En su primer paseo en solitario como realizador, Gastón Duprat está a centímetros de morder la banquina con su primera película de alto costo. Su habitual co director, Mariano Cohn, esta vez ocupa el sillón de productor, y su hermano, Andrés Duprat; vuelve a hacerse cargo del guión. El trío fue responsable de films como El artista, El hombre de al lado y el éxito de taquilla El ciudadano ilustre. Justamente, a partir del suceso del último título, que con un presupuesto moderado arrasó en boleterías y conquistó múltiples premios en festivales internacionales, el combo vuelve a la carga con una apuesta que en varios momentos queda a mitad de camino. La exploración de los oscuros laberintos del fraude en el mundo del arte ya había sido abordada con mayor inspiración por este equipo en la mencionada El artista. Andrés Duprat, arquitecto que oficia como director del Museo Nacional de Bellas Artes, evidentemente conoce esos rincones al dedillo. Pero esa experiencia no se traduce en el vuelo rasante del guión de Mi obra maestra, un relato que gira alrededor del vínculo entre dos queribles patanes: Renzo Nervi, un pintor que tuvo su momento de esplendor en los años '80 (magnífico Luis Brandoni) y su eterno galerista Arturo Silva (afilado Guillermo Francella). Las pinturas de Nervi, creadas realmente por Carlos Gorriarena, un argentino que también vivió su era de aclamación hace tres décadas, ya no venden; pero creador y marchand mantienen un largo vínculo que se debate entre la amistad y la interdependencia. Mi obra maestra tiene tres grandes problemas. El primero, increíblemente no está en la película sino en su trailer, que anticipa/quema todos los ganchos humorísticos, y también revela una vuelta de tuerca que se supone es una de las claves de la resolución del relato. Por lo tanto, si quieren algún tipo de factor sorpresa, esquiven el video que está al final de esta nota. Pero los inconvenientes no terminan en el avance promocional. Los Duprat conciben una película desde las premisas del trazo grueso, aunque al contrario de lo que muchos críticos y espectadores piensan, la falta de sutileza no siempre es sinónimo de mala película. Directores como Álex de la Iglesia por ejemplo, han sabido dar cátedra de humor mordaz, levantando por lo alto las cartas de la farsa y el grotesco. En cambio, los hermanos argentinos, no terminan de asumir el carácter ramplón de la historia que cuentan y pretenden adornar todo con un forzado moño de sofisticación. A los escollos del trailer y del trazo grueso, se suma el pozo más difícil de sortear: el de los personajes construidos como maquetas sin espesor. Desde el principio sabemos que Renzo y Arturo son dos tipos jodidos, pero las casi dos horas que transita el film no alcanzan para explorar otros matices. Ni de los protagonistas, ni de secundarios como el del español Raúl Arévalo. No se trata de que los personajes desplieguen acciones contrarias a su esencia, pero al menos dotarlos de una profundidad que no se agote en lo que dicen (de manera súper literal), o hacen (de modo ultra explícito). A mitad de camino entre las vueltas de tuerca del relato y los inorgánicos cambios de tono que propone, Mi obra maestra es una suerte de collage de mil películas en ninguna. Funciona cuando se dispone a jugar con soltura alrededor de gags simples y eficaces, pero cuando amaga a ponerse oscura, bordeando temas como la decrepitud en la vejez y la eutanasia; se vuelve innecesariamente solemne. Luego de un volantazo, el film intenta recuperar su tono juguetón, y en el medio, salpica algunas escenas de cierta impronta experimental con planos detalle de las pinturas y una subrayada música electrónica. En todos los rumbos que intenta transitar esta historia, su problema mayor es el de sugerir que está dejando algo entre líneas cuando en realidad a su lienzo se le ve hasta el último hilo. Más allá de un relato trazado desde premisas fallidas, cuando hay dos actores de nobleza cargándose al hombro escenas que se reparten entre la obviedad y la simpática ocurrencia, se genera un acto mágico que transforma un guión que pretende ser astuto, en una experiencia disfrutable a puro motor de química entre Luis Brandoni y Guillermo Francella, dos potencias que ponen todo su arsenal y preciso timing como infalibles comediantes. A ellos se suma una superlativa Andrea Frigerio en un personaje secundario, una actriz cada vez más sólida que a esta altura tiene las cartas de merecimiento para un rol protagónico. Si no fuera por la alquimia de sus protagonistas, Mi obra maestra sería uno de esos cuadros que cuelgan sin pena ni gloria en algún olvidado rincón de la casa. Mi obra maestra / Argentina-España / 2018 / 100 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Gastón Duprat / Con: Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio, María Soldi.
