Vincent sigue siendo el más grande. Pasan los años y la Bestia que interpretó Ron Perlman en la serie de televisión de los años ´80 sobresale después de tanto tiempo como la versión más querida y pasional que tuvo este personaje. La nueva película de La Bella y la Bestia ofrece un espectáculo que logra ser llevadero por el recuerdo nostálgico que nos trae el dibujo animado de 1991, más que por el trabajo que hizo el director Bill Condon (Dreamgirls). A diferencia de La Cenicienta de Kenneth Branagh, El libro de la selva de Jon Favreau y Mi amigo el dragón, que presentaron enfoques diferentes de los filmes clásicos de Disney, la película de Condon casi es una copia escena por escena de la producción de los ´90 y en la inevitable comparación sale mal parada. No porque la recreación sea mala, sino que el musical que ofrece es desapasionado y falla en transmitir la magia que tenían los personajes y la historia de amor que brindaba este cuento. La Bella y la Bestia en realidad nunca fue un relato romántico hasta que el estudio Disney lo distorsionó a nivel popular, pero ese es un tema extenso para otra nota. Creo que a esta producción le faltó un director más creativo que pudiera evitar la copia burda del film animado y protagonistas que se creyeran sus roles. Emma Watson tiene un bello rostro y sale muy bien en la pantalla pero es más fría que un iceberg y nunca llega a expresar la simpatía y calidez del personaje original. En este rol no resultó convincente y su interpretación de Bella es insulsa. Es decir, ella cumple su trabajo con profesionalismo pero no transmite nada. Hay escenas de este film donde Bella se podía lucir más y la actriz interpreta los diálogos como si pidiera una pizza por teléfono. Dan Stevens hace un trabajo correcto, pero olvidable, como la Bestia y en su caso la recreación del rol se vio afectada por el lamentable uso de los efectos digitales. Cuesta entender que en una película que tuvo un presupuesto de 160 millones de dólares no consiguieran hacer un trabajo más decente con la animación computada. Jon Favreau en El libro de la selva hizo una película con un reparto completo de animales digitales y el resultado fue alucinante. En esta producción el personaje clave que merecía más cuidado no quedó bien. El rostro de la Bestia se ve muy artificial y por momentos termina siendo una distracción. Al margen de los detalles técnicos, Stevens y Emma Watson no son convincentes en los momentos románticos de la historia. Aceptamos que Bella se enamora de la Bestia porque así sucedía en la película original, pero en esta versión la relación entre ellos apenas tiene un desarrollo y el amor surge en dos minutos. Esta producción por momentos parece la filmación de un juego de atracciones de Disney más que una película en serio. El director Condon ofrece un extenso collage de escenas musicales ruidosas que evocan los momentos clásicos de la historia pero su labor es desapasionada y el espíritu del film animado brilla por su ausencia. Se puede apreciar un mérito artístico en el diseño de producción, la fotografía y los vestuarios, pero en su integridad La Bella y la Bestia es una película mercenaria sin alma. Luke Evans y Josh Gad son los únicos miembros del reparto que parecen haberse divertido durante la filmación. Ambos están muy bien en sus roles y al menos te sacan una sonrisa. Aunque Gastón ahora tiene un perfil menos oscuro Evans lo hizo divertido y el personaje mantuvo su atractivo. LeFou, el clásico secuaz del villano, ahora es gay pero es un detalle intrascendente que sólo puede resultar polémico en una mente obtusa. Entre las pocas novedades que ofrece este film se incluye una subtrama sobre la madre de Bella que no conduce a nada y nuevas canciones olvidables que quedan muy opacadas frente a los temas más conocidos. Los fans de esta historia probablemente la van a apreciar más por el cariño hacia los personajes pero eso no la convierte necesariamente en una gran película. En definitiva, la nueva versión de La Bella y la Bestia no deja de ser un retrato amargo de esta etapa decadente que atraviesa Disney en el cine live action. Es triste ver que el estudio que alguna vez brindó películas jugadas y creativas como La feria de las tinieblas, El observador del bosque y Tron, hoy vive del refrito de los clásicos de la animación y la explotación de la nostalgia. Si Walt Disney pudiera ver lo que hicieron con su compañía habría despidos masivos en Hollywood.
