Resultaría claro que la carrera de Liam Neeson está yendo definitivamente hacia el cine de acción. Lejos están sus logrados papeles en “La lista de Schindler” (1993), “Rob Roy, la pasión de un valiente” (1995) o “Michael Colllins, El precio de la libertad” (1996). Probablemente es una búsqueda personal que encontró en la saga de “Búsqueda implacable” (2008, cuya tercera entrega es inminente) su producto más redondito. Lo demás son tiros que a sólo veces dan en el blanco. Un poco lo que sucede con Denzel Washington. “Caminando entre tumbas” es la historia de Matt Scudder (Liam Neeson), a quien se ve al principio de la historia como un policía con calle, poco diálogo y mucha bala, bien al estilo de Harry el sucio. Las consecuencias del tiroteo del comienzo lo dejarán años después retirado y trabajando como justiciero a domicilio disfrazado de detective sin licencia. Según él, si se lo piden bien, les hace “favores” a sus clientes a cambio de “algo”. ¡Vaya a saber! Un buen día cae Peter (Boyd Holbrook), un adicto a lo Aaron Paul en la serie “Breaking Bad”, quien le quiere presentar a su hermano Kenny (Dan Stevens) de capa caída por el secuestro y asesinato de su mujer, pese a haber pagado el precio del rescate. Scudder escucha la historia. Luego, le da al afligido esposo (y al espectador) todas las razones por la cuales ni piensa agarrar este “laburito”. Están bien justificados los motivos, lo cual resulta confuso a la hora de entender por qué de todos modos toma el caso. Rota la credibilidad de la situación, todo se vuelve un poco cuesta arriba si el espectador decide no conceder el resto de las acciones del relato. Aquí es donde reside la mayor dificultad de éste producto dirigido por el guionista Scott Frank, el mismo de “Mentes que brillan” (1992) y “Volver a morir” (1991), pero también el de “Daños corporales” (1995) o “Minority Report “ (2002). No sólo en la instalación del verosímil mediante la justificación de las acciones del personaje principal, sino también en la construcción del móvil que lleva a los villanos en cuestión a hacer lo que hacen. En ambos casos hablamos de los factores principales del armado del policial negro al que apunta ser la película. No alcanza con la buena fotografía o la banda de sonido. Dejada entonces a la merced de las escenas de tensión y acción, la supervivencia del relato descansa en el correcto ritmo narrativo que hace todo más llevadero, aunque de vez en cuando vuelvan las dudas en el texto como, por ejemplo, un interesante personaje que provee información al protagonista que es quitado del medio tan forzadamente que da la sensación de no haber sabido resolverlo. No es que falte pulso ni generación de interés, pero con todos los otros elementos en contra, lejos de quedar en la memoria de la platea, “Caminando entre tumbas” parece destinada a descansar en paz.
