Luego de una desastrosa secuela dirigida por Beeban Kidron, la saga de la solterona Bridget Jones retorna a su directora original, que en esta tercera parte recupera algo del encanto de aquel Diario de Bridget Jones, debutado 15 años atrás. Sharon Maguire conoce los hilos de la criatura, especialmente debido a su amistad con Helen Fielding, la escritora del best seller en que se basó la película. Este tercer episodio no escapa a la lógica: es también la adaptación de la tercera novela de Fielding, pero tiene un encanto inmanente al diseño de los actores y a un elaborado guión donde colaboraron la autora, Dan Mazer (Borat) y Emma Thompson, quien también protagoniza el film. Bridget Jones (Renée Zellweger) está nuevamente sola, abocada a la producción de un programa televisivo y esquivando la ubicua presencia de su ex novio Mark Darcy (Colin Firth). Zellweger hace los tradicionales gestos tragicómicos que ganaron la fama del personaje, quizás aún más acentuados, lo cual por momentos resulta apto y muy gracioso y en otros un tanto excesivo. El cambio radical en la vida de Bridget ocurre cuando, para olvidar su obsesión por la compañía, sale a disfrutar la vida y en un megashow al aire libre, estilo Glastonbury, conoce al norteamericano Jack (Patrick Dempsey), un playboy que replica a la figura de aquel Daniel Cleaver interpretado por Hugh Grant. El resultado es que poco después Bridget queda embarazada, sin certeza de la paternidad (¿Jack o Mark?). El rol de Thompson como la médica de la parturienta aporta una necesaria cuota de humor inglés, mientras el film se debate entre un final progre (madre soltera) o conservador (padre asegurado). Con todo, una buena recuperación del personaje que deslumbró en 2001.
David Williams es un archivista de films documentales que azarosamente descubre las crónicas de un hombre que en 1903 asesinó a toda su familia. Paralelamente, se muda con su mujer y su hijo a un amplio caserón de Dublín, y cuando revisa las cintas por segunda vez, descubre que acaba de mudarse a la casa del asesino. Es un inicio más que obvio, torpe; cae de maduro el rumbo de la historia, pero los estilizados toques del realizador Ivan Kavanaugh hacen que este film de horror irlandés salga a flote con eventuales hundimientos. Una noche, a la vuelta de su casa nomás, bordeando el mentado canal, David descubre a su esposa haciendo el amor con un extraño; lo próximo que recuerda es haber vomitado en el retrete público, junto al canal, mientras el fantasma del asesino lo espía y le golpea la puerta. Y su mujer desaparece. David dirá a la policía que no sabe nada, hasta recordar que aquella noche vio al asesino de 1903 tirando a su mujer al canal. ¿Era el fantasma, era él en plan psicótico? ¿Ve visiones o miente descaradamente? Mezcla de El resplandor, horror gótico y una pizca de terror japonés, El canal del demonio tiene todos los clisés pero contrapesa el déficit con buenas locaciones y logrados clímax.
De su turbulenta infancia en Luján de Cuyo, Mendoza, hasta el retorno a ese pueblo pequeño mediante la danza, la música y la escenografía en Niceto, el realizador Alejandro Venturini aborda la vida de Leonardo Favio como un ciclo que se abre y cierra de manera coherente. Junto a testimonios de rigor del genial director (en audio) y fragmentos de una entrevista a Zuhair Jury, su hermano guionista y coprotagonista oculto fundamental de la gran aventura Favio, lo bueno del film es que machaca todas las obsesiones del autor de El dependiente: el peronismo, la patria chica, la soledad, la lucha por emerger de la pobreza, la solidaridad. Hay quizás elementos innecesarios, al borde del mal gusto (aunque el “buen gusto” en Favio adquiere extraordinaria subjetividad), como el testimonio de Juan José Camero, Graciela Borges y otros actores repitiendo líneas de sus personajes sobre el audio original. Es interesante el rescate del rol de la música en los films de Favio y es conmovedor el recuerdo del actor Edgardo Nieva respecto de la filmación de Gatica. En el balance, un documental bienvenido sobre una figura fundamental del cine.
