El tríptico amoral de Scorsese encuentra su cierre perfecto. Si algo caracteriza la obra del prolífico director Martin Scorsese es la maestría para sumergirnos en los universos más lejanos a la vida vulgar y rutinaria de la mayoría de los mortales generando una empatía instantánea con sus criaturas cinéfilas por mas reprochable que sea su accionar. Nos ocurrió con Henry Hill (aquel mafioso interpretado por Ray Liotta en Buenos Muchachos) y también con Sam Rothstein en Casino, esos seres carentes totalmente de parámetros morales ejercían una fascinación tan intensa como visceral. El lobo de Wall Street nos sumerge en un universo inexplorado(por lo menos desde esta mirada empática)que es el de los corredores de bolsa de la capital financiera del mundo occidental capitalista moderno. El film está basado en la autobiografía de Jordan Belfort cuenta con un guión adaptado por Terence Winter,quien posee una relación directa con los mundos moralmente discutibles luego de su participación en series como The Sopranos y Boardwalk Empire. La historia ambientada en la década del ochenta en Nueva York nos permite conocer a Jordan Belfort (interpretado por un Leo Di Caprio en estado de gracia) un joven con ambiciones que ingresa tímidamente al mundo de los corredores de bolsa y luego de una motivadora charla con un mentor ad hoc interpretado por Mathew Mc Conaughey. En la misma se le dan al joven las dos claves del éxito : masturbación para exorcizar los fantasmas del sexo y lograr claridad mental y altas dosis de cocaína para estar en un estado de alerta constante . Jordan es un aprendiz aplicado, pero la caída de la bolsa de 1987 lo dejará fuera de las pistas y será entonces cuando la estafa (en pequeña escala) se volverá su medio de supervivencia económico a través de la venta de acciones sin valor en el mercado a pequeños inversionistas desprevenidos que él sabrá encantar con la convicción de sus palabras. A partir de entonces el relato se convertirá en un anárquico, frenético y grotesco paseo por un mundo donde los excesos son tan necesarios como inevitables. Y cuando hablamos de excesos nos referimos a orgías, abuso de sustancias e inmoralidades varias que serían el orgullo de Tinto Brass o de John Waters. Todo esto perfectamente acompañado con una banda de sonido elegida con un cuidado casi obsesivo por el supervisor musical Randall Poster quien se encargó (bajo la experta mirada del director) de seleccionar un conjunto de obras que van desde Billy Joel pasando por Cypress Hill, Foo Fighters o hasta incluso Umberto Tozzi . Todo es parte de esta desmesura narrativa que traza un paralelo entre el ritmo de vida de Jordan y el desarrollo del film con un descontrol acotado que solo puede lograrse cuando se conoce el oficio a la perfección como lo hace Scorsese. http://www.youtube.com/watch?v=lYWlb3Xvv2I El lobo de Wall Street nos brinda una mirada sobre un universo inexplorado por la mayoría de los mortales, los que rara vez pueden presenciar los hilos que se tensan detrás de las movidas financieras que los afectan. Algo así como el descorrimiento de un velo que nos permite ser voyeurs de lo que nos es vedado: la inmoralidad en su máximo esplendor. Y esta neutralidad moral que el director asume en su relato tal vez sea lo que más incomode a cierto sector de la crítica y de los espectadores. Incluso ha sido publicada en LA Weekly una carta abierta de una de las hijas de un socio de Belford Christina McDowell quien manifiestamente acusa al director y a su protagonista de banalizar el accionar del inescrupuloso vendedor de acciones e ignorar las nefastas consecuencias de su accionar para muchos de los damnificados. Lo cierto es que el caso de Belford , en la vida real , es una clara muestra de lo salvaje del sistema capitalista y el poder judicial norteamericano tampoco tomó demasiadas cartas en el asunto.De hecho la morigeración de su pena se basó en la traición a sus compañeros de ruta . ¿Porque entonces pedirle a Scorsese que se erija como un paladín justiciero o que convierta su film en una fábula moralizadora? El director ha asumido el riesgo de mostrar el exceso de las altas esferas económicas sin caer en la tentación de condenarlo y no ha ahorrado recursos cinematográficos (flashbacks, montaje frenético) en un relato contundente como pocas veces se ha visto. El lobo de Wall Street es una experiencia cinéfila como pocas veces se ha visto. ¿Perfecta? Claro que no,pero transmite plenamente el espíritu desenfrenado de un sector de la sociedad cuya única certeza es la propia volatilidad.