El cine argentino de este tiempo está ocupado más en registrar que en relatar. O sea por carácter transitivo, y el espectador es quien debe “hacer la película que le venga en gana” en lugar de construir la historia desde el guión, crear un personaje desde la imaginación del realizador en cuestión, y justificar las acciones usando el sentido común. La aparición de pequeños proyectos como “Bienvenido León de Francia”, con sus limitaciones, trata de narrar una historia. Simplemente eso. Tan viejo como el cine mismo. Néstor Zapata siente un cariño especial por las viejas compañías de teatro que, luego de cautivar a la audiencia radiofónica, salían en gira por los pueblos del país para hacer presentaciones a salas repletas. Esas giras, sus conflictos internos, el contexto histórico-político, son los pilares sobre los cuales se apoya un relato que tiene como protagonista a León (Raúl Calandra), el líder de la Compañía Carlos Mendizábal quién, junto a sus compañeros de elenco, sale de gira promocionando el radioteatro “El León de Francia”. Un espadachín con una impronta exagerada (para nuestros días) y naif de Errol Flynn cruzado con la serie El Zorro. Tanta popularidad como defensor de pobres y desamparados en la ficción lo convierte en un referente popular que, a su vez, se ve en problemas con los digitadores de la Revolución Libertadora de 1955 que entienden a León como una luz de esperanza. Una fuente de inspiración poco aconsejable para sus nefastos planes. En este escenario ocurre una narración entretenida y nostálgica. Probablemente la sinceridad con el producto que el director rosarino tiene en sus manos sea el vehículo principal para contar un cuento. A priori se podría decir que la falta de recursos económicos juega a favor para salirse de la estética nostálgico-épica que siempre es difícil de manejar. Por el contrario, el recurso de planos cortos, actuaciones deliberadamente teatrales y cierta decadencia impregnada en los textos, le da a “Bienvenido León de Francia” un registro lejanamente emparentado con el cine de Leonardo Favio, o más acá en el tiempo con el de Néstor Montalbano. Parece inevitable, entonces, algunos detalles técnicos como algún defasaje en el sonido o la fotografía a la hora de “empatar” exteriores con interiores en las post-producción. Por otro lado, la utilización de material de archivo para contextualizar la época no siempre juega a favor. El bombardeo en Plaza de Mayo ya está absolutamente agotado cinematográficamente y perdió toda su fuerza. Hay que pensar en otro recurso. La conservación de casi todo el elenco original de la obra de teatro en la que está basada, ayuda a la química necesaria para construirle un universo creíble más allá del mensaje de amor a Rosario al incluir a Darío Grandinetti, Luis Machín, Lito Nebbia, y Jorge Canepa en la música, etc. Un sentido homenaje a una época, al teatro, a la radio y al cine, es el deseo intrínseco de ésta obra que llega a buen puerto por todo su trabajo previo y por la idea clara de querer contar una historia. El espectador, agradecido.
Obra de animación de singulares valores por su riqueza en contenido y forma Tras la gran aparición de “El libro de la vida”, y con grandes satisfacciones en el año, uno pensaba que por 2014 todas las virtudes del cine de animación ya estaban desplegadas. Pero no. Por suerte hay más. La vara está tan alta que quién escribe está en condiciones de colocar este año como uno de los mejores de la historia en éste género. Primero “Frozen: Una aventura congelada” (2013), luego “Las aventuras de Peabody y Sherman” (2014), “La gran aventura de Lego” (2014), el relanzamiento a pura fuerza visual de “Los caballeros del Zodíaco” (2014), y “Rodencia, y el diente de la princesa” (2013), fueron las muestras cabales de una gran temporada a la que se suma “Los Boxtrolls”. A priori digamos que el impacto visual de la técnica de stop motion (la misma que se utilizó en “Frankenweenie” o “Selkirk”, ambas de 2012), ya tiene un plus a favor. Deslumbra el trabajo que se adivina desde la pantalla. Si esto se acompaña con un buen cuento... Al nacer (y por razones que no conviene revelar), Huevo (Isaac Hempstead Wright, voz en español de Emilio Treviño) cae en manos de unos seres del sub-mundo de la ciudad de Cheesebridge. Una suerte de trolls enanos que usan cajas de cartón por toda vestimenta y en lugar de hablar, bablucean (gran metáfora de la clase indigente silenciosa). Estos seres adoptan incondicionalmente al niño y lo educan según sus valores y costumbres. Arriba, en las calles, la ciudad es gobernada por Lord Canem-bert (Jared Harris, voz en español del gran Edgar Vivar), un hombre sumido en la alcurnia y la burocracia que, entre otras cosas, pone a votación de su decadente gabinete si se mejora un hospital o se fabrica un súper queso delicioso para compartir en la reuniones. A esta especie de cofradía quiere ingresar Archibald Snatcher (Ben Kingsley, extraordinario trabajo de doblaje de Juan Manuel Bernal), quien se trasviste en Madame Fru-Fru, una decadente cantante