Film americano independiente, de esos que escasamente vemos en el país, narra la historia de un pintor joven tratando de encontrar un camino al éxito en Nueva York justo cuando cae de visita -y algo más- su hermana veinteañera e indomable. El film tiene a su favor el nervio y la naturalidad de las actuaciones así como su aspecto de comedia de enredos, y en contra un acopio de lugares comunes que aparecen “disimulados” en una puesta en escena que busca parecer espontánea.
Aunque el film hable con cierto tono de comedia de la infidelidad, no deja de ser, de algún modo, moralista. Aunque, por supuesto, tiene el derecho de serlo. Aquí hay dos hermanos: uno más bien libertino, otro desengañado por un matrimonio roto. Y de las relaciones con esposas, ex esposas, amantes e hijos. La pregunta que el film se hace es si es posible atarse a una pareja o una familia cuando el deseo sigue funcionando. La respuesta sólo es válida para los personajes, pero lo que hace de la película algo particularmente interesante es el tono en que deja fluir las situaciones, sin forzarlas dramáticamente y sin evitar mostrar cierta alegría que se incluye en la transgresión. En ese realismo entre lo amargo y lo dulce es que Todo queda... se destaca como retrato realista de la institución familiar, sin caer en lugares comunes demasiado explícitos. Pero, se dijo, hay alguna condena, cierto “moralismo”, que subyace al destino de sus libertinos. Una de cal y una de arena.
No cabe duda de que el anterior film sobre el célebre personaje de historieta, dirigido también por Christopher Nolan, está muy cerca de ser una obra maestra. Azar puro, se combinaron en él elementos en estado de gracia que no se repiten en esta tercera, tediosa última parte. Nolan, fetichista del guión, construye su film alternando escenas de acción mediocres con diálogos solemnes, y de la combinación solo salen indemnes Michael Caine y Anne Hathaway, que ponen un poco de humanidad en el asunto. La historia es simple aunque parezca complicada: un megavillano se apodera de Ciudad Gótica, la sitia y la saquea durante meses mientras pasea una potencial bomba atómica. Batman se enfrenta a él tras ocho años de exilio, pierde, se recupera y lo vuelve a enfrentar. Más algunas vueltas de tuerca que generan la necesidad de minutos extra de explicaciones y flashbacks (la “gran sorpresa” del film, por ejemplo). Es decir, nada que el espectador no haya visto, aunque revestido de una solemnidad poco adecuada para el caso, que hace que las casi tres horas (casi tres horas, repitamos) se sientan demasiado. Por cierto, se puede disfrutar de trabajos como el de Gary Oldman -probablemente su comisario Gordon es uno de los grandes papeles de su carrera-, de algunas secuencias de acción (algunas), del propio Christian Bale un poco menos pétreo que en otras oportunidades, y de algún acierto aislado. Pero, en general, es menos de lo mismo.
Los hermanos Peter y Bobby Farrelly han construido una carrera cinematográfica alrededor del viejo slapstick, el humor de golpe y porrazo veloz al que han sabido agregar la escatología. Pero hay más: a través de esas películas han mostrado que la idiotez humana no está divorciada de cierta ternura. Que la bondad, más allá de la zoncera, existe. La matriz de esas películas siempre fueron Los Tres Chiflados; este film es, de algún modo, el que justifica o explica esa obra. Es todo un experimento hacer una película sobre los personajes de los Chiflados en lugar de una biografía de los hermanos Howard, y en ese sentido el riesgo es grande. El resultado quizás no sea perfecto, pero rescata lo que eran Los Tres Chiflados: una larga “conjura de los necios”, la construcción de una comicidad épica. Aquí los tres personajes deben salvar un orfanato, y la historia es algo más, en ese sentido, que un bastidor para una andanada de humor físico enorme. Los actores hacen mucho más que imitar: expresan comicidad con todo el cuerpo, un arte difícil de dominar.