La princesa que quería vivir El ideal de princesa de cuentos de hadas ha ido reinventándose al ritmo de los cambios de paradigmas sociales y la reinvención del lugar de la mujer. De a poco las herederas al trono que sólo anhelaban encontrar a su príncipe azul para vivir felices para siempre fue desdibujándose para dar lugar a nuevas protagonistas que cumplían en el relato un papel mucho más importante que ser objetos decorativos del galán de turno o elemento de disputa entre el héroe y el malvado de turno. Frozen: una aventura congelada, si bien mantiene la estructura narrativa de los clásicos relatos a los que Disney nos acostumbró y que grandes regalías trajo a su industria, supo ver este cambio de los tiempos y plasmarlo en la historia de las dos hermanas protagonistas. Inspirado en los relatos de Hans Christian Andersen, Frozen: una aventura congelada nos narra la historia de dos princesas que compartían en el palacio real juegos y diversiones cimentadas en los mágicos poderes de una de una de ellas (Elsa) que podía convertir en hielo lo que tocara. Pero un día, accidentalmente los poderes le juegan una mala pasada y termina lastimando a su hermana Ana en medio de una intensa sesión de juegos. A partir de entonces el contacto entre las princesas se verá cercenado y la relación entre ambas se volverá cada vez mas distante. Por un encantamiento Ana no recordará aquel lúdico pasado juntas y tampoco tendrá conciencia de los poderes de su hermana, quien será enclaustrada para no causar mas daño atento el acrecentamiento de sus poderes. Pero llegará el día que por un evento fortuito Elsa deberá salir a la vida pública y aquel poder latente y silenciado se hará presente de la forma más evidente posible: sometiendo al pueblo entero a un invierno cruel como pocas veces se ha visto. La nueva reina se autoexiliará y será entonces cuando la autentica aventura comience: Ana saldrá a su búsqueda y con ella al encuentro con ese vinculo tan vapuleado por los años. Entonces el camino del héroe empieza a ser recorrido por Ana, quien en esta travesía se verá acompañada por un joven humilde, un reno y un inefable muñeco de nieve llamado Olaf que se convertirá inmediatamente en la diversión de los espectadores mas pequeños. Así la guionista Jennifer Lee (quien ya nos deleitara con la bellísima y nostálgica Ralph, el demoledor) nos entrega una reversión del clásico cuento La reina de la nieve, de Hans Christian Andersen por demás lograda. Tornándola en una maravillosa aventura donde las mujeres conforman el centro de la escena y el romance es uno de los elementos que forman parte de la narración sin ser el eje de la misma. Frozen: una aventura congelada posee una autoconciencia tal de los clichés del género romanticoide de la industria (el inmediato flechazo romántico, el amor casi como un hecho químico) que los abraza y los desmitifica con una claridad en el discurso que debe ser por demás celebrada por su espiritu de ruptura. Más allá de los elementos que hacen a la estructura narrativa en si, el tratamiento de la imagen y del artificio digital es también digno de mención. El cuidado del vestuario de las protagonistas (párrafo aparte merecen los atuendos de Elsa) y los paisajes helados son otra muestra de que cuando la tecnología es puesta al servicio del relato y no como un reemplazo del mismo los resultados son por demás convincentes.
