Cualquier película basada en un mito muy araigado es un riesgo: el límite entre la visión personal y la traición lisa y llana es demasiado delgado. Hasta hoy, las películas sobre Superman habían logrado equilibrar el humor ingenuo del personaje (después de todo, un ser perfecto que gana siempre e indefectiblemente) con invenciones más o menos a tono. Sin dudas, las dos que dirigió Richard Lester con Christopher Reeve, aunque sus efectos hoy nos parezcan toscos, permanecen en ese equilibrio. Esta nueva versión tiene méritos: invención surrealista en algunas secuencias de acción, la actuación breve y perfecta de Diane Lane y Kevin Costner, un protagonista que entiende a su personaje y ciertas traiciones bienvenidas. Pero adolece de un respeto mortuorio y solemne incluso en aquellas escenas donde debería ganar la comicidad (cómo se extrañan los Lex Luthor de Gene Hackman o incluso Kevin Spacey aquí). La idea de contar el origen para luego ir hacia otros rumbos probablemente más oscuros deriva en una película que, sin aburrir y con cierta bravura ocasional, parece un enorme trailer de dos horas veinte, un preludio para lo que indefectiblemente habrá de venir. Lo que deriva en algo así como un álbum de figuritas, una colección de “todo lo que usted debe saber de Superman para comprender al personaje” al que se le ha sumado algún trauma con sus padres (los dos papás, ojo, que con la mamá todo está bien). Continuará en unos años.
Ante la escasez patológica de films románticos y melodramas, uno nuevo es buena noticia. Claro, si es bueno. Aquí hay una chica linda y atormentada que inicia una nueva vida en un pueblito perdido, se enamora y zas, se ve alcanzada por su pasado. No sería un problema la previsibilidad si no fuera por el estilo siempre plano y carente de la pasión -que hace falta en estos casos- del sueco Lasse Hallstrom, apenas un empleado al servicio del productor que venga.
Film argentino que, utilizando ciertas constantes del mundo gauchesco, intenta otra cosa. Es la historia de un joven nieto de samurais que busca a un guerrero mítico en esta tierra perdida, para descubrir que su destino está en otra parte. Bella, un poco lenta por momentos, esconde una mirada crítica sobre nuestro país, un lugar abandonad por la tradición, la épica y la civilización. Un buen intento de desmarcarse de ciertas constantes desgraciadamente nacionalistas.
Uno de los grandes misterios del cine contemporáneo es qué pasó con M. Night Shyamalan. Después de dos films excelentes como Sexto Sentido y El Protegido -el último, una obra maestra-, su carrera entró en la diletancia primero (con Señales y la subvalorada La Aldea) y la disolución después. Este film, vehículo para Will Smith y, sobre todo, su hijo Jaden, es la historia de este último viviendo aventuras de náufrago en planeta salvaje para conquistar el amor de papá. Todo es mecánico, desganado; en algún momento recuerda a Una aventura extraordinaria (film que Shyamalan casi dirige) y en otros cae en la filosofía barata y los zapatos de goma. El director pretende encontrarle vuelo filosófico y cuando lo hace, descuida la pura aventura física, lo único que justifica el asunto. No está “mal filmada”, simplemente parece hecha a desgano y con tristeza, como si el realizador se sintiese un esclavo de los productores y de la egolatría de sus protagonistas.
Esta es la clase de películas que hacen que uno salga del cine alegre y con ganas de volver a ver films. Tiene sus imperfecciones y sus ligerezas, pero la suma total supera sus debilidades. Cuatro magos, reunidos por alguien a quien no conocemos, se vuelven famosos en Las Vegas. Sus últimas tres presentaciones implican, a través de los trucos, tres golpes o estafas magistrales que tienen, además, un oculto propósito. A medida que los crímenes se desarrollan, el FBI, Interpol y toda agencia de seguridad los persigue. Por cierto, final sorpresa. Ahora bien: la película es en sí misma un acto de prestidigitación donde se nos distrae constantemente para que el truco funcione. Y, por cierto, en los minutos finales sabemos que puede pasar cualquier cosa y ya no estamos seguros de nada. Aparece un personaje “nuevo” y ya pensamos que es otro truco (aunque no) y desaparece un personaje “viejo” y pensamos qué lástima (pero es un truco). Ese febril estado de indefinición sería catastrófico para una película, si los actores no fueran todos muy simpáticos y generaran un halo de confianza para sus personajes. Así, en el fondo y a pesar de las vueltas de tuerca necesarias dado el tema, sabemos quiénes son los buenos y quiénes los malos. Un cuento divertido que vale la pena.
