenas hilarantes. En conclusión, es una película a la que no se le escapa nada, entretenida de principio a fin, sin decaer en ningún momento. Las carcajadas se escuchan en la sala y eso es producto de un buen guion, una excelente dirección y un elenco superlativo. Con mezcla justa de suspenso y comedia, es imperdible.
La protagonista: Ser, sentirse y parecer. Presentada en el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, ahora llega a las salas comerciales, la 2° película de, la directora y guionista, Clara Picasso, 10 años después de su ópera prima. Una historia con sabor agridulce, donde cualquiera que se haya sentido un poco perdido en la vida alguna vez, se sentirá identificado. Una historia pequeña, en 1 hora, donde el personaje interpretado por Rosario Varela le da significado a toda la película. una aspirante a actriz que quiere ser, sentirse y parecer famosa e importante, pero que en el medio de un fugaz reconocimiento accidental, se siente más extraviada que nunca, dándose cuenta que no cumplió sus sueños y ya no es tan joven como cree. La protagonista (2019) cuenta la historia de Paula (Rosario Varela), una actriz frustrada y recién separada. Ante la ausencia de trabajo relacionado con su profesión, se gana la vida dando clases de español y participando de focus groups de marketing de productos. En una de sus clases en un bar, unos ladrones irrumpen al local para cometer un ilícito, pero Paula sin querer provoca la caída de uno de los ladrones, evitando el robo y quedando como una heroína. Ella, que se siente siempre fuera de lugar en cualquier ámbito de su vida, se gana una fama sumamente efímera, con notas en la televisión y pedido de selfies en los locales del barrio. Aunque esta fama dura muy poco y la treintañera que sólo transmite insatisfacción, debe continuar con su vida haciéndose cargo de los problemas y alegrías reales, como la reciente separación de su novio, y por consiguiente de los amigos que tenían en común, la crisis con la profesión de actriz. Así, pareciera que ella quiere generar un cambio, es por eso que modifica el look, va a una fiesta y hasta pasa un fin de semana con amigos, para probar si cambia su suerte. Así, se ve cómo aquel episodio casual es la punta del ovillo para conocer la historia de Paula, una mujer que intenta convertirse en adulta, por más que su edad biológica lo indique así hace mucho tiempo, y encontrar su camino tanto en lo profesional como en lo personal, sin necesidad de inventarse un mundo irreal donde es exitosa. Rosario Varela interpreta a Paula, con una composición del personaje sumamente cuidada: esa maraña de sentimientos encontrados y frustraciones contenidas, mientras le muestra al mundo algo que no es, un éxito y una felicidad que no existen en su presente. Sin duda, la actuación de Varela (actriz de teatro, pero su 1° vez en cine) es lo más álgido de la película. La personificación de la frustración es cuando dice por teléfono “Estoy en la pileta, obvio”, sentada en una reposera, entre pastizales abandonados, al costado de una piscina recién descubierta y con el agua podrida. Como si nada le afectara, la actriz interpreta a una mujer que suda envidia por las vidas de sus conocidos, una mujer que surfea la ola de esa efímera fama y luego cae en la realidad deprimente de no ser quien uno es, sino aparentar y terminar casi por creerlo. Sus gestos y su mirada perdida se cargan el peso de la todo el filme. No hay casi ningún momento en el que la cámara deje de seguir a Paula y su crisis. Por otra parte, está acompañada por Ignacio Rogers, Macarena Suárez Dagliano, Jimena del Pozo Peñalba, Facundo Aquinos, entre otros. Se trata de una película con más humor que drama, donde el tema tratado es decepcionante como cualquier crisis personal. En este caso, muestra cómo las decisiones que tomamos (o que no) pueden cambiar el rumbo de la vida. Así, la cámara persigue a Paula en diferentes actividades cotidianas en las que siempre subyace esa incomodidad permanente con ella misma, y con el resto. Es un relato sobre el sobreponerse a las adversidades y el reinventarse para amarse a uno mismo, aunque no logra ninguna emoción especial en el espectador que siempre está esperando ese batacazo que no sucede. La banda sonora, compuesta por El Mató a un Policía Motorizado, es un gran acierto, sobre todo con la canción Fuego, que marca de cerca los pasos del personaje principal. Una tragicomedia sobre la vanidad de una treintañera que parece perder el rumbo al intentar finiquitar su tardía adolescencia, de una vez por todas. El humor ácido como ingrediente principal para mostrar que todo depende de uno y de su capacidad de reinventarse. La protagonista es una historia refrescante y pequeña, con el foco puesto en su protagonista, valga la redundancia, y todo ese mundo de fracasos y apariencias en el que está inmersa. Entretenida, es una historia que se narra de manera fluida, dando lugar a pensar sobre el éxito, las expectativas, la adultez y la superficialidad.
