En la primera media hora de Bárbaro encontramos el mejor contenido que ofreció el cine de terror estadounidense en el último tiempo, al menos entre los estrenos que llegaron a la cartelera. El comediante Zack Cregger incursiona en el género con un estupendo primer acto donde presenta la historia con una intriga interesante y muy buenos climas de suspenso. Todo el misterio se construye con apenas dos personajes, interpretados por Georgina Campbell (Rey Arturo) y Bill Skarsgard que están muy bien aprovechados . La película comienza con un enorme potencial que entusiasma muchísimo por las situaciones de tensión que se elaboran y la claustrofobia que construye el director en torno a la casa donde se desarrolla la trama. A partir del momento en que entra en escena Justin Long (Jeeper Creepers) el tono del film cambia notablemente y la intriga que había generado el relato se desinfla por completo. Queda la sensación que Cregger cambió el rumbo del guión durante el rodaje y el conflicto de Bárbaro se encamina por un rumbo diferente. Aunque el destino final al resulta un poco decepcionante la película de todos modos cuenta con algunos méritos artísticos. La puesta en escena es muy efectiva y sobresale especialmente la música de Anna Drubich que por alguna razón me trajo al recuerdo el cine italiano de horror de los años ´80. De hecho, el director evoca hacia el final una de las marcas registradas de Lucio Fulci en lo referido al tratamiento de la violencia. El comentario social relacionado con la masculinidad tóxica (un clásico de estos días) está bien trabajado y permite que el público saque sus propias conclusiones. La gran debilidad de Bárbaro reside en los aspectos argumentales que cuenta con más agujeros que una producción de Jordan Peele. La película se excede con situaciones tontas hacia el final que no tienen el menor sentido y deben ser aceptadas porque así los dispuso su realizador. Hay numerosas cuestiones que no terminan de cerrar ni tienen una explicación y eso afecta notablemente al balance general del film. Cuenta con un gran comienzo y es muy entretenida pero luego se debilita y deja el sabor amargo que podría haber sido un espectáculo superior. Si son seguidores del género recomiendo que le den una oportunidad pero no esperen encontrar la obra maestra o el gran estreno del año que promocionaron los delirios trasnochados de la prensa norteamericana.
Emergencia en el aire es una película coreana que combina el viejo cine catástrofe hollywoodense de los años ´70 con los thrillers de asesinos seriales y psicópatas de los ´90. Ese es el concepto que propone el director Han Jae-rim, quien sorprende con un sólido debut en las producciones de género. Hasta la fecha su filmografía se había centrado en la comedia y el drama y con este proyecto intentó hacer algo diferente. Una muy buena obra de este realizador que llegamos a conocer en Argentina fue la sátira gánster The Show Must Go On que tuvo como protagonista a un gran Song Kang-Ho. Este film retoma la fórmula hollywoodense del género desastre donde los repartos estaban conformados por estrella de primer nivel. Un motivo para disfrutar esta propuesta en la pantalla grande es que reúne a un auténtico Dream Team del cine coreano que ya de entrada aseguran un gran entretenimiento. Además de Song Kang-Ho se lucen Lee Byun-hun (A Bittersweet life, G.i.Joe), Kim Nam- gil (Memories of murder) y Jeon Do-yeon (Secret Sunshine). No obstante la gran sorpresa la brinda Im-SI Wan como un fantástico psicópata noventoso que se hace odiar con facilidad. Una particularidad de Emergencia en el aire es que el director cambió su estilo narrativo en este proyecto que toma una influencia del cine de Paul Greengrass. Mucha cámara en mano que se encuentra permanentemente en movimiento como si tratara de captar los hechos en un documental. La película presenta enseguida el conflicto y sostiene con mucha solidez la tensión y el suspenso hasta el final. Algo que no es tan sencillo de conseguir cuando toda la acción se desarrolla en un escenario específico, como es en este caso un avión comercial. La trama que además se relaciona con los virus letales y tiene su efecto psicológico en el mundo post-cuarentena, se desinfla un poco hacia el final, producto de algunas situaciones inverosímiles. Sin embargo eso no altera lo que fue hasta ese momento una gran propuesta de suspenso. Hasta no hace mucho tiempo había que esperar años para disfrutar el cine coreano más pochoclero y en la actualidad los tiempos se acortaron y llegan con más frecuencia a las salas comerciales argentinas. Emergencia en el aire es ideal para ser disfrutada en la pantalla grande y la recomiendo.
