César es empleado en una pequeña empresa familiar de globos, donde le dan casa y comida a cambio de trabajo. Mantiene una rutina dura, callada, que se interrumpe cuando tiene que salir a buscar a su pequeño hijo, que vive con su abuelo. Un chiquito del que no puede, no sabe, no está preparado para hacerse cargo. Madre no hay. Los Globos, ópera prima del actor Mariano González (también protagonista junto a su hijo real, ver reportaje aparte) es una crónica realista, seca y atrapante que indaga, sin complacencias, en los temores la paternidad en conflicto. Con un registro directo, siguiendo a su protagonista de cerca, la película se preocupa por el tono: con el niño en lugares y situaciones no infantiles, frente a un padre al que no se le cae ni un abrazo ni un gesto de afecto, expone su dureza. Sin embargo, no hay drama, ni redención, ni mucho menos el trillado aprendizaje que cambia al personaje para siempre. César es un tipo golpeado. Que tiene un hijo del que hay que ocuparse. Y a esa premisa, poderosa, no le hacen falta adornos.
La poesía apasionada de Emily Dickinson (1830-1886) atraviesa, y el director Terence Davies está a la altura de la tarea de trasladar la hondura lacerante de esa obra y esa vida, la de una mujer iluminada, interpretada con pasión y entrega por Cynthia Nixon, la de Sex&theCity. Especie de biopic sobre la poetisa, una de las grandes plumas de la literatura clásica estadounidense, se despliega en una sinfonía de escenas íntimas, en la casa familiar o el "modesto jardín", a través de las décadas. Son escenas pautadas por el ritmo de las palabras, un ping pong de diálogos chispeantes de los que no queremos perder ni una coma, porque pueden ser desopilantes o de una profundidad que desarma. Esta es gente que habla del alma, que discute formas de vivir, la naturaleza de la felicidad, la existencia de Dios. "El vicio es sólo virtud disfrazada", dispara el hermano, único casado -y sexuado- de los tres. O "no resistas a tus vicios: son tus virtudes a las que hay que temer", como le dice la amiga liberada, en ese mundo ultrareligioso. Ella aconseja a la poeta, aunque la hipocresía la indigne: mantené tu desobediencia en secreto. Con unos movimientos de cámara elegantes y sutiles, Davies deja que escuchemos a sus personajes, por momentos casi como en una puesta teatral, pues el contexto y la época imponen rigores corporales y formales. Tan cerca estamos de ellos, de sus complicidades y lazos afectivos, que reímos y lloramos con ellos, esos seres entregados a sus emociones y asomados a sus abismos.: "Mi vida pasó como un sueño del que no fui parte". Y como centro, los versos luminosos de Dickinson, febriles escritos en el silencio y la oscuridad de la madrugada por esa mujer de inteligencia vivaz que ocupa el centro de la escena en el cuerpo, la voz y la mirada de Nixon. Como biopic, una de las más hermosas y emocionantes que se hayan visto en tiempo
Después de 35 años en la empresa, y fusión mediante, Rosalía es despedida del trabajo. La mujer no sabe ni cómo reaccionar frente a la noticia, y deambula perdida por su casa con el tiempo libre como condena. Su hermano decide, entonces, llevarla consigo a Buenos Aires. Por la ventana es una road movie, un film de carretera que acompaña a esa pareja por las rutas argentinas -pueblos de Paraná, cataratas que salpican- hasta Buenos Aires. Lo sigue en sus silencios y sus sorpresas, en la gracia que les causa cómo hablamos, sus encuentros con distintos personajes para, finalmente, darle a su protagonista la posibilidad de imaginar que su vida, distinta, continúa.
Como parábola paranoica sobre la cara oscura de las corporaciones 2.0, El Círculo presenta sus cartas y juega con asuntos atractivos. Mae (Emma Watson), es una chica dulce y humilde cuyo padre (Bill Paxton, fallecido en febrero pasado) tiene una enfermedad degenerativa y problemas para afrontar las facturas médicas. Así que cuando su amiga le consigue una entrevista en El Círculo, una gigantesca corporación a la Google, el mundo parece cambiar para ella. Que la chica dulce y remilgada termine como líder de un sistema global de vigilancia capaz de acabar con gobiernos da cuenta del nivel de disparate de este film, quizás un thriller, pero con un argumento tan arbitrario que carece por completo de suspenso e intriga. Hay un CEO de El Círculo, una especie de Steve Jobs carismático y previsiblemente contradictorio, interpretado con altura y convicción por Tom Hanks: cada vez que aparece, el film sube varios puntos. Los realizadores, en cambio, fluctúan entre la fábula moral de la chica que olvida sus orígenes y afectos porque se le sube a la cabeza la posibilidad de éxito, la ciencia ficción amenazante acerca de un mundo monitoreado en vivo permanente -una idea conocida- y el drama meloso de los David y Goliat de la sociedades contemporáneas.
La guerra ecuatoriano-peruana, a principios de la década del cuarenta, es foco de esta película que se desarrolla en plena selva, la que acoge el calvario de los soldados jóvenes tomados prisioneros y víctimas de enfermedades. Allí está Jorge, un muchacho de clase media acomodada criado por un padre severo, convencido de que la experiencia militar lo hará hombre y fuerte. El director Alfredo León León filma con corrección este episodio de guerra, partiendo de la intimidad de su protagonista y hablando, a través de ella, de cuestiones de la masculinidad, la valentía y las consecuencias físicas de un conflicto armado entre hombres con malaria rodeados de monos. En ese sentido es un film valioso, aunque poco entretenido para sus 85 minutos de duración.
