Un poco de historia nos dice que el guión, muy bien trabajado, se inició en su desarrollo con el título de “Tres”, pues era la historia de tres amigos contada en tres épocas distintas, pero la realidad obligó a que Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade (directores y guionistas), y la dificultad técnica de filmar con tres actores para un mismo personaje, los llevo a cambiar, y se decidieron por narrar la historia en dos tiempos, su resultado es la coproducción ecuatoriana-argentina- alemana llamada “Ochentaisiete”. El tema de la amistad es la clave y funciona como el motor que sostiene la historia, contada entre dos épocas y a través de varios personajes en su adolescencia, la película nos recuerda el Ecuador de los ochenta, gobernado por Febres Cordero, un país, en el que los movimientos de izquierda estaban aún desorganizados y eran considerados subversivos; para luego viajar al presente y mostrar que esos personajes, amigos de la primera adolescencia, se reencuentren y traten de entender quiénes son ahora. Durante cuatro meses se realizaron varios casting para elegir a los actores jóvenes Nicolás Andrade (Pablo), Francisco Pérez (Andrés), Jessica Barahona (Carolina) y Andrés Álvarez (Juan), cada uno con su historia y problemas. Pablo es argentino, que vive con su familia de militancia activa, pero en país ajeno; Andrés, hijo engañado por su madre en cuanto al paradero de su padre; Carolina, estudiante con problemas familiares por cierta rebeldía; Juan, quien abandonó su casa y se fue a vivir a una abandonada, por no querer los estudios militares que su familia le exige, que en adelante se transforma en el centro de reunión de los adolescentes donde los veremos conocer el amor, los celos, el peligro, pero también lo más importante como la amistad, el paso del tiempo y la nostalgia de adolescente. A ellos les buscamos los adultos. Michel Noher (Pablo) y los ecuatorianos Stefano Bajak (Andrés) y Daniela Roepke (Carolina) en su reencuentro l5 años más tarde el pasado dispara los traumas del futuro: El reencuentro y las búsquedas de respuestas. Dice Hoeneisen que “La clave es que los actores que interpretan a un mismo personaje coincidan en su manera de relacionarse con el mundo. La sutil transición entre una época y otra fue un trabajo que combina el montaje, el sonido y el retoque de imagen. Proceso que estuvo a cargo de Javier Andrade en la edición y Esteban Brauer en el diseño de sonido” Según la directora: “filmamos en 35mm por la textura y calidad de imagen, con un rodaje de cinco semanas en la ciudad de Quito, donde Alicia Vásquez y Fernando Soto encontraron las locaciones para conseguir casa de gente mayor que estaban llenas de objetos de época.” Las actuaciones, sobre todo de los adolescentes, están logradas y al espectador lo convence de que la amistad es real, lo mismo que los personajes en la actualidad, en tanto que los actores de apoyo cumplen su rol a la perfección. Interesante película latinoamericana, que no debe dejar de verse `prque permite apreciar el crecimiento del cine ecuatoriano.