de feria. Lord Canem-Bert está enamorado de ella y siente una sospechosa debilidad. Para lograr entrar en el círculo de poder Archibald entiende que debe hacer desaparecer a los Boxtrolls, sobre los cuales se desparraman rumores de que son horribles asesinos come-humanos, en medio de una población crédula e ignota. Huevo llega a sus doce años conociendo sólo una versión de la realidad, pero su curiosidad, y algo en su corazón, le dicen que no todo es lo que parece y que ha de intentar parar la cacería si anhela neutralizar la “opresión de los de arriba”. En una salida conoce a la hija del gobernador. Winnie (Elle Fanning, voz en español de Melissa Gedeón) es rebelde a los mandatos pero, sobre todo, se siente compungida frente la falta de comunicación, consideración y relación que su padre tiene con ella. La lograda realización de Graham Annable y Anthony Stacci tiene una impronta estética que remite, por un lado a “Feos, sucios y malos” (1976), en todo lo concerniente a la comida o sus excesos, y por otro a “Underground” (1995), de Emir Kusturica. También a “Delicatessen” (1992) por la verticalidad planteada de los escenarios en donde se desarrolla la acción, además del establecimiento de la diferencia de clases. Adicionalmente, el guión de Irena Brignull y Adam Pava ofrece varias capas de múltiples lecturas a partir del abordaje impecable de los temas que trata. Entre otros la incomunicación (reclamo incluido) entre padre e hija, la ruptura de las estructuras que mantienen el abismo entre las clases sociales, la imagen literal de tener que "salir de la caja" o pensar fuera de ella para lograr objetivos, una clara visión del "poder" (sobre todo quién lo ejerce, de qué manera y qué objeto lo simboliza), la discriminación a partir de los prejuicios y preconceptos, la decadencia del liberalismo cuando lo económico pisotea y predomina por sobre las personas y varios etcéteras que plantean a qué tipo de público está dirigida la obra. A priori uno pensaría que tal vez algunos chicos se queden afuera en tanto la complejidad del subtexto. Pero en una segunda visión, lo más probable es que “Los Boxtrolls” sea el puntapié ideal, e inicial, para, justamente, poder charlar con los chicos sobre todo esto. Nada más enriquecedor. Además de los colores, el prodigioso diseño de arte y una banda sonora variada en texturas, ésta película tiene un muy buen desarrollo y presentación de los personajes. Probablemente el de Archibald / Madame Fru-Fru sea el mejor. Pasarán muchos años hasta que veamos tanta sensibilidad y precisión con esta técnica. Los movimientos de éste villano adorable parecen extraídos del podio de las grandes actuaciones de todos los tiempos, empezando por la de William Hurt en “El beso de la mujer araña” (1985), cruzada con el “Lemony Snickett, una serie de efectos desafortunados” (2004) de Jim Carrey. Está claro que éste estudio de animación, que ya había sorprendido con “Paranormal” (2011), no hace concesiones a nadie desde la idea y su puesta en marcha. Por fortuna, los más beneficiados son los espectadores.
No podemos establecer como regla general que los buenos directores son reacios a hacer remakes. Frank Oz o Tim Burton serían apenas un par de ejemplos. El caso que nos cita hoy es “Elsa y Fred” en versión de Michael Radford. El hombre detrás de “1984” (1984), “Il Postino” (1994) y “El mercader de Venecia” (2006) quedó deslumbrado frente la versión original que en 2005 hizo Marcos Carnevale, protagonizado por China Zorrilla y Manuel Alexandre, y decidió entregar su propio opus de la misma historia. Elsa (Shirley McLane) es viuda, madre de dos hijos, que vive en un departamento en la ciudad y tiene todas las características de vieja pícara. Se presenta como alguien que se reconoce con cierta edad, pero ello no es impedimento para pasarla bien, incluso con alguna que otra mentira piadosa. Fred (Christopher Plummer) es viudo, cascarrabias, huraño, y no puede entender como su hija y su yerno insisten en que se mude al mismo edificio en donde vive Elsa. En algún momento se van a encontrar. Comedia romántica por antonomasia, “Elsa y Fred” es típica: chica-conoce-a-chico, se gustan, se insinúan, se provocan pese a sus personalidades aparentemente antagónicas. Luego, está todo bien entre ellos, pero algo estalla, aunque si todo sale bien habrá tiempo para arreglar las cosas y vivir felices para siempre. Mucho de esto hay en esta historia, la diferencia de que la chica y el chico tienen más de 70 años. En el tratamiento de los personajes en el guión es donde radica el gran mérito de una historia que no parece perder vigencia. El espectador puede contar con dos cosa fundamentales: el exquisito duelo actoral entre Shirley McLane (quien no hace olvidar a la querida China, pero al menos evita un poco extrañarla tanto), y Christopher Plummer, y una sólida dirección de Radford, cuya carrera seguramente no dependerá de las virtudes de esta producción, pero al estar realizada con tanto corazón se lo trasluce desde la pantalla y hace muy agradable el paseo al cine.
