El film de Juan Bautista Stagnaro gira en torno a la vida del Coronel Fontana, militar y naturalista argentino, encargado por el Estado de fundar nuevas ciudades y trazar las fronteras de la nación. Básicamente, al Coronel Fontana le han encomendado trazar las fronteras de una Argentina incipiente. Su larga gesta lo terminará llevando hacia Chubut donde deberá convencer a una comunidad de galeses -no muy entusiastas- del proyecto nacional. El relato está compuesto por una serie de viñetas en las que se representan las peripecias de Fontana y su grupo por las diversas (e inhóspitas) regiones del país (Formosa, Salta, Chubut y San Juan). Si bien el film tiene la virtud de retratar la vida de un personaje que despierta inmediato interés narrativo en el espectador, presenta el defecto de desarrollar de un modo muy desparejo los diversos episodios que hacen al viaje. Dada la importancia narrativa que adquieren los sucesos finales en Chubut, toda la primera parte del film, y buena parte de su desarrollo, parecieran funcionar como mero preámbulo. La falta de un sentido interno y consistente para cada episodio impide que Fontana, la frontera interior adquiera una buena dosis de equilibrio narrativo, que se hace notar sobre todo en la mitad de la película. De modo complementario, la secuencia en la que se desarrollan los acontecimientos en Chubut parece excesivamente corta, dada la importancia que el guión le ha otorgado a esta fase del viaje. La inserción esporádica de las imágenes en San Juan, en la que se representa a un Fontana ya mayor intentando convencer a las autoridades de las virtudes de un sismógrafo, no terminan de integrarse con claridad al resto del film. No se entienden muy bien qué función desempeñan en el relato de conjunto. ¿El viaje termina en San Juan? ¿Termina en Chubut? ¿En qué momento llega a San Juan? ¿A qué va? ¿En nombre de quién lo hace? ¿Por qué nadie lo recibe? Son preguntas que al no tener respuesta en el marco del relato impiden que el espectador pueda articular estos segmentos con el resto de la historia de un modo coherente. Caben destacarse las actuaciones y la fotografía del film, realmente logradas en casi todos los casos. Pfening, quien tiene a su cargo el personaje de Fontana joven da buena encarnadura al militar, si bien en algunos momentos se acartona un poco, sobre todo en los diálogos.
Causas tontas, sentimientos pasajeros El relato tiene la principal dificultad de presentar una anécdota que mejor hubiese servido a una duración de cortometraje, debido a la modesta dramaticidad con que se manifiesta ante el espectador y el modo en que luego pretende desarrollarse. Desde el punto de vista formal el argumento presenta un defecto injustificable: la inconsistencia. La combinación de causa insignificante del conflicto y sentimientos amorosos profundos entre los personajes, producen desde el inicio un desenvolvimiento inverosímil del drama propuesto. Las causas de un conflicto amoroso en la ficción deben estar en proporción directa con los sentimientos amorosos expresados por sus protagonistas; de modo tal que si las causas son de poco peso narrativo, resulta inexplicable que los sentimientos sean entonces tan profundos. A causas tontas, sentimientos pasajeros. Respecto del desarrollo, es de lamentar la aparición brevísima y errática de personajes secundarios que, de disponer de mayor espacio dramático, hubiesen podido enriquecer significativamente una trama ya de por sí superficial e inverosímil. Una vez planteado el drama, el relato pretende poner en paralelo las peripecias protagonizadas por cada uno, pero dicho paralelismo resulta insatisfactorio, debido probablemente a que la correlación con la historia de Florencia se demora excesivamente, lo que resta una buena porción del ritmo dramático narrativo. Por otra parte, el trabajo actoral ha sido bastante descuidado, no sólo por una deficiente labor actoral en los protagonistas, como en algunos personajes secundarios, sino por una –a mi juicio- equivocada tarea de trabajo con los actores para plasmar la conflictividad que plantea el argumento. En tanto el amor no ha sido expresado cinematográficamente, sino sólo afirmado desde el discurso verbal, el relato no llega a convencernos genuinamente de esa unión profunda, mágica y especial, a la que todos los amigos de la pareja hacen referencia. Este mantenerse las relaciones en un puro nivel de la palabra, imposibilita una identificación visceral entre el espectador y los personajes, fundamental para convencer al espectador de la legitimidad del conflicto propuesto y la necesidad de la unión de los amantes. En el terreno de la ficción dramática (teatral o cinematográfica) no alcanza con decir que existe una unión especial entre dos sujetos, ni alcanza con que un personaje diga que ama a otro, esos sentimientos deben plasmarse y emanciparse del terreno de lo verbal, sin lo cual son apenas sentimientos truncos, prisioneros del lenguaje, pero nunca emociones. Cabe, sin embargo, destacar la labor de Mario Pasik, así como la lograda secuencia de montaje final, que se ha logrado con dignidad.
