Bajo al dirección de Catherine Corsini, Tiempo de revelaciones (La Belle saison, 2015) es una película que contrapone el “deber ser” con lo que realmente se quiere, a través de una relación entre dos mujeres en la década del ´70. Delphine (Izïa Higelin) vive en una zona rural donde ayuda con las tareas de la granja familiar. Sus padres están ilusionados con la idea de que se case con un joven que la pretende, pero desconocen que ella siente atracción por las mujeres. Buscando un cambio en su vida se muda a la ciudad de París, allí conoce a Carole (Cécile de France), una joven que integra un grupo de activistas que luchan por los derechos femeninos. Carole está en pareja con Alexandre desde hace años, sin embargo, la cercanía con Delphine comienza a hacerla dudar sobre los sentimientos. Hasta el punto de separarse de su novio y comenzar una relación amorosa. Corsini elige una historia puntual enmarcada en un contexto en el que las mujeres intentaban tener los mismos derechos que los hombres. En esa dirección, las protagonistas se animan a vivir lo que sienten, pero tomando el resguardo de no hacerlo visible. No tanto Carol, quien se lo comunica a su pareja, sino Delphine, ya que no se atreve a contárselo a sus padres. Más si se tiene en cuenta que el ámbito rural está dirigido casi absolutamente por hombres. Los sentimientos encontrados son uno de los principales ejes de Tiempo de revelaciones. Porque el público percibe tanto lo que sienten los personajes principales como aquello que el entorno espera de ellas. La película muestra escenas de la intimidad de Delphine y Carole que no suma demasiado al argumento, salvo que le aportan realidad. Están, pero podrían no estarlo y el film no cambiaría. Vale aclarar que se nota la mirada de la dirección de una mujer en cada una de esas imágenes. Animarse a vivir lo que se siente o hacer lo socialmente correcto. Ese es el enigma que expone Corsini en Tiempos de revelaciones. Una incógnita que atraviesa a gran parte de la sociedad.
El hilo rojo (2016) está basada en una antigua leyenda china, según la cual hay personas predestinadas a estar juntas. Eugenia Suárez y Benjamín Vicuña protagonizan una película dirigida por Daniela Goggi, en la que se ponen de manifiesto, de forma liviana, diferentes tópicos como el destino, los deseos y el amor. Abril (Eugenia Suárez) y Manuel (Benjamín Vicuña) se conocer en un aeropuerto. Las casualidades, o el destino, hacen que suban al mismo avión: ella es azafata y él pasajero. Durante el vuelo charlan y no pueden negar la atracción que siente el uno por el otro, razón por la que deciden encontrarse en migraciones cuando lleguen a tierra firme. Pero una circunstancia inesperada no permite que se vuelvan a ver en ese momento, sino que el reencuentro se produce 7 años después en un viaje a Cartagena, cuando cada uno ya tiene su familia armada. Manuel está casado felizmente con Laura (Guillermina Valdés) y Abril con Bruno (Hugo Silva). El film de Goggi parte de un supuesto atractivo: la existencia de un hilo rojo que une a aquellas personas que están destinadas a estar juntas, sin importar tiempo o lugar, y que aunque se estire o contraiga jamás se corta. La idea es idílica y podría funcionar, pero el producto final resulta vacío y poco interesante. Estéticamente las escenas se asemejan a las publicitarias. Porque la mayoría son primeros planos en los que los protagonistas se ven bellos, casi perfectos. Y aunque tienen algunas disyuntivas, toda la película sigue esa línea, bastante alejada de la verosimilitud. Vale mencionar que durante la filmación existió un hecho personal entre Suárez y Vicuña que provocó que se hablara mucho de la película. Y su relación amorosa se entrecruza con la que se plantea en El hilo rojo porque es difícil, en este caso, diferenciar ficción de realidad (en especial por el tono de las escenas de sexo). Goggi puede tener buenas intenciones, pero el argumento no acompaña y se queda en la superficialidad. Al igual que un ovillo que se desenreda fácilmente.