No importa si el 3D o la inclusión del Kun Agüero en la cuarta entrega se justificaban. Nada importa con una saga como la del ¿policía? Torrente. “Torrente 4: Crisis letal” (2011) era un monumento ajado y fútil a la buena intención de la primera en 1998. Esa que con un personaje xenófobo, inmoral, racista, machista, simplemente llevaba al grotesco la cruda sensación de impunidad que el neoliberalismo de los ‘90 en todo el mundo había impulsado sobre las sociedades, en especial las de aquellos países dependientes del sistema capitalista. Sólo faltaba Fidel Castro riéndose al grito de: “¡Les avisé!” Cuatro episodios después, con fórmula claramente agotada, Santiago Segura vuelve con la serie (después de todo se parece mucho a eso) para entregar “Torrente 5: Misión Eurovega”. Sin haber olvidado nada de su personalidad, ni aprovechado el tiempo en la jaula para reflexionar… algo, Torrente sale de la cárcel en el año 2018. Su país no es como lo recuerda. Todo lo ve distinto, como si hubiera estado congelado un siglo. En este punto conviene advertir que van a ser muchas, pero muchas, las concesiones que el espectador deberá hacer para seguir adelante. Lo sabe Santiago Segura. La gente lo quiere ver a él haciendo ese personaje. Punto. Lo demás puede pasar a un segundo plano, o simplemente no importar demasiado. Sería como querer ver al Chavo del 8 como gerente de Microsoft. Decíamos que España está distinta al salir éste hombre de la cárcel. Volvió la peseta, por ejemplo. Echaron al país de Europa, y encima Cataluña se independizó. No es que esto sirva de mucho al guión el cual, como se habrá de suponer, es inexistente como tal, salvo que copiar y pegar los anteriores a éste, y dotar al film de mejor calidad técnica, sea considerado una tarea noble a la hora de plantear este asunto de filmar. En este punto, Torrente debe ser a España lo que Los Bañeros a nuestro país. El público quiere ver eso, pues démosle eso. La calidad que se vaya “a tomar por culo”. Torrente se une a un grupo de idiotas para dar un golpe maestro. Sin eufemismos se cita a la película “La gran estafa” (2001), y literalmente se plagia la idea de todas las acciones subsiguientes, justificadas en dicha producción. ¡Ah!, Aparece Alec Baldwin y no parece aburrirse. No hay mucho más para decir salvo que, incluso los fanáticos (argentinos en este caso) se quedarán también afuera de las decenas de cameos (habituales en esta saga), pues en la mayoría de los casos no tendremos ni la menor idea de quienes son; ni por qué están allí. Es Torrente. Tómelo o déjelo.
