Una película explosiva que puede ser la gran sorpresa de 2011. Calificación: 4/5 Cuando se supo que Paul W.S. Anderson estaba trabajando en una nueva adaptación del clásico de Alexandre Dumas no pude hacer menos que una mueca de disgusto. Es que el libro lo tiene todo, no solo literariamente, sino el cine. ¿Cuántas adaptaciónes tiene?, ¿era necesaria una más, y para colmo, moderna? La respuesta, después de ver la película, fue un si rotundo. Y es que Los Tres Mosqueteros 3D tiene todo lo que necesita una película de aventuras: comedia, acción, explosiones y, para colmo, brillantes actuaciones y una muy aproximada adaptación a la historia original. Claro que no a piejuntillas, porque Dumas jamás hubiera puesto buzos tácticos, explosiones Michaelbayescas o barcos-zeppelin, pero si vemos el espíritu de la película, el eje de la historia está prácticamente intacto. Para quienes no saben, Los Tres Mosqueteros nos ubica en una Francia aquejada por la guerra. El rey, Luis XIII (Freddie Fox), es tan solo un niño caprichoso descaradamente manipulado por el cardenal Richellieu (Christoph Waltz), un hombre de dios que tiene planes oscuros para la nación. En ese contexto, los Mosqueteros, antigua guardia del rey, fueron prohibidos y reemplazados por los soldados del cardenal, manejados bajo las órdenes del sádico Rochefort (Mads Mikkelsen), por eso, el trío de elite formado por Athos, Porhos y Aramis (Matthew McFayden, Ray Stevenson y Luke Evans, respectivamente) terminan siendo parias dentro de la sociedad. La última misión encomendada a ellos fue la de robar los planos de un arma secreta que utilizarían para su majestad, pero que en realidad terminó en manos del conde de Buckinham (Orlando Bloom) por la traición de Milady de Winter (la infaltable Milla Jovovich). Años después de este trabajo fallido, conocemos a D’Argagnan (Logan Lerman), un joven y humilde gascón, hijo de un mosquetero, que desea seguir la senda de su padre. El viaja hasta la capital para enrolarse, pero allí se encuentra con una realidad diferente a la que esperaba. Por empezar, termina el día enfrentado a Rochefort y, para colmo, programa duelos contra los tres mosqueteros, con quienes tuvo problemas a lo largo de su primera jornada, pero al final del día terminan luchando codo a codo para repeler a las fuerzas del cardenal. Los mosqueteros, sin voluntad de defender el país, terminan recobrando las esperanzas y se sumergen en una misión casi suicida, y es que Milady (bajo las ordenes de Richelieu) busca acusar a la reina (Juno Temple) de infidelidad a través de cartas falsas y haciendo desaparecer un collar de brillantes, que pone en manos de Buckingham, para que parezca que el conde es el amante de la dama. Esto podría llevar a un conflicto armado que devastaría ambas naciones, y por eso los cuatro rebeldes deben recuperar esta joya y devolverla a la reina antes de la fiesta en donde debería vestirlas para aplacar las sospechas. Las personalidades de los Mosqueteros están bien adaptadas, pero el único problema es que, para disfrutar plenamente de sus “estilos” hay que saber algo de la historia que tienen detrás, y excepto por Athos (traicionado por Milady, su amante), no nos cuentan mucho sus pasados. Por su parte, tanto Waltz como Stevenson brillan en la película, siendo definitivamente los dos personajes más destacables. Claro que no son los únicos, ya que el caprichoso rey logra robar más de una risa. Si bien la comedia tiene un papel protagónico, no lo es todo, ya que la acción y la aventura es la verdadera estrella. Grandes coreografías, grandes escenarios y brillantes peleas con espadas decoran las casi dos horas que dura la película, tiempo en el cual es prácticamente imposible aburrirse. Paul W.S. Anderson, definitivamente, hizo su mejor trabajo en el cine. Y ojo, que no es el único, ya que todo está dado para que Los Tres Mosqueteros se convierta en una saga lista para seguirle los pasos a Piratas del Caribe, la que parecería ser su base de inspiración. Si son muy fanáticos de la obra de Dumas, pero no están listos para ver cómo sus personajes caballerescos se convierten en héroes de acción hollywoodenses, no recomiendo perder un minuto viendo esta película; pero si lo que buscan es divertirse, lisa y llanamente, esta posiblemente sea una de las mejores opciones que dió la pantalla durante 2011.
