A veces la potencia del contenido de un documental supera las decisiones estéticas. “Malka, una chica de la Zwi Migdal” es un ejemplo. Walter Tejblum aclara con palabras, al comienzo, que estamos, ante todo, frente a la posibilidad de satisfacer la curiosidad. “Haciendo la cola para sacar el pasaporte polaco escuché de alguien la historia de su abuela que perteneció a la Zwi Migdal. Yo había escuchado hablar de esta organización de principios del siglo XX. Algo me inquietaba: judíos explotando a mujeres judías. Entre todas las historias me llamó la atención la de una chica llamada Malka.” Estas frases sobreimpresas insertadas con imágenes de búsqueda de información (on line primero, con libros después) sirven como introducción para la composición de una suerte de personaje detectivesco que lleva a cabo, impulsado por la intriga, una investigación con punto de partida en Buenos Aires pero que, a lo largo de poco más de una hora, llegará al corazón de Tucumán, lugar en el cual se mantiene un secreto a voces entre la comunidad judía. Cuando se habla de la Zwi Migdal, pero en especial al mencionar a Malka. Sería cruel con el espectador revelar los pormenores de este camino, pues justamente es en el proceso de preguntas, reuniones y averiguaciones donde reside lo más jugoso de éste documental sobre un período nefasto en el cual la vida humana no valía demasiado. “Malka, una chica de la Zwi Migdal” muestra con buen pulso narrativo varias aristas de una sociedad que todavía hoy baja la vista frente a la mirada que revisa el pasado turbio, como si fuera algo que debe morir sin ser revelado. El espectador va cobrando una sensación de repudio al mismo tiempo que, en aras de contar una historia, va imaginando lo interesante que sería una ficción sobre este tema muy cercano al policial negro. Walter Tejblum le quita solemnidad a la temática para poder abordarlo desde otro lugar más terrenal. Así, todo el contenido llega tan fácil como contundente. Puede que haya mucho más por conocer sobre el tema y que esto sea la punta del iceberg. Esta película es un gran comienzo.
Estupendo trabajo de Scarlett Johansson a las órdenes de un cineasta que sabe contar historias Desde hace rato sabemos de la devoción de Luc Besson por el papel que la mujer juega en la vida de un mundo excesivamente masculino. Es tan grande la influencia de la mujer que ésta termina convirtiéndose en el catalizador servil a poner orden en la vida de los hombres, ya sea para redimirlos como en “Angel-A” (2005) o “El perfecto asesino” (1994); salvarlos en “El quinto elemento” (1997) o directamente enfrentarlos para ocupar su lugar de igualdad superadora como en las biográficas”·Juana de Arco” (1999) o “La fuerza del amor” (2011). Hasta en “Una familia peligrosa” (2013) la esposa y la hija funcionaban como factor de contención afectiva aplicando una contra-violencia acorde al contexto. Sin dudas, la primera mujer en rebelarse contra los mandatos machistas, a la vez que exponiendo fragilidad, fue “Niñita” (1990). Por ese lado va este último opus sobre damas devenidas en heroínas. Comienzo. Lucy (Scarlett Johansson) es turista en Taiwan. Anduvo de joda a la noche, conoció a un tipo y ahora está en la puerta de un hotel de lujo con él, negándose a entrar con un maletín de misterioso contenido para entregárselo a un tal Sr. Jang (Choi Min Sik). Esposas mediante, es obligada a realizar la tarea. Un minuto después, su ocasional “chongo” es baleado y ella llevada varios pisos arriba, en donde éste capo (violentísimo), de una suerte de cartel de drogas asiático, la somete a preguntas cuyas respuestas, por supuesto, desconoce. Lucy será forzada a trabajar de mula para transportar lo último en super-drogas. En un montaje paralelo a estos hechos, el profesor Norman (Morgan Freeman) da una cátedra sobre una hipótesis respecto a la supuesta capacidad de telequinesia, telepatía y otros poderes, que el cerebro humano tendría si utilizara su cerebro al cien por ciento. En este montaje aparece un humor seco que da pie a lo que viene después. Así como ocurría con Nikita, el personaje de Lucy sufre una metamorfosis que invierte los roles de dominada en dominadora, y de presa en cazadora. Mientras tanto, el guionista y realizador va profundizando y llevando al extremo la teoría científico-filosófica que ayuda a instalar el verosímil de manera inapelable. El estupendo trabajo de Scarlett Johansson potencia las características del personaje, otorgándole