Rachel Weisz se destaca en esta desgarradora historia basada en hechos reales. Kathryn Bolkovac (Weisz) es una agente de policía de los Estados Unidos con bastantes problemas. Por un lado, su familia se quebró y no tiene tiempo para ver a su hija. Por otro, el trabajo la consume y es adicta a él, pero la rutina de escritorio no es lo suyo, e incansablemente, mes a mes, envía una solicitud de cambio de sector, que es sistemáticamente rechazada. Pero un día, sus superiores le ofrecen un trabajo que su espíritu justiciero no podrá rechazar: ser parte del cuerpo de paz que viajará a Bosnia para ayudar en ese país devastado por la guerra. Ella aceptará el viaje poniendo en jaque toda su vida tal cual la conoce, y alejándose de su hija posiblemente para siempre. Allí será parte de los cascos azules, manejados por la empresa Democro Corp, los contratistas militares que-en teoría-ayudarían en la reconstrucción de Bosnia. La realidad le dará un golpe cuando vea el lugar que ocupan las mujeres en esa sociedad, machista casi por naturaleza, pero todo su mundo se derrumbará cuando descubra toda una red de tráfico de personas obligadas a ejercer la prostitución que toca a las cúpulas más altas del ejército de los Estados Unidos, de Democro Corp y de las Naciones Unidas. Ella deberá luchar sola contra todas estas fuerzas para liberar a las mujeres que viven encerradas, con miedo y en condiciones infrahumanas. La verdad oculta (The Whistleblower, en inglés) es una de esas películas incómodas, indignantes y que hacen todo menos divertir. Saber que lo que estamos viendo es una interpretación de algo que sucedió (y, para peor, sucede) en el mundo nos pone en un lugar de espectador impotente que, lejos de hacernos disfrutar la película, nos la hace sufrir. Todo lo que dije, aunque no parezca, es un halago para los realizadores y para Rachel Weisz, que supieron transmitir la angustia de esas mujeres esclavizadas. El único problema que tiene la película es que llega demasiado rápido al conflicto, y todo lo que serviría de prólogo, para conocer a Bolkovac y su relación con su hija, pasa casi desapercibido. De hecho, en el momento que comienza a obsesionarse con este caso policial, ya no existe familia para Katherine, sino que solo ve su lucha privada y prohibida contra el poder. En definitiva, La verdad oculta es una película imperdible, pero no es para cualquiera ni para ver en cualquier momento. El espectador tiene que saber que no la pasará bien y que el sabor amargo que le dejará no se va a ir con el primer caramelo que coma al salir del cine.
Ya vimos a Charlton Heston llorar por el futuro del planeta... ahora veremos cómo llegamos ahí. Will Rodman (James Franco) es un científico brillante. Desde hace años está trabajando en una droga que podría curar una de las enfermedades más terribles que el hombre puede sufrir: el alzehimer. Pero claro, antes de probarla con seres humanos, como todo laboratorio, comienzan a experimentar con animales, específicamente con chimpancés. Durante los primeros días, ve en su espécimen una evolución increíble, por lo que dedujo que esa droga no solo curaría la enfermedad, sino que mejoraría las capacidades cerebrales de las personas. Pero algo sale mal y el animal se vuelve loco y destruye todo el laboratorio, obligando a los guardias de seguridad a reducirla. Luego de su muerte, y de su reacción feróz, el mayor inversor del proyecto le da de baja a todo el plan, ya que piensa que lo que sucedió con el simio podría pasar con cualquier eventual paciente. Pero no, hay algo más. La droga funcionaba de maravillas, lo que la chimpancé quiso cuidar