Sin despeinarse. Así se podría definir la realización de “¿Sólo amigos?” En términos futboleros podría ser “de taquito”, pero aunque suena a lograr fácilmente lo complejo también puede interpretarse como algo sin demasiado vuelo o que se hizo sin mucho esfuerzo. Que el título tenga un signo de pregunta de tono picaronamente inquisidor ya anticipa casi todo. Si al menos hubiera más gente en el afiche se podría dejar algo librado a la intriga, pero hay dos nomás. Daniel Radcliffe, intentando hacerle olvidar al público sus doce años como Harry Potter, y Zoe Kazan, aquella destacada actriz de “Ruby, la chica de mis sueños” (2012). Como casi siempre, las comedias románticas obedecen a la constante necesidad de perpetuar en el tiempo la idea de que las almas gemelas están destinadas a encontrarse e inevitablemente enamorarse. También para ratificar la veracidad de que los opuestos se atraen, el amor todo lo puede, nunca es tarde para el amor, y otros axiomas fundamentales. No es la excepción ésta producción que narra la historia de Wallace y la simpática Chantry, encarnados por la dupla anteriormente mencionada. Él viene con el corazón destrozado, luego de haber comprobado la razón del crecimiento de las protuberancias puntiagudas que emergen de su frente provocadas por su ahora ex-novia. Ella se disculpa por teléfono, pero ya es tarde. Al bajar del techo en el que lo vemos al comienzo y volver a la fiesta que se desarrollaba más abajo, conoce a la muchacha en cuestión en el primero de los tantos diálogos filosos, ocurrentes y graciosos que mantendrán a lo largo de esta historia. No faltará oportunidad para que, tanto de un lado como del otro, haya una diferencia en lo que sienten. Básicamente ella está en pareja bastante estable, y él no anda escéptico respecto de las mujeres en general. Lo cierto es que para cuando Wallace admite estar hasta las manos con su nueva amiga, ésta le propone ser amigos y nada más que eso. Sin ninguna intención de originalidad, ni el en guión de Elan Mastai ni en la dirección de Michael Dowse, “¿Sólo amigos?” se apoya en la química entre los actores. Lo bien que hace porque ambos funcionan como un relojito. Como si hubieran hecho cientos de funciones de la obra de teatro en la cual se basa la película. Adicionalmente, el resto del elenco construye muy bien las subtramas de apoyo. En especial Adam Driver y Mackenzie Davis, cuya relación funciona en el sentido opuesto al de los protagónicos ayudándolos a contrastar mejor. La selección musical le da frescura a algunos pasajes del relato y también a un ritmo narrativo que en general no decae ni decepciona. Habrá que ver cómo anda en términos de convocatoria por la presencia de Radcliffe. Por suerte el producto cumple con los seguidores del género y no depende de la estrella para lograr entretener.
Después del resultado final de “Rec 3”, nadie podía imaginar el deseo de revivir al muerto; de manera que es saludable el retorno de Jaume Balagueró a la saga creada por él mismo en 2007. “Rec 4: Apocalipsis” retoma los hechos dejados abiertos en la segunda parte, lo cual nos lleva a recordar brevemente cómo venía la mano. La idea básica era la de un falso documental en el cual una reportera y su camarógrafo arreglaban una nota, en un cuartel de bomberos, para registrar y mostrar cómo es una noche en la vida de la dotación de turno. Esa vez acuden a un llamado de emergencia en un edificio, el que termina siendo una suerte de madriguera de gente infectada por un virus propagado desde un laboratorio secreto que un sacerdote tiene para tratar de curar a una nena poseída, situación que se mantiene y amplía en “Rec 2”. Pasamos por alto la pésima tercera parte y así llegamos a este punto. La policía especializada y armada hasta los dientes ingresa en el edificio maldito del cual rescatan a la reportera Angela Vidal (Manuela Velasco en su retorno al papel). Lucas (Críspulo Cabezas) y Nic (Ismael Fritschi) son los héroes del operativo. Elipsis. Los tres aparecen en los camarotes de algún barco so pretexto de estar aislados en cuarentena. Entre ellos, el capitán de la nave, su lugarteniente, y un científico en busca de una cura. Se descubre que nada es lo que parece y que las intenciones tienen muchos giros. Jaume Balagueró es lo mejor que le pasa a esta saga porque conoce su propio producto como para manejarlo al dedillo o modificarlo a su gusto, empezando por el abandono casi completo de la estética de falso documental para volver a una narrativa clásica. Es cierto que la fórmula lugar-del-cual-es-imposible-escapar sólo cambia de forma. De edificio pasa a ser un barco con pasillos laberínticos que hasta se podría decir, que funciona mejor todavía. La producción camina por peso propio. En especial por su efectiva forma de instalar el verosímil que justifica (¡al fin!) algunos cortes de luz o acciones de los personajes durante los momentos de tensión. Hasta una suerte de humor seco aparece con buen timing. Por supuesto que los rubros técnicos están a la orden del día, bien facturados y en connotación con el relato, aunque hay cierto abuso del diseño del sonido y de la mezcla cuando los “zombies” gritan o algunos objetos caen al piso. “Rec 4: Apocalipsis” no inventa la pólvora, ni se reinventa a sí misma, pero constituye un buen exponente del género que no teme repetirse porque así es como funciona. Los fans agradecidos.