La acción no da descanso en la nueva película de Jason Statham, Robert De Niro y Clive Owen. Si hay un gran error que comete Asesinos de elite es arrancar con ese cartel de “basada en un hecho real”. Ok, vamos a creer que la historia de Danny, que recorre el mundo y mata a cuantos se le pongan adelante con tal de rescatar a su mentor, Hunter, es real. Pero, vamos, las peleas elegantes al estilo El transportador, las coreografías y las piruetas no son algo que se vea todos los días, por más que el protagonista sea un mercenario entrenadísimo para lo que sea. Por eso, si vamos a juzgar la película sólo por ese cartel, podríamos decir que no cumple su cometido: no nos cuenta una historia humana, nos muestra un baño de sangre constante y sonante. Ahora, sabiendo esto, el espectador tiene que ir preparado para disfrutar una película de acción pura y dura, en donde el argumento queda en segundo lugar, y las persecusiones y los tiros toman la delantera. Como decíamos, Asesinos de elite nos muestra cómo Danny (Jason Statham) decide retirarse del ejército, en donde trabajaba como mercenario, luego de que una misión salga muy mal. Un tiempo después, él recibe en su casa en Australia una carta con una foto que mostraba a Hunter (Robert De Niro), su mentor, cautivo. Junto a la imágen, le adjuntaron un pasaje aéreo a Oman. Danny viaja hacia allí para enterarse que el Sheik desea vengarse de quienes asesinaron a sangre fría a sus hijos. Si él los mata, Hunter será liberado y, además, será recompensado con seis millones de dólares. Esto dará comienzo a una cacería que tiene varias aristas: por un lado vemos a Danny y a sus cómplices matando a los supuestos asesinos de los hijos del Sheik de tal forma que parezcan accidentes y, por el otro lado, conocemos a una sociedad secreta de ex militares en donde participa Spike (Clive Owen), que pronto querrá cazar al cazador que está matando a sus hombres. Aquí es donde la película se vuelve loca: traiciones, dobles traiciones, espionaje, tiros, persecusiones y un escenario en donde nadie parece ser quien dice. Esta obra es el primer trabajo como cineasta de Gary McKendry, y tomó como base el libro (basado en hechos reales, claro) de Ranulph Fiennes, The Feather Men. Como primer trabajo, hay que admitir, que no está nada mal. Pero hay algo que falla, y está en la forma de contar la historia, con algunos flashbacks inecesarios y con una historia de amor que claramente sobra en el film. De todas formas, el resultado total de Asesinos de elite – de nuevo, si la vemos como una película de acción y ya – es mayormente positivo. En otras palabras, aquellos que quieran ver una interesante historia militar, no van a encontrar algo muy atractivo en Asesinos de elite; pero si son fanáticos de Statham y de sus peleas brutales, les recomiendo que ya mismo saquen la entrada para el cine.
