Artesanos con el barro de una generación Los últimos acordes del Vals de Celine aún resuenan en nuestros oídos y esa amenaza inminente de la pérdida del avión de Jesse parece recién anunciada, pero no es así. Han pasado casi nueve años desde la última vez que nos encontramos con esa amada pareja que conformaban Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) y para nuestra sorpresa hoy el ámbito de encuentro no es otro que Grecia. Nada parece ser fortuito en este film, el trío formado por Richard Linklater, Delpy y Hawke como guionistas ha madurado y logrado un nivel de simbiosis que se ve reflejado en cada uno de sus parlamentos. Entonces, la elección de una de las ciudades más emblemáticas de la filosofía se nos hace no sólo lógica sino necesaria. Jesse y Celine pasean en auto, a su lado se vislumbran unas ruinas de un templo antiguo. Sin embargo, ellos deliberadamente deciden no bajar. Pero la historia y el inexorable cuestionamiento de su realidad saldrán a su encuentro, tarde o temprano. Cabe preguntarse ¿acaso alguien puede escaparse de la historia? Jesse es ahora un consumado escritor; Celine continúa siendo una activista empedernida. Unas vacaciones en Grecia parecen ser el disparador de cientos de reflexiones acerca de la finitud de la existencia, del verdadero significado del amor, de las relaciones y por sobre todo de los costos que se asumen al apostar por los sueños. A diferencia de otras entregas, no estarán completamente solos en estas meditaciones sobre la vida y sus matices sino que las compartirán con sendos escritores, quienes se encuentran en una especie de retiro paradisíaco en la citada isla. Y será este intercambio dialéctico y generacional el que le brindará una riqueza que trasciende la mirada de los protagonistas. Pero como debe ser existirá lo que todos los seguidores de esta saga necesitan: un momento que sea solo de ellos dos, vagabundeando por las calles; hablando de nada y de todo a la vez. Ese instante llega con la excusa de ir hacia un hotel donde los espera una romántica habitación, regalo de sus amigos griegos. En el camino irán repasando diversos momentos de estos años juntos, que serán oro en polvo para aquellos que por años deseamos saber qué había sido de sus vidas. Esos años han resaltado los rasgos de carácter de ambos: ella sigue siendo una neurótica, apasionada de la vida que no conoce de tibiezas al momento de amar o de odiar. Él ha aprendido a lidiar con el carácter de Celine entendiendo que el humor en muchas ocasiones es el único camino posible para descongestionar los arranques de emotividad de su eterna adolescente. Jesse y Celine han logrado lo que tal vez ni siquiera soñaban al verse por primera vez en aquel tren, se han consolidado como pareja. Aquel deseo que ella entonara en su vals de “tener sólo una noche más” ha sido satisfecho en demasía y a su paso se dibujan los más grandes dilemas. ¿La consecución de los anhelos los desvaloriza? ¿El recuerdo del amor que no fue lo engrandece en nuestra mente? Antes de la medianoche se erige casi como un estudio filosófico y psicológico sobre las relaciones humanas, que se cimenta con el invaluable bagaje que brindan los años. Pero por sobre todas las cosas y lo que más debe agradecérsele al guión es la no simplificación de estos conflictos, ni mucho menos aún la bajada de línea sobre cómo atravesar la vida. El poco frecuente hecho en la gran pantalla de ver el crecimiento (me resisto fervientemente a utilizar el término envejecimiento) en tiempo real de los intérpretes nos permite palpar de forma más contundente la variación de la mirada frente a la vida a través de los años. Aquellos jóvenes de los noventa con sus rostros regordetes que caminaban por Viena en la primera entrega anhelaban el amor para toda la vida, aunque sólo lo consiguieran por una noche. Nueve años después, con rostros de rasgos duros y angulosos, el encuentro se daba en medio de la angustiante atmósfera de lo que no fue pero pudo haber sido. Hoy, ambos navegan en las turbulentas aguas de lo que se hizo con el potencial; lo que se construyó y el material usado como cimiento. Jesse hoy es un hombre maduro, con un buen pasar económico, separado de su primer matrimonio, que debe lidiar con un régimen de visita que lo separa de un hijo adolescente para con el cual siente un tremendo deber de protección incumplido. Celine ha apostado todo al proyecto en común y tal vez en medio de la rutina diaria sienta que ese voluntario sacrificio ofrendado no hizo honor a un altar hoy algo manchado por la rutina. Así, ambos reflexionarán con el deterioro de la pasión a través de los años, con la inexorable mutación de ellos mismos por el arribo de la madurez. Pero quizás lo más valorable de sus reflexiones sea que -al igual que sus caminatas por Viena y Paris- la ausencia de un rumbo es el deleite máximo del recorrido. Y es así como Linklater nos brinda un recorrido por las relaciones donde no hay un destino marcado ni una moralina impuesta. En tiempos de tanto relato facilista sobre el amor y su permanencia en el tiempo Antes de la medianoche es un evento cinematográfico gourmet, donde se paladean cada uno de los sabores y eso en un mundo de fast food romanticoide es algo que muy pocas veces podemos presenciar.