Frente a eventos tan importantes como los festejos del Bicentenario ocurridos durante todo 2010, y que fueron atacados por distintos frentes pese a su aceptación y convocatoria multitudinaria, debe haber cientos de anécdotas para contar. Extraer una pequeña porción de ese universo es el objetivo de “Ensayo de una Nación”. Muriel Bourgeois y Diego Balan se presentan con un proyecto cercano a la utopía en su concepto y también en su ejecución. La idea es acercar una propuesta para los festejos del Bicentenario que consiste en reunir 1800 chicos de primaria provenientes de distintas escuelas de Capital y el conurbano que a su vez representan la diversidad de clases, etnias y religiones. Todos juntos para formar un gigantesco coro que le de forma concreta al deseo de unión, o al menos una versión palpable (y audible) sobre el concepto de Nación cuando las preguntas pasan por saber qué nos une. Una canción que cantan todos, formando una sola voz. Junto a colaboradores como Carlos Gianni, Rubén Segal y otros tantos, “Ensayo de una Nación” parte de esta idea y se desarrolla con los registros de la organización del evento pasando por todo tipo de avatares. En poco más de una hora, el debutante Alexis Roitman logra, tal vez sin proponérselo, una impronta de tintes épicos en pos del objetivo y de hecho provoca distintos estados emocionales frente a tamaña gesta. La frescura y naturalidad con la cual los chicos absorben la presencia de la cámara le quita solemnidad a un tema que a priori hay que explicar bien para generar interés en verlo. La película es honesta con los elementos de los cuales dispone y eso se nota en el producto final. Transformar una anécdota de asado en un documental entretenido y llevadero es el gran logro que impulsa a acercarse al cine.
Indudablemente la multiplicidad de temas abordados por los documentales en la Argentina habla de un vasto catálogo temático cuyos andariveles principales, en estos últimos seis o siete años, pasan por una extensa mirada hacia los pueblos originarios y hacia la historia reciente de los ‘70 a esta parte. Por esta razón, la aparición de obras como “El triángulo rosa y la cura nazi para la homosexualidad” permite una revisión de tiempos más lejanos y de historias cuyo germen puede resultar curioso como punto de partida, para luego transformarse en algo más denso. Nacho Steinberg y Esteban Jasper no escatimaron esfuerzos para tratar de llegar a fondo con la historia de Carl Vaernet, un médico danés de prácticas algo fuera de la ortodoxia que a partir del predominio de Hitler se une a las fuerzas de la SS por convicción y para tratar, en ese contexto, de probar que “la homosexualidad tiene cura” partiendo de la horrorosa base de que es una enfermedad. El deseo de indagar es tal vez la condición sine qua non para construir un documental y esta co-dirección entrega precisamente eso. En principio trasladándose a los escenarios de los hechos (Dinamarca, campos de concentración, etc); luego describiendo, cuando es útil y aporta, el contexto primero y los usos y costumbres después. Da escalofríos el sistema de clasificación que los nazis tenían para diferenciar los prisioneros, parte del cual consistía en señalizar a la gente con triángulos de distinto color, de ahí parte del título der la producción. El personaje en cuestión ha logrado zafar de sus propias filas, luego de las autoridades internacionales, para recalar en Argentina, en la ciudad de Buenos Aires, y para colmo con trabajo otorgado por alguien en el ministerio. Todo esto gracias a las ganas de los realizadores de poner toda la carne al asador, aunque una pata de la historia quede trunca merced al hermetismo de los descendientes. “El triángulo rosa y la cura Nazi para la homosexualidad” tiene por resultado una película prolija, de buena factura técnica, que tiene como corolario una respuesta positiva frente al viejo axioma del género documenta,l que marca la diferencia entre lo que se sabía antes de entrar al cine y si quedó todo claro al salir. En este aspecto, cumple con creces.