Hay dos caminos posibles para encarar una película sobre la vida de alguna personalidad que haya tenido trascendencia mediática y popular. Existe la tentación de inclinarse a un registro lo más fiel posible sobre los episodios retratados, es decir esas biopics formales y rígidas, que generalmente derivan en ejercicios fríos y poco inspirados en términos cinematográficos. La otra opción, que generalmente resulta mucho más fascinante, tiene que ver con la apropiación que se permite el director sobre los personajes y las historias que aborda. En este sentido, para los estudiosos y puristas de los crímenes de Carlos Robledo Puch, hay que remarcar que Luis Ortega juega claramente con las cartas de un abordaje libre sobre los delitos de unos de los asesinos más legendarios de nuestro país. Y si bien el talentoso guionista y director utilizó como punto de partida el libro El Ángel negro, de Rodolfo Palacios, su película se propone como una experiencia movediza, exenta de la recreación minuciosa de los hechos, y a su vez despojada de una mirada psicologista. Ortega no construye su relato desde el velo del juicio moral, ni mucho menos desde la demonización del protagonista central. En términos de lenguaje, el film arranca con un subrayado tropiezo del que luego logra salir airoso. Vemos a Carlitos (descollante debut actoral de Lorenzo Ferro), ingresando en una elegante casa, recorriendo como un felino sus rincones, mientras en off suenan frases como: "¿La gente está loca? ¿Nadie quiere vivir libremente?". El resto de la película prescinde del monólogo interior, por lo tanto dicho recurso encarado desde un matiz un tanto televisivo, no termina de encontrar su pertinencia. Pareciera que el director quiere blindar de antemano a su antihéroe, o bien anticiparle al espectador el tono de la historia. Una suerte de tutorial sobre cómo abordar su film. Pocos minutos después, queda en claro que la película tiene espalda de sobra para sostener lo que se ese off anunció explícitamente, y que tal vez hubiera sido más climático ver simplemente a Carlos deambulando en ese caserón; hasta elegir un disco y ponerse a bailar con toda soltura en el living. Esa introducción, que podría ser tomada como una concesión, al igual que el momento en que vemos cómo caen un par de lágrimas de los ojos del protagonista, quedan totalmente superados por el andar de una película que logra sostener cada una de sus opciones narrativas y estéticas con notable solvencia. El Ángel no se erige sobre la fórmula del thriller que se regodea en las instancias de violencia, ni tampoco se instala en la pose cool y canchera que transita en la mencionada primera secuencia. Luis Ortega, que ya había tenido una experiencia en la producción industrial con las series El Marginal e Historia de un clan, hace el mejor salto del cine independiente al mainstream que haya logrado cualquier realizador argentino en las últimas décadas, y de paso concibe su película más precisa e inquietante. Esos son los dos conceptos que motorizan este film con destino de éxito masivo: precisión absoluta en su puesta, con una fusión totalmente orgánica entre escenas filmadas desde la más depurada elegancia, con otras que apuntan a un estilo seco y contundente; que remite a la atmósfera visual de algunas películas del Hollywood crítico de fines de los '60 y comienzos de los '70. Mientras que la cuota inquietante, la aporta el carácter movedizo de El Ángel, evitando que toda fórmula que funcione a la perfección en una secuencia, se repita en versión automatizada en las siguientes. Por ejemplo, cuando Carlitos y su aliado Ramón (afilado Chino Darín) cometen su primer asesinato, víctima y victimarios actúan de una manera desconcertante. Hubiera sido muy sencillo para Ortega, replicar esa dinámica en los restantes crímenes, pero no. Más allá de que todos conozcamos de antemano el desenlace, la película se propone como una exploración sobre la misteriosa figura de Robledo Puch. Un viaje multidimensional hacia las entrañas de un joven delincuente. Más allá de cierta dominante que oscila entra la incomodidad y la crispación, el film destila toques de humor e ironía, que están jugados desde un lugar más conectado con el extrañamiento que con el cinismo. Algunos de estos filosos pasajes encuentran su perfecta portadora en Mercedes Morán. Cada vez que ella irrumpe en escena, su impronta es capaz de devorar a Lorenzo Ferro, Chino Darín, Daniel Fanego y Peter Lanzani. Pero no sólo Morán arrasa en potencia, todos dominan sus roles a puro motor de fuerza y presencia carismática, aunque a la madre de Carlitos, interpretada sobriamente por Cecilia Roth, tal vez le falte una vuelta de tuerca narrativa. Que los personajes tengan espesor y no sean meras maquetas, es lo que le permite a Ortega envolvernos en un juego de seducción, que parte de la cautivante mirada con la que el director sigue minuciosamente a cada una de sus criaturas. Se ha hablado mucho sobre el latente homoerotismo entre Carlitos y Ramón, pero lo sustancial es que el vínculo entre ellos atraviesa múltiples desplazamientos, en donde los roles de dominante y sumiso, se intercambian de la manera más descarnada. El Ángel pudo elegir el camino más sencillo, que hubiera sido el del thriller shockeante y ultra violento. También pudo optar por sobrecargar las tintas en el contexto histórico en que transcurre la historia, los tenebrosos comienzos de los '70 en Argentina. La película juguetea con canciones de La Joven Guardia, Johny Tedesco, Billy Bond y el mismísimo Palito Ortega, pero tiene una fuerte conexión con premisas existenciales del presente. No se trata del retrato de una era, y tampoco es un relato generacional de un adolescente. Luis Ortega nos habla sobre la imperante urgencia de vivir el momento, pero también sobre un entramado vincular que hoy puede trazar tanto un chico de 20 años como una persona de 50, 60 o 70. Nos acompañamos como podemos, nos usamos, nos explotamos y nos descartamos; todo sin culpa ni sentencia moral alguna. El mayor potencial de este auspicioso salto de Luis Ortega, de películas independientes de acotada difusión como Caja negra y Lulú, a este estreno que llega a todo el país con cerca de una veintena de funciones diarias en complejos mendocinos como Village y Cinemark; consiste en el aprovechamiento máximo de cada puerta que abre y cada movimiento que propone. En cambio, otros directores contemporáneos argentinos, parten de premisas inquietantes, para luego traicionarse a sí mismos y derivar en caminos más trillados. Tal es el caso de un prometedor cineasta como Santiago Mitre, quien también tuvo sus orígenes en el cine indie, transitando de inquietantes propuestas iniciales como El estudiante y La patota, a una anodina experiencia mainstream como La cordillera, film que tuvo todo el potencial para ser un brillante thriller psicológico, pero que eligió hundirse en las convencionales aguas del estofado político. Ortega en cambio, sabe que la clave del asunto consiste en adentrarse en los repliegues del misterio, y hacer de ese viaje una experiencia fascinante. El Ángel / Argentina-España / 2018 / 115 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Lorenzo Ferro, Chino Darín, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Cecilia Roth, Luis Gnecco, Peter Lanzani.
