El presente film de ciencia ficción y suspenso de Scott Stewart -quien ya nos entregara obras como Priest o Legión de Ángeles- comienza con una frase de Arthur C Clarke: “Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo, o que estemos acompañados. Ambas son igualmente aterradoras.” De los dos escenarios que esa máxima propone se elige transitar el segundo, la existencia de alienígenas en nuestro planeta. Pero en este caso su forma de materializarse no será la acostumbrada: no existirán ciudades reducidas a ruinas por grandilocuentes naves, ni rayos que desintegren a las personas convirtiéndolas en polvo. Muy por el contrario, la llegada de estos seres tendrá un carácter casi imperceptible, manifestándose en pequeñas alteraciones de la vida cotidiana que irán en un leve pero sostenido in crescendo. Lacy y Daniel Barrett (Keri Russell y Josh Hamilton, respectivamente) son una joven pareja de los suburbios, tienen dos hijos y habitan una hermosa casa que aún no han terminado de pagar. De pronto cosas extrañas comenzarán a ocurrir en la casa de los Barrett: puertas que se abren sin explicación y alimentos apilados más allá de cualquier ley de la física llevarán a sus habitantes a cuestionar su propia sanidad mental. Más tarde los ataques y las anomalías se extenderán a los cuerpos de los miembros de esta familia, violentando su autonomía física y poniéndolos cara a cara con un temido enemigo, hasta ese entonces invisible. Los climas creados por el director, como así también un medido uso del CGI, hacen de este film una interesante propuesta, diferente dentro de un mercado que ya nos ha aburrido de los recursos del falso documental y el excesivo artificio digital. Los Elegidos es una propuesta modesta que logra mantener la atención del espectador a través de una cuidada dirección de actores y una inteligente utilización de los recursos narrativos en el marco de un acotado presupuesto. El titulo original del film, Dark Skies, tal vez esté más cerca de la idea general que sobrevuela la narración: el hecho de que la oscuridad albergue a ese enemigo que, sin grandilocuencia ni explosiones, sea tan inexorable como la muerte misma…
Allí por el año 2004, Guillermo Pfening comenzaba su carrera como director con el cortometraje Caíto, logrando plasmar en apenas diez minutos las circunstancias y deseos de su hermano menor, aquejado por una enfermedad motriz severa llamada “distrofia muscular de Becker”. El bellísimo corto transmitía la necesidad de su hermano -con apenas catorce meses de diferencia- de subirse a una hamaca y balancearse como lo hiciera en su infancia. En la última de las escenas veíamos el rostro de Caito feliz y satisfecho, con su hermano Guillermo empujándolo, dándole el envión que necesitaba para cumplir su pequeña meta. Ese amor fraternal, encarnado en Guillermo Pfening y que trasciende el mero discurso narrativo, nos permite adentrarnos en el universo de Caito y todas aquellas personas que lo rodean. El film atraviesa con gallardía y soltura la estética del documental con tintes ficcionales. Todos los protagonistas (Caíto, Guillermo Pfening, Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro, Franca Licatta, Marinha Villalobos) aportan su amorosa mirada y profesionalismo a este proyecto familiar/ cinéfilo. Y tal vez este sea el elemento más valorable de Caíto, el hecho de retratar una historia familiar sin golpes bajos y con un cuidado estético poco común en aquellos casos donde el componente emocional es tan intenso. Guillermo Pfening presenta la historia de su vida, la de su hermano y la idiosincrasia de su pueblo de una forma cuasi testimonial. Una fotografía exquisita -a cargo de Pablo Parra- y escenas memorables hiladas con un cuidado montaje, hacen de este film un admirable ejercicio cinéfilo que nos demuestra que pueden abarcarse los temas más delicados sin caer en la sensiblería melancólica. La banda de sonido a cargo de Francisco Bochaton y Gepe es otro elemento fundante de los logrados climas que atraviesa el auspicio debut de Pfening. Este equilibrio entre profesionalismo cinematográfico y delicado relato de amor es tal vez el rasgo distintivo de un film que definitivamente debe tomarse como referencia para un abordaje adulto de las discapacidades motrices. Ojalá las puertas delicadamente abiertas por Caíto nos permitan ingresar a un nuevo enfoque cinematográfico de las relaciones humanas, más sincero, menos efectista, que conduzca al público a afrontar las discapacidades con una mirada adulta e inclusiva.
