Para Gru, la villanía no es una cuestión de ambición personal sino deportiva. O lo era: el primer film tenía como tema la paternidad, la necesidad de cuidar de otros, la diversión de volver a la infancia con los propios chicos. En este segundo film (que es americano solo por el capital, pero cuyos realizadores son franceses y saben poner el acento más allá de lo puramente espectacular) el tema original se maneja con plácida continuidad -que no con autoplagio- y Gru pasa en la acción del mundo de los “malos” al de los “buenos” porque las circunstancias se lo exigen. Con este horizonte sólidamente planteado por el guión y la libertad para la invención gráfica, los gags se suceden con precisión, los “minions” (esos cosos amarillos) se vuelven cada vez más icónicos y cómicos y los comediantes que prestan las voces -si la escucha en idioma original- resultan auténticos creadores de humor. Una película bella y divertida, cuya única, noble pretensión, es ser recordada entre sonrisas. Nada mal.
Él –demasiado rimbombante– productor Jerry Bruckheimer había logrado recuperar el género de piratas gracias a la imaginación desbocada de un director desparejo pero interesante como Gore Verbinski. Con “El llanero solitario intenta hacer lo mismo con el western, un género mucho más importante y difícil. Esta nueva versión del justiciero enmascarado intenta combinar los elementos que hicieron de “Piratas…” una serie sorpresivamente exitosa: la habilidad cómica a lo Buster Keaton de Depp, los elementos de acción alambicadísimos, momentos de absurdo y una trama llena de vueltas y revueltas, de densidad casi novelística. Pero el resultado no es el mismo y el gran problema reside en el tono: demasiado dramático e incluso sangriento por un lado, demasiado cómico y burlón por otro.
La película que quizás usted no quiera ir a ver porque “ay, es la típica de Hollywood”. Se la pierde: se trata de una comedia musical (que no poco le debe al éxito de la serie Glee, básicamente es la misma idea) sobre un grupo de chicas en un campeonato interestatal de canto. Uno puede decir “es siempre lo mismo” y no verla, o decir “ya sé de qué se trata, disfrutemos”. Lo que tiene de bueno este film es que los intérpretes no solo parecen disfrutar de lo que están haciendo sino que lo contagian, que los momentos musicales (muchos aunque quizás no demasiado variados) son profesionales sin perder corazón, y que los momentos de comedia suelen quebrar varios estereotipos. Podemos criticarle ser “otra más” de “compitiendo en el college” (después de todo, Monsters University también va por esos carriles) o que algunos chistes los hemos visto demasiadas veces, pero es lo mismo que con los magos: vimos desaparecer el conejo, lo importante es que nos vuelva a emocionar lo repetido. Y en eso, el film cumple.
A estas alturas, Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) son como amigos a los que conocemos demasiado bien. Después de Antes del amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004), los personajes creados solidariamente entre los actores y el director Richard Linklater pueden considerarse hermanos de aquel Antoine Doinel de Truffaut que creció ante nuestra mirada durante casi veinte años. La historia de estos dos seres es la de un amor real, y el problema que tiene ese término tan repetido y trivializado (“amor”) es que encierra demasiadas cosas. Por una vez, tenemos a ambos juntos en unas vacaciones griegas; tienen hijos, no se han casado entre sí y cargan con la enorme responsabilidad de haber cambiado las mochilas del primer encuentro aleatorio en Viena a los veinte por esta escapada planeada a los cuarenta, cargados de responsabilidades. Pero tienen a favor seguir siendo seres inteligentes (cuánto escasean los personajes inteligentes y sensibles, más que meros artificios de un guión, en las películas de hoy). El tema de este film es el paso del tiempo, pero da la impresión de que en otros nueve años tendremos una cuarta película que siga radiografiando, a partir de diálogos graciosos y precisos, una puesta en escena al mismo tiempo económica y funcional y actores perfectos, algo así como -que no suene pretencioso, el film no lo es- el sentido de la vida. ¿Para qué estar si no tenemos con quién? ¿Y qué es “estar” con y para otro? Con sonrisas y brío, de eso se trata esta nueva postal de la vida de dos grandes amigos.