una constante impronta de belleza y frialdad a medida que su Lucy va adquiriendo más poder. Tal vez uno de los mayores méritos de Luc Besson, además de confiar en su equipo habitual (la banda sonora de Eric Serra es brillante), sea la dinámica de la compaginación hecha por él mismo, en concordancia con el ritmo que pide el guión. Lucy no da respiro ni lugar para pensar lo cual, tratándose de una película que habla de la capacidad del cerebro, es una de las grandes ironías. El francés sabe contar una historia de este tipo porque respeta a rajatabla los preceptos de la narrativa clásica. Es cierto: se va alejando inexorablemente de aquel poeta que supo mostrar como pocos el amor fraternal en aquella entrañable “Azul profundo” (1988), pero también es verdad que como cineasta está abocado a otro tipo de cine donde de vez en cuando se da un lugar para la fantasía visual, como por ejemplo toda la escena en la cual Lucy trasciende en el ejercicio de la memoria genética.“En realidad nunca morimos”, dice en un momento. El buen cine tampoco.
Debe ser de las secuelas menos esperadas (y esperables) de la historia la de “Winter, el delfín 2”. Aquella de 2011 contaba la relación que establecía Sawyer (Nathan Gamble) con un cetáceo que pierde la cola, pero que recupera sus posibilidades de sobrevivir merced a una prótesis de silicona a la cual se adapta. La historia era real. Todavía hoy el animal es una fuente de inspiración para muchos discapacitados, sobre todo a nivel físico, que lo visitan año a año. Le fue bien a la película, de modo que ya sabemos cómo eso funciona en Hollywood. Todo terminaba bien hace tres años. ¿Cuáles serán los hechos reales justificativos de otro guión? ¿Qué le pasó a Winter en este tiempo? No mucho en realidad, pero ni a Charles Martin Smith ni a Karen Jensen parece importarle demasiado. Siempre hay algo de lo que agarrarse. Estamos frente al efectismo puro. En la primera escena vemos a Winter juguetear para el público junto a una campeona de surf a quien le falta un brazo. Con semejante golpe, disfrazado de “todos podemos superar la adversidad”, se imaginará por donde transita esta segunda parte. A Sawyer le ofrecen estudiar en una prestigiosa institución de Boston, pero no puede ir porque le preocupa que su cetáceo favorito anda enojado, escondiéndose debajo del trampolín. Es que pese a mandar cuatrocientas señales, nadie le entendió que su compañera de piletón, Panamá, se está por morir. Y “espicha” nomás. Hay que buscarle una compañera porque sino Winter se muere también. O la va a pasar muy feo, no se explica mucho, pero debe aparecer otra hembra o se acaba la franquicia. Sobre estos dos ejes se mueve el guión de “Winter, el delfin 2”, con la angustia como gancho dramático. Todos van a llorar tarde o temprano, lo cual no está mal sino fuera porque hay momentos en los que es demasiado evidente el achicamiento del cerco en el cual se desenvuelve la intención de lágrima fácil. Para la segunda parte vuelven todos ¿eh? Por el set pasan Ashley Judd y Morgan Freeman para aportar algo de sus personajes anteriores, el propio director asume nuevamente el papel de burócrata y hasta Kris Kristofferson tiene su momento para decirle a Clay (Harry Connick Jr.), el manager del acuario, lo que debería hacer. También está Hazel la amiga lacrimógena de Sawyer con otra acabada muestra de sobreactuación de Cozi Zuehlsdorff. La nena tiene condiciones, está claro, pero no está bien orientada. ¿Hay alguien nuevo? Sí. Una tortuga herida en una aleta que nada aporta a la trama ni a la construcción del carácter de los personajes. ¡Ah, cierto!, hay un pelícano torpe y entrometido, muy gracioso realmente, aunque tampoco aporta nada, pero es muy gracioso. Se mete en el set, la cámara lo sigue, grazna… Divino. Los únicos que sí tenían algo mejor que hacer fueron Mark Isham y Karl Lindenlaub así que cedieron a otros sus labores como compositor para la banda de sonido y director de fotografía, respectivamente. Para los créditos finales, Charles Martin Smith se guarda lo mejor: demostrarle al espectador que en serio está basada en hechos reales ello mediante una muestra minuciosa de gente amputada, con prótesis, muletas, sillas de ruedas, toda la colección. Más de veinte muestras de visitas al delfín como para que nadie quede fuera del pañuelo. También hay escenas documentales de los verdaderos rescates. “Winter, el delfin 2” es una demostración de que el fin no justifica los medios,y menos en cine.