El artificio del lenguaje cinematográfico en su máximo exponente En una entrevista realizada por Truffaut a Hitchcock ambos directores recordaban el génesis de lo que fuera llamado el beso más largo de la historia, que se diera en el marco del film Notorius entre Cary Grant e Ingrid Bergman. Por aquel entonces, existía la prohibición que los besos duraran más de tres minutos (el famoso Código Hays). Es por ello que el director británico filmó con ambos intérpretes una eterna escena donde ambos deambulaban por un reducido espacio mezclando diálogos con cortos besos (lo que sumados no alcanzaban los temidos tres minutos). Así, a través de la utilización inteligente de un conjunto de recursos cinematográficos artificiosos se logró generar en el espectador una determinada sensación de pasión contenida y deseo que trascendiera los caprichosos límites impuestos por el autoritarismo ideológico de la industria. El resultado fue la inmersión del espectador en una determinada sensación generada desde el relato cinematográfico que poco tiene con ver con un correlato verosímil. Siguiendo esta postura de lo que dio en llamarse “cine puro” Alfonso Cuarón nos presenta Gravedad, un film altamente esperado por su público que ya conoce la valentía del director para asumir riesgos estéticos en sus films. El dúctil manejo de los planos secuencia ya había sido utilizado en su film anterior “Niños del hombre” con interesantes resultados, por lo que las expectativas eran altas y las referencias de los festivales donde fue presentado parecían estar a la altura de las mismas. En Gravedad, el director vuelve a sorprendernos con una escena inicial de un plano secuencia en el espacio, con una duración de más de diez minutos que sirve para introducirnos sensorialmente en este nuevo marco que tan ajeno resulta a nuestro entendimiento. El espacio en su vastedad se muestra silente, incólume, los movimientos de los astronautas que allí se encuentran no responden las leyes físicas por nosotros conocidas. Todo se muestra ajeno e inconmovible. En este marco, la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) se encuentra en una estación espacial realizando refacciones en su estructura, a su lado Matt Kowalski (George Clooney) gravita mientras habla con ella y con el control de la misión con ese tono afable que invita inmediatamente a la empatía. Pronto la artificiosa calma será interrumpida por una lluvia de desechos interespaciales que se abatirá contra los astronautas, dejándolos a merced del más absoluto de los desamparos físicos y emocionales. Y es exactamente en este momento donde la maestría de la dirección de Cuarón hace su entrada triunfal, logrando a través del uso de los elementos discursivos del relato cinematográfico generar una atmosfera tan opresiva, asfixiante y desesperante como pocas veces se ha visto en el cine de los últimos tiempos. La desesperación de la Dra Ryan Stone se apodera del espectador, quien poco a poco comienza a sentir la falta de arraigo (tanto físico como emocional) como propia. El contacto con la base de Houston se diluye y con él todo punto de referencia. En este contexto de desolación, la opresión se hace presente, apoderándose por completo del espectador, incomodándolo, convirtiendo el relato en sí mismo en una experiencia traumática y totalmente impresionista. La historia en sí misma se convierte en una mínima excusa para explorar las sensaciones que indefectiblemente han de generarse en quien presencie tamaño despliegue visual pocas veces visto en el cine de los últimos años. Los recursos que en general suelen utilizarse en el lenguaje cinematográfico aquí se encuentran totalmente subvertidos: explosiones sin estruendos ni fuego, rotaciones alocadas sin puntos de referencia fijos, nada parece ser familiar y sin embargo tenemos la inexorable sensación de no poder escapar a ese destino. La misma historia personal de la Dra Stone (sobre la cual no develaremos detalles para no adelantar parte de la trama) es una eterna gravitación en torno a sus conflictos no resueltos, un estado de indefinición donde no hay destino, donde el viaje mismo es la única excusa para continuar avanzando. Así, la situación física se torna en un reflejo de la emocional y la protagonista deberá decidir entre modificar el destino que se le presenta generando ella misma un cambio que la salve, o continuar gravitando movida por una inercia eterna que la condene a degradarse biológicamente por el mero paso del tiempo. Alfonso Cuarón nos brinda uno de los mejores ejemplos del uso del artificio para la generación de una experiencia sensorial, subjetiva y emocional donde el elemento intelectual pasa a un segundo plano. Un uso magistral de los recursos cinematográficos para la concreción de una de las experiencias más grandilocuentes del cine de los últimos tiempos.