El amor en la era de la fobia social La vida moderna hipertecnologizada y los fracasos de pareja han hecho de Mariana y Martín dos jóvenes socialmente fóbicos. Mariana es arquitecta aunque trabaja de repositora de vidrieras en un local fashion. Su frustrado crecimiento profesional va de la mano del truncado desarrollo afectivo y personal. No ha podido –como ella misma dice- construir nada sólido o habitable, ni en lo urbanístico ni en el ámbito de las relaciones interpersonales. Martín es un diseñador de páginas web que se ha adecuado a la vida virtual y cómoda de las interacciones informáticas que le permiten prácticamente no tener contacto con el mundo exterior. El relato va desarrollando cada una de estas situaciones y mostrando los diversos entrecruzamientos entre los personajes, cuya función es mostrar al espectador la identidad en los caracteres y la tragedia de la vida de dos sujetos destinados a estar juntos pero existir por separado. La película responde correctamente a la estructura clásica del género de la comedia romántica: una unidad originaria, separada por la fatalidad, pero al mismo tiempo destinada a reunirse finalmente por medio de una serie de peripecias. Pese a reproducir un esquema tradicional, el relato presenta una interesante frescura en el tratamiento del contenido al tematizar como núcleo narrativo el contexto del aislamiento individual y el reemplazo de las relaciones personales por la tecnología. Al contrario de las comedias románticas norteamericanas del mismo género (Amigos con derechos, sólo por mencionar la más reciente) donde se enaltecen las relaciones mediadas por interfases tecnológicas, al mismo tiempo que se pone como único valor posible el desarrollo individual, el film argentino toma como núcleo conflictivo precisamente dichas mediaciones. Gustavo Taretto desarrolla inteligentemente las limitaciones patéticas de un mundo contemporáneo aislante, alienante, que por un lado permite incrementar el consumo de tecnologías que permitirían un mayor contacto con nuestros amigos y familiares, al tiempo que nos quita la posibilidad real de tomarnos ese tiempo para hacerlo. El film, sin embargo comete –a mi juicio- dos errores: en primer lugar, se redunda por demás en enfatizar los desencuentros entre los personajes. En segundo lugar, el desenlace resulta demasiado precipitado, lo cual termina dando la impresión de un final artificial a lo deus ex machina. No obstante, el argumento está plagado de monólogos en voz en off muy eficaces y bien resueltos, tanto en forma como en contenido. Cabe destacar además la excelente musicalización. Una buena oportunidad para ver una comedia romántica diferente.
