La esclava Eloísa vuelve de la muerte para vengar la suya, luego de una vida de abusos, violencia y sometimiento a un patrón cruel (un desaforado Lito Cruz). Es el centro de este relato de terror, ambientado en una estancia donde los horrores devienen en maléficos encantamientos. La víctima será la joven y bella esposa del maltratado heredero (Sabrina Garciarena), que sólo quiere huir de ese lugar maldito. Los inocentes, con un buen trabajo de cámara y producción, adolece de problemas de tono y registro actoral que le restan credibilidad. Es el principal escollo para que su propuesta, sugestiva, pueda transmitir la contundencia que se propone.
El Tambo, en el partido de La Matanza, es un barrio popular con sus clásicos problemas y limitaciones. El acceso al aprendizaje y la práctica musical de los niños no son allí precisamente fáciles. Por eso eligieron la zona, urbanizada gracias a la Federación Tierra y Vivienda de Luis D'Elía, según se explica, para el programa social Andrés Chazarreta, que armó una orquesta con los chicos y que, entre docentes, padres y alumnos, cuida y mantiene su actividad. Esta película, articulada con entrevistas y grabaciones de los chicos tocando folclore, registra ese trabajo de poner "la música en buenas manos".
Peculiar y sorprendente, esta es la película de un joven marplatense, Mauro Andrizzi, filmada en China, con actores chinos, en clave fantástica y surrealista. Una verdadera rareza que, además, destaca por su osadía: dos vagabundos, que viven de lo poco que pueden robar y vender, encuentran las pertenencias de un señor ya fallecido. El hombre, desde el más allá, les encarga que roben el ataúd de su amada para seguir unidos en la muerte, según la tradición de los “casamientos fantasma” que se remonta, se lee al principio, al siglo XVII. Absolutamente delirante, graciosa y libre, esta especie de fábula urbana y descabellada tiene a la ciudad de Shangai como otra protagonista: su arquitectura, sus comidas y moteles, sus maravillosas parejas de novios posando sobre los puentes. Un más que simpático ejemplo de que, con ganas, ideas y poco dinero, se puede soñar, imaginar y hacer.
La explosión de la plataforma petrolera Deepwater Horizon, en 2010, fue una de las grandes catástrofes ecológicas de nuestro tiempo. La película, dirigida por Peter Berg -el de Battleship, con Rihanna-, reconstruye lo que pasó con las herramientas del cine catástrofe de manual, animado por el homenaje a las víctimas: en su mayoría, trabajadores. Mike Williams (Mark Whalberg), uno de los sobrevivientes, era el encargado de mantenimiento, y como otros colegas, notaba que algo estaba funcionando mal, aunque los codiciosos directivos de la empresa no quisieran escucharlos. La larga primera parte de Horizonte Profundo se va entre diálogos técnicos de los que entendemos poco y nada, a menos que sepamos de mecánica e ingeniería. La espectacularidad llega con el desastre y la posterior operación de rescate. Para entonces, el espectador está tan preparado para lo peor como los protagonistas, pero bastante más aburrido. Como denuncia, Horizonte profundo se limita a marcar las tensiones entre laburantes y patrones de manera bastante obvia y gruesa. Como película de recuerdo y tributo, se parece demasiado al cine pochoclero de entretenimiento puro. De todas formas, y con el aporte de su elenco -Kurt Russell, John Malkovich-, no es un mal exponente del género.
Una Telma & Louise a la italiana. Así se ha llamado a esta tragicomedia y así parece remitir, directamente, el póster en el que las dos protagonistas, Beatrice y Donatella, huyen en un descapotable. Ellas comparten, con las heroínas de Ridley Scott, el lugar de descastadas en plan de escape. Pero su rebeldía conmueve desde un lugar muy distinto: son pacientes de un psiquiátrico, en la Toscana, donde además de medicación y terapia trabajan en el huerto y tienen la posibilidad de salidas transitorias. Beatrice -la fantástica Valeria Bruni Tedeschi- es una mujer de la alta sociedad, esquizoide, simpática y charlatana. Donatella, una depresiva rota por un pasado que incluye prostitución y un hijo al que intentó ahogar en pleno brote. El director, Paolo Virzì, maneja semejante carga dramática con un tono que busca el equilibrio y mantiene la dureza a raya, explorando en primer plano la entrañable amistad que nace entre esas dos mujeres, conmovedoras cuanto más se exponen al “mundo normal”, fuera de los muros de la clínica. Y aunque a veces la búsqueda de ese tono quede en evidencia, con subrayados innecesarios, el derrotero de estas mujeres, en la piel de sus estupendas actrices, se sigue con interés y afecto. Y así, emociona.