Soy un manicomio gris Tras una primera entrega que ni siquiera llegó a los cines, arriba a las pantallas argentinas Fenómenos paranormales 2, esta vez de la mano de John Poliquin en la dirección. En una de las primeras escenas del film, Alex Wright (Richard Harmon), un estudiante de cine mira a cámara en medio de una filmación casera de una fiesta estudiantil y comienza a quejarse por el uso excesivo de los efectos digitales (o CGI) en el cine de género de terror. Para entonces, una leve esperanza anida en nuestro pecho al estar frente a un film autoconsciente de las actuales falencias y vicios del “terror” en el mercado actual y que se dispone a no caer en ellas. A esta altura, el espectador amante del auténtico terror ya está cansado del falso documental; de los artilugios digitales que si bien en su momento fueron efectivos hoy ya no sorprenden, pero que sin embargo aun no se abandonan y ya comienza a configurarse como un vicio del género consuetudinario. La narración se divide en dos partes: inicialmente, en la investigación de este joven sobre los hechos que dieran lugar al film Fenómenos Paranormales, donde el interlocutor se convence de que fueron reales y esto lo motiva a ir al lugar de lo ocurrido para reconstruir así la historia. En el tramo posterior, la acción se sitúa en el hospicio mental abandonado de Canadá, donde ocurrieran los hechos -motivo de estudio- y allí se proponen investigar sobre su veracidad. Si analizáramos el film dividiéndolo en estos dos bloques bien diferenciados, podríamos decir que el primero funciona con un relato inteligente y mordaz que hasta podría anunciar un interesante exorcismo de los demonios de la repetición de clichés del cine actual de género. Sin embargo, el segundo no sólo deja de respetar estos axiomas sino que actúa como una reafirmación de todos los lugares comunes que la primera parte condena. Cámara en mano, imágenes desenfocadas, gritos, corridas, no hacen más que hundir la verosimilitud del relato y el clima terrorífico hasta casi caer en una parodia al estilo de las Scary movie. En definitiva, Fenómenos paranormales 2 es una fallida secuela de un film menor que juega torpemente con la idea del cine dentro del cine para obtener resultados dignos de un exorcismo mental para sus creadores.
The Minmay affaire Esta es una historia de chico conoce chica, pero es mejor que lo sepas de una vez…esta no es una historia de amor. Con este parlamento comenzaba una de las películas indie más representativas de los últimos tiempos (500) días con ella y básicamente estas palabras nos adentraban en un mundo donde la búsqueda del amor verdadero, con todas sus falencias e inverosimilitud, era la fuerza motora de los actos de un pobre muchacho que creía haber encontrado a su alma gemela en una mujer que no correspondería más tarde a sus requerimientos amorosos. Así, el público aprendió a valorar y consumir un nuevo tipo de comedia, más relacionado con la realidad, menos solemne y que brindaba una mirada honesta y descarnada sobre la falibilidad de las relaciones humanas .Los relatos románticos dejaron de a poco de retratar lo que “debía ser” el amor para empezar a mostrar pinceladas de vínculos más imperfectos, pero más reconocibles desde el bagaje de vida del espectador. La empatía comenzó a ser la moneda de cambio entre ese público ávido de ver historias reales y menos frustrantes que las que otrora el cine romántico ofrecía .Dejaron de aparecer los héroes y heroínas románticos para ser reemplazados por hombres y mujeres que simplemente buscaban relaciones sanas, pero que no por el mero hecho de la búsqueda se veían satisfechos en esa travesía emocional. Recuperando esa tónica realista cinematográfica, Sebastián De Caro, con guión de Sebastián Rotstein, nos trae 20000 besos. En la autobiografía de Sinatra al hablar sobre su relación con el alcohol, el reconocido artista dijo “para un borracho una copa es demasiado y cien no son suficientes”. De Caro, basa su film sobre este principio, que eficazmente equipara al amor con ese estado de plena inconciencia autoinducida que adormece el sano juicio y nos invita a viajar con él en un mundo de excesos amorosos nerds. Claro emergente de la llamada Generación X, nos brinda una mirada ácida sobre el amor, acercándonos a aquellas grandes verdades reveladas que sólo se abrazan de madrugada y se olvidan nuevamente a la mañana siguiente. 