En Hijos nuestros (2016), Carlos Portaluppi interpreta a un fanático de San Lorenzo de Almagro que trata de superar un presente signado por la frustración. Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez llevan a la pantalla grande una historia costumbrista con buenas intenciones, aunque no convence por completo. Hugo (Carlos Portaluppi) fue jugador de San Lorenzo, pero en la actualidad trabaja de taxista. Sus días son monótonos y solitarios hasta que suben a su auto Silvia (Ana Katz) y Julián (Valentín Greco): una madre que se encarga sola de su casa y su hijo adolescente, aspirante a jugador de fútbol profesional. Distintas circunstancias hacen que se crucen más de una vez, lo que provoca en Hugo tanto un interés por Silvia como por la incipiente carrera del joven, a quien intenta ayudar para que ingrese a las divisiones inferiores de San Lorenzo, el club de sus amores. Fernández Gebauer y Suárez retratan a un hombre común, que tuvo un sueño que se le escurrió entre los dedos, y que se consuela con ser un simple espectador de su pasión cada fin de semana. Mediante su historia se pone en foco un aspecto importante del “ser argentino”: la importancia del fútbol, el barrio, el club… Portaluppi logra una excelente interpretación a través de la cual el público comprende a Hugo. Y la naturalidad con la que imprime cada escena lo convierte en cercano. Katz hace una actuación correcta que también permite una identificación, pero sin descollar. Hijos nuestros es una radiografía de un hincha; de una pasión que se asemeja a la religión; de un fanatismo que sólo entienden aquellos que lo sienten. Pero además, muestra que ese sentimiento muchas veces subsana una problemática interior, que no se expresa fácilmente. Una película sobre la cotidianeidad que invita a la reflexión.
Julie Delpy vuelve al rol de directora luego de Verano del `79 (Le Skylab, 2011) y La condesa (The Countess, 2009). Con Lolo: El hijo de mi novia (Lolo, 2016) elije poner en evidencia las reacciones que tiene un adolescente y posesivo cuando su madre le presenta a su nueva pareja. Durante las vacaciones, Violette (Julie Delpy) conoce a Jean-René (Dany Boon). Lejos de ser un amor de verano, la relación se consolida rápidamente y él se muda por trabajo a París, ciudad en la que ella reside. Pero no todas son rosas: Lolo (Vincent Lacoste), el único hijo de Violette, se muestra contento con la llegada de Jean-René a la familia, pero en secreto comienza a desarrollar un plan con el fin de alejarlo. Delpy consolida una divertida película sobre los lazos familiares y los sentimientos que pueden generarse, tanto positivos como negativos. Los celos de Lolo presentan matices que resultan inusuales, pero que tranquilamente pueden producirse, dado el lugar protagónico que ocupa en la vida de su madre. Y algunas situaciones disparatadas tienen un trasfondo basado en el miedo a crecer y a la soledad. Además, la directora subraya aspectos difíciles al momento de entablar relaciones amorosas, en especial para una mujer divorciada de 45 años. Bromea un poco sobre la edad, aunque detrás del sarcasmo hay trazos de realidad. Con química y buenas actuaciones, Boon, Delpy y Lacoste enriquecen la comedia. Y protagonizan numerosos momentos divertidos que son funcionales al relato. Lolo: El hijo de mi novia presenta un tema con el que el espectador podrá identificarse, ya sea del lado de la madre o del hijo. Entretenimiento más que asegurado, con sello francés.
Dirigida por Víctor Postiglione, Tiempo muerto (2016) no es una película romántica, claramente. Pero en ella se refleja lo que un hombre es capaz de hacer por ver una vez más al amor de su vida. Guillermo Pfening y Luis Luque protagonizan un film que combina el género fantástico con el policial, algo que no está demasiado desarrollado en el cine argentino. Franco (Guillermo Pfening) y Julia (Maria Nela Sinisterra) son una pareja que lleva varios años juntos. Todo transcurre con normalidad hasta que ella muere en un accidente. La terrible situación produce una profunda tristeza en él, quien no encuentra consuelo. Y en ese escenario aparece Ayala (Luis Luque), un amigo del padre de Julia que considera que existe la posibilidad de que la hayan asesinado. A partir de ese momento los dos comienzan a averiguar qué pudo haber ocurrido, y Franco se contacta con un hombre que tiene la capacidad de conceder “tiempos muertos”: volver a vivir un recuerdo con la persona fallecida. Postiglione expone una temática que capta la atención del público desde los primeros minutos. Y la necesidad de saber cómo va a finalizar la historia es lo más atractivo. Quizás le faltan recursos fílmicos que acompañen el relato (en algunos momentos la imagen se asemeja a la televisiva), y que hubieran sido una herramienta para ilustrar lo que se cuenta, pero el argumento es suficiente para compensar esa ausencia. A través de sus gestos, silencios y miradas, Pfening demuestra una vez más que está a la altura de un protagónico. Y junto a Luque llevan el ritmo de una historia basada en los diálogos que mantienen sus personajes. La interpretación de Sinisterra es correcta, porque aunque no sobresale, tampoco desentona. El film de Postiglione tiene una buena idea de base. Y como ocurre con todas las películas se puede debatir sobre la forma en la que la desarrolla, pero el propósito de inmiscuirse en lo fantástico ya es rescatable. No sólo los amantes de los fenómenos paranormales y aquellos que creen en la existencia de vidas pasadas encontrarán atractivo el argumento. Porque Tiempo muerto no pasa desapercibida y genera la necesidad de seguir reflexionando sobre lo que muestra después de retirarse del cine.
