Con Tiempos Menos Modernos es difícil establecer una relación íntima espectador-obra, sin tener en cuenta todas (o la mayoría) de las posibles lecturas. A su término es válido reflexionar sobre: si es una película simple, pretenciosa (y no llega a cumplir con la pretención) o si ambas cosas se manifiestan con la misma importancia.
La historia comienza con un hombre en sus 40 (Jorge Drexler) que decide hacerse una vasectomía en pos de tener libertad sexual que no derive en una posible futura y nueva familia (ya tiene dos hijos). El inesperado encuentro con un viejo amor cambiará en algo sus planes. Burman juega con los actores a solidificar sus personajes mediante la creación de un vínculo notablemente delineado. Hay algo de fresco en Drexler (en su debut actoral) que a la vez remite a los personajes que Daniel Hendler ha compuesto para el mismo director. En este sentido están cortados por la misma tijera con lo cual, la búsqueda de empatía con el espectador está a la orden del día. Hay una relación del personaje con la adicción al juego “controlada” cuya relación con sus acciones es difícil de determinar. De todos modos sigue siendo Burman marca registrada en tanto la mirada sobre la sociedad desde la intimidad de sus criaturas. Rosario y Buenos Aires ofician de polos extremos para contar lo mismo. Grandes ciudades, con gente que les da vida.
¿Que serán?... ¿1000 películas... 2000? ¿Cuántas son las que proponen el juego del gato y el ratón como factor generador de tensión? No por eso vemos siempre lo mismo, ni está de más hacerlo. La diferencia fundamental residirá en la elaboración del guión. Le ofrezco un atajo a la conclusión final. Si usted sólo quiere ver acción por la acción en sí misma “Protegiendo al enemigo” es donde debe apuntar los cañones. Ahora, si además pretende desarrollo de personajes, giros inesperados en la trama, suspenso y tensión dramática a lo mejor está un poco lejos. El agente Weston (Ryan Reynolds) está en Ciudad del Cabo a cargo de una "Safe House", término utilizado en el juego de la escondida para denominar a la "piedra", o sea el lugar en donde se está a salvo. Por su lado, el ex-agente, y desertor, Frost (Denzel Washington), temido por su increíble experiencia en el campo de batalla del espionaje y contraespionaje, se entrega a su propia embajada porque dispone de una información que un sector de la CIA no tiene interés en que se haga pública. Claro, es conducido a esta casa para que la propia CIA lo someta a torturas a fin de lograr la confesión plena respecto del secreto en cuestión. Las circunstancias harán que el novato se haga cargo de la situación, a partir de un enfrentamiento donde todos se tirotean. Por supuesto hay alguien en la cúpula de la institución que, evidentemente, tiene mucho para ocultar. Como el director Daniel Espinosa no tiene más que lo escrito por David Guggenheim para filmar, así los siguientes 100 minutos serán pura acción sumando la presentación de otros personajes, entre los cuales, naturalmente, se encuentra el traidor. Pero no se preocupe. El propio realizador revelará todo en un primer plano para que usted sólo se moleste en comer pochoclos, total, si llega a quedar pipón y se echa una siestita, el guión y los actores se ocuparán de resumirle toda la trama un par de veces, para demostrar que no discriminan a la gente aburrida con la narración de la que está entretenida con ella. El reparto hace todo para que la situación sea creíble. Brendan Gleeson aporta la segunda presencia simultánea en el circuito local, junto al estreno de “El guardia” (2011). Por su parte Denzel Washington está muy cerca del papel que animó en “Día de entrenamiento” (2007). El resto del plantel de intérpretes cumple con el cometido dentro de los códigos para esta temática. Ciertamente no faltará lugar para dejar instalado que, como es habitual, el sólo hecho de ser estadounidense habilita para destruirlo todo en cualquier lugar del mundo, lógicmente con la anuencia de las autoridades locales. Eso sí, en lo concerniente a las escenas de acción en “Protegiendo al enemigo” todo está bien filmado, compaginado y correctamente decorado con buen diseño de sonido y efectos visuales.