Silencio es el proyecto más personal de Martin Scorsese que tuvo una producción de 25 años. En 1988 el cineasta empezó a gestarlo y diversos obstáculos fueron demorando la filmación durante mucho tiempo. En esta demora también influyó el hecho que ningún estudio importante de Hollywood se interesó en financiar esta historia. Finalmente el artista logró hacer realidad su película gracias al apoyo del histórico productor de Rocky, Irvin Winkler, quien previamente había gestado otros clásicos como Toro Salvaje y Buenos muchachos. Silencio está basada en la novela homónima de Shuzaku Endo y describe la persecución y castigo que sufrieron los cristianos y misioneros jesuitas en el Japón feudal del siglo 17. Un conflicto que también jugó un papel relevante en esa obra maestra de James Clavell que fue Shogun, que se ambientaba en el mismo período histórico. A través de este relato Scorsese propone una reflexión sobre la naturaleza de las convicciones religiosas, al mismo tiempo que retrata la arrogancia y soberbia en la que pueden caer los pensamientos dogmáticos. La película presenta un dilema moral complejo que nunca juzga las acciones de los personajes y dispara en el espectador preguntas interesantes. La temática es apasionante y aunque el conflicto se desarrolla en el Japón feudal tiene una actualidad notable en el siglo 21. Desde los aspectos técnicos la película es hermosa y sobresale la fotografía de Rodrigo Prieto (Argo, El lobo del Wall Street), quien hizo un trabajo fantástico con el retrato los paisajes naturales de Taiwán, la ciudad donde se filmó esta producción. Andrew Garfield, la figura más destacada del reparto, tranquilamente podría haber obtenido otra nominación al Oscar por esta labor, ya que está excelente y es el principal atractivo de este estreno. El actor atraviesa un momento tremendo de su carrera y no deja de sorprender con estas interpretaciones que son un placer de ver en el cine. Lamentablemente para mí, jamás pude conectarme emocionalmente con esta película y es una frustración porque me encanta el cine de Scorsese, pero la verdad es que no la pude disfrutar. Aunque la temática que propone es interesante, la narración monótona que eligió el director para desarrollar el conflicto se volvió un obstáculo que no pude superar como espectador. Si no te conectás sentimentalmente con la historia y las situaciones que atraviesan los personajes es muy difícil disfrutar de Silencio. Los 161 minutos se vuelven interminables y la película se estanca numerosas veces en situaciones redundantes que no contribuyen al desarrollo del conflicto. Entendí la reflexión sobre la espiritualidad de la condicional humana que plantea el director, con la que se podría escribir un concierto textual de Eric Clapton e irse por las ramas a niveles épicos, pero no la sentí. Tal vez en 20 años la vuelvo a ver y me parece una obra maestra que me convierte en un monje jesuita. En este momento de la vida no pude disfrutar esta propuesta, más allá de sus méritos técnicos, donde sobresale la puesta en escena del período histórico. Silencio es una película de Martin Scorsese, uno de los más grandes realizadores de las últimas décadas y cuando estrena un nuevo trabajo hay que estar presente en el cine. Al menos si amás este arte. Por ese motivo reitero esta cuestión. La trama propone una temática muy interesante que abre numerosas discusiones, pero resulta un factor clave entablar un conexión emocional con los personajes para disfrutar la película. Tal vez ustedes tengan mejor suerte.