con garras y dientes era a su pequeño cachorro, que nadie previó ya que, dicen, los simios pueden ocultar bien los embarazos. Ese cachorro es Caesar (Andy Serkis), un simio con capacidades superiores (la droga que le daban a la madre pasó a través de su cuerpo) que adoptará como si fuera su hijo. Él será de gran ayuda (y una gran compañía) en casa, donde el padre de Will, Charles (John Lithgow) se la pasa encerrado debido a su alzehimer. Caesar se convertirá en un amigo inseparable de Charles, cuya enfermedad va cada vez peor. Will no puede ver a su padre así, por eso también comenzará a probar su droga en él, y los resultados no tardan en llegar. La familia parece ir tomando un camino de “y vivieron felices para siempre”, hasta que algo ocurre, alguien hará algo que no debe y la parte más salvaje del animal sale a la luz, lo cual obliga a su “familia” a encerrarlo en un hogar para simios, que más que hogar parece un campo de concentración, en donde el estúpido Dodge (Tom “Draco Malfoy” Felton) se divierte torturándolos. En ese lugar, Caesar tiene su primer contacto con otros animales, que al principio se comportan de forma agresiva con él (algo así como el “derecho de piso” de las prisiones, pero sin jabones que se caen), pero luego él utilizará su inteligencia a su favor y, de a poco, comenzará la gesta revolucionaria más importante de la historia del planeta Tierra. La película es sorprendente. Lo tiene todo. Por momentos el espectador puede reír, por otros momentos puede emocionarse hasta las lágrimas, y hasta la adrenalina sube al tope con las brillantes escenas de acción que nos muestran, en especial una, cerca del final (y que se presentó en varios lugares, por lo cual no es exactamente un spoiler) sobre el Golden Gate, el clásico puente de San Francisco. Mucho de esto es gracias a WETA, los responsables de los efectos especiales, que estuvieron detrás de El Señor de los Anillos y de Avatar. Aquí los simios SON simios, nunca pensamos que hay un hombre debajo de ese pelaje. Y esos simios transmiten sentimientos, emociones y miles de cosas que nos hacen poner en una posición incómoda: queremos que los simios ganen la batalla, porque la apatía pasa por ellos, no por los humanos miserables (a excepción de los Rodman y de la bella Caroline -Freida Pinto-, claro) que los rodean. En cuanto a lo actoral, cabe destacar el trabajo de Serkis. Son sus expresiones y sus movimientos los que le dan vida a Caesar, el personaje más magnético de la película. De todas formas, el trío protagónico (Franco-Lithgow-Pinto) no se queda atrás y sabe cómo hacerse notar. Lo mismo Tom Felton, que parece ser especialista en hacerse odiar por el público. La dirección del casi desconocido Rupert Wyatt es casi una clase de cómo se debe hacer una película pasatista y al mismo tiempo con un mensaje, algo que queda dando vueltas luego de que los créditos pasan y que, incluso, sigue molestando algunos dias después. En eso se parece mucho a su original de 1968, que marcó a toda una generación con ese final mala onda que hace que el humano pierda todas las esperanzas de estar reinando el planeta en un puñado de años. Y, justamente, esta película está hipervinculada con su predecesora, ya que hay un buen puñado de guiños que el ojo atento sabrá captar. En definitiva, esta precuela de El Planeta de los Simios se presentó como “una película más” para el verano boreal, y casi sin quererlo no solo se convirtió en un éxito de taquillas, sino que va hacia el título de “clásico de culto”. La ciencia ficción vive en esta película, y el espíritu de la nostalgia agradece este gran mimo de Wyatt.