Con El amor menos pensado, el cine argentino inicia lo que promete ser una seguidilla de éxitos durante el mes de agosto. La película que lidera por lo alto la taquilla en nuestro país, marca el debut en la dirección de un alto ejecutivo de la compañía Patagonik, Juan Vera, quien antes estuvo involucrado en la producción de títulos tan variados como La reina del miedo, Zama, Me casé con un boludo, Corazón de león y Elefante blanco. Vera también ya había probado su eficacia como guionista de comedias exitosas como Mamá se fue de viaje, Dos más dos e Igualita a mí. Finalmente, con El amor menos pensado sale airoso en su triple rol de guionista, productor y director. Esta auspiciosa ópera prima, que ha convocado en su primer fin de semana a más de 200.000 personas a las salas nacionales, además de contar con un extremo cuidado en todos sus rubros técnicos y artísticos, respira una bienvenida sensibilidad que no es común en el cine de gerentes devenidos en realizadores. Un tipo de film que se ubica en la vereda contraria a la de ejecutivos como Marcos Carnevale, quien dirigió despropósitos como Inseparables y El fútbol o yo, con una planilla de cálculo de cantidad de espectadores en mano, y abusando tanto de la receta de probada eficacia, que terminó lanzando embutidos fáciles de deglutir; pero con escaso sabor a cine genuino. A pesar de estar construida desde una mirada puesta firmemente en la taquilla, El amor menos pensado se reserva algunas sutilezas y una extensión atípica de 135 minutos, cuando este tipo de películas suelen apostar por la cuasi infalible hora y media de duración. El punto de partida es tan simple como eficaz, una pareja que lleva 25 años de unión enfrenta la partida a España de su hijo. En poco tiempo, el conocido síndrome del "nido vacío" comenzará a erosionar el vínculo entre Ana y Marcos (superlativa Mercedes Morán y correcto Ricardo Darín), hasta llegar al planteo de qué será de ellos y enfrentar esa suerte de abismo/paraíso que supone la ruptura para un matrimonio de mediana edad. La película, durante casi todo su metraje, juega sus cartas con nobleza y precisión. Desde el título y el afiche, queda en claro que se trata de una comedia romántica que incluye la fórmula de separación y rematrimonio. Claramente, el arco narrativo no va por el lado de la incertidumbre con respecto al reencuentro, sino el de cómo llegar a ese punto. Durante la primera hora y media, Juan Vera construye un relato de un tono tan despojado como intimista. La pareja protagónica es capaz de sostener inteligentes y sentidos diálogos mirándose a los ojos, sin la necesidad de que desde la banda sonora suenen "pianitos" para reforzar el clima emotivo. El guión acierta al trazar ese debate entre la libertad absoluta y el extrañamiento frente a la falta de una estructura de contención como la convivencia. De repente, Marcos y Ana son cincuentones que vuelven al ruedo, ya sea con citas en una disco o navegando en aplicaciones como Tinder. Las primeras aventuras serán inevitablemente desopilantes. Él con una huracanada mujer (brillante Andrea Politti), que plantea una situación demasiado adrenalínica para un atildado profesor de Literatura. Ella con un excéntrico catador de aromas (Juan Minujín), adepto a prácticas un tanto lejanas a las de una exitosa especialista en estudios de mercado. Será cuestión de tiempo para que cada uno ellos encuentre un par más afín a su mundo. Allí entran en escena los personajes interpretados por Jean Pierre Noher y la magistral Andrea Pietra. En el medio, hay unos cuantos secundarios más, algunos aportan la necesaria cuota cómica, mientras otros refuerzan la noble idea de vitalidad en la segunda y tercera edad. La madre de Ana (Claudia Lapacó), vibra a los 80 años con una nueva historia de amor. El padre de Marcos (Norman Briski), revela a su hijo un momento clave de viudez, con una escena que no logra despegar al legendario actor y maestro de su impronta teatral. Los planteos que la película traza sobre una muy variada gama de temas, comienzan a diluirse sobre la última recta del relato. El hijo de la ex pareja vuelve a ser la excusa para que se produzca un nuevo movimiento, y aquí El amor menos pensado deja en evidencia la falta de ese espacio a solas que pudieron tener los protagonistas para conocerse más a sí mismos, y por extensión como espectadores tampoco podemos procesar orgánicamente sus decisiones. El guión es cuidadoso a la hora de no tratar como recipientes vacíos a personajes clave como lo que interpretan Noher y Pietra, pero también es astuto y calculado al no mostrarlos desde una potencia pasional. La aparición de "pianitos" en los minutos finales, empasta la chance de una segunda oportunidad con la de una nostalgia que Ana y Marcos tal vez nunca pudieron soltar. El amor menos pensado / Argentina / 2018 / 135 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Juan Vera / Con: Ricardo Darín, Mercedes Morán, Claudia Fontán, Luis Rubio, Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó, Norman Briski, Andrea Politti, Juan Minujín.