En Pasaje al paraíso George Clooney y Julia Roberts desarrollan como productores la misma fórmula que implementó Adam Sandler junto a Drew Barrimore en Luna de miel en familia (Blended). Es decir, los protagonistas se juntan en alguna locación exótica para pasarla bien entre amigos y eso sirve como excusa para filmar una película. La propuesta de Sandler tenía como escenario un complejo turístico de África, donde el humor se centraba en el choque cultural de los personajes dentro de ese contexto y la brecha generacional entre padres e hijos. Clooney y Roberts hacen exactamente lo mismo con la diferencia que la locación en este caso es Bali. La excelente química que tiene entre sí consigue sacar adelanta una película que evoca el estilo de comedia romántica de enredos que fue popular en los años ´90. El director Ol Parker (A boy Called Christmas) toma esa influencia aunque su trabajo no llega a ser tan efectivo en materia de humor como lo fueron los títulos de ese período. Como saboteadora de casamientos Julia fue mucho más graciosa en La boda de mi mejor amigo y Novia fugitiva, mientras que Clooney dentro del género le puso más onda a Un día especial junto a Michelle Pfeiffer. Probablemente porque se encontraba en los comienzos de su carrera y hoy saca una película cada tanto cuando tiene ganas. De todos modos ambos consiguen brindar momentos amenos frente a un guión extremadamente predecible. Pasaje al paraíso no es una propuesta desopilante pero ofrece un entretenimiento decente para distraerse un rato con un espectáculo sencillo.
En el 2018 la autora Delia Owen, quien no tenía antecedentes en la ficción, publicó la novela Where the Crowsdads Sing, que combinaba el género coming-of.-age con los misterios policiales y el drama judicial. El libro no tuvo mayor repercusión hasta que Reese Whiterspoon lo destacó en su página web, Hello Sunhsine donde comparte sus lecturas favoritas. La recomendación se volvió viral y Owen terminó por vender 15 millones de ejemplares que le aportaron una base de fans que no tenía hasta ese momento. La actriz eventualmente compró los derechos de la novela y la adaptó con un presupuesto limitado de apenas 23 millones de dólares. Junto con la última película de Sylvester Stallone, Samaritan, La chica salvaje (como se tradujo en nuestro país) se convirtió en uno de los estrenos que más dividieron las opiniones entre la crítica y el público. La prensa norteamericana la aniquiló con furia pero el público la apoyó y el proyecto de Whiterspoon sobresalió entre las grandes revelaciones taquilleras del 2022 al recaudar más de 100 millones de dólares. ¿Es tan mala como adelantaban las críticas? Ni de casualidad. El film presenta tal vez una versión un poco más endulcorada de la obra original que es más densa en su contenido. Sin embargo, con todas sus falencias resulta mucho más digna que los típicos bodrios de Nicholas Sparks. La dirección corrió por cuenta de Olivia Newman, quien previamente realizó el drama deportivo First Match (disponible en Netflix), donde se podía percibir adoración por el melodrama. La chica salvaje encuentra sus mejores momentos cuando le dan un descanso a las tribulaciones sentimentales de la protagonista para centrarse en el misterio policial que la rodea. Daisy Edgar- Jones ofrece una muy buena interpretación en el rol principal que deja la impresión que no llegó a ser del todo desarrollado. Muy especialmente en lo referido al aislamiento social con el que se crío y sus repercusiones psicológicas. Al relato de Newman no le interesan estas cuestiones y opta en cambio por desarrollar un culebrón más tradicional de esos que suele producir en masa el canal Lifetime. En los aspectos técnicos es una producción cuidada que captura mu bien la cultura sureña de los Estados Unidos de los años ´60. David Stratham es la figura más destacada del reparto secundario en el rol del abogado de la protagonista que opera como una especie de Atticus Finch (Matar a un ruiseñor) dentro de la novela de Delia Owens. Para quienes se enganchen con este tipo de historias es una película que consigue brindar un espectáculo decente dentro de su género.