Harrison Ford y Daniel Craig crean una dupla brillante en una película que fue completamente subestimada en los Estados Unidos. Si bien las taquillas le respondieron bien (63 millones en su primer fin de semana en cartel), las críticas norteamericanas no tardaron en catalogar esta película como una de las mayores decepciones del año. Y algo de eso puede llegar a haber. Es que la prensa ultimamente conforma el 90% de lo que termina siendo la película (miren a J.J. Abrams, sino) y si se infla mucho y el producto no está a la altura, enseguida baja puntos porque si. Pero por unos segundos olvidemos que la producción es de Steven Spielberg y Ron Howard, y que la dirección es de Jon Favreau, pensemos un segundo en Cowboys & Aliens como una película, pura y dura, e imaginemos que es anónima y, ¿saben qué? Así sale ganando. La historia es atractiva: un hombre (Daniel Craig) se despierta en medio del desierto sin recordar nada, herido y con un extraño aparato metálico agarrado de su muñeca. Un grupo de forajidos lo encuentra y planea llevarlo al pueblo, en donde es buscado por el robo de una diligencia del poderoso coronel Dolarhyde (Harrison Ford), una especie de feudal del lejano oeste. Él obviamente se resiste a ser arrastrado y comienza a pelear contra estos tipos, y se da cuenta que lo que tiene en su mano no es un grillete, sino un arma que, al parecer, funciona cuando más lo necesita. Luego, y por sus propios medios, va al pueblo, en donde Ella (Olivia Wilde), una misteriosa mujer, comienza a seguirlo. Ella sabe algo sobre su pasado, y él sólo recuerda pequeños fragmentos que le vienen a la cabeza gracias a una fotografía de una mujer, que de a poco (muy de a poco) va aclarándole la memoria. La llegada al pueblo de este tipo sin memoria se convierte en un conflicto, porque todos lo reconocen: es Jake Lonergan, el valiente (o inconciente) que se atrevió a meterse con el oro de Dolarhyde. El Sheriff lo detiene y ahora sólo queda esperar unas horas para que lo trasladen a la prisión, en donde será juzgado. Pero, justo cuando iban a trasladarlo, unas naves espaciales comienzan a atacar el pueblo y a abducir a algunos de sus habitantes. Uno de los que se llevan es el hijo de Dolarhyde (Paul Dano), por lo que el coronel moverá cielo y tierra para buscar a esos malditos “demonios”. Pero no lo hará solo, ya que ve en el arma misteriosa de Lonergan una ayuda irremplazable, por lo que harán una tregua hasta que puedan solucionar este temita con los extraterrestres que se llevan a nuestros humanos para investigarlos y que, para colmo, llegaron al planeta para robarnos nuestro oro. La película tiene tres puntos clave: Craig, Ford y Wilde. La relación entre ellos tres es la que lleva la historia adelante. La relación tirante (y a veces hilarante) de los dos machos, más la dosis de misterio que nos deja la bella Wilde crean los momentos más destacables de la película. Punto aparte merece el siempre brillante Sam Rockwell, que interpreta a un doctor dueño de una cantina cuya mujer es abducida. Lo que llama un poco la atención es que los efectos especiales se quedan un poco a mitad de camino, extraño de una película producida por Spielberg y Howard, y algo similar pasa con el diseño elegido para los extraterrestres. Tal vez, algo menos bestial podría haber sido más efectivo. La historia está bien, no brilla por creativa pero tampoco es el bodrio que nos hicieron creer a todos los que leímos la prensa extranjera. Claro que no es la película del año (en Argentina, ni de la semana), pero si lo que buscan es ver, bueno, cowboys peleando contra aliens, pueden llegar a disfrutarla y bastante.
Uno de los más grandes superhéroes de DC fue utilizado en una de las peores adaptaciones de comics al cine. Desde el principio de los tiempos, el cuerpo de Linternas Verde maneja la seguridad del universo desde Oa, su planeta base. Allí, los sabios lideran un ejército de soldados provenientes de cada extremo de la galaxia armados con el anillo verde de poder, cuyo límite es la imaginación de su portador. Allí conocemos a Abin Sur (Temuera Morrison), el más valiente de los Linterna Verde que, hace mucho tiempo, logró encerrar a la criatura Parallax, poseedora del poder amarillo del miedo, en un planeta distante. Luego de un accidente, Parallax regresa con la intención de vengarse del cuerpo de Linternas Verde en general, y de Abin Sur en particular. En el ataque, Abin Sur huye hasta el planeta habitado más cercano, la Tierra, en donde encarga, moribundo, a su anillo la búsqueda de un nuevo portador. El elegido será Hal Jordan (Ryan Reynolds), un piloto de pruebas de la fuerza aérea norteamericana que se convertirá en el primer Linterna Verde humano. A su vez, el cuerpo de Abin