La nueva entrega para la pantalla grande de las vertiginosas peripecias de Ethan Hunt, en la piel del inoxidable Tom Cruise, es un ejemplo de cine absoluto en su más pleno estado de gracia. A los 56 años, y como co productor del film, Cruise no sólo pone el cuerpo literalmente en varias de las escenas de acción, sino que se consolida como uno de los actores más magnéticos de las últimas décadas. El director Christopher McQuarrie supera la vara que él mismo dejó bien alta en el anterior capítulo de la saga, y Misión: Imposible-Repercusión despliega las recursos más nobles del género, con unos niveles de excelencia inusuales en el marco del Hollywood actual. La película combina una contundente pirotecnia visual, que fusiona la más nueva tecnología con la impronta física y visceral del cine de acción old school. Más allá del arsenal de dobles de riesgo y de una multiplicidad de trucos digitales de posproducción, este gran espectáculo funciona porque todas sus partes están ensambladas al unísono. A la hipnótica presencia del protagonista central, se suman secundarios que tienen sus momentos de lucimiento, sobre todos las empoderadas mujeres que definen los momentos clave de un guión que traza varias vueltas de tuerca, pero que no abusa de altanería ni de los datos inútiles que tanto abundan por ejemplo en las películas de superhéroes. Lo que aquí tenemos son tres esferas de plutonio, cuya detonación pondría en riesgo la vida de millones de personas, y a un hombre que una vez más emprende una odisea que sacude todo límite de verosimilitud, para zambullir al espectador en un festín sensorial. Nadie podrá salir defraudado de la sala, porque más allá de la generosa cantidad de escenas adrenalínicas, con persecuciones, enfrentamientos y cambios en las relaciones de poder; lo que brilla es la destreza de Christopher McQuarrie para orquestar cada pieza de lenguaje cinematográfico con un notable pulso creativo. Mientras un pelotón de directores despachan películas repitiendo fórmulas y planos de manual, McQuarrie da cátedra narrativa y visual en cada secuencia de Misión Imposible: Repercusión. A su vez, las dos horas y media de duración que en cualquier tanque de Hollywood suelen ser un lastre, aquí se deslizan con una fluidez sostenida, sin aturdir por demás al espectador, entendiendo los momentos de respiración que necesita todo relato para jugar con los hilos de la tensión. Los únicos pasajes que resultan un tanto explicativos se producen cuando a nuevos personajes, y por extensión también a nuevos espectadores, se los pone al tanto de quién es quién en este apasionante sexto episodio de Misión: Imposible, que cuenta con la reaparición de algunos protagonistas de entregas anteriores, combinados con nuevas piezas fundamentales para el avance de esta franquicia; que cierra por lo alto lo que parece ser una etapa en la vida de Ethan Hunt. La idea de contar con un Tom Cruise cuasi sexagenario en el próximo capítulo no resulta descabellada. Todo lo contrario, coincide con la vital progresión de una saga que desde su comienzo en 1996 hasta hoy, jamás se ha mostrado como un ejercicio de repetición. La clave de la versatilidad narrativa y de los cambiantes criterios de puesta, seguramente han tenido que ver con el recambio constante de directores, desde Brian De Palma a John Woo, pasando por J.J. Abrams y Brad Bird. Cada cineasta ha aportado su afilada mirada cinematográfica a una historia que lejos de iniciar su descenso al desgaste, continúa un recorrido cada vez más estimulante. Mission: Impossible - Fallout / Estados Unidos / 2018 / 147 minutos / Apta para mayore de 13 años / Dirección: Christopher McQuarrie / Con: Tom Cruise, Henry Cavill, Ving Rhames, Simon Pegg, Rebecca Ferguson, Michelle Monaghan, Angela Bassett y Alec Baldwin
En las últimas dos décadas, el cine de Hollywood se ha caracterizado por su anemia creativa. La creciente crisis de ideas y la reticencia de los estudios a la hora de apostar por nuevas historias, explica que la gran industria opte por refugiarse en el éxito garantizado de las sagas. Basta que el episodio inicial de una película de superhéroes, un tanque de acción, una comedia eficaz, o un producto de animación funcione; como para que los productores den rienda suelta a la maquinita del "más de lo mismo". Hotel Transylvania no escapa a esa mecánica. Con recaudaciones que fueron en aumento desde la primera entrega en 2012 hasta la segunda en 2015, estaba más que cantado que la franquicia animada siga facturando con sus simpáticos monstruitos que están al tope de la taquilla argentina. Claramente destinada a niños menores de 8 años, esta producción de Sony Pictures Animation está muy lejos de la atracción que puede lograr toda creación de Pixar, capaz de cautivar a espectadores de cualquier edad. De hecho, la narración de Hotel Transylvania 3 es más básica y desabrida que la de sus predecesoras. Aquí tenemos a la hija de Drácula, proponiendo unas vacaciones para su padre y todos los monstruos que habitan en su hotel, a bordo de un crucero con destino a la Atlántida. Allí, el conde no sólo tendrá la oportunidad de compartir tiempo con su familia, sino que también enfrentará un nuevo duelo con Van Helsing y quedará automáticamente enamorado de la capitana del barco. Hotel Transylvania 3 enfrenta un triple eje de falencias: 1) elige un ritmo trepidante con pocos momentos de brillo, 2) en medio de esa velocidad, ninguno de los personajes cobra entidad propia ni logra un destaque emocional; y 3) deja al público adulto a la deriva, mimándolo apenas con un breve cameo de Gremlins y la irrupción del bizarro e inolvidable hit Macarena. El humor que domina es el de gags físicos y algunas flatulencias, y los mensajes subrayados tienen que ver con la "unión de la familia" y la "tolerante convivencia entre seres de distinta naturaleza". La factura de animación es correcta, pero no deslumbrante, y si bien la película funciona como un eficaz pasatiempo para entretener a los más pequeños en vacaciones de invierno, no estaría nada mal que el director Genndy Tartakovsky y su equipo pongan más empeño creativo en las próximas andanzas de los queribles monstruos. Hotel Transylvania 3: Summer Vacation / Estados Unidos/2018 / 97 minutos / Apta para todo público / Dirección: Genndy Tartakovsky. En: Village, Cinemark, Cinemacenter, Nave Universitaria, Tadicor, Ducal.