Uno de los personajes clave de la dupla Hanna-Barbera llega a la pantalla grande, y en manos de mexicanos y argentinos. Pasaron cincuenta años desde que Don Gato pisó por primera vez el callejón. Cincuenta años, conformados por varias generaciones que pasaron tardes enteras mirando en qué problemas se metía el felino esta semana. La serialización terminó y se repitió incontables veces, hasta que medio siglo después, y por primera vez, Don Gato y su pandilla llega a la pantalla grande y desde afuera de Hollywood. Para esta adaptación, los estudios Ánima de México e Illusion de Argentina unieron fuerzas para crear una nueva aventura, aggiornada a nuestros tiempos, en donde este carismático felino pueda protagonizar sin quedar obsoleto, y el resultado, hay que admitirlo, fue positivo. La historia nos cuenta cómo Don Gato se ve envuelto en una trampa impuesta por el nuevo jefe de policía, Lucas Buenrostro, un tipejo horrible con ínfulas de galán que despide a toda la fuerza, incluído Matute, para reemplazarlos por infalibles robots. Así, Don Gato irá a parar a la prisión, pero no cualquier cárcel, sino a una donde exclusivamente se alojan a los perros más sanguinarios de la ciudad. Por suerte, el ingenioso gato logra que todos lo confundan con un perro, lo que le salva la vida de momento, pero no podrá pasar toda su vida así, y lo sabe. Por suerte, Matute y la pandilla de Don Gato, desde el exterior, comienza a planear la forma de que su amigo pueda escapar. Pero, claro, piensen en lo torpes que son todos, y podrán llegar a la conclusión de que cada idea terminará en un delirio. El mayor problema que tiene la película es de una subjetividad tan impresionante que hasta me averguenzo de escribirla, y es que prácticamente no tiene chistes adultos. Claro, en algún u otro momento algo se desliza que nos hace reír, pero va más por el lado del absurdo que por la broma pensada. La mayoría de la película está dedicada para los más chicos, que se reirán a carcajadas con las boberías de Benito, con la tartamudez de Demóstenes y con el magnetismo de Don Gato. Mención aparte merece el villano, Lucas Buenrostro, un tipo tan desagradable que irrita. La animación, mezcla de dibujo tradicional y paisajes 3D, está bien realizada. Es una lástima que los decorados hayan quedado tan “artificiales”, pero como puntapié inicial en una industria nada explotada en Latinoamérica cumple su cometido. Don Gato y su pandilla 3D llamará más la atención del público nuevo que de aquellos cuarentones y treintañeros que busquen un golpe de nostalgia. Lamento decirles que eso no es algo que inunde la película, ya que-más allá de algún guiño, como la clásica presentación del show-todo evolucionó. Y está bien que lo haga.
La historia de la cenicienta del boxeo da un salto al futuro. Charlie Kenton (Hugh Jackman) solía ser un boxeador emergente que tuvo bastantes logros en su carrera, pero el tiempo pasó y las peleas fueron cambiando radicalmente: a nadie atraía el enfrentamiento de dos hombres que, a lo sumo, podían hacerse algo de daño. No, la gente quería ver cabezas volando, brazos amputados, muertes reales, y es por eso que se decidió reemplazar a los boxeadores por robots que podían destruírse tranquilamente sobre el ring sin ningún miramiento. En ese futuro, Charlie pasa de ser peleador a representante, aunque no en el sentido más literal de la palabra: él, cuando su desequilibrada economía personal se lo permite, compra un robot, lo sube al ring e intenta sacar algunos dólares. El problema es que la película comienza con él endeudado hasta los dientes, con una mafia de mala muerte que lo persigue y, para colmo, con la noticia de que su ex novia falleció, dejando huérfano a su hijo, Max (Dakota Goyo). Él sabe que no puede hacerse cargo del chico y, de hecho, no quiere hacerlo, por eso se lo “vende” a la hermana de su antigua novia. Pero antes de irse a vivir con ellos, Charlie se tendrá que hacer cargo por un tiempito de él. Al principio, obviamente, la tensión es palpable, pero luego (y gracias al fanatismo de Max por las peleas de robots) la relacion se va convirtiendo en algo más llevadero. Esta hermandad (no se le podría decir relación padre-hijo exactamente) llega a su punto máximo cuando