Sur es hallado por el servicio secreto de los Estados Unidos, quienes lo toman para analizarlo. Pero en él hay un fragmento de la energía de Parallax. Un fragmento de maldad que irá a parar al doctor Hector Hammond (Peter Sarsgaard), que de a poco se convertirá en un villano que utilizará el resentimiento, el miedo y el odio como arma principal. Y eso no es todo, porque Parallax también viene en camino, listo para devorar a todos los seres vivos del planeta. Todo esto es lo que sucede en Linterna Verde 3D (Green Lantern, 2011), el debut en la pantalla grande de este héroe clave en el universo DC. Mucha expectativa y muchos rumores de fracaso rondaron en el mundo del espectáculo desde que se vieron las primeras (y poco prometedoras) imágenes. Y, lamentablemente, todo lo malo que decían era cierto: básicamente, es aburrida. Todo lo que sucede, sucede porque sí. Las excusas y las cosas que movilizan a los protagonistas son vanas y, en general, las actuaciones son más dignas de una comedia de Nora Ephron que de una película basada en un comic de DC. Lo que más se destaca, como se esperaba, son las actuaciones de Mark Strong como Sinestro, uno de los Linternas más fuertes e interesantes del cuerpo, y la voz de Michael Claire Duncan en Kilowog, que nos maravilla con su dureza en los entrenamientos con el “poozer” Jordan. En definitiva, Linterna Verde 3D vale poco y nada. Olvidando que la adaptación al comic está pesimamente realizada, el peor pecado que comete la película es aburrir. De hecho, las únicas partes divertidas son las que se ven en el trailer. El resto es relleno en forma de comedia romántica y la típica historia del héroe que tiene miedo hasta que entiende todo y se convierte en un gerrero legendario. Es una pena, porque el universo de Linterna Verde es tan vasto que tiene cientas de excelentes historias para adaptar, y es una pena que hayan inventado esta para presentar un personaje al público que todavía no lo conoce bien. Veremos que pasa en la (ya confirmada) secuela. Por ahora, Linterna Verde quedará en la historia como un superhéroe tonto y bonito al que las cosas le salen de pura suerte.
En la nueva comedia de Tom Hanks se destacan todos... menos los protagonistas. Larry Crowne (Tom Hanks) es uno de esos tipos que de tan buenos que son, te dan ganas de pegarle. Vive una vida modesta, trabajando para un gran supermercado, y tiene varios problemas económicos debido a dos razones: la crísis económica mundial y su reciente divorcio. Pero bueno, el sigue, trabaja, y de a poco parece ir saliendo, pero todo se complica cuando es despedido de su empleo por no tener estudios universitarios. De golpe, todo se oscurece, las deudas lo estrangulan y debe achicar todos los gastos posibles. Pero pese a todo no se quedará lamentándose en un rincón, sino que se inscribirá en la universidad comunitaria en donde conocerá gente que le cambiará la vida, en especial dos mujeres: la profesora Mercedes Tainot (Julia Roberts), una mujer que perdió las ganas de enseñar y que vive el día a día con un marido vago y adicto a la pornografía (Bryan Cranston); y su compañera de clases Talia (Gugu Mbatha-Raw), que dictará la emergencia de la moda en este veterano para hacerle un completo cambio de look y de actitud. La historia no es más que otra comedia romántica. No tiene nada de malo, pero nada de nuevo. De todas formas, hay que admitir que Hanks, junto a Nia Vardalos, escribieron un guión sólido y tierno, pero que solo considera para la historia principal a tres personajes: Hanks, Roberts y Mbatha-Raw. Los demás están orbitando, sin aportar más que alguna frase graciosa o algún chiste atinado. Pero, ¿lo irónico? Ellos llaman más la atención que los protagonistas. Es que teniendo a Cedric The Entertainer y a el gran George Takei como actores de reparto, es difícil centrarse en la pareja central, que no discuto que sean excelentes actores, pero que en esta ocasion están muy desdibujados y edulcorados. El trabajo detrás de cámaras de Hanks es correcto. Ya vimos su trabajo en Eso que tu haces! (That Thing You Do, 1996) y sabemos que sabe trabajar en ese rol. No tiene nada destacable ni ninguna “firma”, pero tampoco tiene algo que se pueda criticar. La película fluye, las tomas están bien y listo. Hanks dirigió, protagonizó, produjo y co-escribió esta película, posiblemente como mensaje de aliento a todos los que la están pasando mal en los Estados Unidos por los problemas económicos que ya todos conocemos; o tal vez simpelemente quiso hacer una de las comedias románticas como las que hacía hace veinte años atrás. Como sea, no el resultado no va a covertirse en la próxima Sintonía de amor, sino que posiblemente nos olvidemos de su existencia el año que viene.