Inteligente y entretenido tratamiento del humor en versión irlandesa Será una casualidad, pero últimamente estamos viendo producciones en las cuales los actores juegan un papel preponderante. No son un elemento más de la escena, sino el elemento por excelencia al servicio de la narración de la historia. “El artista” (2011); “El precio de la codicia” (2011), “El extraño señor Hobbs” (2007), y el inminente estreno de “Un método peligroso” (2011), son algunos de los ejemplos. El caso de la comedia “El guardián”, realizada por John Michael McDonagh, es más que contundente. El sargento Gerry Boyle (Brendan Gleeson) se pinta como un hombre tosco, de pocas pulgas y confrontativo, condiciones que, como mínimo, ofrece matices suficientes como para sentir cierto rechazo. Sin embargo el estado de violencia potencial en donde se mueve el personaje produce una extraña empatía en el espectador, como si percibiera aquello de que "en el fondo es bueno". Gleeson se apoya en estas características para justificar un discurso sin filtros, muy emparentado con el racismo. "Estamos en "fucking" Irlanda" le dirá el sargento al agente del FBI Wendel Everett (Don Cheadle) cuando éste llega a la comarca en busca de unos narcos. El guión (del propio director) propone, a partir de entonces, no el típico choque entre culturas; sino entre dos personas con actitudes distintas frente a la vida y a su profesión. Allí la comedia funciona por contrastes, y funciona muy bien, aunque haya unos diez minutos donde tanto la trama como los personajes entran en una meseta que amaga con producir bostezos por repetición. La utilización de los primeros planos no parece casual ni mucho menos estereotipada, por el contrario, aportan para contrastar el enfrentamiento al que hablaba antes. Por allí aparece Fionnula Flannagan como la madre del guardia, una actriz que siempre es una delicia de ver. Como es habitual en este escenario la fotografía colabora con el clima frío y duro de la región donde casi nunca brilla el sol, también lo logra la música de Calexico, con contados pero cuidados acordes. “El guardia” es humor irlandés. Tiene su ritmo, su pausa y su impronta característica. Un factor importante a tener en cuenta por si piensa que va a ver algo al estilo “Locademia de policía” (1984, y sus 6 secuelas). No, en absoluto. Se trata de un producto de más sólida construcción, sutilmente elaborado, que deja como resultado una acabada, inteligente y entretenida expresión de humor cinematográfico
Es curioso poner la combinación o el amalgamiento de medios como uno de los ejes principales para analizar El Vagoneta. Porque en definitiva, filmar para internet no supone a priori un lenguaje narrativo distinto. La serie "Combinaciones" hecha para la página del diario La Nación no es ni mas ni menos televisiva o cinematográfica por estar realizada para un tipo de medio. Uno pensaría que la red de redes, en su morfología anárquica, permite todavia transitar la cultura por el dudoso filo de la frase "por amor al arte" y sin embargo toda creación posee un interés intrínseco. La micro-serie El Vagoneta se puede ver en vxv.com pero la película sólo en cines.
De ahora en adelante, siempre que pueda, trataré de evitar expresiones y términos como "lugares comunes" o "clisés" a la hora de comentar una producción en pos de una calificación. Tómelo como una declaración de principios para ponerme en su lugar, sin dejar de reconocer el que me corresponde. Sucede lo siguiente. El año pasado (y el anterior, y los anteriores) he visto un número irracional de películas, cercano a las 400 entre estrenos y festivales, por ende es probable que esos términos se apliquen con más facilidad a los que nos dedicamos a esta tarea, no tanto al espectador que va al cine 4 ó 5 veces al mes. A priori, una frase como "esto es guerra está llena de clisés y lugares comunes" suena de peyorativa a esquiva, como si fuera una forma muy general para explicar que guiones como ese se han repetido mil veces, lo cual no sólo no sirve para tomar posición al respecto; tampoco aporta para saber si la obra en cuestión está bien o mal hecha. Es lo mismo que tomar cualquier acción física de la primera película de Chaplin para hablar de cualquier otra cuando promediaba su carrera. ¿Cuantas veces, en toda su filmografía, se cayó de traste, o lo vimos ponerse al hombro cualquier objeto del largo de una escoba para darse vuelta y encajárselo en la cara del que esta al lado? Sin embargo nos reímos cada vez que lo vemos. Con esto no quiero comparar; sino establecer el punto. En todo caso puedo decirle