Un casamiento echado a perder Leonora ha planificado su fiesta de boda con Adrián hasta el último detalle. Y habría sido la fiesta perfecta… si el novio hubiese querido casarse. La trama se desata el día de la fiesta cuando Adrián y Leonora reciben como obsequio unos tradicionales anillos que se han heredado de generación en generación garantizando la felicidad y perdurabilidad de las parejas que los han usado. Adrián inmediatamente pierde los anillos, lo cual desemboca en una incesante y estrafalaria búsqueda en complicidad con varios de sus amigos y familiares. A pesar de una anécdota excesivamente modesta y previsible para el espectador -como la pérdida de los anillos- el film no obstante se desenvuelve dignamente gracias a las excelentes actuaciones, y también a un buen ritmo narrativo que impone desde el comienzo. El relato tiene -a mi modo de ver- dos grandes defectos que impiden que se constituya en una gran comedia: en primer lugar, la elección de una situación conflictiva de poco peso que no alcanza para sustentar estructuralmente el todo orgánico de la narración. Desde el comienzo aparece mencionado por parte de Leonora la supuesta negativa a casarse del novio, tema que realmente no se desarrolla en lo más mínimo, y que probablemente hubiese dado, junto a la pérdida de los anillos, una mayor encarnadura al conflicto cómico. El extravío de los anillos sin el apoyo de unos objetivos claros por parte del personaje masculino pierde demasiada fuerza, deviniendo en una anécdota de pequeña monta. Si el film sale indemne de esta situación poco afortunada es por mérito del director Ariel Winograd y de su tacto y buen ritmo para la narración. El segundo gran defecto es una focalización demasiado mezquina sobre la historia de los protagonistas, sin establecer o fortalecer historias secundarias entre personajes de gran riqueza que hubiesen merecido mayor desarrollo y exposición dramática. Creo que se han desaprovechado la enorme cantidad de excelentes actores que encarnan a los personajes secundarios; que no tienen más que pocas líneas y pocas situaciones para sacarles jugo. A pesar de todo ello, Mi primera boda es muy divertida y se luce con algunas escenas muy bien realizadas.
De la abundancia al hastío Emma es una inmigrante rusa que llegó a Italia para casarse con un rico industrial italiano. Veinte años más tarde tiene tres hijos y un matrimonio que la aburre. Conoce a Antonio, un amigo de su hijo, con quien comenzará a mantener un apasionado romance, que pondrá en crisis toda su estructura familiar. El amante pretende narrar la historia de un personaje de dimensiones bovarianas -Madame Bovary se escribió hace tiempo- que, cansada y hastiada de una vida insulsa, decide embarcarse en una aventura que al mismo tiempo destruirá a su familia y le permitirá emanciparse de un matrimonio sin amor. Si bien el relato se supone que focaliza la historia de Emma Recchi, la introducción de la película es un poco ambigua en este aspecto y pone -a mi juicio- demasiado énfasis en temáticas que luego serán meramente secundarias: el traspaso de la empresa y la nueva novia del joven Eduardo. Ambas temáticas se desdibujan a lo largo del film de modo inexplicable. No obstante, el trabajo de Tilda Swinton (Emma) es destacable, aunque el director Luca Guadagnino no ha sacado todo el provecho desde el punto de vista del desarrollo del personaje. La potencialidad de un personaje que promete queda finalmente sólo en la promesa. El relato resuelve los grandes conflictos planteados de modo abrupto, caprichoso e inverosímil, sin darles el espacio dramático que ameritan, sobre todo si se tiene en cuenta el extenso desarrollo que se toma el director para incrementar cada una de las historias.
Lo obvio y lo obtuso Con una familia en crisis, Tom Popper parece estar destinado a repetir los mismos errores de su padre: promesas incumplidas, ausencias permanentes, etc. Muerto su padre, Tom se entera de que ha recibido como herencia una extraña caja como souvenir de uno de los famosos viajes por el ártico: un grupo de pingüinos. La convivencia con las pequeñas aves acuáticas en un principio se torna imposible, pero finalmente termina aleccionando al propio Tom, quien consigue reencontrarse con su familia. Pese a que Los pingüinos de papá consigue algunos momentos (escasísimos) de comicidad, no llega a resultar un producto convincente o interesante, ni siquiera teniendo en cuenta el target infantil al que está dirigido. Las causas de estos defectos son diversas: la vulnerabilidad estructural del relato; el diseño de situaciones cómicas excesivamente mecánicas y previsibles, y hasta la desbordada comicidad gestual de Carrey. En cuanto a los problemas estructurales del film podemos señalar dos grandes aspectos: por un lado la inconsistencia en el desarrollo del conflicto y por otro la poca sustancia de los desenlaces