En las últimas décadas el barrio porteño de Belgrano incorporó a su mundo el ya famoso Barrio Chino, asentado en la calle Arribeños, entre Juramento y Olazábal. En ese segmento de la gran ciudad se entrecruzan varios mundos en paralelo, con sus diversas culturas, idiomas, creencias, representadas por originarios, y sus descendientes, de chinos y taiwaneses, entre otros, llegados al país en los ‘70 y ‘80. Recorrer hoy ese tramo es apreciar un amplio espectro comercial, colorido y dinámico, para encontrarse con quienes casi no hablan el español y otros que deben aprender el mandarín, algunos que se consideran porteños de toda la vida, y otros que hace 40 años sueñan con el regreso a su terruño de origen. Marcos Domínguez se propuso en “Arribeños” echar una mirada a ese micromundo de la ciudad y compartirla mediante éste documental, para ello transitó esa zona a lo largo de un año utilizando cámara fija y escuchando el audio de las historias narradas en off, entrando en contacto con la comunidad taiwanesa. Según concluye el realizador, las comunidades solucionaron casi todo lo que respecto a su asentamiento y convivencia, abriendo al cineasta y a su equipo el acceso a conocerlos invitándolos a asistir a reuniones, fiestas, ceremonias religiosas, estudio, y poder apreciar la participación de las familias en todas sus actividades, revelando la cultura del trabajo y del esfuerzo de sus integrantes. La historia está reflejada a través de cuatro estaciones, conformando una narración global: Llegada a la Argentina; Adaptación a la comunidad; Los que llegaron niños y ahora son adulto; La primera oleada de inmigrantes. Todo lo registra una cámara curiosa ante la cual van desfilando, alternándose en apropiado ritmo expositivo, imágenes en vivo, fotografías y documentos para brindar, en un espacio tan reducido, un relato universal de las migraciones, de las cuales nuestro país tradicionalmente ha recibido tantas y tan diferentes a lo largo de su historia. Un trabajo cinematográfico prolijo que aporta al espectador curioso, tanto como lo fue cámara, el interés por enriquecer su cultura como habitante, o visitante, de la gran ciudad
Opera prima de Bruno Hernández que fuera exhibida en 2014 en Festival Pantalla Pinamar, con estreno demorado y un género no muy habitual en el cine argentino como el thriller, con guión original de Javier De Nevares, Andrés Gelos y Luis E. Langlemey. Dos hermanos Vicente (Luis Ziembroswski) y Juan (Daniel Araoz) inmersos en el mundo del delito en el conurbano bonaerense: corrupción política, policial, narcotráfico, trata de blancas y mafia - sí, ya se están pensando, pero eso es cosa de todos los días en las noticias de televisión -, cualquier semejanza con la realidad no creo que sea simple coincidencia. De esos hermanos sólo tenemos pantallazos de su pasado, con un padre severo (esto a través de flashback reiterativos, o más bien repetitivos) que nos dejan planteada la historia que vendrá. La secuencia de inicio filmada en el cementerio (Chacarita) presenta el funeral de alguien relacionado con la mafia, y nos enteramos que es la madre de los protagonistas, lo que dará inicio a la acción y venganza sí nos retrotraemos a que Vicente ordeno matar a Juan, quien logra sobrevivir y desaparecer por 7 años, el funeral naturalmente será el inicio de una venganza. En el reparto nos encontramos con un buen desempeño de Luis Ziembroswski, y un Daniel Araoz un poco sobreactuado, con los tic faciales que no ayudan en nada a ser más malo, que después de 7 años de vivir en las sombras aparece con todo para llamar la atención en un que Juan que enciende motores en autos, camionetas, motos (me pareció un McGiver nacional), solo contra la mafia y elaborando todas sus sorpresas. Con Rolly Serrano asumiendo un personaje secundario al que cubre cabalmente. Leticia Bredice, a quien no cabe duda que la cámara la ama pues siempre logra dar la excelencia, aparentemente sin grandes esfuerzos anima en éste caso a la dueña de un burdel y compañera de Vicente, logra convencer de su debilidad (miedo) frente a los hombres. Finalmente, María Nela Sinisterra, como la agente de la DEA, elabora bien su papel, pero el personaje se encuentra colgado de la propia historia sin lograr integrarse nunca, (evidente falla del guión), en tanto que los demás personajes, débiles en sí mismos, son cubiertos por intérpretes que cumplen el rol y nada más, La música de Andrés Ortega e Iván Rusansky acompaña al thriller en su desarrollo acentuando secuencias de acción, lo mismo que el sonido de José Luis Díaz, cuidado en sus bases en las situaciones violentas. Resumiendo, un thriller interesante, cosa no siempre lograda con este género (o subgénero) cinematográfico en nuestro cine, que contó con un buen equipo de producción, con logradas tomas aéreas, algo poco habitual entre nosotros, más aun tratándose de una ópera prima, que puede verse, dejando en claro que a lo largo del desarrollo son mucho más de 8 tiros los tiros.