Perfecto estudio de cómo un Gobierno utiliza el miedo y la paranoia para destruir a sus ciudadanos, este film de Christian Petzold excede su marco de la Alemania Oriental en los 80 para retratar universales válidos más allá de las ideologías. Extraordinario y sutil el trabajo de su actriz, Nina Hoss como una joven médica que, por querer dejar su país, se ve marginada a un exilio interior que es, también, un viaje de descubrimiento.
Hay una trampa en el cine de zombies: dado que la masa descerebrada y asesina no tiene motivos para hacer lo que hace, puede utilizarse como metáfora de cualquier cosa. Así, el contenido político o social que incluye este film del por lo general aburrido Marc Foster (“autor” de uno de los peores James Bond, Quantum of Solace) es lo de menos porque es previsible. En cambio, no es previsible que Brad Pitt actúe al mismo tiempo con el cuerpo -en las secuencias de acción, que casi no se detienen- y con el rostro -en las intimistas, donde nos convence de ser un padre de familia, un ser humano preocupado por el prójimo, una persona real. El despliege de invenciones gráficas es realmente grande, aunque es cierto que, a esta altura de las circunstancias, es poco lo que puede asombrarnos a la hora de ir al cine a por un gran espectáculo. A pesar de todo, y de que difícilmente el espectador se aburra, hay algo de fórmula, de previsibilidad torpe, de despliegue gratuito que envuelve de mediocridad varias secuencias. Allí es donde se nota que no existe un director personal capaz de encontrar un sólido sentido en una historia que ya no nos parece ni original ni metafórica. Pero Brad Pitt es un espectáculo en sí mismo, lo que compensa -en gran medida- muchas de las debilidades de la película.
Sí, de lo mejor del año. Un remanso entre tanto ruido y tanta tristeza. La “precuela” de esa obra maestra que es “Monsters Inc.” hace honor a su precedente y –después de la decepcionante “Cars 2” y la despareja “Valiente”– a lo mejor de la casa Pixar. Este film cuenta cómo Mike y Sully pasaron de adversarios a amigos, pero es casi lo de menos, apenas el dispositivo narrativo de base para un film que trabaja y comenta las constantes de cierto triunfalismo americano, ese que muchas veces envicia las mejores ficciones. Aquí Mike Waszowski, el verde polifemo redondo (con la maravillosa voz de Billy Crystal) quiere ser un gran asustador, pero sabemos que no tiene lo que se necesita. Sully (con la también maravillosa voz de John Goodman) es un asustador innato, que descree del esfuerzo.
Un documental basado en los viajes que el Che realizó en su juventud por América Latina, este documental trabaja tanto con las propias palabras del protagonista a través de diarios y cartas como con testimonios directos. Quizás no agregue demasiado a una mitología ya bastante establecida y le falte algo de “cinematográfico”, sin embargo, el material permanece interesante e ilustrativo.
Con una muy adecuada dirección de actores, el danés Thomas Vinterberg vuelve a su retrato de las relaciones humanas, campo en el que logró notoriedad en su debut de La celebración. Aquí es la historia de un hombre (el perfecto Mads Mikkelsen) que, en plena reconstrucción de su vida, se ve falsamente acusado de pedofilia. Lo importante es el retrato de la paranoia social y que el film pone en tensión la vida real y ese mundo virtual creado por el miedo y el chisme.
Las tres estrellas tienen como único motivo que los actores son simpáticos. Pero cualquiera que haya visto alguna comedia de Teatro como en el teatro (gloria a Nino Fortuna Olazábal) o de Darío Víttori en nuestra TV de los 70 sabrá de qué va este asunto. A y B se casan, padres de A están divorciados y papá formó nueva pareja con la mejor amiga de mamá, pero deben fingir por unos días ser la familia que alguna vez fueron porque los padres de B “verdaderos” son católicos. Robin Williams, a la manera de un Osvaldo Pacheco de las superpotencias, hace de cura. Si esta reseña le parece llena de referencias a la televisión argentina del pasado es porque el film es, sobre todo, una antigualla absoluta. Por suerte, De Niro se divierte, Susan Sarandon sigue linda y Diane Keaton tiene el timing más o menos intacto. Si los adolescentes tienen pochoclerismo con Rápidos y furiosos (por lo demás, excelente film de acción), los adultos de más de 50 y las parejas en plan de casamiento tienen estos films. Bussiness are bussiness.