La desolación de la síntesis cinematográfica La saga de El Hobbit, basada en los manuscritos de Tolkien, parte de un hecho que es insoslayable: se trata de una versión cinematográfica de una obra literaria que no es extensa, hasta incluso su adaptación a la gran pantalla en un sólo film hubiera sido excesiva. Por lo que dividir esta obra en tres entregas y más aún cuando cada una de ellas supera el metraje promedio requiere de una gran maestría narrativa para que el producto final no sea demasiado kilométrico y por sobre todo aburrido. La primera entrega tuvo presente justamente este elemento: el alargamiento de las escenas fue tan notorio que por momentos volvía el relato carente de ritmo y aletargado, pero esto se veía compensado por el preciosismo de las imágenes y las actuaciones de los protagonistas (sobre todo la de Martin Freeman en una perfecta interpretación de ese complejo personaje, mezcla de torpeza y heroísmo latente, que es Bilbo). En esta nueva aventura el intencional alargamiento de la historia original se hace menos palpable y si bien existen momentos donde el relato se vuelve algo más moroso estos son compensados con escenas de acción tan bien logradas que hacen que el espectador se sienta sumergido en ellas (particularmente una escena que transcurre en un río y con barriles logrará que el espectador se sienta parte de esa banda de enanos aventureros). Bilbo se embarcará en una épica aventura por la Tierra Media en la cual rodeado de otros enanos tratará de recuperar el reino perdido custodiado por el maléfico dragón Smaug (con la impactante voz de Benedict Cumberbatch). En el camino a su objetivo final deberán cruzarse con las más diversas y terribles amenazas: bosques con arañas gigantes; grupos de orcos que pugnarán por darle muerte y también interactuarán con elfos que los apresarán en su castillo. Legolas volverá a ser parte de la épica travesía pero esta vez no estará solo sino que en compañía por Tauriel (una convincente Evangeline Lilly) quien con este personaje se convierte en una de las heroínas cinematográficas más interesantes de este año que termina. Así, la obra transita por paisajes donde el artificio digital logra crear un universo entrañable y encantador como pocas veces se ha visto, puesto al servicio de una narrativa que no decae y que nos regala el espíritu épico y aventurero que Tolkien retrató en su obra que ya es un clásico de la literatura de aventuras y fantasía. Sin lugar a dudas, la saga de El Hobbit no llegará a instalarse en el imaginario cinéfilo de la misma forma que lo hiciera El Señor de los anillos, pero esta segunda entrega muestra un interesante avance con respecto a su predecesora. Peter Jackson hace lo que mejor sabe hacer: contar historias fantásticas, con una contundencia visual pocas veces vista y que va imponiéndose como una marca personal distintiva.
Cuando el artista que no es genial roba En un pasaje del film de Robert Luketic el personaje de Harrison Ford enuncia meditabundo al carilindo Liam Hemsworth, mientras ambos miran una obra de arte: “El buen artista copia , el grande roba” frase acuñada en su momento por Picasso. Tal vez en esto radique la principal falencia del film Paranoia: en la pretensión de ser grande, cuando apenas se puede ser bueno. La historia basada en un guión de Jason Dean Hall nos invita a adentrarnos en el mundo de las grandes empresas de comunicaciones y su moral de doble standard. En el film la demanda de servicios de telecomunicaciones está acaparada por dos grandes gigantes que manejan los últimos adelantos tecnológicos...