J.J. Abrams y Steven Spielberg se unen para darnos una brillante película de ciencia ficción que parece salida de los ’80. Todo comienza con una tragedia: la madre de Joe Lamb (Joel Courtney) muere en la fábrica en donde trabaja. Ahora el chico deberá quedar solo con su padre (Kyle Chandler), un policía que dedica su tiempo a patrullar las calles y que poco sabe de paternidad, pero con el dolor de la viudez a flor de piel. Un tiempo después, cuando todo vuelve (más o menos) a la normalidad, Joe vuelve a juntarse con sus amigos, con quién se divierte grabando películas clase B con una cámara Super 8. Pero a ese grupo se unió Alice (la talentosísima Elle Fanning), una chica a la que Joe ve con ojos de enamorado, que se convertirá en “la mujer del héroe” de la cinta, que és un detective que se enfrenta a los zombies (!!). Ellos viven tranquilos, cada uno con sus problemas y con sus conflictos de pre adolescente, hasta que, durante un rodaje, presencian un increible choque entre un tren y una camioneta que se cruzó intencionalmente en su camino. Los chicos se salvaron de milagro, y la cámara rodó absolutamente todo lo que sucedió. Instantes después del atentado al tren, cientos de jeeps, helicópteros y camiones militares comienzan a cercar la zona. Joe y sus amigos logran escapar con lo justo, pero no pasan desapercibidos, ya que olvidan una pista que llevará a las fuerzas a buscar a los testigos que lograron captar todo eso en video. Poco después, en el pueblo comienzan a suceder hechos misteriosos: cortes de luz, gente que desaparece, personas atacadas por algo que no saben distinguir qué es… y, sobre todo, paranoia, ¿qué harán estos amigos frente al peligro inminente que los rodea?, ¿y qué es lo que cargaba ese tren tan secretamente? Estas y otras preguntas son respondidas en Super 8, la película producida por Steven Spielberg y dirigida por J.J. Abrams que rinde tributo al cine de aventuras y ciencia ficción de los ’80. No es casual que Amblin, empresa de Spielberg, esté detrás de la cinta. Los Goonies, ET, Cuentos Asombrosos y muchos otros productos brillantes de este director fueron desarrollados por la empresa. Y justamente Super 8 sigue esta línea. Por un lado tenemos chicos (como en Los Goonies) que de repente se ven envueltos en un problema (¡como Los Goonies!), pero no es eso lo más importante, sino que el protagonista tiene un problema familiar (¡como el protagonista de Los Goonies!) y del que todos sus amigos intentarán sacar. Ojo, esto no es una crítica en absoluto, sino todo lo contrario: el espíritu de ese cine parecía muerto en la década pasada, y sin embargo, la dupla Spielberg/Abrams logró reflotarlo, y con éxito. Además, el alma de estos films, la sensibilidad oculta spielbergiana, impregna toda la película, que nunca deja de asustar, asombrar y divertir, sino que lo hace, pero bajo un halo de tierna melancolía que a más de uno va a hacer lagrimear. En definitiva, la película lo tiene todo. Las actuaciones de los chicos son geniales, la dirección fue realizada con maestría y, por momentos, nos deja la sospecha de que el mismísimo Steven Spielberg se puso detrás de cámaras en alguna que otra escena. No tengo ningún miedo en asegurar que Super 8 es uno de los estrenos más interesantes del año. Esperemos que gracias a esta película, el género tome algo de envión y se vuelvan a hacer este tipo de films que tanto se extrañan. ¡Ah!, y quédense durante los créditos. No vale la pena dejar spoilers, pero si vale la pena quedarse.