La diferencia como fortaleza Parece mentira que hayan transcurrido más de diez años desde que Pixar desmitificara el horror máximo de los niños tornándolo adorable: el monstruo que se esconde en el ropero no es otra cosa que un asustador profesional que obtiene energía de los gritos que surgen de los pequeños espantados. Con esta premisa innovadora y rupturista llegaban a nuestras vidas Mike Wazowski (aquel adorable ser de un solo ojo y verborragia incesante) y James Sullivan un enorme peluche bicolor irreverente, que nació para ser un asustador nato y profesional. Con ellos el gran mito de la sociedad norteamericana centrado en lo que los closets ocultan parecía llegar a su fin generando aquello que por generaciones sonaba imposible: la empatía con el monstruo, la reinvención de los clásicos relatos para asustar niños. Pero como toda nueva historia que se precie era probable tener unos años después entre nosotros la génesis misma de esa factoría de monstruos y así poder entender cómo aquellos seres habían sido capacitados para lograr su importante tarea. Por eso llega hoy a nuestra pantalla Monsters University: una precuela que nos muestra la infancia y adolescencia universitaria de nuestros dos héroes monstruos (por más contradictoria que parezca la expresión). Aquí podremos conocer a un pequeñísimo Mike, eterno estigmatizado por ser el “diferente” y poco apto, segregado por sus congéneres -convengamos que no ser apto como monstruo si es la escala más baja de la degradación de un ser vivo-. Su mayor ambición es lograr ser aceptado y reconocido como uno de los más grandes asustadores y será la facultad de sustos el lugar indicado para demostrar que con dedicación y esfuerzo los destinos pueden torcerse por más esquivos que los mismos sean. Por su parte Sullivan sin dedicación ni esmero parece tener el éxito ganado por su sola estampa y presencia aterradora, así será como ambos personajes tan opuestos pero con tanto que aprender el uno del otro se verán unidos para dar pelea en medio del ámbito hostil universitario. Pixar extrapola el típico modelo de conflicto norteamericano adolescente y lo lleva a lo que tal vez sea un desfile incesante de seres monstruosos en el sentido menos literal del término. Estará así presente el bullyng (o acoso escolar), la estigmatización del diferente, las pandillas, las novatadas y será en medio de este ambiente donde tanto Mike como Sullivan deberán lograr no sólo definir sus destinos sino demostrar que no siempre los menos populares son los perdedores o los menos aptos. Pero no estarán solos en esta tarea y para variar serán los representantes de la fraternidad menos glamorosa de la universidad, y de esta diferencia tomarán la fuerza motora para intentar lograr lo imposible: vencer a los aceptados y ser la voz de los monstruos desclasados. Pixar se ha aggiornado a los tiempos que corren y hoy por reconocer que el sueño de los niños ya no pase tal vez por ser príncipes o princesas, sino por simplemente poder seguir las ambiciones y las metas en medio de un ambiente de respeto. Y tal vez por eso desde la más temprana edad ya trata de que esos niños que ven sus films no sólo aprendan a amar a los monstruos sino que optimicen sus propias diferencias para convertirlas en ese elemento distintivo que les permita crecer, desde la diversidad. Un dato más para los padres que acompañen a los niños a las salas: con anterioridad al film se estrena el corto The Blue Umbrella (Azu –lado) una autentica mini obra de arte y conmovedora historia de amor entre dos paraguas coloridos en medio de un mundo gris (nuevamente lo diferente como virtud). Imperdible.