Francisco Varone es el director y guionista de “Camino a La Paz”, road movie intimista, su ópera prima, una coproducción entre Argentina, Suiza, Holanda y Alemania. Road movie es la narración fílmica de una historia a través de un viaje, y todo viaje es un camino de búsqueda y madurez, en este caso apropiadamente realizado. Y como ópera prima marca el inicio del realizador en la cinematografía, en éste caso un largometraje. Si cada proyecto implica un desafío para cualquier director con experiencia, para el primerizo significa enfrentase a un reto mayor aún por comenzar el complejo camino de un cineasta. Dice Francisco Varone que la idea “nació durante la época de la crisis, en el 2001. Tuve la idea de alguien que pedía un remis para hacer un viaje largo. Al mismo tiempo tenía en mente a un chico joven que no tenía trabajo y terminaba, de casualidad, siendo remisero. Hice talleres de guión y pude trabajar estas dos semillas… El financiamiento siempre es la parte más difícil de conseguir, pero en el 2010 gane el concurso Opera Prima del INCAA. Ese fue el primer empujón. Luego salió un fondo de ayuda de Suiza, y teniendo el sí de Rodrigo pude salir a ofrecer la película. Para ese entonces Juan Taratuto quería ser coproductor y hace un año se sumó Gema Suarez Allen, quien ha producido documentales y tiene experiencia en financiamiento y festivales. Con ella conseguimos apoyo de Holanda y Alemania.” El equipo de filmación estuvo integrado por 23 personas y el rodaje tuvo locaciones argentinas de Buenos Aires, Pergamino, La Falda, Rosario de la Frontera, Córdoba, Jujuy, Salta y La Quiaca, y en Bolivia, en Villazon, Potosí y La Paz. El resultado es el haber logrado transmitir lo que es un viaje, con sus momentos álgidos y de calma, las diferencias entre los protagonistas y los encuentros que se producen durante el viaje. El proyectó tuvo dos goles a favor al inicio mismo de la filmación: el primero, haber logrado reunir a Sebastián (Rodrigo de la Serna), un joven recién casado, fanático de Vox Dei, quien motivado por una necesidad económica empieza a trabajar de remisero con su Peugeot 505, con Khalil (Ernesto Suárez), un anciano poco comunicativo, un pensador sufí, octogenario, cuyo último deseo es llegar a La Paz a encontrarse con su hermano. Suárez resulta ser una verdadera revelación para el cine en su primera película, pero con mucha experiencia en el espectáculo pues acaba de cumplir 50 años con el teatro, y por si fuera poco es de Mendoza, por lo tanto desconocido para el resto del país, y a decir verdad, después de ver la película sólo él podía interpretar a ese personaje. Es casi un lujo lo que aportan los dos actores al cargar sobre sus espaldas toda la obra llevándola a buen puerto, con momentos emotivos bien logrados, con verosimilitud y naturalidad para traducir la vida misma poniendo a prueba la relación entre ellos llegando a transmitir una relación de padre-hijo superando las diferencia culturales y generacionales, a quienes la convivencia hace que se conozcan y se respeten como seres humanos, algo que el realizador va acentuando a lo largo de la narración, apoyado en un elenco que secunda a los protagonistas sin desentonar para nada. La música es otro punto aparte, ya dijimos que Sebastián es fana de Vox Dei y que Khalil no logra entenderla, por lo tanto decide escuchar música de él, la cual es inentendible para Sebastián, generando naturales tira y afloja para alcanzar la aceptación mutua. Según el realizador “es una película muy musical, lo cual es difícil porque sale mucha plata. La mayoría de esas canciones ya existen, porque la ruta es algo que va de la mano con la música. Uno piensa en un viaje y de inmediato piensa en la música”. La fotografía de Christian Cottet es muy efectiva, bien lograda, porque va describiendo paisajes sin caer en guía turística, sino enmarcado adecuadamente la sucesión en la acción narrativa. , al tiempo de y nos va mostrando los lugares del viaje, sin caer en una guía turística. En resumidas cuentas, una interesante y bien lograda producción, que logra dejar bien colocado a su realizador para verlo en obras posteriores y un gran descubrimiento para el cine, Ernesto Suarez. Estimo que no debe dejar de verla, y más aún, recordarla ya que estamos iniciando un año y seguramente al llegvar a diciembre lse ubicará entre las buenas realizaciones argentinas.