En un año plagado de secuelas, “Sin City 2: una mujer para matar o morir” cae dentro del grupo de las “innecesarias”, aunque con mejores virtudes por cierto. La primera, de 2005, tenía la ventaja de un deseo ferviente por parte de los fanáticos de Frank Miller de verla en cine. Sobre todo de la mano de Robert Rodríguez, para darle vida propia (uno de los segmentos estaba dirigido por Quentin Tarantino). Ya instalado como baluarte del cine grindhouse, clase B, de bajo presupuesto y personajes esperpénticos, el mexicano conoce los bueyes con que ara y apuesta doblemente a subrayar todo aquello que gustó y funcionó hace más de nueve años. Vuelven entonces todos los elementos anteriores empezando por la configuración nocturna, oscura, marginal y lluviosa de esta imaginaria Ciudad del Pecado, siguiendo con varios de los personajes ya vistos Marv (Mickey Rourke), Nancy (Jessica Alba), la stripper de la cual Hartigan (Bruce Willis) se enamoraba y protegía (esta vez él aparece como una presencia fantasmal), Gail (Rosario Dawson), la matona de otro barrio de mujeres rudas, el senador Roark (Powers Boothe), timbero y corrupto, y Dwight (Josh Brolin – en la anterior interpretado por Clive Owen-. Por otro lado aparecen buenos personajes nuevos como Johnny (Joseph Gordon-Lewitt), el jugador de cartas, o una femme fatale interpretada por Eva Green Las historias de “Sin City 2: una mujer para matar o morir” están barnizadas por el mismo concepto estético en blanco y negro (salvo labios, ojos de mujer o algún otro detalle) y una similar forma de contar las sensaciones en primera persona con voz cansina, derrotada por el whisky y el cigarrillo. En este punto es donde se resiente el funcionamiento de la película. Al no contar con el factor sorpresa de la impronta de la primera tal vez hubiera sido más importante ocuparse mejor del guión, los diálogos y, por qué no, en los cuentos propiamente dichos. Así, estamos frente a lo que literalmente es una historieta llevada al cine, pero esta vez con menos pulso y ritmo narrativo. Como si hubieran sacado el pie del acelerador en la sala de montaje para cometer un exceso visual que por momentos cansa, aturde. No obstante, huelga alabar los rubros técnicos porque, justamente, gracias a ellos es que todo se mantiene a flote. Los trabajos del elenco, sobre todo en el uso de la voz, está calcado de la primera, lo cual le otorga una coherencia fundamental y le imprime ese toque especial que le saben dar los buenos actores del género. Seguramente esta segunda parte entregará a los fanáticos una buena dosis de lo que van a buscar. Abundan los tiros, la sangre, y la acción. Para el resto, es más de lo mismo.
