Hay un espía y una nena y los dos trabajan juntos. Dirige el especialista en comedias un poco disparatadas Peter Segal, que no es un autor pero más o menos conoce cómo se hacen estas cosas. Bautista no tiene el carisma de “The Rock” o “Vin Diesel”, pero está aprendiendo y lo hace bastante bien. La película es absolutamente previsible pero eso es más una virtud que un defecto: sabiendo más o menos lo que va a venir, disfrutamos de la construcción de la relación entre el adulto y la chiquita. ¿Y saben qué? No está mal eso, más allá de que tengamos villanos a reglamento y escenas de acción y suspenso que todos esperamos y sabemos cómo va a terminar. Estas películas absurdas, construidas de hecho sobre lo absurdo, solo pueden ser construidas en Hollywood y son lo que sostiene, todavía, el cine popular, ese que mantiene al resto. No, imprescindible no es pero en absoluto es reprochable.
Se sorprenderá el lector que coloquemos como “principales” dos entretenimientos natos y le demos menos importancia a este film que trata del juicio contra DuPont por contaminación. Y encima porque la dirige un cineasta importante y tiene un elenco comprometido y de renombre. Bueno, sí, es todo cierto y también que si ve esta película en la tele un miércoles a la noche no pierde absolutamente nada. Quizás Haynes necesitaba el trabajo o quería intentar algo tradicional. Lo logró, sin la menor duda.
Aún esperamos que la Guerra de Malvinas sea un tema tratado de modo ecuánime y en profundidad por el cine. Esta película intenta un acercamiento algo lateral (la historia de un muchacho que ha terminado el servicio militar en 1982 pero es convocado a pelear, y las dudas o certezas acerca de ir o no a matar o morir) y logra que, a pesar de ciertos diálogos que no suenan demasiado “reales”, tome el asunto con no poca sinceridad.
Adaptación de una agradable novela de David Foenkinos rescata el ingenio de la historia original (la edición de una aparente novela genial de un fallecido escritor desconocido y la búsqueda del “verdadero” autor) con amabilidad y buen gusto. No, no tiene grandes aristas, ni grandes momentos, ni es especialmente memorable, pero cumple con la digna tarea de narrar bien un buen cuento.
Hablemos de standards. El standard narrativo, técnico y visual de “Pixar” es altísimo. Es casi imposible que una película de la firma no satisfaga al ojo, no entretenga (aunque este redactor opina que, últimamente, filmes como “Intensamente” no lo hacen), no genere memoria. Pero “Pixar” poseyó casi durante todo el cuarto de siglo desde su primer largometraje un altísimo standard en invención, que ha decaído notablemente en estos últimos años, quizás por absoluta lógica. “Unidos” es lo que Hitchcock llamaría “run for cover”, “ir a lo seguro” en una traducción libérrima. En un universo a lo Tolkien, la magia ha desaparecido y las criaturas fabulosas (elfos, dragones, centauros, etcétera) son demasiado cotidianos (los unicornios comen de tachos de basura, por ejemplo). Dos hermanos, uno joven y otro apenas adolescentes, tienen la posibilidad de ver por un día a su padre, fallecido, gracias a un artilugio mágico, pero las cosas no salen del todo bien y terminan en una “misión” viajando con la mitad inferior del progenitor. ¿Engorroso de contar? Sí, y también de ver: aunque hay ternura y emoción a reglamento, el guión no se decide entre la parodia y la lección de vida, y la pretendida “magia” se disuelve en un espectáculo de alta tecnología. Es decir, una película que, al lado de todo gran espectáculo de hoy, no pasa de ser... estándar.
Y sí, volvió Guy Ritchie con su parafernalia veloz, sus movimientos a lo loco, sus diálogos ácidos, etcétera. Hay algo loable en la convicción de este señor que desdeña toda puesta en escena y cree que se mantiene la atención del espectador, paradójicamente, contando un millón de cosas sin importancia alrededor de una trama mínima. Hay un gánster que se quiere ir del negocio y muchos que desean quedárselo sin pagar, y ese es el asunto. Lo demás es un ejercicio de la caricatura donde pasa por humor negro lo que no es más que un poquito de crueldad y un mucho de exhibicionismo. De todos modos, como los actores son simpáticos y no se toman nada demasiado en serio, la película no aburre. Tampoco nutre pero hace muy poco daño. Como cualquier otra de las que realizó este equívoco británico, con alguna honrosa excepción. En todo caso, demuestra que este estilo envejeció demasiado rápido.
Un poco de “Los Miserables”, la novela clásica, mucho de “primer día de cana novato en barrio peligroso”, algo de modernidad de cámara, ritmo a veces frenético, diálogos subrayados, y la idea de hacer un policial tenso con conciencia social. A veces, en los momentos más realistas, funciona mejor. Pero es una estetización más de la pobreza a la manera de Ciudad de Dios, con todos los tics del intelectual que conoce los barrios bajos por relatos de viajeros.
Suele ser una maldición que el didactismo y la agenda del día se impongan en las ficciones, salvo cuando eso se utiliza para darle credibilidad a la pura invención. Esa es la primera virtud de esta nueva vuelta de tuerca sobre un personaje clásico. Aunque no estamos aquí ni en la novela de Wells, ni en las películas de James Whale o –siquiera– de Paul Verhoeven, sino que la idea de una persona invisible que representa una amenaza absoluta porque posee una característica que lo provee de poder absoluto se mira desde lo cotidiano. Hay una mujer abusada por una pareja psicótica; huye. El hombre se suicida, pero no: todos sabemos que no es así y eso es lo que provee el suspenso. Primero, si se trata de una amenaza real o si está en la cabeza de la víctima. Una vez que resolvemos esa cuestión, la creación constante de un miedo creciente –claro que aquí es fundamental el fuera de campo porque el villano no se ve– a través del sonido, del montaje y, sobre todo, de la actuación de Elisabeth Moss. Solemos olvidar en los films de gran presupuesto que los actores no solo deben convencernos de la existencia de sus propios personajes sino, muchas veces, de que existe lo que está frente a ellos y que ellos no ven, porque es algo que se agrega digitalmente luego. Ese tipo de juego requiere un gran talento; Moss logra hacerlo aquí actuando “contra nada” y contagiando un miedo que supera, de modo metafísico, la agenda del día. Esto es el cine.
Muchas de las novelas de Jack London son material para el cine, en especial “Colmillo Blanco” y “El llamado de lo salvaje”. Esta adaptación es lujosa, grande, “profesional” en el sentido más lato del término. Y su responsable es un muy buen director de animación, Chris Sanders, quien desde Lilo y Stitch –y, claro, con “Cómo entrenar a tu dragón”– ha trabajado la poética de la amistad hombre-mascota. Pero esta película, a diferencia de otras obras “con animales”, tiene un defecto enorme: la animación hiperrealista, que en lugar de crear verosimilitud, genera una distancia grande con el espectador en secuencias clave. Por suerte, Ford, uno de los más grandes actores clásicos –en el sentido estilístico– que dio el cine, crea empatía y calidez, la cuota realmente humana de la película, que le permite salir adelante contra el demasiado escuchado llamado de la tecnología.
Acusado sin justicia, abogados con ética y moral, cuestiones étnicas y el suspenso tradicional de las películas de juicio, en este caso basado todo en una historia real. Todavía Hollywood puede contar esta clase de historias, más allá de la recurrencia al cliché, y que resulten tan atractivas como una ficción. Lo mejor, como siempre en estos casos, son los actores, en una puesta en escena convenientemente anónima.