Una comedia romántica gourmet Nicole Holofcener quien ya nos sorprendiera con su film Amigos con dinero nos entrega una comedia romántica que con un interesante guión logra evadir todos los lugares que el género (más aun cuando el mismo se desarrolla dentro de Hollywood) le impone. El film que fuera presentado en Toronto constituye una de las últimas apariciones del difunto James Gandolfini y una muestra acabada que las comedias románticas pueden también tener un correlato en el verosímil. Desgraciadamente existe un terreno en el que pocas veces las comedias románticas se adentran: el de la empatía. Historias como las narradas por Nicholas Spark, luego llevadas a la gran pantalla, generan muchas sensaciones pero rara vez el espectador promedio podrá reconocerse en ellas. Ni las mujeres tendrán la belleza de Rachel McAdams ni los hombres los abdominales photoshop de Ryan Gosling. Así el amor se vuelve en un elemento aspiracional, casi como un auto de lujo o un viaje por Europa y tal vez tan inalcanzable como ambos. La inteligencia del guión está en mostrarnos a dos personas normales (con cuerpos imperfectos y vidas ordinarias) interpretados magistralmente por James Gandolfini y Julia Louis-Dreyfus que se conocen y no se ven atravesados por una pasión arrolladora. Muy por el contrario al verse por primera vez se muestran indiferentes el uno del otro. Primer paradigma destrozado: el amor a primera vista no aparece como un tifón que los desgarra o como una imperiosa necesidad de poseerse. Entonces el amor entre ambos se convierte en una construcción, un laborioso nexo que ambos se ocupan en crear con sinceridad y por sobre todas las cosas conociendo al otro como es, con sus imperfecciones presentes. Segundo paradigma que cae: el objeto del amor no es perfecto ni encaja simétricamente con nuestras necesidades. Es un ser falible al que se aprende a amar más allá de las supuestas falencias. Así el relato nos muestra a dos personas adultas con familias ensambladas que tratan de conectar sus realidades más allá de las típicas desavenencias que cada uno traerá a la relación Pero nada es perfecto y es así como accidentalmente Eva (Julia Louis-Dreyfus) empieza a atender y a trabar relación con la ex esposa de su actual objeto romántico y entonces la visión desamorada de su ex pareja enturbia su propia mirada. Y esto nos lleva a cuestionarnos como espectadores y como seres humanos hasta que punto sometemos a nuestras relaciones a la aprobación ajena, hasta donde oímos nuestras propias necesidades o nos dejamos influir por la mirada del entorno. Holofcener no se conforma con tratar solamente la temática romántica sino que también nos pone de manifiesto las distintas miradas que hombres y mujeres tenemos sobre el amor, las relaciones, la paternidad, las obsesiones y hasta incluso sobre las diferencias sociales. Y lo mas interesante es que estas miradas no están teñidas de ningún tipo de moralina y menos aún intentan demostrarnos qué pensar o cómo sentir. Una segunda oportunidad es un ejercicio de reflexión que en un universo de películas románticas cocinadas al estilo fast food (rápido, de digestión y evacuación inmediata) se asemeja a una comida gourmet cocinada con ingredientes simples pero con la inteligencia de saber combinarlos.
Una aventura distópica que crece Cuando Suzanne Collins inició la saga literaria de Los Juegos del Hambre, el mercado se encontraba ávido de productos que sanaran la orfandad que había dejado el fin de la era Harry Potter en el público adolescente. En los últimos años, contrariamente a lo que se supone, se forjó un público de lectores fieles a los relatos de aventuras con toques de ciencia ficción, que siempre es tenido en cuenta por la industria al momento de encarar las adaptaciones cinematográficas de los éxitos editoriales. Particularmente la obra de Collins posee un perfil propio: las relaciones interpersonales no son el motor del relato (a diferencia del edulcorado romance religioso insatisfecho de Crepúsculo), su universo narrativo no es mágico y menos aun empático, portando características casi apocalípticas...