20000 besos nos cuenta la historia de Juan (una excelente interpretación de un sólido Walter Cornas), un hombre de treinta y largos en plena crisis personal, inmerso en una relación que no lo satisface y con un trabajo que aborrece. Hasta que un día todo cambia y al separarse se ve frente a la disyuntiva de tener que decidir qué hacer por el resto de su vida: si seguir impulsado por la inercia o pegar el temido volantazo y reinventarse. Así recurre a sus amigos de siempre (la barra), quienes lo esperan incondicionales y lo reciben con el mayor de los festejos, como quien regresa de la guerra tan temida. En el ámbito laboral, el jefe de Juan (Eduardo Blanco) le propondrá, totalmente imbuido de las nuevas tendencias de coaching -otro de los signos de nuestro tiempo- que junto a una compañera busquen nuevas actividades recreacionales para realizar los días viernes y así mejorar el ánimo de los empleados. La joven en cuestión es una encarnación de todo lo naif, infantil y aniñado que una mujer puede ser (gran actuación de Carla Quevedo) y la atracción no tardará en llegar, más allá de las diferencias que son cada vez más notorias y casi irreconciliables. Juan, entonces, comenzará el camino del héroe amoroso, al principio casi sin quererlo, con una resistencia racional a someterse a los designios de una mujer que parece tan caprichosa como incomprensible, pero que poco a poco va logrando vencer todas las barreras que el sano juicio impone. Este universo masculino, retratado a la perfección y generador de empatía instantánea, cuenta con las participaciones de Gastón Pauls, Clemente Cancela, Alan Sabagh y Alberto Rojas Apel. Juntos serán el equipo que llevará adelante la reinserción amorosa de Juan, pero no sólo eso. Serán los responsables de largas horas de tertulia noctámbula, perfectamente sazonada con consumo de sustancias relajantes o de charlas de plaza con cajas de pizza fría de por medio; o simplemente tardes de skate por la ciudad. La amistad se convierte así en el refugio donde estos niños acotados al cuerpo de hombres intentan resistirse al inexorable paso del tiempo, algo así como antónimos vivientes de Tom Hanks en Quisiera ser grande. Son los infantes de los ochenta, que se criaron viendo Robotech -para los más fanáticos de esa serie el parecido entre el personaje femenino del film y Minmay es totalmente innegable y responde a un eterno debate moral de De Caro sobre el modelo de mujer a amar- jugando a videojuegos arcades, viendo films en formato VHS, que fueron adolescentes, skaters, amantes de los comics y coleccionistas empedernidos desde los noventa hasta la fecha. Esta es la franja etaria a la cual el film claramente impactará de forma inmediata porque se verán reflejados en cada uno de los personajes magistralmente delineados; porque reconocerán situaciones que indefectiblemente formaron parte de su pasado y porqué no de su presente. Ese tal vez sea el mayor acierto del tono del film: el utilizar una anécdota para dar certeras pinceladas que ayuden a definir la idiosincrasia de una generación que hoy logra situarse detrás de cámara. El aferrarse al pasado y a la niñez los lleva a remitirse constantemente a los films que los marcaron en esa etapa (El Padrino, Rocky, Volver al Futuro, Star Wars, etc.) y a buscar en ellos referencias que les permitan definir situaciones que los aquejan. También a seguir manejando un lenguaje lúdico para la solución de conflictos adultos e incluso para las cuestiones amorosas más intimas. El film se convierte en un minucioso estudio de las razones que nos llevan a enamorarnos, de los amores fallidos, de la insensatez de la búsqueda de la perfección y del tal vez irremediable final que se esconde en cada comienzo. 20000 Besos se erige así de la mano de una exquisita banda de sonido como un film destinado a ser de culto para todos aquellos contemporáneos de su director, que supieron disfrutar aquellas comedias ochentosas de relaciones de amistad al mejor estilo John Hughes o incluso Steven Spielberg, donde el amor es uno de los motores pero no debe limitarse al amor de pareja. Al desacralizar el amor ideal nos brinda una cosmovisión de las relaciones que nos permite sentirnos acompañados por ese otro tipo de vínculos: el amor al cine, a los ideales de la infancia, a la amistad incondicional. Parafraseando con la apertura de (500) días con ella 20000 besos es una historia de chico conoce chica , pero es mejor que lo sepan …esta es una historia de amor que trasciende a la pareja, una historia de amor más allá de las formas de su ejercicio.