Contar con un sentimiento de protesta y lucha a la hora de abordar una obra es, tal vez, la forma más genuina de volcar en el arte el sentir de una época, una sociedad, incluso las problemáticas por las que atraviesa. “Córtenla, una peli sobre call centers” aborda un tema escondido por los medios y los gobiernos de turno por la gigantesca cantidad de intereses que giran alrededor de la industria de la atención telefónica, en desmedro de la calidad de vida y de trabajo de quienes se sientan diariamente varias horas frente a una PC para resolver problemas ajenos. Como el público sabe poco, e indirectamente es cómplice de la situación, el hecho de que la estética sean cabezas parlantes no es de extrañar, hasta se podría decir que es necesario porque la intención es, claramente, hacer conocer lo que pasa con los trabajadores de call centers en cuanto a las condiciones laborales, posibilidades de desarrollo y eventualmente un pantallazo sobre el día a día. Los pilares sobre los que se apoya Alejandro Cohen para lograr su objetivo son básicamente tres, intercalados entre sí casi aleatoriamente: los testimonios de ex empleados; imágenes de una convención de empresas dedicadas al rubro; la dramatización de un día en el puesto de trabajo que comienza con una señora a la que tomaron de empleada, una compañera de trabajo y un supervisor. El primer pilar nos sirve para entender algo de la situación. Los chicos han sido sometidos a condiciones desfavorables de trabajo, lo cual, doy fe, es absolutamente cierto. Quien escribe estas apreciaciones ha pasado por al menos dos de las empresas mencionadas, entre otras están Teleperformance, el servicio de atención de Claro, Qualfon, y Telecom. Pero hay muchas más. El segundo pilar muestra a la patronal desplegando sus conceptos. Hay frases de esta gente que pone los pelos de punta, como las de un sujeto (el documental carece de información sobre quienes hablan en ese congreso) detractor de las paritarias que habla de la “exterminación de los disidentes”. Este, junto con otros impresentables, son los puntos fuertes del discurso empresarial que sirve para dar testimonio sobre el escaso interés en el bienestar de los telemarketers, además del desconocimiento del artículo 14 y 14 bis de la Constitución Nacional. Que estas empresas tengan un departamento llamado Recursos Humanos es un error gramatical. El tercer pilar, la dramatización, es el principal problema de “Córtenla, una peli sobre call centers”. La información que aporta como tal intenta reflejar con humor cada una de las situaciones cotidianas en la vida de un telemarketer. Si estuviéramos frente a un producto más completo en cuanto a la información coyuntural, material de archivo, incluso registros caseros con celular in situ como muestra de osadía, la inclusión podría ser un elemento de color. Pero aquí hay carencias de todo eso y por lo tanto, la “ficción”, cobra una preponderancia poco aconsejable. Como si las víctimas (suponemos al director como una de ellas) hubieran querido burlarse de un supervisor y de una empresa en particular disminuyendo la fuerza del contenido. Para colmo falta pericia para construir la ficción, timing en la edición y criterio para la inserción con el resto del material. Nada, excepto las actuaciones, funciona en la dramatización, lo cual deriva en una distracción. Diverge la atención de lo que realmente importa de esta película y que sí logra por momentos sacar a la luz el tema, como a los trabajadores de call ceneres indefensos para accionar. Ignorados por el Sindicato de Empleados de Comercio, al cual pertenecen, casi todos en forma arbitraria, y ninguneados por el resto de los sindicatos, por no ven en estos jóvenes una fuerza adicional para oponerse a las condiciones laborales desfavorables, por lo que habría que hacer algo al respecto.
El espionaje revive en una obra madura y el trabajo del inolvidable Seymour Hoffman En toda buena trama de espionaje hay factores fundamentales sobre los cuales se apoya la tensión: el objetivo en cuestión (una bomba, amenazas nucleares de países con poder atómico, contraespías o desertores, etc); los distintos interesados en el mismo; ergo quien maneja la información, quien tiene y/o quiere el poder. Hay otros factores que ayudan a construir la atmósfera, como la situación de los países involucrados, la coyuntura política, etc. En este sentido hoy día puede que sea más difícil. En la época de la Guerra Fría, a la cual James Bond debe su existencia, era más fácil. Desde la década del ’50 y hasta principios de la década del ‘90 