Un debate sobre el arte, la soledad y el amor en medio de la hermosa Toscana italiana. James Miller (William Shimell) es un reconocido autor que acaba de escribir su nueva obra: Copia certificada. En ese trabajo, Miller postula que muchas veces, en el arte, las copias superan a las obras originales. Y, ¿qué mejor lugar para presentar un libro de este tipo que en Italia, específicamente en La Toscana, un lugar -como dice un fugaz personaje- “que parece un museo al aire libre”? En esa hermosa ciudad italiana se cruzará con una mujer (Juliette Binoche, cuyo personaje no tiene nombre) que maneja una galería de arte y antiguedades. La temática del libro de Miller los unirá y comenzarán a hablar sobre lo real y sobre las copias. Pero algo pasa, algo surge o se esconde entre los dos, ya que de repente, y a partir de lo que pareció una broma, ellos comienzan a tratarse distinto. De la nada estos dos personajes se convierten en una pareja con 15 años de matrimonio y con un hijo pre adolescente. Comienzan a ser distantes, frios, con la llama del amor casi extinta. ¿Qué es lo real?, ¿qué es la copia? No lo sabemos. Tal vez sean dos desconocidos jugando a ser marido y mujer, tal vez sean marido y mujer jugando a los desconocidos, ¿qué es lo más real?, ¿lo que imitan o lo que son? Esta compleja temática es abordada con maestría por Abbas Kiarostami, el talentoso director iraní, responsable de obras maestras como El sabor de las cerezas. Cada plano, cada toma, tiene su por qué. Largos planos secuencia en los que vemos a los protagonistas caminar por las antiguas calles de La Toscana, o primeros planos estáticos y eternos que nos hacen detener en los gestos y las miradas que intercambian estos dos ¿enamorados?, ¿enemigos?, ¿desconocidos? Los reflejos en ventanas, parabrisas y espejos son frecuentes, mostrando (y poniendo en duda) la realidad: la mejor copia de cada uno ahí, enfrente, planteando un dilema casi borgeano, ¿cuál es el de verdad?, ¿el reflejo o el que se ve frente a la cámara? Y lo que se ve frente a la cámara, ¿no es también una falsificación, una interpretación de algo que, tal vez, sucedió? Y hablando de ellos, el labor que realizan es sorprendente. No actúan, son ellos. Intercambian palabras con tanta naturalidad que nos hacen sentir que los conocemos, o incluso que, en algún punto, somos ellos. Juliette Binoche es maravillosa. Su sonrisa y sus incomodidades son tan creibles que hacen que el espectador en seguida tome empatía con ella. En cambio, el duro William Shimell interpreta el lado de la razón, del pensamiento científico y práctico, y muchas veces, por eso mismo, peca de pedante. No es una crítica, claro que no, así es su James Miller, y por eso funciona como funciona. Otro punto interesante de esta obra es con la naturalidad que los protagonistas cambian de idioma. Sencillamente, comienzan hablando en inglés, pasan por el francés, siguen por el italiano y así, sin motivo ni explicación. Podemos pensar que las personalidades de cada uno cambian, que con 15 años de matrimonio es más coherente hablar en francés, la lengua madre de la mujer, que en medio de la pasión iracunda acude naturalmente a su boca. Para hacer una referencia sencilla, Copia certificada recuerda mucho a las dos obras maestras de Richard Lintlaker, Antes del amanecer y Antes del atardecer, en donde Juliette Delpy y Ethan Hawke sencillamente caminaban y hablaban sobre la vida, la muerte, los miedos, el arte y tantas otras cosas. Aquí es similar, pero diferente, aquí hay algo más que no se nos muestra. Aquí, como en el arte, la respuesta queda exclusivamente en manos del espectador.