que el guión de “¡Esto es guerra!” no me resulta novedoso, pero sí desacertado en la dirección y en algunas elecciones para llevarlo adelante. Este es el quid de la cuestión. Para empezar tenemos lo exagerado de la primera escena, de mucha acción, que sirve para presentar a los personajes. En ella vemos que, además de ser buenos amigos FDR (Chris Pine), un aparente fanático del botox, y Tuck (Tom Hardy) son agentes del FBI tras el rastro de Heinrich (Til Schweiger), el villano de turno. Lo que amaga con ser la trama principal se convierte luego en subtrama que lentamente deja de aportar al relato, aunque el realizador McG intenta levantarla en el momento de climax, cuando ya no hace falta ni interesa. En contrapartida, se centra en el desafío mutuo planteado por los protagonistas para dirimir cuál de los dos se queda con Lauren (Reese Witherspoon), muchacha a la cual ambos conocen por separado en circunstancias, forzadamente, fortuitas. Aquí comienza el juego de los contrastes. Uno es canchero, despreocupado y superficial, el otro es algo tímido, reservado y un poco más refinado. Por alguna razón Lauren gusta de ambos, y viene de un largo período de sequía (no se si se entiende el eufemismo). En este contexto los guionistas parecen haber competido a ver quién aportaba los diálogos más alejados posibles del verosímil de cada personaje. A todo esto, hay ciertas concesiones que el espectador debe hacer para entrar en el juego, como creer que un servicio de inteligencia estará a disposición de dos agentes, prácticamente sin rango, en lucha por lograr una conquista amorosa. Fiel a su (¿estilo?) McG elige una banda de sonido sin vuelo que aporta poco a la sorpresa, es más, por momentos anticipa posibles situaciones graciosas para que cuando llegue el remate esté todo tan masticado, que ni siquiera haga falta que usted se ría. Todos estos factores conspiran contra el crecimiento de los personajes y, en efecto, ninguno crece mucho más allá del momento en que son presentados. Es posible que si nunca vio una película combinando acción con humor y enredos, o vio muy pocas, “¡Esto es guerra!” le resulte un simple pasatiempo al que hay que perdonarle muchas cosas para que funcione como tal.
Hacer la secuela de una película poco exitosa es bastante arriesgado para cualquier productor, pero a veces hay motivos que exceden los fríos números de las boleterías. Hacer una segunda parte de una mala producción como “Ghost Rider” (2007) es una suerte de "fracacidio", sobre todo si se insiste con lo mismo. Suponiendo que esta segunda parte de “El vengador fantasma” (el héroe de Marvel de la calavera ardiente) esté en medio de ambas posibilidades, créame que no le va a quemar la cabeza a nadie. Comencemos por recordar que Johnny Blaze (Nicolas Cage) hizo un pacto con el diablo para salvar a su abuelo del cáncer declarado. El diablo cumple con el pacto, pero mata al viejo en un accidente de moto. Años después le propone a Johnny terminar la maldición si éste detiene al hijo de Satán. En esta segunda parte pasa algo parecido, aunque algunas diferencias mínimas. La diferencia sustancial a favor de esta producción es la elección de los directores y los guionistas. A veces en un partido de fútbol si se cambian los jugadores a tiempo, al menos se puede soñar con el empate. Entonces, afuera el aburrido e insulso Mark Steven Johnson director-guionista de la primera, también culpable de “Daredevil” (2003); adentro Mark Neveldine-Brian Taylor (los responsables de “Crank”, 2006), y los guionistas Scott M. Gimple, Seth Hofman y David S.Goyer, éste último coguionista con Christopher Nolan de “Batman Inicia” (2005) y “Batman, el caballero de la noche” (2008, ambas dirigidas por Nolan. Los ingresados al campo de juego entendieron que había que hacer dos cosas para sacar esto a flote: primero, reconocer que este es un personaje menor dentro de la galería de la Marvel, del segundo o tercer orden en importancia, casi de relleno; Segundo, por carácter transitivo, no sobreestimarlo como tal. Al hacer esto todo el equipo logra una leve mejora en el producto final. Esta vez el diablo anda queriendo tomar forma humana y un sacerdote-matón tienta al Ghost Rider para impedírselo, a cambio de terminar con su maleficio. Ya se que suena a remake. Casi le diría que si no vio la primera puede obviarla y empezar por esta. Mejor música, mejor manejo de los efectos especiales, y hasta el semblante de Nicolas Cage se ve distinto. De todos modos recordemos la intención de ponderar lo mejor dentro de una historia menor que pronto pasará a la anécdota.