el chico encuentra en un basural a Atom, un robot de cuarta creado para entrenar a los verdaderos luchadores. Él querrá meter a este cacharro en algunas peleas, aunque sea para despuntar el vicio, pero cuando las cosas comienzan a salir bien, el chico no se contentará con alguna pelea clandestina: querrá llevar a Atom a las grandes ligas. Gigantes de acero es la típica película de boxeadores. Literalmente, típica. Es que si la comparamos con Rocky I, la única diferencia que podemos marcar es que Stallone no es un robot (y tampoco estamos taaaan seguros, ¿no?), porque por lo demás, las similitudes saltan a la vista. De todas formas, prácticamente todas las películas de boxeo se parecen entre sí, y el día que hagan la vida de algún luchador que haya salido de una clase media tranquila y que gane todas las peleas no sería nada interesante. El fuerte de la película está en lo estético: las peleas y los robots están excelentemente logrados y la dirección de Shawn Levy logra que, sobre el ring, todo sea adrenalina. Las actuaciones están muy bien, y sobre todo sorprende Dakota Goyo, capaz de sacar de quicio a cualquier padre, y más a uno con tan pocas pulgas como Charlie Kenton. En definitiva, Gigantes de acero es una película para ver y divertirse, y no para pensar tanto. Tenemos robots matándose sobre el ring, ¿qué más queremos?
La corrupción no es una cosa moderna. En primera instancia hay que aclarar una cosa: el argumento de Justicia final (Conviction) no es algo original ni que llame la atención en primera instancia. La historia del hombre que fue encarcelado como chivo expiatorio y de el amigo/la amante o, en este caso, la hermana que hace todo por comprobar su inocencia se vió miles de veces en la pantalla grande, en la chica y en decenas de libros de, por ejemplo, John Grisham. Pero hay algo que destaca a la película por sobre las demás obras que mencionamos, y es que está basada en un hecho real. A partír de que esa carta se pone en juego, se nos hace imposible (o al menos, sería tonto) juzgar una película por “no ser original”, porque estariamos diciendo que la realidad y la historia de una persona viva y de carne y hueso “es poco creativa”. Por eso, lo que se debe juzgar de una película así, más que nada, son las actuaciones, la forma de contar la historia y la dirección. Y estos tres elementos son destacables dentro de Justicia final. Pero vamos al principio: Betty Anne (Hilary Swank) y Kenny Waters (Sam Rockwell) son dos hermanos inseparables. Desde pequeños, vivieron en una casa en donde la imágen de los adultos era casi una caricatura, y por eso debieron estar el uno para el otro casi desde el primer momento de su vida. Juntos se metieron en problemas, y eso desarrolló en Kenny un fuerte rechazo por la autoridad, lo cual lo llevó a más de una encarcelación durante su adolescencia y hasta adultez, pero nada que no se pudiera arreglar con una o dos noches en prisión. Pero un día, una mujer aparece mutilada, y la policía no duda en apuntar a Kenny Waters como el autor material del hecho. Tanto Kenny como Betty Anne viven con lo justo, y ambos tienen hijos que alimentar, por lo cual no pueden costear un abogado para que el juicio corra de forma más justa. En el mismo juicio, gente conocida de Kenny alega en su contra, por lo que el jurado dictamina sin dudar que merece la cadena perpetua. Sintiendo una injusticia en el aire, a Betty Anne se le ocurre una idea loca: ella estudiará derecho y será la encargada de demostrar que su querido hermano es inocente. La película da saltos, mostrándonos la infancia de los hermanos y volviendo al presente, en donde vemos cómo Kenny va quebrándose de a poco en el confinamiento, en donde tampoco deja de causar problemas, y a la vez seguimos a Mary Anne, madre de dos hijos, empleada de un bar, que se rompe la cabeza intentando recibirse de abogada. Esto, por supuesto, sucede, pero pasa mucho tiempo, demasiado, por lo que se le hace difícil encontrar las pruebas y los testimonios que necesita para sacar a Kenny. Y es ahí donde la historia al estilo La ley y el orden da su comienzo. Justicia final se destaca, por sobre todo, por la actuación de Sam Rockwell. Lo vemos como un tipo difícil de llevar, pero amoroso y con un humor