El encanto del artificio La magia para ingresar en su culto sólo nos pide un sacrificio a realizar en su altar de adoración, una sola ofrenda debe ser realizada para lograr ser parte: la entrega incondicional del verosímil. Inútil es asistir a una función de magia o ilusionismo con la pendenciera actitud de ver los hilos que se mueven detrás del escenario o el doble fondo de la caja en la que habita temporalmente el conejo. Poco disfrutaremos de la propuesta. Con el cine de ilusionismo ocurre lo mismo, verlo buscando la factibilidad de sus trucos es casi tan inservible como fútil. De modo que la propuesta del film del director Louis Leterrier (encargado de las cintas de acción Hulk y El transportador I Y II) nos propone un viaje lleno del brillo y la majestuosidad que sustentan el engaño mejor planteado. Primero entonces iremos conociendo uno a uno a los encargados de llevarnos en este viaje de magníficos y grandilocuentes engaños: J. Daniel Atlas (Jesse Eisemberg); Jack Wilder (Dave Franco, el hermano del consagrado James); Merritt McKinney (Woody Harrelson) y Henley Reeves (Isla Fisher) son reclutados por un misterioso desconocido que dándoles una carta a cada uno los cita en una misteriosa dirección y les encomienda una misión que el espectador no conocerá hasta el final. La acción nos lleva entonces a Las Vegas donde los “Cuatro jinetes” presentan un espectáculo que se propone una meta por demás ambiciosa: robar en vivo y en directo y delante de toda la audiencia presente un banco en París. Un miembro de la audiencia, elegido al azar es teletransportado hasta una bóveda de la ciudad parisina y allí se lleva a cabo la maravillosa hazaña frente a la mirada incrédula de todos. Cuando el cuarteto es apresado e interrogado por Dylan Rhodes (Mark Ruffalo en un gran papel) con la colaboración de Alma Dray (Melanie Laurent) no sólo no obtiene respuesta válida alguna sino que sabe que pronto vendrá un golpe aún mayor que dejará en ridículo a las fuerzas policiales. Así comienza un juego del gato y el ratón donde constantemente ambas partes miden sus fuerzas, y como suele ocurrir en los últimos tiempos tanto en el cine como en las series, la incompetencia de las fuerzas del orden se hace más y más evidente. Completan la situación como dos mentores en veredas opuestas: Arthur Tressler (Michael Caine) un magnate benefactor de los cuatro jinetes y Thaddeus Bradley (Morgan Freeman) en el papel del eterno encargado de desenmascarar a todos los ilusionistas que se crucen en su camino. "Cuando más cerca estés menos verás", es el lema principal de este grupo de ilusionistas y el film hace justamente eso con el espectador: lo abruma de tal manera con sus luces de neón, con su artilugio tan magistralmente llevado a la enésima potencia que en medio del aturdimiento poco puede hacer para entender y sólo le queda una opción. Más tarde vendrán las explicaciones de cada uno de los trucos (tal vez demasiado en detalle y menospreciando la capacidad del espectador), pero tras cada artilugio develado vendrá uno mayor, que responde al plan de la mente maestra que los jinetes aún no conocen. Si algo puede criticársele al film es su falta de verosímil pero convengamos que tal vez ese sea el basamento principal de la ilusión: un avezado ejecutor y un espectador dispuesto a dejarse seducir por su arte. El cine al igual que la magia son unas de las únicas maneras posibles que posee el hombre común de vencer la rutina y la falta de control que la vida le impone. Por un momento olvida su condición de mero individuo para poder sentirse parte de un universo mágico y luminoso pero nada de esto puede ser posible si el mismo no realiza su propia alquimia. Del público depende disfrutar de este film desprejuiciadamente lúdico o salir de la sala contando los hilos que vieron detrás o el doble fondo de la caja del conejo.