Bueno. Veamos si podemos ir desandando el camino por descarte. El formato "found footage" y el de "falso documental" están definitivamente instalados en este siglo, como una alternativa natural a la estética narrativa clásica. El primero, propone construir una trama a partir de "material de archivo encontrado", a veces con agregados narrados, otras concatenando testimonios (“El proyecto Blairwitch”, 1999). El segundo, usa actores que "actúan" de gente común frente a una cámara que, por lo general, los toma a un costado del cuadro en primer plano, además de combinar grabaciones y tomas en un formato de noticiero para darle ribetes de realismo (“Borat”, 2006). Adicionalmente, el nuevo siglo vio en los reality shows, con Gran Hermano a la cabeza, la veta para exponer la vida real ante los ojos de un mundo, que se erigió a su vez en juez de la moral pagando algunos centavos para echar o beneficiar a los participantes. Irónicamente parece ser que se cree más en el poder de ese voto que en el de elegir un presidente, pero esto es harina de otro costal. Desde hace un par de años largos se sumó con bastante fuerza una tercera variante a estas tres formas televisivas de hacer cine. Se trata del "registro webero" que tiene la premisa de grabarlo todo con celulares, cámaras, i.phones, laptops, y todo aquel aparato de electrónica que permita filmar metraje con el objeto de subirlo a internet, y a cuantas redes sociales o páginas de almacenamiento de video existan (youtube). Esto que alguna vez empezó como bromas pesadas y físicas entre estudiantes, se convirtió en la serie Jackass para MTV, luego tomado por la nueva generación que transformó esos videos en su propio y egocéntrico reality. La obsesión de la fama a cualquier precio hizo, y hace, que aquellos con posibilidades de crear su propio canal puedan explotar al mismo nivel el morbo y la creatividad, el arte y la basura, la moral y los excesos. Así, un video de una chica borracha vomitando en el auto de la policía rápidamente trepa los rankings de visitas y adquiere rating virtual propio. Hace dos semanas se estrenó “Poder sin límites” con un poco de todos estos elementos, pero más tirada a la ficción de historieta, de modo que podemos decir que “Proyecto X” es, hasta ahora, la muestra más cabal de todo esto que decía más arriba. Humor producido por Todd Phillips significa “gags” zafados, sexuales, escatológicos, y algunos etcéteras. El hombre detrás de la saga “¿Qué pasó anoche?” (2009, 2011) y “Todo un parto” (2010), sabe cuál es su público y qué busca en sus productos. Por lo ya especificado estas tres producciones se diferencian de la que nos toca hoy, pero la idea es que usted vaya percibiendo de cómo vine la mano. Thomas (Thomas Mann), Costa (Oliver Cooper) y JB (Jonathan Brown) son tres adolescentes típicamente poco populares en una escuela secundaria de Pasadena. El primero quiere festejar el cumpleaños en su casa aprovechando que sus padres no están. Los otros también, pero Costa desea además tener sexo e incrementar la popularidad organizando la fiesta más espectacular, y con más excesos, de la cual la gente tenga memoria. Hay un cuarto integrante que apenas se ve, pues está todo el tiempo registrando con la cámara todo lo que pasa. De hecho la película transita un ritmo al estilo "montaje en cámara", ya que toda la acción transcurre en un día. “Proyecto X” parte de la base de dar por entendido que todos conocemos a los jóvenes, sus problemáticas, su relación con sus pares, etc; evitando así tener que presentar personajes, conflictos... Un guión... ¡bah! Utilizando simulaciones de improvisación y cierta frescura en todos, y todo lo que aparece en imágenes, da la sensación de ver un montaje en cámara o una filmación que tuvo lugar durante 24 horas, de la cual se extrajo esto que vemos en pantalla. Evidentemente este recurso se vuelve limitado y en poco tiempo cae en su propia trampa. Traspasa los límites que se autoimpuso y uno empieza a pensar: ¿Quién está filmando esto? ¿Donde se ubicó para hacerlo? Si el falso camarógrafo está arriba del techo para tomar a alguien que se tira desde ahí a una pileta, ¿cómo hace para luego tomarlo desde abajo al mismo tiempo? ¿Se tiró dos veces? La ruptura del verosímil tampoco parece importar en estos casos. Así y todo puedo decirle que “Proyecto X” será una producción tremendamente exitosa, porque tanto el productor como el realizador supieron combinar perfectamente el formato que busca el público joven, con el aggiornamiento de gags extraídos de “Porky's” (1982), “El último americano virgen” (1982), “American pie” (1999, 2009) y otras comedias sobre tetas y alcohol correspondientes a la "irreverencia" de cada generación. En este sentido, las escenas en la que se ve a los chicos irse al carajo en una fiesta que pondera llegar al límite de los excesos, más que escandalizar a nadie podrían funcionar como un espejo de lo que hoy ocurre. Si usted entra en el juego propuesto, y está más allá de lo estético a la hora de conectar con este tipo de humor, habrá momentos rematadamente graciosos. ¿El cine? Definitivamente está lejos de estar representado por esta película.