de esos que se contagian. Sin miedo al ridículo y con un amor inmenso por su hija, este hombre sufrirá una transformación lenta y dolorosa en el encierro. Swank interpreta muy bien el papel de la hermana desesperada por justicia. No sobreactúa ni un segundo, aunque – y es una crítica menor- el tiempo parece no pasar para ellos, ya que casi veinte años después, se ven igual que al principio de la película La dirección, realizada por Tony Goldwyn, es casi televisiva, lo que se justifica por sus anteriores trabajos en programas como Dexter o mismo La ley y el orden, previamente citada. Es que el estilo de esta longeva serie es muy similar al que Goldwyn utilizó para la película. No es, exactamente, un capítulo largo de La ley y el orden, pero ambas cuentan sus historias de formas muy similares. En definitiva, Justicia final no solo es un drama legal y familiar, sino que también es una postal sobre el esfuerzo y el amor que se puede sentir por un hermano y, también, es un lindo paisaje sobre cómo funciona la justicia en los Estados Unidos (y en el mundo) que muchas veces culpan a inocentes sólo para dejar calmada a la opinión pública.
Magia, sangre y espadas son los protagonistas de esta nueva versión fílmica del personaje de Robert E. Howard. Cimmeria es un pueblo de bárbaros. Desde siempre, vivieron de batalla en batalla, matando y muriendo por cualquier causa. En una de esas guerras, una mujer da a luz a un hijo en medio de la violencia y el peligro. Ese niño es Conan, el Cimeriano, heredero al trono de los Bárbaros. Pasa el tiempo, Conan crece y se convierte en un adolescente salvaje. Desde pequeño, el arte de la guerra fue lo suyo, superando por mucho a soldados mucho más entrenados. Pero él solo no puede con el batallón de Khalar Zym, que extermina a su pueblo y mata a su padre en busca de un objeto mágico: una pieza de una corona que puede garantizar poderes mágicos y resurrección de los muertos a quien la posea. El tiempo vuelve a dar un salto: ahora Conan es un adulto que vaga por el mundo eliminando a todos aquellos que se atrevan a esclavizar u oprimir a un pueblo. Pero no lo hace de justiciero, sino que en realidad está buscando la pista para llegar a Khalar Zym y cortarle la cabeza con su espada. Pero Zym tiene otros planes, que no incluyen morir. Es que él buscó las piezas de la máscara con un motivo: resucitar a su esposa, una gran hechicera, y juntos poder dominar a fuerza de miedo todos los reinos del mundo. Pero aún le falta una pieza, una mujer de sangre pura que pueda ser el recipiente para el espíritu de su difunta esposa. Ella será protegida por un monje, hasta que la resitencia se convierte en algo inútil. Ahí, claro, es donde entra Conan, que se convertirá en el protector de la chica, al mismo tiempo que algo (no vamos a llamarlo amor, dejémoslo en algo) va surgiendo entre ellos. En esta nueva versión de Conan, Jason Momoa (Khal Drogo en la serie Game of Thrones) le pone cierto salvajismo que el personaje de Schwarzenegger no tuvo en los ’80. Este actor es más creíble como salvaje que el austríaco musculoso y cierta forma de su actuación, inexpresiva a propósito, salvaje, es lo que lo convierte, tal vez, en un mejor Conan. Claro, el gran problema es que lo argumental en estas películas queda en quinto o sexto lugar. La historia es la de siempre: magia, luchas de espadas, algo de sexo, y se acaba. Pero, de alguna forma, es atractiva, porque no parece una superproducción ni quiere parecerlo. Tiene cierto tufillo a cine B que logra que todo se cuadre más en ese género de guerreros que tanto gustó en los ’80 (motivo por el cual no conviene verla en 3D) y, también, tiene un gran trabajo de actuaciones, tanto de Momoa como de los villanos interpretados por Rose McGowan y Stephen Lang, que son tan cliché que terminan recordándonos a los malos más tradicionales, del estilo Skeletor, recordado malísimo de He-Man. En definitiva, Conan puede – para algunos- ser la nada misma: una película más en donde un musculoso mata a un par de tipos y salen los créditos finales. Pero para los fanáticos de las películas de fantasía, Conan es otra cosa. Es hasta un pequeño golpecito a la nostalgia que los hará revivir los tiempos de meriendas y dibujos animados.
