Después de diez años de ausencia, un padre (ok, tema de la semana) vuelve para recuperar una relación (o más) con una ex esposa que comienza una nueva relación después de mucho tiempo y una adolescente difícil. El resultado es tanto un drama individual para los personajes como una comedia para el espectador. Pablo Stoll, codirector de la gran Whisky, muestra aquí una enorme capacidad para el manejo de actores y situaciones, y para pintar emociones con la mínima cantidad posible de trazos.
Otra más (¡puro azar!) sobre la paternidad, otra con Martin Sheen, aquí dirigido por su hijo Emilio Estévez. Un señor se entera de la muerte de su hijo en los Pirineos y decide llevar las cenizas por el Camino de Santiago. El camino será dramático pero no trágico, con tristezas pero no exento de humor; religioso, pero en un sentido mucho más aventurero que místico. Si el film no es del todo bueno es por tratar de incluir demasiados tonos en secuencias donde quizás no es necesario. Pero se trata de un drama plácido y agridulce, otro ejemplo de la vieja “Americana”.
Cosa curiosa: la misma semana en que Spider-Man metaforiza desde varios puntos de vista ese asunto de ser padre, aparece en las carteleras este film de los hermanos Dardenne que se ocupa del tema. Un niño que escapa del hogar donde su padre lo ha abandonado, una mujer joven que comienza a ocuparse de él y una búsqueda son los elementos. Los Dardenne apelan, como siempre, al máximo de los realismos, y -también como siempre- llevan todas las tensiones hasta las últimas posibilidades. El film es un retrato de descubrimientos y del dolor asociado al placer y al amor, mientras alrededor de los personajes -que viven algo extraordinario- el mundo se disfraza de lugar plano y sin posibilidades para la (humana) aventura. Lo sorprendente del film es cómo todo, incluso lo más dramático, aparece sin que se note que alguien ha escrito un guión o que los intérpretes son actores profesionales. Con una historia no exenta de elementos riesgosos, estos cineastas reconstruyen el mundo.
Definitivamente, el cine de superhéroes se ha convertido en un género tan codificado como lo fue el western, y probablemente sea el último refugio de la “Americana”, esa historia de heroismo, conquista y redención a través de la acción pura. Es, por lo demás, el lugar donde finalmente esas dos grandes tendencias del espectáculo cinematográfico -el realismo psicológico y la invención desbocada de imágenes- se encuentran y complementan. Este “relanzamiento” del Hombre Araña es tanto un film sobre la dureza de descubrir el mundo durante el final de la adolescencia -lo que implica reconocer a los padres, enfrentarse al deseo, el amor, la muerte, la injusticia y comprender que todo en el mundo es relativo- como un espectáculo de pura acción. Por cierto, no todo funciona de modo perfecto: el espectáculo a veces busca imponerse y alguna de esas secuencias físicas es redundante. Pero hay virtudes: en principio, que el film no tarde en mostrar las capacidades de Peter Parker (un perfecto Andrew Garfield, al mismo tiempo taciturno joven y arrogante héroe) pero se toma su tiempo para que el icono de las historietas, el traje azul y rojo, aparezca completamente desarrollado, lo que permite comprender al personaje. Y hay señores actores que se toman su trabajo en serio (por lo demás, está esa inteligencia de ojos verdes llamada Emma Stone) sin por eso adosarle solemnidad a la historia o tratar de imponerse a ella. Quizás estemos ante un clásico del futuro.
En el pasado, un ventrílocuo se obsesiona con su criatura y, más tarde, algo lo impulsa al crimen. Su historia es reconstruida en el presente, como una maldición, por su nieta: el film de Pablo Torre intenta mezclar la complejidad psicológica del más puro melodrama romántico con las búsquedas del cine de terror. El problema es que el clima -imprescindible para que el relato afecte como debe al espectador- se resiente por textos que parecen demasiado literarios y escenas de factura más bien teatral.