La resaca del éxito comercial. Como toda industria que se precie, cuando un producto irrumpe y es bien aceptado por el público, se tiende a extender su producción lo máximo posible a fines de lograr un gran boom de ventas, lo cual es lícito siempre y cuando esta producción en serie no se aparte de las características fundantes que hicieron que el público eligiera el producto inicial. ¿Qué Pasó Ayer?, en su primera entrega, fue una desopilante comedia que paso a paso invitaba a los espectadores a tratar de reconstruir una noche de locura en base a los dispersos vestigios que los protagonistas encontraban en su camino. Y cada descubrimiento era una fiesta, cada ocurrencia era más osada e incoherente que la anterior y ese era su encanto: cada pieza del rompecabezas era delirio y disfrute puro. La segunda entrega utilizaba similar recurso resacoso, pero trasladando la acción a Tailandia. La novedad del argumento inicial, en este caso, era reemplazada por la ajenidad del paisaje y las situaciones que se veían enmarcadas en la calurosa y agobiante metrópolis. Esta tercer entrega centra su mirada en Alan (el genial Zach Galifianakis) quien solitario y sin su Wolf Pack no solo no encuentra el norte de su vida, sino que ha abandonado su medicación, dándole rienda suelta a su extrovertida y delirante personalidad. Se hará más que necesario ponerle un coto a su locura y allí es donde intervendrán sus amigos para intentar internarlo en una clínica psiquiátrica, aunque sea por un tiempo. Pero como bien sabemos nada nunca sale como ellos lo planean y en el camino a esa internación son interceptados por un mafioso (John Goodman) el que les encargará una misión para realizar a cambio de la vida de Doug (Justin Bartha). El grupo se verá obligado a comenzar una serie de aventuras para nada semejantes a una resacosa reconstrucción de hechos y más similar a una serie de espías poco calificados y torpes. La estructura original es así abandonada para dar paso a muy pocas situaciones divertidas y casi ninguna del nivel de delirio de las primeras entregas. Los protagonistas que llevan adelante la acción son sin lugar a dudas Alan y Chow con su particular manejo del absurdo, pero ni siquiera ellos logran arrancarnos una sonrisa sincera, al nivel que lo hicieran en la primera de las resacas infames. Tal vez la escena más desopilante del film esté luego de los créditos, así que les recomendamos que, si realmente quieren reírse, no se retiren de la sala hasta verla y entonces sí, salir con una sonrisa bastante postergada. @Cariolita
Baz Luhrmann le da un enfoque popmoderno al clásico de Fitzgerald. Quien asista a ver un film de Baz Lurhmann debe tener claro cuál es el enfoque y la personalidad que imprime en todos sus films: un tratamiento barroco de la imagen, la música como un importantísimo elemento narrativo y por sobre todo un descontrolado y antojadizo manejo de todos estos elementos juntos. Ya lo vivimos en Moulin Rouge, en donde sonaron canciones de Nirvana, Elton John y Madonna en un París de una extraña dimensión paralela. Imaginarlo realizando una versión cinematográfica de uno de los clásicos de la literatura norteamericana como lo es El Gran Gatsby podía generar tanto temor por los resultados, como ávida curiosidad por ver cómo su descontrolado estilo finalmente podía liberarse en el marco de las locas fiestas que se dan cita en el relato de Fitzgerald. Aún para muchos subsiste el recuerdo de aquella versión de los años setenta a cargo de Robert Redford y Mia Farrow, con guión adaptado por el mismísimo Francis Ford Coppola, como una muy interesante adaptación con entidad propia y una impronta visual inolvidable y difícil de emular. Planteado el desafío, Luhrmann puso manos a la obra con uno de sus actores fetiches, Leonardo DiCaprio (con quien ya había trabajado en su versión más que libre de Romeo y Julieta y con quien planea una versión de Hamlet a futuro) y con Carey Mulligan en el papel de Daisy Buchanan. La historia nos sitúa en los locos años veinte, donde un misterioso hombre rico y seductor realiza grandiosas fiestas diarias a las que asiste casi toda la alta sociedad y en las que poco participa. Todo este movimiento plagado de luces, sirvientes