Los hijos de Manuel Rico se gastan 12.200.000 en un fin de semana en zapatos caros, ropa, bebidas y lujos. Son, definitivamente, adultos. Y malcriados. Pero Manuel se ha quedado viudo, y como no prestó a sus hijos la debida atención cuando la madre vivía, recién parece darse cuenta. Los vaivenes de la economía, sin embargo, van a darles una lección y a obligar a estos muchachos a trabajar por primera vez en sus vidas. Ciertamente, un argumento divertido, que podría haber disparado un sinfín de situaciones hilarantes. No es lo que sucede en esta comedia colombiana, con participación argentina, en la que ese potencial se deshilacha en una serie de escenas poco inspiradas, con más voluntad de gracia que gracia real. Aún con su buen humor, una propuesta algo desperdiciada.
Con Maria Alexandra Lungu, Sam Louwyck, Agnese Graziani y Monica Bellucci. Una familia muy poco normal vive en el campo, de la apicultura. Un padre hippie pero autoritario, una madre dulce y cuatro niñas que juegan y trabajan la miel. Las Maravillas es una película de observación, en la que cada gesto cuenta, principalmente los de la hija mayor, Gelsomina, que empieza a soñar otros sueños. sobre todo, cuando llega al pueblo un equipo de televisión con una especie de diosa bella y casi onírica. Excéntrica y a la vez sensible, una película original como sus queribles, y extraños personajes.
Después de las últimas películas de Tarantino, el western vuelve a desempolvar (muchas) pistolas y a provocar (muchas) muertes, esta vez con una remake, la de Los Siete Magníficos, clásico de John Sturges que se basó a su vez en Los siete samurais, de Kurosawa. La historia es recordada, y simple: los sobrevivientes de un pueblo amenazado por un malvado y ambicioso explotador (Peter Sarsgaard) entregan todo lo que tienen a un misterioso pistolero (Denzel Washington) para que los ayude. La primera mitad del film se centra en la reunión de esos siete letales cowboys y la segunda en, digamos, la batalla. El grupo es un dream team de casting (Ethan Hawke, Chris Pratt, Vincent D'Onofrio) y diversidad (un negro, un indio, un asiático), pero ni el carisma de los actores evita la sensación de camaradería forzada entre personajes tan disímiles, unidos para jugarse la vida por algo de dinero. Enhebrada por un humor con bastante menos puntería que los pistoleros, el tono de Los 7 Magníficos oscila entre una propuesta ATP con demasiados cadáveres y una comedia negra con el western como contexto. En ninguno de los dos casos transmite algo más que la diversión de ver en acción a este simpático grupo de caracteres. Pero como lo demás huele a fórmula demasiado gastada, con eso no alcanza.
La película de animación de la semana tiene detrás a un director y guionista de comedias con una carrera interesante, Nicholas Stoller (Muppets, Malos vecinos), y una historia algo compleja: las cigüeñas han cambiado de rubro, del delivery de bebés a la entrega de cosas, como un Amazon plumífero. Son una gran corporación y Júnior acaba de ser ascendido a jefe. La primera tarea que se le encarga es la de despedir a la huérfana Tulip, una chica que, 18 años atrás, no fue entregada porque la cigüeña a cargo se encariñó con ella. Como ahora es mayor de edad, pueden liberarla, deshacerse de ella. Por otro lado, un niño desatendido por sus padres sueña con tener un hermanito y manda la carta a la cigüeña. Tulip es quien la recibe y, sí, la máquina de fabricar bebés vuelve a ponerse en funcionamiento. Juntos, Tulip y Júnior intentarán entregar a la preciosa bebé que han fabricado. Cigüeñas es una simpática comedia con ritmo de aventuras sobre la fuerza del amor paternal y los lazos familiares, pero algo enrevesada. Las situaciones se resuelven arbitraria, caprichosamente -los padres desaprensivos pasan de pronto a ser amorosos, la acción se define a partir de ocurrencias injustificadas de los personajes- y el interés se diluye en las idas y vueltas de la situación central. Los más chicos se van a perder un poco. Los más grandes se van a divertir, aún cuando buena parte del humor parece pensado para los adultos.
Julio Cabrera (Javier Lombardo) es una vieja gloria de la televisión que está por vivir un día muy particular. Cuando juega con la posibilidad de volver, con una campaña publicitaria, tiene que ocuparse de las cenizas de su hermano, guardadas en una vieja lata de galletitas. Es inevitable recordar a Lombardo llevando la torta de cumpleaños con forma de pelota en Historias Mínimas cuando se lo ve ahora deambulando con lata, sin saber bien qué hacer con ella: acaso un guiño dentro del juego actor-que hace de actor. El peor día es una comedia amarga, sostenida por sus buenos actores, que le ponen naturalidad y presencia a una puesta, y un ritmo, algo perezosos.