Si vio Borat, si se acercó a Brüno -el film sobre un modelo masculino y gay políticamente correcto que aquí solo se vio en video- sabe quién es Sacha Baron Cohen. Y sabe que en cierto sentido su máxima gracia funciona con el mismo chiste: ser lo más ofensivo posible. En las tres películas se trata de lo mismo, el intento por sobrevivir según sus propias reglas alienadas de un personaje excéntrico en los Estados Unidos. En este caso se trata de un dictador aparentemente islámico, un tipo que lleva al extremo cualquier lugar común sobre mandatarios malvados. En cierto punto, el film causa risa y funciona cuando Baron Cohen se deja llevar por el ejercicio de su capacidad para la comicidad. Pero tiene un enorme problema: en el fondo, cualquier película sobre un político es en sí una película política, toda vez que para resolver la trama debe de tomar algunas decisiones sobre qué es correcto y qué incorrecto en el mundo que presenta. Haciéndolo fácil: el chiste de ser ofensivo esconde una moralina un poco recalcitrante y antigua. Pero como, por suerte, el actor no solo sabe hacer reír sino que además conoce y maneja como pocos el timing, el film funciona bastante bien. Hay incluso momentos donde la molestia rinde frutos, donde realmente el espectador debe poner en tela de juicio sus propios prejuicios morales y sociales. En esos momentos de provocación pura, el film muestra que nuestro mundo es realmente un lugar complejo y peligroso, aunque se diga con risas.
Con todo el respeto que merece García Ferré por lo que ha hecho en la historieta y la animación argentina, uno se pregunta quién podría ver una gira turística por San Luis cuyo chiste básico es “uia, mirá a X”, siendo “X” una figura cualquiera de la televisión. El cine es otra cosa: después de Toy Story, un producto así es un anacronismo absoluto. El nacionalismo ramplón de la película, además, intenta imponerse en lugar de seducir: pésima estrategia.
El truco de la cámara de seguridad o la camcorder mostrando lo mal que la pasa la gente cuando es perseguida por fantasmas/zombies/vampiros/Afip/Satán u otros horrores está alcanzando el punto de saturación. Lo original de Emergo consiste en multiplicar los puntos de vista, lo que permite narrar una historia de un modo más cercano a … el cine, que lo hace desde Griffith. Asusta, pero como un globo estallando al lado del oído.
No es un film para pasarla bien, si es que a usted solo le interesa que el cine le provea placer inmediato. Figuras..., por cierto, genera el placer intelectual de comprender una forma, pero su objeto es áspero: la vida durante tres años de un grupo de inmigrantes ilegales en las costas de la localidad francesa de Calais, esperando cruzar a Inglaterra, de las duras condiciones de vida y de las tremendas persecuciones que sufren. Pero al mismo tiempo, al elegir el urgente blanco y negro altamente contrastado, el realizador Sylvain George logra un efecto alucinatorio, como de cuento fantástico (o, más preciso, de terror) que termina causando en el espectador el impacto de un viaje por un planeta desconocido. Una aventura humana que puede ser vista y leída más allá de las urgencias políticas, y que jamás abunda de los procedimientos artificiales para transmitir una verdad precisa, tan cierta en las costas de Calais como e n las villas argentinas. Quizás una de las pocas obras maestras del cine que se estrenen en nuestro país este año.
Por suerte para los espectadores en general, este film es mucho mejor que Cars 2. El problema es que casi cualquier película animada realizada con cierta responsabilidad estética es mejor que Cars 2. Aquí se narra la historia de una princesa que no quiere casarse y una madre que le busca un marido. Es decir, una fábula feminista bastante evidente en gran parte de su metraje: solo cuando la condición femenina pasa a ser un elemento secundario y la historia es sobre personas que están obligadas a comprenderse la una a la otra, la película cobra vuelo y se acerca a los mejores productos del estudio Pixar. Algunas invenciones cómicas (los hermanitos mudos de la protagonista) funcionan bastante bien; otros no. Y hay incluso elementos que parecen insertados para hacer más dinámico un cuento que, quizás, en el principio no lo era (los fuegos fatuos, por ejemplo; la propia bruja, que desaparece de la historia de un modo por lo menos abrupto). Es decir: si bien hay elementos de gran belleza en la película y secuencias que convocan una emoción sincera, todo suena trabajoso, como si las secuencias no durasen lo que deberían durar (o muy breves o muy largas, muy pocas con la duración precisa). Todo parece producto de la lucha entre el relato por sí mismo, para que el espectador saque sus propias enseñanzas, y el cuento didáctico que debe ser interpretado de una y solo una manera. Es raro eso en Pixar porque, hasta hoy, siempre se eligió el segundo, universal camino (¿recuerdan Ratatouille?). Otro film infantil, con todo lo bueno y lo malo que eso implica.
Publicada en la edición digital de la revista.