En 2016, el estreno mundial de Deadpool supuso una de las experiencias más estimulantes de esa temporada. A su vez, el inicio de la saga alcanzó altísimos niveles de rentabilidad, inusuales para una película prohibida para menores de 16 años. El personaje más desopilante de la factoría Marvel, creado hace casi tres décadas por el guionista argentino Fabián Nicieza y el dibujante estadounidense Rob Liefeld, vino a completar lo que otras franquicias de superhéroes venían insinuando: un auténtico festín, propulsado a puro motor de parodia y gags autorreferenciales. Ahora, el éxito vuelve a sonreírle al bribón enmascarado, que lleva dos semanas consecutivas en el número 1 de la taquilla argentina, encaminándose al millón de espectadores. El querible rufián interpretado por Ryan Reynolds dejaba hace un par de años, la vara bien alta para un platillo más recargado y suculento. Si el film debut contó con un guión ultra compacto, que no solamente brilló por sus bromas desopilantes, sino también por la aceitada mixtura con espectaculares secuencias de acción y hasta una inspirada cuota sentimental; este segundo platillo ofrece algunos condimentos repetidos y se la juega más por la pirotecnia visual, con un despliegue más impactante que el del capítulo inicial de la saga, pero un sabor final menos diverso. Nuevamente, el mutante enfundado en su ajustadísimo traje rojo, aterriza en las salas con una calificación de película apta para mayores de 16 años. Una censura excesiva, tanto para el primer episodio como para este nuevo, ya que de la no visible boca de Deadpool pueden salir todo tipo de bromas políticamente incorrectas, porque el tono es siempre juguetón; nunca espeso ni cínico. Eso sí, en esta entrega hay mayor cantidad de sangre y tripas revoleando por la pantalla, pero también en un registro más zumbón que ultraviolento. Sobre la trama, no conviene anticipar mucho. Solamente decir que si la primera parte se enunciaba como una historia de amor, esta otra tiene que ver con la posibilidad de formar una familia. La premisa obviamente, viene acompañada de un suculento menú de gags para el disfrute de todo nerd del mundo de los superhéroes, y para los bien ganados fans de esta incipiente y algo insurrecta saga. La insurrección es parcial, porque más allá del banquete de momentos hilarantes, con divertidos dardos de ironía hacia franquicias como X-Men y Star Wars, Deadpool también sigue varios preceptos del manual de estos productos, cuyo principal mandato es por supuesto; sacarle el jugo al desfachatado mutante que tiene algunos episodios adicionales más que asegurados. Lo que también se puede decir, sin spoilear por demás, es que Deadpool 2 vuelve a la carga con algunos ganchos, que acusan el desgaste típico de todo chiste que se cuenta en versión repetida. Ejemplo: la caída desde gran altura de algún héroe que aterriza en el suelo apoyando canchera (y dolorosamente) una rodilla. El juego con el universo de la música pop vuelve a dar presente, esta vez en versión potenciada, con inserciones ultra precisas de hits de los '80 como If I could turn back time, de Cher; y We belong, de Pat Benatar. Los momentos en los que se filtra alguna escena de la legendaria película Yentl, con Barbra Streisand, también rankean alto. Pero a veces, las referencias son tan finas, que el subtitulado local se ve obligado a cambiar algunas figuras para que los bromas funcionen, por ejemplo sustituir a Dave Matthews por Ricardo Arjona. Cuando la película se desata de sus propias convenciones, regala sus secuencias más creativas, que aquí sólo serán enunciadas en clave: "piernas de bebé" y "reclutando un efímero batallón". Por más de que el film vuelva sobre bromas repetidas o premisas como la de romper la cuarta pared, con el personaje central hablándole de frente al espectador; es casi imposible no pasarla bien en Deadpool 2. Inevitablemente, el factor sorpresa con respecto al debut acusa un leve declive, y el guión también es menos compacto y contundente. Así y todo, un buen puñado de momentos siguen cotizando alto en el cada vez más abúlico panorama del cine de Hollywood industrial. Y más si en medio del frondoso despliegue de productos de estas características, aparecen personajes como el de Domino (Zazie Beetz), una chica cuyo superpoder es "tener suerte", y se lleva puesto al mismísimo Cable (Josh Brolin), el cyborg que prometía ser la gran atracción de esta entrega. Son estos hallazgos, y jugosos cameos como el de Brad Pitt, los que permiten mantener bien encendida la llama. Esperamos nuevas andanzas del adorable patán enfundado en su irresistible traje de lycra roja. Deadpool 2 / Estados Unidos / 2018 / 118 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: David Leitch. Con: Ryan Reynolds, Josh Brolin, Julian Dennison, Zazie Beetz.
