James Wan combinado con un premiado corto sueco de terror da lugar a una historia más escalofriante que original. Unos buenos sustos y una consigna inspirada compensan por lo barato del resto del guión. El cine de terror de esta época es muy reconocible: a pesar de que la ambientación casi siempre cambia, los ritmos son parecidos, los roles de los personajes son parecidos y los escenarios son parecidos, sólo por nombrar algunas cosas. Los nombres de los responsables también son siempre los mismos, y a pesar de que esto suena como algo negativo, no lo es. Si algo te sale bien deberías seguir haciéndolo, y este es el caso de James Wan. No sólo como director sino en guión y producción, su presencia ha obligado al cine de terror mainstream a encasillarse en una fórmula que sólo él sabe hacer funcionar. La familia de Becca (Teresa Palmer) está alterada hace tiempo: Sophie (Maria Bello), su madre vivió con depresión casi toda su vida y la convivencia se fue volviendo cada vez más complicada. Es por esto que se mudó a un departamento, pero su hermano menor, Martin (Gabriel Bateman), debe quedarse con Sophie en su oscura casa. En ella sólo viven madre e hijo, pero él percibe una presencia amenazadora que sólo aparece en la oscuridad y habla con su mamá por las noches. Becca se entera de esto y para apoyar a su familia decide quedarse a dormir en la casa, una idea que es tan mala como parece. El origen de esta película es interesante. En el año 2013 se lanzó un corto llamado Lights Out, de origen sueco. Dura sólo 3 minutos, que alcanzan y sobran para hacer que el espectador salte de su asiento (después de 2:30 minutos de tener el corazón en la garganta). El perfecto ritmo del terror tapa los errores en la hechura, y la buenísima idea sobre la que se construyó le valió al director un contrato para dirigir una película entera con el mismo gimmick. Él se llama David F. Sandberg, y Lights Out es su primer trabajo en cine. El gran James Wan, conocido por dirigir El Juego del Miedo (Saw, 2004) y El Conjuro (The Conjuring, 2013) la produjo. Ninguno de los actores es muy célebre (algo que suele pasar en el cine de terror). En el papel de Becca se encuentra Teresa Palmer (Warm Bodies, 2013) y a su hermano Martin lo interpreta Gabriel Bateman, que ya trabajó con James Wan en Annabelle (2014). La actriz que le da vida a Sophie es Maria Bello, conocida por La Ventana Secreta (Secret Window, 2004) y La Sospecha (Prisoners, 2013). Si bien hay un límite para los temas que puede tocar el cine de terror, a veces deberían dejar que una idea sea olvidada para copiarla. [Spoilers de The Babadook] En la película australiana The Babadook, estrenada en 2014, también se hace un paralelo importante entre las enfermedades mentales y la presencia de figuras oscuras en la casa. La tristeza por la pérdida de un ser querido lleva a la madre a permitirle la entrada a un terrible monstruo, pero nada de esto es verdaderamente aparente hasta el último minuto de la película, y ni siquiera entonces está explicitado. La manera en que esta misma comparación aparece en Lights Out es, por lo menos, burda, y el mensaje que transmite es mucho menos esperanzador y útil que el incluido en The Babadook. A pesar de esto, muchos de los sustos surten efecto y, sin ser una obra de arte, Lights Out logra lo que se propone: darle al público 81 minutos de absoluta tensión.