El héroe insignia de Marvel tiene su película que, a su vez, se convierte en el último escalon hacia la adaptación de Los Vengadores. Steve Rogers (Chris Evans) es un alfeñique sin fuerza que vive siendo golpeado por los grandulones. Pese a eso, nunca escapó de una pelea ni se acobartdó ante nadie. Su mayor sueño es servir en el ejército de los Estados Unidos, más viviendo esa época tan tumultuosa que se llamó Segunda Guerra Mundial. Pero su tamaño y su tendencia enfermiza hizo que sea rechazado cada vez que se presentó a enlistarse. Pero, en una feria, un científico de la armada (Standley Tucci) vió algo en él: su valor era algo que no todos tenían y, con algún que otro cambio, podría convertirse en el soldado perfecto. Y cuando hablamos de cambios, hablamos de genética, ya que el Dr. Abraham Erskine, este genio alemán, creó un suero capaz de aumentar el poder físico y muscular de cualquier hombre, y Rogers es el candidato ideal para probarlo… por segunda vez. Segunda, claro, porque la primera había sido sobre el jerarca Nazi Johann Schmidt (Hugo Weaving), que luego de implantarse el suero quedó deforme, lo cual le valió el apodo de Craneo Rojo (adivinen por qué). Ahora, este super soldado modificado genéticamente, con velocidad y fuerza sobrehumanas, hará lo que nadie se atreve a hacer: propaganda. Si, será utilizado para llamar a los jovenes a enlistarse y para recibir donativos de aquellos que quieran apoyar a las tropas. Su seudónimo: El Capitán América. Mientras tanto, Schmidt se abre cada vez más de Hitler y de los Nazis para crear su propia fuerza, Hidra, una especie de sociedad secreta que roza el ocultismo y que tiene en su poder algo que le pertenece a los dioses, el Cubo Cósmico (que se pudo ver en las escenas post créditos de Thor), con lo que diseñará, junto con su aliado, el Dr. Arnim Zola (Toby Jones), un arma implacable con la que planea invadir Estados Unidos. La vida de Rogers no va bien. Eso de hacer musicales no es lo suyo: lo que quiere es pisar el campo de batalla, y su excusa se presentará cuando su amigo, Bucky Barnes (Sebastian Stan) aparezca como desaparecido en acción tras las líneas enemigas. Allí comenzará el mito del Capitán América, el super soldado que puede enfrentarse a cualquier enemigo. Pero, ¿podrá con un arma sobrenatural, contra un villano supernatural y contra la crueldad de un hombre que quiere ser un dios? Ahí el dilema. Capitán América es una gran adaptación del comic. Su ambientación de los años ’40 es intachable y las actuaciones (sorpresa, al menos para mi) son excelentes. Ok, todos sabemos que Hugo Weaving, Tommy Lee Jones, Toby Jones y Standley Tucci son gigantes, pero Chris Evans, ese actor por el cual no hubiera comprado una entrada jamás, se convierte en un verdadero héroe. Él ES Steve Rogers, como Robert Downey Jr. ES Tony Stark. Evans logró captar la escencia del personaje de la mejor manera, y así, convirtió esta adaptación en una de las mejores que realizó Marvel hasta el momento, superando a Thor y a Hulk, y pisando los talones de Iron Man. Lo mejor que tiene la película, por lejos, son los guiños. Es que el universo que creó Marvel a través de sus adaptaciones es tan lineal y real que todo conjuga con todo. Por ejemplo, tenemos a Howard Stark, padre de Tony, como uno de los científicos aliados a Erskine. También vemos guiños a Thor, claro está, que se convirtió en una especie de hilo conductor para lo que veremos en Los Vengadores. Además, el principio y el final de la película van a hacer que todos los fanáticos de Marvel, ansiosos por ver la reunión de héroes, se caigan al piso. Y ni hablar de lo que verán después de los créditos. Gran sorpresa. Mantenganse sentados. En definitiva, Capitán América es una película para ver, pero no sola, sino sabiendo lo que ya pasó. Para ver una película de Marvel, tienen que verlas todas, así es el negocio. Si las vieron, vayan y disfruten: es una de las mejores adaptaciones de comics que se hicieron. Si no las vieron, veanlas ahora y luego vayan al cine, no se van a arrepentir.