45 años (45 Years, 2015) se destaca por la actuación de Charlotte Rampling, quien interpreta a una mujer que considera que su matrimonio es su principal riqueza. El director Andrew Haigh refleja una historia pequeña, pero profunda, en la que se remarca el efecto del devenir de la vida en el ser humano. Kate (Charlotte Rampling) está planeando su fiesta de aniversario: con Geoff (Tom Courtenay) cumplen 45 años desde que dieron el sí. Durante ese período la pareja se afianzó y los dos se abocaron al otro por completo, debido a que no tuvieron hijos. Pero inesperadamente, Geoff recibe una carta con una fuerte noticia de su primer amor. La película se centra en las decisiones y sentimientos de Kate. De por sí es una mujer segura que ha llevado su casa adelante, por eso ahora siente que con las novedades todo se desvanece frente a sus ojos. A tal punto de desconocer a su marido. 45 años muestra hermosos escenarios del paisaje rural en el que se desarrolla. A un tiempo paulatino, por momento demasiado, se rearma una historia del pasado que los espectadores conocerán junto a su protagonista. Porque es como una sombra que aparece en el presente y amenaza el equilibrio de tantos años. Rampling deslumbra con una actuación en la que transmite las distintas emociones por las que atraviesa su personaje. Y Courtenay hace lo propio, acompañándola en un papel más reservado y misterioso. Haigh delinea una película elegante, trazada por la distinguida mirada de Kate. Una mujer moderada y expectante que mantiene el interés del público. Sin darle todas las respuestas.
Amor que salva La comedia romántica Caída del cielo (2015) plantea la historia de dos desconocidos que se ven por primera vez en una extraña situación. Protagonizada por Peto Menahem y Muriel Santa Ana, la película dirigida por Néstor Sánchez Sotelo logra algunos momentos efectivos, pero en su conjunto no lo es tanto. Alejandro (Peto Menahem) está en la soledad de su departamento en planta baja, dispuesto a suicidarse, cuando su vecina Julia (Muriel Santa Ana) cae en su patio. La sorpresiva escena lo desorienta y lo aleja de su determinante decisión, dado que tiene que ocuparse de la mujer que está tirada en el suelo pidiéndole que llame a una ambulancia. Desde ese primer encuentro se desencadenan numerosas situaciones que acercan a los personajes, y consolidan una amistad que mutará en amor. Lejos de los príncipes azules, Sánchez Sotelo lleva a la pantalla grande personajes comunes que se consideran “perdedores”. Sus vidas tienen algunos puntos en común y, precisamente, eso es lo que les permitirá salvarse. La línea argumental es sencilla, pero presenta cierta profundidad que quizás llame a la reflexión sobre aspectos como la soledad y la importancia de encontrarle un sentido a la existencia. Caída del cielo le permite a Menahem mostrar su versatilidad actoral, ya que es el protagonista de la mayoría de las escenas, en las que manifiesta diferentes emociones. Santa Ana también aporta una gran interpretación acorde a la comicidad del film. Sin embargo, la química entre ellos no se surge tan naturalmente y en algunos momentos resulta forzada. Completan el elenco Sebastián Wainraich, Héctor Díaz y Karina K. Vale destacar el trabajo de sonido realizado por Pablo Sala. Porque como Alejandro toca la batería, varias acciones son acompañadas por la ejecución de dicho instrumento de percusión. Ese efecto contó con la participación de Daniel “Pipi” Piazzolla, nieto del reconocido músico y compositor. Buenas actuaciones y pinceladas de comedia conforman una película de la que se espera más por lo que plantea en su primera media hora. Pero se queda en esa expectativa: asegura un rato entretenido sin dejar demasiada huella.