Con una trama tan llena de clichés como de ternura, esta película es un sí para cualquier amante de los animales. Hay fórmulas que se repiten en muchos géneros distintos, para espectadores de todo tipo. Desde la serie de TV Starsky & Hutch (1975) hasta las películas de Hombres de Negro (1997), la dupla principal de amigos/enemigos forzados a trabajar juntos acompaña a todos hace generaciones. Se llama buddy flick y es una receta súper dinámica, maleable y que sigue funcionando a pesar de haber sido gastada hasta el hartazgo. Es, si se lo examina con una lupa más snob, una de las ideas más simples e infantiles que el cine utiliza: ya es aburrido hablar sólo de la amistad. Muchas culturas la han aprovechado, y es esa moldeabilidad la que la llevó a ser uno de los temas más fuertes del cine para niños. Si lo hicieron funcionar con un vaquero y un astronauta, con el mejor amigo del hombre la trama está casi regalada. Max (Andrés López) es un Jack Russell Terrier que adora a su dueña. Al igual que cualquier perro, la extraña cuando se va, festeja cuando llega y aprecia cada momento que puede pasar en su compañía, pero cuando ella rescata a un Newfoundland llamado Duke (Martín Campilongo), su vida cambia por completo. La convivencia se hace imposible, y la dureza con la que compiten por un lugar en la casa es feroz. Durante un paseo, una pelea los lleva a alejarse del canil y perderse. Cuando sus mascotas vecinas se dan cuenta, se aventuran a las calles de Nueva York para encontrarlos. El diseño de personajes que el director Chris Renaud incluye en sus películas es siempre exageradamente caricaturesco y ya, después de cuatro colaboraciones con Illumination (Despicable Me -2010-, The Lorax -2012-, Despicable Me 2 -2013-) comienza a definir el estilo de la empresa. Sus antecedentes como ilustrador y dibujante de comics le permiten participar en lo visual y creativo más que a otros directores sin esa experiencia. La ciudad de Nueva York está ya quemada en las retinas del público, sin embargo The Secret Life of Pets logró mostrarla más colorida y alegre que nunca. El trabajo de voces en español latino es excelente: una de las cosas que en el cine de animación está mucho más cuidada que en el live-action. La voz de Max fue prestada por Andrés López, un comediante colombiano que comenzó su carrera con el stand-up. Lo acompaña el argentino Martín ‘Campi’ Campilongo, también comediante pero de televisión. En la versión original los interpretan Louis C.K. y Eric Stonestreet. Muchos han comparado la trama de esta película con la de Toy Story (1995), pero aunque haya similitudes entre ambas, cada una tiene sus particularidades. Al igual que con la serie Wilfred (2011), es fácil atraer a la gente con chistes de perros o en este caso, de mascotas en general, pero no es ese el pilar que sostiene a La Vida Secreta de Tus Mascotas. Si estuviera protagonizada por humanos no sería menos divertida, ya que las personalidades de los personajes están bien definidas y generan situaciones graciosas independientemente de la cantidad de patas que tengan.
El intento de volver a traer a Tarzán a la gran pantalla es un fracaso tanto en la teoría como en la práctica. El mundo ha evolucionado tanto que un hombre así de perfecto ya no puede funcionar en ningún tipo de narración. Hay personajes que nunca mueren. Con más de 100 años de vida, Tarzán de los Monos es una de esas figuras que acompañan a la humanidad hace tres generaciones. Su primera aventura fue escrita por Edgar Rice Burroughs en 1912 y publicada en una revista. Su popularidad aumentó muchísimo, llevando a Burroughs a completar 25 libros que relataron las historias del hombre-mono. En latinoamérica es tal vez más conocido por la adaptación que Disney hizo en el año 1999, pero la cantidad de productos anteriores es inmensa: los abuelos de cualquier espectador seguramente crecieron con, por lo menos, un libro de Tarzán en su biblioteca. La situación en Congo es complicada. El Rey Leopold de Bélgica, un reino con serios problemas económicos, organizó una red de trenes que ayudará a la zona a prosperar, pero muchas aldeas están siendo atacadas y sus habitantes, secuestrados. Tarzán (Alexander Skarsgard), el niño amado de África, es ya un aristócrata inglés hace años, y el Rey Leopold busca su bendición para esta campaña, frente a los medios. Durante esta reunión, entra en escena John Washington Williams (Samuel L. Jackson), un norteamericano que sospecha que la red de trenes en Congo es una operación sucia para esclavizar a sus habitantes. Al escuchar esta idea, Tarzán decide viajar e investigar la situación. Al mismo tiempo, el Capitán Rom (Christoph Waltz) es enviado a África para obtener las Joyas de Opar, que ayudarán al gobierno belga a pagar sus deudas, pero sólo las conseguirá después de entregar a Tarzán vivo al jefe de la tribu (Djimon Hounsou). La carrera del director, David Yates, no es estelar en cuanto a performance, pero aún así se lo considera exitoso: las últimas cuatro películas de Harry Potter fueron dirigidas por él. Su trabajo en La Leyenda de Tarzán es lastimoso. No sólo crea escenas de transición completamente olvidables, sino