El club de los cuatro Existe una edad de difícil encasillamiento en cuanto a productos cinematográficos y literarios; esa edad en la que los juguetes son todavía parte de la rutina pero los primeros arranques hormonales aparecen. Ese momento en que las redondas caras de la infancia comienzan a volverse ampulosas y en muchos casos llenas de granos y rubores repentinos. Para ese público, ávido de un producto que plasme el sutil paso de la infancia a la adolescencia temprana, está encarado el film Caídos del mapa. Sobre la base de la consagrada saga literaria nacional de María Inés Falconi publicada en el año 1995 (de la que ya se han publicado 26 ediciones) se erige este relato de preadolescentes embarcados en una aventura simple pero a la vez osada: ratearse del colegio y esconderse en el sótano hasta que sea la hora de la salida. Pero nada saldrá como lo planean y la alumna más insoportable del grado se inmiscuirá en sus planes para tratar de arruinarlos. Así, los cuatro aventureros iniciales se verán obligados a compartir su tiempo de voluntario confinamiento con esta indeseable compañera. El espacio rutinario del colegio se resignificará entonces enmarcado por juegos, confesiones y coqueteos La infancia levemente comienza a esfumarse y en su lugar se instalan las primeras interacciones con el sexo opuesto tan febriles como intensas. En este marco, dos realidades diferentes se darán cita simultáneamente: las fantasías de los niños en el sótano (bien interpretadas por los jóvenes actores elegidos) con la caricaturesca búsqueda organizada por las autoridades del colegio. Desde el punto de vista actoral, los jóvenes seleccionados para los papeles principales cumplen con el cometido de personificar al estereotipo bien definido dentro de la fauna del colegio primario: el estudioso, la “liguerita“, la cándida , el cancherito y la infaltable resentida. Cada uno mostrará su faceta oculta y ayudando a entender el porqué de su accionar, de una manera dinámica y que en cierta forma irá desmitificando la visión estructurada que la sociedad escolar tiene de ellos. Ni el más atlético es totalmente feliz (sufre por el divorcio de sus padres) ni la más popular del colegio es tan respetada como anhela (y teme ser tomada como objeto) ni la más resentida es el diablo encarnado (muchas veces su propio miedo al ridículo es lo que la aísla). Caídos del mapa se inscribe así en el tipo de films de aventuras de niños en los que claramente sus directores Leandro Mark y Nicolás Silber han amado y tomado como influencia el espíritu de Los Goonies , Super 8 y hasta incluso algunos elementos de El club de los cinco. Todo esto sazonado con numerosos gags de humor físico en manos de los actores adultos del elenco ( donde se destacan Osqui Guzman y Karina K ). Una nueva saga cinematográfica puede dar comienzo con esta entrega y el mero hecho que la misma esté dedicada a un sector tan difícil de satisfacer como el de los preadolescentes ya es motivo de celebración. Sin falsas pretensiones Caídos del mapa entretiene con un producto enraizado con la idiosincrasia argentina, lo que no es poco.