los rusos y los chinos eran los malos, mientras que los yanquis con Inglaterra, su madre patria, a la cabeza, eran los buenos. Punto. Así venía el folleto. En cualquier momento alguien apretaba el botón y ¡chau mundo! Luego de la caída del Muro de Berlín el cine de espionaje debía reinventarse, o morir, situando historias previas a Bush Sr. En el siglo XXI al enemigo hay que inventarlo instalando antes el temor latente basado en la era post Bin Laden, o sea que todavía no se terminó. Siempre hay rencores contra el sistema capitalista, así que a guardar bien las fronteras sino queremos terminar hablando en mandarín o en árabe. Así lo entendió John Le Carré, quien sigue escribiendo muy bien. En “El hombre más buscado” Günther Bachmann (Phillip Seymour Hoffman) es un agente de la inteligencia alemana que anda tras la pista de Issa Karpov (Grigoriy Dobrygin), un joven checheno e islámico recién llegado a Hamburgo en forma y actitud sospechosa e ilegal. También, a través de un contacto, sigue de cerca a Abdullah (Homayoun Ershadi), un filántropo muy influyente sospechado de financiar empresas de Al Qaeda. Claro, en la plena era post Torres Gemelas, con la paranoia imperante por la que frente a cualquiera con barba está de por sí potenciada. La presencia de Issa con intención de hacer contacto con un banquero llamado Brue (Wilem Dafoe) también despierta el interés del servicio de inteligencia de USA (cuando no) que, por supuesto, quiere accionar ya de la mano supervisora de Martha Sullivan (Robin Wright). El otro vértice de este triángulo lo compone una abogada (Rachel McAdams), algo ingenua e idealista, que toma a Issa bajo su ala para poder contactar al dueño del banco. El director Anton Corbijn, el mismo de “El ocaso de un asesino” (2010) ha logrado con creces tener la historia muy clara en la cabeza como para mantener la información rebotando entre las partes involucradas con la dosis justa de tiempo y sin perder nunca el punto de vista, aunque por momentos lo desvíe. Por ende, la tensión no cede nunca y el interés se mantiene. Salvo por algunos detalles la adaptación de la novela por parte de Andrew Bovell es fiel a la historia, pero además a la esencia que el libro intenta rescatar como para darle al género una chance nueva. “El hombre más buscado” es un muy buen exponente de este tipo de cine Ya no veremos nuevas máscaras de Phillip Seymour Hoffman y sin embargo uno vuelve a ver sus personajes y descubre pequeños detalles que resignifican la técnica de actuar en el cine. Su Günther Bachmann respira resignado. Se toma pausas. Putea con ira y queda con cierto dejo de asma en su jadeo. Hace una pregunta, para luego repetirla más rápido. Sonríe sólo una vez en toda la película. Una. El espectador entiende ese contraste contra noventa minutos de un gesto sumido en la decepción general casi deprimido. Esa sonrisa lo confirma. Estas y otras tantas más son decisiones de un actor de estirpe fenomenal nacido para componer personajes. Destellos de un talento único que inexorablemente llevan a la pregunta fatal: ¿Cómo puede ser que éste gran actor ya no esté vivo?..
Que bien funciona la mitología griega. Desde siglos A.C. los conflictos de dioses, semidioses y su injerencia en los seres humanos han servido como base fundamental de los ejes dramáticos del arte literario y audiovisual de todas las épocas hasta nuestros días. Incluso los videojuegos han logrado penetrar en la industria y probablemente no haya chico en el mundo que no sepa de memoria los nombres. Dioses hay muchos pero el como héroe, el arquetipo de hombre de bien, pese a su suerte, es sin dudas Hércules. Cómo será de rentable que esta es la segunda presentación cinematográfica del año después de “La leyenda de Hércules” (2014), estrenada en la primera mitad del año. Su historia es vastísima, de modo que cada episodio de su vida es una película en sí. Aquella contaba de su destierro por un amor prohibido, la que se estrena esta semana sitúa al hijo de Zeus y Alcmena poco después de las famosas doce pruebas. De hecho, la voz en off de Yolao (Reese Ritchie) es la que nos pone en tema hasta descubrir que él en persona la cuenta frente a unos piratas que lo tienen colgando a punto de cortar la cuerda que lo dejaría caer arriba de una lanza que le apunta directo al culo. En ese preciso momento, en ese plano detalle en contrapicado, entendemos que van a ser el humor y la aventura los andariveles por los cuales transitará la historia. Es un claro mensaje del director Brett Rattner para que nada sea tomado ni en serio ni literalmente