Desde el título, la impronta y las características de la producción se entienden bien por qué “Cantinflas” es la elegida por México para representar al país en la carrera por un lugar en la terna del Oscar 2015. Si el contenido de esta biopic tuviera el mismo brillo que su máscara estaríamos frente a una seria candidata. Que Mario Moreno “Cantinflas” haya sido, y sigue siéndolo, un actor icónico en México es innegable, así como también su trascendencia más allá de las fronteras con clásicos como “Ni sangre, ni arena” (1941), “El señor fotógrafo” (1952) o “El profesor” (1971). Peluquero, boxeador, canillita, gendarme, maestro de escuela, portero, zapatero, son apenas una muestra de los múltiples oficios populares encarnados por el actor mexicano, lo que lo llevó a tener un peso sublime en la masa trabajadora de su país, que rápidamente lo convirtió en su referente. Como siempre, los pueblos idolatran a aquellos que lo hacen reír, pero mucho más si esa risa es provocada por el incorruptible valor de la comedia cuando esta funciona como un espejo en el cual verse reflejado. En este sentido, el actor fue al país del tequila lo que Niní Marshall o Luis Sandrini al nuestro. Estos antecedentes deberían ser una sólida plataforma de la cual partir para realizar el retrato de alguien que tuvo tanta importancia en su tiempo y en el saber popular de un país. Por eso resulta una extraña paradoja que “Cantinflas” apunte sus cañones a Hollywood como producto de exportación, en lugar de buscar una identificación visual y narrativa más emparentada con la propia historia de la cinematografía mexicana. En cambio, el novato Sebastián del Amo se aleja de casi toda posibilidad de bajar su criatura a los terrenos culturales a los que pertenece y lo endiosa a niveles muy cercanos al divismo y a la adulación exacerbada. El resultado es una obra desangelada que confía más en la recreación de época que en la historia. Parece extranjera en su propio lugar de origen, y de hecho uno de los momentos de la vida del actor en donde hace hincapié es su participación en “La vuelta al mundo en 80 días” (1956), y su respectivo Globo de Oro en 1957. Todo en “Cantinflas” tiene un tufillo artificial, el vestuario, una fotografía glamorosa, la banda de sonido algo melodramática, y una puesta de cámara que busca un glamour deliberado. Sería necio negarlo: se ve y suena profesional, el punto es si es aplicable o no a la idea. En todo caso, los laureles se los lleva la estupenda personificación de Oscar Jaenada, comenzando por hacernos olvidar su origen español. La minuciosa investigación de los movimientos, formas de hablar, modismos y ademanes remiten a lo hecho por Robert Downey Jr. en “Chaplin” (1992). Aun así, la dirección de actores no se molesta demasiado en marcar las diferencias (que las había y muchas) entre el hombre y la estrella. En todo caso si sólo la actuación es la gran virtud a rescatar de “Cantinflas” estará en cada quién probar si eso justifica la salida. Queda la posibilidad latente de hacer algo mejor con semejante figura.