Un desborde de fantasía e imaginación El nuevo film de la saga individual del Dios del trueno llega a las salas argentinas, precedido de un exitoso antecesor como lo fue Avengers y una poco brillante primera entrega en manos del director Kenneth Branagh. El desafío que encaraba esta secuela no era simple, Thor en pantalla terminó siendo uno de los miembros más deslucidos de Avengers: Ironman es puro carisma, Hulk bipolaridad casi animal, Capitán América un hombre desfasado en el tiempo, Viuda negra, sensualidad letal y Ojo de Halcón la letal precisión. ¿Dónde quedaba situada en este marco la versión cinematográfica del Thor personificado por Chris Hemsworth? Apenas, un Dios platinado con un martillo en su mano. Peor aún, lo aquejaba la pesadilla más temida, su enemigo Loki -encarnado magistralmente por Tom Hiddleston- quien contaba con una composición tan cuidada y perfecta que generaba más empatía que la del personaje principal. Cada momento en que Hiddleston irrumpía en escena la iluminaba con su sarcasmo, su frialdad y sus sutiles toques de humor, perfectamente dosificados, opacando claramente a su hermano adoptado, como lo revela en Avengers. Por lo cual, el mayor reto para esta segunda entrega era dotar a la interpretación de Hemsworth del carisma necesario o bien compensar su ausencia con una contundencia argumental que no cayera enteramente sobre sus anchas espaldas. El director del film Alan Taylor (ya familiarizado con las intrigas palaciegas por su participación en Games Of Thrones) optó por la última opción brindándonos así un producto con un relato más descentralizado en el protagonismo, plagado de matices y actuaciones logradas. El relato de Alan Taylor nos brinda una introducción que nos permite mensurar la amenaza que se cierne en esta nueva entrega de la saga del blondo héroe. Hace muchos años, la maléfica raza de los Elfos Oscuros trató de dominar el universo a través de la utilización de una fuerza llamada “aether”. Esta fuerza es preexistente incluso a los Nueve Reinos y posee un nivel de destrucción inconmensurable en caso de caer en las manos equivocadas. Sin embargo, el ataque fue sofocado y la fuerza aprisionada con la esperanza fútil de que no vuelva a manifestarse. Los años pasan y en la actualidad se produce un evento cósmico que sólo se da cada quinientos años, la convergencia, donde simultáneamente los Nueve reinos se alinean y este será el tiempo de la venganza de Malekith (Christopher Eccleston), quien tratará de terminar aquella inconclusa revuelta y sumir a los Nueve Reinos en la oscuridad absoluta. Jane Foster (Natalie Portman) es absorbida por uno de estos portales y termina frente a frente con la poderosa fuerza del aether, aspecto que afecta su salud. Mientras tanto, es Asgard Heimdall (el genial Idris Elba) quien tiene la posibilidad de ver a todos los seres del universo y así le informa a Thor que no puede contactarse con Jane y que teme por su bienestar. El Dios del Trueno se reencuentra con ella y la transporta a su reino para que sea tratada por su extraño mal. Así se irán abriendo infinidad de subtramas para las delicias de todos los seguidores del universo Marvel donde deberán convivir con solidez las intrigas palaciegas, las aspiraciones al trono, el romance, la venganza, los códigos éticos, las peleas épicas y los universos paralelos. Combinar tantos elementos con un moderado uso del artificio digital y lograr brindar contundencia a un relato plagado de grandísimos personajes interpretados por excelentes actores es sin lugar a dudas una tarea tan titánica como pacificar Nueve Reinos a la vez. Y Alan Taylor apela a su mayor don, el de dosificación. Cada personaje es delimitado con detalle pero sin exceso, cada actuación es marcada para que tenga un aspecto convincente pero a la vez desestructurado. La fluidez del relato del comic se hace presente, lo que tal vez marca una diferencia notable con el enfoque más circunspecto que tuviera la entrega a cargo de Kenneth Branagh. Los toques de humor están presentes como en las más interesantes entregas de Marvel (sin llegar al nivel Ironman, pues aquí no estamos en presencia de Robert Downey Jr tampoco) y así veremos a la deidad vikinga inmersa en situaciones cotidianas newyorkinas de lo más delirantes. Párrafo aparte merece la personificación de Loki a cargo de Tom Hiddleston que ya ha generado un nuevo paradigma de villano que, junto a Walter White en materia de series, nos llevan a repensar si aún el publico desea consumir los estereotipos de “ héroe – antihéroe ” tal cual fueran concebidos por la industria. Su encarnación del hermano adoptivo de Thor es tan compleja como fascinante y nos permite disfrutar de su ácido humor y su carisma de forma tal que sus actos malvados casi se nos vuelvan aceptables o simpáticos. Algo así como una tarantinización del mal, una mirada empática de lo que se supone socialmente reprochable. Thor: Un mundo oscuro es tremendamente superior a la primera entrega y maneja el ritmo y los tempos que la saga de Marvel requiere para una efectiva llegada a un público que es ávido consumidor de un universo maravilloso y plagado de matices. Dato de importancia superlativa: el film cuenta con dos escenas post créditos por lo que no se muevan de su butaca hasta que aparezca la última de ellas, ambas lo dejarán deseando que la tercera entrega de la saga llegue pronto.