El film del director Marcos Martínez sobre Pascual Condito, productor y distribuidor, todo un personaje del ámbito cinematográfico, invita a abordar problemáticas de un mundo muy singular. Sería interesante que su estreno abriese un profundo y amplio debate de la(s) crisis del cine nacional, lo que usualmente se ve reflejada en libros, notas periodísticas, charlas y mesas redondas en los festivales. Esto de por sí ya lo convierte en un documental interesante, más aun tratándose de un personaje como el que aborda, sobre el cual descansa la realización, quien es parte de la historia del cine argentino, particularmente comercial, desde hace bastantes años. La referencia narrativa está dada por la demolición del edificio donde funcionó la distribuidora Primer Plano Film Group, capitaneada por Condito, sitio donde con anterioridad operaron laboratorios, luego algunas otras distribuidoras, incluso en ese predio funcionó el Ente de Calificación Cinematográfica, organismo de censura desarticulado en 1983 con el advenimiento de la democracia, pasando el inmueble a cumplir funciones como oficina del Instituto Nacional de Cinematografía dedicado a la calificación moral de los films que se estrenan en el territorio nacional. “Tras la pantalla” se estructura sobre la base de entrevistas, conversaciones informales, grabaciones auditivas y audiovisuales, y material gráfico que dan testimonio de la gente de cine como directores, actores, guionistas, periodistas y amigos respecto del protagonista, sin obviar su vida profesional y familiar, que reflejan a un hombre enamorado de su trabajo, a punto tal que no era extraño que pasara algunas noche en el ámbito de su empresa a la que prácticamente consideraba su segundo hogar. Conocedor íntimo de las problemáticas del negocio del cine desde la distribución, se hacen referencias a sus luchas en cuanto conseguir las mejores condiciones posibles para la llegada a las salas de las producciones nacionales, por ejemplo con la fijación de la cuota de pantalla, en puja con las distribuidoras internacionales. Todo el contenido en imágenes y palabras permite acceder a información de primera mano y descubrir, a quien no conozca al singular protagonista, la personalidad de un apasionado por el cine, su mundo, su gusto por la música de Ennio Morricone, y que una de sus películas favoritas es “Cinema Paradiso” (1988, de Giuseppe Tornatore), que logró convertirse en alguien destacado dentro del mundo cinematográfico, cosa que su padre no podía entender. No menos rica es la referencia a su condición como participe en la producción de títulos nacionales, sin olvidar sus circunstanciales participaciones actorales. Nada mejor que referir palabras del protagonista para reflejar el espíritu que animó la realización de éste testimonio sobre las vivencias de uno de los sectores menos conocido por el espectador respecto de la actividad fílmica nacional. “Disfrute mucho estar en ese lugar con tanta historia, en cada cosa había muchos recuerdos, que se ven en la película. Hasta que llego nuestra mudanza y ahí me termine de convencer que era importante filmar esto. Al principio lo fui tomando como un juego, pero con el paso del tiempo, de las grabaciones, me empezó a agarrar un cierto pudor. Lo importante es que siempre me sentí cómodo con el director, con el pequeño equipo de rodaje. Combinábamos un rato en Primer Plano, los sábados en casa o veíamos cuando venía algún director a la oficina y venían con la cámara. El que me sedujo fue el director sobre todo cuando me dijo que esta película tiene que existir para que se conozca desde adentro el trabajo de los distribuidores, sus peleas de todos los días por conseguir salas, los conflictos que tiene el cine argentino para lograr un buen estreno y también para que quede de alguna manera como testimonio de una época donde yo como distribuidor pelee como un Quijote…”