Octavo documental del año. Memoria Para Reincidentes tiene una lectura paralela al hecho cinematográfico y tiene que ver con la coyuntura política que vive el país. Es una gran coincidencia en días en los que Moyano ya no es el aliado incondicional del gobierno...
Con mucho secreto de sumario en las funciones previas, y una importante parafernalia de publicidad, se estrenó “John Carter: entre dos mundos” en nuestro país. Creo haberlo mencionado alguna vez, cuando era chico fui al cine a ver “Invasión Junk” (1982) con Marc Singer, el de la serie televisiva “V Invasión extraterrestre” (1983/85). Era la de un guerrero que tenía el poder de ver y actuar a través de os animales. En aquel tiempo la película me fascinó y jamás me fijé en todos los errores narrativos, los pésimos efectos especiales o las desacertadas actuaciones empezando por el mismo Singer. Lo bien que hice, porque me permitió disfrutarla sin condicionamientos, poniendo todo de mí para que me guste y poco podía importarme lo que dijeran los críticos. A lo mejor le pasa lo mismo a los chicos que vayan a ver John Carter, con lo cual sólo queda advertir dos cosas a los abuelos, tíos, padres y demás parientes: Las dos horas y cuarto de duración (lo menciono porque hay chicos que a lo mejor no se bancan tanto tiempo sentados), y la regular calidad de la obra en cuestión (lo menciono porque para los chicos puede andar pero Ud se va a pegar una siesta de novela). Luego de una introducción narrada que suena a cuento viejo, veremos bastante acción en el planeta Marte. Sab Than (Dominique West) está dispuesto a reventar todo el planeta a partir del descubrimiento de un arma especial, con la anuencia de tres sujetos bastante fanáticos del caos. Marte se presenta como un planeta seco, desértico, sin plantas ni agua. La acción pasa al nuestro. John Carter (Taylor Kitsch) es un ex soldado de la guerra civil a quién el ejército insiste en re-reclutar para seguir matando. Pero John ya no cree en nada ni en nadie, lo único que quiere en esta vida es oro. Por razones de la casualidad, huye de soldados e indios y termina en una cueva donde se producirá, ¿traspaso?, ¿transportación?, bueno algo así, al planeta rojo. Allí, porque al autor del guión se le canta, puede saltar muy alto y lejos. Todo el resto no. Conocerá una tribu de cigarras gigantes, flacas y altas como los habitantes de Pandora en “Avatar” (2009), pero en vez de cola tienen un par de brazos de más y una princesa obligada a casarse con Sab sin su consentimiento. Como se ve, Shakespeare es, efectivamente, universal. Toda la historia girará alrededor de este conflicto. La producción es un concierto de redundancias, prácticamente sin subtramas, que aporten al crescendo dramático, es más, por momentos parece que son dos historias distintas que eventualmente chocarán entre sí. Los rubros técnicos son difíciles de analizar. Por momentos los efectos especiales y visuales, de sonido, junto con la dirección de arte, son correctos, en tanto en otros se nota la falta de presupuesto para CGI y demás, especialmente en las escenas en donde Carter pega esos saltos inverosímiles. Lo único librado a la imaginación son los cheques que Willem Dafoe, Thomas Church o Bryan Cranston se llevaron por participar en esta película. De hecho la dirección de arte trata de seguir a rajatabla la descripción hace como un siglo y pico realizó Edgard Rice Burroughs, el padre de la criatura, cuando lo que están pidiendo a gritos el guión, su realización y los espectadores. Es un aggiornamiento de todo. Para colmo el autor de Tarzán escribió como diez historias más con estos personajes, así que si funciona bien en boletería ya sabe lo que le espera. Por suerte de usted, cuando se estrene la quinta o sexta parte los chicos van a poder ir solos al cine.