Una película de ciencia ficción postapocalíptica con Tom Cruise y Morgan Freeman no puede ser mal prospecto. En este caso, la parte “espectáculo” funciona muy bien, con bellos movimientos y elementos de acción que provocan una emoción genuina. El problema es que la intención de dejar un mensaje clarísimo respecto de la ecología, el armamentismo, el lado oscuro de la Humanidad, los peligros de la ciencia, etcétera conspiran constantemente contra la aventura. La Tierra ha sido devastada por la guerra contra unos aliens, Cruise es de quienes se encargan de hacerle cierto mantenimiento al planeta, y un accidente lo lleva a descubrir que la historia oficial podría estar equivocada. Contra lo que luchan los protagonistas, pues, es contra un guión que intenta, cada cinco minutos, establecer la utilidad del film en lugar de dejar que estos personajes vivan por sí mismos y nos contagien sus reacciones. Aún así, el director Joseph Kosinsky (responsable de la casi soporífera “Tron: el legado”) demuestra buen gusto, interés por sus protagonistas y deseo lúdico a la hora de la aventura, lo que compensa la pesadez filosófica (e inútil por lo trivial) de ciertos sectores del film. Cruise y Freeman, como siempre, causan un placer enorme a la hora de verlos, uno de esos placeres que –¡caramba!– andan escasos hoy día.
Las películas francoparlantes canadienses no son lo mejor del mundo, francamente. Aquí tenemos la historia de un docente argelino que se gana a un curso difícil en una escuela pública. Pero el film está tan preocupado por darle una enseñanza al espectador -la docencia excede la trama, desgraciadamente- que deja de lado cualquier posibilidad de que el espectador sienta el ojo atraido por la pantalla.
Nadie puede explicar la carrera de Nicolas Cage: films grandes con autores importantes y películas horribles. Este film no es pésimo, sino fallido: un ladrón timado sale de la cárcel y le raptan a la hija porque, creen, tiene un gran botín. Corridas, tiros, y Cage con cara de malo demasiado tiempo. El gran problema no es ni el actor ni la historia, sino que todo está filmado a desgano, como si los realizadores solo quisieran llegar, rápido, a la hora y media, y a cobrar.
Esta es la remake de Diabólico (más conocida por su nombre en inglés Evil Dead) opera prima de Sam Raimi, hoy director millonario. A diferencia de la original, el peso mayor del film está en dos factores: el protagonismo de los personajes femeninos y el horror inmediato. No implica que no haya humor negro, sino que éste tiene otro tono mucho más cínico y menos festivo. Técnica y narrativamente, funciona bien como una máquina de sustos, mejor que muchas otras “remakes”.
El asesinato del militante del PO Mariano Ferreyra es uno de los puntos clave en la política argentina. Los documentalistas Rath y Morcillo llevan a la pantalla la investigación periodística de Diego Rojas pero optaron por utilizar las herramientas de la ficción: el resultado es interesante porque al mismo tiempo trabaja sobre el caso, sobre el periodismo -el film sigue a un cronista interpretado por Martín Caparrós que va desarmando el caso- e indaga sobre los motivos y las ambigüedades de la militancia política. El caso, pues, es en parte expuesto y analizado con un fin preciso -la idea era terminar el film para que influyera en el juicio que se lleva a cabo- pero excede ese marco porque también toca, ficción mediante, temas universales. Imperfecto en algún sentido, realizado con urgencia y producido en gran medida gracias a la solidaridad de sus participantes, lo que el film desnuda es la impunidad del poder mucho más allá del asesinato en sí y de su contexto. Se trata, aunque estemos en contra del uso del adjetivo, de un film necesario pues en medio de una andanada de documentales que desprecian el cine, opta por el arte como lupa para comprender la realidad.