La primera escena de Elle genera un enorme impacto mientras vemos como la protagonista es violada brutalmente por un hombre enmascarado. Cuando el criminal se retira del lugar, ella no se inmuta. No llora ni acude a la policía, limpia los destrozos de la casa y luego continúa con la rutina tradicional de su vida. En esos primeros cinco minutos de la historia el espectador tiene claro que esta película es una obra de Paul Verhoeven, uno de los directores más provocadores de las últimas décadas. El cine de Verhoeven siempre tuvo esos elementos subversivos que generan polémicas y expresan ideas controversiales y su nueva producción no es la excepción. Desde la introducción del personaje principal el cineasta logra cautivarnos con su relato. ¿Quién es realmente Elle? ¿Por qué reacciona de esa manera ante una violación? Las respuestas a esas incógnitas se responden a medida que se desarrolla el conflicto, que con el paso del tiempo se convierte en una propuesta completamente desquiciada. Elle es una película que te desconcierta durante todo su visionado por la locura que tienen los personajes y la fusión de géneros que trabaja el director. Gran parte del film se encamina por el terreno del thriller pero también es un retorcido drama psicológico e incluye un humor negro que no es fácil de digerir para todo el mundo. Creo que quienes en el pasado disfrutaron los clásicos del director como Robocop, Starship Troopers o el Vengador del futuro, más allá de los efectos especiales y las secuencias de acción en Elle encontrarán al Verhoeven provocador que se extrañaba en el cine. El artista originalmente concibió este proyecto como su gran regreso a Hollywood pero ninguna compañía norteamericana se animó a financiar el film por la temática que abordaba. Inclusive actrices famosas como Nicole Kidman, Charlize Theron, Sharon Stone y Julianne Moore, entre otras, rechazaron el papel principal que este año le valió una nominación al Oscar a Isabelle Huppert. Por esa razón Verhoeven terminó filmando la película en Francia pese a que no habla el idioma de ese país. Elle es una producción que puede resultar ofensiva para ciertos espectadores por el modo en que se trabaja la compleja sexualidad humana. Sin embargo, más allá de los personajes retorcidos y las situaciones horribles en las que terminan involucrados, también es la historia de una mujer que se aferra a las zonas más oscuras de su alma para poder retomar el control de su vida. Isabelle Huppert ya se había destacado hace un tiempo en otro personaje complejo, como el que interpretó en La profesora de piano, de Michael Haneke, pero en esta labor sobresale por la humanidad que le dio a Elle. Un aspecto clave su interpretación que nos permite entender mejor el lugar del que provienen sus acciones. Elle es una película transgresora que se anima a trabajar el humor con situaciones delicadas y desafía al espectador a pensar un conflicto perturbador. No es una propuesta para todo el mundo, pero los seguidores de Paul Verhoven la van a disfrutar porque representa el gran regreso del director holandés.
Por esos milagros de la cartelera argentina esta semana llega a los cines el nuevo trabajo del director coreano Hong-Jin Na, responsable de ese tremendo policial que fue The Chaser (2008). Si nunca la vieron deberían buscarla porque es brillante. En esta producción el realizador ofrece una extraordinaria fusión del género policial con el terror sobrenatural que le pasa el trapo a todas las producciones norteamericanas que se estrenaron en los últimos meses. La película vuelve a presentar esas escenas de tensión intensas que tenía The Chaser con la particularidad que en este caso la historia incluye elementos fantásticos. Resulta muy interesante ver como el misterio que un principio parece un típico caso policial luego se convierte en una historia aterradora, donde los demonios y las posesiones satánicas no son un chiste. El primer segmento del film puede resultar algo desconcertante porque el director inclusive incorpora situaciones de comedia que luego desaparecen cuando la película se vuelve más intensa. En presencia del Diablo es la tercera producción de Hong-Jin Na y la desventaja que tiene con sus obras previas es su duración. La película se alarga demasiado cuando el relato que ofrece se podía haber narrado en menos de 156 minutos. El inconveniente de esta historia es que el film presenta numerosos personajes secundarios que no son relevantes para el conflicto central y sus participaciones estiran el argumento sin sentido. Al margen de este detalle la película está impecablemente filmada y es una muy buena propuesta para los amantes del cine coreano o seguidores del género de terror.