Hammer sigue apostando al terror, pero esta vez el resultado no les fue favorable. Juliet (Hilary Swank) es una doctora que recientemente se divorció y está buscando un lugar para vivir en la zona de Brooklin. Encontrar un departamento en esa parte de Nueva York puede ser una misión imposible, ya que los precios son altos, o las zonas son inhabitables. Pero, de golpe, consigue un enorme lugar cerca del puente, con una excelente vista y a solo 380 dólares por mes. El dueño del lugar, Max (Jeffrey Dean Morgan) parece ser el hombre más encantador del mundo, Juliet siente que de repente las cosas comienzan a salirle bien. Pero hay algo que Juliet no sabe, y es que Max está obsesionado con ella desde hace un buen tiempo, y que él prácticamente diseñó su destino para que ella vaya a vivir a su departamento, en donde puede espiarla a gusto durante todo el día gracias a un sistema de pasadizos secretos. Con el tiempo, esta obsesión irá creciendo, sobre todo por las señales que Juliet parece darle todo el tiempo. El amor enfermizo de Max llegará a puntos que podrán en peligro la vida de Juliet y de todos los que los rodean. Invasión a la privacidad (The Resident, 2011) es una película producida por la Hammer, esa empresa de cine inglesa que en los ’60 y ’70 dió algunas de las mejores obras sobre Drácula, por ejemplo. En este caso se quiso hacer una película sobre la obsesión y los peligros de que una mujer viva sola, pero llevados al extremo, y honestamente no funcionó. Es que, primero, esto ya fue visto en cientos de películas. El inquilino, por decir una, o hasta la mismísima Psicósis, de Hitchcock. El trabajo del director, Antti Jokinen, no es bueno, ya que los baches argumentales de la película y la forma de contar “lo que pasó antes” corta por completo el clíma que, al principio, sabe mantener. Un parrafo aparte merece la triste aparición del gran Christopher Lee como abuelo de Max. Siete palabras, como mucho, en toda la película. Si tienen un actor de esa categoría (y tan hermanado con Hammer, además) es para explotarlo. Sino, pongan a cualquier viejo con voz profunda y ya es suficiente. Y algo así pasa con todos. Hilary Swank es una excelente actriz, y Jefferey Dean Morgan no se queda atrás, pero (si bien cada uno se puso en el rol más clásico de gato y ratón, sin innovar, pero con motivo) en este caso se ven desdibujados, casi hasta lo paródico. En definitiva, Invasión a la privacidad no es más que una sucesión de lugares comunes que se van poniendo más morbosos a cada minuto, pero que en general no aporta más que unos cuantos bostezos, ningún susto y la sensación de que acaba de pasar la hora y media más larga de tu vida.