que las secuencias de acción obligan al espectador a escanear la pantalla constantemente en busca de información para entender semejante desorden. Todo sucede en partes distintas de la pantalla y a gran velocidad, y esto genera una incomodidad que no termina hasta el final de la película. Si no fuera por el trabajo de Samuel L. Jackson, La Leyenda de Tarzán sería absolutamente insoportable. Ni siquiera Christoph Waltz, que una vez más debió meterse en el papel de un villano medio pelo, logra reflotar esta combinación de fracasos. Alexander Skarsgard, a pesar de encajar bien con el Tarzán que buscaron representar, hace un muy mal trabajo en cuanto a actuación, al igual que Margot Robbie, que tampoco tuvo muchas oportunidades de mostrar su habilidad. El personaje de Tarzán ya no funciona. En su origen era una suerte de Superman, un hombre casi perfecto físicamente, exageradamente inteligente y sufrido, que defiende a los débiles y odia a los malvados. En el año 2016 es difícil incluir un comodín como este, el público pierde interés frente a héroes tan perfectos. La batalla entre el bien y el mal atrapa sólo a los niños, y es posible que el asunto de la esclavitud incluido en La Leyenda de Tarzán no sea entendido o apreciado por ellos. El intento de traerlo de vuelta al cine actual es admirable, pero sólo va a ser un personaje atractivo cuando se lo baje de la nube y se lo traiga al mundo real como al resto de esos super-hombres tan celebrados el siglo pasado.
Muchos autores para niños se apoyan en temas más bien adultos u oscuros, y uno de los más reconocidos en este aspecto es el inglés Roald Dahl. Sus obras más conocidas son Matilda, Jim y el Durazno Gigante, Charlie y la Fábrica de Chocolate y Fantastic Mr. Fox. Fueron llevadas al cine en 1996, 1996, 2005 y 2009 respectivamente. En los países de habla inglesa se lo conoce más por sus libros, pero en Argentina fueron estas películas las que lo hicieron célebre, y en ellas se mantuvo perfectamente el espíritu crítico del autor. Para sumarse a esta lista llega El Buen Amigo Gigante, otra historia de aventuras, valentía y amistad. En el medio de Londres hay un orfanato de niñas. Son las 3am y Sophie no puede dormir. De repente, ve por la ventana a una figura enorme, encapuchada, que se da cuenta de su presencia y la abduce. Se escapa de la ciudad corriendo a gran velocidad y la lleva a su cueva en un país desconocido para ella: El País de los Gigantes. Pero no es él el único que vive ahí: hay nueve gigantes más, no tan amables como él, que harán todo lo posible para comérsela. La filmografía de Steven Spielberg es extensa, para decirlo corta y claramente. En sus casi 60 años de carrera no ha hecho más que crear éxitos, tanto en cuanto a franquicias como a películas de una sola entrega. Su trabajo fue, a lo largo de los años, analizado hasta el hartazgo, probando que incluso en pequeñas secuencias, la lógica con la que procede es creativa y efectiva. Muchas de sus películas, que van desde el drama más triste hasta la comedia más graciosa, han creado personajes tiernos o aventureros, amados hasta el día de hoy, como E.T. (1982) o Indiana Jones (1984). Sin duda traerá con éxito toda la afectuosidad que el Buen Amigo Gigante tiene para ofrecer desde el lanzamiento del libro, en 1982. A pesar de que The BFG está formada por un equipo de grandes nombres, el hecho de que muchos sólo aporten su voz le jugó en contra a esta película. En la piel del gigante se encuentra Mark Rylance, un actor con poca carrera reconocida en latinoamérica pero que entró al radar luego de ganar un Oscar a Mejor Actor de Reparto en 2016 por su papel en Bridge of Spies (2015). Lo acompaña Ruby Barnhill, una niña que recién incursiona en el cine pero que muestra capacidad y potencial. Penelope Wilton, una genia del escenario y de la pantalla británica le da vida a La Reina. El resto del equipo no aparece en carne y hueso, sino que se hizo motion-capture para incluirlos en el papel de los gigantes. Ellos son Jemaine Clement y Bill Hader, famosos cómicos conocidos por Flight of the Conchords y Saturday Night Live respectivamente. La teatralidad con la que todos trabajan estaría fuera de lugar en una película seria pero el imaginario de Roald Dahl sólo puede ser representado así: entre lo cálido y lo absurdo. Es difícil llevar a la pantalla grande una historia con tantos matices como esta. Como cuando uno, ya grande, vuelve a ver películas de su infancia y entiende todas esas pequeñas críticas al mundo, The BFG no es sólo un cuento divertido con palabras mal escritas. El mensaje anti-guerra y las críticas a la hipocresía humana se esconden entre un montón de situaciones graciosas e ingeniosas comparaciones como sólo Roald Dahl puede dar. No es raro que este costado más oscuro se haya dejado de lado, aún manteniendo una gran parte de la violencia y drama que el libro contiene (en dosis que los niños son capaces de tolerar). La obra original fue publicada en 1982, por lo que la generación que creció leyéndola estará seguramente agradecida de la fidelidad con la que se hizo la adaptación y volverá a sentir el asombro que el País de los Gigantes causa.
