Hay un hombre que vuelve de un exilio español, hay una mujer que amó y que, por azar y por la manipulación de algún amigo, reencuentra; hay un desencuentro y hay un secreto. Podría decirse que es una telenovela, pero no: Rodolfo Durán cree siempre en sus personajes, y logra que nos emocionen incluso si se adivinan sus pliegues. La Picchio siempre es una enorme actriz.
Este film de Sally Potter (recordada por una película interesante como Orlando y una invisible como La lección de tango) narra el paso por la adolescencia de dos amigas durante la crisis de los misiles de 1962. El ritmo es bueno, y la actuación de las protagonistas provoca una empatía inmediata en el espectador. Las chicas se hacen querer, aunque uno se pregunta por qué Potter tiene que mezclar tantos elementos en un film que podría, sin complejidades ni la necesidad de mostrar “cosas importantes”, darle justo al corazón del espectador. La idea de que un film sea además algo así como un manual de instrucciones o una conferencia sobre cónmo debe vivirse suele atentar contra nuestra necesidad de ver aquello que no podemos experimentar, de acompañar a esas personas imaginarias que no nos rodean todos los días. Aquí seguimos a estas dos chicas con placer, siempre y cuando la señorita Potter no saque la tiza del guardapolvos y nos subraye para qué hace la película.
Quien esto escribe sufre una curiosa patología cuando sale de ver films de gran espectáculo, acción y aventuras que le causan felicidad. Suele pensar por segundos que el cine es esto y no, por poner un caso, Haneke. Por supuesto que el cine puede ser ambas cosas, y que así como puede haber buenas películas de Haneke puede haber pésimas películas de esta saga. Solo ocurre que no es el caso. Más allá de la acción desaforada (tanques, aviones, autos de carrera, precipicios, armas, chicas pulposas, más armas, más autos, más chicas pulposas) lo que diferencia esta serie de cualquier otra es que sus personajes son seres humanos y que todo se juega alrededor de la idea de “familia”. Hay otra cosa que hace muy valiosa esta saga, cuyos actores distan de ser grandes estrellas –son gente “conocida”, pero forman parte de la mejor tradición de la clase B– y es que son aventureros en los márgenes del mundo. El planeta está dividido en un “centro” (donde la ley funciona) y en una “periferia”, donde no. De algún modo, es el viejo universo del western pero globalizado y a máxima velocidad. Además de que queremos a todos los personajes, la creatividad superlativa para las escenas de acción –y el denso realismo que tienen esas imágenes– hacen que ese mundo nos parezca propio, inmediato y cálido. Si el cine es movimiento, este film es su expresión más cabal. Atención al elenco completo.
Un film que opta por un espacio acotado (un pequeño pueblo perdido y casi deshabitado, o habitado solo por ancianos) donde dos jóvenes tratan de consumar un amor a pesar de -melodrama, dijimos- un secreto que se los impide. La historia es menos interesante que el aspecto de comentario social que abunda en la película, y es en la precisión de algunas actuaciones donde gana peso, a pesar de un desenlace más o menos previsible.
Usted ya sabe de qué se trata: otro conjunto de parodias veloces de películas de terror que parecen diseñados no a partir de mirar films y entenderlos sino de espiar un rato los trailers. Como suele suceder en estos casos, se parece más a un programa de sketches televisivo que a una obra cinematográfica, incluso a una obra cinematográfica mala. Por cierto, muchos chistes son efectivos, pero a la larga es como estar al lado del alma de la fiesta, que en seguida se pone pesado.