El doctor Frankestein también llegó al siglo XXI. Clive (Adrien Brody) y Elsa (Sarah Polley) son dos científicos que dedicaron su vida al estudio del ADN. Sus trabajos más destacados incluyen la creación de animales híbridos. Pero esto no les alcanza. La victoria tuvo un gusto dulce y quieren dar un paso más y quedar en la historia de la ciencia: en secreto, deciden utilizar ADN humano para la creación de una nueva especie, un nuevo paso en la evolución. El resultado es Dren, una criatura de aspecto extraño, pero bello, que resulta ser más inteligente de lo que esperaban. Este híbrido será la obsesión de Clive y Elsa, quienes comenzarán a jugarse la carrera, el trabajo y hasta la vida por ella. Splice es una película que data de 2009 y que recien ahora llega a los cines argentinos. Su director es Vicenzo Natali, conocido por Cube, esa excelente película que logró ganarse el mote “de culto” casi al instante que se estrenó. Aquí Natali, con la producción de Guillermo Del Toro, se propone realizar una película que combine tres elementos: una historia de amor, un cuento de ciencia ficción y, si se quiere, un dilema moral, que se plantea desde el lado de los límites de la ciencia y sus posibles consecuencias. Lamentablemente, y pese a que el planteo de la película es bueno, Splice peca de aburrida, y sus escasos 104 minutos se convierten en una eternidad que da vueltas sobre un mismo eje y que a lo largo de la historia se vuelve más y más predecible. Tal vez las historias de científicos locos hayan agotado, o tal vez Natali no logró comunicar bien susintenciones. De todas formas, el trío protagónico formado por Adrien Brody, Sarah Polley y Delphine Chanéac (que interpreta a Dren) realiza un excelente trabajo que brinda credibilidad a esa situación, hasta el momento, imposible. Y es que el afecto que los dos científicos le dan a su creación, el amor que va mutando (a medida que muta Dren) es el verdadero protagonista de la película. En definitiva, Splice no es exactamente el mejor trabajo de Natali, y mucho menos el mejor estreno de esta semana. Pero ojo, que si son muy fanáticos de la ciencia ficción, tal vez disfruten esas reminicencias Cronembergianas que destila la película.
¿Qué harías si un vampíro se muda junto a tu casa? Charlie Brewster solía ser un nerd. Pero no un nerd cualquiera: un hardcore nerd, de esos que hacen películas en super 8 con amigos, representando combates entre sus personajes favoritos o imitando alguna escena memorable de alguna película en especial. Pero ya no. Ahora Charlie es un chico popular, que se junta con los “bien vistos” de su escuela y que sale con la hermosa Amy, una chica tan o más popular que él. Pero, en el fondo, sigue siendo un nerd. Pero su pasado a veces sale a la luz, por más que quiera ocultarlo, y es que él era el mejor amigo de Ed, un nerd que se mantiene nerd y que todavía quiere muchísimo a su amigo, aunque sufra permanentemente sus desplantes. Él será quien le advierta que su nuevo vecino, Jerry, es un vampíro y que también es responsable de un gran número de desapariciones misteriosas que azotaron el estado de Las Vegas, en donde viven. Charlie sabe que algo no va bien, y decide investigar. Ahora él es quién es mirado de costado por todos, porque lo que Ed le dijo es verdad: Jerry es un vampíro, y-para colmo- sabe que Charlie lo sabe. Por eso, el adolescente decide pedir ayuda, y se la pedirá a el mejor: Peter Vincent, un mago que tiene montado un espectáculo en un casino de Las Vegas y que, asegura, es el mayor cazador de vampíros del mundo. La colección de objetos malditos que posee es inacabable y, según él, puede enfrentar a cualquier criatura. Pero vieron como dice el refrán: mucho ruido, pocas nueces. Ellos dos, más Amy y la madre de Charlie, serán el blanco de Jim, que no descansará hasta que su secreto vuelva a quedar en su lugar: enterrado y en la oscuridad, para siempre. Noche de miedo 3D es la remake de La hora del espanto (1985). La dirección corrió a cargo de Craig Gillespie y en el elenco podemos ver a Anton Yelchin, Colin Farrell, Christopher Mintz-Plasse, Imogen Poots y Tony Collete, entre otros. Un parrafo aparte merece David Tennant, que interpreta a Peter Vincent, definitivamente el mejor personaje de la película. Esta especie de Chris Angel vive en la riqueza, pero en el fondo es un pobre tipo del que todos se burlan. Una gran, gran interpretación. La película mantiene el espíritu de la original, pero se podría decir que son muy diferentes. Gillespie no realizó una remake ciento por ciento, sino que tomó el esquema de la de los ’80 y realizó algo nuevo, moderno, en donde ningún actor está de más ni se desperdició un segundo de cinta en alguna escena de relleno. En esos ciento y algo de minutos de película nos asustamos bastante, nos reimos mucho y, por sobre todo, nos divertimos. En definitiva, Noche de miedo 3D es más que una remake: es una comedia de terror novedosa, con una estética interesantísima y un trabajo actoral envidiable. Muchos podrán decir que es algo menor, una película pasatista; y puede ser, pero este tipo de pasatismo menor, con calidad y con buenas ideas (pese a no ser originales), es lo que le hace falta al cine.