Lo mejor está por venir: Entre la amistad y la muerte. Una historia sencilla en torno a la amistad entre 2 hombres adultos, donde uno de ellos se está muriendo de cáncer. El cáncer, o las enfermedades terminales en general, podría ser un subgénero dentro del cine, a veces tomado lisa y llanamente desde el drama, y otras en la comedia dramática, como este caso. Esta nueva película francesa tiene tonos similares a 50/50 (2011), esa comedia inolvidable con Joseph Gordon-Levitt y Seth Rogen como protagonistas. Lo mejor está por venir (2019) narra la historia de 2 amigos que se encuentran distanciados por razones de la vida, Arthur (Fabrice Luchini), un hombre solitario, y César (Patrick Bruel), un mujeriego que se encuentra en quiebra. Cuando César cae de un balcón, Arthur se hace cargo de los gastos médicos de su amigo, pero los estudios revelan que tiene un cáncer de pulmón en etapa terminal. Arthur intenta informar a César sobre la enfermedad que padece, pero al no saber cómo decírselo, se sumerge en un montón de mentiras cada vez más absurdas y malentendidos, lo que conlleva a que se entienda que el otro es quien tiene poco tiempo de vida y es así como comienzan a recuperar el tiempo perdido y a cumplir los últimos deseos de ambos, recordando buenos momentos y enfrentando los más duros demonios. Si por algo destaca la película es por la química de sus protagonistas Luchini y Bruel, ya que el espectador se cree que han sido amigos toda la vida y eso entre ellos traspasa la pantalla. Las actuaciones son simplemente impecables. La dinámica entre los dos, a partir de toda la vida compartida, se siente familiar, pudiendo vivir con total confianza en el otro, besarse, abrazarse y decirse lindas palabras, cosa que en el estereotipo de hombre macho alfa no es algo que suceda. Sin grandes pretensiones, Lo mejor está por venir (2019) es una historia pequeña con mucho cariño y una gran fotografía a cargo de Guillaume Schiffman. Lo más importante aquí es el potente mensaje sobre el valor de la amistad y el apoyo ante situaciones difíciles de la vida. Por suerte, el guion está repleto de humor negro que deja a un costado el drama y la cursilería de tanta ternura, para contrarrestar con comentarios ácidos de parte de sus protagonistas. Dirigida por Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, lleva al espectador de la emoción, con lágrimas incluidas, a la carcajada, dejando, como los buenos vinos, un sabor amable al final. Conmovedora y entretenida, transmite esperanza sobre el cariño sincero, muy necesario en los tiempos en que vivimos.