En un contexto como el del cine de entretenimiento actual, despachado a puro revoltijo de pirotecnia visual y vacío emocional, el retorno de Steven Spielberg al gran espectáculo de aventuras es motivo de celebración. El experimentado artesano de Hollywood lleva más de 40 años entreteniendo con nobleza humana y cinematográfica. Desde la década del '70 hasta aquí, es uno de los pocos hacedores de hitos de taquilla que comprendió la importancia de la tecnología en el cine de alto presupuesto, pero siempre disponiendo su arsenal de efectos especiales al servicio de un relato tan cristalino como clásico. En esta oportunidad, el mago de la diversión nos lleva al 2045, en un mundo que deambula entre el hacinamiento y el escape hacia la realidad virtual. En ese limbo, se desata la competitiva búsqueda de tres llaves que el propietario de OASIS (Mark Rylance), ha dejado como claves para alzarse con las acciones de su empresa. Un joven huérfano (Tye Sheridan) y una chica tan valiente como decidida (Olivia Cooke), usarán con admirable destreza sus avatares para alzarse con el botín. Pero claro, hay un poderoso enemigo corporativo (Ben Mendelsohn) , que comanda un numeroso ejercito de jugadores; y que tiene por objetivo triunfar en el desafío para luego ejercer su dominio absoluto sobre la gente. Spielberg alterna de manera tan magistral como orgánica, los saltos entre lo que sucede en la vida real y en el juego virtual. Como en otros films clave de su factoría, hace que lo imposible adquiera un viso de verosimilitud. En cuestión de minutos, el realizador logra la inmersión absoluta del espectador, trazando patrones de adrenalina que atraviesan a dos generaciones. Para los espectadores que crecimos consumiendo piezas de iconografía cultural de los '80, hay momentos en que acompañamos con toda complicidad, a los personajes sumergidos en los pasillos del hotel de El Resplandor; o sorteando un ataque del legendario muñeco Chucky. Para el público nueva generación, Ready Player One dispone una catarata de efectos de última tecnología, que invita a navegar un vertiginoso espectáculo; con el plus de esa sensibilidad old school que tantos directores recientes pretenden imitar. En términos generales, es cierto que algunas escenas se extienden por demás, y la batería de citas musicales ochentosas, que va de Tears for Fears a New Order, pasando por Van Halen y Twisted Sister; no funciona tan bien en la película como en la novela original de Ernest Cline. Pero Spielberg muestra su pulso intacto a la hora combinar momentos de crispada adrenalina, con pasajes de calidez intimista. Para aquellos que sostienen que Ready Player One podría postular un discurso más profundo sobre las horas de nuestras vidas dedicadas al mundo virtual, es bueno destacar que el gran maestro del entretenimiento nunca fue cultor de ese cine en el que los temas se abordan con la sofisticación de la lectura entre líneas. Sus películas no sugieren o elucubran, sino que dicen y muestran sin medias tintas ni .ambigüedades. Con algunos pilares narrativos clásicos en su filmografía, entre los que se destacan los personajes centrales huérfanos y la glorificación de la amistad como el vínculo más poderoso en la humanidad, Spielberg actualiza su legado cinematográfico con una fervorosa defensa del movimiento feminista Time's Up; que aquí se manifiesta a pleno con el rol protagónico que juega en esta historia el personaje de Olivia Cooke. En alguna entrevista reciente con el diario The Sun, el director afirmó que en un futuro inminente será una mujer quien esté al frente de la saga de Indiana Jones. Una vuelta de tuerca que no tiene que ver con una movida oportunista, sino con la eterna nobleza y sensibilidad con que ha labrado cada imagen de una carrera tan enorme como injustamente subvalorada. Ready Player One / Estados Unidos / 2017 / 140 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Steven Spielberg / Con: Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, Mary Rylance, Lena Waithe, T. J. Miller.
El riesgo de oficiar un triple rol dentro de una película, en este caso con una Valeria Bertuccelli como guionista, codirectora y protagonista, encierra la tentación del "egotrip", amplificada por el hecho de que la figura en cuestión está interpretando algo que tiene mucho que ver consigo misma: un momento de encrucijada en la vida de una actriz, a días de estrenar un unipersonal. Seguramente, la artista habrá volcado en el guión muchas de sus vivencias como intéprete, pero La reina del miedo está lejos de ser un relato ombliguista, más allá de que ella esté de manera omnipresente en todas las escenas. Tina (Valeria Bertuccelli) está atravesada por una suerte de caos generalizado, que va de la crisis con su pareja (Darío Grandinetti), hasta la inseguridad con la que transita los instantes preliminares al debut de su nueva obra teatral. En medio de ese sacudón, la desconcertada antiheroína recibe un llamado que anuncia que su gran amigo (Diego Velázquez) está pasando un duro momento de salud en Conpenhague. El guión se desdobla con solvencia entre el aparatoso mundo cotidiano de Tina y sus insólitos conflictos domésticos, en los que su empleada y el jardinero acompañan algunos de los pasajes más desopilantes de esta historia; alternados con otros momentos en los que el relato se permite ingresar en zonas más vulnerables. La reina del miedo es una película sabiamente escurridiza, que logra desplazarse de la pirotecnia de gags que Bertuccelli domina a la perfección, hacia algunas instancias de corte intimista. A pesar de los apuntes de humor, entre los que se incluye la obsesión de la protagonista por trasplantar un árbol de cerezo desde su jardín hasta el escenario del teatro Liceo; lo que impera es una atmósfera que linda entre la confusión y las penumbras. Más allá del título, el film de Bertuccelli atraviesa todas las capas visibles del miedo, para zambullirse de lleno en el abismo del caos. Lo admirable en el resultado final, es como la película logra abstenerse de un festín de estridencias, para priorizar la mixtura de unos pocas escenas catárticas, intercaladas con otras tantas construidas desde una atmósfera más contenida. La reina del miedo es también una película que incluye una rareza en su esquema de producción. La compañía de seguridad privada Prosegur es una de las patrocinantes. Por lo tanto, el nombre de dicha empresa es mencionado no sólo una, sino cinco veces a lo largo del metraje. Las primeras citas suenan algo torpes, pero a medida que avanza el relato, el