Ghostbusters no es terrible ni genial, es sólo una historia creada con cariño por la original. La negatividad con la que se recibió la noticia del relanzamiento de Cazafantasmas (Ghostbusters, 1984) es casi insólita. La proporción de Me Gusta y No Me Gusta en el trailer subido a YouTube el año pasado es similar a la del video Friday, de Rebecca Black (caso en el que algunas comunidades online se pusieron de acuerdo para llenarlo de pulgares para abajo). Muchos dicen que es a causa de la misoginia del público, otros creen que la película tiene tintes racistas, pero la mayor parte del puntaje negativo previo al estreno tiene que ver con el miedo que se le tiene a las remakes y reboots. Muchas han salido mal, otras salieron tan bien que nadie recuerda el corpus original y en todo caso, a veces es difícil encontrar equipos en Hollywood que sean tan fans de algo como el colectivo que consumirá el nuevo producto cuando salga. Erin (Kristen Wiig) y Abby (Melissa McCarthy) fueron muy amigas en una época. Su amor por lo sobrenatural las llevó a escribir un libro juntas, pero años después la reputación de Erin como profesora se verá manchada por este antecedente. Así vuelven a encontrarse, y cuando el dueño de una mansión aparentemente embrujada las llama desesperado dejarán sus problemas de lado para ver, como siempre quisieron, un fantasma de verdad. Se les unirán Patty (Leslie Jones) y Holtzmann (Kate McKinnon), formando un equipo con lo justo para mantener bajo control la plaga de espectros que acosa Nueva York. La carrera del director, Paul Feig, tiene mucho que ver con la comedia y poco con lo sobrenatural. El tipo de chick-flick cómico que caracteriza a esta década conoce a Feig muy de cerca: Bridesmaids (Damas en Guerra, 2011), The Heat (Armadas y Peligrosas, 2013) y Spy (2015) son todas parte de su CV. Lo acompañó como guionista Katie Dippold, con antecedentes interesantes como su participación en programas de tv como Parks and Recreation y MADtv. Esta dupla justifica perfectamente el tipo de comedia que la nueva Ghostbusters es: muy moderna, muy improvisada y llena de momentos a lo Saturday Night Live. Esto le juega en contra en muchas ocasiones, ya que se hacen muy notorios los saltos entre partes improvisadas y chistes preparados. Es un problema muy común en este tipo de humor, y el montaje siempre ayuda a maquillar el error pero no fue posible con la reboot de Ghostbusters. Las actuaciones del equipo principal son lo esperable: ridículas y forzadas, que es lo que se usa en las comedias hoy. El papel de Chris Hemsworth es más interesante que lo que el trailer sugiere y, en la ridiculez generalizada de las actuaciones se lo ve tan entretenido como al resto del elenco. El afecto de los involucrados por la franquicia es algo muy evidente en esta película: si todo el público la recuerda con tanto cariño, los comediantes más. Es imposible superar a una película tan querida como Ghostbusters. La primera entrega tiene ya 32 años, por lo que va quedando vieja para la nueva generación. La ausencia de chistes cerdos (está categorizada como PG-13) ayudará a que los que no pudieron disfrutar la película original, por la razón que sea, tengan una vista a lo que la franquicia cazafantasma tiene para ofrecer. Como cualquier comedia de esta época, Ghostbusters solamente puede ofrecer unas cuantas risas entre el título y los créditos, pero eso es más o menos lo que ofrece cualquier película de este género en cualquier época. Pretender una obra maestra de algo que no es más que un montón de gags juntos es ridículo, y odiarla también. Ninguna infancia será arruinada y tal vez hasta mejore la de los más jóvenes que por primera vez en su vida conocen a los Cazafantasmas. No falta la sensación de ser parte de una gran aventura, ni esa alegría que da ver a los protagonistas evolucionar: Ghostbusters no es terrible ni genial, es sólo una historia creada con cariño por la original.