Nosotros tres: Ya nada volverá a ser como antes. El director José Alcalá llega a los cines con una comedia francesa sobre el paso del tiempo que, a pesar de las buenas actuaciones, le falta una vuelta de rosca. Una película liviana sobre 3 amigos y sus sueños postergados, que viven en el pasado que supieron tener. Vale especialmente por sus intérpretes: la maravillosa Catherine Frot, el versátil Daniel Auteuil y Bernard Le Coq, que vuelven la historia entretenida. La mujer que desea liberarse, el viejo gruñón que comienza a mostrar sentimientos al pasar días con un niño, un amigo/amante hippie, y mensajes sobre la amistad. Gilbert (Daniel Auteuil) es un mecánico jubilado, cascarrabias y hosco que está casado con Simone (Catherine Frot), una ama de casa que siempre soñó con tener su propia pizzería. El 3ro en discordia es Etienne (Bernard Loq), el mejor amigo de la pareja, con quien ella tiene un romance. Su visión relajada y hippie de la vida deslumbra a Simone, que recuerda que así supieron ser los 3 amigos en su juventud. Etienne decide vender todo para marcharse cerca de su hija. Al extrañarlo, Simone decide fugarse tras él sin avisarle a Gilbert, quien desespera ante su ausencia. Para agregar algo más de dramatismo y enredos, su hija lo llama para pedirle que se haga cargo de su pequeño nieto ya que ella está con una urgencia, así que el viaje en busca de Simone lo emprenden juntos. Nosotros tres (2019) se apoya en un tándem de magníficos actores que logran hacer amena la historia, basándose en el humor y en ciertos momentos de ternura. Catherine Frot está radiante, con su sensualidad atrapante en búsqueda de libertad absoluta. Daniel Auteuil, en un papel bastante simple, pero lo salva con sus mil gestos que dicen más que mil palabras. Por último, Bernard Le Coq se luce con su elegancia libertina y sus pasos de bon vivant. El tono naif a lo largo de toda la historia la vuelve demasiado inverosímil, sin lograr desarrollar ningún tema ni personaje en profundidad. Demasiado liviana para ser cierta, el problema está en el guion que no llega a hacer foco en nada de lo planteado. Termina siendo una película tibia, lamentablemente, ya que la idea propuesta era interesante. Además, se abren subtramas y aparecen personajes secundarios que no aportan nada sustancioso. El poliamor se siente en el aire y se valora el pensamiento “fuera de la caja” aunque queda algo impostado. Por otro lado, tiene un fuerte apoyo en sus protagonistas, destacados actores franceses. Los gags no están del todo logrados y, de a ratos, se vuelve aburrida. Nosotros tres (2019) es una reflexión sobre el paso del tiempo y los sueños postergados. Si no se tienen grandes expectativas, se puede hasta disfrutar. Es una historia agradable. Una comedia liviana que presenta una problemática de cierta edad, contándose con cariño, pero se queda a mitad de camino.
Algunas desde muy chicas, otras al entrar a la adolescencia, o en la adultez: todas las mujeres pasan por ese momento en el que se dan cuenta de que pueden transformarse en madres en cierto momento de su vida. Habitualmente el entorno ejerce presión sobre esa decisión, se busca el momento oportuno, la pareja perfecta, el sueldo ideal para poder afrontarlo, pero poco se habla de las dificultades que ese proceso conlleva. Hoy en día, con las movilizaciones y reclamos feministas en primera plana, se redefine el cine y “Malamadre” (2019) es un claro ejemplo de ello. Lo único claro aquí es que hay un listado de lo que la sociedad acepta como características de una buena madre y que una gran diferencia entre ser mamá y tener un hijo. Amparo González Aguilar (“Furia travesti: una historia de traVajo”, 2015) pone el foco en otra visión sobre la maternidad. Nada es color de rosa, no es como jugar a la mamá con un muñeco bebé, no es la felicidad plena que pintan las películas y las historias de celebridades en la TV. Los mandatos sociales y las dificultades que transitan las mujeres se hacen carne en este documental donde varias mujeres se ubican frente a cámara y revelan sus más íntimos sentimientos vividos desde el parto y a través de los años junto con sus hijos. Ser “buena madre” es un concepto muy amplio que, si bien se construye desde el amor, tiene miles de puntos en contra hay que aprender a sortear para no enloquecer en el proceso, pero la directora deja en claro que no hay que ser una “superwoman” para enfrentar este desafío y ser feliz durante, aun cuando hay una inundación de angustias, impotencia, bronca y locura asociada con querer ser buena madre. Según la directora, “En público todas somos madres excelentes y en privado estamos llenas de contradicciones. Cometemos errores, no logramos conciliar armónicamente lo que creemos que debe ser con lo que en realidad nos sale. Los mandatos son distintos para todas, pero siempre existen. Hay un ideal de la ‘buenamadre’ que alcanzar y entornos sociales que empujan a las mujeres a cumplirlo”. El mandato de ser una madre perfecta atormenta a las mujeres. Esas ganas de escapar de la realidad de los primeros tiempos de esa descomunal tarea no son fáciles de transitar. Los infinitos miedos y la culpa contrastan con la ilusión que sólo vivía en el deseo de ser madre. El documental muestra historias de rechazo por la maternidad. “Yo nunca tuve deseo de tener hijos, nunca tuve onda con los chicos en general, rechazaba la idea. Hasta que la tuve. Ahí sí”. Historias truculentas de maltratos médicos, abandono y violencia en el parto, de la locura que se vive cuando es imposible calmar el llanto del recién nacido: “Tuve ganas de tirarlo por la ventana, y tirarme yo detrás”, dice Marta Dillon, una de las entrevistadas. La pluralidad de voces lleva a la reflexión sobre el tema en cuestión. Todas son distintas, todas sienten diferente, algunas se expresan ante la cámara con naturalidad y liviandad, otras lo sufren una vez más. Algo que se destaca durante todo el metraje es el amor incondicional que significa ser madre. El vínculo para toda la vida que se genera con un hijo es único y así lo expresan todas las mujeres partícipes de la película. Además, se entremezclan los testimonios con técnicas del teatro negro, que rellenan de emotividad lo que se narra con las voces de las involucradas. El documental comienza muy bien a partir de la multiplicidad de relatos concatenados que muestran una realidad distinta desde el amor. Pero, a medida que pasan los minutos, la directora indaga sobre su propia historia personal de maternidad, que no parece tan desatinado como si puede parecer la aparición de sus hijos como parte de la narración, explorando sobre sus propias vivencias como mamá y la forma en la que los pequeños viven todo eso. Algo a tener en cuenta es que las entrevistadas son todas similares en cuanto a edad y condición socioeconómica, salvo por dos casos, todas se parecen a la propia directora. La misma sentencia: “La sociedad no contiene a las madres. Más bien se da un fenómeno de lenta e invisible expulsión de los espacios sociales: el trabajo, las instituciones educativas, la vida social en general. ¿Quién más que una madre puede reconocer el verdadero valor del derecho a decidir si se quiere, cómo, cuándo, y en qué circunstancias tener unx hijx? Sin embargo, son escasas las reivindicaciones públicas que nos cuidan y acompañan. Entonces las diferencias de clase se vuelven terriblemente crudas: la liberación femenina es para las ricas, quienes por otra parte, llevarán la carga del abandono y la culpa”. El documental deja clara la contradicción entre la presión de los mandatos sociales sobre ser una “buena madre” frente al abandono por parte de la misma sociedad que expulsa a estas mujeres de su cotidianidad sólo por el hecho de ser mamás. Los testimonios bien logrados de las madres pierden fuerza cuando el relato se vuelve en primera persona sobre la misma directora y su relación con la maternidad. Inclusive, la presencia de sus hijos comentando, de manera forzada ante la cámara, cómo viven que ella sea su madre, queda como una decisión desacertada ya que le quita la fuerza narrativa y la seriedad con la que venían reflexionando esas mujeres poderosas. “Malamadre” (2019) ofrece una necesaria discusión sobre la maternidad actual, tratada con sumo respeto y profesionalismo. Se rescatan testimonios que muestran otras aristas relacionadas con el eje central, abriendo espacios de reflexión distintos y muy válidos. Cabe destacar que se trata también el tema de la maternidad por adopción, las elecciones sexuales, la planificación del embarazo. Todo con el debido respeto y sensibilidad, explicando que no tiene sentido la búsqueda del ser la madre perfecta como obligación. “Malamadre” se puede ver todos los viernes de enero, a las 19:00hs, en el MALBA.