tanto de los conflictos principales como secundarios. Si bien el relato comienza con la exposición de la crisis familiar de Tom (Jim Carrey), heredada de su propio vínculo fallido con el padre, ésta comienza a desdibujarse con la incorporación de los pingüinos a la dinámica familiar, una especie de resolución mágica a problemas emocionales profundos. Es decir, que se desequilibra permanentemente la relación, ya de por sí delicada, entre los dos conflictos que se pretenden coordinar: Tom y los pingüinos; Tom y su familia. A la inconsistencia del conflicto principal, se agregan otros de orden secundario como los inconvenientes con el vecino y con el guardián del zoológico. En el primer caso, el conflicto queda inconcluso y en el segundo se dilata tanto el enfrentamiento que cuando reaparece hacia el último tramo de la película pierde toda su potencialidad. Esto se debe probablemente a la acumulación innecesaria de incidentes menores (con los jefes de la empresa, con la dueña del restaurante) que estorban el desarrollo natural de un relato que hubiera sacado más réditos de la sencillez de los recursos narrativos que de una abundancia artificial y extremadamente desarticulada. El segundo aspecto problemático lo constituye el desenlace excesivamente artificial que termina por destruir toda posible dramaticidad, y que se origina a partir de la aparición de la carta perdida del padre de Tom hacia el último tramo del film. Es decir, que el conflicto que justifica toda la película es resuelto finalmente con la aparición casual de un objeto que ha estado fuera de la trama en un noventa por ciento. Se sostendrá que es un film para niños y que dada esa dirección sería posible condonar ciertas licencias formales. Respondo a esa apreciación con dos argumentos contrarios: si la idea fue motivar la risa de los niños, no creo que el empleo de pingüinos haya sido la mejor decisión dada la inexpresividad facial de este tipo de aves que las torna absolutamente inadecuadas en las situaciones cómicas, las cuales quedan siempre a cargo de Jim Carrey. Más eficaz, probablemente, hubiese sido la utilización de mamíferos (osos, tigres, leones, etc.). La única justificación –al menos desde el punto de vista narrativo- es que estos animales del film establecen lazos duraderos y firmes durante largo tiempo, en oposición a lo que ocurre entre el protagonista y su padre. Por otra parte, la suma innecesaria de conflictos entorpece el único que el espectador infante podría significar o sea el del vínculo paterno. En consecuencia, se trata de una historia obvia e inverosímil para los adultos; un relato confuso para los niños.
Dos extraños conocidos El amor de Robert, ópera prima del director Nicholas Fackler, trata sobre el romance entre dos personas mayores; el redescubrimiento del amor entre dos personas que por diversas razones parecen encontrarse transitando en solitario el ocaso de sus vidas. Sin embargo, nada aquí es como parece. Repentinamente, el apacible mundo de Robert (Landau) se modifica cualitativamente: la vida solitaria finaliza cuando al llegar del trabajo encuentra a Mary (Burstyn), la vecina de enfrente, en su casa. Pero algo raro ocurre con ella, su modo entusiasta -casi agresivo- de insistir en el vínculo con Robert y la extraña familiaridad con la que actúa sorprende al espectador, quien finalmente comenzará a entrever el secreto que Mary oculta. Hay grandes aciertos en la producción: desde las extraordinarias caracterizaciones de Landau y Burstyn, la muy acertada musicalización, hasta el tono narrativo del comienzo que preanuncia una historia sencilla sin pretensiones exageradas y de correcta factura, lo cual resulta infrecuente en una ópera prima. Lamentablemente, ese comienzo preanunciado se desvanece en el último tercio del film con un desenlace excesivamente desconcertante e injustificado. Más ruidoso que efectivo; más espectacular que coherente, desanda un camino prudente pero sólido, sencillo aunque emotivo. La propuesta remite a aquellas producciones como Pánico en la escena (Alfred Hitchcock); El sexto sentido (M. Shyamalan) o Los sospechosos de siempre (Brian Singer), cuyos finales sorpresivos son precisamente el golpe de gracia del film, lo que en la jerga hitchockeana se denomina el whodunit. Sabemos que Hitchcock desaconsejaba este tipo de desenlaces (a pesar de haber realizado él mismo uno de ese tipo) por considerarlo excesivamente trabajoso y poco creíble narrativamente. Por supuesto que existen excepciones, Los sospechosos… es un excelente thriller, magistralmente realizado. Quizás la diferencia es que el final parece ser más orgánico, aún en la sorpresa que produce en el espectador. Esto es lo que no ocurre con el film de Fackler. Su desenlace no maravilla, aturde. Creo que de todas formas vale la pena rescatar los trabajos actorales de Landau y Burstyn. Excelentes.