Viejitos en fuga Si existía una dupla actoral que en los ochenta fuera la destinataria de los suspiros y anhelos de los amantes del cine de acción, esta era sin lugar a dudas Stallone y Schwarzenegger. La mera idea de soñar con verlos juntos en la pantalla era un universo de acción, golpes y testosterona al por mayor que emocionaba a los amantes del género, pero por aquel entonces cada uno se ocupaba de cimentar su propia carrera y el sueño tuvo que mantenerse latente por treinta años. Tuvimos un pequeño adelanto con Expendables, pero en nuestro interior la esperanza continuaba latente, de ver a estos dos iconos del cine de acción ochentoso juntos, compartiendo un espacio propio. El esperado proyecto llegó de la mano de Mikael Hafström (director de films como 1408 o El rito) quien nos brinda un interesante relato de acción con toques de humor inteligentemente dosificados. Stallone interpreta a Ray Breslin, un experto en seguridad carcelaria cuya principal actividad es ingresar a los penales más importantes de Estados Unidos y una vez dentro (y a través de un minucioso estudio de sus puntos débiles funcionales) fugarse para finalmente brindar sus servicios de asesoramiento. Su nueva misión se trata de ingresar a una de las cárceles de mayor seguridad del país donde se encuentran recluidos los criminales más peligrosos y que se encuentra en un lugar no determinado. Esta prisión cuenta con los máximos adelantos en materia de confinamiento como así también con la cruel y sádica dirección de su aguacil Willard Hobbes (Jim Caviezel en una estereotipada pero convincente actuación) quien le demostrará a Ray que el escape es tan imposible como necesario para su supervivencia. Será entonces tiempo de buscar un cómplice en esta nueva misión y allí aparecerá Emil Rottmayer (Arnold Schwarzenegger), un presidiario que lo ayudará a tratar de emprender la casi imposible tarea de fugarse de ese depósito de indeseables que termina siendo esta cárcel secreta. Sin falsas pretensiones y sabiendo exactamente al público que va dirigido Escape imposible nos brinda acción, golpes y adrenalina en la proporción exacta que necesitan los amantes del género. Abrazando y respetando cada uno de los elementos fundantes del relato de presidio y dosificándole toques de humor se muestra como un producto que sin lugar a dudas impactará mucho más en aquel espectador que disfrutó a estos dos icónicos personajes del cine de acción de la época de la guerra fría. En medio de estos dos grandes del cine de acción, que ya poseen una dinámica y química propia frente a la pantalla, se erige un Jim Caviezel (para los amantes de las series es uno de los protagonistas de Person of Interest) en una interesante composición de un obsesivo sádico e inescrupuloso que termina de conformar el trípode en el que se cimenta el relato efectivo y contundente. Escape imposible es una experiencia cinéfila que condensa y hace justicia a las expectativas de un público que ha esperado anhelante por el encuentro de estos dos astros y que saldrá de las salas con esa hermosa sensación de haber cumplido un sueño que esperó mucho por realizarse. A veces el cine es eso y no es poco.