Lejos de Pekín: ¿En la dulce espera? El último trabajo de Maximiliano González muestra la cruda realidad de la adopción y, por qué no, del vivir en la selva del Iguazú. Con esta película, el director y guionista cierra la trilogía misionera sobre el destrato a la mujer en distintos ámbitos. Hace poco se estrenó en el país En buenas manos (Pupille, 2018), una hermosa película francesa que narra el proceso de adopción. En este caso, el largometraje argentino Lejos de Pekín (2019) expone la experiencia de una pareja que desea adoptar un niño. El paralelismo entre ambas obras es notable aunque estén posicionadas desde 2 lugares muy distintos y, por suerte y gracias a los directores, ambas obras son recomendables para ver y reflexionar sobre el tema. González, oriundo de Puerto Iguazú, vuelve a sus pagos para continuar mostrando las problemáticas que sufren las mujeres en el noroeste del país. Luego de La soledad (2007) y La Guayaba (2012), ahora, Lejos de Pekín (2019) muestra el contexto hostil, la precariedad de la zona y las dificultades de la adopción, tanto por parte de la burocracia como también de los miedos y tormentos de la pareja deseosa de convertirse en padres. Una historia dividida en actos que resultan sumamente atractivos con la armonía de la música y los paisajes lluvioso que connotan una extrema sensibilidad. María (Elena Roger) y Daniel (Javier Drolas) llevan un matrimonio de unos 40 años que desean fervientemente ser padres. Luego de hacer los trámites correspondientes para la adopción y recibir el ok por parte del Estado, viajan a Iguazú para poder continuar con el trámite. Durante la estadía de vinculación, y con la lluvia que no cesa, se genera un caos alrededor en que nada sucede de la manera que deseaban. Elena Roger y Javier Drolas interpretan a este matrimonio lleno de miedos y esperanzas. Las actuaciones de ambos son tan brillantes que logran interpelar al espectador con ese dolor que sienten, esa ilusión por cumplir el deseo de ser padres y esa pareja desgastada. Roger es penetrante, por sobre todas las cosas, mediante sus gestos se entiende todo lo que sufre y se empatiza enseguida con ella. Lo mismo sucede con Drolas, un hombre que de a ratos se siente perdido entre su deseo de ser padre y su miedo de perder a su amada. Como secundario, destaca ampliamente Cecilia Rossetto como la tanguera del pueblo que vive en el mismo hotel donde se hospedan los protagonistas. Ella y su voz dan una calidez a los pasajes que suceden de forma lineal entre actos. Lejos de Pekin (2019) es una película llena de simbolismos. La lluvia de por sí es siempre una potente metáfora, la narración en off la potencia, la tormenta que llega la noche donde todos los miedos se despiertan a horas de llegar a cumplir el sueño más importante de sus vidas, el terror a no ser buenos padres, a que los progenitores biológicos se arrepientan a último momento. Todo lo que puede suceder da miedo. Por otro lado, el contexto hostil de Iguazú denota la desesperación que viven las mujeres que, ante la situación en la que viven, deben dar en adopción a sus bebés para regalarles una vida mejor. El film narra la historia de una pareja y un niño, pero podrían ser miles los padres adoptantes y los chiquitos que esperan ser elegidos para tener un futuro. En cada acto se ve el cansancio de los que esperan. En toda la película se nota un trabajo enriquecedor que lleva a la reflexión, desde el amor, sobre un tema tabú aun en los días que corren.