El outlet de men in black Cuando uno ha vivido en situaciones económicas apremiantes muchas veces tuvo que comprar marcas alternativas o lo más triste aún en un denodado esfuerzo por obtener algún objeto operacional terminábamos comprando una copia barata y burda. Así aparecían los pantalones de gimnasia de dos tiras, las zapatillas Adodas, Noke, etc. En muchas ocasiones y por los motivos más variados la industria cinematográfica hace exactamente lo mismo: como si el público fuese ese hijo al cual desean satisfacer y ante la imposibilidad de hacerlo le ofrece lo más parecido que encuentra o puede llegar a idear. Basada en un comic de Dark Horse, R.I.P.D policía del más allá funciona como un híbrido entre Hombres de Negro y un film de entidades fantasmales. El personaje interpretado por Ryan Reinolds (con el histrionismo al que nos tiene resignados) es un policía que muere en una redada, emboscado por su compañero corrupto, interpretado por Kevin Bacon. Así, su alma es elevada al Departamento En Paz Descanse, algo así como un limbo donde habitan policías muertos violentamente, quienes luego son reasignados para realizar diversas tareas en la tierra. Así es como se le asigna como compañero a Roy Pulsipher (Jeff Brigdes), un veterano alcalde que pronto empezara a replicar la dinámica de la dupla “ viejo gruñón – joven inexperto” que otrora fuera el encanto principal de la saga Hombres de negro. En este caso la química de la pareja funciona por el gran oficio de Bridges para interpretar cual papel que se le ponga enfrente y generar una empatía casi instantánea que hasta incluso nos permita olvidar lo mal actor que es Ryan Reinolds (lo que no es un mérito menor). El esqueleto narrativo de Hombres de negro es clonado en este film, donde la única diferencia es que el objetivo a capturar no es ya un alienígena sino un ser endemoniado y una historia de revancha en manos del personaje de Reynolds. Fuera de eso, la propuesta es idéntica a la primera entrega de los Hombres de Negro sólo que más de una década después. El director Robert Schwentke, quien nos entregara otra adaptación mucho más interesante del mundo del comic al cine como fuera Red, en este caso no llega a encontrar la identidad definitiva de la apuesta que jamás llega a instalarse como un producto con una propuesta interesante y suena a un desfile incesante de CGI sin ningún respaldo narrativo que lo sostenga.
La insoportable liviandad de ese ser En el marco del régimen nazi y en medio de las miles de atrocidades cometidas contra las razas consideradas impuras existió un ser siniestro -en el sentido más amplio de la palabra- llamado Josef Mengele. Su tarea principal dentro del engranaje del aparato nazi era la realización de experimentos con esos seres humanos para mejorarlos y lograr así la superioridad genética que asegurara la supremacía aria. Su mayor anhelo era lograr que las mujeres arias dieran a luz gemelos perfectos para de esta forma repoblar el mundo con la especie superior. Las atrocidades no terminaban ahí sino que con las demás etnias se realizaban manipulaciones tales como la inyección de ciertas sustancias en los ojos para lograr la tonalidad azul; cirugías sin anestesia; sometimiento a baños con agua hirviendo; mutilaciones; más el intento de crear gemelos siameses utilizando hermanos judíos y uniendo ambos cuerpos a través de cirugías. La ética como límite para la experimentación médica era un concepto inexistente y la cosificación de los cuerpos de los judíos utilizados en los laboratorios era una realidad incontrastable llegando a límites impensados. Cuando el nazismo empezó a decaer muchos de estos asesinos migraron a diversos países que les abrieron las puertas para así evadir las responsabilidades legales de su accionar. Argentina fue uno de esos lugares y el sur de nuestras tierras terminó siendo el destino elegido para albergar a los más siniestros miembros de esa ideología asesina. Sobre este marco fáctico se centra el guión de Lucia Puenzo que da origen a Wakolda, coproducción entre Argentina, España, Francia, Noruega. El film nos narra el fortuito encuentro entre una familia argentina, interpretada por Natalia Oreiro, Diego Peretti y Florencia Bado con un enigmático y afable médico alemán que se hace llamar Helmut Gregor. Allí, los destinos se cruzarán cuando el correctísimo profesional pida hospedaje en la hostería que la familia maneja en el sur. El médico no es otro que Josef Mengele (encarnado magistralmente por el español Alex Brendemühl) quien ha encontrado en