No cabe duda de que el 3D y la animación se han transformado en un matrimonio ineludible, especialmente cuando se trata de diseñar con la computadora. Esta fábula ecológica sobre la vida secreta de un jardín, plagada de invenciones de diseño muy bellas aunque demasiado elemental como relato es una prueba de cómo otorgarle credibilidad a un mundo completamente inventado. Aquí se trata de una adolescente “real” transportada a un universo donde lo natural está personificado y antropomorfizado, donde las fuerzas de la naturaleza luchan contra las de la polución, lo que implica transformar el dilema ecológico en uno moral. Más allá de algunas vueltas de tuerca y del desarrollo de la trama -que no pierde encanto al ser previsible sino, más bien, al contrario- es mucho más destacable el aspecto visual que el narrativo. Realmente el film está diseñado para que “entremos” y creamos en lo que nos muestra. El nombre original, Epic, remita a una escencia de relato y no engaña. Se trata de un espectáculo generoso que no carece de humor ni del elemento simpático que engancha a los más chicos, y su mayor lastre es, justamente, el aspecto didáctico.
Bienvenidos al mundo espectacular de Baz Luhrmann, el hombre que logró unir con armonía la licuadora pop con la cámara cinematográfica en films como Moulin Rouge! - Amor en rojo o la poco apreciada Australia. Luhrmann es otro de los realizadores que creen en el poder del espectáculo para amplificar lo humano y volverlo más comprensible. Sin embargo, hay algo que no funciona bien en su versión de la obra maestra de Scott Fitzgerald. El Gran Gatsby no carece de ironía pero no abunda en humor: serle fiel a su sentimiento trágico, a su mirada desencantada sobre el mito americano del self-made man implica necesariamente enjuagarle al artificio estadoundense todos sus colores. Luhrmann hace exactamente lo contrario, empeñado en encontrar una verdad sustancial detrás del oropel. La apuesta es arriesgada y, en última instancia, dado que tiene a un extraordinario Leonardo Di Caprio dando vida a la increíble creación del escritor (un auténtico mito del siglo XX), y dado también que el realizador sabe cómo construir una escena barroca a partir del 3D y el modernismo del siglo XX, logra un empate sólido. Pero ha cometido el error fundamental de ceder a su propio talento y creer que Carey Mulligan podía ser Daisy. En la fragilidad total de esa imagen demasiado etérea naufraga la potencia romántica del relato: la actriz se confunde con el decorado en lugar de troquelarse como objeto de deseo. El vértigo, de todos modos, es tan contagioso como el ritmo musical.
Hong Sang-soo es uno de los grandes nombres del cine contemporáneo sin la menor duda. Esta nueva comedia de costumbres, donde el amor y el séptimo arte vuelven a combinarse en la vida de sus criaturas, Hong vuelve a tomar el camino de Eric Rohmer (a esta altura su modelo) y a reflexionar sobre la vida a través de la sonrisa intelectual. Una historia marco, tres historias de amores contrariados y la elegancia de un director enorme.
Virtuosa en lo formal, construida a puro plano secuencia hipnótico y revelador, este film de Jazmín López, ganador en el último Bafici, muestra -más que “narra”- el vagabundeo de un grupo de adolescentes por diferentes lugares, mientras juegan con el lenguaje y tratan de seducirse. El viaje a ninguna parte que es a todas revela una tranquila desesperación y habla del fin del mundo. Una película extraña para nuestro cine.
Algo les pasa a los estadounidenses con sus símbolos de poder, o bien lo que sucede es que el miedo del 11/S aún está presente y requiere de la catarsis del arte. El otrora pésimo y hoy correcto Roland Emmerich ha logrado aquí, combinando elementos de Avión presidencial, Duro de matar, su propia Día de la Independencia y más o menos todas las películas de acción que se han filmado en los últimos treinta años, un entretenimiento notable, con algo de filo e ideas políticas, cuyo mayor mérito es un logrado suspenso. Después, es cuestión de preguntarse qué trauma se está purgando y de ver que, debajo de la apariencia de buenos y malos, se esconde la desconfianza contra las propias instituciones, un síntoma mucho más amargo que merece un análisis -o una crítica- más largo. Algo sucede para que ya no haya terreno sagrado para Hollywood y para que el propio Estado sea poco confiable. Pero si no quiere pensar a la salida del cine, no importa: recibirá por su entrada exactamente lo que fue a buscar.