Pocos actores, bajo presupuesto, una locación y un resultado sorprendente. El que logra el director de Krisha con esta película, sobre el terror más que de terror, en torno de una familia que sobrevive encerrada en una casa, en medio del bosque, en un mundo posapocalíptico. Película de cámara, filmada con una inteligencia, un buen gusto y una elegancia notables, no explica qué fue lo que pasó, prescinde de contexto. Lo que está claro es que el afuera el peligroso y nadie puede fiarse de nadie. En cambio, Viene de noche abre con aquello que se teme en primer plano, el de un hombre enfermo, y querido, que debe ser sacrificado. Es una pérdida para esta familia compuesta que queda en tríada: padre, madre e hijo adolescente, empeñados en mantener las formas que más se parezcan a aquello que los sujeta a una vida normal: comer juntos lo poco que hay, repartir las tareas de la casa, jamás abrir la puerta roja que da al exterior y nunca salir de noche. Una intimidad desquiciada y claustrofóbica que conserva, como en un frasco, cierto espacio para lo humano. Hasta que llega un extraño, que también tiene una familia. Su presencia impone un verdadero ejercicio de conciencia, la confianza y la sospecha batiéndose a duelo. Viene de noche es una experiencia estética: además de sus notables intérpretes, vibrando entre la violencia estallada, el estado de pánico permanente y las pocas reservas de ternura (y cordura) y el magnífico uso del fuera de campo, la fotografía compone una imagen de intimidad y calidez hogareña, usando con inteligencia las pocas fuentes de luz que tiene esta gente para verse -y no verse-. Como comentario político sobre los tiempos paranoicos que corren, de sálvese quien pueda, Viene de noche sacude con la contundencia de un mazazo en la pared en plena noche silenciosa.
La suerte, o el talento, no acompaña a Gru como agente especial a la hora de atrapar al divertido villano de esta tercera parte. Un exídolo ochentoso que tuvo su momento de fama como niño estrella de un programa de TV bastante bizarro y que planea vengarse de la humanidad por la gloria perdida. Con la voz de Steve Coogan en la versión original, lleva un walkman con hits de música pop y baila con polainas de colores mientras roba el diamante más grande del mundo. Despedido, junto a su esposa, Gru recibe una visita inesperada, un desconocido que le revela que tiene un hermano gemelo. Y a conocerlo parte toda la familia. El hermano, rubio y rico, vive en una especie de país vasco lleno de cerdos y opulencia, y a partir de esa reunión, la nueva familia agrandada se cruzará con el nuevo villano, en un guión plagado de chistes visuales, eficaces para todas las edades, buenas ideas y el encanto de los minions con su no idioma particular. La segunda parte, sin embargo, es otra vez la apuesta por la acción acelerada, personajes que vuelan y cosas que estallan, en una especie de larga secuencia que termina por aburrir un poco (nunca del todo, por la gracia de sus personajes). Más que aburrir, la insistencia en esa estructura de acción caótica final, borronea la originalidad para hacer que Mi villano favorito 3 se parezca a muchas otras películas, como siguiendo un patrón, una fórmula de tan usada, un poco ya gastada. ¿Se van a divertir igual en el cine, con este estreno que se supone viene a fortalecer la taquilla debilitada? Sin lugar a dudas.
Una pareja enfrenta el duelo por la muerte de su hijo de 25 años. Pero lo que podría ser una crónica durísima es, en manos del director Asaph Polonsky con esta, su primera película, un sorprendente film en el que no falta el humor a la hora de describir el cotidiano de dos personajes, desde el último día del shiva -tiempo de duelo-: una semana y el día que le sigue. Y mientras la madre quiere reconectarse con sus actividades (el trabajo, los encuentros sociales, las citas médicas), Eyal, el padre, se entrega a pasar el tiempo con el joven que fue amigo de su hijo, fumando porro. Al tipo no le importa quedar bien con nadie, se entrega a sus pequeñas obsesiones, descarga su bronca contra unos vecinos amantes que hacen demasiado ruido, un taxista metido, una pareja de amigos llenos de irritante buena voluntad para el consuelo. Ahí está lo más divertido, paradójicamente, de este film sobre la pérdida, un tema que no elude como puede parecer en el desconcertante principio. Muy presente está también la mirada sobre el funcionamiento de una sociedad regulada y vigilante, a través de pequeñas viñetas que van armando un paisaje, entre lo íntimo y lo colectivo.
Una mujer vuelve a la estancia famliar de Punta Indio para venderla, pero cuando llega descubre que la casera fue asesinada. Hay vaqueanos, terratenientes, policías de provincia, forenses de pocas palabras y personajes que saben más de lo que dicen, en torno a una muerte que termina por inscribirse en una vieja maldición familiar. Demasiados personajes contando, diciendo, lo que sería más entretenido ver, frente a una cámara que se mueve injustificadamente y un relato que deja cabos sueltos o desaprovechados. Quizá con las pretensiones más acotadas, esta película podría haber redondeado más su material, tan intrigante como atractivo.
Mary tiene siete años y es superdotada. Criada por su tío, el guapo Chris Evans, empieza a ir a la escuela y así se expone a lo temido: que el tío pierda la tenencia y la niña vaya a un colegio para genios. Es que él ha criado a la niña, en ausencia de su madre, una brillante matemática al igual que la abuela, que reaparece cuando la nena se escolariza, buscando otros destinos para ella. En el barrio de clase media trabajadora donde Mary ha crecido, con el afecto de su tío y una vecina (Octavia Spencer), todo parece haber funcionado bien, pero para una nena normal. ¿Qué será lo mejor para ella? es la pregunta clave que organiza este relato. Previsible, sin grandes sofisticaciones, la película quiere tratar con nobleza un tema proclive a la sentimentalina. Y aunque las buenas intenciones no evitan la sensación de estar ante la fórmula matemática del relato, su tema es atractivo y se ve con placer.