y derroche ("cada quince días un ejército de proveedores acudía con centenares de metros de lonas y suficientes luces de colores para convertir el enorme jardín de Gatsby en un gigantesco árbol de navidad" nos dice Fitzgerald en su libro) es observado por Nick Carraway (Tobey Maguire) un joven modesto que vive en una pequeña casa contigua a la mansión. Nick representa la cara opuesta del misterioso Gatsby: es solitario, poco sociable y atraviesa un mal momento económico, pero el destino los cruzará para siempre y tal vez sea el la única persona que llegue a entender cabalmente las motivaciones del solitario nuevo rico para organizar las tan suntuosas reuniones sociales. Así, una historia que parecía tener un tinte banal perfectamente mostrado por el estilo barroco de filmación de Lurhman se verá complicada por un pentágono amoroso que en todo momento amenaza con explotar. Sin adentrarnos demasiado en la composición de este enredo amoroso, el espectador disfrutará tanto de las fastuosas fiestas como del incondicional amor que motiva cada uno de los actos del maravilloso Gatsby. Y esto también es un elemento importante al hablar de este film de Lurhmann, porque más alla de la fama irreverente del director su adaptación del libro (a cargo de él mismo y Craig Pearce) ha sido por demás respetuosa del material original, lo cual -para el estilo de reversiones que nos tiene acostumbrados- no es un dato menor. Con transcripciones literales de muchos de los pasajes de la maravillosa obra de Fitzgerald. La fotografía a cargo de Simon Duggan muestra el despliegue de la fastuosidad al orden de la diversión y se deleita con el vestuario cuidadosamente realizado por la esposa del director Catherine Martin en colaboración con Prada. Detalles que son importantísimo para retratar a una sociedad que constantemente se esforzaba en aparentar más que en ser y en pertenecer más que en sentir. La banda de sonido tampoco defrauda y en ella podremos encontrar colaboraciones de Fergie, Beyonce, Will I Am y Jack White reversionadas al mejor estilo del Charleston de la época y con un resultado contundente. El estilo de Luhrmann se palpa a cada paso del film, pudiendo resultar molesto para sus detractores y adorable para quienes son cultores de su cine, pero indiscutiblemente una rara gema en medio del cine actual. Vale la pena disfrutar de esta apuesta que reversiona uno de los clásicos de la literatura norteamericana que mejor retrata el desengaño, el amor eterno y la atmosfera de aquellos años tan dorados en su superficie y tan huecos y oscuros en su interior.
¿Era necesario? Que un film que se llama El Último Exorcismo tenga una secuela ya nos garantiza un arranque, por lo menos, dudoso. Pero las ansias del publico amante del genero del terror, y más aún cuando este involucra posesiones y ritos para purificar, son a prueba de toda lógica y nunca se le niega la oportunidad de encantarnos. Si bien la primer entrega no era una joya cinematográfica se dejaba ver y hasta disfrutar si uno no tenía demasiadas expectativas, pero salía indemne del mayor de los pecados: caer en lugares comunes. Esta segunda entrega hace todo lo contrario y peor aun: la utilización del lugar común no logra siquiera asustarnos y eso si que es imperdonable. El publico amante del cine de terror puede perdonar casi todo: malas actuaciones, guiones débiles, dudosos efectos, raquíticos presupuestos; pero con lo que es estricto es con la falta de reacción alguna . Y en esto radica la mayor falla de este film producido por Eli Roth y dirigido por Ed Gass-Donnelly: no genera nada. Ni suspenso, ni terror, ni siquiera una tímida risa. La acción se sitúa unos años después del exorcismo que se realizara en la primer entrega, con una tímida y cándida Nell Sweetzer (Ashley Bell) ahora viviendo en una residencia de jovencitas donde de a poco tratara de lograr una inserción laboral y social luego de su traumática experiencia. Sin embargo las visiones y las entidades de su pasado volverán a aparecer tornando su endeble salud mental en un recuerdo. Asi las entidades que otrora la poseyeron volverán a su vida y, nuevamente, Nell deberá enfrentar la realización de ritos para expulsar definitivamente (roguemos que así sea) al espíritu indeseado. Esperemos que finalmente este demonio sea expulsado no solo del cuerpo de Nell sino por sobre todo de la pantalla de los cines. Su presencia es un autentico pecado cinéfilo. @Cariolita