Llevar a la ficción un hecho real, y aun más, de esta magnitud, no es sinónimo de buen cine “Hice un trabajo muy minucioso de investigación entre archivos periodísticos, televisivos, internet, todo el sustento narrativo esta documentado”, señala Javier Torre. Esta realización se inspira en un hecho real. “El Almuerzo” trata de reflejar la “invitación” del titular del ejecutivo nacional durante el periodo de la dictadura (1976-1983) Jorge Rafael Videla (Alejandro Awada) a Jorge Luís Borges (Jean Pierre Noher), Ernesto Sabato (Lorenzo Quinteros), Horacio Esteban Ratti, presidente de la SADE (Roberto Carnaghi) y el sacerdote Leonardo Castellani (Pompeyo Audivert), con la presencia del general Antonio Villareal (Antonio Bonin), secretario general de la presidencia. La historia refiere dos historias paralelas (a su regreso del cine averigüe que película fueron a ver). Una se inicia con la entrada violenta de un grupo comando en casa del escritor Haroldo Conti (Jorge Gerschman), acompañado de su esposa Marta Scavac (Mausi Martínez), quien después de ser golpeado salvajemente es llevado a prisión ante la desesperación de su mujer que oye llorar a su hijo y no comprende nada de lo que esta pasando con ese grupo, encabezado por el personaje cubierto por Sergio Surraco, la que posteriormente logrará el exilio junto a su hijo con la ayuda de algunos amigos diplomáticos. La otra es El almuerzo que tuvo lugar el 19 de mayo de 1976. Los invitados, sus preparativos para ir a la casa de gobierno, y finalmente el almuerzo en sí, con un menú bastante simple, y el pollo como plato principal. Javier Torre trata de mostrarnos a los invitados con sus actitudes y planteamientos (si es que los hay), aprovechando a un grupo interesante de actores con Jean Pierre Noher dando vida a un Borges (papel que había animado en el 2000 en “Un amor de Borges”, del mismo director), quien deja la sensación de infantilismo más que las cosas habituales en el poeta como sarcasmo, ironía, juego de palabras, etc, particularidades a las que nos tenia acostumbrados. Eso si, logra acercarse al personaje con su ceguera, su afectado modo de hablar y su desprecio para el resto de los comensales, algo totalmente borgiano, el actor cumple con lo pedido por el realizador y resulta parodiándose a si mismo. Lorenzo Quinteros como Ernesto Sábato logra recrear los gestos, su cadencia de voz, y se luce en la escena de amedrentamiento sufrida (en el bar) por un matón. Roberto Carnaghi personificando a Horacio Ratti, presidente de la SADE, consigue presentar a alguien que trata de acomodarse a las circunstancias por lo que consigue réditos positivos, un personaje que muy pocos recordaran en el día de hoy. Por su parte Pompeyo Audivert brinda un buen trabajo en su rol del padre Castellani, logrando transmitir emoción, duda, y capacidad para enfrentar la difícil tarea de interceder por Haroldo Conti, y de otros escritores desaparecidos, respecto de lo que Videla había dicho: “subversivo no sólo es el que tiene un arma, también lo son los que escriben en contra o no acorde con el pensamiento (¿?) del régimen militar”. La interpretación de Alejandro Awada en verdad no pone de relieve nada del dictador, y cuando parece escuchar a sus invitados da la sensación de estar en otro escenario. Más lograda es la presencia de Arturo Bonin (General Villareal)quien deplora la reunión y al grupo de invitados, y quiere terminarla rápidamente. Mención especial gana Mausi Martínez en su breve, interesante y dramático rol de Marta Scavac, logrando, literalmente, “robarse la película” transmitiendo intensidad dramática en toda su participación. En resumidas cuentas la realización de Javier Torre no logra pasar más allá de un producto convencional, sin meritos técnicos, la dirección de actores no es muy precisa pues los protagonistas son individualidades que no interactúan, no vemos evolución y menos aún progreso en la narrativa, con una simpleza en cuanto a recursos para un tratamiento cinematográfico que hace prevalecer las palabras a las imágenes, error garrafal en cine La música estridente en las escenas iniciales, cual película de terror, y luego adecuada pues no la notamos para nada. Diremos que fue un almuerzo más que no logro cambiar en nada el régimen que ensangrentó y dividió al país desde 1976 hasta 1983, reunión que sólo buscaba blanquear el accionar de la dictadura frente a la opinión publica extranjera. La apertura fue con palabras del director, y vale hacerlo lo propio en el cierre: “Una de las cosas que nunca quise es ser un dedo que señala. No quiero juzgar a los personajes. Intenté tener una mirada calida y respetuosa”.Esto si queda claro, la próxima película será “El compromiso”.