Dentro del panorama de la comedia contemporánea, el realizador y productor Judd Apatow es un personaje central. Es cierto que en la Argentina el panorama del cine cómico estadounidense (de una enorme riqueza y creatividad) nos llega cercenado o morigerado por las pésimas políticas de distribución y exhibición. De todos modos, Apatow ha logrado estrenar aquí dos de sus films más conocidos: Virgen a los 40 y Ligeramente embarazada. Lo que lo hace diferente de otros humoristas es cómo encuentra el costado cómico, disparatado, en las conductas más cotidianas y triviales sin llegar (demasiado) a la caricatura desembozada. Hay además un gran cariño por los personajes, mucho más que herramientas para producir risa. Sin embargo, en esta “especie de secuela de Ligeramente...”, donde a aquel film se lo referencia en los diálogos, parece haber perdido algo del filo. Los gags son triviales, el ritmo se distiende en demasiadas ocasiones y, en algún punto, nos preguntamos hacia dónde se dirige la historia. Por cierto, el hecho de que el film está en manos de comediantes supremos (Paul Rudd, Jason Siegel o la gran Leslie Mann, por empezar) hace que mucha de la munición cómica llegue a destino y compartamos, con simpatía, las aventuras o desventuras de los personajes. Lo que falta es la densidad emocional de la gran -no estrenada, claro- Hazme reír o el filo cariñoso de Virgen a los 40. Igual, hay que seguir a Apatow, sin dudas.
Bien actuada y escrita, esta historia de un hombre hosco que toma a su cargo la famlia de un amigo -más bien un “buen conocido”- que pierde la vida busca constantemente el medio tono, es decir no caer ni en el melodrama o lo lacrimógeno ni en la comedia desaforada o el grotesco. Lo logra a medias con nobleza, incluso en sus errores, sostenida especialmente por actores en estado de gracia y un paisaje que complementa sus emociones. Imperfecta pero, en cierto modo, querible.
Sí, tal cual, otro cuento de hadas llevado a dimensiones épicas, 3D, pantalla gigante, gente que vuela, monstruos imposibles, etcétera. Funciona de a ratos porque, a esta altura, lo maravilloso se termina convirtiendo en un lugar común, y el realizador Bryan Singer -ocasionalmente talentoso: recuerden Los sospechosos de siempre o la segunda película de la saga X-Men- no logra imponer el tema del diferente atrapado en un mundo que no puede manejar (su tema, digamos) a una historia que desborda visualmente pero no emocionalmente.
Después de Dos días en París y de este film, no caben dudas de que la también actriz Julie Delpy es una gran realizadora. Esta es una historia de encuentro familiar multitudinario, que transcurre cuando cundía en el mundo la paranoia de que el Skylab, ese armatoste espacial, podía caer en la campiña francesa, justamente donde transcurre la historia. Pero en lugar de hablarnos de las rencillas familiares o caer en el grotesco subrayado, la adopción del punto de vista de una nena de 10 años transforma todo en otra cosa, en una historia que toma las dimensiones de lo fantástico y lo cómico, de lo maravilloso y lo colorido. La mirada de Delpy busca aquello que no ha sido retratado por el lugar común, y genera un relato cálido, como si el film fuera un hogar para el espectador, al que no le falta la ironía ni la acidez, pero no se excede en esos sabores. Sin la complicidad de un elenco perfecto y de un ambiente que recuerda la gran Milou en Mai de Louis Malle (pero con más diente, dicho sea de paso), un film puro corazón.
Primero, disculpas: seguramente usted, lector de esta revista, sentirá que hay algo raro en el hecho de recomendar un juguete de acción como esta G.I. Joe. Pero le recomendamos el siguiente ejercicio: vaya a ver este film como si fuera a ver una performance vertiginosa y sobremusculada del Cirque du Soleil. ¿Vio que es buena? Es claro: se trata de una historia de buenos contra malos, de una venganza, de explosiones cuya monstruosidad vuelve abstractas, y cuya diversión se basa en poder ver lo imposible. Lo que destaca de este film es que combina a dos grandes comediantes como Dwayne Johnson y Bruce Willis, tipos que nunca se toman esta clase de cosas en serio, payasos y clowns que cruzan a Fred Astaire con Karadagián, y hace que esa empatía que generan nos permita recorrer las fabulosas acrobacias y persecuciones con el interés por lo humano que suele faltarle a películas de este tipo. Aquí, a diferencia de la primera película, aquella fallida expedición punitiva dirigida por el otrora talentoso Stephen Sommers, el tono de los actores se ajusta perfectamente con el modo de las imágenes. Así, las increíbles acrobacias de algunas secuencias hacen que el espectador realmente sienta que hay peligro para alguien, que hay un riesgo, que se trata de una real aventura. Sí, puede disfrutar tranquilo de este juego de acción y tiros y bromas y piñas, y saber que esa diversión es nobilísima.