en cuanto a lo que narran los libros de historia y mitología. Un aviso que llega en el momento justo para poder disfrutar de una aventura bien realizada. Hércules (Dwayne Johnson) vive como mercenario junto a su séquito de guerreros: Autólico (Rufus Sewell), Atalanta (Ingrid Berdal), Anfiaro (Ian McShane) y Tideo (Aksel Hennie). Hecha la presentación de las cualidades de cada uno enfrentando a los piratas, la nueva misión nace al acercarse Ergenia (Rebecca Ferguson) a pedirle que ayude a su padre, el Rey Cotys (John Hurt), a enfrentar al malvado Resus (Tobias Santelmann) que viene asolando la zona desde hace rato. Se podría colegir que las escenas de acción, coreografías, espadazos, etc, son la estrella de la producción, y de hecho cada una está muy bien resuelta, pero el realizador no abandona nunca al personaje principal y va construyendo sus demonios internos cuando inserta una pesadilla recurrente de cuando su familia fue brutalmente asesinada. Además, cada personaje tendrá su momento para justificar su presencia en el guión, lo cual también ayuda a las pequeñas pero necesarias dosis de dramatismo en este tipo de producto. La película tiene un gran diseño de producción; varios escenarios reales, sobre todo en las batallas, despliegue visual con las tomas panorámicas y si bien hay uso de CGI, éste está bien dosificado como para evitar el artificio del mundo digital. Por otro lado Dwayne Johnson ya se percibe como un actor inteligente a la hora de aceptar papeles. Remite a la mejor época de Arnold Schwarzenegger cuando su intuición le dictaba qué iba a funcionar y qué no lo cual derivó en personajes clásicos difíciles de volver a empatar o re-lanzar sin caer en comparaciones. Las caras y cuerpos de Terminator o Conan no pueden ser otras que las del austriaco. El ex campeón de lucha libre va por el mismo camino. “Hércules” resulta un producto entretenido y dinámico justamente al estar basada en el cómic de John Moore que desde sus viñetas ostentaba el mismo tipo de registro con el personaje. Brett Ratner ha mejorado como realizador desde aquella “Rush Tour” (2002) y su buen capítulo de “X-Men” en 2006. No hizo una obra maestra, simplemente una película que va a lo seguro y no defrauda.
En una breve introducción de casi cuatro minutos la voz en off de Oscar Serrano va recorriendo algo de la historia política del siglo pasado: Perón, Evita, el golpe, revolución cubana y el “Che” como estandartes de las ideas socialistas y la juventud de izquierda que ansiaba la vuelta de Juan Domingo para traer el socialismo. Imágenes de archivo en las cuales se escuchan cantitos tristemente célebres como “Montoneros, FAR y ERP., con las armas al poder” o “ERP, ERP; Morir o vencer!”, y finalmente un mapita del microcentro que centrándose en el Banco Nacional de Desarrollo, en la época de Lanusse, que le da paso al título: “Seré Millones”. A partir de ese momento hay una bifurcación. Dos caminos por los cuales los directores Omar Neri, Fernando Krichmar y Mónica Simoncini harán transitar ésta realización sobre uno de los asaltos más famosos y renombrados de la Argentina: El robo al Banco Nacional de Desarrollo en 1972, aunque en función de los ideales de la época se insista en llamar “expropiación” El primer camino involucra el material correspondiente al casting para la supuesta parte ficcionada, casting en el cual están presentes Angel Abus y Oscar Serrano, dos de los autores del robo original, que ayudan en este caso a nutrir a los aspirantes de información vital para la composición de los personajes, y el vivir y sentir de aquellos años. Vemos pruebas de cámara, cámaras ocultas, opiniones personales, interacción mutua en alguna suerte de ejercicio de improvisación… la cámara se detiene un par de veces a tomar de cerca a actores visiblemente sensibilizados ante la presencia de los dos viejitos y su historia. Así desfilan Juan Isola, Federico Pereyra, Rocío Dominguez, etc. buenos actores que esperan su oportunidad. Luego de la selección, los elegidos comienzan con su tarea de investigación. Se suceden entrevistas en distintos marcos que intentan aportar cierta naturalidad como por ejemplo el andar de Oscar junto a Pablo Trimarchi por las calles del centro hasta llegar al viejo Siam Di Tella. El segundo camino es la información propiamente dicha por sus protagonistas e intercalada con algunas imágenes de archivo vistas hasta el hartazgo, y otras de jugosa factura como los comunicados del ERP o el corto sobre Swift de Raymundo Gleyzer. Entre ensayos grabados dirigidos (¿?) por Oscar y Angel, algún