Trás nueve años sin filmar, John Carpenter vuelve… pero con una de las peores películas de su carrera. Carpenter es un genio. El que duda eso nunca vió una de sus películas, pero a veces hay que ser objetivo en esto de reseñar películas, y a veces (pese a que duela el corazoncito) nuestros directores favoritos no apuntan demasiado bien a la hora de hacer sus películas. Este es un caso prácticamente ejemplificador: Carpenter vuelve a dirigir una película después de nueve años – su último trabajo fue Fantasmas de marte- y se trata de un thriller de terror con mucho, mucho suspenso, pero mediocre en comparación de cualquiera de sus otros trabajos. La historia que se cuenta es la de Kristen (Amber Heard), una chica que es internada en un manicomio luego de prender fuego una casa. Allí conoce a otras internas, de personalidades muy diferentes y, de a poco, comienza a relacionarse con ellas y con su doctor (el siempre oportuno Jared Harris, uno de los puntos altos de la película pese a sus breves apariciones), pero allí hay alguien más… o algo más, aunque nadie quiera reconocerlo. Y ese algo se está llevando una a una a todas las pacientes. Y Kristen no será la víctima de esa criatura, no señor: antes de caer en sus garras, intentará huír. Ese es el planteo básico de Atrapada: una película con una chica linda y fuerte como protagonista y un monstruo feo y terrible como villano. Las escenas de suspenso están bien, los sustos están bien, Carpenter filma bien, por lo cual la película es atractiva. Entonces, ¿qué tiene de malo Atrapada? Ya se vió. Y no es que es una idea cliché que puede tener mil formas, como la de un asesino que mata adolescentes, por ejemplo, sino que es igual a otra película que no tuvo un gran éxito, pero muchos seguramente vieron: Identidad (Identity, 2003), de James Mangold y con John Cusak como protagonista. Además, también nos levanta una sospecha, ¿Zack Snyder vió o supo algo de esta película mientras hacía Sucker Punch?, porque también son demasiado similares, solo que aquí Carpenter gana, ya que su Atrapada data de 2010, mientras que la de Snyder se estrenó este año. En fin, en Argentina no solo tuvimos que esperar 9 años para ver una película nueva de Carpenter, sino que también tuvimos que aguantar decenas de postergaciones. Ahora la película llegó y, la verdad, tira abajo todas nuestras expectativas. Ojalá Carpenter siga dirigiendo mil años más, y ojalá, y no en mucho tiempo, podamos ver otra joya de su factoría.
El viaje del joven mago termina en lo más alto. El final llegó. Diez años y ocho películas le tomó a la industria del cine adaptar los siete libros de la saga Harry Potter, creada por la autora J.K. Rowling. Como resultado, Warner puede presumir de ser el estudio que llevó adelante la franquicia más rentable en la historia del cine. Y no solo eso, sino que también marcó un antes y un después en millones de personas que crecieron junto al protagonista. Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte – Parte 2 es el episodio final de esta historia. En la anterior entrega nos enteramos que el malvado Lord Voldemort (Ralph Fiennes) dividió su alma en varios objetos llamados Horrocruxes. Solo destruyendo esos elementos se podría matar Al Que No Debe Ser Nombrado. Por otra parte también nos presentan a Las Reliquias de la Muerte: tres elementos mágicos que convierten a su poseedor en el Amo de la Muerte: un arma fundamental que Voldemort quiere tener para su arsenal, y que Harry (Daniel Radcliffe), Hermione (Emma Watson) y Ron (Rupert Grint) deben evitar que posea. En este contexto, y luego de la muerte de Albus Dumbledore (Michael Gambon), la escuela queda en manos del oscuro profesor Snape (un brillante Alan Rickman). Hogwarts se convirtió en un lugar cruel en el que más que educar, se entrena a futuros Mortífagos. Viven bajo la custodia de los Dementores y toda esperanza parece vana… Salvo para el Ejército de Dumbledore y La Orden del Fénix, estos dos escuadrones formados por Aurores, profesores y alumnos que, desde la clandestinidad, buscan recuperar la escuela. Con ese marco enfrente, el trío de amigos deberá regresar a Hogwarts para conseguir un nuevo Horrocrux, lo que desencadenará la batalla final entre las fuerzas del bien y del mal en lo que quedará en la historia como El Asedio de Hogwarts. De más está decir que es vano ver esta película sin haber visto la saga, en especial la primera parte de Las Reliquias, ya que en realidad son una misma historia, pero dividida en dos. Aquí, David Yates vuelve a maravillar con escenas de acción épicas, personajes bien planteados (mucho de eso, claro, es crédito de Rowling) y un guión sólido, Harry Potter se despide de la pantalla grande dándole un broche de oro al viaje que tanto tiempo le llevó. Si uno leyó los libros, podría encontrar defectos. Por ejemplo, el protagónico indiscutido que le da Yates a Potter y a sus amigos deja de lado elementos que podrían haber sido brillantes en la pantalla, por ejemplo, escenas de la batalla de Hogwarts en las que Harry no aparece y que quedan omitidas en la película. Pero más allá de eso, y si solo se vieron las películas, el trabajo que se ve en esta última entrega es excelente. El final llegó, y no podemos pedir más de él.