Inspirada en unos muñequitos de pelo largo que hicieron furor en los Estados Unidos durante los noventa, Trolls es un agradable musical de animación de los creadores de Shrek. En la historia, los Trolls son alegres criaturas y sus vecinos, los Bergen, son unos ogros desagradables y malhumorados, que sólo encuentran felicidad deglutiendo Trolls. Hay una celebración anual en la vida de los Bergen, en la cual se inicia a un bebé ogro en la vida adulta tomando Trolls de una suerte de instalación con forma de red. La celebración, parodia de los rituales iniciáticos en culturas paganas, es dirigida por la bruja Chef, pero al momento de iniciar al pequeño ogro se descubre que los Trolls huyeron, dejando en su lugar muñecos. Veinte años después, los Trolls celebran la huida con una fiesta, y así comienza una aventura que se mezcla con el musical y el romanticismo. Hay toda una gama de colores en los Trolls, cuyo denominador común es el tono fluorescente; Poppy (con voz de Anna Kendrick) es rosada y la heroína que lidera la fiesta, a pura música disco. En el otro extremo está Branch, un Troll malhumorado que no canta ni baila, y por tal razón tiene una tonalidad gris; pesimista, advierte que el bullicio alertará a los ogros, y el vaticinio se cumple cuando llega Chef y secuestra a un puñado de Trolls. En una misión rescate liderada por Poppy, seguida por el reticente Branch (con voz de Justin Timberlake), entre otros (desde un gurú espiritual hasta uno que hecha purpurina por el trasero), los Trolls contarán con el apoyo de Bridget (Zooey Deschanel), sirviente del rey Bergen y secretamente enamorada del príncipe Gristle, el “iniciado” fallido al comienzo del film. La reversión de hits con ritmo disco y final feliz es otro punto a favor de esta original creación de DreamWorks.
Hay algo no sólo inverosímil sino de mal gusto en el nuevo film de Gavin O’Connor (Warrior, El milagro), en gran parte responsabilidad del guionista Bill Dubuque, que hace dos años nos obsequió la insufrible El juez. Ben Affleck es Christian Wolf, un hombre de limitada capacidad vincular que gana su vida como contador… y asesino a sueldo. Los flashbacks muestran a Christian de chico, con autismo diagnosticado y un genial talento matemático, algo que recibe el rechazo de su padre, el típico yanqui que quiere ver a su hijo como un hombre de acción. Y la dupla Dubuque-O’Connor logra que Christian sea todo eso, junto. Wolf vive en una especie de casa rodante rodeado de lingotes de oro, armas de todo calibre y valiosos cuadros, y cada tanto recibe el llamado de un empresario (John Lithgow), ya sea para desentrañar un desbalance en el libro de cuentas como para hacer una tarea de “hitman”, y así resulta perseguido por un agente federal (J.K. Simmons) y un matón pesado (Jon Bernthal), mientras se engancha a una agente consultora (Anna Kendrick). Solo las buenas actuaciones amortiguan el merengue narrativo.
La fórmula se usó muchas veces, pero no deja de funcionar cuando hay un guion ágil y un elenco sólido. Pierre Niney (que hace poco encarnó a Yves Saint Laurent en el film homónimo) es Mathieu Vasseur, un operario de mudanzas que sueña ser escritor, con ambiciones más grandes que su talento. Con un manuscrito varias veces rebotado por las editoriales, en una mudanza Mathieu encuentra el diario de un ex combatiente en la Guerra de Argelia; lo hojea, le gusta, lo pasa a Word, lo prueba y resulta un éxito editorial, bajo su nombre. Vasseur es el hombre del momento; el honor le permite levantarse a la bella crítica literaria Alice (Ana Girardot), e incluso pasar con ella y sus padres unos días soñados en la mansión familiar de la Riviera, donde busca inspiración para la segunda novela. Claro que su talento no está a la altura del libro fraguado, y la suplantación de identidad le traerá problemas impensados. Un hombre perfecto es un thriller bien facturado, con aires a las novelas del estafador Tom Ripley, de Patricia Highsmith, incluso en su resolución.
Uno de los directores más fascinantes y crudos del cine contemporáneo, Bruno Dumont (Hors Satan, Flandres, La vie de Jésus), se anima a una comedia ambientada en 1910, en la costa norte de Francia. Allí vive una familia de barqueros, los Brufort, cuya magra ocupación consiste en trasladar turistas de una orilla a la otra, y también tienen su casa de veraneo los Van Peteghem, una familia diametralmente opuesta, no solo en la escala social. Son una confusa mezcla de hermanos y cónyuges, y en medio de sus disparatados diálogos aparecen Machin y Malfoy, la dupla de detectives más surrealista que ocupó la pantalla, una mezcla de Laurel & Hardy con Georges Simenon y Alfred Jarry. Los detectives investigan la desaparición de turistas en la zona, y entonces Dumont pone sus garras: la mirada torva del padre de los Brufort, apodado El Eterno, esconde a una familia de caníbales. El cuadro se completa con un romance entre Ma Loute (título original del film), el mayor de los Brufort, con Billie, la hija de Aude Van Peteghem (Juliette Binoche); pero es un amor que llevará a la guerra. Con grandes actuaciones de Binoche, Fabrice Luchini y todo el elenco, basta decir que una comedia negra a la Dumont es una cita indispensable con el cine.