el Sur su lugar en el mundo y el eventual encuentro con esta familia hará renacer viejos vicios personales, que otrora fueran su mayor obsesión: el perfeccionamiento genético del hombre. En este caso, la niña de la familia, Lilith, posee una baja estatura para su edad lo que alimentará en el obsesivo profesional la imperiosa necesidad de intentar morigerar y revertir esta situación, aspecto que unido al embarazo de gemelos de la madre de la niña formarán un combo inmejorable de experimentación médica. La atractiva y seductora personalidad del facultativo -típica característica de los perversos- logrará que tanto madre como hija se sometan a su juego de manipulación. La primera, movilizada por el afán de cuidar a su niña, y la segunda por un enamoramiento que camina a la par de una adolescencia emergente. Así, entre los tres nacerá una silente complicidad que tendrá como hilo conductor el cuerpo, especialmente el de Lilith, que será un campo de batalla entre un destino natural y un progreso artificioso y manipulado. El cuerpo como elemento fundante de la identidad es un tópico ya desarrollado por la directora con excelentes resultados en XXY o El niño pez y en esta entrega se ve sutilmente esbozado con el enamoramiento de la niña y la atracción por ese personaje seductor y calmo que poco a poco se acerca a ella y despertando reacciones hormonales hasta entonces desconocidas (relación que hace recordar al film La sombra de una duda o su reciente remake Stoker). La esposa ocultará a su marido los experimentos realizados por el galeno y la distancia entre ambos personajes masculinos se hará cada vez más evidente. Para zanjarla, entonces, aparecerá una actividad artesanal que el marido realiza y que el doctor ayuda a perfeccionar: la confección de muñecas. Aquí, el huésped alemán se presentará como un voluntario socio capitalista que prestará su dinero y contactos para lograr que las rudimentarias muñecas se conviertan en modelos de perfección aria: ojos celestes y cabellos rubios, perfectamente peinados. Este sea tal vez el trazo más grosero de la obra: ¿realmente es necesario que veamos a las muñecas embellecidas por el siniestro personaje para que entendamos el móvil del accionar del científico? La filosofía que respaldaba a los experimentos nazis en campos de concentración es conocida por el público en general y en caso que no lo fuera tal vez hubiese sido realmente interesante que el film abordara las mismas con menos metáforas visuales y mayor profundidad narrativa. Las subtramas en Wakolda se multiplican y no llegan a desarrollarse en su plenitud: el crecimiento de Lilith, la atracción hacia el médico, la complicidad del gobierno argentino para la entrada al país de refugiados nazis, la trama de la potencial captura, la impune complicidad por omisión de la sociedad sureña. Todo ello hace del film por un lado una propuesta técnica y actoralmente impecable (donde se destacan Àlex Brendemühl y Florencia Bado en un contrapunto cuidadosamente contenido), pero por otro con una narración que tal vez por tratar de abordar demasiados frentes termina cayendo en un pobre desarrollo de las líneas narrativas. El nazismo contó con una complicidad cívica aberrante (tanto en su país de origen como en los que dieron asilo a sus representantes máximos luego de la caída del régimen) elemento que es apenas esbozado en el guión de Lucía Puenzo. La contundencia del personaje histórico de Mengele hubiera sido basamento suficiente para la realización de un excelente retrato de época, sin necesidad de recurrir a la burda metáfora de las muñecas rubias donde se abordaran responsabilidades, silencios, omisiones y accionares que marcaron la historia de uno de los movimientos más siniestros de la historia. Otro elemento que tal vez atente con la creación de un fuerte clima de intensidad en el relato cinematográfico es el hecho que en la novela escrita por su directora la verdadera identidad del médico alemán es develada avanzada la historia , información que con fines comerciales es revelada ya desde el tráiler del film. Y quizás este aspecto unido al trazo demasiado grueso sobre el calibre de los experimentos realizados, en conjunción con el soslayo por la complicidad urbana desde la trama hacen de Wakolda un film de una liviandad importante. Wakolda trata uno de los temas más dolorosos de la historia reciente de la humanidad, pero lo hace con una tibieza que asusta y desaprovecha la oportunidad de ficcionalizar a uno de los villanos más aberrantes que se hayan conocido.