Vértigo ofrece una adición decente a los thrillers protagonizados por alpinistas que después de tantos años todavía encuentra sus clásicos imbatibles en The Eiger Sanction (dirigida por Clint Eastwood) y Riesgo total, con Sylvester Stallone. En este caso nos encontramos con una producción clase B de bajo presupuesto que desarrolla un espectáculo entretenido a través de un conflicto sencillo. Una alpinista retirada, tras un accidente en una montaña donde murió su marido, decide retomar la actividad para recuperar la confianza en sí misma. El objetivo que buscan completar junto a una amiga es una torre de radio de 600 metros de altura ubicada en el desierto de Mojave, en California. El acenso lo consiguen con facilidad pero la escalera que les permitía movilizarse luego desaparece a raíz de un accidente y las protagonistas quedan atrapadas en la cima. A partir de esa premisa el director Scott Man elabora un thrille que le hace justicia al título y consigue mantener el suspenso hasta el final. El guión de Man no está exento de clichés dramáticos y algunas situaciones inverosímiles que demandan la indulgencia del público en pos del entretenimiento pochoclero. Pese a todo, si las comparamos con Límite vertical, de Martin Campbell, Vértigo es un documental de ESPN. Las secuencias de acción son muy buenas y sobresalen las interpretaciones de Grace Caroline Currey (la Mary Marvel de Shazam) y Virginia Gardner (Halloween), quienes resultan convincentes como las sufridas alpinistas. La película se desinfla un poco en el tramo final producto de una resolución perezosa pero hasta esos últimos instantes el suspenso es muy efectivo. Debido a las características de la propuesta Vértigo es ideal para ser disfrutada en una pantalla de cine donde se intensifica la experiencia.
Tras el fiasco de la primera película el director Lawrence Fowler regresa para intentar convencernos que Jack in the Box puede ser un nuevo ícono de terror. El resultado es otra producción fallida que presenta un argumento aburrido donde los contenidos de horror y suspenso brillan por su ausencia. En esta oportunidad el realizador optó por encarar el relato a través del thriller psicológico con un conflicto monótono que tiene como protagonistas a una madre autoritaria y su vástago inútil. Ante la falta de personajes interesantes se suma el hecho que el muñeco otra vez resulta un objeto decorativo que sólo tiene un diseño atractivo. Su desempeño dentro de la trama es decepcionante y las matanzas que genera siempre ocurren fuera de cámara. Fowler no presenta ningún rasgo de originalidad a la hora de trabajar los trillados sustos forzados y por ese motivo completar el visionado de este film se vuelve una tarea agónica. Creo que Jack in the Box hubiera funcionado mejor si el director encaraba la propuesta en la línea de las comedias bizarras de Charles Band, como la franquicias Puppet Master o Demonic Toys, donde los personajes se abordan desde el absurdo. El mismo problema lo tuvieron las entregas de Annabelle. Salvo que el guión tenga la calidad de Magic (a cargo del maestro William Goldman), que encima contaba con un reparto liderado por Anthony Hopkins, Ann-Margret y Burgess Meredith, es muy difícil que estos personajes funciones dentro del terror serio. Menos si los realizadores tampoco hacen un esfuerzo por presentar el concepto de un modo atractivo. En fin, otro bodrio para el olvido que se puede evadir sin problemas.
Una cualidad del director Jordan Peele es que sabe vender con intriga los conceptos que trabaja en sus películas. Después se le puede objetar la calidad de los guiones y el vicio de forzar sus opiniones políticas en todos los proyectos que genera, sin embargo la previa antes del estreno de un film es interesante por la ambigüedad que presentan los avances promocionales. Hasta el momento en que empieza el espectáculo nadie tiene en claro de que va el film y esa es una sensación muy placentera que se perdió en el cine de norteamericano. La buena noticia es que en esta oportunidad Don Peele tuvo la piedad y cortesía de darle un descanso a sus trillados comentarios sociales centrados en la perpetua victimización de la comunidad negra norteamericana. Un tópico que expresó con la sutileza de una topadora en Get Out, Us y los fiascos de las remakes de Twilight Zone y Candyman que nadie recordará en el futuro. En ¡Nop! al menos hizo el esfuerzo de proponer algo diferente con el fin de no repetirse a sí mismo como realizador y explorar otros territorios. Más que una propuesta de terror se trata de un thriller que evoca la vieja ciencia ficción de Hollywood (la gran amenaza que persigue a los protagonistas no podría ser más retro) con guiños al cine de John Carpenter, Spielberg y a la primera época de M. Night Shyamalan, antes de convertirse en un Lord Sith. Peele trabaja el contenido de horror con muy buenas ambientaciones que evaden los jumpscares para construir situaciones de tensión más sólidas. Sobresale especialmente una referencia muy divertida que incluye al clásico de Dan Alioto, UFO Abduction (1989), una pionera del found footage que quedó en recuerdo por la desopilante representación de unos extraterrestres enanos. Tras un primer actor pausado donde el director se toma su tiempo para presentar a los personajes principales luego el conflicto se vuelve más