El camino del eterno retorno Javier es un talentoso y ensimismado guionista de cine que ha utilizado siempre la imaginación para superar la sordidez de una realidad demasiado insoportable para un espíritu poético y dañado como el suyo. El relato de Juntos para siempre comienza cuando su pareja, Lucia, decide abandonarlo, pero lejos de deprimirse Javier sustituye ese mismo día a Lucia por la secretaria de su dentista, Laura. La sustitución es literal no sólo porque la muchacha acepta que él la llame Lucía, (acepta vestirse con la ropa de la ex-pareja que Javier todavía conserva) sino que Laura comienza a mimetizarse con la Lucía que Javier proyecta como ideal. El film abunda en grandes actuaciones, aunque vale la pena destacar las excelentes y sutiles interpretaciones tanto de Peto Menahem como Florencia Peña. La inexpresividad –expresiva- de Menahem contrasta, sin embargo, con esos ataques de sinceridad patéticos y fulminantes que despliega en la escena. Por su parte, Peña nos sorprende con una caracterización atípica, no desde lo superficial de la imagen, sino desde la profundidad de su psicología: la imagen excesiva y grandilocuente, estertórea en cuerpo y voz, a la que nos tiene acostumbrados la actriz en el medio televisivo son sólo una carcasa, una mera apariencia, que se desmorona ante la contundente sinceridad de Javier. Luego de estas pronunciaciones se desbarranca toda la impostura de su voz, de su carácter y queda únicamente la tremenda y conmovedora vulnerabilidad de un ser tan necesitado de amor que es capaz de renunciar a su identidad a cambio de sentirse amada. Especialmente logrados resultan los diversos paralelos que se pueden establecer entre la biografía de Javier y la ficción que él va perfeccionando en la medida en que el enunciador del film (encarnado por la madre de Javier) va develando la propia historia del guionista. Podríamos denominar a este paralelismo fundamental el disfrazar el presente de pasado. Este paralelismo se da en dos direcciones: en la dirección de la historia romántica que el film relata, donde el protagonista pretende transformar a Laura (su presente) en Lucía (su amor ya pasado); y por otra parte tenemos un doble paralelismo sobre un mismo eje relacionado con la biografía de Javier y su historia de abandonos, donde encontramos nuevamente esta idea de maquillar el presente con las formas de pasado: el abandono de Lucía/abandono de la familia por parte del padre en la ficción inventada por el escritor (presente de Javier) por el abandono padecido por Javier por parte, primero de su padre biológico y finalmente de su padre adoptivo (pasado del protagonista). A través de estos paralelismos y superposiciones de los acontecimientos, el protagonista aparece como condenado a repetir en la realidad y en la ficción una y otra vez la misma historia: primero como víctima y luego como victimario.
El predominio de la fascinación Kung fu panda 2, dentro de su género, parece tenerlo todo. Es, e incluso el doblaje (a cargo de actores profesionales, y no de meros dobladores, como suele ser la costumbre) está bien cuidado de modo tal que los chistes verbales afortunadamente no se pierden ni por la traducción ni por la interpretación, defecto que suele afectar de modo característico a gran parte de las películas infantiles dobladas al español. En esta segunda entrega Po, ya consagrado como Guerrero Dragón, deberá sortear la última de las pruebas y hallar la paz interior. En tal peripecia descubrirá la verdad sobre sus padres para poder salvar a toda China del ambicioso Lord Shen y de su temible arma destructiva. El único defecto que presenta Kung fu panda 2 es -a mi juicio- la debilidad de las relaciones entre los personajes. Las relaciones que establece Po con sus compañeros, con su maestro, e incluso con su padre adoptivo, se desarrollan en un terreno de notable superficialidad, no en el sentido de la intrascendencia, sino precisamente en el de una ausencia de profundización de los vínculos interpersonales. Pareciera que los personajes presentaran diversas complejidades individuales, pero sólo se mueven en el estricto universo de su esfera individual. Po tiene un vínculo afectivo explícito con su padre, con sus compañeros y con su maestro, pero todas estas conexiones emocionales parecen excesivamente forzadas, meramente formales. Entre la película anterior y esta segunda parte