El terror de las cámaras movedizas se muda a la luna. Cuenta la leyenda que en diciembre de 1973, y financiada por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, despegó una misión asignada bajo el nombre de Apollo 18. Cabe aclarar que el gobierno de los Estados Unidos había cancelado el plan Apollo en el número 17, a causa de la falta de fondos de la NASA, y en el tintero quedaron las misiones de 18 a 21, cortando así la odisea espacial norteamericana. Pero la aventura tendría un nuevo episodio, ya que en total secreto tres astronautas salieron del planeta con una misión que, oficialmente, constó en poner una especie de rastreador en nuestro satélite natural que, en teoría, funcionaría para la seguridad nacional (pensemos que la guerra fría estaba en su apogeo), pero al llegar allí, se darían cuenta que nada es como les dijeron. Apollo 18 clama ser una versión editada de más de ochenta horas de cinta que grabaron estos astronautas, pero en realidad es una película dirigida por el madrileño Gonzalo López-Gallego, que pisa Hollywood por primera vez en este mockumental producido por Bob Weinstein. Y que no se quedará ahí, ya que desde Dimension Films aseguraron que “esto es sólo el comienzo”, ¿de qué?… ya lo veremos. La película en sí es otro ejemplo más de terror efectista. La tensión que suelen tener este tipo de películas filmada con cámara en mano casi no existe, convirtiendo a Apollo 18 en una obra que se divide en dos momentos: cuando intenta asustar o cuando no pasa absolutamente nada. Tiene algunos buenos momentos, y tiene algunos buenos sustos, pero no va más allá ni se la juega por querer revolucionar este nuevo género, que nos da lo mismo una y otra vez desde el Proyecto Blair Witch, de 1999. Eso quiere decir que la fórmula sigue intacta: sustos repentinos, largos momentos “costumbristas” para darnos la sensación realista, cámaras que tiemblan, imágenes borrosas… ya saben. La única diferencia es que el marco no es un bosque, o una habitación, o una ciudad en llamas, es la luna. El gran problema que tiene Apollo 18 (para puntualizar y no hablar de todo el género) es que no sorprende. Uno ya sabe cuándo van a intentar asustarlo, por lo cual no se asusta (o no se asusta tanto, no voy a negar que algún salto se puede dar) y hace que toda la película pierda gracia. Además, van a tener que pensar seriamente qué hacer con esos momentos en los cuales los protagonistas duermen, o almuerzan, porque se convierten en minutos perdidos que terminan resumiendo el contenido real de la película a unos meros veinte minutos finales. En definitiva, Apollo 18 es algo que de alguna forma prometía, pero que se queda en la cómoda y vuelve a contarnos la historia del mal que se esconde en la oscuridad, y de los dos pobres tipos a la buena de dios, olvidados por su gobierno que deben sobrevivir a como de lugar en un territorio hostil. Dos cuentos narrados hasta el hartazgo que se unen para hacer del lugar común una película entera.