Junto a James Wan, Mike Flanagan es uno de los mejores autores del cine de horror contemporáneo; la diferencia es que si el primero busca finales afines al gusto del público, el segundo se caracteriza por una aridez que no da respiro ni en el final. Ambientada en 1967, esta película se ubica como precuela de la primera Ouija, de 2014. La viuda Alice Zander y sus dos hijas, Doris y Paulina, tienen montada en su casa una pantomima para atraer espíritus de aquellos que pagan por hablar con los muertos; la pantomima funciona hasta que Alice compra un tablero de ouija vendido como juego de mesa. Las Zander pasan por alto las instrucciones (o algo así; revelarlo sería un spoiler) y el juego de mesa se convierte en un objeto diabólico. Queriendo comunicarse con el padre muerto, un espíritu se adueña de Doris, la más pequeña, que termina haciendo cosas parecidas a Linda Blair. Si bien el desarrollo es endeble, la película se sostiene gracias a la pericia de Flanagan para hacer saltar del asiento al más cínico crítico de cine arte.
El nuevo film de Michael Moore arranca con un cuestionamiento: pese a tanta inversión y alharaca, los Estados Unidos no ganaron ninguna guerra desde la Segunda Guerra Mundial; incluso, terminaron fomentando la creación de enemigos como ISIS. Habrá que pensar bien, entonces, adónde invadir ahora, y él mismo se propone como invasor. Lo que sigue es un recorrido de Moore por una decena de países donde se hacen mejor las cosas que en los EE.UU. Al finalizar el último testimonio del representante del país en cuestión, el controvertido documentalista planta una bandera norteamericana con la expresión: “Les robo la idea y me la llevo a casa”. Así, el primer país “invadido” por Moore es Italia; allí, los empleados de cualquier empresa gozan de hasta dos meses de vacaciones pagas, algo que los empleadores (el director entrevista al CEO de Ducati) ven con buenos ojos: es una inversión para tener al personal motivado, mientras en los EE.UU. las vacaciones pagas solo existen en la imaginación. Moore sigue por Francia, donde la comida es sana y de primera calidad hasta en los colegios más alejados de Normandía; Finlandia, donde existe el nivel mundial más alto de educación, por recibir inversión estatal, ser gratuita y hermanar a todas las clases sociales; Eslovenia, donde la educación, también cualificada, es gratuita y abierta para todo el mundo (hay alumnos norteamericanos y una infografía incluye, como corresponde, también a la Argentina). Pero el foco son aquellos países (Túnez, Islandia) donde la participación de la mujer inclina la balanza a favor del progreso. Sin deslumbrar, en vísperas de la elección presidencial más reñida, Moore aporta su granito de arena, en un documental informativo y por demás agradable.
A diez años de El Código Da Vinci, con guión de David Koepp (quien escribió la segunda parte, Ángeles y demonios, de 2009), Ron Howard revive al experto en criptología Richard Langdon, en una adaptación del tercer best-seller de la saga ideada y escrita por Dan Brown. Inferno sigue la travesía de Langdon (Tom Hanks) por diversas ciudades europeas, tras los pasos de un demente obsesionado con el Infierno del Dante, creador de una plaga que podría decodificarse con un grabado de Botticelli inspirado en ese segmento de La Divina Comedia. La trama arranca cuando un billonario megalómano, quien venía posteando videos en YouTube sobre la inminente llegada de una plaga, es acorralado y acaba arrojándose desde el famoso campanile de Giotto; seguidamente, Langdon despierta en Florencia con un disparo y sin saber cómo llegó a una guardia de esta ciudad, a escasos metros del mismísimo campanile. Esta vuelta acompañado por Felicity Jones como la doctora Sienna Brooks, Langdon atraviesa la historia menos compacta de la trilogía, si bien algunos efectos digitales (sus pesadillas) y las vistas de Florencia compensan, si se quiere parcialmente, las falencias del guión.