guión logra darle un giro creativo a la irrupción de los uniformados; y demuestra su astucia para transformar un chivo comercial en algo que cobra un verdadero sentido. Al estar siempre en el centro de la escena, Valeria Bertuccelli (ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Sundance) optó por trabajar junto a la codirectora Fabiana Tiscornia; y entre ambas labraron un relato con aristas tan femeninas como feministas. La vulnerabilidad de una mujer en crisis afectiva, la ilusión de pensar en un hijo como proyección y sustituto de algunas ausencias, se superponen con el empoderamiento de Tina en su trabajo; siempre controlada por un universo masculino de productores y asesores. Es ella quien se encarga sistemáticamente de tomar cada decisión, aún en plena explosión de conflictos. Entre un vuelo fugaz a Dinamarca para compartir unos días con su amigo enfermo, los asechantes cortes de luz, las pequeñas tragedias domésticas, los inciertos ensayos finales de la obra a punto de estrenar; La reina del miedo postula que aquello de madurar los cambios de manera calma y reflexiva es pura patraña. Bertuccelli abraza el caos, que en varias instancias se corresponde con fuerzas de la naturaleza tan elocuentes como el viento o la tormenta, y comprende que sólo atravesando una crisis integral, con una indescriptible mezcla de perplejidad y arrogancia; puede llegarse a una suerte de redención. Enunciado en esos términos podría tildarse de "lección de vida" a su opus como directora. No lo es, ni pretende serlo. La virtud más bella y poderosa de este primer paso de la actriz en el terreno de la dirección, consiste en asociar las nociones de temor, abismo y libertad. Pudo ser un film de manual, con una clara apuesta a un catálogo de fórmulas, pero se inclina hacia un registro más personal, que no descuida el interés del espectador; ni tampoco se pasa de vueltas en pos de un guión canchero. Es una película que transita a sabiendas instancias de probada eficacia, con otras en las que se respira ese fresco aroma a ópera prima. Aplausos para este primer paso de Bertuccelli delante y detrás de cámara. La reina del miedo / Argentina / 2017 / 107 minutos / Apta para mayores de 13 años / Guión: Valeria Bertuccelli / Dirección: Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia / Con: Valeria Bertuccelli, Diego Velázquez, Sary López, Gabriel Goity, Darío Grandinetti
Cuando el año pasado, el aclamado director Álex de la Iglesia (El día de la bestia, La comunidad, Crimen ferpecto), estrenó una nueva versión de la taquillera comedia italiana Perfetti sconosciuti, presentada en salas de cine en 2016; la crítica especializada se dividió claramente en dos bandos. Por un lado, aquellos que se sintieron decepcionados frente a la idea de que el referente del sarcasmo ibérico, haya aceptado por encargo un ejercicio de repetición de un film muy reciente. Por otro, aquellos que saludaron con entusiasmo el hecho de que la remake del vasco lograra mejorar los resultados de la película original. Lo cierto es que ambas producciones fueron grandes éxitos en los cines, dentro y fuera de Europa. Tras algunos tropiezos en la taquilla, con Perfectos desconocidos, Álex de la Iglesia consiguió el título más convocante de toda su carrera. Ahora, el suceso se replica en Netflix, ya que la película se ubicó en el top 5 de los largometrajes más vistos en la versión latinoamericana de la plataforma durante el mes de mayo. Si bien los cambios entre ambas comedias son mínimos, el director de Muertos de risa y Mi gran noche, saca ventaja a partir de la reescritura de los diálogos, junto a su habitual co guionista Jorge Guerricaechevarría. Sin temor a un banquete que deambula entre el grotesco y el absurdo, se vale de una prodigiosa puesta de cámara y un montaje vertiginoso; para potenciar la impronta teatral de la propuesta. Toda la acción transcurre en el living comedor de un elegante departamento madrileño, por lo que la pronta mudanza de este éxito de la gran pantalla a los escenarios era inevitable. De hecho, actualmente se presenta a sala llena en un porteño teatro de calle Corrientes, una puesta dirigida por Guillermo Francella. Solamente vamos a anticipar aquí la juguetona y promocionada premisa de Perfectos desconocidos. Un matrimonio conformado por una destacada psicóloga (superlativa Belén Rueda) y un cirujano plástico (notable Eduard Fernández), invitan a cenar a tres parejas de amigos. Sin embargo, uno de ellos (el talentosísimo Pepón Nieto), llegará solo. En la previa de la reunión, ya se vislumbran las tensiones entre una dupla hastiada por la vida conyugal (Ernesto Alterio y Juana Acosta, quienes son esposos también en la vida real), y el chichoneo propio de recién casados entre un cuarentón devenido en taxista (Eduardo Noriega) y su joven mujer (Dafne Fernández). Será justamente la más nueva del grupo, quien proponga un juego para "amenizar" la cena. Todos deberán colocar sus celulares en el centro de la mesa, y a partir de ese momento cada llamada o mensaje que ingrese, serán compartidos a viva voz. Lo que sigue es obviamente un festín de secretos y revelaciones, en el que más de uno de los comensales quedará atragantado. Como telón de fondo, una noche de eclipse con su enorme luna teñida de rojo, aporta el necesario matiz macabro y fantástico; para que esta historia pueda salirse del delimitado territorio del vodevil. Álex de la Iglesia vuelve a ensayar esa mixtura de humor recargado y suspenso, que ya supo dominar por lo alto en las mejores creaciones de su filmografía: El día de la bestia, La comunidad y Crimen ferpecto. Es cierto que aquí juega más a lo seguro, no sólo porque se dedica a trasponer un material original que ya fue avalado por la taquilla, sino porque trabaja sobre una temática que atraviesa a diversas generaciones y clases sociales: el enigmático mundo del celular ajeno. El desdoblamiento, esa suerte de otro yo, que esconde cada teléfono, es el meollo de Perfectos desconocidos. En este sentido, la película no sólo saca provecho de la catarata de mensajes y llamadas, que ponen al descubierto el costado más oculto de la pareja de cada protagonista; también funciona como vehículo de descubrimiento personal de los bordes más oscuros, que cada uno de ellos han intentado tapar o negar durante mucho tiempo. Perfectos desconocidos / España / 2017 / 96 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Álex de la Iglesia / Con: Belén Rueda, Eduard Fernández, Ernesto Alterio, Juana Acosta, Pepón Nieto, Eduardo Noriega y Dafne Fernández.
