El gran problema de estas películas que se ríen de otras películas reside en que si uno no vio los films (los trailers, para ser sinceros) de los originales, no se ríe. Si los vio, ojo, tampoco se ríe mucho que digamos, pero por lo menos entiende de qué no se ríe. ¿Entendió? Bueno, no importa: parodia de films de terror sin gracia ni peso ni algo más original que una pedorreta. Su problema no es la grosería, sino que no le importa si hace reír o no. Plata rápida.
Hace un par de semanas (y sin pena ni gloria) pasó por las carteleras un ejemplo del Steven Soderbergh “ligero”, Magic Mike. Esta semana tenemos un ejemplo del “denso”: pareja rica, él cae en desgracia, ella se deprime, toma un nuevo remedio y la cosa se desmadra para el lado del thriller entre la denuncia y el sexo. Para decirlo claro, Soderbergh vuelve a hacer profesión de moralista y de señor que odia a los ricos (aunque él mismo lo sea). Telenovela mala pero trascendente. Cine, cero.
El catalán Cesc Gay ha realizado algunas películas notables como Krampáck y Ficción, ambos films libres sobre las relaciones humanas, pero también independientes, alejadas de ciertos modos de la mayoría del cine industrial aunque no necesariamente radicales en su estilo. Con Una pistola... apunta a un estilo más accesible y -no se lea despectivamente- “internacional”. Es un relarto coral sobre hombres que tienen problemas con las mujeres y se concentra en el trabajo de sus actores (Leonardo Sbaraglia, Javier Cámara, Ricardo Darín, etcétera). El resultado, como siempre sucede con los relatos corales, es desparejo, pero de todos modos hay algo para destacar y es que Gay logra encontrarle el humor justo a cada situación y -algo que no suele abundar en el cine hispano cuando opta por argentinos- capitalizar las diferencias de tono y formas de hablar para construir a partir de gestos naturales. Justamente en la espontaneidad de las criaturas reside el mayor atractivo de un film que, en principio, parece construido solo alrededor de estereotipos. Por suerte, hay algo más.
Es una pena que todavía (¡todavía!) las películas animadas se piensen como espectáculos únicamente infantiles, cuando en su mayoría se diseñan como films que unen al adulto con el niño para compartir una experiencia que pueda tocarlos a ambos. “Los Croods” justamente habla de eso, de la unión en la diferencia a través de compartir una experiencia común. El director es Chris Sanders, alguien que ha realizado dos grandes películas animadas sobre la familia y la unión ante lo extraordinario: esa obra maestra que es “Lilo & Stitch” y la muy buena “Cómo entrenar a tu dragón” (dos películas que no requieren un niño al lado para que el espectador termine emocionado). El film narra cómo una familia prehistórica, tras un cataclismo, debe dejar la cueva y aventurarse en un lugar nuevo con cosas totalmente nuevas, y de la tensión entre un “paterfamiliae” conservador y miedoso y una joven aventurera y curiosa. Lo interesante del arte de Sanders consiste en que, si bien no desdeña los momentos de acción que le permiten lucir el 3D y el diseño por computadoras, mantiene a los personajes en equilibrio, los hace complejos y no necesariamente arquetípicos, capaces de cambiar y no rígidas herramientas del guión. Juega mucho el diseño y la gestualidad de criaturas que han sido creadas primero en papel y lápiz y luego PC en mano, y eso es un arte secreto pero impresionante.
Los chilenos tienen, hoy y por lejos, el mejor cine de América del Sur. La Nana, film multipremiado, es un ejemplo: la historia de una sirvienta que no quiere quedarse sin trabajo opta por varios tonos, desde la comedia hasta el suspenso y acierta en todos, dejando como telón de fondo los conflictos sociales y enviando al primer plano al personaje, tan atractivo como peligroso. No se la pierda.
Otra novela muy adaptada al cine es The Hunter, de Donald Westlake, con dos versiones famosas: A quemarropa, con Lee Marvin, y Revancha, con Mel Gibson. Ahora el criminal que vuelve de la muerte y el olvido para reclamar el botín y hacer justicia es Jason Statham, un actor que es todo el cine junto. Como siempre, el atractivo de verlo moverse en la pantalla supera el de la historia, aunque se trata de un gran cuento que vale la pena volver a narrar.
Es tarea para el sociólogo inteligente (no es algo que abunde hoy) explicar por qué hay tanta obra protagonizada por zombies. No haremos aquí el catálogo: el lector puede golpear una baldosa y verá salir desde debajo miríadas de muertos vivos. Mi novio es un zombie se hace cargo de esta sobreabundancia de fanáticos del bocadillo de seso y plantea una comedia romántica donde ella le enseña a él a recuperar el calor del cuerpo y el alma. Pero cuidado: el realizador Johnathan Levine se da cuenta de que el punto de partida es adecuadamente cursi y juega también con eso al punto de hacerlo estallar con humor y los lugares comunes del cine de zombies. El resultado es gracioso, con aciertos -especialmente en el rubro actoral- y apuntes inteligentes. El problema es que el film gira máws alrededor de una ide que de una verdadera historia, y aunque eso puede dar resultados interesantes y hasta excelentes, aquí se requiere un mayor equilibrio entre ambas cosas: lo previsible y la risa sobre lo previsible se agotan rápidamente.
El realizador Joe Wright ha filmado, hasta ahora, solo adaptaciones literarias (“Orgullo y prejuicio”, “Expiación”). Sin embargo, ha encontrado el cine en ellas. Aunque ha tenido traspiés (la “moderna” “El solista”), cuando se dedica a los trajes de época logra –paradoja– verdaderas películas. Con “Anna Karenina”, enésima versión de una novela perfecta –lo que implica un riesgo gigante–, decide mostrarle al espectador que el “film de época” es siempre un artificio extremo, y que la propia novela, con sus ocultamientos y mentira, trabaja sobre el juego teatral de las apariencias. El resultado es de un gran impacto visual, que complementa de modo irónico y trágico lo que les sucede a sus protagonistas. No hay decorado de más: justamente el espectador comprende que algo se mueve detrás del decorado, algo que finalmente acabará con Anna y con su mundo. Los intérpretes comprenden bien el juego y lo juegan con enorme precisión: Jude Law es el retrato de Karenin, Aaron Taylor- Johnson es Vronsky. Pero el peso absoluto cae sobre la espalda de Keyra Knightley, una de esas actrices que comprende que el cine es movimiento. Aquí no tiene que correr o pelear como en “Piratas del Caribe”, sino deslizarse y ser, al mismo tiempo, carnal e inmaterial. Y devora al personaje de tal modo que logra amoldarlo a sí misma, disolviendo al mismo tiempo cualquier exceso literario. El film vale por sí mismo y por ella, no por el prestigio de la novela.
Interesante primer largo del argentino Daniel Gimelberg, el film trabaja sobre dos tiempos: el de un pasado tranquilo y normal, el de un presente que lleva a la degradación y la violencia. El espectador está invitado a comprender qué pasa en esa historia quebrada, a comprender las razones del quiebre, a descubrir alternativas. Gimelberg sostiene su historia con precisión y logra sumergir al espectador en las emociones de sus criaturas.
No caeremos en la trampa del cinéfilo purista y totémico que no quiere ver a un actor haciendo de Hitchcock. El arte es libertad, después de todo. El problema aquí es que el personaje no parece construido con la imaginación o la investigación, sino con un refrito de Wikipedia. El rodaje de Psicosis es la excusa, y usar actores con algún Oscar, la segunda de las coartadas para un film aburrido y evidente, que se agota desde el póster.