asado evocador con amigos, y las típicas “cabezas parlantes” transcurre “Seré millones”. Es curioso como poco a poco las decisiones estéticas aumentan en desmedro de la propuesta. Por ejemplo cuando los verdaderos protagonistas de la historia recrean situaciones frente a los actores. Allí es cuando el desvío de la temática se diluye por completo y el robo per sé pasa a un segundo plano, para hacer prevalecer una tarea más cercana a la creación colectiva teatral que del cine, pero como ninguno de los dos retratados son directores (más que de sus recuerdos), las imágenes transmiten un experimento en el cual el trabajo de los actores tampoco cobra la dimensión adecuada. Como si diera lo mismo que estén o no. Aquí se hacen evidentes las diferencias de criterio frente a la obra por parte del trío de directores. De a ratos vuelve el interés por la idea central cuando se aprovecha el material de archivo fílmico y fotográfico para darle título a cada segmento en el que se divide el relato, e incluso para introducir y plasmar el contexto político y social que impulsaba algunas decisiones por parte de los militantes. Hay hasta cierto tono comprensivo sin que por esto se proponga una reivindicación del accionar guerrillero. De cualquier modo, la película sale airosa al tirar cierto aire fresco para repasar aquellos años de incertidumbre y violencia cotidiana. Una mirada hacia los ‘70 desde un ángulo inusual dado el origen, como si se tratara de dejar los prejuicios de lado a la hora de analizar la historia.
Con el estreno de “Locos por las nueces” le damos la bienvenida (en la Argentina) a una joven productora llamada Toonbox Entertaintment. Una de las tantas compañías dedicadas a los dibujos animados que trata desde 2010 de tener un lugar en la industria del entretenimiento para chicos. Empezaron con dos series desconocidas aquí: “Bolt & Slip”, sobre dos autómatas, con una estética parecida a la de “Robots” (2005) de la Blue Sky Studios, y “The Beet Party”, cortos sobre un conjunto de variedades de remolachas que culminan siempre con una coreo de beats de música-dance. El primer largometraje también tiene un juego de palabras en su título original “The nut Job”. Por un lado refiere a un trabajo de locos (por lo difícil y arduo) que en la jerga de los ladrones sería como el “trabajito” de la nuez (por ponerle nombre a un robo planificado). Esta ambigüedad está planteada en el guión a partir de dos grupos. El principal conformado por animales que habitan en una gran plaza en una gran ciudad. Surly (Will Arnett –doblaje de Daniel del Roble-) una ardilla solitaria, autosuficiente, renuente a compartir comida, egoísta y por carácter transitivo individualista. Escaso de virtudes, se la pasa pensando cómo conseguir comida pese al pedido insistente de todos: Grayson (Brendan Fraser –doblaje de José Gilberto Vilchis-), una especie de héroe sobrevalorado, Andie (Katherine Heigl –doblaje de Mireya Mendoza-), la hembra algo ingenua pero decidida a conseguir sustento para todos, y Mapache (Liam Neeson –doblaje de Rubén Moya-), el jefe de la comunidad quien se ve algo sospechoso. El otro grupo es una banda de ladrones que están planeando el robo a un banco haciendo un boquete desde un negocio de nueces y frutas secas. La conexión entre estos dos escenarios se dará por el destierro de Surly a partir del incendio del gran roble, provocado por su exceso de codicia frente al contenido de un carrito de dulces que termina explotando. Por supuesto que al ver las bolsas repletas de comida los animales sacarán a relucir sus defectos y sus virtudes. Los guionistas Lorne Cameron, Peter Lepeniotis, sobre una historia de Daniel Woo, toman el robo como subtrama para llegar a su moraleja alrededor del individualismo y sus consecuencias. Una propuesta que se agradece en función de un entretenimiento con buen contenido. Por su parte el director Peter Lepeniots tiene un buen manejo de la narración y un aceptable diseño de personajes, algunos más interesantes que otros (Buddy, el ratón mudo muy parecido al de Ratatouille o El Topo). Al estar basada y ser una extensión de un cortometraje del mismo realizador, algunas escenas se estiran provocando mayor previsibilidad (poco aconsejable para el público adulto), pero se compensan con efectos de comedia de buen timing. En definitiva, la historia cierra. “Locos por las nueces” cumple su objetivo y deja, desde el punto de vista técnico y visual, un lugar para prestar atención a los próximos proyectos del estudio. Desde la originalidad, no tanto: se viene la segunda en 2016.