Dirigida por Sergio Castellitto, Nessuno si salva da solo (2016) transita diferentes emociones que no le serán indiferentes al espectador. Pasado y presente de un matrimonio distanciado que repasa los momentos que consolidaron su actualidad, durante una cena. Delia (Jasmine Trinca) y Gaetano (Riccardo Scamarcio) están separados y se encuentran en un restaurante para planificar las vacaciones de sus dos pequeños hijos. Pero lejos de ser una velada amena, en la cena comienzan a acordarse de distintas situaciones compartidas. Momentos que no sólo le permitirán al público conocer la intimidad de la relación que los une, sino que también los protagonistas irán esclareciendo aspectos de sus vidas. Castellitto retrata una temática desarrollada en numerosos films., como por ejemplo Mon Roi, estrenado este año. Y su particularidad es que extiende la problemática que atraviesan los personajes hasta sus padres, de forma un poco psicológica. Porque la influencia ejercida en la niñez y adolescencia, sus decisiones y formas de actuar, repercute directamente en el accionar de Delia y Gaetano. Esa vinculación entre lo pasado y lo presenta se manifiesta a lo largo de toda la película. Las interpretaciones de Trinca y Scamarcio son sobresalientes y consolidan una relación matrimonial absolutamente verosímil. Risas, llantos y fuertes discusiones les permiten demostrar su versatilidad actoral. La escueta aparición de la reconocida actriz Ángela Molina es un guiño para el público. El poético final de la película de Castellitto es acertado y le imprime aire a una historia tensa que, por momentos, parece no tenerlo. A lo largo de Nessuno si salva da solo se van adhiriendo situaciones que posibilitan comprender un todo. O al menos, intentar hacerlo.
A la sombra de las mujeres (L´ombre des femmes, 2015) es una historia de amor atravesada por situaciones cotidianas. El director Philippe Garrel delinea las características de los roles femenino y masculino en una relación de pareja determinada. Manon (Clotilde Courau) y Pierre (Stanislas Merhar) son un matrimonio común y corriente. Las dificultades económicas apremian, pero se mantienen unidos para enfrentar las complicaciones. Tanto, que ella es la guionista de los documentales de él, un realizado poco conocido. En ese escenario Pierre conoce a Elisabeth (Lena Paugam) y comienza una relación amorosa que perdura en el tiempo, mientras continúa su matrimonio con normalidad. O al menos es lo que cree. La película de Garrel es intimista y sencilla. Y esos aspectos se enfatizan con una estética en blanco y negro que se mantiene a lo largo de toda su duración. Las interpretaciones de Courau y Merhar son buenas y acompañan la solemnidad artística y poco expresiva del film. A la sombra de las mujeres muestra de forma definida los roles de hombre y mujer. Porque Pierre es absolutamente machista y no tolera que su esposa actúe de una forma que él considera impensada. Mientras que Manon responde al canon de comportamiento que su marido espera. Esa retroalimentación de la pareja es la que permite que funcione, pero también genera un grado de desconfianza que, por momentos, la hace insostenible. Garrel se detiene a observar distintas situaciones de un triángulo amoroso. Y aunque no sucede nada extraordinario, lo más destacable se percibe en el accionar de cada uno. Porque en lo simple se puede esconder lo complejo de los sentimientos.
De aceptación e inclusión Dirigido por Juan Manuel Repetto, el documental Fausto también (2015) muestra los desafíos que tiene que superar un joven con autismo para ingresar a la facultad. Los testimonios de familiares y acompañantes terapéuticos posibilitan acercarse a un trastorno que afecta a más personas de las que se cree. Fausto tiene 22 años y padece autismo. Desde niño recibió la contención adecuada y eso le permitió cursar la primaria y la secundaria. Pero desea dar un paso más: ingresar a la universidad de La Plata para estudiar informática. Su fascinación por la computación y la concentración que le destina a esa área, la convierten en una de sus principales pasiones. El espectador se inmiscuye en la historia y la rearma mediante los testimonios de familiares y especialistas que trataron al protagonista desde pequeño. Y también por las palabras de Fausto, hecho de suma importancia para conocer su situación en primera persona: sentimientos, expresiones y capacidades… No es un dato menor que toque el piano y su música sea parte de la banda sonora de la película. Repetto elige un manejo especial de la imagen que convierte al público en testigo de lo que ocurre. Y ese es un punto a favor porque logra que no se note la presencia de la cámara en el accionar de Fausto. Sin embargo, la estética similar a una grabación casera es el aspecto débil del film, ya que la falta de encuadre en algunos momentos se torna molesta. El documental se centra en un trastorno que afecta a numerosas personas y que es desconocido para muchas otras. Fausto también es significativo porque pone el foco en el caso del primer joven con autismo que realiza el examen de ingreso a la universidad. Pero si lo logra o no pasa a ser un dato menor comparado con el aprendizaje que adquiere en el transcurso.