Actuaciones excelentes y ambientación perfecta decoran una historia más feliz que graciosa. El ridículo es un tipo de humor muy humano. A pesar de lo común que es reírse del feo, del gordo, del tonto, del que se cayó al piso o del que se equivocó, está a un pasito de ser bullying. El humor cringe (relacionado a la vergüenza ajena), que está en su apogeo hace un par de años (tanto que en eventos como el stream de la E3 se lo solicitó explícitamente) plaga internet y está muy cerca de convertirse en su propio género. La vergüenza ajena es fácil de provocar pero difícil de controlar, por esto es que la mayor parte de este humor es espontáneo. La vida entera de Florence Foster Jenkins, que inspiró cuatro obras de teatro y dos películas, fue marcada por el ridículo y su recuerdo también. Es 1944, y la escena musical de la ciudad de Nueva York está en su apogeo. Desde los clubs privados hasta los grandes teatros: este es el objeto de amor de Madame Florence (Meryl Streep). Toda su vida amó la música, y cuando no pudo tocar más el piano decidió ayudar a esta escena con su fortuna y con su voz. El problema es que no sabe usarla muy bien, pero no quiere decir que no lo intente. St. Clair Bayfield (Hugh Grant), su pareja y Cosmé McMoon (Simon Helberg), su pianista, le ocultarán la verdad sobre su no-habilidad musical para preservar su buen ánimo. El tesón de Florence, sin embargo, logrará romper esta jaula de cristal en la que está encerrada, para bien o para mal. La carrera del director, Stephen Frears, está llena de personajes femeninos muy reales y en el equipo de actores hay carreras de todo tipo para elegir y juntas llevaron a un resultado histriónico exitoso. La protagonista es interpretada por Meryl Streep, una de esas mujeres de Hollywood que nadie ignora y acompaña a esta generación desde el comienzo. A su lado se encuentra Hugh Grant, conocido en latinoamérica más que nada por sus comedias románticas (Notting Hill (1999), About a Boy (2002), pero que ha participado en proyectos más arriesgados como Cloud Atlas (2012). Cierra el triángulo Simon Helberg, que saltó a la fama de un día para el otro gracias a la sitcom The Big Bang Theory y se mantiene hasta ahora dentro del género de comedia. El trabajo excelente del equipo de vestuario, peinado y maquillaje enmarca sus performances con genial brillo y esto lleva al espectador, sin dificultad, hacia la década del ’40. La vida de la pobre Florence Foster Jenkins ha inspirado más de una obra, tanto escénica como cinematográfica. Pero ¿qué es lo que uno debe haber obtenido cuando se cierra el telón y se apagan las luces? Si fuera una simple comedia, el humor le saltaría a uno a la cara, y sin embargo hay lugar en la historia de esta cantante para otras emociones. ¿Está Madam Foster verdaderamente condenada al ridículo? Al mirar su historia sin mala intención, no. Es su constancia la virtud que el espectador debe observar, entre risas. Es su intención de mejorar, de crecer y de ayudar a la disciplina que tanto amó a crecer con ella. Es la idea de que una persona atraviesa más que sólo momentos tristes o momentos felices. Es por esto que Madame Florence tal vez causa más sonrisas que carcajadas. Cantará mal, pero su pasión inspira a cualquiera.