Antropología del sueño americano Si existe una sociedad que entroniza a sus ídolos para luego fagocitarlos cuan mantis religiosa gigante, esa sociedad es la norteamericana. Desde su más tierna edad, los niños son incentivados por sus madres frustradas en lo artístico a someterse a los vejámenes más tremendos para lograr sus cinco segundos de fama. En el caso de aquellos que así lo consiguen, el resultado termina siendo nefasto para su vida personal que se desintegra frente a la impávida mirada de la misma sociedad que lo condujo al éxito. El director Harmony Korine en sus trabajos anteriores nos ha mostrado su total falta de escrúpulos para sumergirse y exhibir esa basura que la sociedad norteamericana tanto se esfuerza por esconder, habiéndolo hecho ya con su polémico film Trash Humpers (película del año 2009 que pudo verse en el BAFICI hace unos años) donde literalmente los desechos eran su objeto de narración cinematográfica. En este caso el creador de Gummo (1997) sube su apuesta y, con un presupuesto que así se lo permite, se decide a jugar con las figuras Disney Vanessa Hudgens, Selena Gomez y James Franco, junto con Ashley Benson y Rachel Korine (su propia esposa) para narrar en primera persona la decadencia del imperio de Norteamérica. La historia se basa en cuatro jóvenes universitarias extremadamente sexys que sólo tienen un deseo: irse de springbreak para poder escapar de su monótona vida de adolescentes y para ello buscarán el camino más simple en la delincuencia. Sin moralina ni arrepentimiento robarán tan sólo para conseguir prolongar un divertimento tan banal como fugaz, léase bikinis, alcohol y drogas en medio de las vacaciones de primavera de los estudiantes universitarios. Allí, pasearán en ciclomotores con coloridas bikinis, se drogarán con cuanta sustancia encuentren en su camino, tendrán sexo casual y mirarán los atardeceres coloridos siguiendo un mismo mantra “Springbreak forever¨. Sin embargo, lo bueno y fácil llega a su fin y aquí cuando todos los convencionalismos indicarían que las jóvenes al ser apresadas por abuso de sustancias, abren la ventana al aire fresco de moralina para calmar los ánimos, muy por el contrario lo que ingresa es el pecado en su forma más brutal y encantadora, un casi irreconocible James Franco encarnando a Alien, un rapero blanco con alma de negro que paga la fianza y las sacará de su presidio no con un propósito de salvación sino para proponer un nuevo rumbo en su vida delictiva. De esta manera, la tropa de vacacionantes se dividirá entre las que decidan seguir los pasos de este alocado mesías de la perdición y las más recatadas, que volverán con la frente marchita y las fosas nasales deterioradas. El raid de drogas, delitos, sexo y rap que se inicia entonces es un festín visual pocas veces visto, una parábola perfecta de la actual superficialidad de la sociedad norteamericana, sin colocarse en un pedestal de superioridad sino situándose en el epicentro mismo de la indecencia. Pero este paseo inmoral que nos propone Korine con Spring breakers: viviendo al límite no sería tan encantador ni onírico si no estuviera acompañado por una mano prodigiosa y gran promesa de la fotografía actual: el belga Benoit Debie. Su colaboración como director de fotografía en films de Gaspar Noé le ha aportado una identidad propia que en este film se torna palpable en los edulcorados atardeceres marinos y las noches de neón y fluorescencia. Así, la narración nos irá llevando por el mundo de estos jóvenes blancos con ansias de actuar como negros y que se muestran marginales desde una cosmovisión basada en los videojuegos. Sin juzgarlos ni glorificarlos, simplemente mostrando la marginalidad de cartón piedra que la sociedad norteamericana profesa. La propuesta del guionista de Kids (1995) refleja una realidad que Hollywood desearía no exhibir pero siempre existe un alma inquieta dispuesta a revolver en la basura del vecino y Harmony Korine es el basurero que la sociedad anglosajona no esperaba.