Antagonistas en la vida y en las pistas Los setenta fueron una época signada por los excesos, por la grandilocuencia de cada una de sus manifestaciones: ya sean artísticas, estéticas o deportivas. Nada parecía poder ser moderado o discreto. Este universo tan colorido, intenso, sexy y fugaz es retratado con maestría por el afamado director Ron Howard en Rush: Pasión y gloria, que se estrena este jueves. En los tempranos setenta, la Fórmula uno era un ambiente donde se codeaba lo más alto de la sociedad y las escuderías buscaban afanosamente alzarse con los títulos que las posicionaran dentro del mercado. En este marco existieron dos pilotos tan diferentes y en las antípodas, como Nikki Lauda y James Hunt. El guion a cargo de Peter Morgan (quien ya se destacara en Frost Nixon, La Reina o El último rey de Escocia) retrata a la perfección ese mundo de excesos, lujo, ostentación y ese continuo coqueteo con la muerte que es tal vez una de las pocas constantes en la fluctuante vida de un corredor profesional. Los pilotos que inspiraron el film poseían personalidades tan intensas como opuestas en varios aspectos y su enfrentamiento era tan feroz que transmitir esa intensidad a la gran pantalla era todo un desafío para el director, el cual ha sido superado con creces. Por un lado, el adusto Nikki Lauda, un austriaco poco agraciado físicamente, parco, obsesivo y detallista, encarnado con justeza por Daniel Brühl (quien ya comienza a perfilarse por este papel como un firme candidato al Oscar del año próximo) y por otro lado su antagonista estético y moral James Hunt, un atractivo rubio, extrovertido, sexy, mujeriego, que vive todos los días con la misma intensidad con la que afronta las pistas y la misma pulsión casi suicida. En este caso, el papel es interpretado por Chris Hemsworth, quien logra plasmar la idiosincrasia de este hombre tan autodestructivo como fascinante. La relación entre ambos pilotos y sus divergentes miradas, no sólo respecto al deporte que los une, sino de la vida en general será el eje sobre el cual se estructure el relato. Mixturando el género documental, con una cuidada reproducción de época, con aspectos ficcionales que harán aún más intensos el contrapunto entre ambos protagonistas. El accidente sufrido por Nikki Lauda en el Gran Premio de Alemania traerá un nuevo elemento dramático al dejarlo fuera de las pistas debido a las gravísimas lesiones y será entonces esa rivalidad el motor mismo de la asombrosa recuperación del austriaco (para no permitir que Hunt gané terreno con su ausencia). Toda la reconstrucción de época esta meticulosamente realizada, destacándose la realización de un pormenorizado vestuario para ambos personajes principales. El encargado de la realización del vestuario elegido por Ron Howard fue Julian Day, quien basándose en las diversas características de ambos tercerizó la confección en dos prestigiosas casas de moda: para el vestuario de Hunt y su esposa fue Gucci la elegida , mientras que para Lauda fue Ferragamo. La vinculación del diseñador con el mundo de la Formula 1 no sólo se limitó a su participación en este film sino que su padre incluso llegó a diseñar autos para esta categoría por lo que su propia experiencia personal sobre ese universo de los setenta fue puesta al servicio de lograr una mayor fidelidad en la reproducción estética de la moda de aquel entonces. La encargada de la realización de los diseños que vistieron Chris Hemsworth y Olivia Wilde para la casa Gucci fue Frida Giannini, quien se encargó de realizar una fiel reproducción del vestuario de época haciendo particular énfasis en los géneros, cortes y el uso de pieles y sombreros que caracterizaban la estética de los setenta. Ninguno de los detalles que componen el film de Howard está librado al azar o descuidado y como no podía ser de otra forma la banda de sonido no podía encargársele a otro que no fuera Hans Zimmer (Inception, The Dark Knight, etc) quien logra a través de sus composiciones transmitir el intenso universo del automovilismo y el dramatismo de las situaciones que atraviesan sus personajes. Rush: Pasión y gloria es un film cuidado, construido en base a todos los elementos que componen el relato cinematográfico y que logrará atrapar no sólo a los fanáticos del automovilismo, sino a todo aquel que desee conocer un pormenorizado retrato de una época y una fábula de superación que sin lugar a dudas se llevará más de una nominación a los premios Oscar el año próximo.