La interpretación de Natalie Portman es la atracción más destacada en una película que no le hace justicia a la figura de Jackie Kennedy, cuya vida ofrecía un material interesante para una buena biografía. El film del director chileno Pablo Larraín sólo explora las tres semanas posteriores al asesinato del presidente norteamericano John F.Kennedy y nunca desarrolla las vivencias de una de las mujeres más populares del siglo 20. En esta producción el foco estuvo puesto en recrear el morbo del atentado en Dallas y los preparativos del funeral de Kennedy, más que en explorar en profundidad la historia de una mujer que cambió el rol de la Primera Dama en la Casa Blanca. Salvo por una buena escena que tiene Portman con John Hurt, quien interpreta a un sacerdote, no llegamos a conocer en detalle a Jackie. En la película la vemos reaccionar ante determinadas situaciones dolorosas, siempre acompañada con una melodramática banda de sonido, pero nunca se construye un relato que capture la personalidad y esencia de la protagonista. La mayor virtud del trabajo de Larraín pasa por la increíble puesta en escena que se ofrece de los años ´60. La fotografía, los vestuarios y el modo en que se recrea famosos materiales de archivo es impecable. No ocurre lo mismo con el argumento, que cae en algunas situaciones absurdas, como el retrato exagerado que se ofrece del vicepresidente Lyndon Johnson, quien por momentos parece el senador Palpatine de Star Wars. En la vida real Johnson estuvo cerca de Jackie en la horas posteriores al asesinato de Dallas y se negó a jurar como presidente hasta que el cuerpo de Kennedy volviera con él a Washington. Por motivos inexplicables, como si el film necesitara un villano, en esta producción se lo presenta como un frío halcón político que no tiene compasión por la protagonista. La principal atracción de este estreno pasa por la tremenda composición que presenta Natalie Portman de Jackie Kennedy. En el pasado varias actrices trabajaron el mismo rol en otras producciones, pero Portman fue la única que se convirtió literalmente en el personaje. Inclusive tomó el riesgo de replicar el mismo tono de voz y las expresiones corporales con una precisión escalofriante que no es sencillo de conseguir. Portman tiene algunas escenas brillantes en la película, como esos momentos de intimidad donde la protagonista se encuentra sola en su cuarto de la Casa Blanca tras el asesinato de su marido. La nominación al Oscar que recibió no fue en vano y su presencia en esta película logra que el relato genere interés. Si hay un motivo para recomendar Jackie es por la gran actuación de Natalie Portman, aunque la película no brinde el retrato más interesante del personaje que aborda.
La isla calavera es la más grande película de King Kong que se hizo después de la obra original de Merian C. Cooper de 1933. Luego de muchas décadas finalmente surgió un film que logra hacer atractivo al personaje sin repetir el mismo relato de siempre. A diferencia de Godzilla, que a lo largo de su filmografía tuvo interpretaciones diferentes, el cine hollywoodense nunca trabajó al gorila gigante con ideas interesantes. Por lo general los productores se limitaron a refritar la historia original de Cooper con efectos especiales modernos. Relatos donde Kong estaba condenado a ser una figura trágica y siempre terminaba muerto. En ese sentido resulta irónico que los japoneses le tuvieran más cariño