Una película romántica o, más bien, una reflexión sobre las diferentes formas del amor construida alrededor de dos mecanismos: el relato coral (son las cuatro mujeres de una familia) y la mirada específicamente femenina. Aunque muchas veces no logra correrse de los lugares comunes, el film funciona al mantener un ritmo constante y apelar a un montaje inventivo. Por cierto, un film belga, de las cinematografías más raras y menos conocidas de la pantalla contemporánea. Y bien típica de ese país.
No cabe duda de que el género del terror (más bien del horror, porque aquí las imágenes impactan en lugar de temerse) se ve bastante beneficiado por el 3D, especialmente cuando apela a la truculencia. Es extraño que esta nueva versión de El loco de la motosierra sea, a pesar de ello, mucho menos efectiva que la original de principios de los años 70, donde solo el sonido y el maquillaje quebraban al espectador. Funciona a veces, algunos horrores impactan y asusta mientras la luz esté apagada.
Algo así como una película de animación clase B, incluso si se trata de una producción grande. El chiste: un forzudo héroe del espacio es capturado en un misterioso y peligroso planeta, y el único que puede ayudarlo es su inteligente pero esmirriado hermano. El planeta en cuestión es la Tierra y los cautivos deben salir de la mitológica Área 51. Entonces, los realizadores de dedican a todo chiste posible respecto del “choque de culturas”, así como a la fábula sobre la amistad, la fraternidad, la igualdad y, de paso, la libertad, seamos tricolores. El problema del film es que no supera el bastidor de su idea de base y se queda allí, con muy poco para decir más allá de que algunos gags funcionan bien y que el humor “de golpe y porrazo” permite que el espectador no se aburra (demasiado). Pensada especialmente para el público infantil -he allí su peor defecto-, esta Héroes... resulta uno de esos entretenimientos agradables y pasajeros que no quedan, necesariamente, en la memoria.
Hay un problema de base con esta serie. Si la segunda película resultó una especie de remake que funcionaba como una parodia de la primera exacerbando el costado -digamos- sádico del asunto, en esta tercera ya no quedan muchs más piruetas por hacer. Hay cuatro personajes en estado de caos inducido que revisan sus decisiones y revisitan con un poco más de sabiduría (apenas un poco más) los viejos escenarios. Por cierto, dado que se trata de excelentes comediantes -y muy buenos cómicos, cuidado que no es lo mismo- logran momentos donde el suspenso y el peligro se combinan perfectamente con la risa, y eso alcanza para que el espectador salga al menos satisfecho. Sin embargo, algo falta: no específicamente el elemento sorpresa (ni siquiera uno lo esperaba, en cuanto a la historia se refiere, en la primera entrega) sino la frescura. Ya sabemos cómo son estos personajes y también qué alternativas se les presentan; también imaginamos cómo habrán de llegar a cierta manera de la felicidad o casi. Lo que nos queda es esperar al nuevo gag, al momento donde el malabarismo posible de estos actores nos entregue el estímulo para la risa. Por suerte, lo consiguen en más de una ocasión. No es una mala despedida, después de todo, para intérpretes que, a partir de un esquema que muchos consideraron trivial, encontraron la forma de convertirse en estrellas. Se los despide con no poca risa y con mucho agradecimiento.
En este film, tres marginales se ven envueltos en el asesinato de un político. Como ya lo hizo en otras ocasiones, Gustavo Cova intenta traducir “al argentino” los géneros americanos, en este caso el policial negro. Si no lo logra es porque aparece la sombra de la política -en general- como fuente de todos los males, y así algunos buenos momentos o la idea argumental de base, bien válida, se diluyen en el intento.