habría sido interesante profundizar sobre la interacción de Po con sus compañeros, quienes son prácticamente un mero paisaje secundario de las cosas graciosas que le suceden al protagonista. Hay dos personajes, con los que Po parece estar predispuesto a fortalecer tales vínculos: su padre Ping, y Tigresa. Sin embargo, esto no llega a suceder por diversos motivos. En el caso de Tigresa, una relación que podría haber dado para ahondar en las historias personales de cada uno (y en una mayor conexión entre los personajes) queda truncada y sin continuidad. Todo se remite a un abrazo inesperado que es casi más gracioso que emotivo. Por otra parte, la escena que pretende ser la de mayor intensidad emocional -la escena entre Po y su padre adoptivo- parece más bien una fórmula automática de resolución que un verdadero movimiento del relato. De allí que las situaciones de mayor impacto emocional estén asociadas, en casi todos los casos, a momentos de desborde y despliegue visual vinculados con la acción y no con la emoción o con las relaciones. Este defecto narrativo, no obstante, no parece ser exclusivo de la película sino una característica de estilo que se ha podido apreciar en otras producciones anteriores de Dreamworks, sobre todo en comparación con la otra gran productora de contenidos infantiles animados, Pixar de Disney. Precisamente, una de las características de las obras de Pixar es su notable énfasis en las relaciones afectivas interpersonales, sin perder un ápice de impacto visual o de desarrollo de la acción. Hay una habitual creencia –errada desde todo punto de vista- de que la emoción afectiva protagonizada por los personajes entorpece la acción, su dinámica, etc. Hace ya bastantes años que la empresa de Disney, más que la propia Disney, ha dado pruebas contundentes de que la acción de personajes, involucrados afectivamente unos con otros, no sólo no entorpece sino que incluso otorga a la acción la verdadera dimensión dramática, que no está ligada con el hacer, sino con el querer. Recomendación: aunque la película viene en versión 3D, dicho formato no modifica demasiado la percepción del film, que podrá apreciarse sin inconvenientes en las dos dimensiones tradicionales.
Rebelión en la fábrica Rebelde con pascuas (Hop) es una mezcla de personajes animados y personajes reales. Su director Tim Hill, quien viene incursionando en los programas animados televisivos como Bob Esponja, entre los más conocidos, presenta en esta oportunidad una historia entretenida y bastante efectiva en sus objetivos básicos, sobre todo teniendo en cuenta que es una historia para niños muy pequeños. E.B. (Easter Bunny) es el hijo del conejo de pascuas, y heredero de la tradición que su padre quiere delegarle. Pero E.B. tiene otros planes, quiere ser baterista de rock, y se escapa al mundo de los humanos para hacer carrera. Allí conocerá a Fred, un joven humano, quien padece el síndrome de Peter Pan, negándose a establecerse en un trabajo mediocre pero seguro. La historia entre ambos comienza cuando Fred arrolla accidentalmente a E.B. con su auto y decide llevárselo a vivir con él. A partir de ese momento, su vida se trastoca dando lugar a un sinfin de disparates y situaciones alocadas. Entre los puntos débiles del film quizás el más problemático sea el doblaje tanto de los personajes animados como el de los reales. Es sabido que en los productos de animación el ítem de las voces es un asunto decisivo a la hora de producir un impacto cómico y pregnante en los espectadores (recuérdense Cars, The Incredibles entre los grandes hallazgos de doblaje en los últimos tiempos). En el caso de Rebelde… el doblaje neutraliza muchos de los momentos potencialmente graciosos del film. Téngase en cuenta que en la versión sonora original las voces de los personajes animados han sido grabadas por celebridades destacadas como Hugh Laurie (Doctor House) y Hank Azaria (creador de varias voces en The Simpsons). En segundo lugar, considero antipática la confrontación entre Carlos, líder de los pollitos obreros y el papá conejo de pascuas, presidente y dueño de la empresa. La caracterización de Carlos, como un capataz sin escrúpulos que se arroga el liderazgo de unos pollitos completamente manipulables sin capacidad de decisión, caricaturiza de forma desagradable los conflictos entre los sindicatos de los trabajadores y los oligopolios económicos.