Anoche, en el Dolby Theatre de Los Ángeles durante la entrega de premios Oscar, Chile conquistó un doble hito histórico. Por un lado, la película Una mujer fantástica le dio al país trasandino su primer Oscar a Mejor Película Extranjera. Por otro, su protagonista, la actriz Daniela Vega, se convirtió en la primera mujer trans en presentar a uno de los nominados en el escenario de la mayor ceremonia del cine de Hollywood. El film de Sebastián Lelio, cineasta nacido en Mendoza pero que se considera 100% chileno ya que vive allí desde los 2 años, enarbola una comprensiva y sensible mirada sobre la temática transgénero. Sin apelar a golpes bajos, ni caer en un tono de denuncia discursiva, la película acaba de desatar un cimbronazo en la arcaica escena política del país vecino. Sebastián Piñera está a días de comenzar un nuevo mandato presidencial, y se jacta de que no liderará la tramitación del proyecto de ley de Matrimonio Igualitario presentado por la saliente presidenta, Michele Bachelet. A su vez, en cuanto a una necesaria Ley de Identidad de Género, Chile acusa también un retraso. Eso sí, a horas del triunfo del film de Lelio, el próximo Secretario de Gobierno, Gonzalo Blumel, afirmó que es necesario avanzar cuanto antes sobre el tema. Más allá del Oscar, Una mujer fantástica ha funcionado como obra catalizadora de las necesidades de la comunidad LGBTQ, en una nación que se ha caracterizado por una larga herencia homofóbica, seguramente producto de sus extendidos períodos de dictaduras militares. Sin entrar de lleno en el territorio del spoiler, lo que se puede contar es que la oscarizada película comienza con imágenes de las imponentes cataratas del Iguazú. Más tarde, en la trama sabremos algo sobre ese destino, pero desde el arranque esos planos nos introducen en la tempestuosa historia de Marina (Daniela Vega), una mesera trans que tiene una relación de pareja con Orlando (Francisco Reyes), un hombre varios años mayor que ella. La irrupción de un hecho tan trágico como inesperado, colocará a familiares y ex mujer de Orlando en un encarnizado enfrentamiento con Marina. ¿Renunciar o luchar? Sólo hasta aquí conviene adelantar los acontecimientos que desarrolla la galardonada película chilena que actualmente está en cartelera en la Nave Universitaria. Más allá de su enorme valor cinematográfico, Una mujer fantástica traza una certera pintura sobre los larvados niveles de conservadurismo de buena parte de la clase media chilena. El relato coloca a su protagonista principal en medio de un puñado de encrucijadas, en las que convergen su desgarrador drama intimista y viscerales brotes de resistencia. El abordaje de la temática trans se enuncia desde el lugar que corresponde en una era como esta, evitando la binaria mirada de género a partir de la genitalidad; y desglosando la vida cotidiana de Marina con absoluta naturalidad. En el camino, Sebastián Lelio va derribando unos cuantos clichés. El vínculo entre un hombre que ha dejado a su esposa para comenzar un romance con una chica trans, no está sujeto estrictamente a lo sexual, sino que se trata de una relación de pareja; una historia de amor desprejuiciada. Un vínculo incondicional, en el que Marina queda en una clara desventaja social, sin ningún tipo de marco legal que ampare la filiación con su novio. La película no necesita detenerse a despotricar por la falta de igualdad de derechos en Chile. Desde la odisea de su protagonista, se desprende el aguerrido contenido de esta joyita narrada con una sensibilidad fuera de serie para los estándares del cine actual. Una mujer fantástica no se regodea en las desgracias de su heroína urbana, sino que dignifica su historia; que es a su vez la historia de millones de chicas trans en este planeta. Un mundo de color y dolor. Un film arropado de emoción, que a su vez es sinónimo de un cine tan combativo como político. Una mujer fantástica / Chile-Estados Unidos-Alemania-España / 2017 / 103 minutos / Apta para mayores de 13 años con reservas / Dirección: Sebastián Lelio / Con: Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Kuppenheim, Nicolas Saavedra, Amparo Noguera, Nestor Cantillana, Alejandro Goic, Antonia Zegers, Sergio Hernandez .