El género noir, a pesar de su importancia a lo largo de la historia (no sólo en el cine, sino también en la literatura), no recibe en la actualidad todo el cariño que merece. Salvo por un par de vejetes fans desde la época de Humphrey Bogart, no quedan hoy ávidos receptores para esas historias tan complicadas como apasionantes. Claro que sigue vendiendo, pero es uno de esos géneros a los que el público mainstream sólo vuelve cuando los actores o actrices involucrados están de moda. Una de las vueltas que se le dio al gastado antihéroe detectivesco tiene que ver con el humor. La mezcla de géneros beneficia, una vez más, a la ruptura de barreras entre generaciones y da libertad creativa a los guionistas, casi siempre con interesantes resultados. Es el año 1977, y la misteriosa muerte de una actriz porno en un accidente en Los Ángeles plaga las tapas de los diarios. Su tía, por otro lado, jura haberla visto viva en su departamento días después del accidente. Para investigar esto contrata a Holland March (Ryan Gosling), un detective privado con pocos escrúpulos y una hija que mantener (Angourie Rice). Su camino se cruzará con el del sicario Jackson Healy (Russell Crowe), cuando una de sus clientas le pague para espantar a March, que la busca porque parece estar relacionada con la muerte de la actriz porno. Una profunda conspiración se desenvolverá ante ellos mientras siguen juntos las pistas de estos casos. No es la primera vez que Shane Black, director y guionista, coquetea con el cine cómico de detectives. En 2005 dirigió Kiss Kiss Bang Bang, acompañado por el mismo productor de The Nice Guys, Joel Silver. La maestría con la que entrelaza el humor, lo pintoresco del mundo del crimen y la violencia verdaderamente remiten a narraciones de la década de los 70, como Dos Tipos Audaces (The Persuaders!, 1971) y Starsky & Hutch (1975). La química entre Russell Crowe y Ryan Gosling es de esas que aparecen una vez cada diez años y los diálogos rápidos y situaciones ridículas explotan al máximo las habilidades de cada uno. La historia de vida que le dieron a cada personaje está en el borde entre lo posible y lo improbable y agregan color a la ya animadísima década en la que la película está ambientada. Los acompañan grandes como Keith David y Kim Basinger, que podrían haber sido mejor aprovechados, pero que enmarcan las actuaciones de Gosling y Crowe con humor y buena performance. Uno de los enfoques más interesantes que tiene The Nice Guys es la inclusión de una niña ayudando a los dos detectives, Holly March. Es prometedor el hecho de que no se la usó como disparador de chistes baratos al estilo comedia ‘pez fuera del agua’ (en la que la gracia es que el personaje está en un ambiente que no conoce) sino que es una presencia genuinamente valiosa, tanto durante la investigación como en la vida de su padre (Gosling). La seriedad con las que se involucra en asuntos adultos y su interés por el oficio del detective serán inspiradores para muchas nenas y muestran que es posible la incorporación de personajes femeninos en papeles relevantes y con contenido. La carrera de Angourie Rice, de 14 años, todavía no es nada impresionante, pero en esta película se prueba su valor: la actuación y el humor se le dan muy bien, y su dinamismo junto con el dúo de protagonistas garantizan risas en cada escena en la que aparece.