“Los hongos” nos acerca en la ciudad de Cali (Colombia) a la vida de dos adolescentes, de Ras y Calvin. El primero cada noche, después de su trabajo de peón en la construcción, pasa el tiempo pintando grafitos por los muros de su barrio (Oriente de la ciudad), no duerme y sueña despierto. Maria, su madre, cree que está embrujado y puede llegar a la locura, por lo que utiliza creencias para liberarlo de ello. Ras pierde su trabajo por robar pintura en la obra, con la que esta realizando un gran mural en un descampado al lado de su casa. Sin un peso en el bolsillo decide atravesar la ciudad en busca de Calvin, otro grafitero, que estudia Bellas Arte, que sufre la separación de sus padres y, por si fuera poco, cuida de su abuela “La ñaña” (Atala Estrada, abuela del director en la vida real). Los dos grafiteros irán sin rumbo fijo por la ciudad tratando de expresar sus deseos, y en este viaje encontrarán a otros personajes con inclinaciones afines, y los problemas continuarán, pero en su camino irán contaminando su entorno de libertad. Tal es, en síntesis, la historia que da base al entramado de la narración. Una de los aspectos interesantes de la obra es que cuenta con la participación de personajes que forman parte de diversas “tribus urbanas” como grafiteros (Ras y Calvin lo son), punteros, skaters, parkoureros y breakdancers, y además se realizo un rodaje-concierto con la presentación de la banda caleña “Zalams Crew” y la presentación de la banda punk femenina “La llegada del Dios Rata”. En mi opinión (parcial, pues soy adepto al cine latinoamericano, pero eso no obnubila la razón) el trabajo actoral logra dar el punto justo, máxime tomando en cuenta que no son actores profesionales, sino gente dedicada a los grafitos, labores sencillas, sin histrionismos, ni sentirse forzados. Por lo visto se les pidió que sean ellos mismos, y no defraudaron. En este aspecto mención particular gana Atala Estrada, quien como “La ñaña” logra trasmitir conmovedora calidez y ternura. Atala no pudo recibir el reconocimiento a su labor, pues falleció antes del estreno. El tratamiento del guión resulta adecuado a las características propias del road movie (aquí bicicleta movie), por lo que se puede permitir saltos, o elipsis de tiempo y espacio, como me enseño mi profe, con fluidez en la progresión de la historia. En el área técnica, la fotografía de Sofía Oggioni logra buenos resultados, con el registro de tomas tan difíciles como las nocturnas, y el ritmo narrativo se mantiene adecuadamente merced a una criteriosa compaginación. En cambio resultan no del todo felices las canciones de un recital en vivo, pues se lo siente forzado, con la única finalidad de alcanzar los 103 minutos de duración. En suma, una realización sencilla, pero no por ello menos ambiciosa en cuanto a presentar un mundo joven y difícil, más aun por ser latinoamericano, con algunas situaciones muy propias la de los políticos en la búsqueda de votos, y algunos chantas que siempre tratan de aprovechar sus contactos (el padre de Calvin). Una obra dura, pero esperanzadora (como es la adolescencia) dejando un sabor amargo, pero optimista en cuanto a que todo viaje es un camino de búsqueda y por lo tanto de maduración. En vista y considerando lo difícil que es lograr el estreno de alguna película latinoamericana (salvo las de nuestro país), creo que debe verse y con mentalidad abierta.