Park Chan-wook ahora juega en primera. ¿Qué ocurre cuando un realizador de culto pasa a ser parte de la industria del cine? ¿Esa transición le brinda mayores elementos materiales para la realización de sus obras y a cambio se roba algo de su espíritu experimentador y lúdico? Algunos podrán decir que esto ocurre con el desembarco de Park Chan wook dentro de la industria de Hollywood a través de su reversión del clásico de Alfred Hitchcock Sombra de una Duda del año 1943. Confeso admirador del director de culto el desafío para él estaba planteado y no era simple: mixturar su cine de venganza sangre y violencia con los cuidados climas que la historia de un thriller psicológico perverso requería. Muchos de los elementos del cine de Park Chan wook están presentes aquí: su contundente impacto visual, el cuidado milimétrico de la fotografía, la música y un relato con toques perversos deliciosamente planteados. India (Mia Wasikowska) interpreta a una retraída joven que se ve desolada frente a la muerte en un accidente de su padre (Dermot Mulroney) . Junto a su muerte sobreviene otra realidad difícil de aceptar para ella, la tensa y casi nula relación que la “une” a su madre (Nicole Kidman) Las exequias de su padre se convertirá entonces en el marco gélido para la aparición de un elemento desequilibrante en sus vidas, un tío al cual no conocía siquiera interpretado por Matthew Goode será el elemento que traerá la intriga y el toque de perversión a su vida. ¿Quién es este tío que de pronto se muestra tan interesado en formar parte de sus vidas ? ¿Por qué nunca su padre le hablo de él? Esta nueva inclusión forzada al grupo familiar traerá ineludibles implicancias para las dos mujeres de la casa, y sobre todo para India quien se verá extrañamente atraída a este misterioso hombre que llega a su vida. El relato continua plagado de situaciones endogámicas, perversas y seductoras enlazadas con la maestría que este director sabe manejar como pocos. Imperdible desde lo visual, con un guion solido, Lazos Perversos (Stoker, 2013) se muestra como el ingreso del director en la industria cinematográfica masiva. Tal vez no tan osado como lo que nos solia tener acostumbrados pero no por ello menos prometedor. @Cariolita
La Pasion según Sam Raimi Existen films como The Evil Dead que merecen contextualizarse por los aspectos extra cinematográficos, más allá del neto contenido de sus historias, pues las singularidades en su producción a veces superan a las propuestas en sí como ocurrió con este cortometraje de fines de los años 70 que luego se transformara en película de culto. En un breve repaso por su génesis cabe recordar que un joven director, Sam Raimi, junto a su inseparable amigo Bruce Campbell se embarcaron allá por 1978 en la realización del corto Within the Woods (cuyo costo fue de U$S 1600), el cual narraba la historia de un joven que se adentra en el bosque con su novia en busca de un espacio para el escarceo amoroso. Misteriosamente es poseído por una extraña entidad al desenterrar ciertos objetos malditos y allí se desencadena un baño de sangre pocas veces visto. Para Raimi el bajo presupuesto no fue ningún impedimento ni obstáculo para que luego de tres años y con una mejor financiación llegara a su ópera prima que ahora vuelve a la cartelera con una nueva cara y en versión remake. En aquella The Evil Dead (estrenada en Argentina en 1987 con el título de Diabólico), que también contó con la presencia de Bruce Campbell en el rol protagónico, nuevamente el bosque es el ámbito donde un grupo de jóvenes son poseídos por una extraña presencia demoníaca desatada por la lectura de ciertos pasajes de El libro de los muertos (encuadernado con tapas de piel humana y escrito con sangre) a cargo de una voz grabada en cintas de audio y pertenecientes al arqueólogo que hizo el macabro descubrimiento. Así, la locura y los elementos gore estaban presentes en esta maravilla cinematográfica que supo convertirse en un film de culto en la década del ochenta. Sam Raimi en lugar de disimular las limitaciones de su presupuesto las reconoció y las puso al servicio de la narración. Su recepción por el público fue por demás entusiasta y dio lugar a dos nuevas secuelas: Noche Alucinante (Evil Dead II, 1987) y El Ejército de las Tinieblas (Army of Darkness, 1992), siendo esta última un verdadero ejemplo de mixtura donde el cine de terror adopta toques humorísticos y algunos aspectos del cine fantástico desde el punto de vista que el protagonista se halla en el año 1300 transportado a través de un portal cósmico que abre en Evil Dead II. Por ello, la remake de este film de culto no era cualquier desafío al contar con una enorme cantidad de fans que