al personaje, al punto de convertirlo en un antihéroe, como ocurrió en el gran clásico, King Kong vs. Godzilla, de 1962. La isla calavera cambia el paradigma de Kong en el cine hollywoodense de aventuras para retratarlo con toda su gloria como nunca lo vimos en la pantalla grande. Por primera vez en las producciones norteamericanas el gorila logra ser el héroe y protagonista absoluto en su propia película. Si te gustan los filmes de monstruos gigantes ese es un motivo suficiente para no dejar pasar este estreno en el cine. Sin embargo, más allá de esta cuestión, que no es un detalle menor, la nueva producción de los estudio Warner fue realizada por un director que siempre tuvo claro el género que trabajaba. Jordan Vogt-Roberts es un joven cineasta que viene del circuito independiente y hace unos años llamó la atención con su ópera prima, The Kings of Summers. La típica Lértora movie con adolescentes sensibles que ofrecía una oda al subgénero del Coming- of-age. En su segunda película abordó un género diferente y es fabuloso lo que hizo con la narración del relato. Por fin nos encontramos con una película de Kong donde no tenemos que esperar una hora hasta que el gorila aparece en la pantalla. En La isla calavera el personaje se introduce a lo grande en los primeros dos minutos y a partir de ese momento se establece el tono que tendrá en adelante el conflicto. El director siempre tuvo claro que Kong debía ser el gran protagonista y el resto del reparto, aunque que incluya artistas ganadores del Oscar, están para acompañar a la verdadera estrella del film. Esta no es una película para disfrutar de las interpretaciones dramáticas de Brie Larson y Tom Hiddleston, porque tienen poco para hacer en la trama, pese a que ambos están muy bien en sus roles. Quienes esperen un drama profundo con personajes complejos deben buscar otra opción en la cartelera, ya que se trata de una propuesta de acción y aventuras donde su atractivo pasa por otro lado. Objetarle la falta de un argumento elaborado a estas películas es la misma ridiculez que exigirle más efectos especiales y tiroteos a los dramas existencialistas de Terrence Malick. Creo que el director Vogt- Roberts tuvo muy clara esta cuestión y por eso su película funciona tan bien. En esta historia Kong tiene algunos de los momentos más gloriosos de su filmografía y el gorila sobresale como nunca en la escenas de acción que son imponentes. Cada una de sus apariciones son una celebración del personaje y el cine de aventuras. Un genero que hace rato no brindaba una película tan entretenida. Dentro del reparto John C. Reilly es el encargado de brindar algunos diálogos graciosos pero el tono del film nunca se encamina por el rumbo de la comedia como dieron a entender por error algunos avances. La trama presenta una conexión con la película anterior de Godzilla y prepara el terreno para lo que será el encuentro de estos dos personajes en el 2020. Si sos fan de las viejas películas de monstruos, en especial las del estudio Toho, tenés la obligación moral de quedarte en el cine a ver la escena post-crédito que es maravillosa por la situación que se plantea. Disfruté en su momento la última versión hollywoodense de Godzilla pero esta película de Kong me pareció superior y me gusta el concepto de saga que proponen estas producciones. En resumen, un glorioso regreso de King Kong que se concibió para ser disfrutado en una sala de cine.