Policial francés de buena factura, narra la investigación del asesinato de un adolescente poco después de que iniciara una relación apasionada con una chica también desaparecida, que puede ser victimaria o víctima. El film contrapone esa relación llena de sexo y de secretos perversos con la de los propios investigadores, un hombre y una mujer que enfrentan una vida aparentemente gris. Más notable por el trabajo de sus actores que por la compleja superposición de vueltas de tuerca, el film logra construir un mundo propio y atractivo, lo que no es poco.
Suele decirse en inglés “no news, good news” (es buena noticia que no haya noticia) y es el caso para esta cuarta entrega de la serie protagonizada por bichos prehistóricos que, en este caso, tienen la desdicha de quedar a la deriva en un iceberg, tratando de volver a su hogar y, de paso, descubriendo cosas nuevas. Como sucedía en el tercer film, la aparición de personajes extraños y totalmente absurdos -los piratas- hace que la película busque de modo constante la comicidad, y lo logra no pocas veces. Aunque, y he aquí el problema, lo hace cuando se libera de la historia. Cuando no, el desarrollo de la historia y los mensajes didácticos sobre la importancia de la familia, de ser lo que se es y de la amistad se vuelven un lastre que solo cuaja para los más chicos. Pero hay un alto grado de invención en muchas de sus secuencias, lo que le permite atravesar sin problemas la temida prueba de “qué vamos a ver el fin de semana”. La ardilla Scrat -y el corto previo con los Simpson- son lo mejor del espectáculo (como siempre: “no news...”)
Hay quien dice que Woody Allen ya no es un cineasta sino un publicista del turismo. Es probable que tenga razón, pero más allá de las cuestiones de presupuesto que hacen que el hombre haya salido al mundo, hay algunas otras razones. La primera, que siempre intentó analizar el pensamiento del americano medio y supuestamente culto: llevarlo fuera de los Estados Unidos suele enfrentarlo con lo peor de sí (lo que se veía en los mejores pasajes de Vicky Cristina Barcelona o en Medianoche en París). El problema suele ser que él mismo pertenece a esa clase de personas y a veces cae en los mismos pecados que condena. Sin embargo, y si bien esta última etapa de su carrera, la que comenzó después de su separación de Mia Farrow, es quizás la más floja, no se puede negar que hace perfecto uso de la libertad que el talento y el nombre le permiten. Este A Roma con Amor no es el primer film sobre Italia del director: hizo una extraordinaria parodia de los films de Antonioni en aquella Todo lo que usted quería saber sobre el sexo..., de 1973, y su mirada no ha cambiado demasiado, lo que no es ni bueno ni malo a priori. Aquí cuenta cuatro historias que giran alrededor de la relación que los EE.UU. mantienen con Italia, y cae en no pocos estereotipos. Pero cuando acierta, lo hace con perfecto timing cómico y con una precisa dirección de actores (incluso Benigni está soportable, aunque las palmas se las lleva Alec Baldwin, alguien de quien nadie esperaba genio cómico hace una década). Ligera, cómica cuando debe, y despareja, es el equivalente a un pequeño viaje a tierras que se creen conocer.
Tomando como base el caso de “El loco de la ruta” -ese caso que conmovió Mar del Plata durante años y que está relacionado con la corrupción policial- el film es un intento para realizar un film de terror y suspenso en la Argentina, género que siempre amaga con cristlizarse. Hay buenas actuaciones y algunas secuencias que cumplen con la promesa que el tema propone. Pero también hay demasiados elementos y explicciones. De cualquier manera, un buen intento aunque no del todo logrado.
El film tiene en castellano un título cuya inspiración es nula. En inglés se llama “Pesca del salmón en Yemen” y cuenta cómo un joven científico (Ewan McGregor, que de joven solo tiene el rostro) deja de lado su estructurada vida inglesa para trabajar con un jeque yemenita que quiere tener esos bichos en sus aguas. Como todo film de Lasse Hallstrom (Las reglas de la vida), la amabilidad es tan grande que uno, inevitablemente, se duerme. Con la sonrisa amable de mirar lindos paisajes y lindas chicas, eso sí.