El estereotipo de la fiesta ataca al público, especialmente al joven, desde todos los flancos. No sólo la música y los videoclips de diversos géneros, sino el cine, la publicidad y la mismísima vida real bombardean constantemente la imagen de un sueño que parece claro y promete placeres infinitos. En la fiesta ideal todos se divierten, la música no deja hablar, el neón cubre todo como un filtro descarado y las sustancias sólo mejoran la experiencia. Mucho de esto funciona exactamente así, pero no es todo lo que prometen. Malos Vecinos 2 muestra entre broma y broma un poco de la vida afuera de este ámbito. Ha pasado ya un tiempo desde que Mac (Seth Rogen) y Kelly (Rose Byrne) lograron alejar a Teddy (Zac Efron) y la fraternidad Delta Phi de la cuadra. Su hija ya creció un poco y tienen plan de mudarse a su nueva casa pronto, pero para vender esta deberán mostrarle a los nuevos dueños que no hay ningún problema, algo difícil considerando que una nueva hermandad se acaba de mudar a la casa de al lado. La determinación de su líder Shelby (Chloë Grace Moretz) para armar fiestas tan ruidosas como las de los vecinos anteriores es uno de esos potenciales problemas. Con la ayuda de Teddy, ya experimentado después del conflicto anterior, se formará una nueva guerra entre familia y universitarios. La dirección y guión de Neighbors 2: Sorority Rising estuvieron a cargo de Nicholas Stoller, quien también dirigió Buenos Vecinos (Neighbors, 2014). Su trabajo en Forgetting Sarah Marshall (2008) lo ubicó en el radar del mundo de la comedia. El reparto de la primera película se repite: Seth Rogen como Mac, Rose Byrne como Kelly, Zac Efron como Teddy y Dave Franco como Pete. Se les unió Chloë Grace Moretz en el papel de Shelby; la talentosa actriz y modelo, nacida en 1997, se hizo famosa en latinoamérica gracias a su participación en Kick-Ass (2010) como Hit-girl, aunque su carrera comenzó cuando tenía 7 años. Esa naturalidad graciosa con la que Rogen impregna todos sus papeles, probablemente resultado de los ensayos con improvisación, también está presente en el resto de los actores, y así dan uniformidad a la película entera. Muchas de las imágenes y situaciones presentes en el tráiler no quedaron en la versión final de la película. Esto termina por dar una imagen de los personajes que es completamente opuesta al mensaje que Neighbors 2: Sorority Rising busca enviar. No es probable que haya sido intencional, pero aún así es un detalle interesante. El personaje de Moretz está confeccionado con conocimiento de las nuevas generaciones de adolescentes y universitarios. Es la voluntad de Shelby de fortalecer la presencia de las hermandades femeninas en la universidad que la lleva a crear esta nueva organización, una idea muy en sincronía con las problemáticas jóvenes de hoy. A pesar de esta idea innovadora en la trama, el resto de los temas tratados se separan poco de los de Neighbors (2014): el miedo y la transición a la adultez y a la paternidad/maternidad. El tipo de humor, con el que cualquiera puede sentirse identificado, es básicamente el mismo de siempre (hasta con bromas repetidas), aunque no por eso causa menos risas.
El híbrido entre comedia y drama existe en numerosas disciplinas y hace miles de año. La mezcla de tristeza y alegría puede encontrarse no sólo en programas de TV de distintos formatos, sino en la música, el cine, el teatro, la literatura y la pintura. Cualquier objeto con potencial narrativo puede causar esto, pero aún con tanto alcance su popularidad está reducida al contenido de culto. Bandas como Bedhead, programas de televisión como Master of None (2015) y libros como Corazón de Perro (1925) son, al día de hoy, poco populares en el medio mainstream y sólo prosperan entre los más nerdos, alienados o habitués de internet. Tal vez la presencia de actores de primera línea como Kate Winslet y Liam Hemsworth logre hacer aparecer al género en el radar del público general. Una misteriosa mujer y su máquina de coser llegan en micro a un pequeño pueblo de Australia. Vuelve a cuidar a su madre y recordar su pasado: la echaron de su hogar cuando era niña, luego de que se la acusara por un asesinato. Es la década del ‘50, pero ‘pueblo chico, infierno grande’ se aplica exactamente igual que hoy. El odio y envidia de los habitantes la convertirán en una forastera. Sólo mediante sus habilidades como modista podrá insertarse nuevamente en la sociedad que una vez la desterró. A medida que avanza la historia y se va revelando el tipo de mujer que Tilly (Kate Winslet) es, acompañada por el resto del elenco, se vuelve casi una seguridad que el equipo detrás de esto tiene por lo menos una mujer. Cuando llegan los créditos, viene la sorpresa: muchísimos de los involucrados en la obra son mujeres. Desde la directora y guionista, Jocelyn Moorhouse, la autora del libro en que se basó, Rosalie Ham y pasando por Sue Maslin en producción, todos los departamentos tienen presencia de mujeres en algún lado. Es más en el área de guión y producción que se ven las huellas de esto: los personajes femeninos están bien redondeados, completos y hasta los villanos son interesantes. En una época en la que las mujeres no pueden hacer comedia mainstream sin utilizar los temas de siempre (embarazo, menstruación, hijos, dieta, celos), The Dressmaker es una brisa de aire fresco. Las figuras masculinas están muy definidas por su relación con el personaje de Winslet, pero nunca se salen de lo posible, sobre todo en un marco de vida rural, en el que los estereotipos (con frecuencia negativos) tanto de hombres como mujeres están a la orden del día. Todo el elenco hace un trabajo excelente: Judy Davis y Liam Hemsworth contienen con maestría a Winslet y forman un trío simpático aunque no recordable. Por otro lado, aunque su papel sea pequeño, Hugo Weaving siempre deja su marca, esta vez encarnando a un policía con un gran secreto. La fluidez que juntos le infunden a la obra llena de vida al pequeño pueblito en el que transcurre. Es importante destacar el trabajo del equipo de diseñadores de indumentaria y modistas que participó en esta obra: Marion Boyce, nominada a un Emmy, Margot Wilson y Sophie Theallet, diseñadora francesa con clientes importantes de la talla de Michelle Obama, como colaboradora. Todos los trajes son perfectos, tanto para los actores como las actrices y siempre bien exhibidos en cada toma que los incluye. Hay muchos y muy diversos, como sugiere el título de la película y algunos pueden apreciarse en el trailer. La atención que se le dio a todo el vestuario y maquillaje es impecable y eleva muchísimo a la película, especialmente en los momentos en que la trama lo requiere. Es muy reconfortante ver elementos tan relacionados con la vanidad siendo utilizados en pos de algo que casi promueve ignorarla.
Desde tiempos inmemoriales, la figura del ermitaño llena de curiosidad al hombre social. Suele ser difícil entender la vida de los demás, pero cuando la diferencia es tan grande y se pierde el contacto, poco se puede hacer más que teorizar. Lo oculto, lo solitario, lo silencioso o lo oscuro, son cosas también relacionadas con este personaje, provocando también, terror. El mundo del observador es vasto, pero las motivaciones del ermitaño se le escapan por más que lo intente. Esta falta de información es lo que permitió que el aura de misterio que lo rodeó durante tantos años no se haya disipado hasta el día de hoy. Un paseo por el bosque puede ser más que eso. La cultura de cazadores se entrelaza con la naturaleza, sus costumbres, sus recuerdos y una historia: la vida de Il Solengo, el solitario, Mario de Marcella. Vive en una cueva en Tuscia, lejos de la gente y del ruido, viviendo de lo que el bosque le ofrece. Las memorias de estos abuelos trazan de a poco la situación social de Tuscia a principio de siglo, la vida de la casa y la historia del misterioso ermitaño del bosque. La idea para Il Solengo surgió durante la filmación de otra película. Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis trabajaron juntos en casi todos sus proyectos y esto les dio experiencia en distintos aspectos de la creación de cine. Ambos son directores de Il Solengo, y Bestia Negra (Belva Nera, 2013). Fue en la producción de la segunda, que comenzaron a oir rumores sobre la vida de Mario de Marcella, en una situación muy similar a la que representaron luego en la película. La idea de exhibir estas anécdotas fue casual y no tanto. Durante un almuerzo en un día de filmación, un grupo de cazadores ya ancianos les contaron la historia del ermitaño de Prato Longo. Les sorprendió que todas las versiones eran distintas, y a veces hasta contradictorias. En mucho coincidían, pero los detalles habían sido borrados o fundidos por el tiempo. Este es uno de los fundamentos de Il Solengo, claramente presente durante todo el film: exponer cómo el relato oral tiene el potencial de crear leyendas y su manera especial de torcer la verdad sin que importe demasiado. El tono reflexivo de Il Solengo casi lo salva de los ojos sentenciadores del resto de la gente. Su vida sufrida, si el espectador lo cruzara en la vida diaria cotidiana, sería más una razón para temer que para encariñarse, pero el tinte místico y misterioso que este pseudo-documental le otorga, no sólo lo describe a él, sino a muchos de los solitarios que hasta la ciudad más poblada alberga. Por mucho que pese, cualquiera puede ser un solengo.