Se estrena un nuevo documental sobre el periodo de la dictadura 1976-1982, muchos – según mi profesor de cine – esta vez discrepo, y con mucho respeto, creo que este tipo de obras son parte de la recuperación de la memoria y sustentación de la misma, y nunca está de más lograr que verdaderamente haya un nunca jamás. En este caso se trata de la apropiación programada por las fuerzas integrantes del nefasto régimen, sumado algún apoyo de civiles que colaboraron con ellos y aun permanecen en las sombras. Si los hijos/as de las prisioneras ilegales y su entrega en adopción, de los cuales se han recuperado 117, pero no sólo eso, las parturientas eran atendidas (si se me permite abusar de esta expresión) en clínicas de los Centros Clandestinos del país que contaron con médicos de las fuerzas y/o simpatizantes de la dictadura. Una vez que las madres daban a luz pasaban a la categoría de desaparecidas y sus hijos entregados a familias de integrantes de alguna de las fuerzas armadas, o de gente allegadas a ellos, y en muy pocos casos les fueron entregados a su familia de sangre, doloroso pero verídico. La dirección y el guión pertenece a tres realizadores: Andrés Martínez Canto, Santiago Nacif Cabrera y Roberto Persano, quienes sustentan el proyecto encarado “a través de tres historias de nietos restituidos, se vera como se orquesto un genocidio que llego a planificar la sustracción de bebes nacidos en cautiverio. Hijos de mujeres secuestradas y detenidas ilegalmente”. Habría que consultarle ellos respecto de si cada uno se encargo de los apropiados, a pesar de que la historia no esta narrada por separado sino que logran conformar un todo. El documental, como todo documental que se precie, utiliza entrevistas a los protagonistas, a los familiares, a la gente que estuvo detenida, y material de archivos. Llama la atención el excelente trabajo de animación de Maxi Bearzi utilizando bocetos de líneas simples pero precisas, empleadas en función del desarrollo de la obra de una manera muy didáctica, que puede atraer la atención de gente joven que no vivió la época. El montaje de Omar Neri logra mantener la atención del espectado, bien apoyado por la fotografía de Emiliano Penelas, en tanto que la música a cargo de Teresa Parodi, con dirección y arreglos musicales de Nora Sarmoria, y la dirección de sonido de Lucho Corti, enriquecen las imágenes. El documental aporta luz a una parte obscura de nuestra historia reciente, “es como iluminar un viaje a la verdad, que busca dar luz sobre los lugares en donde se dio a luz”
Una película pequeña, pero una gran obra Cuarto largometraje de la polifacética Ana Katz (escribió el guión conjuntamente con Inés Bortagaray, dirigió, produjo y protagonizo el proyecto), cuyo punto de inicio es un hecho conocido por todas las madres, más aun por las primerizas, nacimiento y crianza de un nuevo ser (hijo), sin haber cursado esa materia, lo que lleva a recurrir en principio al entorno familiar, primer problema para Liz (Julieta Zylberberg), quien se encuentra sola – no soltera -, esta casada con Guillermo (Daniel Hendler), quien está trabajando en un documental, en el sur, sin madre (fallecida hace un año). Frente a esta situación sale al mundo (entorno vecinal), la soledad la impulsa a ello, y lleva a pasear al parque vecino a su casa a Nicanor, su hijo (al cual no amamanta por falta de leche). Allí encuentra a un grupo de madres, y todas opinan a través de sus experiencias “ por que no probas con esto”, “¿sabes que te vendría bien a vos?”, “lo que yo siempre hago es,,,” o algún padre, los roles masculinos son secundarios, que están pero no están, con lo que deja en claro el punto de vista femenino, no feminista, muy bien logrado por la realizadora. En el parque Liz conoce a Rosa (Ana Katz) que está con Clarisa, hija de Renata (Maricel Álvarez) hermana de Rosa, quienes son el reverso de Liz, creándose una amistad-complicidad con una empatia instantánea y un triangulo muy particular, protagonizando una serie de actos que fluctúan entre lo gracioso e inquietante, que comparten confesiones, tareas domesticas, y el cuidado de los hijos, que nos encontramos con la trama de la maternidad, crianza de los hijos, desde distintos puntos de vista, actitudes alternativas libres, con situaciones fuera de lo convencional. La huida del bar sin pagar es la primera de sus aventuras, y nos va transportando a un clima de suspenso e intrigas, con las propuestas, frases ambiguas, que logran mantener la atención del espectador, objetivo que no todos consiguen. El desempeño de las tres protagonistas es perfecto, logrando hacer creíble y también queribles a los personajes a los que dan vida, dejando lo mejor de ellas frente a la(s) cámara(s), seguramente logro de la sensibilidad de Ana Katz en la dirección de actrices y actores. La muy buena fotografía de Guillermo Nieto logra aportar el marco apropiado en atmósfera, para lo que contó con la belleza del parque como espacio abierto y de libertad , en las tomas filmadas en el Rodó y en el Jardín Botánico, del barrio Prado en Montevideo, Uruguay (otoño de 2014), y las escenas de los primeros planos (asfixiantes) captando todos los pequeños detalles ¿El por qué de la elección de Montevideo? Dejemos que la directora nos lo diga “la densidad poblacional y edilicia de Buenos Aires es distinta y es difícil encontrar un parque vacío en otoño”, máxime cuando casi todos están enrejados. Ana Katz e Inés Bortagaray como guionistas logran, a partir de contraponer dos grupos (antes clases sociales) que se encuentran en el espacio publico, poner en juego en el espacio privado el desmitificar el supuesto idilio de la maternidad: toda madre ama a su hijo (bueno, algunas no supieron que eran madres), sufre con él y por él, exploran los miedos e inseguridades de las mujeres que pasaron por esa experiencia, las culpas que se generan cuando debe dejar a su hijo al cuidado de otros, etc,etc,etc. Drama inicial que se va convirtiendo en comedia, llevando por un camino, y de pronto cambia de dirección, todo esto logrado a la perfección, a la antigua, más bien en el siglo pasado, cunado se decía:una película pequeña, pero una gran obra.
El realizador parte de la idea “Un diario de la lectura de un diario”, y por fortuna para Piglia, Di Tella y los espectadores, se encontró con los 327 Cuadernos que son el diario de vida del escritor, a lo largo de casi durante 60 años. Pero no sólo eso, sino que utilizó el testimonio del protagonista y sus escritos a través de la cámara, es decir su propia mirada sobre el tema. Nos revela la intimidad del escritor utilizando filmaciones familiares, fotos e imágenes de él, al momento de la filmación, intercalando material de archivo para subrayar la época, como el derrocamiento del presidente J.D.Peron en 1955, al mostrar una Plaza de Mayo colmada de gente celebrando el golpe de Estado, en la plaza que siempre han considerado propia los peronistas, o la muerte del Che Guevara, con un reportaje televisivo realizado al hermano de Guevara, en la partida de su viaje a Bolivia para saber sobre la realidad de lo ocurrido. También la utilización de un diario filmado por Enrique Amorin, con imágenes de Horacio Quiroga preparando un asado, un joven Jorge Luís Borges tomando mate, o ¿de esta filmación?. La banda de sonido es importante para lograr el clima necesario con una utilización precisa, sin distraer la atención de las imágenes. Qué nos dice Di Tella sobre su obra: “No es un documental, y que hace con esa memoria... Es sobre un hombre que tiene encerrado su pasado en 327 Cuadernos. Es un símbolo de alguien que pelea con memoria”