Cumbiópera en tres actos. El cine de Perrone siempre ha sido caracterizado por su impacto, por su impronta que no puede generar en el espectador indiferencia. Prolífico como pocos realizadores, en este su film numero treinta, decidió pegar el volantazo y realizar una apuesta osada y ambiciosa desde el punto de vista estético: Un film de 150 minutos, en blanco y negro y pantalla 4:3. Enmarcado en esta apuesta desde lo visual y casi obviando los diálogos, Perrone nos ofrece una opereta cumbiera donde la tragedia se sitúa en el conurbano bonaerense, territorio que en el que el director se mueve con la soltura de saberse parte. Allí nos presenta uno a uno los fantasmas que azotan a la juventud, el dealer de la cuadra, el embarazo no deseado, los padres separados, las amores no correspondidos , la necesidad de inclusión en una tribu, en definitiva la formación de la propia personalidad adulta con los mosaicos que poco a poco van trazando la identidad añorada. La cámara del director reinventa la cotidianeidad del barrio, otorgándole el aire trágico que tiene todo lo irreversible, esa realidad que muchos jóvenes conocen como ineludible, ese destino que mas alla de las elecciones sienten como marcado. P3nd3jo5 es al cine lo que el conurbano a las grandes urbes, la periferia donde se adentran los que se animan a vencer ciertas barreras en la búsqueda de nuevas sensaciones cinéfilas. El espectador citadino mental no se animara a entrar en las calles de barro que no tienen la accesibilidad de las grandes y frías calles grises de la cotidianeidad urbana. El asumirá el costo de no conocer nuevos paisajes de no permitirse la expresión mas sublime del séptimo arte: la experimentación. Un ejercicio sobre como hacer cine desde una perspectiva diferente, rompiendo paradigmas para reordenarlos en una nueva definición de arte. Una búsqueda personal del director que nos permite acompañarlo en esta nueva apuesta. @Cariolita
Dejalos morir adentro Allí por la década del setenta dos jóvenes amigos se embarcaban en la filmación de un corto con la finalidad de obtener financiación para la realización de su primer film: el corto se llamaba Within the Woods y los amigos no eran otros que Sam Reimi y Bruce Campbell. Juntos lograron dar forma a un estilo de terror para nada circunspecto, autoconsciente de los lugares comunes del género y sumamente divertido. La inteligencia de Sam Raimi y el reconocimiento de ciertas limitaciones técnicas más ligadas al presupuesto que a la falta de ideas le valió la aceptación de un público ávido de nuevos aires que renovaran al género. Vientos menos solemnes que abrazaban la concepción del cine como entretenimiento de masas, como deleite y placer culposo, empezaban a instalarse. Muchos años después otros jóvenes amigos vuelven a embarcarse en la aventura cinematográfica de evadir los actuales vicios del género de terror: exceso de CGI, el ya absurdo recurso del found footage eterno o una violencia casi intangible de tan artificiosamente planteada. Los encargados de llevar adelante esta misión de rescate del género no son otros que Adam Wingard y Simon Barrett, director y guionista de Cacería Macabra (You are next en su idioma original) que se presentará este jueves en la cartelera argentina. Al igual que Raimi con su opera prima, Adam Wingard tuvo que reconocer su acotado presupuesto (menos de un millón de dólares) y con ingenio trabajar ese obstáculo económico tornándolo en un elemento distintivo y competitivo ¿Y qué mejor entonces para hacerlo que retomar la estética de los films de terror de la década del sententa u ochenta? El film se centra en la historia de un grupo familiar surcado por internas irresueltas que se da encuentro en la mansión familiar para festejar el aniversario de bodas de los anfitriones. Allí, padres e hijos tratarán de tener una apacible velada que se verá empañada primero por ciertas rencillas familiares y luego por el ataque de un grupo de misteriosos hombres ataviados con máscaras de animales. Así, la seguridad burguesa se verá violentamente amenazada y el aislamiento se convertirá en la constante más peligrosa. Una certera flecha abate a uno de los comensales y el descontrol doméstico se sienta a la mesa, presidiéndola. A partir de entonces el manejo de los climas, la excelente banda de sonido (que recuerda notablemente a las utilizadas en los films de Carpenter) junto con sutiles toques de humor, servirán para transmitir en el espectador el desconcierto que puede devenir de la presencia de un grupo de alienados mentales disfrazados de animales y con una puntería inmejorable (inteligente giro para evadir los costos de otra arma más sofisticada encargada de la masacre) . Se instala en el relato una de las ideas más perturbadoras: la extrañeza en el propio hogar, la encarnación misma del temor más primario de no sentir en el propio entorno la seguridad física mínima. Wingard, quien se reconoce como un consumidor confeso del cine de terror italiano, toma mucho de la estética del Giallo y deja de lado el artificio digital para entregarnos una excelente historia de terror que no podría funcionar como lo hace de no ser por la presencia femenina de una heroína inesperada. Sharni Vinson es entonces una de las claves del éxito de este relato. Una actriz sin experiencia en el género de terror será la encargada de organizar a los sobrevivientes para iniciar una inusitada resistencia a los atacantes desconocidos. Cacería macabra es entretenimiento puro, sin pretensiones, que se reconoce como un producto por y para las masas ávidas de terror del bueno. Como tal ofrece al público lo que espera, con inteligencia y rescatando aquel espíritu de cine artesanal que nutriera las bases de los films de Carpenter , Raimi o incluso de Craven.