no soportarían versiones de menor calidad y menos que no respetaran la esencia del original. Esta vez Raimi y Campbell se situaron en la producción vigilando cautelosamente que el espíritu de la obra original no fuera mancillado y dejando la dirección en manos del director uruguayo Fede Alvarez, en su debut como director de largometraje. El contexto social es diferente: los jóvenes de hoy ya no se reúnen para drogarse o tener relaciones sexuales, sino para desintoxicarse y así es como un grupo de cinco adictos se dan cita en una abandonada cabaña para lograr que una de ellos logre vencer su adicción por las sustancias prohibidas. Tratando de superar su síndrome de abstinencia Mia (interpretada por Jane Levy, cuyo hablar entre suspiros recordaremos para siempre luego de ver este film) se interna en el bosque y allí es poseída por un ente maligno. Al volver a la casa ya nada será igual ni para ella ni para los acompañantes terapéuticos ad hoc allí reunidos. Su hermano David (en la piel de Shiloh Fernández, quien no logra siquiera acercarse al carisma de Campbell) tratará por todos los medios de contrarrestar esta maléfica presencia que toma el control de la voluntad de los otros jóvenes y éstos se laceran o mutilan de formas impensadas bajo el dominio de la poseída. En Posesión Infernal, los climas están perfectamente logrados y la dupla de Raimi con Alvarez parece haber conseguido la revancha en términos cinematográficos para lo que aquel joven realizador de los 70 había filmado con tan sólo U$$ 1600. La única “limitación” que podría haber tenido la saga ochentosa en su momento pudo haber sido un acotado presupuesto, pues bien los años han pasado y aquel joven vigoroso hoy es uno de los directores más respetados del género y se da el gusto de rever su obra con un presupuesto que le permite respaldar sus ideas con imágenes. Sin utilización de CGI, la nueva The Evil Dead nos muestra que el verdadero terror no está perdido siempre que existan amantes del género que respeten su dogma y no menosprecien al público. The Evil Dead ha vuelto para quedarse, con un producto digno que renueva los aires de un género bastardeado hasta el cansancio, que parecía estar condenado a repetirse. Recomendamos, al que cuente con tiempo, un repaso por las tres entregas originales de la saga para disfrutar aún más de esta nueva versión y de esa forma dimensionarla en su justa medida.
Mucho ruido y muchas nueces. Si algo recordamos de las entrañables Antes del Amanecer y Antes del Atardecer era justamente un elemento en común: eran deliciosos diálogos donde se decía mucho y no pasaba demasiado. La “ acción” transcurría en los nutridos diálogos de esos dos jóvenes idealistas primero y adultos reflexivos después, el esgrima verbal de sus interpretes hacia las maravillas de una audiencia que de una forma u otra buscaba reconocerse en esa pareja de enamorados espontáneos hermanados por el cielo europeo. Julie Delpy una de sus protagonistas ahora devenida en guionista y directora, toma el mismo rumbo de Richard Linklater de decir mucho sin contar demasiado y lo circunscribe al ámbito familiar en la Bretaña francesa hacia finales de la década del setenta. Allí, con la amenaza del Skylab (que se suponía que caería en algún lugar inminentemente), se reúne una familia disfuncional para celebrar el cumpleaños de la abuela Amandine (Bernadette Lafont). Este conclave familiar será la excusa perfecta para que se retraten los diversos estadios de la vida , sus dramas y los diversos enfoques sociales y políticos que cada persona desea darle a su existir. Por un lado esta la pareja de Jean (Eric Elmosnino quien interpretara a Serge Gainsbourg memorablemente) y Anna (la misma Delpy) dos artistas liberales y combativos que llegan a la reunión con su pequeña Albertine (Lou Álvarez) quien deberá sufrir los embates de ser criada por dos almas tal vez demasiado libres. Como buen convite familiar se verá atravesado por discusiones políticas, sentimentales, ideológicas y la inevitable reflexión sobre lo que somos y lo que podríamos haber sido. Todo esto se ve fielmente reflejado por la mirada de la directora que se mueve más que cómodamente en las aguas de las historias intimistas que en otro ambiente. Y así nos muestra que más allá de las peculiaridades de cada familia lo importante es permanecer unidos , frente al mundo exterior. Como ocurre en la primer escena del film cuando desean sentarse juntos en el tren y la protagonista hace lo imposible por convencer a los demás pasajeros que le cedan sus asientos , la vida tal vez sea eso : acomodar el exterior de la forma que sea para que los mas cercanos conserven este carácter y así seguir viaje. @Cariolita