entretenido y hacia el final Peele se anima a explorar otros géneros como el cine de aventuras, la acción e inclusive el western. La película no está exenta del comentario social que en este caso se relaciona con la explotación comercial de las tragedias y el maltrato de animales en la industria de Hollywood. Dos temas interesantes que tal vez podrían haber tenido un poco más de profundidad y en la trama se limitan a darle un contexto al ambiente de donde provienen los personajes principales. En lo referido a la puesta en escena y los aspectos más técnicos ¡Nop! es impecable y sobresalen especialmente los efectos de sonido y la soberbia fotografía de Hoyte Van Hoytema (frecuente colaborador de Chistopher Nolan), quien podrían aspirar a una nominación al Oscar. La labor que presenta en todas las secuencias nocturnas es alucinante y dentro de este campo sobresale dentro de lo mejor del año. En lo referido al reparto Daniel Kaluuya (Get Out) y Keke Palmer se complementan muy bien en los roles protagónicos y consiguen sacar adelante el espectáculo. La gran sorpresa es que Peele rescata la figura de un actor criminalmente subestimado como Michael Wincott, recordado por sus villanos memorables de los años ´90. Aunque su nombre tal vez no sea tan conocido la mayoría de la gente lo recuerda como ese gran Guy de Gisbourne que compuso en la película de Robin Hood (la de Kevin Costner) de 1991. Wincott está excelente en esta historia con un personaje que probablemente representa al tipo más simpático de su filmografía. El tema con esta producción es que se disfruta mucho durante su visionado por la intriga de conocer la resolución del conflicto. Sin embargo cuando empezás a digerir y analizar más a fondo el argumento, la película se desarma como un castillo de arena producto de las numerosas inconsistencias y cuestiones que quedan sin resolver. Peele es un buen realizador que sabe ofrecer productos cuidados en los aspectos técnicos pero sus guiones no terminan de convencer y deterioran a menudo propuestas que podrían haber sido muy superiores. ¡Nop! dentro de todo se deja ver y hasta resulta entretenida si llegás a la butaca del cine con las expectativas extremadamente moderadas.
Men trae de regreso en la cartelera al director Alex Garland, quien en el pasado ofreció buenos filmes como el thriller de ciencia ficción Ex Machina y la subestimada adaptación del cómic de Judge Dredd, protagonizada por Karl Urban. Tras su paso por Netflix con el fallido homenaje a Tarkovsky en Aniquilación, el realizador vuelve a abrazar la escuelita de cine pretencioso con una propuesta relacionada con el Folk Horror. Un subgénero que hace más de 40 años brindó películas formidables dentro de la producción inglesa, como Witchfinder General, The Devils, The Wicker Man y la genial The Blood of Satan´s Claws, que en la década de 1970 representaron las expresiones de la contracultura de ese momento. Eran propuestas jugadas que se animaban explorar temáticas transgresoras que no encontrabas en el cine más comercial de los grandes estudios. En esta cuestión sobresale la primera falencia de la obra Garland, quien no hace otra cosa que elaborar un trillado panfleto feminista con la infaltable crítica a la masculinidad tóxica y el yugo del patriarcado. La intención es noble pero el mismo mensaje lo podemos encontrar en infinidades de películas y series de televisión, debido a que el tópico hoy forma parte de la cultura mainstream. Men hace un esfuerzo descomunal por intentar ser controversial con un comentario social que se siente trillado y que además cuenta con una ejecución superficial, como si buscara competir con el cine de Jordan Peele. Jesse Buckley interpreta a una joven que atraviesa el duelo por la muerte de su marido y viaja a un pueblo rural habitado por el Club de Amigos de la Misoginia, cuyos integrantes manifiestan actitudes nefastas frente a las mujeres que se cruzan en su camino. La protagonista es un personaje pasivo y acartonado que se limita a reaccionar frente a las situaciones que la rodean y la trama nunca llegara explorar en profundidad las relaciones de género ni la cultura machista. Hacia el final Garland conduce su relato por el subgénero del Body Horror a través de un espectáculo gore ridículo que intenta evocar el cine de David Cronenberg y Brian Yuzna (Society) del modo más estúpido posible. Motivo por el cual, más que un film polémico, Men se siente como el berrinche de un mocoso caprichoso que intenta llamar la atención. El director pretende convertirse en el Ken Russell del 2022 y falla miserablemente como le ocurrió también a Darren Aronofksy en el sin sentido de Mother. Este tipo de cine hoy está mejor representado en las obras de Julia Ducurnoau, que más allá del desquicio de la violencia gráfica brinda relatos que por lo menos abren la puerta a discusiones interesantes. Raw es un claro ejemplo. De esta producción podemos rescatar algunas secuencias de tensión que son efectivas y la labor de Rory Kinnear, quien contribuye a que el film sea un poco más llevadero. Si lo disfrutaste en la serie Penny Dreadful acá se hace un festín con los machirulos del Club de la Misoginia en una labor donde encarna varios roles. El resto es para el olvido y el visionado del film se puede postergar tranquilamente para alguna plataforma de streaming.