Hit me baby one more time Cuando este año Quentin Tarantino dio a conocer su listado de films favoritos del 2013 fue sorprendente ver entre los mismos a Kick Ass 2 de Jeff Wadlow, pero bastarán ver algunos minutos de esta secuela para entender que el espíritu de la cinematografía del afamado director trasunta este relato de súper héroes. Nacido de la inspiración de un comic notoriamente oscuro y violento de Mark Millar y Jon Romita Jr., la primera entrega nos sumergió en un universo de héroes anónimos que se fabricaban sus propios trajes y luchaban contra el mal en los ratos libres luego de cumplir con sus tareas diarias. Así, Dave Lizewski (Aaron Taylor Johnson ) se dedicaba a entrenarse para cumplir con su misión de convertirse en un enemigo acérrimo del delito y en este derrotero conoció a Mindy Macready (Chloe Moretz) y a su padre, quienes componían una particular familia con intereses muy similares. Ahora esta segunda entrega continúa el relato cronológicamente situándonos en un marco totalmente diferente: tras la muerte de Big Daddy, Mindy se encuentra devastada con un solo objetivo de cumplir con su promesa de no actuar más como Hit Girl. Su ingreso en la adolescencia y el desamparo al que la somete su reciente orfandad crean un marco de situación difícil de afrontar para ella. Por su parte, Dave se encuentra decidido a continuar con su entrenamiento, aunque Hit Girl deba soltarle la mano para cumplir con su promesa. Así el joven deberá buscar nuevos aliados para formar una milicia urbana que se dedique a combatir el crimen en las peligrosas y violentas calles. Allí, aparecerá en escena el Coronel Stripes and Stars (Jim Carrey), un reclutador de potenciales héroes que inmediatamente unirá a Kick Ass a esta nueva milicia. Simultáneamente, Mindy tratará de lograr su inserción dentro del mundillo adolescente y elegirá para ello el grupo más sectario y discriminador que la sociedad americana haya tenido: las porristas. Así tratará de dejar de lado su púrpura uniforme para vestir ceñidos vestidos y tratar de ser lo más femenina posible (lo cual para ella es casi una tarea más difícil que patear traseros de delincuentes urbanos). Kick Ass 2 transita todos los tópicos de su primera entrega añadiéndoles el ingrediente del paso por la adolescencia de sus protagonistas, todo esto sazonado con enormes cantidades de violencia explícita, humor ácido, una completa autoconciencia de todos los clichés del universo de superhéroes, como así también del mundo adolescente y su crueldad extrema. El acceso irrestricto a las armas, la incomunicación familiar, las relaciones disfuncionales, la xenofobia, el dinero como medio para comprar voluntades son elementos que aparecen retratados con una mirada socarrona pero no por ello menos auténtica, que invita a reflexionar sobre la inamovible idiosincrasia de la sociedad norteamericana y su endeble sistema de valores. Kick ass 2 no sorprende demasiado por seguir manejando los mismos códigos de la primera película (que serán disfrutados por una franja etaria muy marcada) pero sin embargo las actuaciones convencen y sobre todo la de Moretz, que a esta altura es el principal atractivo de la secuela. El villano principal a cargo del histriónico Christopher Mintz Plasse (que en este caso asumirá el nombre de Motherfucker) es la encarnación del niño rico mimado norteamericano. Incluso, el hecho que use un traje confeccionado con los atuendos sadomasoquistas de su madre nos brinda una acabada muestra de su desequilibrio emocional, el principal motor de su accionar. Aquellos espectadores ajenos al mundo de la novela gráfica de Millar y Romita Jr podrán incluso creer que la excesiva violencia del film es extrema, pero los fanáticos de este universo sabrán que la misma ha sido notablemente morigerada para esta adaptación cinematográfica. En definitiva, el disfrute o no de la propuesta pasará por conectar con este universo lúdico, violento y extremo carente de verosímil que repite las fórmulas del pasado para entretener a un público fiel a este tipo de entretenimiento pochoclero pero efectivo.