Trainspotting fue la más grande campaña anti drogas realizada en un medio audiovisual hasta 1996 y no en vano se convirtió en uno de los grandes fenómenos culturales de esa década. A través de una experiencia visual fascinante y un argumento entretenido, el director Danny Boyle retrató de un modo brutal y crudo el horror que generaba la adicción a la heroína. Después de ver la infame escena del baño por primera vez la película te hacía tomar conciencia de la insanidad mental que genera el consumo de drogas. Trainspotting tuvo la inteligencia de trabajar este tema sin juzgar las acciones de los personajes ni la prédica de mensajes moralistas trillados y eso derivó en la malinterpretación de la obra de Boyle. El director fue acusado de glorificar el consumo de drogas cuando el mensaje de la historia era completamente opuesto. Salvo por esos pocos detractores que vieron otra película, para la gran mayoría de la gente resultó una de las producciones más importantes de los años ´90. Si bien la historia no necesitaba una continuación, el modo en que terminaba el conflicto abría a la puerta una idea interesante. No somos pocos quienes en más de un ocasión, luego de disfrutar Trainspotting otra vez, nos preguntamos qué habrá sido de la vida de Mark Renton (Ewan McGregor) y sus desquiciados "amigos" con el paso del tiempo. El nuevo trabajo de Boyle responde esta incógnita con una película que tiene un tono muy diferente a lo que fue la obra original. En esta oportunidad no hay grandes secuencias surrealistas y el consumo de drogas quedó relegado a un plano muy secundario (por momentos casi irrelevante) para darle mayor prioridad al desarrollo de los personajes y las situaciones que enfrentan en sus vidas. Trainspotting 2 explora las consecuencias que generaron en los protagonistas los excesos que tuvieron en su juventud y los conflictos personales no resueltos entre ellos. La figura más favorecida con este enfoque del film fue Spud (Ewen Bremmer), el único personaje querible al que se le podría comprar un auto usado, quien juega un papel importante en la nueva historia. En este relato tenemos la posibilidad de ver a Spud desde un ángulo diferente, donde demuestra que es mucho más que un drogadicto perdido. La madurez de los personajes y los numerosos golpes que les dio la vida a cada uno de ellos también contribuyen sostener el cambio de tono que le dio el director a la historia. Trainspotting 2 no brinda la experiencia frenética que vimos 20 años atrás por la sencilla razón que los personajes tampoco son los mismos y se encuentran en otra etapa de sus vidas. De todos modos, la tremenda química de los protagonistas, sumado a la maestría de Boyle para atrapar al espectador con su relato genera que la nueva película sea una digna continuación de la obra original. En materia de humor hay algunas escenas fantásticas y el modo que se adapta el lema de Renton, "Elige la vida", en la sociedad actual de la redes sociales es brillante. Danny Boyle no defrauda en absoluto con este trabajo y salió muy bien parado del enorme desafío que representaba crear una buena secuela de Trainspotting
Wolverine tuvo la suerte que muchos personajes populares del cómic no encontraron en el cine. Al recordar el bochornoso final del Superman de Christopher Reeve o el Spiderman de Sam Raimi, los fans de Logan deberían estar agradecidos con Hugh Jackman y el director James Mangold. El mutante más popular de Marvel logró despedirse por la puerta grande con una producción que me parece quedará en el recuerdo entre las mejores obras del género. Mangold y Jackman finalmente le encontraron la vuelta al personaje y en su última aparición en el cine trasladaron a la perfección toda la brutalidad intensa de Wolverine que siempre fue atenuada en la saga de los X-Men. En Logan el director se alejó por completo de la pirotecnia épIca del último film de Bryan Singer para desarrollar una historia más intimista que encuentra sus raíces en el western. De hecho, si a esta película le quitás los elementos fantásticos relacionados con los mutantes lo que queda es un clásico western de Elmore Leonard, quien era un experto en narrar historias de cowboys con suspenso. Mangold ya lo demostró en su excelente remake de El tren de la 3:10 a Yuma, donde capturó a la perfección la tensión del cuento de Leonard. En la película de Wolverine retoma esa fusión que había trabajado entre el western y el thriller e inclusive establece una nostálgico paralelismo entre el mutante de Marvel y Shane, el clásico cowboy que interpretó Alan Ladd en 1953. Algo que particularmente me impactó de esta película es la violencia gráfica y el sadismo que tienen las secuencias de acción. Wolverine acá se desenvuelve como el anti-héroe clásico de los cómics y el uso que hace de sus garras brinda escenas intensas. Llama la atención que el director Mangold pudiera presentar este corte en los cines, teniendo en cuenta que retrata a menores de edad en situaciones de violencia extrema. Creo que desde el film de terror inglés, The Children (2008), no se veía a niños masacrando adultos como ocurre en este film. Más allá que le otorgaran la calificación R en Estados Unidos, que limita el acceso del publico a los cines, Logan tiene escenas fuertes que no son comunes de ver en las producciones de Marvel para la pantalla grande. Las intervenciones de Laura Kinney, la mini Wolverine X-23, en las secuencias de acción no tiene precedentes en la franquicia de X-Men y es uno de los elementos que más impacto generan en este film. Un rol que estuvo a cargo de Dafne Keen, tremendo hallazgo del director Mangold, quien debutó con esta labor en el cine. La madurez de esta chica en su interpretación por momentos trae al recuerdo los primeros trabajos de Jodie Foster que sorprendían por la misma cuestión. La actriz de 11 años tiene muy pocos diálogos en la trama pero el modo en que se comunica con sus expresiones faciales es extraordinario. Se cae de maduro que el personaje merece tener una película aparte y los estudios Fox seguramente no desaprovechará esa oportunidad. Dentro del reparto la química de Dafne Keen con Jackman y Patrick Stewart (que también tiene momentos memorables) es excelente y le dio otra dimensión a los momentos dramáticos que viven los tres personajes. Si hubiera que objetarle algo a Logan es que la narración de Mangold se estanca un poco en la mitad del film, cuando la historia se convierte en una road movie. Sin embargo, después el conflicto retoma la intensidad que tenía al comienzo y no defrauda para nada en su conclusión. Un detalle que no altera en absoluto la experiencia general que ofrece esta producción. La película final de Wolverine es excelente y ya tiene su lugar asegurado entre las mejores adaptaciones de cómics en el cine.