El perro samurái es una curiosa remake animada del clásico de Mel Brooks , Blazing Saddles, una producción que formó parte del revisionismo histórico que atravesó el género western durante la década de 1970. La diferencia es que en este caso la trama se desarrolla en el Japón medieval con animales y la sátira se concentra en el cine de artes marciales. Esta producción contó con la realización de dos veteranos de la compañía Disney como Chris Baley y Rob Minkoff (El rey león), quien hace unos años brindó una muy buena adaptación de la serie Señor Peabody y Sherman. En el caso de Baley es más conocido por haber dirigido el recordado video clip de Paula Abdul, Opposite Attracts, de 1985. La premisa conceptual que presenta el film es interesante pero no termina de funcionar por la sencilla razón que el humor brutal que trabajaba la obra de Brooks en torno a las cuestiones de racismo es imposible de trasladar en una propuesta dirigida a los niños. Por consiguiente, lo que queda es un relato entretenido que tiene las buenas intenciones de promover un mensaje de tolerancia pero cuenta con la desventaja de remitir demasiado a Kung Fu Panda. Aunque el humor no siempre llega a funcionar como en la obra de Dreamwroks al Perro samurái la levanta muchísimo la versión en inglés, que cuenta con las interpretaciones de Samuel Jackson, Michael Cera, Ricky Gervais, Michelle Yeoh, George Takei y Mel Brooks. En los aspectos técnicos el proyecto de Nickelodeon presenta un trabajo atractivo en los diseños de los personajes y los escenarios que capturan con solidez el período histórico. Para los más chicos es una opción que cumple en materia de entretenimiento, mientras que los adultos que acompañen en la sala la disfrutarán un poco más por las referencias cinéfilas, especialmente si son seguidores del género de artes marciales.
En 1991 Bruce Willis protagonizó Hudson Hawk, una comedia de acción que desconcertó a la prensa norteamericana con el humor absurdo, el perfil de caricatura de los personajes y las secuencias musicales. La película fue aniquilada en la reseñas y resultó un fracaso comercial en ese país, no así en el resto del mundo donde consiguió una recaudación más decente. Con el paso del los años y sus emisiones en televisión el film se convirtió en un título de culto dentro de la filmografía de Willis y en la actualidad tiene una valoración más positiva. En Tren bala el director David Leitch (Atomic Blonde/ Deadpool 2) toma como inspiración la excentricidad de los personajes de la mencionada película de los ´90, le añade un poco del cine gánster de Guy Ritchie, la comedia física de Jackie Chan y una pizca de Tarantino,representado en el tratamiento de la violencia. El resultado es un espectáculo muy entretenido que encuentra su mayor atractivo en la labor cómica de Brad Pitt y la capacidad de Leitch para crear coreografías de acción creativas. En el rol de Pitt se puede percibir claramente la influencia de Hudson Hawk que sin ser una copia tiene algunas similitudes. El ladrón que encarnaba Willis era un tipo que deseaba abandonar el mundo del crimen y terminaba involucrado de manera involuntaria en numerosas situaciones de peligro y algo similar se da con el ladrón que encarna Brad, quien queda atrapado dentro de un conflicto internos entre dos facciones de delincuentes. Al tratarse de un conflicto que se desarrolla dentro de un tren las secuencias de acción se centran principalmente en peleas cuerpo a cuerpo. Este aspecto del proyecto probablemente fue un desafío interesante para Leitch, ya que tuvo que elaborar esas secuencias en espacios cerrados con recursos más limitados. El director sale muy bien parado de esta cuestión donde el contenido humorístico contribuye a que las peleas no se sientan redundantes. Recién en el acto final la acción se desarrolla con una mayor producción que evoca por momentos el tipo de cine que primó en este género en los años ´90. Pitt está acompañado por un buen reparto donde llegan a tener sus momentos destacados Joey King (The Princess), Aaron Taylor Johnson (Kick Ass) y el comediante Brian Tyree Henry, quien hace poco apareció en Eternals. La trama presenta conceptos familiares que ya vimos en numerosos filmes, sin embargo la combinación de humor y acción que propone Leitch al menos consigue que el espectáculo sea llevadero. La mayor debilidad de Tren Bala se encuentra en el acto final donde la narración estira el clímax de un modo innecesario y queda la sensación que a la película le sobraron como mínimo 25 minutos. Al margen de esta cuestión como propuesta pochoclera es muy amena y en materia de realización representa una labor más digna de este realizador, tras el collage de CGI que brindó en Hobbs y Shaws.