Nunca pierde vigencia la vida en pareja a la hora de abordar una comedia. Hoy por hoy es probablemente el tema más tratado en el mundillo audiovisual junto con los chimentos y la política. Desde Shakespeare a rutinas de Stand Up pasando por los más diversos autores y directores, el cine ha sabido exprimir el jugo al tema dejando algunas obras inolvidables y otras que pretendieron serlo condenándose, por hacerlo, a la repetición burda. Tal vez por no “querer ser como…”, es que “Nuestro video prohibido” no naufraga en la misma temática que trata: la rutina. Desde el comienzo, la voz en off de Annie (Cameron Diaz) nos va poniendo en tema. Cuando conoció a Jay (Jason Siegel) todo fue flechazo y sexo a toda hora y en todo lugar. Hasta los conejos sentían envidia. Luego vino el matrimonio, los chicos, el trabajo… El placer y la intimidad casi desparecieron. En fin, él trabaja en la industria discográfica y de vez en cuando le envían Ipads que él, a su vez, regala a conocidos y amigos previa inclusión de una programación musical de su selección personal. Ambos se preguntan qué pasó con el sexo en la pareja. Se plantean con mucha naturalidad esto de haber dejado eso de lado y comienzan a tratar de recuperarlo. Cómo la rutina los invade, a Annie no se le ocurre mejor idea que tomar un libro de posiciones y filmarse ambos para verlo luego. Adivine quién se olvida de borrarlo para impedir la sincronización automática con los otros aparatos y que el resto de la ciudad los vea como Dios los trajo al mundo. Bien, hay que recuperar los Ipads a como de lugar. Los primeros 15 minutos de “Nuestro video prohibido” se desarrollan con un montaje que sólo da pausa para la correcta pronunciación del texto de Cameron Díaz, y algo de entonación servil a dejar claro cierto estado de ánimo reinante en ambos. En este aspecto últimamente los guionistas de Hollywood suelen caer en el error de creer que con la sola presentación de los personajes y un par de pinceladas alcanza. Por el contrario, la compaginación de gags invierte la ecuación: en lugar de apuntar a que el espectador conozca en mayor profundidad las motivaciones de la pareja protagónica qué los mueve, etcétera, se eligen una seguidilla de situaciones para lograr establecer la química entre los actores y la empatía con el público. Es una “trampita” que en realidad nos pone en tema más que en conocimiento de quienes son estas dos personas y por que debería importarnos lo que les pase. Lo único que le queda entonces a esta comedia es ver cómo se las arreglan para que nadie vea el video (¿zafado?), incluidos una pareja amiga Robby (Rob Corddry) y Tess (Ellie Kemper) y el futuro jefe de Annie, Hank (Rob Lowe), quien desea contratarla para que sus textos (el que escuchamos al principio) se transformen en “la palabra de la madre modelo de la empresa”. Llegados a esta altura, la película dependerá pura y exclusivamente de las ganas del espectador en creerse el accionar de los protagonistas, cuyas decisiones rayan lo inverosímil más de una vez. Si esto sucede será gracias a varios momentos de la dupla actoral que despliega cierto aire inocente frente a todo en general lo cual hace que los diálogos funcionen. Jake Kasdan, que aprendió muy poco de su padre Lawrence Kasdan, aborda esta segunda comedia con Cameron Díaz (la primera fue en “Malas enseñanzas” en 2011) de una manera casi displicente. Es como si se supiera a sí mismo con pulso y timing pero lo aplicara poco. Tampoco tiene la sutileza de su progenitor. Esa que llevó a películas como “Reencuentro” (1983) o “Turista por accidente” (1988) a convertirse en buenos ejemplos del manejo del humor. Está claro que Jake hace otra cosa y probablemente no tenga muchas más chances de dar pasos de nivel medio.