Pocas películas en el último tiempo abordaron los temas del duelo y la culpa a través de una experiencia tan visceral como la que presenta Manchester junto al mar. Una producción que originalmente iba a representar el debut como director de Matt Damon, quien también iba a interpretar el rol principal. Sin embargo por inconvenientes con su agenda laboral, el actor delegó la realización en Kenneth Lonergan, con quien había trabajado en el film Margareth (2011). Pese a que la trama ofrece un dramón intenso, la película del director Lonergan representa la contracara del cine manipulador que solía hacer Alejandro González Iñárritu (30 gramos) hasta no hace mucho tiempo. Manchester junto al mar nunca fuerza las emociones del espectador ni exagera a través del melodrama la historia de vida de sus personajes. Si bien el argumento es fuerte y no toca temáticas placenteras, el relato evita con éxito los golpes bajos que podría haber tenido el mismo conflicto en manos de otros cineastas. Lonergan nunca abruma al espectador con las situaciones dolorosas que vive el personaje principal y descomprime el tono meláncolico de su relato con algunos diálogos graciosos. Momentos amenos que contribuyen a que la historia no termine convertida en una obra de Corín Tellado. El mismo tratamiento lo encontramos en el enfoque que le dio a Cassey Affleck a su interpretación, quien compuso su personaje desde un lugar muy interno en el que se expresa a través de gestos sutiles. La labor que ofrece en esta película resulta conmovedora justamente por la naturalidad que le dio a su rol y los elogios que recibió hasta la fecha no son gratuitos. Si llegara a ganar un Oscar por este papel sería un premio justo. Otra figura destacada del reparto es Michelle Williams. Aunque tiene pocas escenas en el film, cuando aparece su personaje deja un gran impacto en la historia. El momento final que comparte con Affleck es de lo mejor que vi en el género del drama en mucho tiempo y no en vano terminó siendo la imagen del póster. Mi única objeción con esta producción pasa por su duración, cuyos 137 minutos no tienen razón de ser. Lonergan se excede de manera innecesaria con la resolución de la historia y el film se alarga más de lo debido porque contiene varias escenas que no le aportan nada al desarrollo de los personajes. El mismo conflicto tranquilamente se podría haber narrado en menos tiempo. Al margen de esta cuestión, Manchester junto al mar es un sólido drama que merece su visión si te atraen este tipo de historias.
La versión que corre por varios medios de prensa en Estados Unidos es que el ex CEO de Paramount, Adam Goodman, habría sido despedido de la compañía el año pasado, luego que le hiciera perder al estudio 125 millones de dólares con esta película que concibió su hijo de cuatro años. Monster Trucks estuvo plagada de problemas durante su producción y su estreno se postergó numerosas veces. Originalmente se había anunciado en los cines para mayo del 2015 pero Paramount modificó la fecha en tres ocasiones y finalmente se la sacaron de encima este año. El concepto que creó el hijo de Goodman no es para nada malo y en otras manos más creativas hubiera disparado una franquicia de productos infantiles, pero en esta película no supieron aprovecharlo. Puede sonar estúpido, pero décadas atrás hubo empresarios que se rieron y rechazaron la idea de robots que se transformaban en vehículos y después lo pagaron caro. El concepto de monstruos alienígenas que habitan camiones y se alimentan del petróleo es una premisa que podían haber funcionado en una producción más cuidada. Lamentablemente Monster Trucks terminó convertida en esa clase de películas malas divertidas que mucho de nosotros vimos en el pasado y hoy se recuerdan comos grandes placeres culposos del séptimo arte. Sí, me refiero a Basuritas: La película (1987) y Mi amigo Mac (1988) que en su momento brindaron un pasatiempo entretenido cuando las descubriste de chico. Munchie, de 1992, también tiene un honorable puesto en esta categoría. En consecuencia, no tengo dudas que esta película es una gran opción para chicos de entre cuatro y siete años, que son el target de público que más van a disfrutar esta producción. Para los espectadores mayores puede resultar una tortura, además de un desperdicio de plata en la entrada al cine. Monster Trucks es una especie de liberen a Willy con camiones y monstruos, donde el director Chris Wedge (El creador de la Era de hielo) desarrolla una propuesta de fantasía con un alto contenido de nostalgia. No fue casualidad que los pósters de esta producción tuvieran un diseño parecido al de los años ´80. El film evoca claramente esas películas infantiles que mencioné antes a través de un conflicto sencillo que no tuvo mucha elaboración. El monstruo de la historia resulta simpático y los efectos son pasables, si bien no están a la altura de una producción que costó más de 100 millones de dólares. Un detalle gracioso de esta película es que sus dos protagonistas, Lucas Till (X-Men: First Class) y Jane Levy (No respires), tienen más de 25 años y acá interpretan adolescentes de 16. En las escenas que tienen lugar en la escuela secundaria ambos parecen los profesores de sus compañeros y cuesta comprarles el rol de estudiantes. Vuelvo a reiterar este punto. Monster Trucks es una película infantil que podría haber tenido una mejor realización y un guión más creativo, sin embargo, con todos sus defectos creo que resulta un pasatiempo decente para los más chicos.